La fantasía de la mucama francesa (3)

Una amistad virtual que empezó en el chat terminó siendo una deliciosa amistad sexual en la cual una amiga y yo cumplimos una de sus más ardientes fantasías (Primera entrega de cuatro)...

La Fantasía de la Mucama Francesa – Parte III:

Montando a la Potra

Mi deliciosa (y muy cachonda) amiguita y quien esto escribe nos levantamos momentáneamente de la cama, la destendimos y nos metimos en ella. Ana se acurrucó a mi lado derecho y yo la abracé, de manera que su cabeza quedara, al igual que hace algunos instantes, recargada sobre mi hombro. Los dos estábamos callados y pensativos, pero sumamente contentos, felices y tal vez – porqué no decirlo – enamorados uno del otro, en mitad de aquella noche mágica que estábamos viviendo en la habitación del hotel Los Arcos que yo había rentado para aquella ocasión.

Comenzamos a platicar (los temas usuales que suelen presentarse en una "sobremesa" sexual): que si me había gustado lo que Ana me había hecho (me encantó), que si a ella le había gustado lo que yo a ella (le fascinó), que si me había gustado la concepción de la fantasía sexual que ella había tenido sobre la mucama francesa (me había vuelto loco de excitación con la idea), que cómo me había parecido la lencería que había traído puesta y cómo se le veía (me pareció súper cachonda y la nena se veía, no guapísima, sino HECHA UN REVERENDO CUERO con ellas), que si el tamaño de un pene importaba, que si la habitación olía a sexo (a ése característico olor que se desprende de las gónadas y que delata la interacción sexual entre dos personas) y un largo etcétera. Ana siguió acariciando mi panza por debajo de la sábana que nos cubría, pero ahora un poco más debajo de donde había empezado, ahora más cerca de mi vientre.

A petición de mi chiquita, encendí la televisión. ¿Y qué era lo que se podía esperar que hubiera en un hotel de paso? Canales como el Discovery Channel, el CNN y el ESPN… y, desde luego, dos sendos canales pornográficos de primerísimo nivel. En uno de ellos, una despampanante pelirroja, con un cuerpazo delicioso y unas nalgas primorosas, se hallaba recargada y empinada en el tronco de un árbol de mediano tamaño, mientras que una nena de pelo negro y bubbies tan preciosas como las de mi bebita linda (sentada en el césped del lugar y con la cara alzada hacia el sexo de la pelirroja), le daba una excitante y muy atractiva sesión de sexo oral. Empero, el placer de la preciosa nena empinada sobre el árbol no acababa ahí, pues un semental con un miembro de muy considerables dimensiones la penetraba vaginalmente, mientras que con uno de sus dedos meñiques le bombeaba suavemente el ano. Por supuesto, tanto la pelirroja como la de pelo negro – que de tanto en tanto también le mamaba la verga al semental, cada que éste se la sacaba a la primera – simulaban disfrutar de lo lindo aquella escena. Traté de no ponerle mucha atención a aquellas imágenes – en lo que fue un logro parcial – prefiriendo atender a mi nena preciosa, que sí se excitaba de a verdad con mis besos, caricias y demás, contrario a las actuaciones de las dos beldades cuyos voluptuosos cuerpos invadían la pantalla. Hasta la propia Anny, que no era amante de ver películas porno – salvo que fuera para calentarla como preludio a una relación sexual, pero eso, en nuestro caso, no tenía razón de ser – comenzó a excitarse viendo aquellas escenas, mientras apretujaba mi mano y me empezaba a dar suaves besitos en el pecho.

Nuestra conversación se centró en la clase de cosas que ocurrían, tras bambalinas, en el ambiente de las películas XXX. "¿Son reales las vergas de los actores? ¿De veras se cogen a las modelos o son montajes o creaciones de imágenes por computadora?" (pregunta pendeja ¡por supuesto que se las cogen!) "¿Cómo es que las chamacas aguantan penes de semejantes proporciones, sin que el tamaño tan descomunal de los miembros con que las penetran les duela?" fueron algunas de las preguntas con que Ana me bombardeó en aquellos primeros instantes mientras el trío en la pantalla seguía con sus labores lascivas. Batallé para contestar sus dudas, pues tan pronto como una de mis respuestas empezaba a satisfacer a mi nena, la siguiente pregunta surgía de sus labios, a cual más puntillosa y difícil. Fue así como hablamos de anticonceptivos, las manos que las modelos usan para "delimitar el qué tan profundo" los actores pueden embestirlas (que generalmente no se aprecian en escena), cuántos orgasmos podían alcanzar en una cogida, cómo es que no les daba pudor a los actores encuerarse y coger tan abiertamente (frente a decenas de personas del staff de filmación), y un largo etcétera. Por un momento me pregunté si Ana Elisa nunca había visto una peli pornográfica, o si sólo fingía demencia y había algún motivo especial para tenerme enfrascado en aquella plática sosa sobre cómo la industria del porno operaba. No tardaría en descubrirlo.

