La feminista del instituto

La semana pasada, aprovechando un mal rato que le hizo pasar el padre de un alumno, acabé follándome en su coche a la profesora más inaguantable del instituto en el que trabajo mientras su marido la llama por teléfono.

La feminista del instituto:

Este es mi primer relato, así que comenzaré por presentarme. Me llamo Alfredo y soy profesor de filosofía en un instituto público de una ciudad de tamaño medio. Estoy al final de la treintena y no me gusta mi trabajo, ¿para qué negarlo? Yo quería trabajar en la universidad, pero el tema que elegí para realizar mi tesis doctoral me cerró muchas puertas. Hice mi tesis sobre la Metafísica del Sexo del italiano Julius Evola y durante mis investigaciones viajé a diversos lugares del mundo para conocer de primera mano las costumbres sexuales de distintas sociedades que aún conservan rasgos tradicionales entendidos tal y como los define Evola. Ya contaré más adelante las interesantes experiencias que tuve durante mis viajes, sin embargo hoy voy a contaros algo que me ocurrió hace unos pocos días.

Como os iba diciendo el hacer una tesis sobre Evola, autor políticamente incorrecto, me cerró muchas puertas en la universidad, controlada por la progresía más intransigente. Así que finalmente acabé preparando oposiciones a institutos y dando clases a unos chavales que apenas saben escribir correctamente.

El instituto en el que imparto clases es un lugar conflictivo, con casi un tercio de alumnos inmigrantes y con muchos problemas de fracaso escolar y de disciplina. Sin embargo lo que más me molesta del instituto no son los alumnos, sino algunos profesores cortados por el mismo patrón que los personajillos que me cerraron las puertas en la universidad. Particularmente hay una profesora que especialmente inaguantable, se llama Marisa y es la típica progre feminista, lleva gafas de pasta y el pelo corto, siempre viste vaqueros y jerséis de lo más informal, siempre con alguna chapa de Izquierda Unida, contra el racismo, la violencia machista y esas cosas. La verdad es que tiene buen culo y se le notan unas tetas firmes, pero siempre me había caído tan mal que ni me había fijado.

Marisa es la típica sabionda que en las reuniones de profesores tiene que dar la nota y cuando alguien dice "alumnos", ella corrige "y alumnas", cuando alguien echa de clase a un alumno marroquí ella le llama racista delante de todos los profesores… Bueno, creo que ya os imagináis que tipo de mujer es. Lo peor de todo es que la han nombrado recientemente jefa de estudios y que como no podía ser de otra manera, me tiene enfilado. Desde que escribí una programación sin los consabidos alumnos y alumnas, profesores y profesoras etc. me tiene catalogado como machista y por si fuera poco, mi escasa disposición a aguantar alumnos incompetentes y molestos ha hecho que me haya ido llamando racista por todo el instituto, ya que en más de una ocasión he expulsado a alumnos de clase, algunos ni siquiera eran inmigrantes, pero eso a ella parece que le importa poco. Hace un par de semanas me obligó delante de toda la clase a dejar entrar de nuevo a un marroquí al que había expulsado y me llamó racista delante de todos los alumnos, entonces decidí que la cosa no iba a quedar así.

La fortuna es caprichosa, puesto que unos días después el padre de ese mismo alumno marroquí me iba a brindar la oportunidad de desquitarme. Aquel día me quedé más tarde de lo debido en el instituto. La sala de profesores estaba vacía y me quedé allí leyendo tranquilamente un pdf del Yoga del Poder, un libro de Evola que me había bajado por internet. Entonces oí gritos que venían de la recepción.

―¡A mi ninguna puta me dice cómo tengo que educar a mis hijos! ―se oía gritar con acento marroquí.

Antes de que pasara medio minuto Marisa entró llorando en la sala de profesores, probablemente buscando a Juanjo o a alguno de los profesores de su grupito, pero se topó conmigo, nada menos que con el machista racista del instituto.

―Te veo nerviosa Marisa ―le dije con sarcasmo.

Ella se quedó sin saber qué decir, mirando de un lado a otro esperando que hubiese alguien más en la sala de profesores. Al ver que no había nadie más, se tuvo que tragar el sapo de pedirme ayuda.

―Por favor, necesito que bajes a hablar con el padre de un alumno.

― ¿Qué pasa? ¿Es un machista que no quiere hablar contigo?

―No… Ya sabes, es su cultura, hay que adaptarse.

―Ya, ya, no te preocupes, ahora bajo.

Me encontré con un marroquí bajito, vestido con una camisa sucia que llevaba por fuera y que no paraba de gritar. Así que decidí cortar por lo sano.

―Mire señor ―le dije― nosotros no tenemos ningunas ganas de tener a su hijo por aquí y él tampoco tiene ganas de venir, así que lo mejor es que se quede en su casa con usted y no vuelva a pisar por el instituto. Y no se preocupe por los servicios sociales que aquí nadie le va a denunciar.

