La fantasía de la mucama francesa (4)

Una amistad virtual que empezó en el chat terminó siendo una deliciosa amistad sexual en la cual una amiga y yo cumplimos una de sus más ardientes fantasías (Cuarta entrega de cuatro)...

La Fantasía de la Mucama Francesa – Parte IV:

Un jacuzzi románticamente anal

Desperté. Posiblemente había transcurrido media hora desde que Ana y yo habíamos alcanzado el orgasmo, en aquella mega-cogida de a perrito que habíamos tenido. Volteé a mi lado y descubrí que mi niña aún dormía plácidamente. Ahora ella se encontraba boca arriba. ¡Dios, si se veía hermosa! Se veía relajada, tranquila. Sus facciones era lindas, finas… y excitantes. Por un momento me invadió la ternura y la vi como una criaturita indefensa, a la que había que proteger y cuidar a más no poder. Me incorporé de la cama con cuidado y me acerqué a ella por el lado contrario a donde yo había estado. Observé sus párpados cerrados, sus mejillas – rosaditas y bonitas – y sus rojizos labios carnosos. Mi chiquita debía estar soñando, pues de repente sonrió y dejó escapar un suave suspiro, como si se acabara de reír en sus sueños. Aquél gesto me encantó, haciéndome inclinarme sobre de ella para colocarle un suave y muy tierno beso con los labios. No sé si fue coincidencia con lo que Ana soñaba en aquél momento, o si sintió mi boca y decidió devolverme el beso entre sueños, el caso es que me besó muy ligeramente, apenas pellizcando mi labio superior. Luego ladeó la cabeza y volteó el cuerpo hacia donde yo había estado, tratando de abrazarme. Para no despertarla, le acerqué una almohada tal que simulara mi presencia – a la cual ella abrazó sensualmente – para después suspirar y seguir durmiendo profundamente.

Inesperada, pero afortunadamente, el sueño de mi chiquita me permitiría prepararle la sorpresa que había estado cocinando para ella.

Me alejé de la cama y apagué algunas de las luces de la habitación – aquellas que se habían quedado encendidas cuando nosotros nos habíamos quedado dormidos. Desde nuestra llegada habíamos dejado encendidas algunas de las luces, pero no todas. Así pues, oscurecí el lugar cercano a la cama lo más posible para prolongar el sueño de mi chiquita, tal que yo pudiera atender mi idea en el ínter.

Fui al jacuzzi – algo alejado de la cama, pues la habitación era enorme – y lo empecé a llenar. Preparé agua caliente en el grifo, para que la temperatura de la poza resultara agradable. Luego fui al morral que había traído conmigo para aquella noche – el mismo de donde había extraído el estimulador anal que le había metido a Ana – y extraje, con cuidado para no hacer ruido, varias de las cosas que ocuparía para aquella velada. Y mientras el agua del grifo seguía saliendo, fui disponiendo estratégicamente de los artículos, acomodándolos alrededor de la poza

Pasaron todavía algunos minutos desde que terminé de acomodar todo para que la niña de mi vida abriera los ojos, cual bebita de tres meses retozando en su cuna. Estaba junto a ella cuando lo hizo. Miró desorientada hacia todos lados durante unos instantes (con sus ojitos acostumbrándose a la penumbra del lugar), luego me observó y me sonrió. Le devolví la sonrisa y nos besamos enamoradamente, abrazándonos muy rico.

Ana: "¿Cómo estás? ¿Dormiste bien, cariñito mío?... ¿Tienes ganas de aventarte otro round ? Espero que sí, ¡porque yo ya empiezo a tener ganitas otra vez!"

¡Grandísima diabla! ¡A ésta cabrona no se le acababa la libido sexual nunca! ¡Parecía que tenía una fuente de energía sexual integrada dentro de sí!

Yo: "¿Me permites enseñarte una sorpresita que te tengo preparada, mi amor?".

Ana: "[exclamación de sorpresa] ¡Iiiiihhhhh…! ¡¿Una sorpresa?! ¿¿¿Para miiiiiií???".

Yo: "Así es, para ti. Para mi chiquita linda y adorada".

Ana [hablando chiqueado, como niña chiquita]: "Ven acá bebé".

Me tomó de la nuca y me jaló hacia sí. Nuevo beso, ahora con un rico jugueteo de lengua.

Ana: "¿Y cual es ésa sorpresita que me tienes?"

Ella no tenía ni idea de lo que le tenía reservado. ¡Se le iba a caer la tanga en cuanto viera lo que le había preparado!

Yo: "¿Quieres verla?"

