La fantasía de la mucama francesa (2)

Una amistad virtual que empezó en el chat terminó siendo una deliciosa amistad sexual en la cual una amiga y yo cumplimos una de sus más ardientes fantasías (Segunda entrega de cuatro)...

La Fantasía de la Mucama Francesa – Parte II:

Devolviendo el Placer

Después de relajarnos unos minutos, tras el orgasmo de Elisa, ella se incorporó de estar encima de mí. Durante el beso final después de orgasmo, habíamos caído en la cama king-size de la habitación que habíamos rentado y nos habíamos quedado así, unidos por nuestras bocas, durante quizá un par de minutos. Después se hizo a un lado, quedando acostada boca arriba. Entrecerró los ojos y miró fijamente al techo. Yo también aproveché para relajarme un momento: el round anterior – o más bien dicho, la sección del round anterior – había sido intensa, tanto como lo sería el resto de aquella noche. Así, tras descansar un par de minutos, mi querida amiguita se incorporó. Sin embargo, al verme, se asustó y me preguntó un tanto alarmada:

Ana: "¡Bebito! ¿Qué te hiciste? ¡Te está saliendo sangre por la nariz!".

Fue cuando caí en la cuenta de que el porrazo que ella misma me había proporcionado me había producido una leve hemorragia; no mucha, pero sí suficiente como para que, junto con la presión física de su cuerpo encima mío, me manchara notoriamente la parte baja de los cachetes y la boca, haciendo parecer que me habían roto el hocico en una pelea de cantina (incluso ella misma tenía embarrada parte de mi sangre). Afortunadamente, el sangrado pronto pasó y tanto ella como yo procedimos a limpiarnos. La dejé ir al baño primero, para que se enjuagara la cara y después yo hice lo propio. Mientras me secaba con la pequeña toallita para las manos, oí que me llamaba:

Ana: "¡Amo-oooor!... ¿Ya vienes?".

Yo: "Sí princesa. Estoy terminando de asearme".

De inmediato me dirigí hacia donde ella estaba, recostada en el borde de la cama. ¡Dios, si se veía preciosa! Sus hermosos pechos continuaban al aire (aún sujetos por el brassiere realzador de busto), sus piernas enfundadas en las medias y su sexo cubierto por la diminuta tanga que, minutos antes, me había hecho delirar con aquél brochecito especial que mantenía sujetas las dos delgadísimas líneas de tela que pasaban por su colita, desde mitad de su vulva hasta sus nalgas. El sexy liguero que ya describí anteriormente remataba la breve lista de prendas que vestía (ahora ya ni siquiera los zapatos de tacón formaban parte de su indumentaria muy provocativa).

Ana [haciéndome señas con el dedo índice]: "¡Ven para acá amorcito mío! ¡Ahora me toca a mí hacerte ver estrellitas a ti".

De inmediato me puse a su altura, tomándola de las caderas. No desaproveché ésa oportunidad para colocar mis manos a sus nalgas, acariciándolas y apretándolas rico.

Yo: "¿Qué pasó, bomboncito? ¿Ahora serás tú la que te portes mal conmigo?".

Ana: "Muy mal, amorcito. Ahora me toca a mí desvestirte y ser yo la que te haga ver el sol, la luna y las estrellas. Voy a chupar tu dulce y rico juguetito hasta que te vengas y explotes, bebito mío ".

Yo: "¿Cómo podría negarme yo a eso, Anny linda?".

Ana Elisa besó mis labios. Después besó mi cuello, mis mejillas y mi barbilla. Fueron muchos besos chiquitos, lindos y tiernos; de ésos que sólo los dan las nenas de secundaria cuando apenas están empezando a experimentar en el terreno del amor. Cuando llegó al cuello de mi camisa de vestir, suspendió los ósculos y sacó mi camisa del pantalón. Luego la fue desabotonando, lentamente, abriéndose paso a través de la piel de mi pecho y, después, de mi abdomen. Cada que abría un nuevo huequito de piel tras desabotonar un botón, me iba dando suaves besos en ésa zona, bajando por mi vientre en dirección a mi "paquetito".