Marisa me echó una mirada asesina, pero después del rapapolvo que le había pegado el marroquí no se atrevió a intervenir. Cuando el padre se hubo marchado Marisa empezó a echarme la bronca, como estaba acostumbrada a hacer delante de los profesores.

―Eres un facha y un retrógrado, el instituto es un centro de integración, no le puedes decir a un padre de un alumno con problemas que no lo mande al instituto.

―Sí que puedo, de hecho se lo acabo de decir, la que parece que no le puedes decir nada, porque no te hace ni puto caso y te llama puta, eres tú.

Marisa se quedó sin saber que responder, se veía que no estaba acostumbrada a que la llevasen la contraria y aquella tarde ya se la habían llevado dos veces.

Salimos del instituto sin hablarnos y al entrar en el aparcamiento me encontré con que me habían roto la luna del coche, sin duda alguno de los cabrones de mis alumnos.

―Mierda, así no puedo circular hasta mi casa, ¿me acercas?

Marisa me miró con cara de mala leche pero al final accedió.

― ¿Dónde vives? ―me preguntó secamente.

―Déjame por la avenida de los Almendros, desde allí ya voy andando.

Arrancó con cara de pocos amigos y nos pusimos en marcha. Tras circular unos cinco minutos decidí romper el hielo, sabía que se le habían bajado los humos con los cortes que le habían pegado ese día y decidí aprovecharme.

―Marisa, Marisa, es una lástima que tú y yo no hayamos empezado con buen pie. ¿Sabes lo que yo creo que es vuestro problema?

― ¿El problema de quién? Listillo.

―De las mujeres como tú que no aceptáis vuestra femineidad y os creéis que todos los males del mundo son culpa de los varones europeos heterosexuales.

― ¿Qué coño dices gilipollas? Ahora mismo paro el coche y te bajas.

―Vuestro problema es que nadie os ha follado como es debido y os ha hecho sentir mujeres. Tú por ejemplo tienes un culo y unas tetas preciosas que seguro que tu marido tiene totalmente desatendidos.

―Ahora mismo te bajas puto machista de mierda ―dijo mientras se salía de la carretera y se metía por un camino que va junto al río.

Paró el coche y se inclinó sobre mí para abrir la puerta de mi lado. Al hacerlo le toqué una teta y noté que tenía el pezón duro como una piedra.

―Pero si tienes los pezones más duros que mi cipote. Te ha puesto bien cachonda lo que te he dicho, porque es verdad.

―Puto facha sal de aquí

La agarré con fuerza de la cabeza y la besé, al principio se resistió un poco, pero tras algo de forcejeo le metí la lengua casi hasta la garganta y noté que se empezaba a dejar llevar. Le llevé una de sus manos a mi paquete y empezó a manosearlo mientras yo le metía una mano debajo de la blusa y con otra le quitaba el botón del pantalón.

―Eres un cabrón ―me decía sin dejar de manosearme el paquete.

―Venga, sácame el cipote que lo estás deseando.

Le metí la mano dentro de las bragas y noté que estaba empapada, que bien conozco a las mujeres, sabía que los cortes de esa tarde la habían puesto bien cachonda. Me sacó la polla y empezó a pajearme mientras yo movía mis dedos sobre su raja. Entonces decidí rematar la faena. Eché el asiento de la conductora hacia atrás y le di la vuelta bajándole los pantalones y las bragas por debajo de las rodillas. Con lo húmeda que estaba sabía que podía metérsela dese atrás sin problemas, así que me puse tras ella y se la metí a la primera mientras ella se abrazaba al asiento y empezaba a gemir.

― ¿Ves lo que te decía? Seguro que tu maridito no te ha follado así en la vida.

― Ah, cabrón, eres un puto machista de mierda.

― Un puto machista al que le vas a estar pidiendo que te de polla un día sí y otro también. ¿O quieres que te la saque?

Se la saqué e hice ademán de subirme los pantalones.

―No cabrón, termina de follarme.

―Así me gusta, que expreses tus verdaderos sentimientos, ―dije metiéndosela de nuevo.

En ese instante le empezó a sonar el móvil que tenía en el bolso.

―Cógelo puta, a ver si va a ser algo importante.

Descolgó tratando de ahogar sus gemidos mientras yo empezaba a follarla aún más duro.

―Estoy de camino, me he entretenido con unos padres… No, no me pasa nada, es que he salido corriendo del instituto porque el conserje iba a cerrar la puerta.

―El cornudo de tu marido, jeje.

―Siiiii, ah, es un cornudo, ah, me corroooo.

Con un espasmo Marisa empezó a derramar sobre mi polla un líquido denso.

―Menuda cerda que estás echa, ahora me toca a mí.

―No cabrón.

Antes de que terminase le llené el coño de leche y me bajé de ella. Sin dejar de jadear, Marisa se acomodó la ropa como pudo y se volvió a sentar.

―¿Qué decías? ¿Qué me bajase del coche?