La fiesta 3

Fer se pregunta si existe algún límite.

3

He decido manejar la situación y empleo un tono entre mezclando autoridad y dulzura. Las tres deambulan desnudas por la casa como yo les he ordenado y ahora la situación les acontece de lo más usual del mundo. Observo como se estudian entre ellas con disimulo, como Vero lanza a Mónica espontaneas miradas furtivas y como ésta gira la vista al sentirse descubierta. Hemos cenado opíparamente y los cuatro nos hemos sentado frente al televisor en dos mullidos sofás sin importarnos en absoluto el programa que se emite, casi no hablamos…, no es necesario. Por fin Vero y Mónica aguantan sus miradas y distingo a la perfección media sonrisa en la comisura de sus labios. Están preciosas, entrelazan los dedos de sus manos y juntan sus rostros de forma que sus bocas se enfrentan entre sí, un segundo después se están besando con inusitada pasión y Mónica acaricia el seno de Vero con dulzura, jamás hubiese imaginado que un pezón pudiese erizarse de esa forma, ni tampoco que yo pudiese empalmar así. Lo cierto es que esperaba cierta reacción de Anabel que, junto a mí, permanece absorta observándolas a las dos.

—Vamos al dormitorio Fer.

Obedezco como un pelele y me incorporo junto a ella, ni siquiera nos preocupamos de entornar la puerta y la dejamos abierta de par en par. Anabel se recuesta sobre la cama y yo me sitúo sobre ella para besarla justo en el instante en que Mónica y Vero entran en la habitación cogidas de la mano. Presiento grandes momentos. La coreografía parece estudiada y, sin embargo, sé que es fruto de la improvisación. Anabel se escabulle de debajo de mi y sonríe a Vero antes de adoptar una posición perruna hundiendo la cara sobre la almohada y Mónica entreabre sus glúteos ofreciéndome la más lasciva visión del trasero su trasero. Creo adivinar lo que pretenden y estoy seguro de que ya lo habían hablado entre ellas. Vero acerca su boca y acaricia la tersa piel con su lengua incidiendo en la comisura de su ano, que dibuja un cráter rugoso y perfecto por la tersura. Imagino la expresión de Anabel, aún ocultando su rostro en la almohada, a tenor de los gemidos entrecortados que profiere y sé que ha llegado mi momento, Vero aparta su cabeza y yo me sitúo tras Anabel sin saber muy bien que hacer hasta que Mónica introduce mi pene entre sus labios adoptando una posición imposible. Es evidente que su intención es lubricarme el falo con la máxima humedad para facilitarme el acto y cuando creo que estoy a punto de correrme Vero lo asía entre sus manos para dirigirlo al ano de Anabel. Mi prepucio se resiste a penetrar por él y siento una especie de ansiedad que me atormenta, por un instante creo imposible la misión pero muy lentamente, en cada pequeña embestida, el cráter se dilata y mi pene se introduce en el cada vez más profundamente. Anabel ya no gime, emite guturales gritos entre espasmos a fin de acelerar la cadencia y cuando percibo con toda claridad que mi falo ha penetrado en ella por completo por el roce de mis testículos me detengo un instante para sentirlo ahí. Anabel grita de placer y yo eyaculo dentro de ella hasta la última gota de mi semen mientras siento el orgasmo más profundo y prolongado de mi vida. Me tumbo exhausto sobre la cama junto a Anabel, que jadea por el esfuerzo, y observo su cuerpo sudoroso y su pelo revuelto, es un ángel. Mónica se recuesta junto a mí y me besa con pasión, sólo percibo un cuchicheo en mi oído.

—Yo quiero ser la siguiente, Fer.

Vero se abraza a Anabel sin dejar de acariciar cada milímetro de su epidermis.

—No sé si me recuperaré jamás.

Los cuatro estallamos en una divertida carcajadas y Anabel se incorpora, aún exhausta.

—Voy a la ducha, estoy pringada hasta la médula.

Mónica y Vero se recuestan a mis costados. Mi pene parece un puto rábano que jura haber quintuplicado su fecha de caducidad por su denotada flacidez y Vero me sorprende una vez más.