Ana: "¡Claro!"

Yo: "¡Hmm! ¡Ven!"

Y dicho y hecho, la levanté de la cama. En cuanto su mirada se posó en el piso de la estancia, sus sorpresas empezaron. Para empezar, el piso del lugar – en un caminito que iba desde la cama al jacuzzi – estaba tapizado con una enorme cantidad de pétalos de rosa roja, adornados con algunas gardenias blancas para marcar la frontera entre la alfombra del lugar y los propios pétalos (toda la habitación olía increíble, tanto a gardenia como a huele-de-noche que yo había dispuesto en un ramito cerca del jacuzzi). Desde luego, se sorprendió ante aquella singular ruta, agachándose para tomar algunos de los pétalos para olerlos y examinarlos.

Yo: "Pero antes de continuar, tengo que prepararte para lo que sigue Anny".

Ana: "¿Prepararme? ¿Cómo?"

Yo: "Date la vuelta, por favor".

Ana: "¿?".

Dicho y hecho, mi bebita linda me dio la espalda. Yo me senté en el borde de la cama, a unos cuantos centímetros de sus nalgas y le bajé la tanga que aún a ésas alturas del partido había conservado (nunca se la quité durante los escarceos previos a la penetración, ni durante el coito mismo que sostuvimos). Después desabroché los seguritos que sujetaban las ligas de su liguero a las medias, así como el broche maestro del propio aguantamedias, quitándoselo. Finalmente, le tomé cada una de sus piernas y le quité las medias. Entonces sí, Ana Elisa quedó como Dios la había traído al mundo .

Una vez desvestida, la tomé de la mano y la llevé hasta la zona del jacuzzi. Al acercarme a él, presioné el botón de un control remoto que había tomado a la pasada por la cómoda (el cual yo había dejado ahí intencionadamente). Cuando llegamos al lugar de destino y vio lo que le había preparado, no dio crédito a sus ojos. Mientras recorría con la mirada el espectacular lugar, los primeros acordes de la canción ‘ Don’t make me wait for love’ (‘No me hagas esperar por amor’), de Kenny G, comenzaron a sonar en las bocinas de un kit de I-Pod con speakers que reposaba a un costado del jacuzzi.

Ana: "[exclamación de sorpresa] ¡IIIIIHHHH…!

¡TOOOOÑO!... [volteándome a ver] T-t-t… tú

¿¡tú preparaste todo esto… para mí!?".

No fueron necesarias las palabras. La mirada que le sostuve a mi reina confirmó sus sospechas. De inmediato, Ana me abrazó y me besó, mientras algunas lágrimas de felicidad resbalaban por sus mejillas.

Ante los ojos de mi niña se extendía un espectáculo que le resultaría difícil de olvidar. El camino de las rosas moría al pie del jacuzzi, de donde finas nubecillas de vapor se alzaban de la superficie del agua (burbujeando suavemente por las corrientes impulsadas por el motor del hidromasaje). Sobre el espejo acuático, tres pequeños cuartetos de hojas de eucalipto, con gardenias en el centro, flotaban sobre el agua. Cada gardenia tenía un pequeño contenedor de vidrio que albergaba una pequeña velita, apenas lo suficiente como para mantener viva una suave llamita. Rodeando al jacuzzi (reposando en el piso de mármol que rodeaba a la poza) decenas de lagrimeantes velas de todos tamaños – grandes, flacas, gordas, altas, chaparras – iluminaban la estancia (algunas se encontraban clavadas en los cuellos de botellas de vino vacías). Las velas no abarcaban toda la periferia del jacuzzi (de corte redondo) pero sí varias partes (había dejado intencionadamente dos zonas grandes al descubierto [tapizadas con toallas grandes] en donde alguno de los dos podía sentarse o acostarse, según lo necesitáramos durante la velada que compartiríamos). El estéreo I-Pod con juego de bocinas complementaba la ambientación romántica del lugar, proveyendo música suave e instrumental de algunos de los autores que a Ana y a mí más nos gustaban (Kenny G, HA*ASH, Chieli Minucci, Backstreet Boys y otros más).

Acerqué a mi chiquita al agua, al tiempo en que yo entraba en el jacuzzi. Luego la tomé de las manos y la ayudé a entrar, sujetándola firmemente hasta que se sentó en el fondo. Luego me acomodé – dejando el remoto de la I-Pod a un lado – sentándome al lado de mi niña. Ella continuaba examinando todo a su alrededor. El lugar estaba precioso: además de las velas, el jacuzzi tenía alrededor muchísimas plantas colocadas en agujeros estratégicos (o en macetas) cerca del borde de la poza, tal que ésta quedara rodeada de una notable y exuberante vegetación. Tan impresionante y romántica era la ambientación, que Ana continuaba mirando para todos lados, un tanto sobrecogida. Creo que jamás en su vida le pasó por la cabeza que yo podía prepararle una cosa así.

