La fiesta de Navidad

Garganta de Cuero nos relata una tórrida aventura entre Mandy y Roberto, que ocultos tras unas máscaras, esconden algo más que un disfraz en una loca fiesta de Navidad.

Sentado en el cómodo sillón del cuarto, frente a la televisión, el hombre trataba de aparentar tranquilidad… ¿para qué, si estaba solo? Calentaba un trago en la mano porque apenas le daba pequeños sorbos. Era un tipo maduro, de 45, piel morena clara y cabello lacio, castaño y oscuro, no demasiado largo, que llevaba a modo de melena. Medía más de 1.80 y era robusto, fuerte y macizo, aunque ya no marcaba como antes. Además era un oso imponente, macho peludo y viril de barba y bigote, muy espesos, que le conferían un aspecto serio y, a veces, hasta intimidante. No le huía a su edad, pues sus sienes y su barba ya mostraban canas incipientes que lo hacían aun más interesante. Y sus lentes de grueso armazón lo convertían en una rara mezcla entre nerd y motorista.

Estaba nervioso, muy nervioso, había sido invitado por su jefe a una fiesta muy especial… y era especial porque, si todo salía bien, se convertiría en una orgía digna de Calígula. Don Efraín era un millonario que se hizo a si mismo a base de trabajo duro y tesón. Salió de los rincones más apartados y miserables del campo para formar un imperio comercial que Roberto, economista de profesión, salvó de la bancarrota al evitar que las volátil economía internacional se llevaran el trabajo de toda la vida del bueno de Don Efraín. Y Don Efraín, hombre justo y generoso con sus amigos, depositó en nuestro héroe toda su confianza… y el culo también.

Don Efraín era un pervertido que no hacía distinciones de ningún tipo, le hacía a todo. En agradecimiento le dio el culo a Roberto y se lo sigue dando desde entonces… a él y a su ejército de amantes. Roberto todavía tiembla al recordar la primera vez  que se cogió a su patrón y el mundo de placer que se le abrió desde entonces. Ahora llevaba una doble vida, pues nadie podía enterarse por nada del mundo. ¡Ja, se estremecía de solo pensar lo que ocurriría si su círculo se llegara a enterar que el correcto Roberto, ejemplo de rectitud y ética, era en realidad un degenerado caliente! No, no podía permitirlo.

Esa noche era la fiesta de Navidad de Don Efraín y el hombre tiraría la casa por la ventana para agasajar a sus selectos invitados y amigos. Sería una fiesta de disfraces con motivo navideño, nadie podría entrar si no llegaba disfrazado y con antifaz, pues también se prohibía mostrar su verdadera identidad. Aquello se convertiría en un bacanal y era la primera vez que Roberto asistiría, y, para ello, había alquilado un traje de cascanueces para esa cita, con bonete y todo, incluido el antifaz, solo su poblada barba quedaría a la vista. Tuvo que inventar un viaje de trabajo para que su mujer e hijos no sospecharan nada.

Y para darle más tensión, su jefe le quería presentar a una hermosa “muchacha con la verga más grande que había visto jamás y a la que le encantaba ser sodomizada… y mejor con una buena verga y brusquedad”. Por enésima vez Roberto vio su reloj… ya era hora de arreglarse. Apagó la tele (ni se había enterado de qué programa tenía puesto) y se dirigió al baño de su suite…

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–        ¡Pero Mandy, cuidado mujer, que todo se te está cayendo hoy!

–        ¡Perdón Christy, es que estoy muy nerviosa, es una fiesta, por Dios!

Mandy y Christy estaban vistiéndose en la casa de la segunda, la primera dijo en su casa que saldría a una fiesta y que luego se quedaría a dormir con su amigo de toda la vida, pero convenientemente olvidó mencionar que estarían totalmente solos. Para ella era un alivio poder librarse de la máscara que mostraba al mundo, pues sus padres, tan correctos y cuadriculados, jamás podrían entenderlo. Ella no era hombre… o por lo menos no debió nacer como tal. Era una mujer, hermosa y exuberante, femenina y delicada, tierna y cariñosa… y muy sensual y caliente.

