La fantasía de la mucama francesa (1)

Una amistad virtual que empezó en el chat terminó siendo una deliciosa amistad sexual en la cual una amiga y yo cumplimos una de sus más ardientes fantasías (Primera entrega de cuatro)...

La Fantasía de la Mucama Francesa – Parte I

Desnudando a la ‘chacha’

Saludos a todos… Espero disfruten éste relato, basado en una experiencia que tenía mucho interés en narrar.

Lo que procedo a contarles es una historia que viví hace algunos años con una amiga a quien conocí en el viejo sistema de chateo ICQ, y con la quien posteriormente fortalecí lazos de amistad vía el MSN Messenger. Pasamos muchos años como amigos en el chat (sin conocernos en la vida real), hasta que se dio la oportunidad de hacerlo durante un viaje de parte de ella a la capital mexicana, ciudad en donde yo vivía (y resido actualmente).

Antes de adentrarnos en la narración, quisiera ponerlos sobre antecedentes para que así puedan entender mejor la historia y sepan cómo se dio y porqué. Comenzaré por darles detalles de mi amiga y las razones por las que ése viaje de parte suya al Distrito Federal se dio.

Mi amiga en cuestión se llama Ana Elisa; como comprenderán, no puedo proporcionar ni su nombre ni su apellido. De cariño le dicen Anny, y vive en la lejana ciudad de Hermosillo, Sonora, a 1,600 kms. en línea recta al noroeste de la ciudad donde yo vivo. Desde que nos conocimos – por casualidad, por cierto – nos llevamos bien, y pronto entablamos una amistad que habría de durar por años. La buena relación y las confianzas que pronto empezamos a tener el uno para con el otro desembocaron en que pronto empezamos a tratar temas personales, como el asunto de las novias, los novios, el sexo y las relaciones de pareja.

Resultó que Ana Elisa era una muchacha muy ardiente. Le encantaba el sexo y era sumamente pasional, entregada y caliente (amaba la ropa interior súper sexy, desde coordinados de encaje, pasando por ligueros, hasta tangas de hilo dental y sostenes para sólo realzar el busto). Casi no había tenido novios, y la única persona con quien había estado involucrada sexualmente era un patán que la había hecho sufrir mucho, y con quien incluso tuvo la desagradable experiencia de sufrir lo que acá en México (y en el mundo de habla hispana en general) le llaman "poner los cuernos". En efecto: su entonces novio la dejó por otra (de hecho, embarazó a la amante) y, desde entonces, Ana había estado sola y sin compromiso.

Ana era una muchacha llenita. No tenía el físico más agraciado del mundo, pero eso lo compensaba, y con creces, con una actitud súper cachonda y calenturienta, además de ser muy simpática y amable (eso sí: tenía unos pechos muy bien dotados, de ésos que uno podría mamar toda una noche de sexo desenfrenado). A cada rato estaba caliente (" horny " como ella lo llamaba), a grado tal que la mayor cantidad de las veces que nos juntábamos en el chat (después de ya tener varios años de amistad), terminábamos hablando de sexo. Como comenté anteriormente, le fascinaba la lencería cara y muy sexy y con mucha frecuencia solía decirme: " hoy traigo un hilito dental puesto" o "tengo un conjunto semitransparente de ropa interior que hace que mis pezones se vean fácilmente" .

Como ella no había tenido novio en mucho tiempo y yo tenía una auténtica suerte de perros para con las mujeres (no me considero feo ni mal parecido, incluso muchas amigas me han dicho que estoy guapo, pero casi siempre he tenido pésima suerte para con el sexo opuesto y pocas veces he tenido éxitos qué rememorar), se fue dando entre nosotros lo que, lógicamente, terminaría por darse: primero, deseos de conocernos en la vida real, después, ganas de tener escarceos y relaciones sexuales (para desahogar nuestras pasiones, deseos y fantasías sin inhibiciones). Hacerlo de ésa manera nos permitiría estar con alguien con quien tuviéramos entera y total confianza, así como ningún conflicto o pena para decir (y experimentar) las cosas de frente. Lógicamente, para ésas alturas del partido, ella ya me había confesado cuáles eran sus fantasías y yo le había confesado las mías.

Así las cosas, después de varios (muchos) años de amistad y de situaciones vividas cada uno por su lado (ella tuvo al novio que le terminó poniendo el cuerno, en tanto yo abandoné México y radiqué unos meses en el extranjero), finalmente tuvimos la oportunidad de conocernos en la vida real, tratarnos y, desde luego, tener nuestro primer contacto y experiencia sexual juntos. Ocurrió a mediados de agosto del 2005, en la ciudad de Guanajuato (capital del mismo estado). Fue una decisión unánime, ya que ésa ciudad se encontraba relativamente a la mitad de distancia entre el Distrito Federal y Hermosillo. En aquella ocasión nos la pasamos bomba: rápidamente se rompió el hielo entre nosotros, nos empezamos a llevar con la misma confianza y sencillez con la que nos tratábamos en el Messenger y, desde luego, surgieron los primeros besos y las caricias. Aquella noche de sábado terminaríamos en la habitación de su hotel, haciéndolo por primera vez de una forma tan íntima que ninguno de los dos la habríamos de olvidar para el resto de nuestras vidas. Nos queríamos mucho… no éramos novios, pero sí muy amigos y nos hicimos el amor de una manera muy, muy especial (aquello no fueron simples relaciones sexuales… fue auténticamente hacer el amor ). Para ella fue casi como "su primera vez", pues la que fue su desflorada formal (con el novio que le puso los cuernos) sólo pudo experimentar una muy pequeña penetración por el intenso dolor que ella sintió al momento de intentar el coito. Así las cosas, aquella vez en la que tuvimos nuestra primer interacción sexual, ella, formalmente, pudo disfrutar por vez primera y de forma completa, una relación sexual entera y satisfactoria.

