La Feria II
Un joven aprovecha la influencia adquirida sobre su hermana mayor.
La Feria II
Por mucho que Carlos se hubiera prometido no volver a hacerlo, apenas pasaron unas semanas antes de que volviera a usar la hipnosis con su hermana. Durante este tiempo su hermana aprovechaba cualquier ocasión para rozarse contra él o mostrarle sus pechos desnudos. Los momentos embarazosos se acumulaban en su haber.
Lo cierto es que Cristina parecía haberle encontrado el morbo a la situación y empezaba a exhibirse ante su hermano mucho más de lo estrictamente necesario. Más allá de enseñarle a menudo los pechos, ya fuera jugando con su escote o mostrándose en topless, algunas veces le había llegado a mostrar disimuladamente el culo o se paseaba ante él vestida tan sólo con un diminuto tanga.
A Carlos le era imposible apartar la vista de su hermana. Resultaba demasiado evidente como para que Cristina no supiera lo cachondo que le ponía a su hermano. Y sin embargo seguía actuando como si fuera lo más natural del mundo incluso cuando las erecciones que producía en su hermano eran innegables hasta para ella. Tan sólo en algunas ocasiones, Carlos había creído percibir un extraño brillo en los ojos de su hermana que le hicieron empezar a pensar que ella también disfrutaba con sus juegos.
El chico vivía obsesionado con los redondos y firmes pechitos de su hermana. Necesitaba tocarlos y, aunque en más de una ocasión lo había intentado, ella seguía mostrándose reticente a dar ese paso y le rechazaba continuamente.
Fue en una de esas ocasiones cuando, estando solos en casa, Cristina salió del baño con una toalla alrededor de la cintura y otra envolviéndole el pelo (es decir, con las tetas al aire). Carlos estaba en el pasillo y no la vio venir cuando, acercándose por la espalda, se pego a él restregando sus pechos desnudos sobre su cuerpo. Carlos tuvo una erección inmediata y, al darse la vuelta y ver de cerca casi desnuda a su querida hermana, no pudo resistirse a la tentación de estirar la mano para tocar esos dos pechitos por los que tantas pajas se había hecho.
- ¡Qué haces, asqueroso!
La reacción de su hermana fue mucho más enérgica de lo que se esperaba. Sobre todo porque, tras llamarle “asqueroso”, su hermanita le soltó una sonora bofetada. Él mismo estaba sorprendido de su propia osadía. Aunque en el fondo de su ser empezaba a entender que tenía el control sobre ella y podía hacer con su hermana lo que quisiera.
Se sentía culpable por la situación que él mismo había creado, siempre había sentido un gran respeto por su hermana aunque, por otro lado, eso no hacía más que aumentar el morbo de la situación. Aquellas semanas de calentura y conflictos habían sido un verdadero suplicio para él. Pero todo eso se esfumó tras aquella bofetada.
La respuesta de Carlos fue inmediata, casi un acto reflejo. Miró a su hermana directamente a los ojos y con voz firme pero serena pronunció la palabra prohibida que había tratado de olvidar y, sin embargo, seguía firmemente grabada en su memoria.
- ¡Asmodea!
Casi al instante, todo rastro de ira desapareció del rostro de su hermana que en su lugar adquirió una expresión vacía de sumisión. Se la veía tan indefensa que, por un momento, Carlos estuvo a punto de dar marcha atrás en sus intenciones. Pero el morbo de tener a su hermana mayor bajo su control pronto ganó la partida.
Lo primero que hizo fue darse el gustazo de manosear sus hermosos pechos a conciencia, pero pronto quiso ir más allá y él mismo le quitó la toalla que su hermana llevaba alrededor de la cintura descubriéndole un diminuto tanga.
No pudo evitar manosearle el culo y, poco tiempo después, le estaba sobando el coño a conciencia. Una vez abierta la caja de Pandora, los instintos sexuales del pequeño Carlos parecían insaciables. Se sorprendió al encontrar sus braguitas húmedas cuando el resto de su cuerpo ya se había secado de la ducha. Aún no sabía mucho sobre mujeres, pero aquello le hizo sospechar.
- Cristina ahora vas a decirme la verdad. Contesta a todas las preguntas que te haga. ¿Estas excitada?
- Sí
- ¿Por qué?
- Porque no paras de mirarme como un salido
- ¿Te gusta que te mire?
- Me parece asqueroso, pero, por otro lado, me da morbo
Las preguntas y fantasías que Carlos se había estado haciendo durante todo este tiempo empezaron a tomar forma. Y, por supuesto, no pudo resistirse a la tentación de seguir rebuscando en la psique de su hermana.
- ¿Te has masturbado alguna vez pensando en mí?
- Pues sí, algunas veces.
La voz de su hermana sonaba hueca, como carente de cualquier emoción. Resultaba algo extraño, pero, a la vez, aumentaba el morbo que la situación estaba produciendo en el joven e impresionable chico que a estas alturas tenía la polla dura como una barra de metal. Aún no había decidido lo que haría con su hermana, pero tenía muy claro que ahí no se iba a quedar la cosa.
- ¿Te gustaría tener sexo conmigo?
- Creo que no, sería raro.
