La fiesta de casamiento

Me encuentro felizmente casado, pero cada tanto concreto las más locas fantasías.

LA FIESTA DE CASAMIENTO

Debo comenzar diciendo que me encuentro felizmente casado desde hace cinco años y que si bien la vida sexual que mantengo con mi esposa es plena y satisfactoria, de tanto en tanto doy rienda suelta a mis más alocadas fantasías –que las he tenido desde muy temprana edad-, y por ello mantengo alguna que otra aventura extramatrimonial.

Con motivo de mi trabajo viajo con frecuencia al exterior de mi país, y es así que, encontrándome en un país distinto, nada temo y puedo convertir en realidad aquello que de otro modo quedaría dentro de mí.

Lo que voy a contar a continuación, no fue una fantasía sino algo con lo que me topé. Resulta que fuimos invitados al casamiento de una amiga de mi mujer. El pronóstico era desalentador, pues me cae mal su amiga, aunque no conocía a su novio, así que la perspectiva era realmente mala.

Ni bien llegamos a la fiesta, y luego de saludar a algunos conocidos de mi esposa, y mientras ella se quedaba charlando, me dediqué a husmear por el salón, como una manera de divertirme. Me asombró no solo el tamaño del lugar -2 pisos enteros- sino también su lujo. Tenía varias pistas de baile, cada una con su propia música, como así también barras donde se servía todo tipo de tragos. Había también varios sanitarios para los invitados, seis por piso para más datos, tres para hombres y tres para mujeres. Eran grandes y limpios. Incluso, contaban cada uno de ellos con un pequeño lobby, con un sofá de cuatro cuerpos, a fin de sentarse y descansar, ó fumar algún cigarrillo si era el caso.

Luego de esto, volví con mi esposa y estuvimos bailando y bebiendo durante una hora, al cabo de la cual ella propuso sentarnos para reponer fuerzas. Aproveché la ocasión para ir a fumar un poco al sanitario. Tengo por costumbre fumar muy poco, pero en ese momento era la excusa ideal para alejarme un poco del ruido. Así, entré en el lobby del sanitario y encontrándolo atestado de gente, opté por ir a uno de los gabinetes destinados a la atención de nuestras necesidades primordiales y, luego de cerrar la puerta, me senté cómodamente y me puse a fumar. Llevaba ahí un buen rato y es evidente que el ambiente se fue vaciando. Sin embargo, preferí quedarme donde estaba, por comodidad. Estaba a punto de marcharme cuando pude oír que la puerta del sanitario se abría, y segundos después abrían y cerraban la puerta del gabinete próximo al mío. Supuse que era algún invitado apurado por evacuar los excesos de esa noche. Sin embargo, comencé a escuchar ruidos confusos, como de roce de ropa y jadeos. Preso de la curiosidad me incorporé y subiéndome al water con cuidado me asomé para echar un vistazo. Pude ver entonces a dos hombres que, mientras intentaban nerviosamente quitarse la ropa uno al otro, no dejaban de besarse.

La escena me calentó inmediatamente. Uno de ellos mediría un metro ochenta y cinco, pelo castaño, y por lo que se veía, muy musculoso. El otro sería de un metro setenta, rubio, de piel muy blanca, rosada diría yo, y lampiño. No era musculoso, pero sí delgado.

Inmediatamente tomé una decisión. Salí del gabinete y del baño lo más silenciosamente posible, y me dirigí a la mesa donde estaba mi mujer. Allí, con la excusa de haberme quedado sin cigarrillos, le pedí me prestara algunos. Me respondió que tomase los que quisiese de su bolso. Abrí su cartera y disimuladamente tomé el frasco de crema que siempre lleva para humectarse las manos –pues dice tener la piel muy seca-, y luego, para cumplir, tomé dos cigarrillos del paquete allí guardado.

Volví al sanitario y tomando una toalla de papel, escribí encima la leyenda "servicio clausurado" y la pegué con un poco de jabón del lado de afuera de la puerta. A todo esto, al entrar hice el suficiente ruido para que los tortolitos supiesen de mi presencia y así, retrasarlos un poco, pues no quería que terminaran antes de lo previsto. De todos modos, por temor a ser sorprendidos, no se asomarían siquiera a ver qué hacía.

Hecho lo anterior, me quedé en el vestíbulo del lado de adentro, cerrando la puerta con llave que colgaba de la cerradura y guardando silencio hasta que los ruidos sordos de aquel gabinete volvieron, dándome a entender que aquellos tíos se creían solos una vez más.

Caminando lo más silenciosamente posible, fui hasta el sofá y me desnudé íntegramente, aunque sin sacarme lo zapatos ni las medias. La ropa la llevé al gabinete más alejado y luego de bajar la tapa del water la dejé allí. Era preciso apurarme. Tomé la crema de mi esposa y poniéndome de cuclillas me unté los dedos y sin pensarlo, los hundí en mi culo. Me encontraba realmente excitado. Lo que estaba por hacer, más la presencia de mi esposa y de otros trescientos invitados del otro lado de la puerta, me ponía a tope.

Me gusta disfrutar del buen sexo. Para ello, no me privo de nada. Suelo utilizar en mi culo los consoladores de mi esposa, para mantenerme dilatado y por lo demás, practico natación tres veces por semana desde mi adolescencia, lo que me permite conservar un físico estilizado, además de tener la excusa perfecta para mantenerme siempre depilado, incluso mi pene y mi cola. Así que, imagínense la escena: dos amantes desconocidos dentro del gabinete y yo, fuera, desnudo, depilado y con varios dedos metidos en el culo, esperando por sorprenderlos.