Estaba nerviosa, muy nerviosa, ella y su amiga Christy habían sido invitadas a una fiesta muy especial… y era especial porque, si todo salía bien, se convertiría en una orgía diga de Calígula. La ofrecía Don Efraín, viejo millonario y pervertido que no hacía distinción alguna entre géneros. Originalmente conoció a Christy y la incluyó en de su extensa y selecta lista de amantes desde entonces… y Christy le presentó a Mandy, poseedora de un falo descomunalmente grueso y largo y un par de testículos redondos, pesados y repletos de semen. El viejo se dejó coger por ella y quedó con el culo abierto como una flor y más satisfecho de lo que había estado en mucho tiempo… obviamente la incluyó en su lista. Lástima que a Mandy le gustaba ser la pasiva, pero por lo menos con ese hombre podía ser ella y no él.

–        Ayudame con esto porfa… – le pidió Christy – ¿ las costuras están bien?

–        Están perfectas. – dijo Mandy, amarrándole y apretándole las cintas del corsé.

Christy iba disfrazada de duende, con un ceñido body verde semitransparente que mostraba la diminuta tanga que llevaba y un corsé rojo pasión, en la cabeza un gorro rojo. Mandy iba de “reno”, con una mini roja de mezclilla, medias oscuras de rejilla y una torerita, dejando su plano abdomen descubierto y el piercing de su ombligo. En la cabeza lucía una diadema con cuernos. Aparte, ambas féminas iban impecablemente maquilladas, con una base espesa y clara, colores llamativos en los ojos y los labios de rojo pasión. Christy llevaría un peluca rosa bajo el gorrito y Mandy llevaría su rubio cabello rizado suelto y planchado.

Mandy iba nerviosa porque, además, Don Efraín iba a presentarle a uno de sus mejores amantes, un hombre maduro y muy bien dotado que la haría ver las estrellas. No sabía nada más de él, pero quería darle una muy buena impresión y dejarlo con las bolas secas, así que pasó todo ese día con un plug anal metido en el culo para estar flojita y abierta y se depiló por completo… iba dispuesta a matar.

Por enésima vez Mandy y Christy vieron sus relojes… ya casi era hora. Se dirigieron al baño para evacuar sus intestinos por última vez, esa noche, si todo salía bien, estarían ocupados por las gruesas barras de carne de machos hambrientos y calientes…

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Era una fiesta de locos, la gran mansión había sido especialmente acomodada para albergar a todos los invitados y  más que eso, parecía ser una lujosa disco. El anfitrión iba de Santa Clos (el Santa Clos más lujurioso del mundo) y le quedaba como anillo al dedo. Había elegido un Santa menos tradicional al clásico gordito en rojiblanco (propiedad de la Coca-Cola, por cierto) y eleigió una versión nórdica menos refinada, con un traje en colores verde musgo, verde azulado, ciruela y violeta, adornado con ramitas de muérdago y hojas de roble canadiense.

El hombre era un oso rollizo casi tan alto como Roberto, con una panza cervecera enorme que hacía juego con su enorme y hambriento culo. Sus ojos eran celestes, su piel blanca y su sonrisa simpática y encantadora. Se dejó crecer la barba y se la decoloró, lo mismo que su cabello. Y como siempre andaba con las mejillas coloradas, el look le quedaba perfecto.

Caminaba saludando a sus invitados, los reconocía sin problemas a pesar de estar disfrazados y enmascarados. “Obvio” se dijo Roberto, “los conoce bien… todos se lo han cogido”. Él andaba a su patrón como si fuese su guardaespaldas, vestido con su traje de militar del siglo 19. A Don Efraín le parecía comiquísimo y así lo presentaba… además opinaba que se veía increíblemente delicioso.

–        Ay Beto, con lo que a mi me gustan los hombre uniformados… ¡yo creo que ya ni te presento a Mandy y me encierro contigo para que me cojás rico, je, je, je! – Roberto enrojeció, a pesar de conocer de sobra a su jefe y de cogérselo a cada rato, todavía no se acostumbraba a todo eso.