Contrario a lo que el lector pudiera pensar, no es ésa la ocasión que me dispongo a narrar en ésta serie de relatos, sino la segunda vez que nos vimos. Después de la primera impresión (la palabra correcta más bien sería "penetración"), Ana y yo quedamos muy contentos con la experiencia vivida y, desde luego, tarde se nos hizo para buscar una nueva oportunidad para vernos y tener relaciones. Finalmente, después de unos meses después de aquella gratísima experiencia en Guanajuato, ella tuvo la oportunidad de venir al Distrito Federal, la cual aprovechamos para reunirnos, pasárnosla súper y, por supuesto, irnos a la cama a comernos uno al otro a puros besitos. Creía que lo vivido en la ciudad del bajío no podía superarse, pero la experiencia que tuve en aquél segundo par de noches con mi rolliza amiguita norteña rebasó significativamente la cachondez y calenturas vividas previamente. Fue lógico después de todo, ya que para ésa segunda ocasión los dos ya nos conocíamos un poquito mejor: qué nos agradaba físicamente uno del otro, qué cosas nos volvían locas en el sexo, qué nos excitaba, cómo nos gustaba que nos tocaran y de qué forma podíamos tener mejores orgasmos. Así las cosas, las relaciones que sostuvimos ésas noches fueron tan intensas como memorables.

Lo que procedo a narrar es un fragmento de una de ésas noches que estuvimos juntos en la segunda vez que nos reunimos. En ésa ocasión en particular, ella quería cumplir una de sus fantasías sexuales, que consistía en hacerse pasar por mucama o servidumbre francesa (de ésas que visten trajes negros con delantales blancos, muy sexys y sensuales) y yo, hacerme pasar por uno de los hijos del matrimonio para el cual ella trabajaba. En la fantasía, ella y yo teníamos la casa sola para nosotros, pues mis supuestos "papás" estaban en Acapulco, junto con mi hermano. De ésta forma, tendríamos total privacidad en el encuentro, sin riesgo alguno a que nos "descubrieran" y con total libertad para hacer y decir lo que nos viniera en gana.

Debo apuntar que, para hacer de ésta fantasía algo muy real, Ana Elisa se había comprado un auténtico vestido de mucama francesa, con todo el conjunto de encaje y ropa interior respectivo. Además, la habitación del hotel que había yo rentado no solamente estaba muy espaciosa y bien decorada, sino que también era muy bonita (¡hasta jacuzzi tenía!). De ésta forma, transportarnos mentalmente del lugar en donde estábamos – un hotel de paso a un costado de la autopista México-Toluca – al sitio en donde la fantasía tendría lugar (la "residencia" de los patrones de Ana Elisa) no sería en absoluto difícil. Así pues, una vez en el hotel, ella se metió al baño a cambiarse – no porque le diera pena desnudarse frente a mí, sino porque quería que fuera una sorpresa para mí el verla salir vestida con todo su atuendo completo; ¡y vaya que la muchacha hizo un gran esfuerzo!, porque el vestido que consiguió (así como la ropa interior) eran tan sexys como provocadores y excitantes. Cuando ella salió del baño y la ví, una erección invadió mi zona erógena, al tiempo en que mis ojos recorrían su anatomía y analizaban cada parte de su ser.

-"¿Y bien? ¿Qué te parece, Toñito? ¿Te gusta?" – me preguntó.

¡Y cómo no iba a gustarme! Se veía increíble. Como dije: vestía un ceñido trajecito negro de mucama francesa, con una faldita corta y muy abierta (de ésas que sirven para que uno pueda verles toooodo cuando se agachan sin doblar las piernas). El traje se ceñía a su torso, con un generoso escote a la altura de sus pechos. Un par de "hombreras" bombachas – rematadas en encaje blanco – rodeaban sus hombros. Por la parte de atrás, el traje terminaba a la altura de los omóplatos, con un sencillo zipper para abrirlo y cerrarlo. Por delante, un pequeño delantal comenzaba un poquito más abajo de donde terminaban sus pechos y concluía hasta cerca del final del remate de la faldita. Un fondo semitransparente (como de fina redecilla para pescar, pero en color blanco) se apreciaba por debajo de la misma faldita.

El conjunto era complementado – hasta donde se podía ver – con un par de medias caladas blancas semitransparentes que concluían hasta la mitad del muslo (rematando en ésa parte con una ancha anilla no transparente de tela sólida) y unos zapatos negros de charol, de tacón extra-alto. Donde las medias terminaban, un par de ligas blancas las sujetaban, continuando su acenso hacia la cadera, rematando en lo que, como más adelante vería, era un liguero muy sexy de encaje del mismo color. De momento no pude ver qué llevaba de ropa interior, pero seguro que no tardaría en descubrirlo. Desde luego, mis cumplidos por el excelentísimo atuendo que se había conseguido no se hicieron esperar, haciéndole ver que, pese a ser una "mucama", se veía primorosa y encantadora. ( "¡Ya quisiera una ‘chacha’ así en mi casa de verdad!" le dije).

Así fue como empezó la fantasía de mi amiga.

Usando un plumero para sacudir el polvo que llevaba en la mano, fingió dedicarse a la limpieza del lugar, mientras yo me dedicaba a ver la televisión (dizque, porque la verdad, era imposible quitarle los ojos de encima a ella). Aún y a pesar de que el canal porno era el que estaba desplegándose en pantalla – con un fulano negro clavándose a una güera de campeonato – poco fue lo que presté atención a la TV, mientras Ana Elisa simulaba sacudir con esmero la sombra de las lámparas de la cómoda. Yo simulaba verla de reojo en tanto ella, de espaldas a mí y de frente hacia el mueble, me lanzaba discretas miraditas a través del espejo, para comprobar si yo la veía. Sonrió cuando notó la mirada en mis ojos, satisfecha al saber que la encontraba increíblemente excitante.