Yo: "Mi vida, ¿te gustaría una copa de vino?"

Ana [volteándome a ver, sorprendida]: "¿Eh? ¡Oh! ¡Ah! ¡Sí, sí, por favor! ¿Qué vino tienes?"

Había preparado uno que a mí encantaba: Liebfraumilch Rheinhessen (‘leche de amor de mujer’ en teutón), un vino blanco alemán, muy dulce y suave, proveniente del pueblo de Bernkastel-Kues (en el extremo occidental germano, cerca de la frontera con Francia). Calmadamente alargué la mano y alcancé la botella (la cual ya tenía un sacacorchos insertado, el cual sólo tuve que jalar para sacar el respectivo tapón). Ana me miró, entre curiosa, sorprendida e incrédula. Luego tomé una de las copas que reposaba boca abajo en una de las toallas al filo del jacuzzi y le serví una pequeña porción. Se la ofrecí a mi chiquita quien, muy contenta, me la recibió. Sorbió el delicioso vino, dibujó una amplia sonrisa para indicarme su aprobación y procedí a escanciar el resto en su vaso. Luego me serví otro tanto. Finalmente, tomamos nuestras copas y procedimos a brindar.

Ana: "¿Porqué vamos a brindar?" – me preguntó.

Yo: "Por nosotros y por nuestra amistad, Ana. Porque nos queremos, porque hemos sido amigos desde hace mucho, porque nos hemos complementado uno al otro, porq…".

Ana: "Yo pensaba brindar por el amor y la felicidad… "

Yo [sorprendido]: "¡Ah! Pues… ¡no se diga más! ¡Brindaremos por eso!...".

Silencié un breve pensamiento que en aquellos momentos me pasó por la cabeza, pero que en aquellos momentos no saqué a relucir para no agriar el festejo.

Ana: "Por el amor… ".

Yo: "¡Y la felicidad!".

Entrechocamos nuestras copas, y sorbimos el delicioso vino. Luego nos volteamos a ver como un par de enamorados – ella incluso entrecerró sus ojos, regalándome una de aquellas miradas que sabía muy bien que delataba el amor que una mujer sentía por un hombre. Nos acercamos despacito, inclinamos nuestras cabezas para emparejar nuestros labios, cerramos nuestros párpados y nos fusionamos en un beso apasionadísimo. Aquél fue, sin lugar al dudas, el mejor beso de toda la noche. Fue pausado, lento, calmado, suave… pero también cargado de amor, de entrega, con mucha intensidad. Los acordes de ‘September Morning’ (‘Mañana de Septiembre’), de Neil Diamond, resonaron suavemente en el estéreo mientras nuestros labios se fundían en uno solo y nuestras lenguas practicaban una danza amorosa, un vals romántico e increíblemente intenso. Ana me tomó del cachete y luego de la mejilla, jalándome hacia sí para prolongar el beso por toda la eternidad. Yo le correspondí acariciándole las mejillas y tomándola de la barbilla para guiar con todavía mayor precisión aquella unión de nuestros cuerpos. En aquél beso nos agradecimos todo: nuestra amistad, nuestro cariño, nuestra entrega y confianza… incluso nuestro amor. Era difícil de explicar. Incluso habíamos hablado e intentado hasta el cansancio de que nuestra relación no pasara de ser una simple amistad "con derecho", pero aquello ya había cruzado ésa frontera desde hacía mucho y no nos había avisado. Por más que habíamos fingido, aquél beso nos desenmascaró y reveló nuestros verdaderos sentimientos. ¿O no fue así?

Tras separar nuestros labios, Ana me miró con ternura. Luego bajó su mirada, un tanto cohibida, y recargó su cabeza en mi hombro (ella me quedaba a mi lado izquierdo, por lo que aprovechó su posición para acurrucarse); después subió su pierna izquierda y la entrelazó con la mía, al tiempo en que me tomaba de la mano y me sujetaba con suavidad (por abajo del agua). Así nos quedamos un rato: en silencio, acomodaditos uno al lado del otro, con las copas en la mano y sorbiendo pequeños traguitos de vino cada cuando. Los únicos sonidos que poblaron el ambiente fueron las canciones que la I-Pod reproducía, así como el burbujeo del agua y el sonido del motor para el hidromasaje.