Mientras tanto, en otro lado del gran salón de baile, una duendecilla y un reno muy sensual avanzaban impresionadas y despacio entre la multitud. No esperaban ver ese gentío caliente buscando guerra. En algún momento se sintieron fuera de lugar, la mayoría traía disfraces de primera alquilados para la ocasión, mientras que ellas llevaban ropa normal, bonita y bien combinada, pero ropa al fin y al cabo. Pero igual su atuendo logró su objetivo: levantar fuego con su descarada sensualidad, que gritaba a todo pulmón: queremos macho. Eran asediadas por hombres y mujeres por igual y ya empezaban a calentarse. Pero no podían irse con nadie, habían quedado con Don Efraín y no podían quedarle mal. Además, la noche era joven y había mucho que ver antes de elegir, y unas perras calientes como ellas solo se conformarían con la mejor verga de todas.

–        Mandy… preparate niña que por allá está Don Efraín… – ella pegó un salto cuando Christy se lo anunció al oído y los nervios se apoderaron de ella.

–        ¡Cómo! ¡¿De verdad?! ¡¿Dónde está… Beto está con él?… ¿cómo me miro?!

–        Tranquila mujer, que no te vean así o van a pensar que sos una mocosa inmadura… – el regaño de su amiga casi la hace reír, después de todo no estaban muy lejos de ser un par de “mocosas inmaduras”… tenían 19.

–        ¡Ay Christy… ¿y si no le gusto a Beto?! ¡Qué vergüenza con Don Efraín!

–        ¡Mandy, por favor… si no le gustás a ese hombre será porque le falla algo en la cabeza! Estás vestida para comerte completita amor… y con ese gran leño que te cuelga entre las piernas no veo cómo alguien pudiera rechazarte.

La tomó de la mano y se la llevó, cruzaron rápidamente la abarrotada pista tropezándose cada tanto, llevaban unos sexys, pero muy poco prácticos, zapatos: los suyos eran unas enormes plataformas, los de Mandy tenían un fino y altísimo tacón. Sabían cómo irían disfrazados ellos, así que cuando vieron al pintoresco Santa Clos acompañado del enorme cascanueces supieron que eran ellos.

–        ¿Don Efraín?

–        ¡Christy, por Dios Santo… mirá qué buena te mirás!

–        ¡Don Efra, qué buen disfraz!

–        ¡Mandy, vos también estás para comerte entera! – entonces el hombre se volteó a Roberto, que daba gracias a Dios que su máscara ocultara su gesto de idiota… esas putillas estaban para comérselas enteras – ¡Mirá, ellas son las 2 amiguitas de las que te había hablado! La duendecita, es Christy…

–        Mucho gusto Beto… – Christy lo saludó con voz melosa y caliente.

–        …y ella es… Mandy… – el viejo dijo su nombre de una forma muy significativa.

–        Mucho gusto Beto…

–        El gusto es mío señoritas… – Roberto, educado como era, las saludó con una leve inclinación, deslumbrado por su belleza… y ellas con la suya.

Sus ojos grises se toparon de frente con los luceros celestes de ella, que estaba deslumbrada con su presencia, ataviado con ese impecable traje militar del siglo XIX, de chaqueta y pantalón verde musgo y camisa roja. Discretamente se relamió los labios, saboreando desde ya a ese gran macho que, en breves momentos seguramente la tendría ensartada hasta los huevos. Y a Christy y a Don Efraín no les pasó desapercibido la química que nació entre ellos al instante y, por un momento, se sintieron de más allí. Los 4 fiesteros voltearon a ver el gran reloj que colgaba de una de las paredes… la noche todavía era joven y prometía mucho…

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Mandy y Beto bailaron tan pegados que ni el aire podía colarse entre ellos, no les interesaba la música, ni siquiera la escuchaban, solo querían sentirse uno al otro, respirar el aire que el otro exhalaba. No tardaron mucho en confirmar lo que Don Efraín les comentó, los 2 estaban soberbiamente dotados, Roberto lo sintió sobre su muslo y Mandy en su bajo vientre. Ella se sentía acomplejada por su gran falo, no era lo que una señorita debería tener entre las piernas, para ella era una cosa grotesca a pesar que todo el mundo opinaba lo contrario.