—Creo que Mónica y yo hemos alcanzado una especie de simbiosis… una sincronización absoluta, ¿crees que es posible que entre las dos resucitemos al “muñequito”?

Contesto con la más absoluta convicción. Me siento agotado.

—No.

— ¿Qué te apuestas?

—Mira Mónica, creo que hasta dentro de un siglo, mi “muñequito”, como lo llamáis vosotras, no volverá a empalmarse, no es un títere, ¿sabes? Nadie lo enfunda con la mano para enervar su cabeza.

Se miran entre ellas con expresión vacilona y Vero besa la punta de la nariz de su amiga.

— ¿Tú crees?

Unen sus labios con los rostros apoyados sobre mi vientre. Sus salivas encharcan mi ombligo, Mónica desciende su brazo para sujetar mis testículos con firmeza en una serie de convulsivos apretones y Vero asía mi laxo pene, que apenas asoma por la palma de su mano entre sus dedos. Una especie de descarga eléctrica recorre mi columna vertebral.

—Pues parece que no lo conseguiremos, Mo.

—Espera.

Siento cierto rubor cuando Mónica introduce su dedo índice en mi ano sin dejar de masajear mis cojones. Me pregunto cómo consigue hacer eso, pero lo cierto es que percibo como la sangre fluye por mi falo y éste reacciona adoptando cierta erección. No recuerdo que nadie hubiese hurgado ahí salvo mi madre cuando en la infancia me ponía supositorios pero la sensación no era la misma.

—Creo que aún no has catado a  Verónica, ¿no Fer?

Alucino y no respondo, Vero me mira con una expresión de delicada ternura.

—Deberías hacerlo.

La besa una vez más y empuja sus hombros para obligarla a recostarse sobre la cama. Cuando abre sus rodillas flexionadas mostrándome el sexo de Vero con la máxima claridad mi pene resucita indefectiblemente.

— ¿Podrías besarme primero, Fer?

Su deje de voz es el de una niña asustada, pero sé que solamente está actuando. Abrazo sus hombros y la beso con pasión mientras Mónica parece no perder ripio de la escena evitando intervenir, pero el dorso de su brazo se pierde entre sus piernas y por la expresión de su cara, sé que es exactamente lo que hace. La verdad es que es a Verónica la que deseo con más fervor.

Enlazamos nuestros cuerpos, acaricio su vientre terso y liso, deslizo mi mano hasta su sexo para juguetear con la yema de mis dedos en cada nudo de su bello vaginal y prolongo en lo posible lo que llaman preliminares… percibo como su excitación va en aumento en progresión geométrica a cada una de mis caricias y como su lengua pugna por rasgarme el paladar mientras permanece inerte… dejándose querer.

Es, posiblemente, el mejor polvo de mi vida y la idea de hasta donde han llegado las tres, en pleno uso de sus facultades, me hace pensar en lo que harán cuando la droga obnubile sus sentidos, y esa imagen me excita aún más.

Aunque pueda parecer fantasía la situación se prolonga durante casi una hora. Mi pobre pene esclavizado parece obedecer a mis instintos cada vez que cualquiera de las dos me provoca de algún modo. Sólo unos instantes después de culminar una penetración eterna Vero se sienta sobre mis caderas y extiende su tórax hacía atrás mientras aferra la mano de Mónica con firmeza y mi pene resucita de nuevo para encontrar el camino y, sin embargo, cuando se introduce en el, experimento una sensación distinta. Sé que no es el camino correcto y, sin embargo, a Vero parece no importarle en absoluto; lejos de corregir la trayectoria oscila sus caderas provocando que a cada gesto me interne aún más en sus entrañas. Creo que el dolor inicial se ha convertido, para Vero, en solo una molestia y que ahora ha truncado en un placer desconocido para ella ajeno a cualquier otra sensación. Mi única visión es la de la expresión de su cara sobre sus pechos, que bambolean al ritmo de los contundentes envites, y una vez más, como hice con Anabel hace una hora, detengo todo movimiento cuando siento que mi falo se ha introducido por completo y pugna por eyacular.  Vero estalla en un contundente orgasmo.