La felicidad y el culo.
Lo que deja una buena culeada.
El mismo día que me rompió el culo comprendí lo que era ser feliz.
Esa sensación nació, no sé de dónde, pero en el mismo momento en su mecha se descargaba en mi trasero.
Sentir que mi cuerpo fue capaz de hacer que el suyo estallara llenándome de semen, fue mi orgullo.
Apreciarme necesario para que su clímax se expresara en mí, fue mi amigable soberbia.
Advertir que él, tan necesitado de orificio, encuentre en mí la satisfacción para su hambre, fue mi logro.
Y después de reventar y llenarme el culo, fue mi triunfo que él se desmoronara sobre mí carne, medio inconsciente para ser amado.
Y percibir sus últimas estocadas segregando semen, y mis piernas abrazando su cuerpo, y saberlo caído en el campo de batalla, fue la luz que me cegó su faro.
Y me supe todo lo suyo que podía ser.
Y lo abrigué en todo lo mío que podía ser.
Y fuimos, uno para el otro, otro para el uno.
Y lo amé.
Y el me amó.
Pero ninguno de los dos lo supo en el momento adecuado, cuando fuimos uno.
Y es otra deuda que tendremos para el más allá,
O tal vez para el más acá, cuando mañana en plena calle nos digamos ¡hola, tanto tiempo!