La felicidad de sentir

Liliana, entre la arena y el mar descubre su capacidad de placer. Nada volverá a ser igual

LA FELICIDAD DE SENTIR .

DÍA 3º.  Aguas azules y sexo en la playa.

Este relato, si bien se puede leer independiente, es la continuación de “Sabor a sal” y  “Cuando calienta el sol”.

Me desperté con la llamada de la conserjería, eran las 9.30. El desayuno cerraba a las 10. Ornella y yo habíamos pedido que nos avisarán a esa hora. Arnaldo seguía durmiendo. Le zarandeé hasta que dio señales de vida.

“Yo voy bajando. Vos hacé lo que quieras.”

Me puse una túnica sobre mi cuerpo desnudo y salí al pasillo. Lo hice al tiempo que mi compañera de placer. Iba como yo. Nos besamos en la boca, lentamente, recordando los excesos de la noche pasada.

“¿Cómo estás?”- me preguntó.

“Feliz y destrozada. Nunca pensé que podía gozar tanto.”

Era verdad, en toda mi vida no había tenido tantos orgasmos. Había descubierto que entre mujeres está la sublimación de la lujuria. Pasé un brazo por su cintura, ella hizo lo mismo, y como dos amantes bajamos a desayunar.

Comíamos mirándonos a los ojos, que chispeaban de alegría.

“No sabía que me podía correr como un hombre.”- le susurré.

“Tienes un punto G de manual. Y acariciándolo, casi siempre, te saltará lo que algunas llamamos el descorche del champagne.”

“¿Cómo podemos repetirlo? Quiero estar contigo, es algo nuevo que no me quiero perder.”- largué mi confesión de un tirón, dejando cualquier prejuicio de lado.

Me besó levantando a medias su cuerpo de la silla, hasta que su boca llegó a la mía.

“Yo también quiero estar contigo. Solo una pregunta: ¿te importaría follar con mi marido y que yo me lo hiciera con el tuyo?”

“No me importa, me es hasta divertido, pero lo que quiero es hacer el amor con vos.”

“Entonces, déjame hacer. Tú no digas nada. Sólo pon cara seria hasta que yo acabe, porque ahí vienen ellos.”

Se acercaron nuestros maridos, recién duchados, el dormir toda la noche les había recuperado. Se sentaron con nosotras. El silencio invadía la mesa.

“Ayer se comportaron como una mezcla de cerdos y de adolescentes, agarraron un pedo de bobos. Esto se ha acabado… Tú crees que es manera de portarse en un viaje de bodas de plata…. Y a ti no te digo nada. No nos merecéis.”

Yo la oía en silencio, a los hombres les trajeron unos cafés con leche con ensaimada. Habían llegado tarde al desayuno y tendríamos que pagarlo.

“Perdona, Lili, cariño, no seas tan buena con este par de idiotas. Querías ir al baño, y no subías para no despertar a tu marido. Sube tranquila, que este pedazo de tonto ya está aquí desayunando.”

Obedecí su sugerencia, tal como habíamos quedado. Volví a la habitación, la verdad es que tenía ganas de pasar por el baño. Sentada en la taza, pensé en lo maravilloso que era hacer el amor con otra mujer, y en qué les contaría Ornella para que pudiéramos seguir disfrutando de ello. Cuando me limpié y pasé al bidet, eché de menos los chorros hacia arriba de los modelos argentinos. En España el aparato resultaba incómodo para higienizarte tus partes íntimas.

Me lavé los dientes y esperé a que vinieran a por mí. Sabía que no debía bajar.

Ornella abrió la puerta y me besó.

“Conseguido. La Operación Placer empieza ya”

“Cuéntame que ha pasado.”

