La fiesta de empresa
Una fiesta, mucha gente de lo más variopinta, rios de alcohol... y una chica borracha
La fiesta continuaba con un ritmo frenético, ni su larga duración, ni lo heterogéneo de sus participantes conseguían apagarla. Había que reconocer que Pedro sabía como organizar buenas juergas. Pedro era el nuevo director de la empresa, mejor dicho de la sección regional de ésta, ya que el negocio tenía ámbito nacional. Había llegado hace un año, con nuevas iniciativas y propuestas que revitalizaron el enfoque de objetivos, la captación de nuevos clientes y todo a base de decisiones sacadas de las más punteras escuelas de dirección de empresas. Entre estas medidas estaba la de conseguir un buen ambiente de trabajo entre los empleados de las oficinas, creando un entorno de confianza y seguridad entre compañeros, lo que viene a denominarse “buen rollo”. Uno de los modos preferidos por Pedro para conseguir esto, estaba el de organizar asiduamente cenas de empresa, tanto serias, como informales y espontáneas en casa de alguien. Y, más infrecuentemente, también organizaba fiestas más “completas” como la de ese día.
En este caso había alquilado por dos días una antigua casa señorial, reconvertida en alojamiento turístico de lujo, apartada a unos kilómetros de la ciudad, con un extenso jardín apartado de miradas indiscretas del exterior por un alto seto, piscina y una distribución interna de las habitaciones casi laberíntica. Pero lo mejor es con qué llenaba la casa, a Pedro le gustaba invitar tanto a trabajadores de la empresa como a clientes importantes para agasajarlos, pero también a clientes minoritarios, simplemente para mostrarles la “grandeza” de la empresa en la depositaban su confianza, a artistas populares de la televisión de los que suelen desfilar por distintas fiestas de todo el país, siempre que se pague su caché, e incluso a mujeres y hombres que si bien no son de los bajos fondos, sí que se le puede colgar la etiqueta de “reputación dudosa”.
Y ahí se encontraba Verónica, a las cuatro de la mañana borracha, y buscando un sitio donde poder sentarse y descansar un poco. Había perdido a Erika, su compañera de oficina y amiga, la última vez que la vio estaba metiéndole la lengua hasta el cuello a un hombre unos diez años mayor que ella y que lucía un delatador anillo de casado. Habían ido juntas a la fiesta después de una semana planteándose si debían acudir o no. Finalmente decidieron ir, a pesar del respeto que les imponía estar rodeadas de tanta gente a la que no conocían, pero ya sabían por propia experiencia que las fiestas organizadas por su jefe obtenían el calificativo de míticas, así que decidieron no perdérsela. Se vistieron acorde a la ocasión, con sendos vestidos provocativos a más no poder, el de Verónica era un vestido rojo ceñido y un sugerente escote que mostraba más que ocultaba sus preciosas tetas, sabía que en estas fiestas lo recatado no estaba de moda.
Durante la noche, les sirvieron un cóctel de bienvenida en el jardín, habían tomado una cena ligera e informal, y posteriormente se sirvieron copas por todas las salas de la casa, donde los grupos se iban formando según afinidades en algunos casos y sin ningún criterio aparente en otros. Verónica, en el transcurso de la velada, había charlado con compañeros de la empresa, con dos conocidos clientes, con un futbolista retirado, y con una exconcursante de un programa de Tv, que nada más comenzar la noche ya daba síntomas de ir bastante colocada. Según pasaban las horas y las copas caían la gente se iba desinhibiendo y cada vez se veían más parejas apartadas en rincones a media luz, las conversaciones en los grupos se volvían más picantes, cuando no sencillamente soeces. En un momento dado de la noche, ya no recuerda cuando, Verónica estuvo flirteando con un amigo del trabajo, pero cuando fue a buscar unas copas al volver, descubrió como su “ligue” se alejaba cogido de la mano de una rubia despampanante
Y así llegamos a este punto, Verónica borracha, sin su amiga, sin ligue para esa noche, buscando un sitio donde poder descansar. Todas las puertas que abría daban paso a habitaciones con parejas follando, hasta que por fin descubrió una vacía, era bastante espaciosa, con un sofá tipo diván, y una cama grande en el centro. Se dejó caer sobre ella y trepó hasta que pudo estirarse completamente en el colchón, en el movimiento su vestido se fue plegando sobre sus caderas dejando medio culo expuesto. “Descanso un poquito y vuelvo a la fiesta” se oyó decir justo antes de dormirse...
