La Familia White (29) - La Reunión Familiar Inicia

Un capítulo largo para abrir por última vez el telón de la obra, con la reunión familiar que se convertirá en orgía incestuosa. Todos los actores y actrices están aquí. Este es el inicio del final.

Capítulo 29: La Reunión Familiar, parte I

Alice y Cindy caminaban a saltitos por el pasillo del segundo piso de la casa de los White, felices ahora que había llegado al fin el día de la reunión familiar. Alice había decidido invitar a su mejor amiga, y ésta había aceptado con gusto, sabiendo a lo que iba, y había llegado muy temprano. Para eso, Cindy se había puesto su ropa más puta, con una minifalda azul de vuelitos, zapatos de tacón, una polerita cortísima, el cabello cayendo en su sensual espalda, y los labios teñidos de violeta que combinaba bien con su piel oscura. Alice lucía igual de hot, con su cabello castaño en coletas que caían por los lados de su inocente pero sensual figura. Usaba una minifalda roja y un peto blanco, con zapatillas del mismo color, además de una cadenita dorado con un corazón. Ambas pasaron corriendo por el segundo piso cuando escucharon un intenso gemido.

—¿Escuchaste eso, Cini?

—Parece que ya hay alguien divirtiéndose. —Cindy abrió la puerta más cercana, la de la habitación de Arthur, y allí estaba él acostado, aún en pijamas, con los pantalones abajo y una mujer inclinada sobre él.

—Ummmmm, ohhhhh, Ari, qué rico…

—Me alegra que te guste, mi amor —dijo Ariadna White, su melliza, lamiéndole la polla con fervor. Vestía una camiseta violeta de tirantes, shorts, sus anteojos, el cabello negro en una cola de caballo, y estaba descalza, de rodillas sobre la cama.

Alice y Cindy se acercaron a los mellizos, y la morena comenzó a tocar los testículos de Arthur.

—Wow, sí que son enormes estos… ¿te importa si los masajeo un rato?

—Para nada —dijo Ariadna, procediendo a tomar a Alice de la mano, arrastrarla hacia ella, y besarle lujuriosamente el cuello.

—Ay… Twina, hummmmm…

—¿Empezaron antes de tiempo? —preguntó Cindy, dando sensuales lametones sobre la punta de la polla de Arthur, que le acarició el cabello a la morena.

—Vine a despertarlo para que se duchara, pero cuando lo vi empalmado no pude evitarlo —explicó Ariadna, pellizcando los pezones de su hermana pequeña por debajo del top.

—No hay nada como empezar el día con una buena verga —asintió Cindy, metiéndose el pene de Arthur en la boca, chupándolo un rato hasta que todos escucharon el llamado de su madre, que estaba en la puerta.

La matriarca en la granja White vestía un vestido blanco cortísimo que no dejaba nada a la imaginación, con zapatos de tacón del mismo color, sin ropa interior debajo,. Llevaba pulseras y una cadena dorada en el cuello. Se había recortado y peinado elegantemente su cabello rojo, maquillado el rostro, y se había pintado los labios de escarlata. Sus hijas e hijo (y Cindy) sabían que no llevaba ropa interior debajo pues tenía el escote del vestido abajo, mostrando sus enormes tetas, masajeadas por su marido, detrás de ella. Alexander White le tenía levantada la falda del elegante vestido blanco, y le acariciaba la entrepierna con su gruesa polla.

—Chicos, nuestros primeros invitados llegaron… hmmm, oh, Alex, tienes que esperar, mi vida…

—Es que no puedo aguantarme con ese cuerpo que tienes.

—Oh, Alex… pero nos van a ver nuestros niños, jiji.

—Esa es la idea, querida, esa es la idea.

—¿Quiénes son, mamá? —preguntó Ariadna, sin dejar de acariciar los pezones de su hermanita.

—Gabrielle y su familia… hmmm, sí… Alexandra salió a recibirlos. ¡Vamos, dense prisa, que no me aguanto más por empezar esto! Arthur, vete a dar un baño, jovencito, o no voy a chuparte la polla, ¿oíste?

—Sí, mamá…

Afuera, Alexandra White, vestida con medias y ligueros negros, una minifalda oscura, y un brasier rojo como su larguísimo y rizado cabello, corría a saludar a sus primos y tíos. Amador Rojo, y Gabrielle Black, que lucía un short peligrosamente corto y una camisa amarrada a la altura de la cintura, iban tomados de la mano, y Alexandra les dio un beso a cada uno en la mejilla. Detrás de ellos apareció Valentina, que abrazó fuertemente a su prima, y le dio un pequeño beso en los labios.

—¿Solo eso me vas a dar? —preguntó Alexandra, mientras Gabrielle acariciaba la polla de su esposo sobre el pantalón. Amador se había empalmado mirando el abrazo de su hija y su sobrina.

