La Familia White (28)

Los adultos de la familia deciden realizar un swinger, como adelanto a la reunión/orgía familiar. Los tres hermanos White, las cuatro Black, Amador y Meilin intercambian parejas y se van a follar. Solo hay una condición: ¡debe ser en público!

Capítulo 28: Swingers

—¿Estamos todos? —preguntó Elizabeth Black.

—Aún falta mi hermana, querida —respondió su esposo, Andrew, mientras terminaba de fumar su tercer puro del día.

—¡Ahí viene! —apuntó Gabrielle Black. Efectivamente, la que para muchos era la belleza que vendía hierbas en su humilde casucha, y para otros era la loca del pueblo, apareció por la puerta del hotel. Elizabeth, Andrew y sus hijas e hijo se estaban quedando allí mientras se avecinaba la inevitable reunión familiar en una semana; pero ahora, tanto Elizabeth y Andrew como sus hermanas y hermanos estaban en el vestíbulo. Como corresponde, este era el preámbulo.

Las cuatro hermanas Black (Elizabeth, Isabella, Charlotte y Gabrielle) estaban allí con sus respectivas parejas, Andrew, Meilin, Alexander y Amador, para el swinger más esperado por todos ellos (incluso si Amador fingía no estar contento con la idea). La novena integrante de la jornada, la hermana menor de Alexander y Andrew, acababa de llegar.

—¡Hola a todo el mundo! —gritó April White, antes de buscar besar a su hermano Alexander casi con obsesión para saludarlo, aunque éste se escapaba. April miró a Charlotte solo por un segundo, buscando su permiso, y ésta le dio su aprobación con una sonrisa divertida.

El objetivo era sencillo, pervertido y emocionante. Como cuando eran jóvenes, sacarían pajitas de un ramo, y los que tuvieran la misma, se irían a alguna parte del condado que quisiesen para “divertirse”. Tres parejas y un trío. Los adultos de la familia no habían organizado un swinger familiar desde hacía como una década, y ahora que tanto Isabella como Elizabeth estaban de regreso en Estados Unidos, no podían perder la oportunidad.

Había tres reglas primordiales: la primera, que era la más inútil, era que no se permitían los celos. La verdad era que todos los participantes eran unos lujuriosos incestuosos pervertidos, así que no habría problema. La segunda regla era que ningún miembro de la familia podía follar con su esposo o esposa. La idea era que fuera diverso. Finalmente, la tercera y más divertida de las reglas, era que el sexo debía darse en algún sitio público. No podían ir a la casa de nadie a follar, eso ya lo dejarían para la orgía familiar; debían follar con el riesgo de que alguien pudiera atraparlos.

Los nueve miembros de las familias White y Black sacaron las pajitas. Después de realizar un último brindis, las parejas (y el trío) se dirigieron a distintos lugares, tomados de la mano, y observados por los curiosos testigos del hotel.

—No pensé que iba a tener tanta suerte —dijo Elizabeth, la mayor de las Black, sonriendo sutilmente, metiendo una mano en el bolsillo trasero de su amante de hoy: Amador Rojo, el apasionado esposo de la menor de sus hermanas.

—Pensé que yo era el suertudo, bombón. Gabi siempre me habló maravillas de las habilidades de su hermana mayor —dijo Amador, agarrando sin pudor el culo de Elizabeth por encima de su largo vestido burdeo.

—Y a mí me hablaron de tus virtudes también, querido. Parece que vamos a ver ahora quién domina al otro, ¿no? —dijo Elizabeth, buscando cómo poner completamente a su merced a alguien con tanta experiencia sexual como era aquel cubano. Aquel adonis. Se fijó en una tienda de ropa exclusiva. En cualquiera de esos estaría bien para tirar un polvo rápido y satisfactorio, y además podía comprar algo después.

—Así parece. —Amador fue quien tomó la iniciativa. Tirando del brazo de su cuñada, Amador llevó a Elizabeth a una calle sucia y pulgosa, detrás de un cine abandonado. Olía rancio y había un gran basurero debajo de una escalera de emergencia, además de unos cuantos carritos de supermercado, y un trapo en el que parecía haber dormido alguien recientemente.