Hacía ratos que Christy y Don Efraín los habían dejado solos y ellos apenas recién se daban cuenta… les hizo gracia. Y entonces, en ese momento, el Cascanueces besó con pasión a la hermosa Venadita, cuya mirada enfebrecida le indicó que tenía que llevársela, ya estaba lista. Y así lo hizo, no había nada más que decir. La tomó de la mano y la condujo, a ella le gustó su tacto fuerte y delicado. Subieron por las escaleras y todos los volteaba a ver, sabían a dónde se dirigían y a qué. Llegaron a un pasillo amplio y largo en donde estaban las numerosas habitaciones en donde Don Efraín hospedaba a sus invitados. Habían solo 2 condiciones para usarlos: se prohibía cerrar la puerta y quitarse las máscaras.

Mandy y Roberto pasaron despacio observando lo que ocurría adentro. En las primeras 2 puertas encontraron multitud de gente teniendo sexo. Pero al llegar a la tercera se toparon con una orgía salvaje protagonizada por Don Efraín que berreaba desesperado mientras 2 machos enormes y violentos lo sometían y taladraba por turnos. Roberto sonrió, sabía cómo le gustaba a su jefe ser dominado y maltratado; Mandy también sonrió y sintió, además, envidia por la suerte que tenía Don Efraín de estar subyugado por esos magníficos sementales.

Ni ella ni Roberto pudieron soportarlo más, él la tomó de la mano nuevamente y se la llevó corriendo, casi arrastrándola, buscando un cuarto vacío. Lo encontraron casi al final del pasillo, entraron precipitadamente y Roberto tiró de ella con fuerza, la besó con pasión y luego se separó de ella, se sentó en la cama y empezó a reír.

–        ¡Dios mío Mandy… esta es una fiesta de locos!

–        ¡Si… jamás imaginé estar en un lugar así, je, je, je!

–        Pero bueno, ahora vamos a ver qué tan perra resultás ser tu… – agregó y ella lo abrazó y acarició su ancha espalda, se sintió aguijoneada y excitada.

–        Mmmm… pues decepcionado no te vas Beto… ¿te gusta lo que ves papito?

–        Me encanta… sos increíble, una verdadera hembra…

Roberto se quitó la chaqueta y de nuevo se fusionaron en otro apasionado beso, rodeó su cintura con sus fuertes brazos y la llevó, poco a poco, a un sofá. Así tomaron asiento y ella no se anduvo con sutilezas, empezó a sobarle el bulto. Él se dejó hacer, cerró los ojos y siguió besándola mientras ella le estrujaba el paquete por encima del pantalón, lo encontró duro y listo para la guerra.

Mandy dejó sus labios para lamerle el cuello y quitarle la camisa al mismo tiempo, descubriendo un torso amplio fuerte y peludo, se sintió fascinada por él, era un oso fuerte y viril. Siguió por su pecho y se detuvo en sus pectorales grandes y besó y chupó sus pezones oscuros, al mismo tiempo le abría la bragueta. Por fin liberó ese instrumento que tanta curiosidad le daba y se llevó una sorpresa, Beto estaba muy bien dotado, con unos huevos grandes y una verga dura y muy gruesa de no menos de 20 cm que parecía verla a los ojos amenazadoramente.

–        ¡Por Dios! – exclamó y siguió bajando, lamiendo todo en su camino hasta alcanzar su gran verga, a Mandy ya se le hacía agua la boca

Pasó la lengua sobre su glande rojo e inflamado y le sacó un profundo suspiro, él la tomó de la nuca y presionó, su tremenda talega separó súbitamente las quijadas de la hembrita y se coló hasta el fondo de su garganta. Eso le gustó, le fascinaba que un macho la sometiera y la obligara a tragar de esa forma. Sin soltarla, Beto comenzó a cogérsela por la garganta, tirando fuerte de su cabello. Mandy adoraba sentirse "obligada" y ser tratada como a una perra. Solo la dejó libre para terminar de desnudarse, luego la agarró del pelo de nuevo y la separó de un tirón brusco.

–        Quiero verte desnuda… – su voz tuvo más autoridad de lo que había planeado, le gustó sentirse así, en control de la situación. Era una de las razones por las que le gustaba su doble vida, con su mujer jamás podría hacer todo esto.