—¿Qué más quieres, puta? —preguntó Valentina a su vez, sonriéndole a su prima con picardía.

Alexandra agarró a Vale del cuello, la arrastró hacia sí, y le plantó un fogoso beso en los labios, metiéndole la lengua hasta el fondo de la garganta. Desde luego, Valentina respondió con pasión el beso, levantando la falda de su prima y masajeándole el culo mientras Amador y Gabrielle observaban con lujuriosa atención.

Se escuchó un clic, y Alexandra y Valentina miraron a un lado, donde Amador Junior se encontraba tomándoles fotos a ambas chicas. Ya le había agarrado mucho gusto a la fotografía, y su hermana era generalmente una de sus principales modelos, junto con Alice, que iba regularmente al viñedo de los Rojo.

—¿Te gusta lo que ves, querido Junior? —preguntó la pelirroja.

—Sí, mucho —contestó el joven, que a pesar de su edad tenía un cuerpo bien esculpido y macizo.

—¿Te parece si ayudamos a mi hermanito con sus fotos, putita? —inquirió Valentina, dándole una nalgada a su prima.

Alexandra sonrió, y comenzó a usar su lengua para jugar con la de Valentina, mientras ambas posaban, se acariciaban las tetas, y sin dejar nunca de mirar con deseo hacia el foco de la cámara del ardiente muchacho, que evidenciaba un gran bulto en su pantalón de mezclilla. Esas fotos permanecerían en sus libros por toda la eternidad.

Mientras tanto, un automóvil gris se acercaba a toda velocidad hacia la granja. Lo conducía Isabella Black, luciendo una tenida completamente negra, incluyendo largas botas, una minifalda de tela fina, una camiseta de tirantes y una camisa de satén semiabierta. Ponía mucha atención tanto al camino como al espejo retrovisor, por el cual podía ver a su esposa e hijo adoptivo en acción. El tímido e inseguro muchacho, Shao, estaba recostado en el sillón disfrutando de una deliciosa comida de polla que le estaba dando su madre, Meilin Li, que llevaba solo un vestido semitransparente de colo gris, sin llevar nada debajo, por lo que Shao podía dar rienda suelta a mirar donde quisiese sin culpa, como los sensuales senos y el depilado monte de venus de la fotógrafa china.

—¿Qué opinas? —preguntó ésta, escuetamente, mientras subía y bajaba la cabeza repetidamente sobre la polla de su hijo adorado.

—S-sí, mamá, sí… m-me gusta mucho, t-tu… ¡tu lengua, hmm!

—Eso me pareció, jiji —rió la china, que esta vez le realizó una rusa con sus perfectamente redondos senos—. Eres un buen niño, mi cielo. Quiero que te sientas bien con los pechos de tu madre, ¿sí?

En el asiento del conductor, Isabella ardió de deseo mirando a su esposa por el espejo. En la posición en la que estaba, solo deseaba levantarle el vestido y comerle ese exquisito coño que se gastaba, y luego montarse sobre el encantador pene de Shao, hasta que ambos se viniesen en su boca. Después de tantos años, y tal como Alexander le había dejado en claro cuando le meó encima en la biblioteca, Isabella ya no era diferente a sus hermanas. Ya no era la aburrida y reservada mojigata que solo se atrevía a tener sexo en secreto. Era abiertamente una puta sin remedio, a quien no le importaba follar en público, y le encantaba. Pensando en ello, Isabella ingresó al campo donde se hallaba la granja de los White, y percibió de inmediato el humo y el olor generado por la carne que Amador y Alexander estaban asando…

...Mientras sus esposas les chupaban la polla. En intercambio.

Gabrielle, de rodillas en la hierba, le hacía una deliciosa y experta paja a su cuñado/primo Alexander, a la vez que besaba su barriga con deseo, y éste jugaba cariñosamente con su trenza pelirroja, tirando de ésta cuando quería que Gabrielle le diera un beso a su gigantesca polla. Por su parte, Charlotte, sentada en una silla de playa, estaba haciendo lo propio con su ardiente cuñado latino, devorando su gran pedazo de carne, metiéndoselo todo lo que podía en la garganta, cubriéndolo de sus babas. Al mismo tiempo, tenía las piernas abiertas sobre los reposabrazos de la silla, lo que le facilitaba meterse mano debajo de la minifalda del vestido, masturbándose con deseo. En tanto, Alexander y Amador charlaban como si nada pasara…

Los cuatro saludaron de lejos a sus nuevos invitados mientras éstos se acercaban a la casa, con Meilin llevando un apetitoso pastel de manzana, y Shao unas botellas de gaseosa.

—¿Dónde están los demás? —preguntó Isabella, saludando a sus hermanas de un beso, y poniéndose de rodillas para acompañar a Charlotte a comerse la polla de Amador—. Vaya, sí que es grande… Gabi, tienes mucha suerte.