Estaba respondiéndole a Anny cómo es que a los actores los tienen siempre con la lanza enhiesta y lista para "el combate", cuando me percaté de que los besos de mi nena ya invadían un área muy cerca del abdomen. O mucho me equivocaba, o mi chiquita no tardaría en alcanzar "mi zona de strike" y empezar a darme otro güagüis magistral como el que me había dado minutos antes.

Ana: "¿O sea que a los actores les dan sustancias químicas y, a veces, los tienen con algunas modelos haciéndoles masajes y ‘cositas’ para tenerlos bien ardientes y listos para la acción?" – preguntó en tono inocente.

Yo [mirando con sospecha a Ana]: "Ajá, así es. Los tienen en salitas especiales ‘de espera’ en donde los tienen ‘cocinándose’, de forma tal que, cuando los llaman a escena, ya están "como brazo de político" y se puedan cenar a la (o las) susodichas modelos que estén participando en ése momento en el filme".

Me importaba un carajo si aquello que le había respondido a Ana sobre la forma en como los sementales de las películas mantienen las erecciones por tanto tiempo era cierto o no (en realidad, le respondí la primer pendejada que se me vino a la mente). Lo que realmente me importaba es que mi chiquita preciosa ya estaba otra vez jariosa , deseosa de continuar aquella espectacular noche de sexo que habíamos comenzado hacía largo rato ya.

Ana: "Y ahora, por ejemplo, ¿tienes algo de excitación? Digo, porque como que noto que otra vez se te empieza a poner durita, amor".

Sonreí. "¡Cabrona, hija de su madre!" – pensé. Aquella súper caliente "diabla", había pronunciado aquella frase en un tono que sabía perfectamente que me mataba y que me hacía ponerme tremendamente excitado. Yo, por supuesto, me hice pendejo y fingí no saber de qué me hablaba.

Yo: "¿Yo, excitado? Mmmmh… no… no creo. ¡Todavía no la tengo dura totalmente! Apenas está un poquito inquieta, pero nad… a... maaa--ás".

Cuando estaba pronunciando el "nada más", la muy condenada metió mi pene a su boca, volviendo a mamarme la verga en la forma tan rica como sólo ella sabía hacerlo. El resto de la frase (aunque sólo fueran dos palabras) me costó tanto esfuerzo como intentar calcular la distancia que separa a La Tierra del Planeta Rojo.

Ana me chupó algunos momentos. Chupaba rico, con ganas. Mantuvo una de sus manos firmes en la base de mi pito mientras que con la boca subía y bajaba por mi tronco, envolviendo mi pene en sus labios. El objetivo estaba claro: ponérmela dura otra vez y dejarme listo para la acción. Lo que Ana Elisa ya quería (ya le urgía , más bien) era que mi juguetito "se pusiera a jugar con su nenita" como ella, tierna y maliciosamente, le llamaba a la penetración vaginal. Para yo también calentarla mientras ella me chupaba la verga, le pedí que desplazara sus caderas y sus nalgas hacia mi cara y que pasara una pierna por encima de mi rostro, tal que armáramos un rico 69. Así lo hizo y pronto pude tener la rajita de mi chiquita linda y preciosa a un centímetro de mi boca (bastaba con sacar la lengua para mamarle su clítoris); por supuesto, también me di vuelo con su agujero para hacer popó, el cual quedaba perfectamente al alcance de mis dedos. Fue un "Sixty-nine" rico, sexy y delicioso, en donde no supe qué me excitó más: si el sexo de mi amiga a pocos milímetros de mi boca, o su respiración y el sonido cachondo de los chupetones que le proporcionaba a mi rico "juguetito", como ella misma le llamaba. Así estuvimos un rato dándole (yo aproveché para darle algunas sonoras y fuertes nalgadas a sus pompas y desearle tanto la vagina como su agujerito intestinal), hasta que ella, que tenía un condón empacado cerca (sobre la colcha), lo tomó y lo llevó hacia el frente, haciéndolo desaparecer de mi vista. Oí como rasgaba el empaque, para luego sentir la rica y deliciosa puesta del condón en mi tronco – con su mano abrazando la anilla de hule, desenrollándolo camino a la base de mi "nene". Cuando hubo terminado, me dio un beso en una de las ingles y me dijo:

Ana: "Ya estoy lista bebé. Ya quiero sentirte dentro de mí".