“Les he dicho que ayer, tú no hacías mas que llorar por como te había dejado tu marido y que yo te consolé. Que tuve que hacer el amor contigo…….Tu marido me miraba con ojos de alucinado pero me he dado cuenta que se excitaba. A todos les gustan los números de chicas juntas….Luego he continuado diciendo que yo no estaba dispuesta a perder la oportunidad de estar contigo….Que me imaginaba que no les importaría, porque también estaríamos con ellos. Se han hecho los remolones pero han aceptado encantados. Así que tenemos todo el tiempo para disfrutar sin disimulos. Conviene que tú, sobre todo al principio, te hagas la inocente avergonzada. Ahora vamos a coger las cosas para irnos a la playa.”

No pude resistirlo, el saber que podíamos gozar la una de la otra me dio un subidón y la abracé, volviendo a besarla. Pegadas, libando nuestras bocas y nuestros cuerpos en contacto, sólo separados por la túnica que nos cubría, me di cuenta que debía seguir con mi rol de mujer ingenua que no sabe bien lo que hace.

Apenas preparé nada para llevar, yo decidí seguir desnuda bajo el algodón blanco, aunque agarré dos tangas de bikini. Bajamos de la mano, donde nos esperaban nuestros hombres. Esta vez conducía Alberto, me di cuenta que habían dispuesto el espejo retrovisor para poder espiarnos.

Apenas salimos del entorno del hotel y tomamos la carretera, Ornella me besó en la boca, su lengua buscaba la mía. Sus manos me acariciaban a través del vestido. Yo la respondí con ansia, me gustaba tocar sus pechos rotundos, sentir en mis dedos los pezones que erguían orgullosos.

Mi marido no perdía detalle, yo quise excitarle más y me subí  la túnica dejando mis piernas hasta los muslos a la vista. Ornella se dio cuenta de mis intenciones y recorrió con sus uñas mi carne sensible buscando el camino de mi sexo. Cuando me tocó mis labios vaginales los encontró húmedos, ansiosos de la caricia.

Fijé mi mirada en los ojos de mi esposo en el retrovisor, deseaba que viera como gozaba con una mujer. La italiana empezó a masturbarme, yo gemía muy quedo.

“¿ Te gusta lo que te hago?”

“ Me encanta. Sigue por favor”

Sus dedos entraron en contacto con mi botoncito rosado, era una experta, jugó hasta que mis YA,…YA..le indicaron que me estaba viniendo, entonces aceleró logrando que una explosión surgiera en mi sexo.

Me encantaba que mi marido lo hubiera visto, me daba morbo, pero debo reconocer que lo importante era el placer que me daba la italiana, Arnaldo era la guinda del flan.

“Ahora házmelo tú.”- me susurró mi amiga mientras me mordisqueaba la oreja,  subiéndose la túnica para que yo tuviera acceso a su intimidad y los hombres pudieran mirarla sin problemas.´

Sabía que estaba ardiendo, así que no me entretuve, mis dedos buscaron su sexo ansioso, metí tres dedos en su vagina empapada, jugué como si fuera un pequeño pene que entraba y salía en su intimidad, y la besé. Mi lengua jugaba con la suya, mientras mi mano libre acariciaba sus pechos. Estaba pendiente de ella, olvidada del espectáculo que daba, concentrada en disfrutarla. Mis dedos salieron de su interior y buscaron su clítoris. Estaba esperándome. Lo acaricié hasta que sus entrecortados suspiros me indicaron que había llegado al orgasmo.

“Creo que debemos parar porque estamos llegando.”

Entrábamos de nuevo en una zona urbana. Aparcamos junto a la playa. Era diferente del día anterior, en vez de casitas, en la cala había edificios de varios pisos de altura, con un pequeño paseo bordeando la arena.

“Nosotras vamos a aquellas hamacas. Venid vosotros en cuanto os pongáis el bañador. Y no haceros daño, que veo que están muy duras las pollas.”

Me divertía el desenfado de Ornella, pero mi papel era obedecer. Al llegar a las tumbonas, sin quitarnos las túnicas, nos pusimos los tangas, después nos  quedamos con sólo esa prenda.

Sin ningún disimulo, la italiana comenzó a darme protector por toda mi cuerpo desnudo. Yo, excitada como estaba, iba entrando en un estado de calentamiento total. Mis pezones eran la muestra, erguidos, duros, alegres de recibir sus caricias.