—¿No se la habías chupado a mi marido aún? Vaya, qué boba eres —dijo Gabrielle, realizándole ahora una rusa a Alexander. Meilin dejó el pastel en una mesita, se arrodilló junto a Gabrielle y se puso a lamer los testículos del dueño de la granja White, sin decir una sola palabra, con una gran, radiante, y como siempre, misteriosa sonrisa.

—Oye, Alex… ¿quién diría que comenzaríamos el día con dos hembras cada uno? —preguntó Amador, con las manos en las cabezas respectivas de Charlotte e Isabella.

—Sí, es genial. Somos unos afortunados, cuñado, uhhhh, ahh —gimió Alexander, mientras Meilin y Gabrielle lo contentaban—. Ah, Isabella, sobre tu pregunta, Alex y Valentina fueron en la camioneta a buscar a April y Ariel a la parada de autobús. Alice y su novia fueron a comprar fresas al mercado. Ariadna se llevó a Arthur y Junior al granero.

Mientras los dos hombres seguían cocinando la carne a las veces que cuatro mujeres devoraban sus pollas, Shao, con una gran erección que nadie estaba atendiendo, miró la escena atentamente por un rato, con una expresión triste y de desconcierto. Luego se dirigió a la casa para guardar las gaseosas en el congelador.

Al interior del granero, Arthur y Junior se observaban mutuamente con recelo, mientras Ariadna White, cruzada de brazos y con expresión severa, los miraba atentamente.

—Esta es una buena oportunidad para hablar ciertas cosas. Ustedes no son solo primos, sino que se supone que son súper amigos, pero no se han hablado en meses.

—Eso no habría ocurrido si él no me quitara a la chica que yo me follaba —explicó Junior.

—Estás hablando de mi hermana, digamos que tengo más derecho —replicó Arthur.

—¡Justamente porque estás hablando de tu hermana es porque tengo más derecho!

—¡Haces lo mismo con Vale, y no me vengas con tus quejas cuando también te follas a Alice!

—Ok, ok, paren, ustedes dos. Cielos, son una vergüenza. Sí, Arthur y yo nos estuvimos tentando por años, y es mi gemelo, y mi alma gemela. Peeeeero —dijo la chica de anteojos, antes de que su hermano se pusiera pedante y su primo agresivo—, fue de hecho Junior quien tomó la iniciativa primero conmigo, y por eso también me he acostado tanto con él. Y créanme, ambos tienen sus pros y sus contras, y los contras los están mostrando ahora, peleándose por mí como si fuera un pedazo de carne y nada más.

—¿Y qué quieres que hagamos entonces? —preguntaron los dos bobos al unísono. Ariadna les sonrió, se quitó los anteojos, se agachó, abriéndose de piernas y poniéndose en cuclillas, y miró a ambos a los ojos mientras les bajaba la cremallera de los pantalones.

—Quiero que me traten AMBOS como un pedazo de carne, que me follen bien follada, y que se dejen de pelear por estupideces. Quiero que aprendan a compartir de nuevo, ¿y qué mejor que compartir mi cuerpo?

—Santo dios, prima… —musitó Junior, mientras ella comenzaba a realizarle una paja con una mano y se subía la camiseta para que ellos pudieran verle las tetas—. Eres toda una puta ahora.

—Sí, yo le enseñé… ¡ouch! —exclamó Arthur, cuando su gemela le apretó la polla fuertemente—. Digo… creo que lo aprendió con el tiempo. ¿Qué te parece si le damos lo que quiere, primo?

—Que así sea, primo. Prima, ¿te importaría comenzar a mamarlas?

—Así me gusta. Como ustedes digan, cariños. —Ariadna abrió la boca, sacó la lengua y comenzó a lamer ambas pollas al mismo tiempo. Ambas le encantaban, eran cosas preciosas. Ariadna se avergonzó otra vez de haber tardado tanto en aprender cómo debía actuar una buena puta, como su madre, sus tías, sus hermanas y sus primas. Cómo pudo tardarse tanto en aprender a disfrutar de una buena verga en la lengua, penetrando hasta el fondo de su garganta como hacía ahora con la de Junior, y sintiendo su calor en sus dedos como hacía con la de su mellizo. Luego cambió. El sabor y la textura de ambos penes era distinto, pero igual de estimulante.

Mientras tanto, en una limosina, Katrina y Catherine Black tomaban turnos para lamer la verga de su padre. Andrew tenía las manos puestas sobre las cabezas de sus hijas gemelas, quienes estaban de rodillas, una a cada lado de él, para saborear y lamer la hombría de su padre con una sincronía perfecta que no tenía nadie en toda la familia.

—Papi, tu pene está muy rico hoy —dijo Katrina, la más coqueta de las dos, luciendo solo un conjunto de lencería blanco, mientras masajeaba los huevos de su padre y lamía la base.