Minutos más tarde, Ana acarició mi brazo y suspiró, con la respiración temblándole ligeramente (como cuando alguien llora quedamente). Aquello llamó mi atención y la voltee a ver. Ella notó mi inquietud y bajó la cara todavía más, para evitar que le viera los ojos. Imaginé que sollozaba por alguna razón. Quizá fuera porque se sintiera muy contenta con aquella sorpresa, o porque los acordes de la canción "Lady in Red", que en aquellos momentos era reproducida la hubieran conmovido. El caso es que la tomé de la barbilla y le levanté el rosto: sus hermosos ojos café lloraban ligeramente. No lo pudimos soportar: ni ella que yo la viera así, ni yo verla llorar de una manera tan conmovedora. Aquello fue demasiado y los dos nos volvimos a unir en un beso ligero… pasional… eterno. Un beso delicioso, lindo… Luego volvimos a quedarnos acurrucados como hacía unos momentos habíamos estado.

Pasados unos minutos

Yo: "¿Te gusta reina?".

Ana no pudo levantar la cara. Supuse que seguía con aquél silencioso llanto y sólo se limitó a asentir con la cabeza y apretar mi brazo con fuerza (ella me había agarrado de ahí, como pidiendo apoyo). Le besé la frente y comencé a acariciarle la mejilla.

Yo: "Pero, ¡Ana! ¿Porqué lloras? ¡No es para que estés triste, amor! ¿Porqué te da el sentimiento?"

Pregunta estúpida y respuesta lógica: porque era mujer. ¿A qué dama no la conmueven los detalles como aquél?

Ana levantó el rostro, moqueó y se secó las lágrimas con el dedo. Yo le pasé unos kleenex que afortunadamente (y eso sí no fue preparación mía, ¡lo juro!) había relativamente a la mano para que se limpiara la nariz y se secara los ojos.

Ana: "Perdona, lo que pasa es que… soy muy sensible para ésta clase de cosas. De veras… me llega mucho cuando vivo éstas cosas con alguien que quiero… La verdad es que me has dejado impresionada. Nunca me esperé que prepararas las cosas de ésta manera".

Yo: "Es para que veas que sí te quiero… ¡y te quiero un chingo, bombón!".

Y vaya que sí la quería.

Después le ofrecí más vino. Escancié el alcohol en las copas, mismas que entrechocamos por segunda ocasión en la noche, y bebimos. Continuamos un rato platicando a gusto. La interrogué sobre lo que más le gustó en aquella "puesta en escena", pero no supo decidir si habían sido las velas, o lo romántico del ambiente, o el vino, o el camino de rosas… pero el caso es que estaba encantada y muy, muy feliz. Para redondear el momento, alargué la mano, hurgué momentáneamente atrás de uno de los "bancos" de velas y extraje, oculto entre las macetas y las plantitas que nos rodeaban, un par de rosas rojas/anaranjadas (color merthiolate ), envueltas en papel celofán. Se las entregué a Ana Elisa, quien se volvió a quedar de una pieza mientras examinaba las flores con ilusión y alegría. Las estudió con detalle, oliéndolas y tocándolas con suavidad. Luego se me acercó, me abrazó y me dio otro delicioso beso – tomando mi cuello entre sus brazos –. Me besó de una forma diferente, pero muy rica y deliciosa (pellizcó sólo mi labio superior, dándole un suave jaloncito), luego se quedó viéndome con una expresión enamorada difícil de describir. Me agradeció la atención y se volvió a acomodar a mi lado, manteniendo la vista fija en el agua y en las suaves burbujas que salían de ella.

Avanzó el tiempo. Fueron varias copas de vino, muchos besos y otras tantas caricias más...

Anny comenzó a hacerme cosquillitas en la panza. De inmediato me di cuenta de a dónde quería llegar – ¡ya la conocía de sobra! – y, por supuesto, la dejé hacer sin ponerle nada de trabas. No tardó mucho en llegar a mi parte erógena y, eventualmente, a mi amiguito, para empezar a masajearlo suavemente. Aquél placer que ya conocía bien volvió a invadirme, en tanto mi amiguita comenzaba a darme suaves y sugerentes besitos en los cachetes y en la oreja (mordió con cuidado el pabellón de la misma, dándole un suave jaloncito a la oreja en el lóbulo inferior). Luego me murmuró:

Ana: "¿Sabes? Ésta atmósfera romántica me está poniendo muy caliente… Estoy empezando a tener unas ganitas muy, pero muy ricas, de que me cojas aquí mismo y me hagas ver estrellitas… ".