Y sucedió lo que ella más deseaba. Fingiendo limpiar una de las patas de una silla que se encontraba al lado de la cómoda, se agachó por completo – sin doblar las piernas, por supuesto – ofreciéndome el increíble espectáculo de ver su delicioso trasero prácticamente al desnudo. ¡Por Dios, que vista más maravillosa! ¡Qué delicia de mujer! Podía estar "entradita en carnes" y no tener la silueta de una gacela, pero definitivamente sabía escoger muy bien la ropa interior provocativa, así como adoptar posturas y posiciones por demás excitantes y sensuales. Cuando se empinó, sus lindas nalgas de piel muy blanca quedaron al descubierto. Una delgadísima y muy finita tanga blanca de encaje recorría el camino desde la parte baja de sus caderas hasta la parte baja de su vientre, pasando por el inicio de sus pompas, su delicioso ano, luego el perineo, después su riquísima y muy jugosa conchita y, finalmente, el precioso Monte Venus, de donde una nutrida mata de pelos ensortijados le crecía. Como Ana tenía mucho vello púbico y la tanga que usaba para cubrirse su precioso capullo de amor era muy delgada – un auténtico hilo dental, que no creo que pasara de dos milímetros de ancho en la zona en donde el hilito se hundía entre sus nalgas – muchos de los largos vellos escapaban a la contención de la prenda, exhibiéndose totalmente faltos de pudor alrededor de ésta (principalmente en los costados de donde estaba su vulva y fundillo y en donde la existencia de la tela de su prenda íntima era nula). Ver aquél espectáculo (la preciosa tanga curveada, sus nalgas e incluso los propios vellos púbicos) me dejó excitadísimo, a 1000 por hora, inundándome de un deseo casi incontrolable de hacerle el amor con toda la fuerza e intensidad de que yo era capaz. Poco faltó para que, ahí mismo, me parara de mi asiento con violencia y hundiera la cara entre sus dos pompas, devorándole su culito rico y jugoso

Siguiendo la fantasía de Ana, simulé, ahora sí, tener mi atención 100% captada en ella (como si no la hubiera tenido antes, desde el momento en que salió del baño, disfrazada). Me incorporé de mi asiento y me acerqué a ella. Me coloqué a su derecha, mientas ella continuaba sacudiendo un cenicero y el directorio de la Sección Amarilla que reposaban encima de la cómoda. Actuando como se esperaba que los dos hiciéramos, el diálogo que siguió fue como sigue:

Yo: "Señorita Isela… ¿le gustaría ser mi novia?".

Ana: "¡Ay! ¿Yo, joven? ¡Cómo cree! ¡Si yo soy solo una empleada doméstica de su señora madre!".

Yo: "Madre es lo que no tienes, Ana. ¡Por Dios! ¡Sólo mírate! ¡Estás preciosa!"

Ana: "¿Yo, señor? Imposible. Yo no puedo ser ni bonita, ni hermosa, por definición".

Observé el rostro de mi amiga. Estaba más rojo que una amapola. Continué con la ya un tanto previa acordada actuación.

Yo: "Ana: ¿qué no te has dado cuenta de que estás preciosa? ¡Dios Santo, sólo mírate en el espejo, por favor!".

Ana: "¡Ay joven! ¡Qué pena me da! ¿Ya vio? ¡Me hace ponerme toda colorada! ¿Cómo cree que voy a estar bonita?".

Yo: "¿Quieres que te lo demuestre? Te apuesto lo que quieras a que te puedo demostrar que estás preciosa; que eres una diosa y un verdadero bombón".

Ana: "¡No le creo, joven! ¡A ver si es cierto!".

Aquí es en donde la fantasía empezaba a cobrar cierto interés.

Posicionándome inmediatamente por detrás de ella, la abracé de la cintura. Estiré el brazo derecho y le tomé el plumero sacudidor que había estado usando (mismo que salió volando hacia sólo Dios sabe dónde cuando yo lo aventé). Intercambiamos miradas viéndonos al espejo (pues ella estaba posicionada delante de mí, pero dándome la espalda). Luego le dije:

Yo [acariciando sus cabellos]: "Mira, preciosa… Para empezar, tienes un cabello lindo y sedoso".

Ana [sonriendo ligeramente con cierta malicia]: "Aja… y qué más… ¡Ay perdón! Digo ‘Ay, joven, Ud. me apena’ ".

Yo: "Tienes un rostro muy bonito. De niña inocente. Casta y pura. Unas mejillas rosadas y lindas. Unos labios tiernos y sensuales".

Mientras le iba describiendo las distintas partes de su rostro, iba pasando los dedos de mi mano derecha por ellos (cachetes, mejillas, nariz, labios). Al llegar a su boca, ella me besó muy suavemente el dedo índice, dirigiéndome una sonrisa enamorada que quedaba muy al margen de la actuación de aquella fantasía, transmitiéndome lo mucho que Ana realmente estaba disfrutando aquél juego sexual. Yo, continué con el jueguito.

Yo: "De tu barbilla nace un cuello largo… elegante… ¡distinguido!".

Por supuesto, los dedos de mi mano derecha también se posaron en su cuello, acariciándolo (con la izquierda aún la mantenía abrazada del costado de su torso, poquito arriba de donde la faldita alzada y abierta le nacía del vestido). Cuando empecé a jugar con su cuello, ella, dócilmente, ladeó la cabeza hacia la izquierda, abriendo un notable hueco como para que yo pudiera acariciarla con mayor detalle en la cara derecha de aquél.

Yo [comenzando a darle suaves besitos en su cuello]: "¡Mira nada más que lindo cuello tienes! [Beso] ¡Tienes una piel suave, tersa, linda! [Dos besos más, aquí y allí] ¡Me encanta como se siente!".

Ana: "Sin dejar chupetones delatores, joven, que si no, ¡me cuesta la chamba!".

Aquella ocurrencia nos hizo reír a los dos. A mí me agarró en pleno beso y a ella en pleno análisis de lo que yo le estaba haciendo. Alcé la vista e intercambiamos unas miradas de complicidad. Le comenté que era una diabla, y que tenía mucho ingenio para ésos comentarios muy bien actuados. Ella me preguntó: "¿de verdad?", volteó momentáneamente la cara hacia mí y nos fundimos en un rico beso (beso que quedaba al margen de la actuación de aquella fantasía, pero que transmitía el mutuo y muy fuerte cariño que sentíamos el uno para con el otro. Aquella amistad, lo que fuera de cada quien, era algo muy intenso, difícil de comprender e increíblemente bello. Debo confesar que jamás tuve una amiga como ésa en todo lo que, hasta ése momento, había vivido en mis casi 30 años de existencia).

Pero volvamos a la fantasía. Después del beso, cada uno regresó "a su posición" y continuamos el asunto como si aquél intercambio de labios no hubiera ocurrido.