Ana quitó su rajita de mi cara, "desmontándose" de quien esto escribe y volviéndolo a hacer, pero ahora con sus carnes por encima de mi zona erógena (viendo hacia mí). Mi verga estaba durísima, producto de las ricas mamadas que me había dado y por la excitación general que ya tenía. Ana desvió sus manos para atrás (me imagino que tanto para separar los hilitos de la tanga que traía puesta como para guiar a mi pene hacia la entrada de su cuevita). Acto seguido, bajó las caderas, mientras que una deliciosísima sensación de calor y presión fue haciendo acto de presencia en mi pito. La tomé de las caderas y la fui bajando, hasta que mi pene, durísimo, fue absorbido por completo por su hermosísima vagina, su primoroso capullo de amor. Ana echó la cabeza para atrás, gimió, sonrió y se mordió los labios, disfrutando aquél intenso momento. Aquella sensación fue deliciosa también para mí, y no se diga la vista en sí, pues tenía a mi reinita montada sobre mí, con sus preciosas tetas al aire, con aquellos pezones duros y tiesos. Al instante los tomé y los presioné con suavidad, mientras mi amiga comenzaba un suave y sensual movimiento rítmico de "sube y baja" para marcar la entrada y salida de mi pene sobre su rica, deliciosa y rosada conchita.

Mi querida nena pronto comenzó a gemir ( "¡ah!... ¡ah!.... ¡ah!" ). No era extraño, pues si ella estaba sintiendo, a su manera, el placer que yo sentía con mi pene entrando y saliendo de su cuevita de amor, entonces los sexys gemidos que emitía era lo mínimo que podía gesticular. A mí me encantaba que hiciera ésos suspiros tan lindos, pues me excitaban y me decían que estaba gozando de lo lindo. Gemía, se mordía sus labios, se abrazaba sus bubbies cuando yo no las masajeaba y usaba sus muslos para efectuar el movimiento de sube y baja que hacía la penetración posible (ella estaba hincada con sus piernas flexionadas a mis costados). Yo la manosée descaradamente, abrazándola de las caderas, de la cintura, a veces de los pechos, de las nalgas, etc. A veces nos tomamos de las manos, entrelazando nuestros dedos y mirándonos con amor. Lo que sentía difícilmente puede traducirse a palabras: era la clásica presión rica sobre el pene, de esas tipo "envolvente" (y cómo no iba a serlo, si su conchita envolvía todo mi miembro cada que entraba en ella), acompañadas de un calor rico y delicioso. En particular, Ana tenía una concha apretadita y acogedora, de esas que presionan tan rico que es muy fácil venirse prematuramente por lo delicioso de la sensación que provocan. Es como la más rica de las masturbaciones, pues la vagina es como una mano suavísima que trata de ordeñarnos, tratando de provocar nuestra inmediata eyaculación. Por lo que a mí respecta, me relajé profundamente y disfruté aquella sensación de ordeñamiento, con aquellos suaves (y no tan suaves) apretoncitos que el órgano sexual de mi amiga me daba, mientras mis pupilas se deleitaban con la preciosísima anatomía de mi amiga. Difícil discernir entre aquellos placeres y los gemidos y frases sexys de mi querido bomboncito delicioso:

Ana [al ritmo del "entra y sale"]: "Mmmh!... Mmmh!... Mmmh!... Si!... Sí…! Sí…! Más… más… más…! …. [silencio momentáneo] ¡’Oi’ Dios… pero que ricooooooo…! ¡Qué… ri… rico… se siente…! ¡Sigue!... ¡Sigue!... ¡Sigue, amorcito, siiiii-gue!".

Para darle variedad al asunto, mi bombón alteró un poco el movimiento que estaba realizando. Dejó de moverse arriba abajo y empezó a moverse atrás adelante, al ras de mi vientre para que mi pene entrara y saliera pero con una dirección distinta. Noté el cambio del movimiento y la diferencia en lo que se sentía cuando mi pene entraba en ella, pues ahora mi pito tenía que curvarse ligeramente cada que entraba y salía de aquél deliciosísimo hoyo rosado (que, por cierto, era una de las cosas que más me gustaban de mi amiga: el tono rosadito, muy suave, muy "noble" de sus labios vaginales. Parecían labios de puchita de una chamaquita tierna y jovencititita, que en su vida hubiera tenido sexo). Cuando, en un momento dado, la tomé de las caderas, ella tomó mis manos con las suyas y los llevó a donde estaban sus senos. "Abrazame los pechos" fue el mensaje. Por supuesto, de pendejo desobedecía la orden, de manera que aproveché – aquí sí, con plena autorización – para acariciar, mimar y apachurrar suavemente aquél preciosísimo par, junto con aquél par de chupones expulsores de leche materna. Anny se echó hacia mí (empinando el tronco hacia quien esto escribe), con lo cual sus bubbies quedaron colgando, muy sexies, como ubres de vaca pidiendo a gritos ser ordeñadas. Creo que el "calor de la batalla" hizo que perdiera el control momentáneamente, porque al ver las tetas de mi amiga colgando, las sujeté como si fueran auténticas ubres y ¡las apreté! (no mucho, bueno, no creo, pero supongo que sí me pasé de rosca, porque Ana se quejó y de inmediato me sorrajó una dura cachetada, como reprimenda). Para disculparme con ella, alcé momentáneamente mi tronco y acerqué la cara a sus ubres, metiendo uno de sus pezones en mi boca y succionando brevemente. Ella usó una de sus manos para sostenerse y no irse de boca hacia mí, pero con la otra tomó el pecho que yo estaba mamándole y lo sujetó con cariño, haciéndolo que adoptara forma de "mamila". Así, su pezón quedó destacado hacia mi boca, permitiéndome chuparlo de manera más suave y cómoda.