Yo [fingiendo inocencia e incredulidad]: "¡Ah! ¿Sí?... Oye… ¿y te gustaría… ".

Ana: "¿ …qué?".

Yo [bajando la voz y acercándome al oído de ella]: "…hacerme un güagüis para que se me acabe de poner durita?".

Ana: "¡Pues vas a tener que salirte tantito del jacuzzi, amor, porque sino, no voy a poder hacer nada mientras tu nene esté sumergido bajo el agua!"

Reí y me salí de la poza, quedándome sentado en el borde – sobre una de las toallas que había dispuesto para ésta clase de menesteres – dejando a Ana hacer lo suyo. Aquella mamada, como las anteriores, fue riquísima, con mi niña dándome suaves jaloncitos en mi verga para masturbarme. Por supuesto, no tardé en volver a tener una muy buena erección. Luego me masturbó unos segundos más, antes de preguntarme:

Ana: "¿Tienes los condones a la mano?".

Por supuesto que los tenía. Cogerme a mi amiguita en el jacuzzi era una de las fantasías que yo quería vivir con ella. Tomé uno de los preservativos que había dispuesto atrás de las velas y se lo di. De inmediato rasgó el empaque, lo extrajo, lo puso sobre la punta de mi pene y lo desenrolló en el tronco de éste. Ana se incorporó – quedando sólo sus pantorrillas dentro del agua – se dio la vuelta para darme la espalda y se dejó venir hacia mí, abriendo sus piernas para que las mías cupieran entre las de ella. Yo eché el tronco hacia atrás, dejando mi pene, enhiesto y duro, apuntando hacia el techo. Mi amiguita acomodó sus caderas a la altura de mis ingles y se fue sentando para bajar la entrada de su puchita hasta la punta de mi pene. Luego tomó mi verga con las manos, la metió suave y lentamente en su vagina, y se dio el sentón final para llenar su cuevita del amor con mi juguetito. Ana suspiró al tiempo en que comenzó el sube y baja clásico, con una rica masajeada de mis huevos de por medio. Mientras veía como gemía y se comía mi pene con su conchita rica, noté la mancha negra del butt-plug metida en su ano, lo cual hizo que me excitara aún más. La tomé de las caderas y le fui marcando el ritmo de la cadencia, ayudándola a subir y a bajar según se requiriera. De tanto en tanto le fui propinando sendas nalgadas en sus pompas, mismas que ella me agradeció masajeando mis huevos todavía más duro y con mayor presión.

Después de un rato, suspendió el movimiento de mete-saca para incorporarse. Yo también me puse de pié, al tiempo en que Anny me tomaba de la nuca y volvía a fusionar sus labios con los míos. Me acarició la verga, dándole dos que tres sacudidas, y me preguntó:

Ana: "¿Otra vez de a perrito, amor? ¿Me acuesto en el borde y me penetras por detrás?".

Yo: "Hmmm nop… tengo ganas de probar una posición diferente… algo muy adecuado para el jacuzzi… Dime, Ana, ¿te gustaría hacerlo abajo del agua?".

Ana: "¿Bajo el agua? ¡Mmmmh! [suspiro de placer] ¡Me encantaría! ¿Cómo quieres que me ponga? ¿De perrito o como?"

Yo: "Sentada, por fa… ponte... ahí, mira [le señalé con el dedo]".

La ayudé para que no se resbalara. Quedó sentada en el fondo de la poza, hacia el centro geométrico de la misma (de hecho, no había mas que un solo nivel, no era uno de ésos jacuzzis que tienen asientos integrados, sino que era únicamente una tina amplia de forma circular); luego, yo hice lo propio y me acomodé exactamente frente a ella.

Ana: "¡¡Ooooouuu…!! ¡¡Ya me habías hablado de ésta posición anteriormente!! ¡Me acuerdo que me encantó cuando me la contaste! ¡Esto va a ser muy muy rico y sexy!".

Yo: "Dame tus manos nena; acércate a mí, por favor".

Ana me extendió sus brazos, mismos que yo tomé y la jalé hacia mí. Al irse acercando a quien esto escribe, mi compañera tuvo que abrir las piernas, e irse acomodando paulatinamente, pues la idea era juntar nuestros sexos – bajo el agua – en una posición que asemejaría ligeramente a la de "El Misionero", pero en lugar de estar acostados, los dos estaríamos sentados frente a frente. No fue sencillo – pensé que no representaría mayor esfuerzo, pero me equivoqué –: Anny tuvo que batallar bastante para ir acercando sus caderas hacia las mías, primero levantándolas con sus piernas, después usando sus muslos (apoyados en los míos) para tal efecto hasta que su sexo quedó prácticamente unido al mío (sentí, ricamente, su Monte Venus rozando la parte de mi abdomen que está justamente por encima de mi pene).