Ella se puso de pié y, despacio y con coquetería, comenzó a desnudarse, no necesitó muchas maromas, su ropa era escasa. Sonrió satisfecha al ver su expresión excitada cuando quedó solo con sus medias oscuras de rejilla, sus zapatos de tacón y su antifaz. Beto quedó maravillado, era una sílfide delgada y perfecta, blanquísima, con los pezones perforados con aros plateados y un piercing brillante en el ombligo. Con lo que Mandy si tuvo problemas fue con su inmenso pene y sus enormes testículos, que escondió entre sus piernas cruzadas.

–        ¿Satisfecho de tu hembrita papito?

–        ¡Mucho más de lo que puedo decir con palabras!…

–        Entonces no me lo digás con palabras… – le dijo, acercándose a él como gata en celo. Lo besó suavemente y trató de sentarse a horcajadas sobre sus piernas, pero su enorme pene no se lo permitía, pues no quería que se le saliera por el frente. Roberto solo reía de sus intentos de acomodárselo, pero como lo tenía parado era imposible.

–        ¿Problemas con algo, Mandy? – me preguntó riendo.

–        No… no… todo está bien… – respondió ella, molesta y azorada.

–        Mandy, dejémonos de cosas que Don Efraín ya sé contó que tenés una verga inmensa. Quiero vértela amor… enseñámela…

A ella eso no le hizo gracia, su pene la inhibía horriblemente, pero obedeció, no quería quedarle mal. Separó las piernas y, como un resorte, su hercúlea erección de caballo quedó descubierta. Su gigantesco y grotesco pene se balanceaba horizontalmente frente a sus desmedidos y pesados testículos, como una boa. No pudo evitar sentir una fuerte vergüenza ante la mirada atónita de Roberto.

–        ¡Dios mío, y yo que pensaba que estaba bien dotado! ¡Qué verga tan increíble, impresionante! – ella estaba a punto de decir algo cuando él le agarró el glande – ¡Jamás había visto nada igual en mi vida, es soberbia, me encanta! – entonces la empujó y la hizo caer en el sofá, se arrodilló y se la llevó a la boca.

¡Qué delicia, Mandy sinceramente no esperaba que un macho como él le mamara la verga! Y cómo lo hacía, pues aunque la muchacha se dio cuenta que no tenía práctica, lo hacía con ganas. Succionaba su glande con forma de ciruela y a la vez lo lamía dentro de su boca, al mismo tiempo le masajeaba suavemente los testículos y le rozaba el ano, solo para desesperarla pues sabía que a ella le gustaba. Y ella gemía como dama moribunda mientras recibía ese esmerado trato. Ver a ese gran macho de rodillas ante ella le provocaba un morbo indescriptible.

Luego Beto se detuvo y se puso de pié, la tomó de la mano y la llevó a la cama, se tumbaron en ella con él encima y siguieron besándose apasionadamente. Empezó a acariciarla y a tocarla como a una mujer de verdad, apretándole las tetas y acariciándole los pezones, agarrándole y amasándole las nalgas. Ella se dejaba hacer, mareada por el vapor etílico de su propia excitación y con la sensación única de estar flotando sobre nubes. Pero quien quería participar más activamente era su pene, que presionaba su vientre con fuerza.

–        Tengo algo presionándome aquí abajo, je, je, je. – dijo Roberto riendo.

–        Si… perdón… es que tengo un pene muy rebelde…

–        ¡Mandy, Mandy, no se puede enyuntar a un potro bravo, ja, ja, ja!

A ella le pareció un comentario muy corriente pero no le dijo nada. Bruscamente la jaló y le dio un beso muy apasionado y casi violento, luego la empujó y la bajó del lecho, ella cayó de rodillas y quedó a 4 patas con el culo bien paradito. Mandy sintió que su ano se ponía a palpitar de la emoción.

–        ¿Ya me vas a encular papito? – le preguntó, moviendo el culo y ofreciéndoselo.

–        Si Mandy… te voy a dar gusto…

–        Dale pues, penetrame… partime en 2 con tu macana…

–        Macana es la que tenés colgando entre las piernas… – le dijo separándole las piernas un poco, de forma que quedó abierta y con “todo” colgando – Así es como me gusta verte Mandy, así, sin ocultar nada… sos lo mejor de 2 mundos.