Ana [continuando el vaivén de la penetración]: "¿Te gusta, papacito? ¿Te gusta mamarme las tetas mientras me coges, mi rey?"

Yo: "Sí, mi cielo, me fascina mamar tus chiches mientras que con mi pito te cojo hasta mero adentro. Tienes una puchita riquísima y apretadita".

Ana: "Mmmmmh!".

Continué mamándole sus senos durante unos segundos, antes de que mi niña volviera a cambiar su forma de moverse. Ahora, en vez de atrás adelante, se acomodó en cuclillas (con las piernas flexionadas y los pies apoyados sobre las bolas de éstos), y a dar subidas y bajadas más duras y largas. Mi pito casi se salía de su conchita cada que ella elevaba sus caderas sobre mi zona erógena pero, en cambio, entraba a fondo – al máximo de profundidad – cada que mi bebita bajaba de golpe sus carnes. Lo malo de esto es que, al darse "el sentón" que le propinaba la penetración, Anny me lastimaba con el peso. No es que me molestara sobremanera, pero una chica de 70 kilos bajando bruscamente sobre uno (¡y sobre mis ingles, sobre todo!), sí llegaba a sentirse. La aguanté así un ratito – sabía que a ella le encantaba ésa posición, a la cual la consideraba muy sexy ( ‘La Potra en Cuclillas’ le llamaba) – hasta que, en una de sus arremetidas, mi pito se salió accidentalmente y quedó acostado, rozando su clítoris cuando ella se sentó sobre de él. Cuando eso ocurrió, una pequeño pedo se escapó por el ano de mi chiquita, lo cual a mí me puso súper caliente.

Ana: "¡Ooops! ¡Se salió mi nene chiquito de mí!".

Como ya estaba empezando a sentir la escalada de la venida y como ya me estaba doliendo el abdomen por sus sentones, la tomé de las caderas y le dije:

Yo: "Tranquila, chiquita, ¡tranquila! ¿No querrás que me venga luego luego, ¿verdad? ¡Hay que llevárnosla más despacio! ¡A ver!".

Y dicho y hecho, con ella encima mío, me incorporé momentáneamente por el tronco y me acomodé unas almohadas en mi espalda, tal que tuviera el tronco reclinado unos 30° sobre la cama. Luego la tomé de las nalgas, jalándoselas hacia los lados y hacia arriba. Ella, instintivamente y al notar el movimiento, levantó tantito sus caderas y su puchita, dándome carrera suficiente para que ahora fuera yo el que la arremetiera y me la pujara. Así pues, Anny tomó mi pito, lo volvió a meter a su conchita – sentí delicioso otra vez – y yo empecé a bombear. Pensé que yo sería menos brusco que ella, pero me equivoqué: las embestidas que le di fueron muy fuertes, tanto, que hasta la fricción del condón con sus labios vaginales alcanzó a oírse (un sonido algo así como "¡frish!" ). De hecho, en la primera y segunda metidas, mi niña gimió con un gritito similar a un "Aaaa…aaaooouuu!!" , síntoma de que, aunque le había gustado la penetración, le había incomodado ligeramente.

Pujando como estaba, Ana soltó dos pedos más con las penetraciones. Pensé que eran pedos anales (quizá tenía un poco de gases en su culito y se habían escapado, como el caso del primero hacía unos segundos), por lo cual pensé que debía taponar la salida de su fundillo con un dedo (después supe que eran los pedos vaginales, producto de cuando un poco de aire queda atrapado en la vagina y produce éstos ruidos cuando el pene entra en ella). Así pues, desvié la mano derecha de su nalga y bajé con mi dedo anular por su rayita, hasta sentir los pliegues de su asterisco.

Ana: "¡Ouuuh! ¿Me vas a meter un dedito en mi colita, amor?"