—Katy tiene razón, sabes delicioso hoy, papá, y está enorme —dijo Catherine, la más caliente de las dos, realizando círculos sobre la cabeza de la verga de su padre. Estaba usando un brasier, bragas y medias idénticas a las de su hermana, pero en color ébano.

—Hijas… son mis niñas, no, no está bien, esto no está bien… —musitó Andrew, el mayor de los White, sentado cómodamente en la limo mientras sus hijas se degustaban con su trozo de carne.

—Oh, querido, nuestras hijas te han hecho lo mismo desde que estaban en la secundaria, ¿no crees que ya es momento para que te relajes y lo aceptes? —preguntó Elizabeth Black, su esposa y la mayor de las Black, con un largo y elegante vestido dorado, la falda separada por los lados, y un escote de infarto. La pelirroja estaba tomándose fotos seductoras con su teléfono, acariciándose las gigantescas tetas por encima de la tela, lamiéndose un dedo, o imitando una felación con la lengua y un movimiento de su mano.

—¿A quién… (hmmmm, ufff, mis niñas…) A quién le estás mandando esas, querida?

—A Inglaterra, directo a mi tío Duncan. Papá al fin le regaló un teléfono, así que se lo estoy estrenando como corresponde —respondió Elizabeth, abriéndose un poco el escote para mostrar la aureola de uno de sus pezones ante la cámara.

—P-pero… a esta hora debe estar haciendo la misa, querida.

—Sí, por eso mismo. Hum, el pobre las está mirando en este instante, ojalá sepa fingir bien, ja. Y, por cierto… ¿dónde está mi hijo?

—Oh, no… ¿se nos olvidó otra vez? —inquirió Andrew.

—No se preocupen, probablemente vendrá igual corriendo el desgraciado, jiji —dijo Catherine, realizando junto con su gemela una rusa doble a la verga de su padre.

—No seas así, Cathy, hoy es una ocasión especial y deberíamos abrirnos de piernas para nuestro pobre hermanito —dijo Katrina.

—Ok, ok, Kat… pero primero quiero la leche de papá en nuestras tetas.

—¡Eso es! ¡Hay que tenerlo ya en su modo bestia cuando lleguemos a la granja!

—¿Mi modo qué…?

Sobre la hierba afuera de la granja, Isabella Black estaba en cuatro patas, encima de su hermana Charlotte. Mientras las dos se acariciaban los pechos mutuamente, Amador Rojo estaba detrás de ellas, eligiendo a quién penetrar. Al final se decidió por Charlotte, a quien folló mientras lamía la espalda desnuda de Isabella, pero pronto comenzó a darle a ésta también, mientras Charlotte se masturbaba. Pronto, Amador utilizó sus habilidad amatorias para follar tan rápido, y tan bien a ambas, que lo sentían como si…

—Oh, ohhhh, hmmmmmmm, ¿Charlotte? —preguntó Isabella, que estaba con la falda levantada, las bragas corridas a un lado, y la camisa de satén abierta. Solo llevaba una media y no sabía a dónde había ido a parar la otra.

—Ahhhh, ¿sí? ¿Sí? ¡Sí, sí, sí! —gimió Charlotte como respuesta. Ella tenía el vestido a la altura de la cintura, permitiéndole a Amador hacer lo que quisiese con ella, pues no tenía ropa interior.

—¿Te está penetrando a ti o a mí?

—¡A mí! Ahhhh, no, creo que a ti ahora… ¿a mí? Hmmmmm.

—¿Cómo lo está haciendo? ¡Ohhhh!

—No sé, pero me encanta, es como si nos follara a ti y a mi a la vez, Isa, hmmmm, síiiiiii.

—Nunca deberían subestimar a mi esposo —intervino Gabrielle, también desnuda, montándose encima de Alexander. La menor de las Black solo llevaba puesta su camisa amarrada a la cintura, y nada para abajo. Detrás de ella, Meilin Li le masajeaba las tetas con una mano, le metía un dedo en el ano con la otra, y le lamía deliciosamente el cuello.

—¡Eso, vaquera, monta, monta, jeje! —rio Alexander, que se relajaba mientras su prima/cuñada saltaba encima de él.

—Sí, soy una vaquerita putita, sí, sí, sí… Dioses, qué grande la tienes, Alex, es muy diferente a la de tu hermano, hmmmmm. ¡Es tan gorda tu polla, Alex! Hmmmm, Meilin, tienes un dedo muy travieso, ¿dónde aprendiste a acariciar un ano así?

—Muchas partes —contestó la china, escuetamente, mientras lamía ahora la espalda de su cuñada, desde el culo hasta el cuello.