Roberto se puso de pié, sacó de su chaqueta un tubito de lubricante y se echó un poco en dos dedos, presionó sobre el ano de su amante y, poco a poco y sin esfuerzo, se los metió. “¡¡¡AAAAHHHHH!!!” gimió ella de placer, le encantó sentirlo dentro de su ser, hurgándola y abriéndola. Los dedos se movían en su recto y entraban y salían dibujando círculos. Le metió hasta 3, de vez en cuando los sacaba y escupía en su ano o se untaba un poco más de lubricante antes de volvérselos a introducir. A ella le encantaba.

–        ¿Lista Mandy? – le preguntó, tomándole al mismo tiempo su lago garrote que casi se rozaba el suelo. Era una pregunta retórica, ¡ella se estaba muriendo de ganas! Por toda respuesta Mandy movió su culo seductoramente – Bueno, entonces ahí voy… – se puso de pie, automáticamente ella apoyó la cara en el suelo y se abrió las nalgas con las manos, ofreciéndole su agujero. Él la sujetó de las caderas y puso la punta de su pene sobre su ano, apenas necesitó presionar un poco y ya tenía la cabeza adentro de ese delicioso culo.

–        ¡¡¡AAAAHHHHHH!!! – gimió ella en un largo y placentero suspiro – ¡¡Dale Beto, cogeme duro papito, AAAHHHHH, qué rico!! – la perrita subió la cara y se topó con 3 mirones masturbándose viendo como era tomada… se calentó más aun.

Pese a su gran dilatación sintió algo de escozor, pues esa verga tenía un grosor considerable. Pero sus ganas eran mucho mayores y rápidamente inició un rico culeo, contrayendo su ano para sentirlo mejor cada vez que ese pene entraba y salía de él. En minutos ya estaban perfectamente coordinado y sus movimientos se hacían cada vez más bruscos, estremeciéndola por completo a cada embestida de él, su pene se bamboleaba como un gran péndulo bajo su cuerpo.

–        ¡¡¡AAAHHH, AAHHH, Dios mío… BETOOOOOGGGHHH, AAAHHHHH!!! – sus gritos y gemidos se hacían más fuertes conforme aumentaban su ritmo y el placer crecía. Mandy se sentía completamente llena y totalmente abierta, se sentía sometida a ese macho soberbio que la estaba partiendo a la mitad.

Él también se percató de los mirones y, tras cohibirse con poco, sintió un gran morbo que lo empujó a ser más agresivo, si querían un espectáculo se los daría. Jaló a su amante del pelo con fuerza y la levantó, la besó con pasión, catando el sabor de sus labios y lengua. La agarró de la verga y se la comenzó a frotar vigorosamente, asombrándose de lo gorda y dura que era. Se preguntó qué se sentiría ser penetrado por algo así y sintió como su calentura crecía.

La soltó, tomó asiento en el sofá y le señaló su regazo, lanzándoles una elocuente mirada a los mirones, ella entendió lo que tenía que hacer. Se puso a horcajadas sobre él, con su ano hambriento sobre su verga y volteando a ver con ojos pícaros a los intrusos, comenzó a bajar. Roberto mantenía su pene en posición para facilitarle la inserción y con su mano libre la agarró de la cintura haciéndola bajar más rápido. “¡¡¡OOOGGGGHHHH, AAAAHHHH!!!” gimió ella de gozo, el poderoso tronco volvió a entrar en ella y más profundamente si cabe, debido a la postura.

–        ¡¡¡¡AAAAYYYY, BETO, DESTROZAME DE UNA BUENA VEEEZZZGGGHH!!!! – le gritó totalmente fuera de si. Y él le hizo caso, comenzó a taladrarla como un salvaje – ¡¡¡AGHH, OOOUUUHHH… ME MATAS, ME MATAASSGGHH!!! – con sus brazos la ayudaba a subir y bajar cada vez más rápido, destrozándole el culo y matándola de placer y de vicio.

–        ¡¡¡SOS LA HEMBRITA MÁS RICA QUE HE CONOCIDO MANDY, SOS LO MÁXIMO, AAHH!!! – gemía él, viendo de reojo como uno de los 3 mirones se arrodillaba para mamársela a los otros 2… ¡aquella fiesta era una barbaridad!