—¿¡A dónde carajos me estás llevando, miserable!? —rugió Elizabeth, tal como él esperaba.

—¿A dónde crees tú?

—¿Quién te crees que soy? ¡Soy la heredera de los Black, no una furcia cualquiera! —exclamó la mujer alta de rizos rojos—. Está bien que hubiésemos puesto la regla de hacer esto en cualquier lado público, pero también se esperan cierto nivel de dignidad.

—¿Acaso no eres capaz de ensuciarte un poco mientras te follan el coño? Jajaja. —Amador la tenía exactamente donde quería. La mayor de las Black no era una mujer cualquiera, era una millonaria orgullosa que se había rodeado de lujos, por lo que había que sacarla de su zona de confort para provocarla y hacerla suya. Había conocido a muchas, muchísimas mujeres así con los años.

—Si vamos a hacer esto que sea en un lugar digno. Si no me sueltas, desgraciado, voy a gritar tanto que… —Elizabeth no pudo completar la oración. Cuando Amador la estampó de espaldas contra el muro junto al gran basurero, le dio uno de sus mejores besos al mismo tiempo. Amador se enorgullecía de sus labios, de sus habilidades con la lengua, y de su conocimiento de distintos tipos de besuqueo para distintos tipos de mujeres. Una grácil y dominante hembra como Elizabeth necesitaba algo de agresividad para someterla.

Después de forcejear por medio minuto, Elizabeth finalmente cayó. Rodeó las piernas de Amador con una de las suyas, se rasgó el caro vestido para facilitar el movimiento, y se agarró del cuello de su amante para que éste la besara por todos lados.

Mientras tanto, Charlotte Black y Meilin Li llegaron a un parque público en un cerro que se usaba para picnics. Un montón de familias y parejas estaban sobre la hierba comiendo, bebiendo y pasando un buen tiempo. Había muchos árboles, y era un parque tan grande que aunque hubiese mucha gente, aún así habría la suficiente distancia entre ellos como para que no notaran su presencia. Charlotte, que lucía un vestido púrpura sin tirantes, y con una peligrosa minifalda, le sonrió a la enigmática y silenciosa Meilin y la llevó detrás de un gran árbol, alejada de la vista de la gran mayoría de la gente. Allí, la pelirroja acarició el rostro de la china, que bien podía ser uno de los más perfectos que hubiera acariciado en su vida.

—Jamás imaginé que mi querida hermana se casaría con una mujer tan bonita —dijo Charlotte, para empezar. Para encender los motores de una sesión que quería que fuese inolvidable.

—Jeje. También tú —respondió Meilin, escuetamente, mientras su pareja le acariciaba el cuello. No paraba de sonreírle. La fotógrafa china vestía unas largas botas negras, una corta camisa blanca, escotada, que no cubría su cintura, y unos mini-shorts negros que delineaban a la perfección la curvatura de su culo.

—No eres de muchas palabras, ¿eh? —preguntó Charlotte, que atacó el cuello de su cuñada con un fogoso y húmedo lametón.

—Es que siempre quise conocerte —contestó Meilin, tocando con la yema del dedo índice el clítoris hinchado de su amante sobre sus bragas, debajo de la falda. Fue precisa como una cirujana, y Charlotte se excitó enseguida, debiendo mirar a su alrededor para saber si el gemido que salió de sus labios había alertado a alguien de lo que estaban haciendo.

—Wow… eso fue increíble.

—¿Solo eso? —dijo Meilin, que tomó el rostro de Charlotte, y le separó los labios con delicados movimientos de sus dedos. Luego, con un par de movimientos más sacó la lengua de la pelirroja hacia afuera, que se dejó querer. Meilin sacó su propia lengua y masajeó de arriba a abajo, lentamente, la punta de la lengua de Charlotte.

—Oh, por dios, eres buena —pensó la pelirroja, que sintió su coño empaparse, y sus pezones hincharse de puro deseo.

Entre tanto, Andrew White encendió el automóvil y tomó la carretera. Iba nervioso, inquieto. Jamás pensó que a él iba a tocarle lo del trío, y tampoco esperó que fuera con su propia hermana menor, April; y con la menor de sus cuñadas, Gabrielle, que también era, desde luego, su prima. Él, siendo el mayor de la familia, se sentía casi como un abusador pervertido mientras ellas reían en el auto.