En el granero, Ariadna se sentía en el paraíso a pesar de no creer en su existencia. Dos muchachos esbeltos, vigorosos, robustos y bien dotados acariciaban, besaban y lamían su cuerpo entero, quitándole las prendas de su ropa con tanta agresividad que desgarraron su camiseta y rasgaron su brasier. Besaba intensamente a Junior, delante de él, mientras detrás de ella, Arthur le abrazaba e intentaba bajarle los mini-shorts como si fuera un animal, como si los dos no tuvieran en mente nada más que follarla. Como si fuera lo único que deseaban en la vida.

Ariadna estaba perdiendo el control de su razón. Los deseaba. Con o sin ropa, en público o en privado, le daba igual en tanto ellos metieran sus largas pollas en su cuerpo, por el orificio que deseasen. La muchacha se desabrochó el short, y apenas lo dejó caer por sus largas y sensuales piernas, sintió el pene de su hermano gemelo comenzando a abrirse camino por su trasero abierto. Ni siquiera iba a necesitar lubricarlo con lo mojada que estaba.

—Ari… ¿puedo…?

—Sí, solo hazlo, métemelo, ¡dame por culo, mi amor!

—Espera, espera, yo también quiero. —Junior levantó a Ariadna e hizo que ésta la abrazara con las piernas. Sin perder tiempo, Junior le penetró el coño bruscamente, y lo propio hizo Arthur detrás de ella. Ella no emitió un solo quejido, sino que solo los gemidos pudieron oírse en el granero.

—Ahhhhhhhhhhhh, dos pollas, dos pollas para mí sola, aahhhhhh, me encanta.

—¿Te gusta perra?

—¿Te gusta cómo te follamos?

—¡¡ME ENCANTA!! Tengo dos penes en mi interior, rónpanme más fuerte, presionen contra mí, háganme suya como si solo sirviera para su satisfacción, ahhhhh —No había sensación similar a esa. Ya había tenido dobles penetraciones con Arthur y su papá, con su papá y el tío Andrew, y también en la escuela con algunos de sus compañeros, pero nunca había sido así de brusco, de intenso, de animal. Se sentía como una sucia prostituta que no tiene más motivación que satisfacer a los hombres.

—¿Te importa si le tomo fotos a tu cara, prima? —preguntó Junior, tomando su cámara.

—H-haz lo que q-quieras conmigo, soy solo una… ahhhhhhhh.

Con un pene desgarrándole el culo y el otro alcanzado su útero, sus expresiones más lascivas fotografiadas por Junior, Ariadna perdió la razón y quedó completamente presa de sus emociones más primitivas. Pronto, su cerebro se apagó y una seguidilla de orgasmos le recorrió el cuerpo.

En tanto, Wellington Black había sido abandonado a su suerte, pero al menos ya estaba cerca de la granja. Se habían cambiado a otro hotel y no sabía cómo llegar desde éste a la residencia de los White. Le había costado un montón, pues dos aves le cagaron encima, un perro le orinó la pierna mientras esperaba un autobús que nunca llegó, se cayó por un agujero en el bosque, se metió sin querer por una zona de espinos, y una joven vecina le lanzó toda una cubeta de agua encima porque él no podía controlar decir improperios e intentar cortejar a todo lo que tuviera tetas. En su cabeza, era el muchacho más apuesto y el mejor amante del mundo, pero últimamente (especialmente después de sus discusiones con su prima Valentina, y con la perra de Cindy Brown), estaba pensando que… ¿tal vez estaba solo entre los diez mejores?

Se acercó a un claro del bosque de manzanos muy cerca de la granja. Allí, vio algo que le hizo ocultarse entre los matorrales. Sentado sobre un tronco caído se encontraba el “hijo de la china puta” como le llamaba, su primo Li Shao. Parecía triste y depresivo como siempre, con las manos juntas y mirando la hierba.

—¿Y a este qué le pasó? Jejejeje, ¿tal vez no lo aceptaron digno de la orgía? —susurró. Iba a ir a burlarse de él, pero se detuvo y ocultó de nuevo cuando vio cuatro personas más entrar al claro. Se le puso la polla durísima de inmediato al notar de quiénes se trataba.

Valentina Rojo y Alexandra White iban acompañadas de Ariel White y la madre de ésta, April White. La sonriente y cool Ariel iba con sus clásicas ropas sexys de mallas góticas y cruces invertidas que tan buen juego hacían con su cabello y ojos verdes. April iba descalza, con solo una falda larga abajo y su brasier arriba. Básicamente eran la loca ninfómana del pueblo con las tres jóvenes de su generación más putas que había. De no ser porque Valentina era una de ellas se habría acercado a comenzar la fiesta. “No es que le tema”, se dijo. “Nooo, ¿por qué le temería? Es solo otra zorra que me desea”.

—¿Shao? Dios mío, pequeño, ¿qué haces aquí solito? —preguntó Alexandra, corriendo hacia su asitático primo.

—¿Y tus mamás? ¿Por qué estás aquí sin ellas? —inquirió Ariel, arrodillándose delante del chico.

