La Fiesta
La Fiesta es un servicio para travestis de clóset. Mónica contrata el servicio y se descubre a ella misma.
LA FIESTA
El día soñado estaba a la distancia de sólo un día. Un taxista llegaría a mi casa, entraría en el garaje y yo subiría al coche vestida, maquillada, femenina como nunca antes. Él me llevaría al lugar que contraté, una recomendación de mi amiga mujer, la única persona que sabía mi secreto. Me aseguró que ninguno de los chicos que vería ese día me faltaría el respeto. Ni el taxista ni ninguno de los que estarían en la fiesta. Ninguna persona conocida asistiría.
Era mi debut. Por primera vez estaría vestida de chica en una reunión social. Estaban invitados la misma cantidad de chicos que chicas. Y ningún chico abordaría a ninguna chica. La regla era que nosotras teníamos que elegir. El chico podría negarse, pero no podía tomar la iniciativa, lo cual estaba reservada para las chicas.
Sonia, mi amiga, me recomendó que me pintase las uñas, que era un detalle muy femenino y que era muy apreciado por los chicos. Yo disfruté mucho al hacerlo. Me acosté con ropa íntima de mujer por primera vez. Y al levantarme la casa estaba libre para mí solita, ya que todos habían salido de viaje y volverían en una semana.
Sonia me visitó y aprobó mi ropa. “Estás preciosa”, me dijo. “Vas a ser la reina de la fiesta”. Ensayamos mi forma de caminar. Repetimos las lecciones en las que me enseñó a hacer los gestos más femeninos y coquetos. Me dijo que no me emocione con el taxista, que habitualmente era un chico guapo, pero que en la fiesta seguro iba a haber mejores. Fumamos marihuana, cosa que normalmente me ponía muy excitada como mujer y afinaba mi timbre de voz.
Cuando faltaban cinco minutos para la llegada del taxi, yo estaba con mi vestido rojo, linda, delicada y femeninamente linda, pero lo más femenino estaba en mi mente. Me sentía una mujer total, absolutamente una mujer. La marihuana que Sonia me dio era más fuerte que las que había probado hasta entonces. Y cuando el taxista entró en el garaje y salió del auto para abrirme la puerta, sentí la cercanía de un hombre que por primera vez me parecía algo muy distinto de mí… y por quien yo empecé a sentirme muy atraída. Sonia se dio cuenta que algo me pasaba.
—Julio, te presento a mi amiga Mónica. La tienes que cuidar. Esta es su primera noche como mujer. Por favor, no te sobrepases. No te vayas a aprovechar de ella.
—No te preocupes, Sonia. Mucho gusto, Mónica.
Yo tenía una cara de traviesa que Mónica consideró necesario llamarme a un lado y advertirme:
—Me doy cuenta que no te vas a poder contener. Haz una cosa: coquetéale y ensaya para cuando en la fiesta te veas más mujercita. Por favor, si te entregas a Julio, te vas a arrepentir. Prométeme que te vas a portar bien.
—No puedo prometerte nada, amiga. Julio me ha impresionado mucho y no respondo de mis actos. Me lo llevaría a mi cuarto en este momento. ¿Tú crees que acepte? Le puedo pagar. Estoy muy drogada. Déjame disfrutar de este estado.
—No vas a poder. Si Julio cede a tus encantos y se enteran, lo van a despedir.
—Ay, entonces no. No quisiera perjudicarlo.
Por supuesto, mentí.
Dejé a Julio sosteniendo la puerta que me había abierto y subí adelante, al lado del chofer.
—No es correcto, señorita. Yo soy el chofer y usted debe subir atrás.
Me acababa de decir “señorita” ¡y yo estaba en el paraíso! Era la primera vez que estaba vestida de mujer frente a un hombre y él pronunciaba la palabra con la que había soñado que fuese para mí.
—¿Tiene algo de malo?
—No, pero si nos ven llegar así, voy a tener problemas. Esta empresa es muy profesional. Seguro su amiga Sonia le debe haber explicado.
—¿Qué te parece si me paso atrás antes que lleguemos? Así nunca se enterarán. Me vas a disculpar, pero eres el primer hombre al que me presento vestida de mujer. ¡Y eres tan guapo que no puedo evitar decírtelo! El perfume que tienes me encanta. Tú me encantas.
—Gracias, señorita. Usted también es muy bonita, muy femenina. Es la chica más guapa que me ha tocado llevar.
—Lo acabo de comprobar. No puedes ocultar la erección que acabas de tener.