Por lo que Carlos había leído sobre la hipnosis, no puede obligarse a nadie a hacer algo que realmente no quiere hacer. Y, aunque el joven no estaba seguro de que esa regla fuese cierta, no quería forzar las cosas hasta el punto de que algo fallara. Sin embargo, estaba dispuesto a llevar las cosas más allá de lo que lo había hecho hasta entonces.
- Escúchame, Cristina. A partir de ahora me dejarás tocarte por todo el cuerpo cuando yo quiera. Para ti será un acto natural, como cuando jugábamos a las peleas, aunque evitaras que otros se den cuenta. Ahora, cuando cuente hasta tres, olvidarás lo que ha sucedido en este trance, aunque cumplirás lo que te he dicho. 1…, 2…., 3.
Al momento su hermana recobró la expresión, aunque esta vez en lugar de rabiosa, parecía muerta de risa. Y, tras darle un suave empujón le replicó en tono de burla.
- ¡Eres un marrano!
Acto seguido, recogió la toalla y se fue a su habitación meneando su firme culito al que su hermano no podía quitarle el ojo. Cuando se hubo marchado, Carlos se escondió en su cuarto a calmar la erección que ya empezaba a dolerle, imaginando que, tal vez, su hermana estaría haciendo lo mismo en la habitación de al lado.
Desde aquel día, Carlos aprovechaba cualquier ocasión para iniciar una lucha que terminaba siempre con un generoso manoseo a los atributos de su hermana. A pesar de lo cual seguía sin estar satisfecho, pues sentía aquellos sobeteos como un simple juego, tal como él mismo le había hecho creer a su hermana.
Sin embargo, algo cambio durante una de sus sesiones de cine familiares. Los domingos por la noche, después de cenar, a menudo se reunían para ver una película después de cenar y se repartían entre dos sofás, sus padres en uno y los hermanitos en el otro. En alguna de esas sesiones fue cuando empezó a gestarse el fetiche de Carlos por su hermana mayor, pero nunca antes se había atrevido a hacer nada. Sin embargo, desde la ultima sugestión que le había introducido a su Cristina, Carlos aprovechaba esas sesiones familiares para disimuladamente, meterle mano a su hermana.
En aquella ocasión ya empezaba a hacer frio y ambos estaban compartiendo la misma manta, aunque a una cierta distancia. La película que estaban viendo tenía un fuerte contenido sexual, aunque no lo bastante como para tener que quitarla. Pero sí lo bastante para que Carlitos, al tocar desde atrás disimuladamente el coñito de su hermana por encima del pijama notase la tela bastante más mojada de lo habitual.
Y el chiquillo no pudo resistirse al impulso de empezar a masturbar silenciosamente a su hermana por encima de la ropa, sintiendo su humedad aumentar mientras acompañaba el movimiento de sus caderas. En algún momento llego a escaparse un tenue gemido de los orgullosos labios de su hermana. Sus movimientos se hicieron tan evidentes que sus padres tuvieron que llamarles la atención, sin llegar a imaginar lo que realmente estaba pasando.
- ¡Chicos, estaros quietos!
Cristina pareció volver en sí y se dio la vuelta para mirar a su hermano con una expresión que indicaba al mismo tiempo desconcierto, excitación y miedo. Permanecieron inmóviles unos pocos minutos, tras los cuales Cristina se disculpó y subió a su cuarto, dejando a Carlos sólo y empalmado, preguntándose si su hermana estaría terminando ella sola lo que él mismo había empezado.
Espero el tiempo suficiente para calmar su erección o que, al menos, no fuera demasiado obvia para sus padres. Cuando estuvo dispuesto, puso una excusa y, diciendo que iba a su propia habitación, se dirigió a la habitación de su hermana.
Por suerte, Cristina no se había molestado en echar el pestillo que tenía instalado en la puerta y, cuando Carlos entró, la pilló casi con las manos en la masa. Su mano no estaba directamente en su coño cuando la vio, pero era bastante evidente lo que estaba haciendo sentada en el borde de la cama con el pantalón del pijama medio bajado, las mejillas rojas y la cara de situación. A Cristina pareció no hacerle demasiada gracia la intrusión, con lo que enseguida le replicó a su hermano.
- ¡¿Qué haces en mi habitación?!
Esta vez Carlos no se molestó en responder a su hermana. Una vez superadas sus barreras morales, nada iba a interponerse entre él y su objeto de deseo. Por eso, esta vez no le costó nada volver a pronunciar la palabra con la que ya empezaba a estar familiarizado.
- ¡Asmodea!
Le preocupaba que sus padres le descubrieran o que pudieran sospechar algo raro, así que esta vez, Carlitos se limitó a transmitirle a su hermana una sencilla sugestión con la que esperaba obtener ciertos resultados.
- Cuando despiertes, olvidaras lo que hemos hablado. Pero, a partir de este momento, siempre que estés excitada sentirás la necesidad de estar conmigo.
Tras deslizarle a su mente esta orden y despertar a su hermana, Carlos se disculpó por haber invadido la intimidad de su hermana y se dirigió a su habitación sonriente a la espera de nuevos acontecimientos. Pronto aprendería como dominarla.
CONTINURARA…