La fiesta

Un deseo ferviente Una fiesta ardiente El encuentro anhelado Un despertar inesperado

LA FIESTA

El efecto de las sales de litio que debo ingerir cada ocho horas ha disminuido; el pabellón donde me encuentro recluido está en calma; es más de media noche y el enfermero encargado de proporcionarnos las dosis en el horario indicado debe haberse quedado dormido, por lo que yo aprovecho este breve espacio de lucidez para describir esta terrible historia y así descargar la conciencia del tremendo peso que ha llevado a cuestas, desde el día que el destino me llevó a vivirla. Todavía me horrorizo al recordarla y hasta me parece increíble haber sido partícipe de aquella orgía. Mis ideas están algo confusas: vagamente recuerdo que mi amigo René y yo, después de ingerir ciertos tragos, contactamos con un par de chicas que nos parecieron completamente desinhibidas y dispuestas a secundar cuanto propusiéramos. De momento la idea era ir a encerrarnos a mi departamento a escuchar música y disfrutar la estadía, disfrutando de cuanta bebida fuera posible. Si la ocasión se prestaba veríamos algunas películas eróticas por alguno de los canales de paga de la televisión; una vez que estuviéramos en confianza llevaríamos a la práctica todo lo que nuestras parejas permitieran y así gozar al máximo del encuentro. Pero el proyecto se vino abajo pues las chicas encontraron mejores prospectos y para completar el cuadro, René se vio afectado por un problema cardiaco que padecía y que lo obligó a retirarse a buscar ayuda médica, así que no tuve más remedio que refugiarme en la barra del primer bar que encontré a lamentar mi desventura. Esa noche la suerte no estaba de mi lado, ya que otra chica que encontré en el lugar donde llegué, con la que compartí algunas copas, se despidió con una sonrisa amable cuando llegó la persona que esperaba.

Eran las once de la noche cuando abandoné el bar, bastante malhumorado por el fracaso de aquella reunión. Abordé mi automóvil y me fui a recorrer las calles de la ciudad sin rumbo fijo. Esa noche caía un torrencial aguacero; sólo se apreciaba el brillo de las luces sobre el pavimento mojado así como la claridad que recobraba el cielo con el destello de los relámpagos, que iluminaban la bóveda esporádicamente. "Daría cualquier cosa por encontrar esta noche a una mujer", pedí con toda el alma, mientras avanzaba con dificultad entre la furia del vendaval y en medio de ensordecedores tronidos. Dado por hecho el fracaso de aquella noche decidí retirarme a casa a rumiar mi soledad entre las sábanas de mi cama. No bien había avanzado tres calles cuando distinguí a la distancia a una persona que pedía aventón, cubriéndose con un impermeable; sin pensarlo me orillé a la acera y le abrí la portezuela del vehículo para que lo abordara. Una ola de placer me recorrió el cuerpo al darme cuenta que se trataba de una mujer. Quedé maravillado por la hermosura de su rostro al momento que echó atrás la capucha del impermeable que la protegía. Con una sonrisa que iluminó el reducido espacio dijo llamarse Elisa y enseguida agradeció que hubiera tenido la cortesía de levantarla en esa terrible noche ya que, aseguró, tenía más de media hora de estar a la espera de un taxi. Sintiéndome el más feliz de los mortales le manifesté que no tenía que agradecer pues, en todo caso, debía ser yo el que debería hacerlo por tener la fortuna de tener compañía tan agradable en esa ocasión especial. En actitud galante me comprometí a llevarla hasta el sitio que ella me indicara. Agradeció el ofrecimiento y manifestó que se había comprometido para asistir a una fiesta muy importante y agregó que se sentiría muy honrada si aceptaba servirle de pareja para esa reunión. La dicha que experimentaba desde su encuentro se elevó a horizontes insospechados al escuchar su invitación y, con una dicha que no me cabía en el alma, le contesté que no tendría placer más grande que seguirla esa noche hasta donde fuera posible. En ese instante volteé a verla y por la luz centelleante de un relámpago pude ver que esbozaba una sonrisa perversa que no encajaba con la debilidad que aparentaba; sin embargo la hermosura que exteriorizaba venció el temor que me provocó su sonrisa siniestra.

Hecho el compromiso señaló la ruta que debía seguir por partes de la ciudad que me eran totalmente desconocidas, hasta que llegamos al sitio donde se celebraba la fiesta. Una mujer, no menos hermosa, abrió la puerta y su rostro resplandeció de alegría al vernos llegar. "Llámame Paulina", se presentó sin mayor preámbulo tomándonos del brazo para llevarnos al interior de la casa. En un amplio salón se hallaban distribuidos una veintena de invitados que convivían alegremente. La música que imperaba sin ser bulliciosa era alegre. Se palpaba en el ambiente un júbilo contagioso. Por la ebullición que observé en los demás invitados deduje que la fiesta ya tenía tiempo de haber comenzado. Paulina nos trajo sendos vasos de licor mezclados con alguna bebida, que le daba un sabor agradable al tomarla, y se acomodó en el mismo sofá donde estábamos Elisa y yo. Sentí un gusto enorme estar acompañado por ese par de auténticas bellezas. Al trago inicial siguieron otros, de tal punto que pronto estábamos tan eufóricos como el resto de la concurrencia.

De improviso disminuyó el volumen de la música y una pareja ocupó el centro del salón. Todos centramos la mirada en esa chica y ese chico que se desnudaban lentamente, en un acto cargado de erotismo. Una vez que estuvieron completamente desnudos se tiraron al piso y encima de la alfombra comenzaron a acariciarse mutuamente.