Mi respuesta consistió en empujar mi dedo y en entrar a sus intestinos. Fue una penetración leve, lo suficiente como para tapar la salida de sus gases y brindarle un máximo de placer. Al instante, Ana se arqueó para atrás y gimió un "¡¡¡Ouuuummm!!!" , síntoma inequívoco de que aquél dedito penetrador le había encantado. Sin embargo, para mi sorpresa y pese a que ella continuó con las embestidas (mismas que yo tuve que suspender cuando me empiné hacia ella para meterle el dedo en su agujero para hacer popó), los pedos continuaron. Fue cuando caí en la cuenta de que éstos provenían de su vagina y no de su fundillo, pero ¡qué mas daba! Aquél había sido un excelente pretexto para entrar en ella y darle una pequeña "doble penetración", al tiempo en que cogíamos como conejos en aquella espléndida cama king-size .

Así continuamos todavía unos segundos más, con los "¡frish!... ¡frish!... ¡frish!" escuchándose por toda la habitación junto con los gemidos de mi amiga cada vez que mi pene entraba, durísimo, a su vagina. Le mamé las chiches, se las manoseé, le metí el dedo el culo varias veces – en un momento incluso le llegué a meter los dos anulares al mismo tiempo , tratando de separar su ano ligeramente (hecho que sí provocó una pequeña evacuación de pedos) – la besé, le jalé los cabellos, le di nalgadas… le hice de-todo a mi chiquita. Cuando me cansé de pujar y me detuve, Ana Elisa se empinó sobre mí y me volvió a besar.

Yo: "¿Cambiamos de posición?" – le pregunté.

Ana: "¡Como quieras!".

La muchacha se incorporó y se puso de a perrito. Era la posición que le iba a pedir que adoptáramos, pero Ana Elisa ya me conocía bien y sabía qué era lo que más me gustaba (de hecho, a ella también le encantaba que se la cogieran a lo "doggy-style" ). Aquella visión de sus nalgas ricas, con una enorme mata de pelos ocultando, junto con sus labios mayores, parte de su deliciosa conchita, me encantó. Me empiné sobre de ella, tomé sus nalgas y, al igual de cómo había hecho cuando estábamos jugando a "la mucama francesa", le besé todo su cuerpecito en aquella parte – pompas, culito y una rica serie de lenguetazos a su preciosa pucha rosada –. Luego, me acomodé atrás de ella, hincado – ella adoptó la posición, más que "de a perrito", de "chivito en precipicio", con la parte superior de su torso recostada en el colchón, tal que tuviera sus manos libres –, le di un suave tallón a su rajita con la punta de mi verga y, al llegar a su vagina, la penetré. Siguiendo el ritmo de las empujadas que habíamos tenido en la posición previa, la bombee con suavidad y velocidad, entrando y saliendo de ella a buen ritmo. Ella gimió nuevamente, suspirando de placer. No lo pude ver en ese momento, pero una de sus manos se desvió hacia su clítoris y empezó a masajearlo suavemente, con movimientos circulares. Yo, por mi parte, continué tomándolas de sus caderas, ya fuera para jalarla hacia mí o alejarla. Ella siguió quejándose con sexys "¡Mmmh!... ¡Mmmh!... ¡Mmmh!" cada que la penetraba, mientras su mano volaba en movimientos circulares, excitando a su botoncito del placer. Luego me tomó de los huevos y me los masajeó muy rico, dándoles suaves apretoncitos y haciéndoles caricias con la punta de sus uñas (cosa que sabía que me encantaba).

Así estuvimos un rato hasta que momentáneamente me salí de ella y le besé su pompi derecha. De su conchita y su abundante pelambrera, noté un hilo de baba lubicadora que brotaba del ligeramente expandido hoyo vaginal. Dicha babita se deslizaba por la vulva (llevándose pelos en el camino), colgando desde el Monte Venus hasta el colchón. "¡Pa’ su madre! ¡Ésta cabrona sí que lubirca!" – pensé.

Ella, que ya estaba muy caliente y gemía rítmicamente, esperó unos instantes a que se calmara para preguntarme qué pasaba.

Yo: "¿Te acuerdas que teníamos ganas desde la vez pasada de hacer el amor por atrás, mi cielo?".

Ana [Asintiendo]: "¡Hmmhmm! Me acuerdo. ¿Por? ¿Quieres que lo hagamos por ahí?".

Yo: "No ahorita. Acuérdate que te dije que, para que no te doliera mucho a la hora de hacerlo, tenías que acostumbrar a tu esfínter a estar abierto".

Ana: "¡Ah, si! Sí, sí lo recuerdo. Me dijiste que me tenías que meter un bot-no-se-qué (ya ni me acuerdo cómo se llama). ¿Eso quieres?".

Yo: "Sí, amorcito. Se llama butt-plug y, si estás de acuerdo, aprovecho para metértelo ahorita. Requiere un poco de masaje anal, pero, si quieres, lo intentamos".

Ana: "Pero, ¿me vas a lubricar bien, amorcito lindo, para que no me duela?"