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JAIME
Jaime volvía del servicio abriendo puerta por puerta, “¿donde coño está Luís con las chicas?, me he debido confundir de pasillo, esta casa es un caos. Perdón, no quería molestar, seguir a lo vuestro” dijo a unos bultos que jadeaban sobre una cama.
Tras la siguiente puerta que abrió se encontró a Verónica, “perdón, ya me marcho”, “¿estás bien?”, ante la ausencia de respuesta se aproximó a ella y zarandeándola suavemente volvió a insistir “hola, ¿te encuentras bien?, ¿te ocurre algo?”, se acercó más, lo suficiente para comprobar que lo único que le ocurría es que estaba completamente borracha, se rió de si mismo y se dispuso a salir. Pero antes de marcharse se fijó en el hermoso culo de la chica, a medio tapar por el vestido, y sin poderlo evitar paseo su mano por las nalgas, se estremeció ante la mera idea de lo que estaba haciendo, fue un poco más allá y con un movimiento subió el borde del vestido hasta las caderas dejando, esta vez sí, todo el culo al aire, sólo cubierto por el minúsculo tanga de la desconocida...
Se dirigió hacia la puerta, se asomó al pasillo, y tras comprobar que no había nadie volvió a entrar cerrando la puerta tras de si.
Ocupó otra vez la posición al lado de la chica y de nuevo empezó a acariciar el culo, pero esta vez de forma más atrevida, exploró la entrada del ano, apartó el tanga a un lado y arrastró su dedo corazón por toda la raja de ese sonrojadito coño, se entretenía paseándolo arriba y abajo entre sus labios, deteniéndose en el clítoris cada vez que llegaba hasta allí arriba, y vuelta a empezar. Tras unas cuantas pasadas notó un cambio... su dedo se deslizaba con mayor facilidad, ahora había más humedad, la chica estaba lubricando. Con miedo, se giró creyéndose descubierto, pero no, la desconocida seguía durmiendo la borrachera, era su cuerpo el que respondía a los estímulos.
El que no le hubiera descubierto, hizo a Jaime a dar el siguiente paso. Con un brazo izó las caderas de la chica lo justo para pasar una almohada debajo de su cintura, dejándola así expuesta. Se situó detrás de ella, y con la precipitación y los nervios del que sabe que está haciendo algo mal, se desabrochó los pantalones, los dejó caer al suelo mientras él se colocaba entre las piernas de ella. Se puso un preservativo con dedos temblorosos, apuntó su polla erecta y dura por la excitación hacia la entrada de la vagina y la penetró... La dejó dentro unos instantes sintiendo ese calor y humedad que él mismo había provocado. Contuvo el aliento expectante por si se oía algún ruido en el pasillo, cuando comprobó que todo seguía en calma, inició una penetración rítmica y suave por miedo a despertar a la chica. Pero la excitación pudo más que la prudencia y al poco tiempo estaba follándola con todas sus fuerzas, sus embestidas eran cada vez más rápidas y profundas, su cuerpo chocaba con el de la chica con furia, sus manos sujetaban con firmeza la cintura, atrayéndola hacia su polla con cada embestida para hacer la penetración más profunda.
Jaime sudaba, jadeaba, estaba en éxtasis, había olvidado cualquier precaución, cualquier miedo, cualquier atisbo de moralidad. Estaba violando a una desconocida dormida, borracha probablemente drogada y estaba disfrutando con ello... Y de pronto se corrió, fue un orgasmo intenso, prolongado, el más placentero de los que había tenido en su vida... Cuando los últimos espasmos de placer tocaban a su fin, su consciencia despertó, junto con la educación recibida, la moral aprendida, el miedo a la sociedad y a la justicia... Y sintió pánico ante lo que había hecho, se quitó el condón, lo ató y lo guardó en uno de los bolsillos. Se vistió rápidamente y se marchó cerrando la puerta tras de sí, sin molestarse en como dejaba a la chica semidesnuda en la cama. En la precipitación por abandonar la escena de su crimen casi choca con una pareja que subía por las escaleras en ese momento. “Eh, cuidado por donde vas”, oyó que le increpaban, pero no volvió la vista atrás...
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ALFONSO Y SARA
“Joder el loco ese, casi nos tira”, “bah, déjalo correr a estas horas la gente ya va un poco desfasada” respondió Sara al comentario de Alfonso.