Su hermana, vestida con una larga falda negra y un top de bikini verde, iba a su lado. Su cuñada, con unos shorts de mezclilla y una camisa rosa y transparente, iba atrás. No tenía idea a dónde llevarlas, y April fue la primera en hacerle saber que ya lo habían notado.

—Ay, hermanote adorado y bien dotado, ¿dónde vamos a parar, eh? Jajajaja

—Oh, cállate, April, ¿te parece muy gracioso?

—Bastante, sí. No sabes a dónde llevar a tu hermanita a follarla bien, jiji.

—Dios mío, cállate… —susurró Andrew, con los ojos clavados en la carretera.

—La verdad es que no estás yendo a ningún lado, primo mayor —dijo Gabrielle, y a Andrew le dio la impresión de que la mujer había usado un tono de voz ligeramente más agudo, casi infantil.

—Está bien, pero nunca estuve muy de acuerdo con esto. Si quieren las dejo en alguna parte y…

—¿Dejarnos a nosotras solitas-solitas? April, ¿crees que eso esté bien? —preguntó Gabrielle, y esta vez fue evidente que estaba usando un tono infantilizado de voz. La pelirroja de la trenza se inclinó hacia adelante, agarró las tetas de April, y luego le besó y lamió el lóbulo de la oreja.

—Hmmmmmm, Gabi, tu lengua es tal como hace años, qué rico… —gimió April—, y tienes razón. Un hombre mayor como mi hermano no va a dejarnos tiradas por allí, no a dos adorables jovencitas como nosotras, ¿verdad, cariño?

—Oh, vamos, ustedes dejaron de ser jovencitas hace… oh —dijo Andrew, al voltearse hacia ellas. Las dos mujeres estaban besándose efusivamente delante de él, con mucha pasión, con mucho juego de lenguas. Las manos de Gabrielle estaban completamente agarradas a las enormes tetas de April, y esta se había levantado la falda para acariciarse el chumino—. ¿Q-qué están haciendo?

—Mostrándote que no tienes que llevarnos a ninguna parte.

—Exacto, podemos hacerlo aquí en el camino. ¡Gracias por la comida!

April dejó de besar a Gabrielle, y se inclinó hacia los pantalones de su hermano mayor. Le abrió la cremallera, y la poderosa verga de Andrew White se presentó ante ellas. April la tomó en su mano, la acarició con sus dedos, y luego se la llevó a la boca con voracidad. Gabrielle, detrás, lamió el cuello de su primo, y éste pronto tuvo que detenerse. No le importó dónde.

Mientras tanto, Alexander White llevó a Isabella Black a la biblioteca pública del condado. Fingieron que miraban algunos libros ante la poca gente que había allí, y poco a poco, apenas mirándose un par de veces, se fueron acercando a la zona para adultos. Alexander conocía bastante bien el lugar, dado que su hija Ariadna le pedía que la llevara allí a menudo desde que era niña; en tanto, Isabella se había pasado la mayor parte del tiempo allí en su juventud, después de llegar de Inglaterra. Alexander sabía que eso le gustaría, había que tomar algunos riesgos.

Alexander solo tardó una noche para follar a Charlotte después de conocerla. Dos días después le dio a Gabrielle por culo, y una semana después folló con Elizabeth por primera vez, pero Isabella siempre fue la más difícil. Tuvo sexo con ella recién dos años después de conocerla, y de pensar que era o frígida o lesbiana. No importaba lo que hiciese, no lograba conquistarla, y al parecer la mujer solo se entretenía con sus hermanas. Hasta que un día lo logró, le metió mano durante una reunión familiar en Inglaterra, cuando Alexander conoció al padre de las chicas, e Isabella se dejó tocar bajo la mesa durante la cena. Desde ese día fue cada vez más fácil, y Alexander comprendió que Isabella prefería a las mujeres, pero no le hacía ascos a los hombres para nada.

Su lacio y largo cabello era más oscuro que el de sus hermanas, lo mismo con el color de sus ojos. Vestía con una minifalda, botas de tacón alto, delicadas pantimedias y una camisa de satén roja, muy brillante y elegante.