A propósito levanté una pierna para que el vestido deje ver algo más. Me sentía muy segura de mi feminidad y vi cómo su pene se levantó inmediatamente.
—Discúlpeme.
—Te disculpo si me dejas tocar tu miembro. Te prometo que no te pediré nada más.
Y entonces Julio lo dejó salir. Esa cosa inmensamente bella y dura me hizo experimentar una nueva feminidad, dado que la diferencia entre el miembro de Julio y mi cosita marcaban un fuerte contraste entre la masculinidad suya y mi feminidad.
Lo tomé con mi mano izquierda y lo empecé a masturbar. Con la derecha hurgué entre mi calzón y toqué mi cosita. El tacto me hizo sentir su poderosa hombría y mi sumisa feminidad. Hasta que Julio empezó a anunciar su eyaculación con un grito. Entonces puse mi mano sobre su miembro para recibir allí sus jugos. Y antes de que termine me atreví a agacharme, recibir el segundo chorro en mi boca y chuparlo y lamerlo de todas las formas en que siempre soñé que haría eso. Mis labios recorrieron la parte superior de ese miembro enorme y delicioso y mi lengua grabó su forma, para reconocerla siempre. No podía creer lo que estaba haciendo. En mi primer día fuera del clóset tuve un atrevimiento del cual no me creía capaz. Pasé bruscamente de la niña encerrada en su secreto a una desbocada mujer. Disfruté tragándome un poco de su semen, pero de pronto me di cuenta de que había sido demasiado. El efecto de la marihuana estaba pasando y me avergoncé al pasar mi mano por mi cara y ver que la mayor parte de su leche estaba distribuida por todos lados, en mis mejillas, en mi nariz, en mis orejas, en mi pelo. Mi maquillaje estaba estropeado.
Yo decidí iniciar esta aventura ilusionada descubriendo mi feminidad. Fue excitante el proceso de vestirme y arreglarme como mujer con mi amiga Sonia. No sé si echarle la culpa a la marihuana por esta repentina transformación en una prostituta. Todavía no me entiendo bien yo misma porque es verdad que en medio de mi locura más extrema yo me he imaginado haciendo cosas mucho más fuertes que chupar un pene, pero otras veces disfrutaba solo con saberme mujer. La escena de total sumisión a un macho surgía después de un buen rato de excitarme como una señorita bien educada. En medio de esa confusión, todavía me iban a suceder más cosas deliciosas…
—Mónica, déjame decirte que cuando lleguemos a la fiesta sabrás que no sólo eres la más linda, sino la más femenina de todas. Gracias por el placer que me diste hoy, pero ahora pásate atrás, por favor. Si me ven contigo al lado, me quedo sin chamba. ¿Podemos vernos otro día?
—No estoy segura de mis sentimientos. Por ahora sólo quiero estar en la fiesta y descubrir lo que siento como mujer en medio de hombres y de otras chicas como yo. Te agradezco lo que has hecho por mí esta noche. ¿Tienes algo para limpiarme?
—Sí. En la guantera hay todo para que te limpies y te arregles el maquillaje.
—Ya veo que no soy la primera… Tienes todo preparado.
—Es cierto, pero me gustaría que seas la última. Creo que me he enamorado de ti. No vayas a la fiesta. Vámonos a un hotel.
—Te van a despedir.
—No lo harán si tú llamas y cancelas. No te devolverán el dinero, pero podrás usar la entrada para otra reunión.
—No te molestes por lo que te voy a decir, porque es una frase típica, pero es verdad. No es por ti. Es por mí. Tengo dudas, muchas dudas.
—¿De qué dudas? Yo veo a una mujer preciosa que me lo acaba de chupar como nadie lo había hecho. No me digas que dejarás de ser lo que la naturaleza te ordena. Eres una mujer, ¡siempre lo serás!
—No se trata de eso. Aún soy virgen. Me gustaría ir a la fiesta y socializar como mujer, pero no tener sexo. Chupártela ha sido lo más lejos que he llegado. No voy a hacer nada. Te lo prometo. Has sido lindo conmigo. Te lo agradeceré siempre. ¿Por qué no nos vemos después de la fiesta? Dos horas allí será suficiente. Son las 8.30. Recógeme a las 10.30 y nos vamos a mi casa. No hay nadie. Ya vemos cómo nos divertimos allí.