Cuando llegaron los hombres, era mi turno de acariciarla con la disculpa de la crema. Me esmeré y disfruté de tocar su piel, ella ronroneaba cuando mis manos tocaban sus pechos , su vientre y sus nalgas.

“Vamos al agua”- dijeron nuestros maridos. Nos reímos, era la única manera de ocultar su enorme erección. Nosotras nos tumbamos una al lado de la otra, tomadas de la mano.

La felicidad era aquello, una persona a tu lado que te acariciaba de vez en cuando, te besaba, sabiendo ponerte con el hecho en sí y con lo novedoso y prohibido.

Fuimos a bañarnos las mujeres, al cabo de un rato que regresaran nuestros maridos. Yo estaba totalmente desinhibida, así que aproveché para besarla, acariciarla, tocarla donde el agua nos cubría un poco por encima de la cintura. No éramos las únicas, tres parejas hacían lo mismo: usar la playa para meterse mano. Lo que chocaba a mi mentalidad argentina, es que sólo una de ellas era hétero, las otras dos eran homo y les. Esa promiscuidad sin prejuicios me calentó aún mas, así que mientras mis dedos prensaban los erguidos pezones de mi compañera, le pedí en un murmullo.

“Pajeame, y ven que yo te toco también la concha.”

Nos incrustamos la una en la otra sintiendo nuestras pieles mojadas y desnudas , suaves y calientes. Las bocas se devoraban mientras buscábamos el sexo, que se entreabría para facilitar la exploración digital.

Fue rápido, ambas estábamos cachondas y apenas nos acariciamos, nos volcamos en el orgasmo. Seguimos un rato nadando y jugando, hasta que salimos y tras la ceremonia de secarnos y darnos crema la una a la otra, volvimos a tumbarnos al sol. Estuvimos un buen rato entrando y saliendo del mar hasta que Arnaldo propuso ir a almorzar.

“Ir vosotros a buscad la mesa, y mientras encargáis la comida, nos damos Lili y yo el ultimo chapuzón”

Tras hacerlo, sin secarnos , nos pusimos la túnicas. El algodón se transparentaba al pegarse  a nuestros cuerpos mojados.

“¿ Nos quitamos la parte de abajo y vamos en dando el show al bar”- propuse atrevida.

“Nena, tienes imaginación y calentura”- contestó la italiana, sacándose la bombachita del bikini. La imité, nuestras conchas y el valle entre las nalgas estaban a la vista, pero cubiertas. Me di cuenta que era más erótico y excitante que si estuviéramos desnudas.

Al llegar a la mesa, una pareja de chicos jóvenes estaba ocupando nuestras sillas. Se levantaron cuando  llegamos, nos miraron queriendo tirarse sobre nosotras, que muy dignas, nos sentamos.

“Hemos pedido unas gambas y unos salmonetes a la plancha. Los salmonetes son nuestras trillas. Para vosotras un vino blanco frío, para nosotros unas cervezas sin alcohol. Pere y Mikel nos han dicho como llegar a una cala preciosa cercana.”

Los muchachos, con la verga haciendo una tienda de campaña en los shorts, se retiraron.

Comimos con las manos, sin apenas usar los cubiertos, bebimos el delicioso vino, que entraba como el agua, nos chupeteamos los dedos para la primera limpieza como si fueran los penes de los hombres, que nos miraban hambrientos.

Después dos cafecitos por persona. Yo estaba un poco borrachita, me había bebido casi toda la botella ya que la italiana sólo había tomado una copa. No me importaba, así lo que viniera en la tarde, siempre podía decir que era por el alcohol.

“Nos han dicho de una cala cercana, que en el 4x4 podemos llegar. Y que es un paraíso.”

“Vosotros queréis ser los adanes y nosotras las evas.”- dijo con sorna Ornella.- “Vamos para allá que no hay inconveniente, aunque ya sabéis mis condiciones, digno castigo por vuestra borrachera de ayer. Para mí, Lili es la primera, y mas ahora que está un poco medio pedo.”