“Jodo, hay gente follando en cada habitación” dijo Alfonso tras la tercera puerta abierta sin éxito. “Vaya, ¿qué es lo que tenemos aquí?” exclamó Sara que había abierto la siguiente puerta, “ven cielo, a ver que te parece esto”.
Alfonso se acercó curioso a contemplar lo que había llamado la atención de su compañera, y lo que encontró fue una chica borracha, tumbada boca abajo y el vestido arrugado en torno a la cintura. “Ésta ha echado un polvo y se ha quedado grogui según ha terminado, y su amante ha aprovechado para volar. Jajaja, creo que ya hemos encontrado nuestro nidito de amor, a ella no creo que le importe” dijo Sara ante la cara de sorpresa de Alfonso.
Tomando la iniciativa Sara, una rubia teñida de unos 30 años, arrastró a su pareja hasta la cama, lo tumbó y se sentó a horcajadas sobre su cintura, se quitó el vestido por los hombros y tras él, el sujetador. Acercó sus grandes pechos a la cara de Alfonso, que no rechazó la invitación y empezó a lamerlos. Sara revolvía el pelo de su hombre, mientras lanzaba miradas lascivas a la chica que estaba tumbada a escasos centímetros de ellos... La situación la estaba poniendo a mil, estaba muy excitada, y eso se reflejaba en su coño, que rezumaba su humedad por todos sus muslos. Poseída por una lujuria atípica, arrancó la ropa de su amante y ella misma se penetró con la gorda polla, inició una cabalgada violenta, parecía saltar sobre la cadera del hombre. En un momento dado, se inclinó sobre el cuerpo de Alfonso para decirle guarradas al oído: “fóllame, fóllame al lado de la perra ésta”, “¿qué diría tu mujer, si supiera que usas de excusa una fiesta de empresa para quedar con tu amante y luego follártela al lado de una zorra borracha?”. Curiosamente las palabras de Sara tenían más efecto sobre ella misma que sobre Alfonso, y con cada una de sus frases se incrementaban sus jadeos y sus gemidos, hasta que explotó en un tremendo orgasmo: su vagina se contrajo en torno a la polla de su macho, sus manos se cerraron sobre el pecho de Alfonso clavándole las uñas en sus pezones, consiguiendo que éste gritase en una mezcla de placer y dolor.
Alfonso reaccionó tomando la iniciativa: abrazó a Sara y en un rápido movimiento invirtió las posiciones dejándola a ella boca arriba y situándose entre sus piernas. Cuando su polla se acercaba al sexo de su amante con claras intenciones de tomar él el mando, le interrumpió una frase de Sara que no olvidaría durante el resto de su vida “¿aún sigues queriendo follarte un rico culo?”. “Por fin me vas a dejar metértela por el culo” respondió incrédulo Alfonso, que llevaba dos años intentándolo sin éxito. “Jajaja, el mío no, tonto, el de ella”. Las palabras retumbaron en su cabeza, en ningún momento se le había pasado por la mente tocar a esa chica, la situación le había dado morbo desde el principio: echar un polvo al lado de una desconocida y que ésta ni se enteré no es algo que ocurra todos los días. Pero de pronto llegó la proposición de Sara, la excitante Sara, la que hacía que cada noche que pasaba junto a su esposa contase las horas que faltaban para volver a encontrarse con ella.
“Estás deseando. Igual que yo de que lo hagas”, dijo Sara sacándolo de su ensoñación, “venga, será nuestro secretito”. Lo que sucedió a partir de entonces, Alfonso siempre lo recordaría como en un sueño: Sara tomó la iniciativa de la situación, colocó a su amante entre las piernas de la borracha, buscó en su bolso un pequeño bote de gel lubricante que usaba como intensificador de sus relaciones, se puso una pequeña cantidad en los dedos y comenzó a lubricar la entrada del ano de la chica, cuando creyó que su trabajo había terminado tomó un poco más de lubricante y lo extendió por la polla de Alfonso en una suave masturbación, fue un gesto cargado de erotismo y excitación, sus movimientos eran pausados, relajados, parecían tranquilos, pero nada más lejos de la realidad, ambos estaban a mil por hora, sus cuerpos los delataban, la polla de Alfonso palpitaba como si quisiera saltar de sus caderas, sus manos temblaban, Sara tenía los pezones duros como piedras, y su coño brillaba con la cantidad de flujo que salía de su interior.
