La Filosofía en el Tocador (2)

Mi amor querido, ¡la cantidad de cosas que vamos a hacer y decirnos mutuamente! Pero, a propósito, ¿no quieres almorzar, mi reina? Es probable que la lección sea larga.

MADAME DE SAINT-ANGE

EUGENIA

Madame de Saint-Ange — ¡Buenos días, mi hermosa! Si puedes leer en mi corazón sabrás con que impaciencia te esperaba.

Eugenia — ¡Oh, creí que no llegaría nunca, tanto era el apuro de estar en tus brazos! Una hora antes de salir temblaba pensando que todo podía cambiar. Mi madre se oponía por completo a este delicioso paseo, decía que no era conveniente que una joven de mi edad saliera sola; pero mi padre la maltrató tanto anteayer que una mirada suya bastó para que callara. Finalmente estuvo de acuerdo con lo que aceptaba mi padre, y he venido. Tengo un permiso de dos días; es necesario que tu coche y una de tus sirvientas me lleve pasado mañana.

Madame de Saint-Ange — ¡Tan poco tiempo! Ángel mío, apenas podré expresarte todo lo que me inspiras... y por otra parte, tenemos tanto que conversar... ¿Recuerdas que es en este encuentro que debo iniciarte en los más secretos misterios de Venus? ¿Tendremos tiempo en dos días?

Eugenia — Ah, si no he aprendido todo me quedaré... he venido para instruirme y no me iré hasta ser sabia.

Madame de Saint-Ange (besándola) — Mi amor querido, ¡la cantidad de cosas que vamos a hacer y decirnos mutuamente! Pero, a propósito, ¿no quieres almorzar, mi reina? Es probable que la lección sea larga.

Eugenia — No tengo más necesidad que recibirla; almorzamos antes de salir y ahora puedo estar hasta las ocho de la noche sin sentir el menor deseo.

Madame de Saint-Ange — Pasemos entonces a mi tocador, que allí estaremos más cómodas. He avisado a mis servidores y ten la seguridad de que nadie nos molestará. (Entran tomadas del brazo).

Aclaro que este es una obra del Marquez de Sade.