Yo: "Tus hombros… son hermosos y bonitos… Pero lo que más me gusta de ti…".

Ana: "¿Qué es, joven, qué es?".

Coloque mis dos manos justo debajo de donde reposaban sus glándulas mamarias. Subí las manos y rocé la base de sus enormes pechos.

Yo: "Tus bubbies , Ana… ¡Están preciosas! ¡Por el amor de Dios! ¡Míralas! ¡Bendito el escuincle que, algún día, llegue a alimentarse de ti! ¡Será el niño más feliz y mejor nutrido del mundo! ¡Son un par de pechos preciosos!".

Subí un poco más las manos y abarqué un poco más la zona de la base de sus senos. Continué dándole besos en el cuello (ella seguía con la cabeza ladeada, ahora empezando a entrecerrar los ojos por el placer que sentía con mis labios jugando en ésa delicada parte de su cuerpo), al tiempo que le decía:

Yo: "¡Son un par de tetas enormes, preciosas, lindas! ¿Qué hombre en éste mundo no quisiera la oportunidad de acariciarlas con suavidad y besarlas? ¿Qué hombre no se desviviría por una mujer con unos pechos tan hermosos como los tuyos?".

Ana: "Pues no sé joven ¡nadie se fija en mí! ¡Yo creo que Ud. me dice puros cuentos!".

Yo: "¿Acaso no te has dado cuenta de lo hermosos que son? Mira, déjame enseñarte tus pechos con más detalle, sin ésta parte del vestido que te los cubre. ¿OK? Solo es para que te pueda enseñar lo lindos que son".

Ana [algo tímida]: "Mmmmh… ¡OK!".

Dicho y hecho, procedí a desabrochar la parte superior de su vestido. Ubiqué el zipper que tenía en su espalda (a la altura de sus omóplatos, como ya había comentado) y le bajé el cierre hasta la parte baja de su espalda. Tomé el vestido (tipo corsé en ésa parte, por lo entallado que le quedaba) y lo separé con delicadeza, abriéndole espacio suficiente como para que bajara por el torso de mi amiga con suavidad. Después tomé las dos copas que descansaban sobre sus hombros, y las jalé hacia abajo, corriéndolas a través de sus brazos. Al hacerlo, el escote que cubría sus pechos dejó a éstos prácticamente al descubierto, dejándome completamente impactado. El bellísimo y muy excitante panorama que ante mí se apareció hizo que la erección que ya de por sí traía alcanzara ahora niveles monumentales. ¡Ana Elisa no traía brassiere! Bueno, sí traía… pero no el típico sostén con copas que cubren los pechos. Fue una de las muchas gratas sorpresas que me dio aquella noche, además de entregarme su flor misma (que fue el mejor regalo que me pudo hacer a lo largo de toda nuestra amistad). Ana usaba un "chichero" especial, de ésos que sólo sirven para realzar el busto (formando una base al principio de los pechos), pero que dejan totalmente al descubierto las aureolas y los pezones. Al haberle bajado el vestido, los dejé al descubierto, dejando a la vista un espectáculo difícil de olvidar. ¡Ana era increíble!

Yo [tan excitado como sorprendido]: "¡Madre de Dios! ¡Por todos los cielos Ana! ¡Qué preciosísimo par de pechos tienes! ¡Están deliciosos! ¡Qué bellos son! [Comencé a tocarlos suavemente, dándoles muy suaves apretoncitos y caricias con mis manos] ¡Perfectamente redondos! ¡Duritos! ¡Hermosos! ¡Grandes!... ¡Dios Santo! ¿Cómo puedes decir que no son un par increíble?".

Suspendí momentáneamente la fantasía y le susurré al oído.

Yo: "Grandísima cabrona. Tienes unas ideas de lo que es ser sexy que me dejas pasmado. ¡Te adoro, canija! ¡Ahora sí te volaste la barda! ¡Con éste brassiere te ves increíble!".

Ana [nuevamente volteando su rostro hacia mí, dándome beso – al margen de la actuación –]: "¿Te gustó? Era una sorpresita para ti".

Yo: "Me encantó, cabrona. Me fascina ver tus pechos desnudos ¡y más así de paraditos!"

Ana [otro beso french, riquísimo]: "Mmmmh! Es para que veas que siempre pienso en ti y quiero que estés súper contento conmigo!".

Yo [jugando con sus pechos]: "¡Que si no! ¡Te adoro, princesa!".

Ana: "OK… Sigamos con la fantasía, ¿OK?".

Yo [otro beso tierno de puros labios]: "Va que va".

Nos volvimos hacia el espejo. Yo continué masajeándole los pechos muy suavemente – principalmente el cuerpo principal de cada seno, omitiendo momentánea e intencionadamente la aureola y los pezones.

Yo: "Además… ¡mira qué hermosos pezones tienes! ¡Están enormes! ¡Cada pezón es suficiente como para llenarle la boca a uno y hacerlo delirar de placer! Están preciosos, y la aureola que los rodea es igualmente bella y grande!".

Mientras le decía lo anterior, comencé a pasar suavemente las puntas de mis dedos índices sobre sus aureolas, trazando espirales que terminaron irremediablemente en la punta de sus pezones. Al llegar a éstos, los tomé con mucha suavidad y cuidado con mis dedos pulgares y anulares – como si los fuera a presionar o a pellizcar – dándoles pequeños jaloncitos y muy ligeras, y leves, "torcidas", apenas lo suficiente como para que ella sintiera placer pero sin lastimarla ni producirle sensaciones desagradables. Incluso y mientras los tenía sujetos, usé las yemas de mis dedos índices (en ése momento libres) para acariciar la parte de hasta arriba de dichos "chupones", al tiempo en que le besaba el cuello y seguía ensalzando lo hermosas que me resultaban aquél par de glándulas mamarias.

Yo [después de unos segundos de jugar con sus bubbies]: "¿Qué te parecen? Están lindas, ¿verdad?".

Ana [fingiendo pena y curiosidad]: "Ahá…".

Yo: "¿Me dejarías mamarlas? ¡Aunque sólo sea un poquito!".