Después de irse tras un estante, Isabella tomó un libro sobre placer femenino con una mano, con la otra bajó la cremallera del pantalón de Alexander y sacó su polla de su prisión, para comenzar a masturbarlo. Él optó por manosearle las tetas.

—Ohhh, querida…

—Shhhh —intentó callarle ella, mirando para todos lados para ver si venía alguien.

—Hasta que al fin tomas la iniciativa, ¿eh?

—Que te calles, bobo…

—Vamos, solo haremos esto una vez en la vida aquí. ¿Qué te gustaría hacer? —le preguntó Alexander, susurrándole al oído.

—¿Eh? ¿Qué me gustaría? —dijo ella, tirando la piel de la verga que tenía en la mano hacia atrás, acariciando su glande.

—¿Cuál es la guarrada más grande que se te ocurre aquí?

—Hmmmm… ah, no sé, creo que una vez Meilin me dijo que le gustaría verme haciendo… hm…

En el callejón, Amador se colocó detrás de Elizabeth y la estampó contra el sucio muro, junto al contenedor de basura. Olía pésimo, pero en lugar de asquearse, la mayor de las Black parecía estar disfrutando como nunca lo guarro que era estar allí. Se dejó tocas por las expertas manos del cubano, que le manoseó las tetas como si fuera de goma.

—Ohhhh, eres todo un Adonis, eres un dioooooos —gimió ella, completamente controlada por aquel hombre. Estaba en un lugar horrendo, siendo tocada, deseando ser penetrada… Le estaba gustando mucho.

—¿Es primera vez que te dominan, puta?

—S-sí…, ni siquiera Andrew se ha atrevido a tratarme así… —Elizabeth iba a voltear el cuello para besar a su amante, pero éste le dio una bofetada en la mejilla.

Por un instante, un breve segundo, Elizabeth se enfadó, humillada, retomando su actitud orgullosa. Sin embargo, la sensación se fue como si nunca hubiera estado allí apenas sintió la humedad en su entrepierna que le gratificaba lo que estaba haciendo.

—¡Otra vez! —exclamó. En esta ocasión, Amador le dio una fuerte nalgada aprovechando el vestido rasgado. Elizabeth se llevó un dedo a los dientes y sus ojos se salieron de sus órbitas—. Ohhhhh, oh, síiiiiiii.

—Eres una puta ninfómana… —Amador le golpeó esta vez en la otra nalga, sin dejar de manosear sus enormes tetas. Una pareja pasó por delante del callejón, pero pasaron de largo y no parecieron notarlos. Eso solo puso a Elizabeth más cachonda.

—Sí, lo soy… más, máaaas…

—¿Sabes qué se merecen las zorras como tú? —Le encantaba tratarla así. Había algo delicioso en tratar a una mujer de alta alcurnia tan arrogante como esa como una puta sucia que se desesperaba por ser follada. Amador se bajó la cremallera.

—¿Pene? ¡Pene, por favor! Peeeneeeeeeeeeeeeeeeee.

—Así es, hija de puta. —Amador le abrió a la pelirroja las nalgas y apuntó la polla. Le iba a dar una sorpresa que ella definitivamente no esperaba—. Pero solo a las buenas mujeres se les da por coño. A las furcias como tú hay que darles por su lugar más sucio, ¡ramera de mierda!

—AAHHHHHHH, HIJO DE... —Elizabeth trató de gritar cuando su amante le penetró el ojete sin siquiera avisarle, pero éste le cubrió la boca con la mano libre para no alertar a los vecinos.

—Toma, putita, ¡toma! —le decía Amador al oído de su amante, que se retorcía de placer mientras recibía las primeras buenas nalgadas de su vida. Una rata pasó corriendo cerca de ellos, y Elizabeth ni siquiera se asustó un poco.

—Ahhhh, ¡ah, ah, ah!

—Toma, toma, toma.

—¡Me duele, qué rico! Trátame mal, malnacido, cubano de mier…

—¿Qué dijiste? —preguntó Amador, aumentando la velocidad de su enculada, abofeteándole la cara otra vez—. Dilo de nuevo, pero esta vez correctamente.

—Tráteme mal… amo.