Miró a Alfonso a los ojos, no hizo falta decir más, las palabras sobraban. La polla se apoyó en el esfínter de la chica y con una ligera pero constante presión el glande entró venciendo la resistencia de ese culo. La chica se movió ligeramente, pero no se despertó estaba demasiado borracha. La polla de Alfonso continuó su intromisión en el cuerpo de la mujer, avanzó centímetro a centímetro hasta que entró por completo. Sara contemplaba todo desde al lado, tenía una mirada lujuriosa, se mordía el labio inferior y con sus manos apartaba las nalgas del culo para conseguir una mejor visión. Alfonso se movía hacia adentro y hacia afuera, cada vez que sacaba la polla, lo hacía hasta sacarla casi por completo y cada vez que entraba, lo hacía hasta el fondo pegando sus caderas con las de la chica, estaba disfrutando de lo lindo, con Sara nunca había conseguido practicar el sexo anal, y con su mujer lo intentó una vez, pero ésta ante el dolor no le dejó seguir y mucho menos intentarlo una segunda vez... Pero en esta ocasión era diferente, la chica a la que estaba follando el culo, estaba inconsciente, no se quejaba, no opinaba, es cómo si no existiera...
La que sí que existía era Sara: su mano derecha se había deslizado entre sus piernas buscando sus labios, su clítoris, se estaba masturbando mientras veía violar el culo de esa desconocida, nunca ni en sus fantasías más inconfesables se habría atrevido a imaginar una situación así, y sin embargo ahí estaba disfrutando como una loca...
Ninguno de los dos sabría decir cuanto tiempo duró aquello, ¿unos segundos?, ¿varios minutos?, lo que si que recordarían siempre es el apoteósico final... Alfonso se corrió brutalmente, llenando el culo de la mujer con su abundante leche, en medio de una última embestida profunda y brusca que desplazó a la chica de su posición inicial, y acompañándolo con un grito ronco que salió de la profundidad de sus entrañas. Sara aceleró el ritmo de sus caricias viendo como se corría su compañero e imaginándose la leche en el cuerpo de la chica, hasta que finalmente, entre jadeos también se corrió.
Se miraron y sonrieron, se besaron. No hubo remordimientos. Él estaba pletórico, con una sensación que no sabría explicar. Ella aún seguía cachonda, echaría otro polvo allí mismo, pero era mejor no tentar a la suerte, había que irse.
Cuando Alfonso terminó de vestirse y se disponía a salir, las palabras de Sara le retuvieron, “espera, quiero un trofeo. Ayúdame a quitarle las bragas”. Él le sonrió, esa noche estaba llena de sorpresas. Entre los dos le quitaron la codiciada prenda, en mitad del proceso la giraron y la pusieron boca arriba. Con el tanga de la chica en la mano, Sara le echó un último vistazo antes de marcharse, y se le ocurrió la enésima perversión de la velada. “Espera, tenemos que acomodarla” y dicho esto, le abrió las piernas y le subió el vestido hasta la cintura, dejándola sobre la cama, piernas abiertas, coño expuesto, brillante... “Así si que está en una posición acorde a lo perra que es” rió Sara. “Estás enferma mi vida” le recriminó Alfonso sonriendo.
Y se marcharon.
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PEDRO
La fiesta estaba siendo un éxito, sabía por su propia experiencia que este tipo de eventos, sabiéndolos organizar “bien”, abrían muchas puertas en el mundo de los negocios. El alcohol corría en ríos, ante la presencia de drogas bastaba con hacer la vista gorda, los clientes, proveedores y gente con algún tipo de influencia se desinhibían, buscaban chicas, de éstas también había un buen surtido: mujeres de hombres influyentes, trabajadoras de sus oficinas, todas ellas mezcladas con prostitutas de lujo pagadas por él, que pasaban desapercibidas en ese ambiente, y terminaban por sacar los más bajos instintos de los hombres que previamente les había marcado su contratista. Así es como se conseguían favores en un futuro, bien por la fiesta ofrecida, bien por el silencio posterior, en cualquier caso él ganaba.
A él mismo se le habían insinuado varias mujeres durante la noche, pero las rechazó a todas, lo que menos necesitaba es un escándalo con la esposa de un político local, o con la hija de algún empresario de la competencia. Había que ser cuidadoso. De todos modos al final casi de la noche, obtendría el premio a su paciencia: en el piso superior, donde había dejado una habitación reservada para él, le esperaba un bomboncito de 18 años, su última conquista, a la que había colocado como becaria en una de las oficinas.