En verdad no estaba segura de querer estar con Julio. Me emocionaba la idea original de estar vestida de mujer en medio de la gente. Julio me puso una cara de desconfianza, que le cambió cuando le di un beso en la boca antes de pasarme atrás sin salir del auto. Me agarró el trasero mientras le di la espalda y de nuevo sentí ganas. Es raro, pero ese gesto me excitó más que habérsela chupado. Una mano masculina agarrándome por atrás no me había sucedido jamás, y de sorpresa. Me contuve y resistí la tentación.
Pero al entrar a la fiesta, que era en una casa muy grande, con piscina y mucha gente. Un moreno alto y fortachón me recibió. Me pidió el abrigo y la cartera y lo puso en un casillero y me dio la llave. Me entregó una máscara que ocultaba mi rostro.
—Todos están con máscaras. Es para proteger la identidad de las chicas como tú. Nunca se sabe si alguien conocido se nos ha filtrado.
—A mí me garantizaron que no habría nadie conocido.
—No hay forma de asegurar eso.
—Me dieron un listado con los nombres de los invitados. No vi el nombre de nadie conocido.
—¿Sabes el nombre del chico que vende periódicos por tu casa? ¿El que te lleva las pizzas? ¿Sabes los nombres de todos tus vecinos? Cualquiera de ellos podría estar aquí.
—Ya me pusiste nerviosa.
—No te saques la máscara. Tampoco se la sacarán los chicos, pero te lo pedirán.
Fui de frente a la terraza donde estaba la piscina. Había parejas bailando y chicos y chicas paseando, como examinando a los demás.
Todos voltearon la mirada cuando llegué yo. Entonces me di media vuelta y me metí al baño (al de chicas, obvio). Una chica se pintaba los labios cuando yo entré.
—¡Wow! Eres demasiado bonita. Eres nueva, ¿verdad? A las demás no nos va a mirar nadie —me dijo, mientras seguía pintándose los labios.
—Gracias. Sí, es la primera vez que salgo vestida de chica. Y me ha dado vergüenza cuando voltearon a verme. Por eso vine corriendo aquí.
—Te voy a presentar al chico más guapo de la fiesta. Yo no tengo ninguna opción con él. Y tu belleza y feminidad se merecen a alguien como él.
—¿Cómo se llama? Dame sus datos. Tengo miedo que me conozca.
—Se llama Raúl. Ahorita lo verás aquí.
—Ay no.
—Él es el único que entra al baño de chicas. Y seguro que te ha visto entrar al baño. Te aseguro que en menos de 5 minutos atraviesa esa puerta.
Y lo hizo. Tenía un polo que destacaba su musculatura. No lo conocía. Un cuerpo así no pasaría desapercibido. Puso sus manos sobre su cintura y me clavó la mirada. No estaba permitido que los chicos abordaran a las chicas, y él respetó esa regla sabiéndose irresistible. Lourdes, la chica de los labios pintados, me dijo al oído que me acomode el pelo detrás de la oreja, que es uno de los movimientos femeninos más practicados por nosotras para mostrar interés en alguien. Dirigiéndose a Lourdes, le señaló la puerta con un movimiento de su rostro. No fue una señal sutil, sino autoritaria. Ella obediente abandonó el baño con la cabeza gacha. Sin decir una sola palabra, aquel macho acababa de definir sus dominios.
—Hola —le dije nerviosamente.
—¿Te quitas la máscara?
—Sí. Estoy un poco desconcertada. Es la primera vez que me muestro así.
—Lo sé. Eso se nota. Por eso me atreví a exponerme ante ti. ¿Puedo asumir que te resulto atractivo y que me has elegido?
—Si no entras aquí, no me habría atrevido. Eres demasiado atractivo. Gracias.
—Igual tú. Si esta fuera mi primera vez, tampoco te habría mirado. Eres la más linda que ha pasado por aquí.
—Gracias —se lo dije sintiéndome con un rubor tan intenso que me hizo temblar.
—Me gusta tu vestido. ¿Puedes darte la vuelta para ver cómo se te ve desde atrás?
Y giré con cuidado, con las manos tapándome la cara y deseando que me tome por atrás, que me agarre la cintura y que presione su pene contra mi trasero.