Mientras tanto, en el parque, Charlotte y Meilin se alejaron de la mayoría de la gente, ubicándose en una esquina detrás de un gran árbol, y se lanzaron al suelo, la china encima de la pelirroja. Sin decirse una palabra, ambas se metieron mano mutuamente en la entrepierna, acariciándose una a la otra sus hinchados clítoris. Los dedos de Meilin Li, bajo la cortísima falda de su cuñada, hacían maravillas, tocando con precisión sus puntos más sensibles por sobre las mojadas bragas. En tanto, los dedos de Charlotte acariciaban rápida e intensamente el clítoris de la china, metidos dentro de sus shorts.

—Méteme los dedos, Meilin… hmmmm

—¿Qué hago con las bragas?

—Lo que quieras, ¿por qué crees que me puse este vestido?

Meilin sonrió, le subió la falda a la pelirroja, y tras comprobar que no había nadie cerca, le bajó las bragas por sus increíbles piernas. Luego las olió y las lamió, antes de dejarlas en la hierba.

—Hueles delicioso —dijo Meilin, metiendo un par de dedos al interior del chumino de Charlotte.

—Ja, ja, ja, hmmmm —replicó la pelirroja, sacando los dedos del short de Meilin, lamiéndolos, y volviendo a meterlos allí—. Tú también, preciosa.

Las damas volvieron a besarse. Una mujer de similar edad a ellas pasó caminando a su lado, y al verlas, se llevó una mano a la boca. Charlotte y Meilin la notaron, y sin dejar de besarse la miraron.

—¿QUÉ ESTÁN HACIENDO?

—¿Quiere unirse, señora? —preguntó Charlotte, divertida.

—¡Este es un espacio público!

—Sí, y la gente se besa en espacios públicos.

—¡Pero son mujeres! ¡Esto es una aberración en contra de dios!

—Pues dios que se joda o que mire, lo que le guste más —sentenció Charlotte, antes de abrir la camisa de una silenciosa, pero sonriente Meilin, y comenzar a sobarle los senos.

La mujer, espantada, se alejó corriendo de allí, diciendo que llamaría a la policía. Las dos cuñadas, divertidas, se fueron a otro lugar del parque tomadas de la mano, corriendo, buscando un nuevo lugar para follar. Estaban muy cachondas, el ser pilladas las había encendido muchísimo, y cuando encontraron unos matorrales en el lugar más recóndito, no tardaron en meterse dentro. Meilin se quitó la camisa y Charlotte se bajó el vestido para que ambas pudieran lamerse y acariciarse las tetas mutuamente.

Mientras tanto, Andrew White detuvo el automóvil en la carretera, junto a una gran arboleda, salió, abrió la puerta de atrás (por el lado que daba a los árboles) y le abrió las piernas a su cuñada Gabrielle, que se había quitado los shorts de antemano. Por supuesto, la muy puta no llevaba ropa interior, y Andrew metió de inmediato la boca entre las piernas de la menor de las Black, saboreando cada centímetro de sus labios vaginales, su clítoris, y el interior de su coño.

—Ohhhhhhhh, primo mayor, uy, aún sabes cómo mover tu lengüita, hhhmmmmmmm —dijo Gabrielle, aún con su voz de niña inocente.

—Ok, acabemos con esto antes de que nos vean, slurrrrp, slurp, slurp —lameteó Andrew, siempre atento a los autos que pasaban junto a la carretera.

—Dios mío, hermanote, ¿por qué siempre tienes que arruinar las cosas? —preguntó April, poniéndose de rodillas junto al auto, tomando el pene de su hermano—. Déjate llevar, ¿no crees que es exquisito hacerlo aquí?

—Ay, cállate, April, ¿no ves que…? oh, síiiiii —gimió Andrew, cuando su hermana empezó a chupársela—. Sigue.

Andrew recordaba perfectamente que su hermana había sido la primera en hacerle una felación, una noche en que ella se metió completamente desnuda a su habitación. Ella prefería a Alexander, pero siempre había tenido una fascinación particular por el larguísimo miembro viril de Andrew. Por su parte, Gabrielle había competido con Elizabeth por el corazón de Andrew antes de conocer al cubano Amador; aunque había perdido contra su hermana mayor, Gabrielle seguía encontrando al hombre una bestia dormida que era capaz de darle los mayores placeres posibles en la cama, y por un tiempo habían follado a escondidas cuando Elizabeth no estaba.