Cuando consideré que ya tenía mi esfínter suficientemente dilatado, golpeé a su puerta con fuerza y los llamé, como si fuera un guardia de seguridad. Del otro lado se hizo silencio y pronto oí los ruidos propios del que piensa abrir una puerta. Mayúscula fue su sorpresa cuando al hacerlo se toparon con un hombre que les era desconocido, totalmente desnudo y con su pene erecto, esperando lo invitaran a pasar. No comprendían nada, pero yo tampoco estaba para explicarles. La escena que se me reveló era por demás apetitosa. Ambos desnudos igual que yo, con sus penes apuntando al cielo; mientras el del alto se encontraba brilloso –lo cual revelaba que hasta hace muy poco se encontraba dentro del culo ó de la boca de su amante-, de la punta del otro goteaba un hilo de líquido seminal, de unos quince centímetros de largo y que pese a ello no se cortaba, sino que se balanceaba pendularmente cuando su dueño se movía. Supe en ese momento que me tomaría la leche de ambos a manera de premio por mi atrevimiento.

Entré en el gabinete y sin presentaciones ni preámbulos, me paré en el medio de ambos, dándole la espalda al más alto. Mientras recargaba mi cola contra su pene, tomaba de la cintura al más bajo y lo atraía hacia mí. Cuando lo tuve bien pegado y pude sentir su pecho transpirado contra el mío, tiré hacia atrás suavemente del pelo de su nuca, para obligarlo a levantar la cabeza. Al hacerlo abrió su boca, momento que aproveché para introducir mi lengua lo más adentro posible, mientras con mi mano libre sobaba y pellizcaba suavemente sus tetillas. El sujeto más alto comprendió inmediatamente de qué iban las cosas y abrazándome por detrás, comenzó a friccionar su pene por la raya de mi cola, mientras con una mano masajeaba mi pene y con la otra manoseaba mi cuerpo. Cinco minutos después, él se encontraba sentado en el water, conmigo encima suyo con su pene de veinticinco centímetros metido íntegramente en mi ano, mientras yo con mis manos masturbaba al tío más bajo, que se limitaba a manosearnos a los dos que estábamos sentados. Fuimos así alternando posiciones. A veces me tocaba a mí recibir y a veces era uno de ellos el que recibía ó lamía. Era enloquecedor. El espacio era tan pequeño –no me tomé la molestia de decirles que el baño estaba "clausurado" y que no entraría nadie-, que hacía un calor terrible. Estábamos los tres muy transpirados, lo que hacía que nuestros cuerpos estuvieran resbaladizos.

Luego de unos cuarenta y cinco minutos de meter y sacar, de chupar, lamer, tocar, sobar, morder y demás, el más alto comenzó el camino del no retorno. Yo lo advertí inmediatamente, pues estaba dentro mío y sentí su pene inflamarse y latir, apretando aún más las paredes de mi esfínter. Sin dudar, salté de encima suyo para evitarlo. Parado al lado suyo metí dos dedos de mi mano en la boca del tío, que comenzó a chuparlos lentamente. Le dije que tratara de contenerse lo más que pudiera. Con mi otra mano libre tomé el pene del restante y comencé a masturbarlo. Sorprendentemente este último también estaba a punto de llegar, así que aproveché y tiré de él para acercarlo aún más a nosotros. Cuando comenzó a acabar, apunté su pene a la entrepierna del otro, de modo tal que su leche bañó literalmente el sexo del sujeto más alto. Una vez hecho esto comencé a masturbarme frenéticamente. Cuando llegué, regué también, al igual que el anterior, la vara que hasta hace un momento estaba en mi ano. El dueño me miraba y me dejaba hacer.

Cumplido lo anterior, y ante la mirada del restante, comencé a lamer toda la deliciosa leche que bañaba ese pene enorme. No importaba que fuera mía o de otro. La degusté lentamente y mientras tanto, masajeaba con mi lengua los huevos, la pija y el glande de tamaña obra de arte. Tan bien lo hice que al rato dicho aparato comenzó también a escupir hilos de leche tibia, blanca y espesa, que fui tragando hasta no dejar nada. Al incorporarme, y sin decir palabra, juntamos nuestros rostros y sacando nuestras lenguas, jugueteamos con ellas tocándonos mutuamente la punta. Al final, nos vestimos rápidamente y salimos de a uno, para no llamar la atención.

Cuando salí del sanitario, despegué el cartel pegado contra la puerta y comencé a buscar a mi esposa, quien se encontraba charlando animadamente con la novia, su amiga. Yo me acerqué y las saludé. Curiosamente, no recibí ninguna reprimenda de mi esposa por mi ausencia, pues les interesaba preguntarme si había visto al novio, a quien buscaban para cortar el pastel. No llegué a contestarles cuando detrás de mí una persona llamó por su nombre a la novia, quien inmediatamente sonrió aliviada.

Al girar para conocer a ese sujeto, me encontré cara a cara con uno de mis recientes amantes. Más precisamente el tío más alto, quien sin inmutarse y haciendo como si no me conociese, le dirigió la palabra a su flamante esposa pidiéndole disculpas por haberse ausentado, pero había sido inevitable, pues su primo –y entonces advierto la presencia de mi otro ocasional amante al lado del anterior-, aquí presente, se descompuso y necesitó de cuidados especiales.

Solucionado el percance y hechas las presentaciones de rigor, los novios fueron a cortar el pastel y todo quedó solucionado.

De más está decir que desde entonces hemos estrechado los lazos con la amiga de mi esposa, con su marido y con la familia de éste. Incluso, nos reunimos los hombres una vez a la semana en la casa del primo para jugar al póker. Mi esposa no me espera despierta, pues suelo llegar muy tarde y, aunque no se lo diga a ella, satisfecho y con ardor en el culo.