Yo estaba feliz y aprendiendo de mi amiga a manejar a los maridos.

Pagaron y nos montamos en el coche. Conducía mi marido, con Alberto de copiloto. Nosotras atrás besándonos. Salimos del pueblecito, tomamos una carretera que subía hacia una colina cercana. No había circulación.

“Arnaldo, sepárate un poco de la ruta, que hay algo que tenemos que hacer.”

Yo pensé que la italiana  quería orinar, así que añadí.

“Yo también lo necesito, me estoy haciendo pis.”

El Nissan entró en un pequeño camino de tierra, apenas unos metros fuera del asfalto. Paró y bajamos las chicas.  Era fácil mear, cuando toda tu ropa es una túnica.

“¡Que bien me he quedado!”- me dijo Ornella, al tiempo que me besaba.-“Creo que debemos aliviar a nuestros adorables esposos que tienen las pollas como piedras y se van a enfermar”

Al llegar al coche abrió la puerta del copiloto, donde estaba Alberto , yo me di cuenta lo que iba a hacer y fui al costado de Arnaldo, imitándola.

Ellos se giraron ,tiré de la malla de mi esposo dejando al aire su verga que parecía un palo, por lo dura . Cuando iba a lanzarme sobre ella, oí a la italiana: “Hazlo rápido y procura que con la leche no manche la tapicería.”

Me pareció divertido, así que comencé a masturbar a mi marido con toda la mano rodeando su pija, muy deprisa, sin miramientos. Me encantaba ver aparecer su glande y  luego esconderse en el prepucio. Me di cuenta que iba a estallar en unos segundos, así que bajé la cabeza y sin dejar de meneársela metí el cabezón  en la boca. Llegué justo a tiempo, la leche le saltó hasta golpearme la garganta.

“Mi hombretón ya ha acabado, y ¿el tuyo?”

“También”

“Pues vamos a esa cala que apetece un buen baño”

Mientras se volvían a tapar, nosotras volvimos a nuestro sitio trasero. Allí nos besamos, mezclando el semen de los hombres, limpiándonos con nuestras lenguas golosas hasta que no quedó resto de guasca. Me encontraba extraña. Por un lado excitada por la italiana. Por otro muerta de risa por como había dejado seco a mi marido, sin placer por mi parte, como si fuera un acto mecánico, pero en el que yo dirigía y controlaba absolutamente todo .El machito de Arnaldo era un juguete  que podía usar como quisiera.

No me di cuenta  cuando dejamos el asfalto y entramos en el ripio. Sólo volví a la realidad al comenzar a bajar por una cuesta bastante empinada de tierra y pequeñas piedras, duró apenas cinco minutos, y a los tres, entre la arboleda apareció ante mis ojos el paraíso.

Apenas paró el todo terreno las mujeres, quitándonos la túnica, saltamos a la arena y corrimos desnudas al agua. No había nadie. Todo para nosotras, y en el mar nos fundimos en un beso profundo, de entrega, en que mi felicidad parecía estallar. Le chupé los pechos, jugué con sus pezones, la acaricié hasta que me pidió clemencia. Luego ella, me llevo y me trajo, una y otra vez. Cuando salimos allí estaban los hombres desnudos, verga en alto esperando. Habían tardado en dar la vuelta al coche, que quedaba apuntando a la subida e impedía que llegara otro vehículo. Si alguien quería venir, lo tendría que hacer andando y dejar el auto lejos de la arena.

“Id a daros un baño, mientras preparamos las toallas, que luego se nos llena el chicha de arena.”- yo me reí con los dichos de mi amante.

No nos había dado tiempo para extender los taollones cuando volvían como perritos buscando caricias.

“Ahora nosotras nos damos crema y después os damos a vosotros, que somos buenas y no queremos que os queméis.”

Los dos parados, en los dos sentidos, miraron absortos como nos extenderíamos el protector. Nosotras, con ganas de juego, disfrutamos del tacto y la caricia, pero como gatitas ronroneantes, también montamos un poco de espectáculo.