Ana [fingiendo que pensaba en la posibilidad de concederme mi deseo]: "Mmmmh… OK. Está bien, ¡pero solo un poquito!".

De inmediato la voltee hacia mí. Nuestros ojos se encontraron, y antes de que siquiera pudiera articular palabra, o de que pudiera bajar mi cabeza hacia sus hermosas mamas para succionarlas, nuestros labios se juntaron. Fue un beso largo, rico, de esos en donde uno puede paladear la boca de su chiquita, sintiendo lo delicado y sensual de sus labios, además del excitante sabor de su saliva. Después de separar nuestras bocas, los dos bajamos la mirada y sonreímos, apenados. ¡Era increíble! A pesar de ya haber sostenido relaciones sexuales previas entre nosotros, ¡aún nos invadía la vergüenza durante breves momentos, como en aquél, justo después del beso! Sin embargo, la pena que experimentamos se disipó inmediatamente cuando bajé hacia la zona de sus senos y los comencé a besar. Los tomé con la palma de la mano – primero su chiche derecha, con ambas manos – y los fui besando con cariño, primero evitando el pezón (plantando mis labios en todo el cuerpo del seno), después en el propio chupón, succionando con diferentes intensidades; primero suave y tierno, después duro y con desesperación. Mi amiga echó la cabeza hacia atrás y gimió sensualmente, al tiempo en que yo colmaba de ósculos aquella muy atractiva parte de su sensual anatomía. Continué mamando a aquellas diosas, mientras Anny seguía ensoñada con la cabeza echada hacia atrás, con los ojos entrecerrados por el placer – lanzando suaves gemidos –, revolviéndome el cabello con sus manos y jalándome ésta hacia sus bubbies para evitar que me retirarse y suspendiera aquél juego. Así estuvimos entretenidos unos segundos – quizá un par de minutos – hasta que desplazó mi cabeza lejos de sus senos y me hizo mirarla a los ojos.

Ana: "OK. Ya te divertiste un rato" ( ¡Cabrona! ¡Como si el único que hubiera disfrutado al mamar aquél hermoso par únicamente hubiera sido yo! ) "¿Qué más me encuentras sensual en mi? ¡Anda, dime!".

Yo [volteándola de nuevo al espejo, para seguir con la actuación]: "OK. Pues mira… después de tus pechitos ricos… tienes una pancita sexy y rica, suavecita, apachurrable y que me encantaría morder".

Su pancita recibió una caricias mientras le decía lo anterior. Incluso pellizqué parte de su "llantita" lateral, susurrándole al oído lo mucho que me gustaría morderle sus lonjitas cuando me la estuviera comiendo de pies a cabecita.

Yo: "Luego… tenemos tus sexys caderas – el ‘chamorro’ como comúnmente le llaman –. Ancho, rico y de donde uno se puede agarrar para cuando quieres jalar a la nena hacia ti cuando te la estás pujando".

Ana: "¿En serio?".

Yo [bajando mi mano por sus caderas hasta llegar al final de su faldita, y luego subiendo aquellas por debajo de su vestido, terminando con caricias en la cadera]: "Sippy. Tienes una caderas ricas".

Ana: "¡Ay joven! ¡Qué pena me da con Usted!".

Yo: "¿Quiéres saber qué más sigue?".

Ana: "¡Claro joven! ¡Usted, con confianza!".

Nuevamente la volví a voltear hacia mí. Tenía que hacerlo, porque la parte de su anatomía que seguía estaba en una posición que requería, forzosamente, que ella estuviera viendo hacia mí para que yo la pudiera acariciar y tocar.

Yo [pasando mis manos de sus caderas a sus pompas]: "De tus lindas caderas, y de la parte baja de tu espalda, surgen éste precioso par de nalgas que tienes. ¡Está delicioso! ¡Sensual! ¡Son las nalgas más bellas que he visto en mi vida! Me encantan, ¡por Dios, me fascinan!".

Ana [al tiempo en que yo masajeaba su trasero con suavidad, con movimientos circulares]: "¡Mmmmh! ¡Ah! ¿Sí? ¿Te gusta mucho? ¡Perdón! ‘¡Ay! ¿Le gusta mucho, joven?’ ".

Yo: "Llámame Toñito, por favor. Conmigo, olvídate de las formalidades, reina".

Ana: "OK, bebé… entonces, ¿te gustan mis nalguitas? ¿Te fascina acariciarlas?".

Yo [siguiendo con el manoseo, ahora ya descarado y hasta avorazado]: "¡Me encanta reina! ¡Masajear tus bebas son uno de los placeres más deliciosos que cualquier mortal puede tener".

Ana no lo pensó dos veces. Volvió a aproximar sus labios a los míos y nos volvimos a besar. Nuevamente fue un beso pasional, cargado de deseo y de cachondez. Supongo que el hecho de decirle lo sensual que me resultaba, combinado con el hecho de que yo ya estaba muy excitado y el manoseo que le estaba proporcionando a sus ricas nalgas la habían hecho ponerse a 1000, igual que como yo estaba. Masajeé todo su hermoso trasero, una y otra vez. No quedó ni una sola parte de sus ricas nalgas que no tocara, apachurrara y estrujara. Aquellas ricas pompas eran, simple y sencillamente, un manjar, un fruto prohibido, una delicia indescriptible que estaba disfrutando muchísimo el poder saborear. La excitación que sentía en aquellos momentos fue en aumento, a grado tal que el "paquete" que traía yo en la entrepierna comenzó a resultarme muy difícil de soportar, gracias a la fuerte presión que mi pene ejercía sobre mis jeans azul claro al tratar de salir "embotado" hacia el exterior.

Yo [aún fundido en el beso con Ana Elisa, mientras con las manos sentía el micro-hilito de su tanguita y le daba suaves jaloncitos]: "¡Mmmmh! ¡Amoooor! ¡Veo que traes… ¡mmmmh! una deliciosa ¡mmmmh!... ¡tanguita!… ahí ¡mmmmh! abajo! ¡Qué ganas de ¡mmmh!... quitártela para ¡mmmmh!... ver lo que hay debajo, amorcito!".

