La Filosofía en el Tocador (6)

El Divino Marques ...

MADAME DE SAINT-ANGE

EUGENIA

EL CABALLERO

Madame de Saint-Ange  — Realmente, hermano, tu amigo es muy libertino.

El Caballero — No te engañé presentándotelo así.

Eugenia — Estoy convencida que no hay otro igual en el mundo.

Madame de Saint-Ange — Llaman... ¿quién podrá ser?... He dejado bien protegida la puerta... Es necesario que esté bien cerrada... Te ruego que veas de qué se trata, caballero.

El Caballero - Una carta que trae Lafleur; se ha retirado de inmediato diciendo que tiene presente las órdenes que le has dado, pero que el asunto le había parecido tan importante como urgente.

Madame de Saint-Ange - Ah, ah, ¿qué es esto?... ¡Una carta de tu padre, Eugenia!

Eugenia — ¡Mi padre!...  ¡Ah, estamos perdidas!...

Madame de Saint-Ange — Antes de desesperar, leamos (Lee.)

¿Puede usted creer, hermosa dama, que mi insoportable esposa, preocupada por el viaje de mi hija a su casa, sale en este instante para buscarla? Se imagina cantidad de cosas... las cuales, suponiendo que fueran así, serian en realidad muy simples. Le ruego que la castigue con rigor por esta impertinencia; ayer tuve que corregirla por algo similar, pero la lección no ha sido suficiente. Castíguela severamente, le ruego como una gracia, y créame que cualquiera sea el grado a que lleve las cosas, yo no me quejare;... .Hace mucho tiempo que esta ramera me molesta ... y en verdad…¿Me entiende usted? Lo que haga estará bien hecho: es todo lo que puedo decir. Ella llegará inmediatamente después de mi carta; tened cuidado. Adiós; quisiera poder ser de los suyos. No me devuelva a Eugenia sino instruida, le ruego. La dejo hacer las primeras cosechas, pero tenga la seguridad de que mientras tanto está usted trabajando un poco para mí.

¡Muy bien! Ya ves, Eugenia, que no había nada de qué temer. Es preciso reconocer que es una mujerzuela insolente.

Eugenia — ¡La puta!... Ah, querida, puesto que mi padre nos da carta blanca, es preciso, te lo ruego, recibir a esta tunante tal como se lo merece.

Madame de Saint-Ange — Bésame, corazón mío. ¡Soy feliz de verte tan dispuesta!... Pero tranquilízate; aseguro que no le ahorraremos nada. Querías una víctima, Eugenia, y he aquí que la naturaleza y la suerte te entregan una.

Eugenia — ¡Lo haremos, querida, lo haremos, te lo juro!

Madame de Saint-Ange — ¡Ah, qué impaciente estoy por saber cómo tomará Dolmancé estas noticias!

Dolmancé, (entrando con Agustín) — De la mejor muñera del mundo, señoras. No estaba yo tan lejos como para no escucharlas; ya lo sé todo... Madame de Mistival llega en el momento oportuno. .. ¿Están decididas, espero, a cumplir con los deseos de su marido?

Eugenia, (a Dolmancé) — ¿Cumplir?... Sobrepasar, mi amor ... ¡Ah, que la tierra se hunda bajo mis pies si me ven débil, sean cuales fueran los horrores a los que condenen a esta miserable!... Querido amigo, le ruego que usted se encargue de dirigir todo.

Dolmancé — Déjenos hacer a su amiga y a mí; ustedes obedezcan, es lo único que les pedimos... ¡Ah, qué insolente criatura! ¡Nunca vi nada parecido!...

Madame de Saint-Ange — ¡Es una anormal! Y bien, ¿nos ponemos un poco más decentemente para recibirla?

Dolmancé — Al contrario; es necesario que nada, desde que entre, le impida estar segura de la manera en que hacemos pasar el tiempo a su hija. Permanezcamos todos en el mayor desorden.

Madame de Saint-Ange — Oigo ruido. ¡Es ella!... Coraje, Eugenia; acuérdate de nuestros principios... ¡Ah, bendito sea Dios! ¡Qué hermosa escena!