Cuando nos dirigimos hacia ellos, sus pollas parecían mástiles sin bandera.

“Déjame que se la ponga yo a Arnaldo.”- dijo mientras se acercaba a mi marido que en ningún momento protestó, aun sabiendo que yo haría lo mismo con el italiano.

El extender el protector sobre el cuerpo de un hombre que no era mi marido ante sus ojos, era una picardía que nunca había soñado pudiera vivir.

Albero tenía un buen cuerpo, cuidado, se notaba el gimnasio, yo me entretuve en su pecho, su abdomen duro y en su pija enhiesta. No me excedí en esta última parte de su anatomía por miedo a derramar su simiente. No perdía cada detalle de lo que mi amiga hacía a Arnaldo. Cuando ella empezó con las nalgas, la imité. Tocar un culo de hombre siempre me ha apetecido, pero mi esposo creía que es de putos así que me había tenido que reprimir siempre de algo que estaba disfrutando.

“Mira como le meto el dedo a tu marido y hazle lo mismo a Alberto, le encanta.”

La italiana le había introducido el índice por el culo a Arnaldo, que pese a su machismo terrible, no protestaba, es mas tenía carita de gusto. Así que la imité. Mi dedo fue abriendo el oscuro canal, despacio, descubriendo un mundo nuevo. Albero se inclinó un poco para facilitar mis avances. Metí y saqué como si fuera un pequeño pene.

“Busca la próstata y acaríciala con mimo”- me sugirió la experta.

Era algo de lo que había oído hablar, pero que no sabía bien de que iba. Pero dispuesta a aprender me esforcé. Y allí estaba, noté como una pequeña nuez, la toqué con precaución, animándome a medida que los gemidos de los hombre se hacían más y más intensos. Y de pronto estallaron, primero Arnaldo y luego Alberto, derramando su semen en la arena.

“Vamos al agua a lavarnos que algo de mierda se nos habrá pegado.”- sin mas Ornella corrió zambulléndose en el mar, yo la seguí.

“Nunca pensé que se podía dar por culo al machista de mi marido” – le murmuré entre besos y risas. Su mano bajó a mi concha, asiéndola como si fuera un juguete.

“Acabamos de empezar, bobita. Eres tan dulce, alegre y viciosa. Volvamos por ellos”

Nos estaban esperando, les besamos, tenían la pija medio dura, recién acaban de irse. Necesitaban tiempo para recuperarse.

Me tumbé en la toalla abierta de piernas, quería que me comiera. Y lo hizo. Su lengua jugó un momento por mis ingles para llegar a mi concha. Estaba empapada. Sentí como la punta recorría mis labios, recogiendo el salado néctar, después buscó mi punta rosada, la primera lamida me hizo temblar. Un escalofrío desde lo más íntimo me abrió cuando sus dedos entraron en mí. Iba a volver a experimentarlo, lo sabía y me llenaba de gozo. Lo encontraron, y la más maravillosa de las caricias acompañó las lamidas de mi clítoris. Sólo tenía que dejarme llevar. Era un camino sólo vivido una vez, pero que estaba marcado para siempre en mi cuerpo.

Cuando me derramé, mi amada aceptó el flujo de mi intimidad.

Tardé en recuperarme. Mi marido me miraba asombrado, y Alberto con ojos golosos.

“Ahora, cómeme tú a mí.” Estaba esperando como una niña ansiosa. Me arrodillé entre sus muslos abiertos y de una rápida lamida por su concha recogí todo el flujo de su lívido. La lengua fue separando sus labios y la metí en toda la longitud que fui capaz en su vagina. Después de hacer que tuviera las contracciones que da el placer, la saqué y fui al pequeño apéndice donde se concentran los hilos terminales de nuestro placer. Me esperaba ansioso. No quería que se viniera enseguida, así que prologué el juego del helado de fresa durante minutos. Ornella aguantó un rato pero cuando empezó su marcha, solo oí el primero de sus aullidos, después sus muslos apretaron mi cabeza, dejándome sola con las sacudidas de su orgasmo multiplicado.

