La fiesta
Esta es una historia especialmente creada para disfrute de las mujeres, para que os metáis en el papel. Una fiesta, unas copas de más y una chica a la que su novio no echa cuenta...¿Quién de vosotras no ha soñado con ser infiel?
Mis ojos no podían dejar de admirar las bellezas que había en aquella fiesta. Tres meses hacía ya que mi ex y yo lo habíamos dejado, tres meses sin comerme una rosca. Mi vida sexual con Cristina fue muy intensa, disfrutábamos mucho de buen sexo y de pronto me quedo sin nada. Todo hombre que sepa lo que es estar en esa situación sabe de lo que hablo. No haces nada más que intentar recordar como era su cuerpo desnudo, a que sabían sus pechos, la sensación de una buena boca rodeando tu miembro... demasiados recuerdos como para soportar esa abstinencia durante tanto tiempo.
Cristina, en cambio, pronto encontró el "alivio" en los brazos de otro: Aníbal, el típico cachitas con el cerebro del tamaño de una nuez y que tenía toda la pinta de no saber satisfacer a una mujer. ¿Acaso me estaba poniendo celoso? ¿Tan bueno me creía que pensaba que ningún otro la podría satisfacerla como yo? Las paranoias, ligadas con una buena dosis de alcohol y música, estaban haciendo que aquella fiesta fuera una tortura para mis sentidos, más aún cuando tenía que soportar la visión de aquél cuerpo que un día fue mío en los brazos de otro hombre.
Para mí, su cuerpo era el de una diosa. Su pelo negro azabache unida a su mediana melena con pequeños rizos hacía que se dispararan todas las alarmas en mi interior. Unos pechos generosos y muy bien formados, deliciosos al tacto y sobretodo al gusto, aderezaban un cuerpo como a mí me gustaba, con caderas y curvas que podrían volver loco a cualquier hombre. Su preciosa cara, inocente para los demás, lujuriosa y morbosa en los momentos íntimos, hacía que se convirtiera en toda una muñequita para los hombres, que siempre la habían mirado de esa manera que los novios sabemos: cuando otros hombres te envidian por la novia que tienes.
Me perturbaba la mente imaginar que la había perdido, que ese cuerpo no volvería a ser mío. El alcohol seguía haciendo efecto, haciendo que mi cabeza diera más vueltas. Otro whisky con cocacola, ya no sé ni cuantos llevo. Encima el alcohol me provoca el efecto contrario que al resto de los hombres, me ponía a cien. Ya había intentado hablar con varias de las bellezas de aquella fiesta, pero ninguna parecía dispuesta a quitarme aquella calentura que no podía soportar.
La una de la madrugada. Que guapa está Cristina hoy, es la más guapa de la fiesta. Hoy se ha puesto el vestido que tanto me gusta. El generoso escote y la corta falda de ese vestido, siempre me había excitado. Cuántas veces metí mi cabeza debajo de aquella falda. Seguro que ese cachitas no sabe ni hacerle una buena comida de coño.
Las dos de la madrugada. ¿Cuántos combinados debe llevar ya Cristina? Parece que ya tiene el "puntito". Aún no está borracha, pero se la ve "contenta". ¡Madre mía, y cuantos llevaré yo! En cuanto me tome dos copas más voy a hablar con ella, estoy decidido.
Las tres y media. Después de dos copas más estoy muy perjudicado, creo que el alcohol me ha dado la determinación que me faltaría de estar sereno. Que ella también parezca estar bebida, quizá me dé una ventaja. Solo tengo que esperar mi oportunidad.
Cuatro y diez. Ahora es el momento, por fin se ha quitado al simio descerebrado de encima y parece que va al servicio sin compañía de ninguna amiga. Cada vez queda menos gente, y parece que él está charlando con sus amigos. No me verá si salgo detrás de ella.
La casa donde se hacía la fiesta era de un amigo común. Una casa de sus padres, que no estaba habitada desde que falleció su abuela, su antigua inquilina. La casa está en buen estado, aunque se le notan los desconchones en la pared y el abandono de no estar habitada. La casa contaba con un aseo y varias habitaciones, algunas con sofás o sillones, que hoy servían más como "catres" para parejas que para otra cosa. En la planta de arriba, a la que se accedía por una escalera, solamente quedaba una especie de trastero en el que se almacenaban los chismes y otro aseo, más pequeño que el de abajo.
Al ver que el aseo de abajo estaba ocupado, al parecer por una parejita cariñosa que no se conformaba con el sofá de una de las oscuras habitaciones, Cristina decidió ir al aseo de arriba, al que nadie había accedido hoy. Disimuladamente salí tras de ella. Una vez subió las escaleras y entró en el trastero, entre detrás y cerré la puerta sin hacer ruido.
El trastero estaba muy oscuro, ya que no había encendido la luz, que no se necesitaba al estar la puerta del aseo cerca de la salida de la habitación. Esperé a que Cristina terminara, y cuando escuché la cisterna me escondí detrás de un colchón que había de pie apoyado en una pared. Cuando ella salió, me acerqué despacio y le cogí los brazos por detrás suavemente. Pegó un pequeño respingo.