Ana [resintiendo los jaloncitos de su prenda íntima]: "¡Mmmmhhhmmm! ¡Bebé! ¡Qué ricos se sienten ésos jaloncitos ahí abajo! Es como si me apretaras mi conchita con mucho cariño!".

Yo: "¿Me dejas besar tus pompas y ver con más calma el rico tesorito que traes allá abajo?".

Ana [conteniéndose para no acceder a mi petición]: "Mp…ppp… primero dime qué más te gusta de mi cuerpo y después ya veremos".

Canija.

Yo [comenzando a agacharme, para ponerme en cuclillas]: "Bueno… Pues para finalizar… [llegando hasta abajo y comenzando a acariciar sus muslos, sus rodillas, pantorrillas y espinillas]… de ése tesorito tuyo y de ésas preciosas nalguitas ricas que aún no me permites devorar, surge un hermoso par de piernas muy bien torneadas, firmes y de muy buena forma".

Besé con suavidad sus muslos, por todos lados. En algunas partes pude besar su piel, en otras besé las mallas de sus medias y en unas más, las ligas del liguero que las sostenían. Cuando pasé la cara cerca de su triángulo del amor – la espesa mata de vello púbico que brotaba de su Monte Venus – el característico ácido y aromático olor de su vulva me invadió. Ana, a no dudar, tenía ya rato de estar muy excitada y la tanga que contenía su chochito debía estar empapada ya en los jugos que sus glándulas lubricantes había estado produciendo a granel desde hacía varios minutos.

Yo [incorporándome y poniéndome a su altura, cara con cara]: "Bueno reina… Pues eso es lo que te puedo decir de ti. En pocas palabras: ¡me encantas! ¡eres increíble! ¡eres una diosa a la que quisiera comer, besar y hacerle el amor con locura y pasión!".

Ana: "¿Ah si? ¿De verdad quieres hacerme el amor? ¿ Ahorita , en éste preciso momento?".

Yo: "Sí, quiero comerme cada centímetro cuadrado de tu preciosa anatomía. ¿Me dejas?".

Ana: "¡Siempre papacito! Mi cuerpo es tuyo".

Volvimos a besarnos durísimo, ya muy calientes y desesperados. ¡Que digo beso! ¡Aquella ya era una práctica de extracción de anginas y de órgano lingual! Tan enfrascados quedamos en aquél beso, que pequeños hilos de baba escurrieron de nuestras bocas y fueron a humedecer, en mi caso, mi camisa de vestir y en el de ella, el par de senos que tenía recargados contra mi propio pecho.

Ya no supe si aquella última frase formó parte de la fantasía o no. Ana y yo babeábamos uno del otro, estábamos al borde del enamoramiento y disfrutando cada uno de los segundos de aquella fantasía – originalmente concebida por ella, pero ahora actuada y disfrutada por éste par de calenturientos amigos. Por lo que a mí respecta, ya me costaba mucho trabajo distinguir la realidad de lo actuado, bien porque estuviera a 1000 de excitado, o porque realmente no era actuación y todo lo que le había dicho era 100% verdad.

Ana me despertó de mis ensoñaciones.

Ana: "Y ahora, ¿qué me vas a hacer, bebé?".

Yo: "Déjame bajarte el resto del vestidito, ¿OK?".

Ana: "¡Claro!".

Me dejó hacer. Le tomé el vestido de la cadera, donde la parte del torso ya reposaba y lo jalé hacia abajo. Tuve un poco de dificultad para hacer que la abertura del vestido a la altura de la cadera le pasara por su "chamorro", pero finalmente lo conseguí. Cuando la logré despojar de su vestido, la miré de arriba abajo y me deleité con aquél primoroso espectáculo. Ana había quedado semi-desnuda, con sus pechos al descubierto (pese a seguir usando el "bra" especial que ya he descrito antes), con un sensual liguero blanco semitransparente lleno de encaje en el borde, el par de medias blancas caladas, el delgadísimo hilo dental a manera de tanga y los zapatos de tacón que ya comenté. La tomé de la mano y la llevé hasta una silla cercana, donde le pedí que se encaramara en ella, pero no sentada, sino como "gatito", trepada con las rodillas apoyadas en el asiento y con su tronco reclinado hacia el respaldo de la silla, de forma que su culito quedara "saltón" y completamente disponible para poder jugar con él, abrirlo, besarlo, bajarle su tanga, y comérmelo a besos una y otra vez.

Una vez que mi niña se acomodó, me preguntó qué le haría – pregunta que salió sobrando, pues ella sabía perfectamente que me encantaba hacerle sexo oral con sus nalguitas al aire, tal que yo pudiera jugar con su ano y nalgas mientras le comía a besos la vulva. Así pues, me acomodé atrás suyo y comencé a besarle suavemente la delicada y blanquecina piel de las pompas, al tiempo en que acariciaba sus nalgas con cuidado y suavidad. Mi niña se mordió los labios, lanzó un par de gemidos y volteó la cabeza hacia delante con los ojos cerrados, disfrutando aquella parte del jugueteo. Mis besos eran suaves, atronadores, de manera que ella no solo sintiera , sino que también escuchara el tronar de mis labios al mimar su piel. Inicié dándole besos en los cuadrantes superiores y laterales de sus pompas – en la zona cercana a la parte baja de su espalda, así como el ya mencionado "chamorro" (que lo tenía bastante nutridito y ancho). Como estaba a la derecha de ella, besaba su nalga de ése mismo lado, mientras que con la mano izquierda acariciaba su pompi contraria. La mano derecha, por otro lado, se hallaba inmersa propinándole algunas pequeñas caricias en la zona del muslo derecho (en la cara interna de éste) subiendo de repente a la zona de su Monte Venus y su clítoris, dándole suaves apretoncitos y masajes a su zona erógena por encima de su minúscula prenda de ropa interior.