Al poder volver a ver y a oir reencontré con los dos hombres masturbándose, pero no cada uno con su minga, sino ayudando al compañero. El shock casi me hace caerme, mi hombre, el más macho de Argentina, haciendo una paja a un italiano, aunque daba igual la nacionalidad, era algo tan inesperado que no podía salir de mi asombro.

“Están muy ansiosos, anda vamos a darles un repaso. Tumbaros que vamos a por vosotros”

Los hombres se tendieron con las pollas en alto. Fui hacia mi marido, pero Ornella me paró y fue hacia Arnaldo que la miró ansioso. Cuando se fue dejando caer hasta llenarse, yo me acerqué y les besé, primero a Arnaldo, después a la italiana.

“No sabía que podías ser tan puta.”- dijo mi esposo moviéndose acompañando el trote de mi amiga.

“ Pero a ti te gusta, cabroncete. Di la verdad”- le replicó Ornella, acelerando la cabalgada.

No dijo nada, me traía sin cuidado lo que pensara, pero cuando se paró la mujer  e hizo ademán de dejarle compuesto y sin novia, rugió:

“Sí, me gusta que sea tan puta.”

Me  dirigí hacia Alberto, dispuesta a gozarle, y pensando que yo podía ser puta, pero él tenía un punto de maricón.

Coloqué un pie a cada lado de los muslos del italiano y me empotré en su verga enhiesta. Lo disfruté, tenía una pija larga que al dejarme caer llegaba a lo mas profundo de mí. Empecé a gritar, quería que Arnaldo se diera cuenta de cómo me hacía gozar otro hombre, por eso exageré en mis AYES y mis MASES.

No eran dos niños, y se habían corrido dos veces, así que aguantaban y nos hacían gozar con sus pollas duras pero sin soltar su leche.

Me fui un par de veces pero ellos no acababan, me estaba empezando a cansar de tanto sube y baja, me di cuenta a Ornella le ocurría lo mismo.

“Estos no se corren, vamos a hacerles un tratamiento de choque , que me apetece volver al agua. “

Dejé a mi pareja de coito sin acabar y fui hacia mi amante. Ella también se había levantado y nos besamos, confiaba en ella, sus caricias me fueron quitando el cansancio y volvía a sentir ganas de viajar al más allá.

Ellos se masturbaban viéndonos. La italiana me llevó de la mano hasta mi marido.

“Métela hasta dentro y estate quieta”

La obedecí, me empalé en el miembro airoso de Arnaldo y quedé sintiéndola dentro pero sin moverme. Ella me acariciaba los senos, me pellizcaba los pezones, mezclando el placer con un pequeño dolor. Se puso a mi espalda, siguió sin abandonar mis lolas, pero sentí su lengua y su saliva por la columna.

Paró y me obligó a inclinarme hasta casi tocar el pecho de mi marido. La crema me inundó el orto, tras mío Alberto apoyó su glande en mi puerta oscura y empujó hasta que me fue penetrando. No me podía mover. Las pijas de los dos hombres y sus cuerpos hacían de mí un sándwich que sólo podía recibir las embestidas de los machos.

“No has estado nunca con dos hombres. Déjate hacer y disfruta. Y si quieres ser agradecida , cómeme el coño.”

Se paró ante mi cara, dejando su concha al altura de mi boca. Era difícil chuparle con los traqueteos que me propinaban  mi marido y el italiano, pero me esforzaba y creo que el verme así la excitaba más que mis lamidas. Me agarró la cabeza y la apretó contra su sexo. Quieta , sometida, gozando me convertí en un juguete para la lujuria del trío.

No sé las veces que me fui, no sé cuando acabaron. Desmadejada, me quedé tumbada mientras ellos se fueron al agua.

El primero en volver fue mi marido, se tumbó a mi lado, me besó con ternura y me musitó:

“ Cariño, esto si que es un viaje de bodas de plata. En Ibiza se empieza una nueva vida.”