Yo [dándole un beso a sus pompas]: "Claro, chiquita preciosa. Ya sabes que tendré mucho cuidado".

Ana: "OK. Está bien".

Dicho y hecho, extraje, de una pequeña mochila que había traído, un butt-plug de tamaño moderado – la parte más gruesa de éste debía ser de una pulgada y media, más o menos, con un diámetro en la parte de la fijación (la que queda en donde el esfínter anal aprieta) de poco menos de una pulgada –. Ella se revolvió, curiosa, y lo examinó. Luego le dio un beso sensual, volteándome a ver como diciendo: "¿no disfrutas lo sexy que soy?" .

Ana: "Adelante, corazoncito. Métemelo, pero con cuidado".

Volví a colocarme detrás de Ana y a penetrarla (cosa que a ella, desde luego, le encantó). Luego tomé un poco de lubricante sexual a base de agua que había sacado de un tubo que también me había procurado cuando había sacado el butt-plug de la mochila y se lo coloqué en su ano. Después le pedí que usara sus dedos para bombearse analmente mientras yo me la pujaba vaginalmente. De inmediato Ana se llevó la mano izquierda a sus nalgas, se masajeó el ano con los dedos índice y anular y, después de unos segundos, los metió a su agujero. Ella gimió riquísimo, mientras me decía:

Ana: "¡Amor! ¡Me estás haciendo ver estrellitas!".

Yo continué la pujada, mientras disfrutaba muchísimo ver como mi sexy amiguita se dedeaba el fundillo (después ya no sólo fue dedeo, sino un bombeo rico y cadencioso), con sus dedos brillando por el lubricante, entrando y saliendo de su agujero. Así duramos unos minutos (conmigo deleitándose al ver cómo mi chiquita se cogía a si misma por detrás), hasta que llegó el momento de colocarle el estimulador anal. Me detuve y le dije:

Yo: "OK, mi chiquita. Ya puedes sacar tus deditos de aquí atrás. Ya te voy a poner el estimulador".

Ana: "OK, bebito, pero ¡con cuidado! No quiero que me duela mucho".

Yo: "Te prometo que tendré cuidado, bebita amorosa".

Era lo que tenía miedo que ocurriera, pero no había de otra: si Ana y yo queríamos sostener relaciones sexuales anales, era mejor que acostumbrara su agujero de atrás a la presencia de mi pito desde antes de que el momento de la penetración llegara, o de lo contrario, el momento de la penetración sería muy difícil y doloroso para ella.

Mientras me la pujaba con suavidad, embarré un buen de lubricante en el estimulador (color negro, brillante). Luego lo coloqué sobre su ano.

Yo: "¿Lista Ana? Voy".

Ana: "Sí amorcito, mételo por favor. ¡Ya quiero sentirlo dentro!".

Comencé a presionar suavemente, haciendo que el butt-plug fuera abriendo el esfínter anal de mi amiga. Al instante, Ana Elisa se crispó, lanzó un gritito y mandó su mano hacia donde estaba el estimulador, tratando de evitar que entrara. Como no la dejé intervenir, me reclamó con justa y sobrada razón:

Ana: "¡AAAYYY! ¡Amor, vete con cuidado por favor! ¡Me duele mucho!".

Mientras ella se quejaba, yo iba deslizando muy, pero muy lentamente, el estimulador. Me detenía cada pocos milímetros de avance, consciente de que a mi chiquita le producía dolor.

Yo: "¡Shhhh! ¡Calma mi chiquita! ¡Relájate lo más que puedas y verás que no te dolerá tanto!".

Ana: "¡Me duele, Toñito! ¡Métemelo súper despacito mi amor!".

Yo: "¿Así, o más despacio?".

Ana: "Más despacio. ¡Déjalo así un momento, para que me acostumbre al dolor, por fa!".

Mientras ella decía aquella frase, Ana se sujetó de la colcha con una mano y con la otra se dio una tremenda masturbada. Supuse que trataba de opacar el dolor que sentía en el ano mediante el placer de la masturbación clitorideal. Ana apretó los dientes y empezó a resoplar fuertemente.

Yo: "Viene la parte más gorda mi amor. La parte que va a quedar adentro de ti, pero tiene que primero pasar por la entrada de tu culito. ¿Estás lista? Lo meteré rápido, para que no te duela, ¿sale?".

Ana [resoplando por la masturbación]: "¿Más rápido? Nooo, mi chiquito, ¡me va a doler mucho más!".

Yo: "No, no es lo que parece, bebé. Es solo un pequeño segmento del butt-plug , pero después se hace más delgado. Ya lo verás".

Ana: "No, no mi cielo. Espera que me acostumbre unos momentos, por favor".