Y sucedió exactamente eso. Y mientras su pene crecía y exploraba mis nalgas a través de mi vestido, me besó el cuello y me llevó hasta las nubes. Luego encendió un cigarrillo de marihuana sin dejar su posición atrás mío. Le dio una pitada y me dejó el mismo aroma de lo que me dio Sonia en mi casa. Antes que se lo pida, llevó su mano a mi boca y me dejó allí el cigarrillo. Di una bocanada intensa y él me apretó con fuerza. Luego de unos minutos, entre sus besos y sus manos que acariciaban mi trasero, me sentí tan drogada que me puse de rodillas frente a él y se lo chupé con una habilidad que yo misma me desconocía.
—Mamacita, nadie me lo ha chupado así. No puede ser que seas nueva en esto.
—Eres tú, papito. Tu presencia, tu masculinidad arrolladora me excita tanto que saca de mí la mujer que soy en verdad.
—Quiero eyacular en tu boca.
—¡Haz lo que quieras conmigo! Soy tu esclava. Me someteré a todos tus caprichos.
Me tomó de la cabeza y me movía al ritmo de su excitación. Yo movía la lengua cuando la punta de su pene apenas pasaba por mis labios. De su miembro brotaban unos jugos abundantes y espesos.
—¿La doy dentro de tu boca?
—Me encantaría.
—Voy a meterte tanta leche que no te va a caber en la boca.
—Me tomaré lo que no pueda caber allí.
—Eres tan arrecha, mamita. ¡Me encantas!
—Gracias, muchas gracias.
Y yo seguía succionando esa cosa tan masculina, y cada minuto que pasaba me sentía más mujer, más hembra, más sometida a él. Y mi placer aumentaba. Hasta que un potente chorro de su jugo delicioso me llenó la boca. Aquella sensación que ya había experimentado con el taxista fue mejor. La idea de que ese macho tan varonil obtenga placer de mi boca me llenaba de goce. Yo podía medir su excitación a partir de la cantidad de semen que me rociaba por todas partes. Y su excitación aumentaba la mía. Y así estuvimos un buen rato. Yo enloquecida por mi rostro pegajoso y tibio y el sabor de su néctar dentro de mí. Claro que me pasé una buena cantidad. Y claro que separé un poco con mis dedos y me llevé algo hacia mi orificio anal. Mi calzón se mojó y yo me metí mi dedito.
Raúl notó lo que hice y me tomó violentamente por atrás, me levantó el vestido y su pene se abrió paso entre el costado de mi calzón. Hizo unos movimientos iniciales deliciosos. A pesar que mi culito había probado varios objetos de distintos tamaños y grosores, esa cabeza tan gruesa y brillante me estaba haciendo llorar de placer. Raúl la movía dentro de mí pero sólo en la puerta. Hacía movimientos circulares y me penetraba apenas un par de centímetros e iba avanzando hasta que su cabeza entera se me metía. Era más grande que la de Julio. Era más dura que la de Julio. Era más húmeda y sabrosa, más apropiada para mi hambre de sexo.
Así estaba él jugando conmigo, hasta que empujó lentamente y me fue invadiendo. Mi cosita la sentía como mi clítoris. Comparada con su enorme miembro, era una señal de mi feminidad. Y de ese modo, como mujer, como su objeto, fui penetrada hasta el fondo. Y con el dulce y lento avance que hacía poco a poco, percibía con claridad que mi conducto tomaba la forma de su miembro. Fue una unión que me llenó de felicidad. Demasiado bueno para ser mi primera vez con un hombre. Y al final, esa bestia de carne que me atravesaba con una velocidad desconocida para mí me comenzó a producir dolor. Mi cosita se balanceaba con sus movimientos rápidos.
—¡Me duele, mi amor! ¡Detente un rato!
Lejos estaba de imaginar que esa súplica lo enloquecería todavía más. Me penetró de una manera tan fuerte, tan rápida, tan violenta, que el dolor terminó juntándose con el placer para hacer una combinación angelical y al mismo tiempo demoníaca.
—¡Toma, toma! ¡Voy a hacer que te desmayes de placer! Tienes el culo más rico que he probado. Tus nalgas son un espectáculo sublime.
—¡Muévete más! ¡Muévete más rápido! ¡Destrózame el trasero! Soy tuya, papacito. Te pertenezco. No soy nada sin ti.
Y así llegó su segunda eyaculación, llenándome el culo de su leche mientras él me presionaba por atrás y yo giraba la cabeza para besarlo.
Antes de salir del baño, me dijo que me acompañaría a mi casa.
—Vives sola, ¿verdad? Te quiero acompañar. El taxista que te trajo te regresará. Voy contigo.
Y en ese momento caí en la cuenta de que ese taxista era Julio. Estaba en un serio lío.
(continuará…)