Tras detenerla un momento para pedirle que me diera oportunidad de quitarme los calcetines, zapatos y el cinturón de los jeans, la dejé seguir haciendo sus diabluras y continuar su viaje hacia mi vientre. Ana pronto terminó de desabrocharme la camisa y de quitármela, llenándome de besos tanto en pecho como en estómago. Después desabrochó mis jeans y los jaló hacia abajo. Quedé en trusa, y antes de que pudiera hacer o decir nada, mi nena me empujó hacia la cama violentamente, haciéndome caer en ella boca arriba. Ella tomó mis calzones por la cadera y los jaló hacia sí, desnudándome por completo. Cuando lo hizo, mi pene, que ya estaba súper durísimo por la excitación previa, saltó bruscamente, ahora liberado de la tela opresiva de mi ropa interior. Ella contempló mi pito sin desviar la vista ni un segundo de él mientras que con sus dos manos me terminaba de sacar los calzones por las piernas, aventándolos a un rincón de la habitación. Gimió un "¡Ayyy!" de placer, supongo que imaginándose lo rico que sentiría cuando mi juguetito eventualmente entrara en ella y la hiciera ver estrellitas.

Una vez que me desnudó por completo, me abrió ligeramente las piernas (yo había quedado acostado en la cama, con las piernas a la altura de los muslos volando por el borde del colchón), se hincó al borde de la cama, tomó mi pene con su mano derecha y procedió a chuparlo con vehemencia y fuerza. Fueron unos chupetones ricos, metiendo todo mi pito en su boca, hasta adentro, entrando y saliendo, entrando y saliendo, mientras que con su mano me masturbaba al ritmo que sus propias succiones lo decían. Con la otra mano fue acariciando mis muslos y mis ingles, recorriendo mi anatomía de arriba abajo, hasta donde su mano le permitía llegar. Fueron unos instantes ricos, en donde realmente disfruté mucho la boca de mi amiga; debo reconocerlo: sabía muy bien cómo darme muchísimo placer. Aquella forma de iniciar la mamada – con violencia, yo diría que hasta con desesperación – me encantó, pues me hizo sentir que mi amiguita estaba muy encantada con mi juguetito y que se moría tanto de ganas de jugar con él, como de devolverme el intenso placer que yo le había regalado a ella minutos antes – cuando yo le había comido su puchita y su ano, en aquella sesión de sexo oral con ella montada en la silla.

Comenzaba a estar en pleno éxtasis cuando Anny interrumpió sus chupetones, me tomó de las manos y me jaló hacia sí. Me dio un beso rico, rico, luego tomó mis manos y las llevó hacia su espalda (como pidiendo que la abrazara).

Ana: "Bebé lindo, quítame el brassiere, ¿si? Por fas . Pero con una condición: no me puedes dejar de besar en el ínter , ¿OK?".

¿Cómo negarme ante tan sexy petición? "Encuérame, pero sin despegarte de mi boca". ¡Por supuesto! Y mientras los labios de Ana y los míos estaban unidos en un beso que resonó por toda la habitación – ella incluso aumentó la calentura y pasión de su beso para hacérmela más difícil y que me costara trabajo concentrarme en adivinar cómo iba el broche de su sostén – logré ubicar el mentado segurito y quitarlo. Al instante, los pechos de mi amiga saltaron alegres. Por supuesto, aproveché el momento breve para acariciarle una de sus bubbies, pasando mi pulgar por su pezón y sosteniendo el grueso de su seno en toda la palma de mi mano. ¡Dios, que si eran grandes! ¡Eran hermosísimos!

Ana: "¡Míralo! ¿Quién lo diría? ¡Pudiste aguanta el beso sin distraerte! ¡Muy bien, amorcito, ya vas aprendiendo!".

Mi amiga volvió a darme un empellón que me mandó a la cama de regreso. Ella tomó mi pene con su mano, vio el juguetito que tenía delante de sí y le dio un beso, súper tiernísimo, en la mera mera "cabecita". Fue un beso lindo, rico, despacito y atronador. Me encantó ver sus labios color rojo encendido dándome placer. Me besó la cabecita varias veces, primero en la puntita – en el mero meato urinario – y luego en los costados de la misma. Después se metió toda la cabecita en su boca, haciéndole "güagüis" a ésa parte con su lengua. Al instante sentí una descarga violentísima, que casi me hizo soltar una patada por el reflejo. ¡Dios, pero qué sensación tan intensa! ¡Qué dolorcito tan placentero! Aquello fue tan brusco y tan inesperado, que poco faltó para que, del reflejo, le diera un golpe a mi amiga con las piernas.