Mandy continuó cabalgando a su macho, su ano ya no era más que un gran boquete abierto y una fuente inagotable de placer. Sabía que no se podría sentar en una semana, pero no le importó, aquello valía la pena. Lo mismo pensaba él, que se preguntaba lo que dirían su esposa y sus hijos si lo vieran en ese estado, violando brutalmente a una hembra tranny con la verga más grande que la suya. ¡Y hasta con mirones, por Dios, todavía le costaba creer todo aquello!

Enloquecido de tanto gozar, y como un toro desbocado, Beto se levantó y volvió a cambiar de posición, pero sin dejar de cogerla. La puso boca arriba sobre el sofá, con la cabeza apretujada contra el respaldo y las piernas sobre sus hombros, el largo pene de la muchacha le quedó a menos de un palmo de su rostro y eso lo excitó más. Así continuó barrenándola, hasta parecía que le quería arrancar el culo a vergazos. El goce era demasiado para ella, con un ano tan sensible no pudo resistirlo más y alcanzó un ruidoso y violento orgasmo.

–        ¡¡¡¡BETO, BEEETOOOGGGHHH!!!! – Mandy acabó como loca sobre su propio cuerpo tan solo con la estimulación en su recto – ¡¡¡¡AAAAHHHH, AAAAHHHH, AAAAAHHHHH, PAPIIIIIIGGGGHHHH!!!! – lanzó largos y abundantes chorros de semen sobre su rostro, cuello y pecho, retorciéndose y gimiendo de gusto.

–        ¡¡¡ASÍ MANDY, ACABÁ, GOZÁ CON MI VERGA, PERRA!!!

–        ¡¡¡¡OOOHHH, OOOHHH!!!!… ¡¡¡¡MMMMMGGGGHHHH… AAAAGGGHHHH!!!!

Fue un orgasmo apoteósico, increíble, vació por completo todas las reservas de sus testículos y, con ellas, todas sus energía. Quedó derrengaba en el asiento mientras su macho no dejaba de taladrarla, verla acabar así lo puso peor. La tenía firmemente sujeta de la cintura y continuaba embistiéndola con un ritmo frenético, cada vez con más fuerza y violencia, resoplando más fuerte. Los 3 mirones ya estaban adentro, 2 de ellos hacían un 69 sobre la cama, el otro se acercó a Roberto desde atrás y se puso a acariciarle el culo. Ese atrevimiento lo calentó todavía más, si es que se podía, y empezó a arremeter sin control ni ritmo, jadeando más que ella. Y Mandy intuyó que su orgasmo estaba cerca…

–        ¡En mi boca Beto, vaciate en mi boca! – le dijo y se deslizó al suelo de rodillas.

–        ¡¡¡¡AAAAAAHHHHHH, MANDY, MANDY… OOOOOAAAAAAHHHHHHHHH!!!! – sacudiéndose con vigor la verga, y con un par de dedos entre el culo, Roberto lanzó un fuerte bramido y acabó a cántaros. Su hembrita lo esperaba con la boca abierta y la lengua afuera.

El primer chorro entró directamente a su garganta debido a la presión que llevaba. Luego un baño de semen caliente y espeso (directamente proporcional a la talla de sus gordos huevos) cayó sobre su lengua, cara, ojos y garganta. Y ella tragaba y tragaba extasiada aquel néctar, gimiendo tanto o más que él. Finalmente sus estertores finalizaron y él retrocedió y se derrumbó sobre la cama, junto a la otra pareja, jadeando agitadamente y sudando a mares. Mandy se quedó arrodillada y bañada en esperma y sudor, con el culo abierto y palpitante y el corazón acelerado… ambos con una sonrisa de profunda satisfacción.

El tercer mirón la comenzó a acariciar y hasta le metió 2 dedos entre el culo como si nada, asombrándose de lo abierta que la había dejado. Ella no le hizo caso y, así como estaba, se acercó a Roberto gateando como una perra y se metió su ya casi flácida verga en la boca para dejársela limpia. Él se la pasó por toda la cara, recogiendo los restos de su semen y llevándoselos a la boca. Y ella, agotada y algo adolorida como estaba, se sentía feliz y plena ahí en el suelo, como una mujer de verdad que acababa de darle gusto a su macho.