Me has asustado, Aníbal, no me gusta que me hagas estas cosas- dijo visiblemente sobresaltada por lo inesperado de la situación.
Le impedí darse la vuelta acercando mi cara a su nuca, dándole a entender que no se girara. Saqué un pañuelo que llevaba en el bolsillo y se lo puse a modo de antifaz.
¿Qué haces, tonto? ¿Y si alguien entra y nos ve? Anda, déjate de juegos y volvamos a la fiesta, luego si quieres te hago una buena chupada.
Aquellas palabras encendieron dentro de mí las ansias de venganza. Aprovecharía que pensaba que era el idiota de su novio para aprovecharme de ella. Ese cuerpo volvería a ser mío. Le puse el improvisado antifaz de modo que no pudiera ver nada, y encendí la luz. Acaricié sus brazos, desde detrás, y sentí como los pequeños vellos rubios de sus brazos se erizaban con el contacto de mis manos.
No, vamos abajo, anda déjalo ya.
Sus palabras ya eran suaves, como diciéndome que por favor no hiciese caso a lo que decía. Notaba que lo estaba deseando. Su delicioso cuello estaba a mi alcance, así que acerqué mi boca y empecé a besarlo suavemente, mientras seguía acariciando sus brazos. La tenía entregada a mí, yo lo sabía, y deseaba que supiera que era yo y no su novio, aunque para todo habría tiempo. Notaba como los besos que le intercalaba entre el cuello, la nuca y el lóbulo de la oreja, estaban dando sus frutos, ya que se le estaban erizando los vellos de la nuca y comenzaba a respirar más fuerte. Mis besos en el cuello iban subiendo de intensidad, y ya empezaba a sacar la lengua para chupar el lóbulo de la oreja y el cuello, que sabía que eran su debilidad.
El excitante olor a saliva unida a mi grado de excitación, hizo que mis manos, ya incontroladas empezaran a rodear sus poderosas caderas, acariciándoselas por los lados y llegando al borde de la corta faldita que llevaba. Subía lentamente de las caderas hacia arriba, acariciando desde su barriga a la base de sus pechos, aunque sin llegar a cogerlos, subiendo y bajando las manos.
Mmmmm, está bien, ya me tienes cabrón. Me has puesto cachonda.
Yo esto lo notaba. Su precioso culo había empezado a acercarse a mi ya abultado paquete y se había comenzado a refregar con él haciendo círculos. Seguí con mis caricias, bajando por la barriguita hacia abajo, metiendo mi mano por debajo de la falda y comprobando que efectivamente estaba cachonda, ya que sus braguitas estaban completamente mojadas. Mojé un poco mis dedos en ese jugo que emanaba de sus bragas y me lo llevé a la nariz. Olía a gloria. Metí mi dedo en su boca y ella, descontrolada, chupaba el dedo que antes había recogido su delicioso jugo, dejándolo limpio. Con mi otra mano, tenía agarrado con fuerza, pero sin violencia, su delicado cuello, solo apretando ligeramente. Las manos de Cristina, ya presa de la excitación, fueron a parar a mi culo, que acarició como podía a pesar de la incomodidad de la postura al estar de espaldas. En un momento dado, rodeó mis caderas y comenzó a acariciar mi abultado paquete por encima del pantalón.
Mientras ella se relamía por el sabor de sus jugos, me aparté un momento, echando el colchón, en el que me había escondido antes, al suelo. Volví con mi amante, volviéndome a poner en la misma postura de antes. Metí mi mano por debajo del vestido y acaricié su perfecto culo por debajo de las bragas con ambas manos. Una vez bien sobados los cachetes, aventuré un dedo por ese desfiladero del placer que formaba su culo, casi cosquilleando la zona. Cuando pasó mi dedo cerca del pequeño agujero de su ano, lo rodeé con el dedito índice, dando ella un leve respingo, a lo que contesté siguiendo el camino hacia abajo y llegando a su rajita, que acaricié con mi dedito pero sin llegar a introducir mi dedo.
En ese momento, saqué la mano de ahí abajo para comenzar a bajarle lentamente la cremallera del vestido, volviéndole un poco la cara de espaldas como estábamos, y haciendo que se unieran nuestras lenguas en un apasionado beso en el que nuestros labios nunca llegaron a rozarse, solo las lenguas. Una vez quitado el vestido, que comenzaba a ser molesto, le di la vuelta y contemplé la preciosa lencería negra que se había puesto para la ocasión. Esto me enfureció aún más solo de pensar que era para ese cerdo. La tumbé en el colchón boca arriba, guiándola para que no se cayera, ya que seguía con los ojos tapados por mi pañuelo.