El cuerpo humano no está capacitado para experimentar sensaciones tan intensas y de forma tan violenta. No sabía qué me había hecho exactamente en ése momento, pero lo imaginé: Ana encerró mi cabecita en su boca y luego succionó con mucha fuerza (haciendo vacío), como tratando de vaciar mi organismo a través del meato urinario. Aquella succión por el delgado conducto para el semen y la orina fue sumamente intenso, haciendo que mi sistema nervioso reaccionara en consecuencia. Tuve que hacer uso de todo mi autocontrol para soportar aquél "tormento", pues mi cuerpo clamaba a gritos: " ¡¡¡detengan ésto!!! ", pero, al mismo tiempo, yo deseaba que continuara. Así que no tuve más remedio que sujetar la colcha con toda mi fuerza, tensar las piernas y apretar la mandíbula. Ana disfrutó verme así, pues suspendió momentáneamente la maniobra, soltó una risita para sí, y continuó chupando con violencia. Al hacerlo, al volver a colocar sus labios rodeando mi cabeza y reiniciar la succión, el dolor regresó implacable. Fue una sensación similar a la que uno siente cuando está orinando y, de repente, aprieta el esfínter para contener el resto de la orina (a media descarga) – sólo que, en éste caso, el dolor fue mucho más intenso y no importando que yo estuviera "relajado", sin apretar el músculo contenedor.

Ana: "¿Te gusta, bebito? ¡Veo que estás sufriendo mucho, amor!".

Yo [pujando y apretando los dientes]: "¡Agh! ¡¡¡Mmmmhgg!!! ¡¡¡Hmppph!!! S…sss…. si-síiii…. Tú… T-t-t-tú sigue Ana, no te d-d-d-d… de… detengas, ssss… si-si-si… sigue así que me estás matando, ca-ca-ca… cabroncita!".

Mi beba adorada prosiguió con la mamada, pero ésta vez con más suavidad, lo cual alivió el tormento que estaba experimentando. Después me masturbó tantito, agitando su mano a través de mi pene una y otra vez, tratando de "ordeñar" mi leche. De hecho, lo consiguió (parcialmente), pues algunas gotas de líquido pre-seminal salieron del meato, lo que ella usó como "lubricante sexual", embarrando todo mi pene, de arriba abajo, con él. Luego siguió chupando, pero ahora sí abarcó más que toda la cabecita. Metió mi miembro en su boca casi completamente, haciéndome sentir su lengua en la base de mi tronco, la excelsa suavidad de su boca y la calidez de su saliva. Siguió chupando y masturbándome, a veces dándome sólo besos en el tronco del pito, a veces besándome la cabecita. Comenzó a masajearme los huevos, apretándolos muy ligeramente. También me dio lo que yo llamaba "masaje de uñas", en donde recorría la zona de mis ingles con la puntita de sus uñas una y otra vez, estimulándome la piel en ésa parte y aumentando la excitación considerablemente.

Yo: "¿Ana?".

Ana: "¿Sí, amor?".

Yo: "Mastúrbate, por favor. Me encantaría que jugaras con ésa conchita linda y hermosa que tienes mientras me haces ésta rica mamada".

Mi amiguita sonrió con complicidad y bajó una de sus manos por el borde de la cama. Supuse que terminó en la zona de su tanga, masajeando el rico órgano sexual que Dios le había regalado. Anny comenzó a gemir, síntoma inequívoco de que ella misma se estaba excitando con el masaje clitorideal que debía estarse dando debajo de aquella tanguita. ¿O era por encima de la tela, como ella muchas veces había hecho cuando aún era una mujer tímida y no se atrevía a masturbarse directamente?

Después de algunos minutos con ella haciéndome (y haciéndose) sus quereres, Ana decidió cambiar de táctica.

Ana: "¿Qué onda, bebito adorado? ¿Todavía no tienes ganas de venirte?... Creo que voy a tener que darte el tratamiento que sé que tanto te gusta".

Yo: "¿Ah si? ¿Te gustaría?".