No quise forzar la situación. No tenía derecho a lastimar a Ana y mucho menos por querer experimentar algo placentero a sus expensas. Así pues, esperé unos minutos (sosteniendo el estimulador para que se mantuviera en donde ya estaba), hasta que mi nena adorada se acostumbró.

Ana: "Ya. Ya me bajó el dolor a un nivel soportable. ¿No lo puedes sacar un momentito y súper lubricarlo para la parte final?".

Yo: "Sí, mi cielo, como no".

Acto seguido saqué el butt-plug, le puse un grueso anillo del gelatinoso y transparente lubricante que tenía a la mano, luego lo puse en el ano de mi preciosa nena y lo esparcí generosamente en los pliegues del asterisco. Finalmente la volví a penetrar con el juguete hasta la posición en donde nos habíamos quedado y le avisé:

Yo: "Mi cielo, ¿estás lista? Ya te lo voy a meter todo. Tienes que súper relajarte para que no te duele más".

Ana: "OK, mi cielo… espera un momento… espera".

Ana comenzó a respirar relajada y profundamente. Metía y sacaba el aire con suavidad, relajando cada parte de su ser, soltando cada músculo de que era capaz. Finalmente me avisó que podía proceder. Así pues, dándole besos en sus pompas y habiendo bajado hacia la zona de su clítoris para mamarlo mientras le colocaba el estimulador, empujé con fuerza para que el juguetito entrara. Ella ahogó un gritito – que no supe identificar si era de placer o de dolor, o ambos – cuando el penecito de hule negro pasó, en su parte más gruesa, por el ano de mi amiga. Finalmente, el instrumento quedó en posición y fijo, con la anilla menor a la altura de su esfínter y la base del plug sobresaliendo de su colita.

Dejé de chupar su clítoris con suavidad y me acerqué a mi chiquita, quien me miraba con ternura y complicidad.

Ana: "Me dolió un poquito, pero ya estoy bien. Estuvo muy duro al principio, pero como que sí me pude relajar muy bien y ya no dolió mucho cuando entró lo demás".

Yo: "¿Estás segura de que ya no te incomoda? ¿No quieres que te lo saque, amorcito?".

Ella, acurrucada a mi lado, negó con la cabeza y me dijo, quedamente:

Ana: "No, estoy bien, bebé, gracias. Si me hubiera dolido mucho, no habría dejado que me lo pusieras. Se siente rico. Si esto es lo que se siente tener sexo anal, mañana voy a ver estrellitas cuando me lo hagas, cariñito mío. En el ínter, ¿sabes qué es lo que quiero que me hagas?".

Yo: "¿Qué?".

Me hizo con el dedo el ademán para que me acercara a su boca. Acerqué el oído y oí que me susurraba:

Ana: "Quiero que me cojas muy rico para que se me pase éste dolor. Cógeme de a perrito. Muy duro. Ponte en cuclillas, como ya sabes que me gusta y fóllame como sabes que me gusta, mi rey".

Y no se diga más.

Ella se volvió a poner de a chivito mientras yo me coloqué detrás suyo (en cuclillas, echado encima de ella). Afortunadamente, aún tenía una erección lo suficientemente fuerte como para penetrarla y así lo hice. Ella volvió a gemir, aunque no como antes. Se notaba que el dolor la acompañaba, pese a que no quisiera reconocerlo (quizá la lujuria de saber que al día siguiente le aguardaba una rica verga visitando su intestino grueso, o el placer que el butt-plug le proporcionaba después de todo la obligaron a no quejarse más del dolor que aquél juguete muy posiblemente le hacía sentir). De cualquier manera, me di a la tarea de que aquella penetración fuera riquísima, que la gozara en todo lo posible y que la distrajera lo más que se pudiera del dolor que experimentaba.

Comencé por una penetración suave, pasando mi mano izquierda por debajo de su vientre hasta llegar a sus clítoris, empezándole a proporcionar un suave masajeo. Afortunadamente, mi amorcito lindo no tardó en volver a excitarse, volviendo a lanzar los gemidos que tanto me gustaban. En ésta ocasión estrujó la colcha con decisión, al tiempo en que comenzó a agitar las caderas para acentuar el movimiento de mete-saca que yo había iniciado. La cogida fue yendo en aumento, con nuestra excitación incrementándose a cada instante y nuestras respiraciones haciéndose tan entrecortadas y agitadas como un par de atletas en mitad de una competición olímpica. Quizá fue el dolor que Ana había experimentando o quizá simplemente fue la excitación, llevada al extremo, que vivimos en aquél momento. El caso es que Ana cambió su forma de ser durante unos breves e intensos momentos y se volvió una auténtica bestia sexual.

Ana: "¡AJÁ!... ¡AJA!... ¡AJÁ!... SI… SI… SI… ¡MAS!... ¡MAS!... ¡MAS!... ¡MÁS!... Más rápido, cabrón, ¿qué no puedes cogerme más duro y más adentro, pendejo? ".