Se la veía hermosa, con su inocente cara presa de la lujuria. Me eché en el colchón a su lado y empecé a besarla alrededor de su boca pero sin llegar a rozar sus labios. Eso a ella la dolía como si le clavaran un puñal. Su excitación pedía a gritos que mis labios devoraran los suyos, pero yo quería venganza, quería hacerla sufrir. Pasé un buen rato besándola alrededor de sus labios, su barbilla, su cara, pasándole la puntita de la lengua por su cara y llegando al lóbulo de su oreja. De ahí volví a pasarle la lengua por la cara y por fin capturé su labio inferior con mis labios, haciendo un pequeño estiramiento del mismo, dejándolo escapar entre mis labios con un pequeño sonido de chupeteo. Al fin, metí mi lengua dentro de su boca y nuestras lenguas jugaron e intercambiaron saliva durante un buen rato, comiéndonos la boca con desesperación.
Una vez lo creí conveniente, dejé de besar su deliciosa boca para bajar poco a poco dando pequeños besitos, primero por su barbilla, después por su cuello, bajando lentamente hasta llegar a su canalillo. Seguí bajando hasta llegar a su ombligo, saqué la lengua y comencé a lamerlo bien, a lo que ella respondió con un leve suspiro de excitación. Una vez lamido bien su ombligo, bajé despacito con la puntita de la lengua hasta las bragas, metiendo ese músculo que le estaba dando tanto placer por debajo del elástico de sus bragas y lamiendo hasta casi notar el nacimiento de su bello púbico. Seguí bajando la lengua por sus piernas hasta la rodilla y comencé a subir por la cara interior de sus muslos, suavemente, haciendo que se estremeciera de placer. Mientras, se había metido el dedo morbosamente en su boca, lamiéndolo como una perra en celo.
Volví a subir con mi lengua por su barriga y cuando llegué de nuevo a su canalillo, con un hábil movimiento (que me sorprendió incluso a mi mismo debido a mi notable borrachera) le quité el sujetador, dejando libres esos pechos que me volvían loco. A pesar de que no podía resistirme más y deseaba montarla salvajemente, aguanté mis terribles ganas y me dediqué por entero a seguir lamiendo su cuerpo. Rodeé con mi lengua sus pechos desde la base de estos y en círculo hasta rodear su pezón, que lucía tieso como una estaca. Hacía pequeños círculos alrededor de su pezón, hasta que no pude resistirlo más y pasé mi lengua por él. A ella se le escapó un leve gemido, como dando aprobación a lo que hacía. Metí ese precioso pezón en mi boca, y comencé a comerlo bien con mi boca y lengua, rodeándolo y dando pequeños chupetones, metiéndolo y sacándolo de vez en cuando de mi boca.
Con la otra mano, amasaba su otro pecho, pellizcando levemente su otro pezón hasta llevarla a la locura. Sus caderas ya se movían de arriba a abajo, como deseando que no la hiciera sufrir más. Una vez sus tetas fueron convenientemente chupadas y lamidas, volví a bajar mi cabeza por su barriga dando besitos hasta llegar a las bragas. Jugando un poco con la lengua en los elásticos de las bragas, suavemente le fui bajando estas hasta que se las saqué del todo. A mi vista quedó su precioso bello púbico, escaso y bien recortadito, con unos preciosos labios vaginales que apenas se intuían en sus levemente cerradas piernas y el Monte de Venus, que me estaba diciendo "cómeme".
Abrí un poco sus piernas y seguí besándole la cara interior de sus muslos hasta que llegué cerca de su precioso coño. Lo olí. Su olor era ligeramente fuerte y embriagador. Estaba deseando probar esos jugos y no iba a esperar más. Metí mi cara en su coño y me dediqué en cuerpo y alma a darle placer. Para empezar, lamí desde el agujero del ano. Cuando llegué a su rajita, apreté un poco la lengua hasta llegar a meter la puntita de esta dentro de su raja, dando Cristina un audible gemido. Comencé a trabajarle su clítoris con la lengua, ayudado de mis dedos que liberaban su clítoris del capuchón que lo rodea, como quien libera un preso después de una larga condena. Una vez a la vista, lamo suavemente en círculos. Mientras le chupo con fruición el clítoris, metí mi dedo índice en su raja y comencé a buscar su "punto g" palpando hasta que lo encontré. Aún no quería dedicarme a él, pues antes quise retirar mi cara de su deliciosa raja y mirar su morbosa cara, para acto seguido hacer pequeños circulitos con la yema de mi dedo en su punto g, para ver la mueca de placer en su cara.
De nuevo, metí mi boca en su raja, lamiendo de arriba a abajo, de su clítoris a su ano, sin parar de trabajar mi dedo dentro de su coño. Volví a mirar hacia su cara y vi como se pellizca los pezones con desesperación, añadiendo otro punto de placer a su cuerpo. Esto me pone a cien por hora, por lo que subí mi boca para besarla y que intercambiásemos con nuestras lenguas sus deliciosos jugos vaginales. Bajé otra vez a su clítoris y seguí comiendo hasta que después de unos minutos de trabajo de lengua y dedo, noté como se agitaba todo su cuerpo, estallando en una tremenda corrida, y sin desaprovechar la ocasión lamí todos los jugos que soltaba su corrida y volví a besarla para que probara ese delicioso manjar.
Después de correrse, le quité el antifaz...
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