Ana: "Me EN-CAN-TA-RÍA dártelo, bomboncito".

Yo: "Adelante amorcito, házmelo".

Ana: "OK. Yo te digo cuando ‘te pongas’. ¿Sale?".

Yo: "OK."

Ana entonces procedió a masturbarme como lo había hecho al principio: succionándome la cabecita con fuerza. De inmediato, el intensísimo dolor que había sentido al principio, regresó. El truco ahora consistía en estar totalmente relajado, pues una venida así, aunque me era más difícil alcanzarla, me resultaba muy placentera. Relajé mis piernas y solo apreté, levemente, la colcha con las manos, mientras ella succionaba mi cabeza pero, al mismo tiempo, me masturbaba el pene con su mano (apretando con fuerza la mano y deslizándola de arriba a abajo de mi tronco). Aquello me empezó a excitar mucho y pronto empecé la escalada a la venida. Mi nena combinó entonces las súper-chupadas de cabecita con rápidas y violentas sesiones de pura masturbación, tratando de ordeñarme. Empecé a jadear. Aquello ya me estaba resultando difícil de soportar. Una… dos… tres alternadas entre las chupadas de cabecita y las masturbadas. Y cuando Ana consideró que ya me faltaba poco para llegar al cielo – ella ya me conocía algo de las sesiones de sexo previas que habíamos tenido – me pidió que echara las piernas para atrás, dejando mi ano libre y a su alcance. Al instante sentí un placer indescriptible, cuando mi chiquita lamió mi ano con la punta de su lengua (separando mis nalgas un poco con una de sus manos). Con la otra mano, mi amorcito rodeó una de mis piernas y me sujetó por el pene, agitándolo y estrujándolo con fuerza, tratando de ordeñarme. Estaba a punto de venirme; empecé a repetir su nombre y a pedirle que parara, pero Ana sabía que aquello era sólo una reacción para "pedir clemencia" por un tormento que sabía muy bien que me volvía loco. En ése momento, mientras trazaba una espiral con la punta de su dedo en mi ano (como yo lo había hecho con ella), me dijo:

Ana: "Ha llegado el momento de que te vengas, chiquito bonito".

Me aplicó su lengua en mi culito y le dio unas agitadas rapidísimas a ésta (para hacerme "cosquillitas" en dicha zona). Al instante exploté, experimentando unas contracciones en mi pene y abdomen bajo tan fuertes, que hasta me dolieron. Cuando ella las sintió en su mano (y, además, yo le avisé), de inmediato bajó mis piernas y coló su cabeza entre ellas, llegando hasta mi pito y envolviéndolo por completo en su boca. A Ana le fascinaba que me viniera ahí, tal que pudiera absorber todos mis jugos. Una primer descarga salió de mi pene, terminando en su boca. Luego vinieron otras: dos, tres, cuatro. Cada una traía mucha leche – particularmente las dos primeras – misma que Anny absorbió gustosa. Mientras me venía, ella suavemente continuó con las masturbaciones, para ordeñarme al 100% y dejarme completamente vacío. Luego, se tragó el meco.

Terminado el "güagüis", se dedicó unos momentos a darme unos besitos por toda la zona: en el propio pito, en mis ingles, en mis huevos e incluso, nuevamente, en mi zona anal. Me dejé caer en la cama, totalmente inerme y relajado, más muerto que vivo, si cabe. Ana se trepó al colchón, se colocó a mi altura (cara con cara), me tomó de la barbilla y me la giró hacia ella. Me vio con ojos de enamorada y me digo:

Ana: "¿Te gustó, amor?".

Yo: "Estoy enamorado de ti, mi vida. Eres increíble. Me hiciste ver estrellitas".

Ana sonrió maliciosa; me besó despacito, muy suavemente, y se recostó a mi lado, recargando su cabeza en mi hombro y acariciando mi panza, como trazando figuritas en ella con su dedo. Yo me quedé absorto en mis pensamientos, viendo hacia el techo. La tomé de la mano y entrelacé sus dedos con los míos. Me voltee, la besé en la frente y le dije lo mucho que me encantaba estar con ella. Así nos quedamos un par de minutos, callados, cada uno enfrascados en sus propios pensamientos, antes de que la noche tan deliciosa que ella y yo estábamos teniendo, continuara.