–        ¡MMMMMM… rico! – exclamó ella en un susurro, relamiéndose su semen.

–        Riquísimo… espero haber dejado satisfecha a la señorita… – le contestó él.

–        MUUUUUY satisfecha papito… ¿y a ti te gusté… por lo menos te caí bien?

–        RE-bien… – le dijo y la besó suavemente.

Al mismo tiempo la muchacha le movía el culo al tercer mirón muy coqueta y sugestivamente, estaba desatada y quería más. Ella y Roberto consultaron el reloj… la noche todavía era joven, muy joven.

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Dejó que el agua tibia de la ducha recorriera su cuerpo aquella mañana, ya eran más de las 11. Estaba agotado y desvelado, había sido una fiesta increíble, cogió más de 3 veces y una de ellas con uno de los mirones. Pero ahora venía la parte fea del asunto: la resaca moral. Gozara lo que gozara, jamás podría salir del closet y dejar de ser “el hombre” que todos querían que fuera. Ahora volvería a su casa con su mujer e hijos y haría como si nada hubiese pasado, como si todo estuviera bien. Y ya nada estaba igual ni estaba bien, se había encontrado a si mismo, se descubrió como un amante del sexo más sucio y por primera vez en su vida se sentía pleno. Y eso lo mataba, su esposa era buena y no se merecía eso. Y sobre todo Mandy… su Mandy. No sabía nada de ella, ni siquiera conocía su rostro, pero sabía que a partir de aquella noche era suya.

Y mientras pensaba en esto dejaba correr el agua tibia sobre su cuerpo pecaminoso, acariciándose el falo que ya empezaba a despertar. Roberto vio su reloj, se le hacía tarde para volver a su casa…

.     .     .     .     .

–        ¡Ay! – exclamó Mandy, mientras se untaba el ano con pomada pues lo tenía inflamado y escocido… “deliciosamente escocido” pensó.

Ya eran más de las 11 de la mañana y todavía estaba en casa de Christy, agotada y desvelada. Aquella había sido una fiesta increíble, se la cogieron más de 3 veces y hasta se cogió a uno de los 3 mirones con su gigantesco pene. Pero ahora venía la parte fea del asunto: la resaca moral. Gozara lo que gozara, jamás podría salir del closet y dejar de ser “el hombre” que todos querían que fuera. Ahora volvería a su casa con sus padres y hermana y haría como si nada hubiese pasado, como si todo estuviera bien. Y ya nada estaba igual ni estaba bien, se había encontrado a si misma, se descubrió como una amante del sexo más sucio y por primera vez en su vida se sentía plena. Y eso la mataba, pues su familia era buena y lo quería, nunca podría romperles el corazón. Y sobre Beto… su Beto, su semental. No sabía nada de él, ni siquiera conocía su rostro, pero sabía que a partir de aquella noche era suya.

Y mientras pensaba seguía untándose pomada, sintiendo la acción calmante casi al instante y tranquilizando a su pobre ano. Je, je, por lo menos no quedó tan mal como Christy, que por puta y caliente se dejó sodomizar al mismo tiempo por 2 grandes machos y la destrozaron. Armando vio su reloj, se le hacía tarde para volver a su casa…

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La mujer estaba atareada en la cocina, se había quedado en compañía de su hija menor, solas toda la noche, y eso no le gustaba. Pero qué le iba a hacer, su hijo salió con su amigo Christian y su marido tuvo que viajar por cosas del trabajo. De pronto los oyó regresar, le causó gracia que los 2 volvieran al mismo tiempo. Los oyó saludarse afuera y luego los vio entrar.

–        Buenos días mama… – saludó, Armando, su hijo, con sus rizos dorados cayendo sobre sus hombros y su maleta deportiva en un brazo.

–        Hola cielo… – saludó, Roberto, su esposo, con su bigote y barba espesos y su media melena, impecablemente ataviado con uno de sus mejores trajes.

Ella sonrió ampliamente, la familia estaba completa. Voltearon a ver el reloj de la sala al mismo tiempo… todavía era temprano, estaban a tiempo para el almuerzo.

Garganta de Cuero

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