—Están ya en la granja… Se están divirtiendo —respondió Shao escuetamente.

—¿Y se olvidaron de ti mientras “se divertían”? Las perras de nuestra familia a veces son tan groseras —apuntó Valentina.

—Está bien, no es tan importante —se excusó el chico, bajando la cabeza, dejando que su negro flequillo cayera sobre uno de sus ojos—. Ya iré a comer después, cuando me de hambre.

—¡Oh no! ¡Esto no se puede quedar así! —exclamó April, con las manos en la cintura—. Nos vamos a quedar contigo, chico.

—No, no, está bien —les dijo él, mostrándoles una sonrisa triste, pero adorable—. No se preocupen por mí y vayan a divertirse, tía April.

—Así no funcionan las cosas. Y vamos a cambiarte esa cara triste. ¿Niñas, qué vamos a hacer para contentar al chico?

Las tres muchachas le sonrieron a su tía con complicidad, y luego dirigieron sus miradas a Shao. Alexandra se lanzó a su cuello y le plantó un efusivo y mojado beso en sus labios; Valentina se sentó a su lado y comenzó a besarle el hombro y el cuello a la vez que le acariciaba el pecho; y Ariel desabrochó su pantalón para sacar su preciosa verga, a la que comenzó a hacerle una lenta, pero sabrosa paja.

—Ahhh, ahhh, p-primas… N-no es necesario que…

—Claro que sí, para eso somos tus primas, Shao. Vamos, saca tu lengua y disfruta de la mía, déjate llevar, cariño —le dijo Alexandra, poco menos devorando la boca del chico.

—Además eres adorable, no podríamos dejar esta oportunidad pasar —dijo Valentina, que comenzó a desnudarse y a desnudar al hijo de Isabella y Meilin.

—No me digas que tus mamás te dejaron así de erecto y no cuidaron de ti, por todos los infiernos, un pene como este no debería descuidarse. —Diciendo eso, Ariel se llevó la verga de Shao a la boca, chupándolo como si se le fuera la vida en ello. Pronto, sus primas se unieron a la acción.

Wellington comenzó a masturbarse ante escena, mirando a tres mujeres súper sexies realizándole una felación a un chico que, según Wellington, no merecía tanta atención. Él debía estar allí con esas tres zorras, no un chino flacucho.

“Un momento, ¿no eran 4?” Pensando en ello, mientras masturbaba su anormalmente larga y torcida verga, una mano se posó sobre su hombro, y él casi se mea del susto. Al mirar a su lado, se encontró con April, la hermana menor de su padre, que lo observaba con una mezcla bizarra de lujuria y enfado.

—¿Qué haces aquí oculto, pequeño raro pervertido?

—Yo… yo…. ehh….

—Mira, allí hay una hija mía, una hija de Gabrielle, el hijo de Isabella, una hija de Charlotte y Alex, y creo que hace falta un hijo de Eli y Andrew. Creo que tiene sentido para mí, ¿no? —preguntó su tía, apartando las manos de Wellington y tomando su lugar con una fuerte, veloz e intensa paja.

—S-sí, supongo que sí… esas perras son lo más. Son mías.

—Ajá. Si dices otra cosa así como esa te vamos a dejar tirado en un establo lleno de sementales en celo, ¿ok sobrino? Más te vale portarte bien, y que satisfagas a las chicas. O sino…

Andrew Black-White se bajó de la limusina como un animal, como un perro en plena época de apareamiento, rodeado de hembras en celo. Buscó a la más cercana y encontró la mirada de su cuñada y prima, Isabella. Ésta estaba ensartada en la verga de Alexander, pero se abrió las nalgas invitando a Andrew, que corrió hacia ella con la verga empalmada, y sin perder un segundo la penetró por atrás. En su juventud, Isabella solo había tenido sexo un par de veces con Andrew, y siempre en este tipo de eventos. Ambos eran los mojigatos de las dos familias, así que no se atrevían mucho a hacer cosas. Pero ahora era distinto. Con la gordísima polla de Alexander en su chocho, sus manos en sus tetas, y ahora un animal incontrolable metiéndosela por el culo, Isabella volvió a descubrir los placeres del desenfreno.

—¡¡¡¡Ahhhhhhhh!!!!

—¡Grrrr!

—¡Oye, hermano, cálmate, tienes que ser más suave para darle a alguien por el culo así! —le reprendió Alexander, que masajeaba el clítoris de su amante.

—No, no, está bien, me duele, ¡pero me gusta, déjalo que lo haga!

—Ay, mi pobre esposo, ¿cómo me pude casar con una bestia así de vulgar? —preguntó Elizabeth, pícara y sonriente, acercándose a la orgía con tres botellas de licor de la mejor calidad, que dejó en la mesita.