Y por fin había llegado la hora de cobrar su presa, iba a buscar a la adolescente. Al pasar por el pasillo de la primera planta, que le conduciría a la habitación donde le esperaban, se encontró con una puerta abierta de par en par, y dentro una visión reveladora: sobre la cama había una chica con el vestido enrollado sobre su ombligo, las piernas abiertas y sin bragas, con todo su sexo expuesto. Le pareció reconocer su cara, debía ser una empleada de alguna de las oficinas. Desde el marco de la puerta Pedro mostró una sonrisa sádica en su cara. Avanzó unos pasos cerrando la puerta tras él.
Se detuvo al pie de la cama contemplando con más cuidado su descubrimiento, la chica era guapa, tenía dos bonitas y grandes tetas, su coño, como había observado antes, se mostraba en todo su esplendor, pero captó algo que antes, por la distancia, le había pasado desapercibido: de su culo salía un líquido blanco, pegajoso. “Vaya”, pensó “no he sido el primero en tener esta idea”. Y su cuerpo reaccionó con una tremenda erección.
Agarró el vestido por el escote, y de golpe tiró de él hacia abajo, dejando al aire las tetas y el vestido enrollado sobre el vientre. Se entretuvo admirando los pezones y las aureolas que los coronaban, hasta que sus manos siguieron el camino de su mirada y pellizcaron esos dos botones marrones, los estrujaron con firmeza y algo de fuerza, el cuerpo de la chica tembló y se movió ligeramente. Pedro sonrió, su polla estaba cada vez más grande.
Cogió a la chica de las piernas y la arrastró hasta dejar su culo en el borde de la cama, bajó la cremallera del pantalón de su traje y se sacó la polla. Una polla dura después de toda una noche esquivando pretendientes, con las venas marcándose en todo su contorno y un glande sonrosado, mostrando unas primeras gotas de líquido preseminal en la punta.
Levantó las piernas de la chica y las apoyó sobre sus hombros, elevando e inclinando la entrada a ese coño que se le ofrecía de forma inesperada. Acercó su pene y lo metió de golpe en la vagina de la mujer. Su cadera chocaba con su culo cada vez que acometía una embestida, metía la polla y la sacaba con fuerza, con rabia contenida después de toda una noche aguantando a imbéciles aburridos. Con cada empujón imaginaba la cara de alguna de las mujeres que esa noche había tenido que rechazar, cuando lo que le habría gustado es ponerlas a cuatro patas y joderlas.
Según crecía su rabia también lo hacía el ritmo de sus embestidas. De pronto se dio cuenta, ¿la chica se había movido, o eran sus propios movimientos lo que le había dado esa sensación?. No, la mujer hacía algún tímido movimiento, los típicos del soporífero despertar de las borracheras. La sensación de poder ser descubierto, en vez de asustar, excitó más todavía a Pedro, que arreció en sus embestidas, siendo cada vez más violentas, más profundas, con más fuerza. El sonido que hacían las caderas al encontrarse se convertía en un golpeteo rítmico. El semen que se escurría del culo de la chica, manchaba el caro pantalón. Todo ello enardecía a Pedro, cada vez más excitado, aumentó la amplitud de sus movimientos para realizar unas últimas penetraciones violentas, salvajes, hasta que todo terminó. Puso sus ojos en blanco, gruño y descargó su leche dentro de la chica...
Permaneció dentro unos instantes más, para dejar dentro de ese coño hasta la última gota de semen. Cuando terminó sacó la polla con la misma brusquedad con la que la había introducido, consiguiendo con esto que la chica sufriera un escalofrío y leve movimiento de cabeza. Estaba en la turbia frontera alcohólica entre el sueño y la vigilia.
Le bajó con cuidado las piernas al suelo y se entretuvo observándola un rato. Finalmente tomó una decisión. Cogió un sobre con membrete de la empresa turística, propietaria de la casa, que había en un escritorio de la habitación, introdujo dentro dos billetes de cien euros que llevaba en la cartera y una tarjeta de visita con sus datos que le identificaban, que le delataban y en ella escribió: “Llámame”. Dejó el sobre al lado de su cabeza y salió de la habitación dejando a Verónica sola, desnuda, follada...