Aquello me dejó sorprendido, de pe a pa. Empero, si Ana quería jugar rudo, rudo jugaríamos. Aumenté mis embestidas – ahora dándole unos jalones muy duros a sus caderas y apachurrando sus senos con algo de fuerza (aún muy moderada) – y le dije:

Yo [bombeando]: "¿Quieres que te coja, golfa? ¿¡Eh!? ¡No puedes ni soportar que te meta nada por el culo porque luego luego chillas! ¡¿Para eso lloraste, pendeja?! ¿¡Para que te cogiera más duro?!"

Lo reconozco. Me pasé de rosca. Ana y yo no nos hablábamos (ni nos hemos hablado nunca) así. No sé qué fue lo que nos pasó ni qué nos motivó para que, de repente, comenzáramos a insultarnos, pero aquello ya estaba fuera de control y solo nuestras venidas podían terminarlo.

Ana: "Te faltan huevos para cogerme, cabrón. ¡No sabes qué hacer con tu verga, estúpido!"

Aquél comentario me enojó. Y decidí que me desquitaría:

Yo: "¿¡Ah si!? ¡Pinche puta: ahora sí no te la vas a acabar! ".

Y le propiné una cachetada en las nalgas que le dejaría la pompa roja durante buena parte de la noche (la mancha rojiza teniendo la forma de mi mano). Empero, Ana aún tendría la última palabra en aquella pelea. Con una de sus manos me tomó de los testículos (¡grandísima cabrona!) y me amenazó:

Ana: "O me follas ahorita mismo y haces que me venga, ¡o te dejo sin herencia, cabrón!"

Ante aquella amenaza (casi) de muerte, aumenté el ritmo de mis embestidas hasta el límite de lo posible. Pujaba durísimo y riquísimo. Afortunadamente, a Ana le encantó también, puesto que, en lugar de apretar mis testículos como había dicho que lo haría, los empezó a acariciar con suavidad. Pronto los dos empezamos a sentir la escalada hacia la venida, con mi verga entrando y saliendo, entrando y saliendo, de aquella ya muy enrojecida conchita. Noté que la respiración de Ana también era muy agitada, al tiempo que sudaba copiosamente y me pedía que no la dejara de masturbar en el clítoris. Aquello fue el preludio del orgasmo.

Ana: "¡Oh si!... ¡Oh si!... ¡Oh sí!... ¡Estoy a punto de venirme, cabrón! ¡No dejes de joderme!"

Yo [pujando y haciendo esfuerzo]: "Voy a vaciar toda mi leche en tu vagina, cabroncita mamona, para que se te quite lo grosera y lo malhablada!"

Ana: "Si… si… si….. siiiii…. Siiiiiiiiiiiiiii….. ¡Me vengo!.... ¡OH, POR DIOS! ¡ME VENGO AMORCITO, ME VENGOOO...! ¡AAAAAAAHHHH!".

Al instante sentí las primeras contracciones vaginales de mi amiga. Aquello disparó también mi eyaculación, provocando que los espasmos musculares, tanto de ella como míos, se intercalaran sucesivamente, en una larga cadena placentera y deliciosa. Ella estrujó la colcha durísimo, mientras que yo lo hacía con el chamorro de sus caderas y trataba de meterle cada centímetro de mi juguetito a su rica conchita (la jalé hacia mí con todas mis fuerzas). El bombeo se suspendió, al tiempo en que los espasmos expulsores arrojaban los chorros de semen hacia la pared del condón protector que usaba, evitando el embarazo indeseable de mi chiquita. Ana, por su parte, se quedó vibrando con un rictus de placer delicioso, que habría de durar varios segundos más.

Al terminar aquello, permanecí dentro de ella y le di unos suaves besitos a su espalda, así como unas suaves acariciadas a sus senos. Después me salí despacito de ella – me encantó ver la base negra del butt-plug sobresaliendo de sus nalguitas, ocupando el lugar en donde debería estar su ano – y me acosté a su lado. Nuevamente, mi amiga adorada me besó con pasión, me agradeció por haberla ayudado a mitigar el dolor que le había propinado la penetración anal del juguete ( "casi desapareció por completo" me diría después) y se quedó adormecida, recargada en mi costado derecho. Yo la abracé como pude, la tapé con las sábanas (a mí también) y aproveché el momento para, con ella en brazos, relajarme al 100% y disfrutar la conclusión de aquél momento increíble y delicioso. Tras besarla en la frente y acariciar sus pompas con mi mano derecha, desvié mis pensamientos hacia el limbo. La respiración, calmada y pausada de mi amiga (indicando su estado durmiente) se dejó escuchar por toda la habitación, quedando eventualmente mezclada con la de éste explorador, mientras Morfeo nos recibía en el mundo de los sueños por un tiempo