Al principio me pareció que lo soñaba pero cuando bajé la vista comprobé que era tan real como la pareja que se acariciaba desenfrenadamente al centro del salón: mis hermosas acompañantes estaban manoseándome por encima de la ropa. Una vez que consiguieron excitarme, bajaron el cierre de mi pantalón y se inclinaron para recrearse alternadamente con la erección que afloró en toda plenitud. Pronto aquello quedó convertido en un evento orgiástico; para donde se dirigiera la vista había personas excitándose. Paulina y Elisa se despojaron de sus prendas y luego de desvestirme señalaron que me recostara en el sofá. Paulina se montó en mi rostro y separó el suave pelambre de su pubis para obsequiarme el néctar de su ranura. Elisa por su parte, se deleitaba recorriendo con la lengua la extensión de mi lanza; ya que la hubo gozado a satisfacción se acomodó para que la penetrara. Fue maravilloso sentir como atravesaba su tibia estrechez; enseguida comenzó a mover acompasadamente su pelvis, al tiempo que gemía aturdida de placer.

-Ahora quiero sentirlo yo –exclamó jadeante Paulina, al ver el gesto de lujuria que se reflejaba en la cara de Elisa.

Esta descendió de su regia montura y ayudó a Paulina a encajarse mi tallo en el centro de la cueva. Paulina cerró los ojos y abrió la boca, ahogando un grito placentero, cuando sintió que su bajo vientre se ensanchaba con la dureza de mi tranca. En aquella vorágine de éxtasis, Elisa me acariciaba los labios con sus pezones. La atmósfera estaba saturada del inconfundible olor del sexo; sentíase en cada bocanada de aire que se respiraba, lo que provocaba el irrefrenable deseo de experimentar todas las variantes posibles, sin que importara, en ese momento, el pago que correspondía a esa memorable experiencia.

Después las dos mujeres se dedicaron a complacerse mutuamente, montadas una encima de la otra con sus cuerpos invertidos, ofreciéndome una de ellas su magnífico trasero; situación que aproveché para acoplarme a Elisa desde atrás. En esa posición Paulina comenzó a lamerme las pelotas, hundiéndome en una ola de fuego que nunca antes había sentido. Por la armonía, casi perfecta, como respondían nuestros cuerpos parecía que tuviéramos una larga historia de práctica sexual en trío. Los tres alcanzamos el orgasmo al mismo tiempo y fue algo verdaderamente insólito. Juro que jamás había experimentado tanto placer como el que conocí esa noche.

Todavía reinaban las sombras cuando abandoné la casa. Me acompañaron a la puerta Elisa y Paulina y me suplicaron que ahora que ya conocía el camino no dejara de visitarlas, agregaron que siempre estarían dispuestas a encuentros de esa naturaleza.

Una primorosa mañana me detuve en una florería y compré dos ramos de rosas rojas para llevárselos a mis adorables amigas Elisa y Paulina. Con cierta dificultad encontré la ruta que había seguido hasta que algunas señales que identifiqué me indicaron la proximidad del domicilio. Al detenerme frente a la casa dudé que fuera la misma donde había estado anteriormente, justo hacía tres semanas, por el estado de abandono en que se encontraba. Comprobé que en esa calle no existía otro número 124 y por las características del inmueble, aunque severamente deteriorada, se notaba que era la misma donde se había celebrado la fiesta.

Una señora, ya entrada en años, que pasaba por allí se detuvo para observarme al parecerle curiosa mi actitud insistente de mirar al interior de la casa por los huecos de las ventanas destrozadas. Me miró con extrañeza unos instantes y después de acomodarse el rebozo continuó de largo. Como no alcanzaba a explicarme el abandono que había sufrido la casa en tan poco tiempo, alcancé a la anciana a ver si ella podía aclararme aquello que yo no comprendía.

-Perdone, señora ¿Desde cuando está deshabitada la casa? –le pregunté, rogando escuchar una respuesta distinta a la que ya empezaba a imaginarme.

La anciana se detuvo para voltear a ver la casa abandonada; después me miró condescendiente y manifestó:

-Hace veinticinco años aproximadamente que ya no vive nadie en esa casa. Todo sucedió una noche en la que estaba cayendo un tormentón que parecía que el cielo quería partirse de lo impresionante que se escuchaba el estruendo de los rayos. De repente la casa comenzó a incendiarse; unos dicen que fue por un rayo que cayó y otros aseguran que las llamas comenzaron adentro de la casa. Sepa Dios cual haya sido la causa; de lo que si no hay ninguna duda es que cuando llegaron los bomberos a sofocar el incendio, rescataron veintitantos cuerpos que murieron por el humo que respiraron. Al parecer los invitados que se encontraban en la fiesta que se celebraba esa noche, nada pudieron hacer para escapar de la muerte por el estado de inconciencia en el que se encontraban, debido a la droga y al alcohol que habían ingerido. Figúrese usted ¿qué estarían haciendo que encontraron todos los cuerpos desnudos? Fue muy impresionante ver como sacaron el cuerpo de la señorita Paulina, que heredara la propiedad poco antes de morir, abrazado al cuerpo de la señorita Elisa, que en mala hora estuvo en la fiesta. Pobres, espero que descansen en paz. La gente asegura que en noches de tormenta escuchan risas y música que sale del interior de la casa abandonada, como si aquella fiesta todavía continuara; ya ve como a la gente le gusta inventar leyendas...

De momento no experimenté ninguna reacción, pero en cuanto llegué a casa y repasé lo que había experimentado aquella terrible noche, tuve mi primera crisis emocional, la cual se fue agudizando hasta que fue necesaria mi reclusión en este hospital siquiátrico, donde me encuentro, a la espera de superar algún día esa terrible experiencia.