Conforme fui avanzando en mis besos – y ahora también unos breves y discretos lengüetazos – fui avanzando en posiciones hacia el centro de su culito, a la rayita divisoria de sus dos nalgas y por donde pasaba el micro-hilito dental de su tanga. Así me gustaba hacerlo: ir avanzando poco a poco, desde la zona de menor interés a la de mayor relevancia, tal que su excitación y deseo fueran paulatinamente en aumento. Además, hacerla esperar en el juego previo era algo que me encantaba hacer, pues así se desesperaba más aguardando que comenzara a trabajar en el centro de su zona erógena; de ésa forma, para cuando llegara a trabajar la zona de su chochito, la muchacha ya estaría sumamente cachonda y desesperada, reaccionando con gran intensidad a mis cariños. Era el juego del "gato y el ratón", que Ana también lo jugaba cuando de darme "un güagüis" se trataba, y que ambos disfrutábamos enormemente.

Cuando llegué a la zona en donde sus dos nalgas se juntaban y ya no me permitían darles un beso de frente, usé mis manos para, tiernamente, separar aquél delicioso e increíble par. Para mí, era uno de los momentos más atractivos del acto sexual, pues disfrutaba analizar a fondo la anatomía sexual de mi compañera. Era como entrar a un mundo prohibido, a un lugar al que sólo unos cuantos afortunados tenían (y conseguían) el derecho de acceder. Así pues, colmando a Ana con pequeños besitos en las caras internas de sus nalguitas (las que normalmente quedan en contacto una con otra y que rara vez quedan al descubierto), separé con mis dedos, suave y lentamente, las carnes que cubrían su sexo. Al hacerlo, el finísimo hilo de su prenda íntima fue revelado ante mí. ¡Dios! ¡Qué precioso espectáculo! Había olvidado lo deliciosa que era mi amiga en sus partes íntimas y lo mucho que invitaba a que uno las devorase. Pero había que irse con calma y tiento, pues como buena mujer, a mi amiga le encantaba que la trataran con todos los miramientos del mundo, amén de que ella disfrutaba mucho que yo fuera muy lento, pausado y tranquilo en todos mis movimientos durante el acto sexual, en particular durante el momento en que yo la penetraba o me deleitaba aplicándole una riquísima sesión de sexo oral.

Mientras continuaba mi carrera de besitos por el mero centro de su rayita anal, cobré plena conciencia de lo delgado que era el hilito que mi amiga utilizaba como tanga: tan delgado era, que incluso los pliegues de su ano se alcanzaban a distinguir con toda claridad a los costados de la delgadísima hebra. Sólo el "centro geométrico" de aquella deliciosa estrellita se hallaba apenas oculto por la tela de su prenda íntima. Ahí, lo que parecía ser un pequeño "ensanchamiento" de la tela alcanzaba a tapar un poquito más de lo que el ancho regular del hilito habría hecho. Empero, al tratar cariñosamente los laterales del ano con más cuidado, noté que el tal "ensanchamiento" no era tal, sino que en realidad era una "donita" que envolvía la hebra central.

Ana [curiosa y juguetona]: "¿Te gusta?".

Yo [absorto en el delicioso culo de mi amiguita; besando y comiéndome su ano]: "¡Mmmmh! ¡Delicioso Ana Elisa! Ya sabes que siempre me gusta comerme tu colita a besos y caricias".

Ana: "No, mi amor. Me refiero a la tanguita. Es un modelito especial que compré ahora para ésta ocasión. ¿Ya notaste la diferencia?".

No tenía ni idea de qué me hablaba. Pronto lo iba a descubrir.

Yo [como un perfecto idiota]: "No, mi vida, no he visto. ¿De qué se trata?".

Ana: "¿Ves la bolita que está aquí?" [tocándose con sus dedos en donde el "ensanchamiento anal" de su tanga se encontraba] "Es un seguro. Quítalo y verás".

Pensé que se trataría de un mini-broche o un micro-botón de seguridad, pero no. No parecía ceder a ningún tipo de presión o de jalón para "abrirlo" y retirarlo del cordón en donde estaba. Para facilitarme la tarea de "exploración" (¡increíble! ¡yo buscando la manera de desabrochar un ‘seguro para tangas’ con mi amiga usando la prenda y sus pompas y su sexo a sólo centímetros de mi cara!), Ana usó sus manos para abrir sus propias nalgas, tal que su zona erógena y la hebra de la tanguita me quedaran al alcance más fácilmente. Imagino que el lector de éste texto me tachará de imbécil de primera , porque, en ésos momentos, no supe, ni tuve la más remota idea, de cómo poder quitar aquél "broche". Afortunadamente, Ana no se desesperó y amablemente me dio la solución al enigma, al tomar el "seguro" entre sus dedos y deslizarlo literalmente hacia la parte en donde los hilitos dentales de la tanguita (el anal y los dos de la cadera) se unían en la parte trasera de su cuerpo, en el célebre "triangulito" delator que todas las prendas de ése tipo tienen.

Cuando caí en la cuenta de para qué era ésa "donita", el dolor que el pene me producía al presionar sobre mis jeans aumentó casi al máximo. Incluso, una pequeña gotita de semen se asomó por mi meato urinario, sólo para acabar irremediablemente absorbida por la tela de mi ropa interior. ¡Dios, pero qué tanga más sexy! ¡Lo que en realidad yo había concebido como un solo hilito dental en realidad eran dos! Así, el novio (o novia) de la usuaria podía separar las hebras una de la otra, dejando paso libre hacia el ano y, desde luego, hacia parte de la vulva de la usuaria durante el acto sexual.

Acomodando mis manos nuevamente en las pompas de mi compañera, jalé con los dedos pulgares los hilitos de su "calzoncito" hacia los costados, dejándole completamente al descubierto – ahora sí – su culito y su abertura vaginal.

Ana: "Pon tu lenguita ahí, mi amor y lámeme... Anda, amor, como tú sabes hacerlo".

Y ya no aguanté más.

Con aquél panorama ante mí – el hermoso culo desnudo de mi amiga – y aquella petición de su parte (en un tono y con una forma hipersexy que Ana sabía que me producía convulsiones mentales de placer), me desbordé y no tuve otra opción mas que devorar el sexo de mi nena con fruición y desesperación.