—¡Hola, hermana! —exclamaron Gabrielle y Charlotte a la vez, sudorosas mientras eran velozmente penetradas por el candente y apasionado Amador. El hombre ya estaba comenzando recién a agotarse un poco, pero ellas ya habían tenido cuatro o cinco orgasmos cada una.

—Y ustedes, mis queridas hermanitas, ¡mírense! —les reprendió la sensual Elizabeth—, parecen putas de calle así de folladas, sobre la hierba, ¿no les da vergüenza?

—Oh, déjate de hacerte la boba, jaja —rio Gabrielle, que comenzó a lamer agresivamente las tetas de Charlotte, encima de ella—. Ohhh, ohhhhh, sigue Amador, no pares.

—¡Ah, ah, ah, eso, me voy a correr de nuevo! Y Eli, sabemos que estás poco menos rastreando por alguna polla. Mi hijo y el de Gabi están en el granero follándose a mi hija, probablemente ella te prestará a uno. ¡Amador, eres increíble, cariño! —dijo Charlotte, procediendo a meter la lengua en la garganta de su hermana menor.

—Eso es lo que quería oír —sonrió Elizabeth, dirigiéndose con elegante prisa al granero mientras sentía como se le empapaba la entrepierna. Iba a necesitar sacarse su vestido pronto para no mojarlo con sus jugos.

Las gemelas dejaron los postres que habían traído en la mesita, y comenzaron a acariciarse mutuamente los traseros mientras miraban la escena que tenían delante. De pronto, sintieron una presencia detrás de ellas, y al voltearse, Meilin Li les tocó el mentón con cada mano. Como por arte de magia, Katrina y Catherine automáticamente abrieron la boca, sacaron las lenguas, húmedas y derramando saliva a la hierba, y Meilin se acercó a ellas.

—Ustedes son preciosas —dijo con su acento enigmático y ultra-sensual, y sacó la lengua para unirla a la de las dos gemelas. Las tres comenzaron a lamerse y compartir saliva de una manera que provocó que, pronto, Catherine y Katrina estuvieran al borde de un orgasmo que no podían explicar.

En el claro, Wellington fue derribado a la hierba por su tía April, que se sentó encima de él para que le comiera el coño y no pudiera decir ninguna de sus estupideces. Su empalmada y torcida polla fue alcanzada por Ariel, que se sentó sobre ella dándole a Wellington y April la espalda.

—Eres un burro cretino, primo, pero al menos también tienes la verga de uno —dijo Ariel, aún con restos de semen en la cara de la primera corrida que Shao había tenido hacía un rato, acomodándose y metiéndose aquel larguísimo rabo de carne en su interior.

La tía April, cuyo coño era devorado por la igualmente larga lengua de Wellington, se inclinó hacia adelante y se apoyó sobre la espalda de su hija, que comenzó a lamer con celeridad y pasión, como hacía todas las noches después de su habitual sesión de incesto lésbico.

Delante de Ariel, de rodillas, se puso Alexandra White. Ella tenía gran parte de la primera corrida de Shao, y comenzó a besar las tetas de su media-hermana y mejor amiga para derramar el contenido de su boca en ellas. Detrás de Alexandra se ubicó Shao, que probablemente tenía energía para varios orgasmos más, con toda la tensión que tenía acumulada en las bolas.

—Vamos, primito, penetra mi conejito traviesooooooo, ohhhhh, síiiiii, eso es…

—Es que tú no puedes vivir sin polla, ¿eh, zorra? —preguntó Valentina que se metía los dedos de una mano en el coño y los de la otra en el culo ante la escena, mientras besaba el cuello del tímido pero intenso Shao.

—¡Claro que no! Tú sabes que desde mi primera vez no ha pasado día en que mi conejito travieso no tenga atención. Sea del trabajo, de mi papá, mi hermano, mis compañeros de trabajo o alguien que me coja en la calle, es una droga de la que no me aburro, hmmmmmmm, sí, primito, siento tu verga llenándome, dame más duro.

—Necio pervertido, tu lengua sí que sabe hacer maravillas, uuuuuy, síiiiiii —dijo la tía April, remojándose los labios de arriba mientras Wellington devoraba los de abajo.

—Sí también pudiera usarla para decir cosas coherentes sería mucho mejoooooohhhhhh —gimió Ariel, aún con sus ropas puestas, cerca de su primer orgasmo montando el pene de su primo—. Diablos, ¡cómo se mueve esta cosa dentro mío! ¡Es como si tocara cada rincóhhhhhhn, hmmmm!

—Alex, Ari, tía April, cuando me venga, les aviso que me voy a correr encima de ustedes —dijo la muchacha de sangre latina, aumentando la intensidad de su doble masturbación ante la orgía. Las tres otras mujeres la miraron a Vale y sacaron la lengua, como invitándola a que se corriera tanto como quisiera sobre ellas.