Yo: "¿Lista, amorcito?"

Ana: "Ya te estás tardando, bebé"

La levanté de las caderas tomándola de las nalgas (mientras ella se mantenía abrazada a mí a la altura de mi cuello) y la acomodé, tal que su rajita quedara por encima de mi pene erecto. Como no podía sentir con la punta de mi pene el sitio exacto de la entrada a su cuevita, le pedí que me indicara en dónde debía de bajar sus caderas para que la pudiera penetrar. Nos costó algo de trabajito, pero finalmente me dijo: "¡ahí! ¡ahí!" y la moví para que finalmente mi arma penetrara sus carnes. Por supuesto, Ana gimió de placer, mordiéndose los labios y abrazándome duro. Comenzamos un muy suave y lento movimiento de caderas – conmigo cargándola de sus nalgas y haciendo movimientos circulares para que mi pito entrara y saliera de ella –. Estábamos muy calientes, ella sobretodo, porque no tardó en acelerar su respiración y en besarme el cuello con desesperación. Nos comimos las bocas riquísimo, al tiempo en que yo le masajeaba las nalgas y la cargaba para lograr el movimiento de mete-saca que tanto nos gustaba.

Ana: "No manches amor, ¡estoy MUY caliente!... ¿Qué te parecería bombearme el rico estimulador que me metiste hace rato, bebé? Yo me encargo de mover mis caderas para no dejar de sentir éste rico bombeo vaginal que esta delicioso!".

Yo [besándole el hombro]: "OK, corazón. ¡Te voy a hacer ver fueguitos artificiales! ¡Vas a ver!".

Y dicho y hecho, estiré el brazo derecho lo más que pude y alcancé, no sin ciertos trabajos, la base del butt-plug que sobresalía de su esfínter anal. Ana comenzó a mover sus carnes, hacia atrás y hacia delante, al tiempo en que yo le sujetaba el plug , ahora jalándolo para sacarlo, después para meterlo a su posición original. No conseguí moverlo mucho, pero logré provocarle un intenso placer a mi amiga con lo poquito que logré desplazarlo (o eso creí).

Ana: "¡Sácamelo más y luego métemelo, corazón! ¡Quiero sentir como si cagara el dildo y que luego me lo metas rico de regreso! ¿OK?".

Le dí un jalón al estimulador más fuerte que el anterior y esta vez sí logré moverlo. Mi chiquita de inmediato gimió, ahogó un gritito y me abrazó con fuerza, hundiendo las uñas de sus manos en mi espalda (¡Cabrona! ¡me dejó la piel como mapa de monografía!). Aquello fue un síntoma inequívoco de que sí la había hecho ver estrellitas. Luego empujé el plug a su posición original (dentro de ella, naturalmente), cosa que la hizo volver a gemir con fuerza y placer. Ana parecía desesperada – me sorprendió e, incluso y hasta cierto punto, me asustó con lo caliente y cachonda que se veía en ésos momentos – resoplando como una yegua en celo, abrazándome con fuerza y ahora besándome con desesperación. Continué bombeando el dildo anal unas cuatro o cinco veces – despacio, pero haciéndolo mover por lo menos un par de centímetros dentro de mi amiga – mientras ella respiraba ya muy agitadamente y me besaba con una intensidad difícil de describir (¡casi logró meter su lengua hasta mi campanilla!). Pensé que se vendría pronto, pero en vez de eso, me tomó de la parte trasera de la cabeza y de la mejilla y me miró con una mirada capaz de derretir al iceberg más grande del Polo Norte. Sus ojos escupían un fuego y una lujuria difíciles de describir. Me empecé a preguntar si mi amiguita ya estaba perdiendo la cordura por la mirada tan penetrante con la que me había mirado, cuando me dijo, en un tono que no admitía a réplica, lo siguiente:

Ana: " ¡Quiero que me cojas por el culo, cabrón! "

Yo: "Pero, ¡Ana! ¡Habíamos quedado que hasta mañana lo haríamos!"

Ana [abrazándome y suspirandome al oído]: "Lo sé, pero ¡estoy muy caliente, bebé! ¡NO me puedo esperar!"