Saqué mi lengua, la estiré lo más que pude y la reposé con fuerza sobre el centro de la estrellita anal. La moví en rápidos y largos movimientos, dándole un masaje intenso y placentero. Al instante ella se crispó, gimiendo un "…aaaaahhh!!!" mientras con sus manos apretaba el filo del respaldo de la silla y su tronco se contorsionaba, casi incontrolablemente. Besé y lamí cada palmo de la zona ano-vaginal, incluso jalando con mis labios muchos de los vellos púbicos que tenía ahí. Ella continuó gimiendo, ahora con mayor fuerza, y comenzó a respirar agitadamente, síntoma inequívoco de que se estaba aproximado al orgasmo. Yo, por mi parte, tomé el pedazo de tela de su tanga que sí alcanzaba a cubrir parte de su vulva y lo jalé violentamente hacia abajo, ya desesperado por tenerla totalmente desnuda y podérmela comer a placer sin que nada, ni nadie, me lo impidiera. Suelo abrir los labios mayores de las vaginas para lamer las ninfas con mayor delicadeza; suelo empezar suave y acabar fuerte, pero en aquellos momentos la falta control sobre mí mismo, así como la violencia e intensidad con la que había devorado el ano de mi amiga continuaron invadiéndome, forzándome a hundir mi lengua y mi boca en la raya que conformaba su vulva, oculta entre los pliegues de sus labios mayores y la espesa mata de vello púbico que poblaba la zona.

Me valió madre, no me pude contener. Tenía que comerme ésa rica puchita costara lo que costara y así lo hice: le lamí labios, ninfas, clítoris, entrada vaginal, costados de los labios, capuchón, perineo, ¡todo! Eventualmente fui abriéndome paso con ayuda de las manos, separando sus carnes para dejar la vulva completamente despejada y lamerla con una mayor dedicación, pero para cuando eso pasó yo ya tenía toda la trompa ensalivada, bañada parte en mi saliva y parte en sus jugos vaginales. Lamí como un animal, como una bestia que no se puede controlar y que no puede detenerse. Afortunadamente, Ana Elisa estaba en el éxtasis total con el tratamiento que le estaba dando (si por alguna razón me hubiera pedido que me detuviera, no me habría podido parar y la habría violado ahí mismo), y luchaba con denuedo para saber qué hacer con sus manos – dónde ponerlas, qué hacer con ellas hacer mientras aquél "tormento-tortura", súper-intensísimo, le invadía la entrepierna.

Estuve un rato jugando con su zona vulvar, y luego nuevamente regresé a su zona anal para volver a comerme ése rico culito, tratando incluso de "penetrarla" en ésa zona (con la lengua). No lo conseguí, así que jugué con uno de mis dedos – el índice de la mano derecha, creo – trazando sensuales y finas espirales por la estrellita de su ano, finalizando la carrera en el centro geométrico de su agujero para hacer popó. Mientras lo hacía, alcancé a divisar cómo una de sus manos entraba por debajo de su tanga (entre sus dos piernas, por el Monte Venus) y se daba un divino masaje clitorideal para estimular su botoncito del amor. No supe qué fue más excitante, si mamarle su culito y su puchita con vehemencia, o verla a ella misma masajearse su clítoris rítmica y circularmente – como las actrices en las películas porno lo hacen –, o verla revolcarse como tlaconete en sal, gritando (ya ni siquiera gimiendo) incoherencias y con una respiración tan entrecortada que me hizo pensar que no tardaría en tener un infarto. El caso es que me excité a tal grado que ya no tuve más remedio y me vi forzado a desabrochar rápidamente mi cinturón y mis pantalones para bajármelos, porque el dolor que sentía en la verga ya se había vuelto insoportable. Otro poco, y ni yo mismo habría aguantado venirme en ésos momentos.

Ana Elisa vio las estrellas al momento en que la penetré con mi lengua en su vagina. Eso, y los rápidos – yo diría que incluso violentos – masajes clitorideales que ella misma se estaban dando, la crisparon de inmediato. Su tronco se torció en forma invertida (para atrás), sus músculos se tensaron, gritó un "Oooouuuwwwlll!!!" espeluznante y apretó la mandíbula. Tan incontrolable fue para ella, que con el movimiento de sus nalgas y sus caderas (se echó violentamente para atrás) me golpeó la nariz, haciéndome recular, un tanto sorprendido e incluso un poco asustado por tan violenta reacción (¡incluso me provocó una breve hemorragia nasal por el golpe!, pero de eso no me habría de dar cuenta sino hasta después de que mi amiga y yo nos hubiéramos relajado completamente después de aquél orgasmo). Al instante, una espesa baba semitransparente – ligeramente amarillenta – salió lentamente expulsada de su vagina, empapándole la breve tanga, su mano y el resto de la zona en derredor.

Por unos instantes me la pensé dos veces, pero sabía que mi amiga no hubiera tenido reparos en tragarse mi semen si hubiera sido yo el que me hubiera venido con una chaqueta de su parte. Así pues, le separé los labios con delicadeza – pues sabía por experiencia propia que, inmediatamente después del orgasmo, ella y casi todas las féminas se volvían hipersensibles – y sorbí sus jugos sexuales. Ella me dijo, entrecortadamente y con grandes trabajos, que me fuera con mucha calma, pues casi no soportaba el contacto de mis labios con su pucha, solicitándome un "tiempo fuera" y una oportunidad para que calmarse un poco. Yo le contesté que quería absorber su venida, pues así como ella lo había hecho conmigo en otras ocasiones, yo también quería hacérselo a ella en ése momento. Ana esperó a que yo terminara de comerme su babita, después se levantó de la silla, me levantó hasta que quedé de pie completamente, pasó sus brazos alrededor de mi cuello y, con tono de niña inocente, me llamó: "¡Mi chi-quiii-to!". Al instante, se fundió en un beso conmigo. Tuve que hacer grandes trabajos para sujetarla (¡se me vino prácticamente encima!) y que no me tirara al suelo. Apenas tuve el tino suficiente como para desviarnos hacia la cama, donde caímos aún comiéndonos uno al otro. Me besó y me besó, sólo suspendiendo aquellos cariños para mirarme con ternura y enamoramiento, una y otra vez. Mientras nuestras lenguas hacían el amor en nuestra boca, me pregunté qué otras sorpresas me tendría reservada Ana Elisa en aquella noche loca – no de copas pero sí muy loca – en una fantasía de amor que parecería no tener fin