Arthur y Junior se corrieron al mismo tiempo al interior de Ariadna, que cayó casi desmayada sobre el suelo del granero. Su cerebro solo emitía reacciones de placer ante la sensación de tener semen caliente tanto en su recto como en su coño, y sus manos casi por instinto buscaron en sus orificios para recoger algo de aquel líquido viril que le había apagado el uso de razón.

—Ohhhh, s-semen… semen, sí…

—Oh, chicos, son muy buenos en esto, ¿eh? —preguntó Elizabeth, completamente cachonda, que ahora tenía a cada uno de sus sobrinos devorándole con pasión una de sus tetas, a los que se arrojaron apenas ella se abrió el escote de su vestido—. Ufff, muy buenos, sigan, sigan, coman mis niños, cómanse mis tetas.

—Hemos tenido mucha experiencia —respondieron al unísono. Ya se llevaban bien de nuevo.

Afuera del granero, Alexander y Andrew también se corrieron al interior de Isabella, que tuvo la misma sensación de cortocircuito orgásmico que su sobrina, cayendo sobre la hierba. Andrew seguía como un animal poseso, con la polla aún erecta, pero tendría mucha acción, pues la reunión apenas acababa de comenzar.

Meilin había provocado con sus dedos y lengua un intenso orgasmo en las gemelas, que ahora buscaban devolverle el gesto tomando turnos para comerle el coño o las tetas. Querían ganar experiencia, ¿y qué mejor que con esa fotógrafa asiática tan absolutamente sexy, que tan habilidosa era en las artes amatorias?

Finalmente, también Amador se vino en el coño de Gabrielle, en medio de un explosivo grito primal, y Charlotte no tardó en ponerse detrás de su hermana en cuatro patas para lamer al interior de su coño y recoger toda esa abundante y deliciosa leche.

Ahora iban a comer y relajarse un rato, a medida que toda la gente se reunía. Sería la orgía más grande vista en la historia del condado, y necesitaban estar con todas sus energías restauradas. Fue difícil controlar a Andrew, pero lo lograron hacer comer en tanto una de las mujeres le hiciera una paja. Ya todos se estaban reuniendo… excepto…

En el mercado, Alice y Cindy se habían tardado de más. Ya habían comprado los frutos que necesitaban, pero ahora estaban en un callejón, inclinadas contra la pared, con los culitos levantados, después de llevarse a dos chicos que las habían estado siguiendo por todo el mercado, y que las habían estado “punteando” cada vez que tenían sus redonditos y perfectos traseros cerca. Las chicas no llevaban nada debajo de las minifaldas y eso estaba siendo demasiado tentador para algunos, que se sobaban contra ellas cuando tenían oportunidad. Les gustaba… Les gustaba mucho. Al final, ambas decidieron tener algo de diversión y se llevaron a los chicos al callejón se levantaron las minifaldas para que pudieran comerles el coño.

—Ayyy, Cini, Cini…

—¿Sí, cari?

—Me está lamiendo muy bien este chico…. ohhhh, ayyy…

—El mío también es bastante decente. ¡Vamos, no paren o gritamos, niños! —les advirtió a ambos, mayores que ella, y éstos continuaron lamiendo el coño y el culo de las chicas—. ¿Qué te parece si les damos un poco más de entrega?

—S-sí me gustaría algo de…

—¿Sexo? ¿Quieres que estos chicos nos follen, cari? —preguntó Cindy, tomándole la mano a su novia, acercándola hacia ella para poder besarle el cuello.

—Síiiii, sexo, sexooooo.

—Bueno, entonces habrá que… que… ¿Qué haces aquí? —dijo la morena con la expresión desencajada, casi aterrada, hacia el fondo del callejón.

—¿Eh? —Alice advirtió que su amiga se dirigía a un hombre de torso desnudo, con músculos fornidos, negro y caótico cabello que le cubría los ojos, y un bulto enorme en el pantalón que jamás se había visto. A Alice se el endurecieron los pezones apenas lo vio—. ¿Quién… es?

—He visto su foto. Dios, es un Adonis… ¿qué me está pasando? —Ante el terror de la chica y la aparición de aquel hombre, los dos otros chicos se largaron corriendo—. ¿Por qué no he dejado esta postura? ¿Por qué quiero que me penetre?

—Yo también quiero, es muy raro —dijo Alice, completamente ruborizada, levantando aún más el culito y tirando su minifalda, mientras el hombre se acercaba a ellas lentamente—. Cini, ¿quién es?

—Es mi papá. Dejó embarazada a mi mamá y luego se fue a vagar por el mundo. Solo se que se llama Ángel.

—Sí. Eres mi hija —dijo él, con voz sombría, mientras tomaba a Alice de las caderas y se bajaba la cremallera para penetrar a la chiquilla—. Y esta es mi sobrina.

—¿Qué? —preguntaron las dos a la vez.

El último misterio se revelará en el final de esta larga historia llena de incesto y muchos, muchísimos fluidos.

Continuará...