Y antes de que un servidor siquiera pudiera asentir o decir algo, ella se separó de mí. Luego se ladeó, se llevó una mano abajo del agua – supongo que a donde estaba el estimulador anal – apretó los dientes haciendo una mueca de dolor (gimiendo) y, tras unos breves instantes, suspiró aliviada. Imaginé que se había quitado el dildo, cosa que confirmé en cuanto vi que lo sacaba del agua y lo dejaba en la orilla del jacuzzi. Luego gateó hacia una de las partes que rodeaban la poza en donde no había velas – concretamente, en donde estaba una de las toallas que cubrían el mármol – y recostó su tronco encima de ella (de forma que su culito quedara por encima de la superficie del agua y hacia quien esto escribe). Luego se llevó las manos a sus pompas; con una separó una de sus nalgas y con la otra jugó con su agujero para cagar, metiéndose dos dedos en él. Volteó a verme y me dijo:

Ana: "¿Qué estás esperando? ¡¡¡Házme el amor por atrás bebé, que ya no aguanto!!!".

Rápidamente me coloqué detrás de mi chiquita. Tomé el tubo con el lubricante sexual que había comprado para tales menesteres y le embarré una buena cantidad en la entrada de su cuevita – su "otra" cuevita –. Luego me puse en la punta de mi juguetito, así como un poco en el tronco. Noté que el ano de mi nena estaba un tanto dilatado – se veía un poquito más relajado y "abierto"; es decir, la estrella del asterisco se veía más grande, quizá ahora permitiendo un acceso más fácil y placentero (así como menos doloroso) a su intestino grueso. Así pues, aprovechando la situación, coloqué mi cabecita entre las pompas de Ana y empecé a pujar. Sorpresivamente, entré sin dificultades – me encantó ver cómo la punta de mi arma desaparecía entre los pliegues de aquél pastelito rico, mientras Ana gritaba un pequeño "¡Aaaah!" , seguido de un "¡Sí, bebé, sí, cógeme rico!" .

Ni siquiera fue necesario tomarla de las caderas: entre la excitación que tenía mi nena – lo cual muy probablemente mermaba el dolor que pudiera llegar a sentir –, la aclimatación, aunque sólo hubiera sido temporal, al dildo que había tenido colocando un rato (cooperando con la reducción del dolor en su esfínter), la dilatación de su colita y el lubricante que le había untado, bastó para que con un simple movimiento horizontal de cadera pudiera entrar en ella. Aproveché la posición de la plancha de mármol en donde el tronco de Ana reposaba para yo también recargarme en ella – aunque con los brazos extendidos – de forma tal que nuestros cuerpos se acoplaran entre la zona de sus nalgas y mis ingles. Nos juntamos riquísimo; la sensación de estar dentro de ella en sus intestinos fue increíble: si la apretadita en su pucha era de por sí rica, la de su ano la superaba y con creces. Además, su colita estaba ligeramente "arrugadita" por dentro, lo cual añadía un doble placer a mi pene (qué era lo que me hacía sentir así lo ignoraba, pero ¡vaya que era algo sumamente rico y delicioso!). Desde luego, Ana no se quedó atrás en cuando a sentir placer intenso se refiere, y pronto empezó a gemir y a suspirar con fuerza y rabia.

Ana [al ritmo de las arremetidas]: "¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Sí!... ¡Sí!... ¡Sí!... ¡Sí!... ¡Rico, bebé, me coges muy ricooooo…!!!".

Era delicioso sentir cómo su "anillo" o músculo esfínter me "masturbaba" cada que entraba y salía de ella. Procuraba hacerlo más despacio que con el sexo vaginal (y menos profundo), pues no quería lastimar a mi niña, sabedor de que su colita era una parte todavía más delicada que su coñito para las cuestiones del sexo. Ana trataba de acariciarme como pudiera o de masturbar su clítoris, pero el peso de ella mas el mío, junto con la dureza de la plancha de mármol en donde estábamos posicionados le restaba mucha movilidad. No importaba: ella gozaba en serio, se masturbara o no, pues no paraba de gemir y de mover ligeramente sus caderas para coincidir con mis embestidas y hacer que la penetración fuera más profunda.

Empecé a sentir la clásica escalada hacia la venida (¡fue rápida!; supongo que por la mayor presión en el pene que con respecto a la vagina), pero Ana parecía llevarme la delantera. Seguí pujándomela, imaginándome lo rico que debería haberse visto una toma de close-up con mi leño entrando y saliendo de aquél riquísimo agujero rodeado de negros vellos púbicos. Ana Elisa empezó a pujar y a gemir, como haciendo esfuerzo, indicándome que su excitación estaba a punto de llegar a su punto máximo.

Ana: "¡UUUUH!... ¡UUUUH!... ¡UUUUH!... ¡BEBɅ. ME… ME VENGO, DIOS MÍO, ME VENGO, SIGUEME PUJANDO BEBE… BEB… BEB… AAAAAAAAAAAAAAHHHH!"

Debió de experimentar las placenterísimas contracciones vaginales en ése momento, pues tensó su cuerpo y con ello su riquísima colita. Su esfínter apretó mi pene casi hasta el límite de lo soportable, lo cual casi me provoca el orgasmo (no llegué a él en ése momento, sin embargo). Me pidió, entre jadeos y suspiros, que me quedara quieto y que ya no me moviera, pues se había puesto muy sensible, pero en ése momento ya no me pude parar. La tomé de las caderas y la empecé a embestir más rápido, diciéndole:

Yo: "¡Ana, corazón! ¡No me puedo parar! ¡Ya casi me vengo!".

Ana: "Angelito mío, estoy muy sensible, no te muevas tant… ¡ay!... ¡AY!... ¡¡AYYY!!"

Y la avalancha se produjo. La primera contracción para la eyaculación se presentó, llenando el condón del consabido líquido blanco a los pocos instantes. Ana me tomó de las caderas como pudo, clavándome inmisericordemente las uñas. No sé si fue por venganza (por no haberme detenido cuando me lo había pedido), o si el placer experimentado en aquella venida mía "post-orgasmo-suyo" la había hecho crisparse de placer. Como sea, las marcas de aquella batalla en mi piel (tanto las de la cadera como las de la espalda) tardarían en sanarme varios días.

Yo [empinándome sobre Ana y susurrándole al oído]: "Perdona amor, pero ya no me pude parar… ya estaba camino a la venida cuando tú te orgasmeaste ".

Ana: "¡Sí, cabrón me dí cuenta!" [Por el tono reclamativo en que me lo dijo, pensé que se me iba a armar la bronca] "Pero me encantaron ésas contracciones tuyas en mi colita… ¡estuvieron ricas, ricas!".

Besé a Ana y me relajé encima de ella ("acostándome" con cuidado sobre el tronco de mi amiga, procurando no aplastarla con mi peso). Todavía nos quedamos unidos por unos minutos en ésa posición, en lo que nos relajábamos y se apagaban los remanentes de la excitación. Después nos volvimos a sentar en el jacuzzi, nos besamos y nos abrazamos.

Epílogo

Ana Elisa y yo volveríamos a vernos en un par de ocasiones en el transcurso de los meses siguientes (y en las cuales, por supuesto, tuvimos intensas y pasionales uniones sexuales). Después, a finales del 2007, empezó a salir con muchacho con quien, hacía mucho, había tenido una relación sentimental. Como era de esperarse, terminó regresando con él, concluyendo así nuestra deliciosa y muy interesante serie de encuentros libidinosos.

En febrero de éste año – y todo por un comentario que no tenía ninguna importancia, pero que desató la tempestad entre nosotros – nos peleamos muy fuerte. Así concluyó nuestra amistad de casi 10 años (aunque debo reconocer que nuestra relación ya estaba un tanto desgastada para entonces y quizá fue eso lo que contribuyó de manera decisiva para que nos mandáramos mutuamente a la porra en la discusión que sostuvimos en ésa ocasión… una cruda noche de invierno). Poco después la busqué para tratar de componer las cosas, pero supongo que el noviazgo que comenzó a tener, mas las condiciones que imperaron entre nosotros y que ya expliqué anteriormente, fueron más que suficientes como para que ella ya no quisiera volver a tratarme, ni siquiera en plan de "amigo virtual" por el chat .

Me hubiera gustado tener la oportunidad de andar con ella porque nos llevábamos muy bien y sabíamos divertirnos, pero ella nunca lo quiso así (en varias ocasiones me lo hizo saber: "tu y yo sólo somos amigos, ¿entendido?" ). La noche en la que estuvimos en el jacuzzi pensé en declarármele formalmente (aprovechando la atmósfera romántica y el que hubiéramos hecho el amor tan apasionadamente), pero algo me hizo desistir de hacerle tal proposición: imaginé (quizá acertadamente), que aún y con todo lo que habíamos vivido en aquella noche, me diría que "no". Suena difícil de creer, pero las cosas jamás se dieron entre nosotros de forma tal que pudiéramos llegar a algo serio en el plano sentimental.

Después de aquella bronca, tristemente, nunca más volví a saber de ella. Aún y así, ésta historia se la dedico, tanto a ella como a nuestra linda relación… y como una forma de decirle que, pese a todo, aún continúo queriéndola.