La verga de Andrew estaba sumamente hinchada, y engordaba más al contacto con la legua húmeda de April, que la chupaba con hambre.

—Ahhhh, hermana, slurrrp, slurp, ¡hermana! —gemía Andrew, comenzando a perder el control.

—¿Vas a venirte hermanote? —preguntó April, lamiendo y pajeando la verga de su hermano.

—Haz venir a mi primo mayor, quiero que le de lechita a su primita, hmmmmm—gimió Gabrielle, acariciándose los senos mientras su cuñado le comía el coño, llevándola a un pronto orgasmo.

—Aquí viene, Gabi… puedo sentirlo. ¡Aquí viene!

—Voy a… me corro… ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!

El orgasmo del hombre fue muy intenso. April apuntó la polla al cuerpo de su jovial prima menor, y Gabrielle disfrutó de la lechada caliente en sus tetas y cintura restregándosela por el resto del cuerpo. Sin embargo, lo mejor estaba por venir. Sin importar si estaban ante la vista de decenas de personas que pasaban por la carretera, a Andrew no le interesaría. Se convertiría en la bestia que April y Gabrielle deseaban.

—Lo que quiero es que me mees —le susurró Isabella, atrevida, a su cuñado (y primo) Alexander, sin dejar de hacerle la paja detrás del librero más oculto de la biblioteca.

—¿Qué? ¿Quieres que te orine aquí, Isa? —preguntó el patriarca de los White.

—¿L-lo has… hecho? Porque si no…

—Por supuesto que sí, Charlotte me lo ha pedido muchas veces en la cama, y también es uno de los fetiches de Alexandra. Pero es una guarrada grande, y aquí, en tu lugar favorito de infancia. ¿Estás segura, putita? —le preguntó Alexander, siempre en susurro—. ¿Lo has hecho tú?

—Solo un par de veces lo hice con Mei, pero nunca con un hombre. Y menos en público. Y sí, si lo quiero, Alexander.

—¿Te vas a sacar la ropa?

—No… Quiero que lo hagas como siempre he soñado hacerlo. Por eso me puse esto —dijo Isabella, acariciándose los pechos por encima de su camisa roja de satén—. Son las que usan las chicas en el porno de este estilo.

—Ok… pero primero chúpamelo bien, ¿sí?

Obediente, Isabella se puso de rodillas y comenzó a mamársela fuertemente a su cuñado a la vez que se acariciaba rápidamente el clítoris por debajo de la minifalda.

—Qué rica polla —musitó Isabella. Hacía años que no se la llevaba a la boca, y también había pasado un buen tiempo desde que no follaba con un hombre que no fuera su hijo adoptivo Shao.

—Oh, oh sí, nena, vamos… ponte de pie, deja que te lo meta.

Isabella se puso de pie y se reclinó sobre el librero. Al mismo tiempo, un par de chicos llegaron con libros a una mesa cercana y se sentaron a estudiar, sin notarlos. Isabella iba a detener a Alexander cuando este le bajó sorpresivamente las bragas y le tapó la boca con una mano. Lentamente, la gorda polla de Alexander se introdujo en la vagina de su cuñada, y ésta tuvo que tragarse todos sus gemidos mientras chupaba los dedos de Alexander lujuriosamente. Su mente y su uso de la razón se estaban nublando y no le importaba.

Las parejas del swinger ya habían comenzado. El sexo con riesgo a que fueran atrapados era intenso y delicioso. La calle, los parques, las carreteras y los edificios públicos no eran impedimento para disfrutar de un buen sexo, y los miembros de la familia White-Black lo sabían. No pasó mucho tiempo hasta que Elizabeth, Charlotte, Meilin, April, Gabrielle e Isabella comenzaron a correrse como las putas que eran ante un estímulo tan grande, y lo disfrutaban en grande, tal como habían enseñado también a sus hijas. Los penes o los coños servían para dar y sentir placer. Los fluidos vaginales y el semen eran líquidos de dioses que se tragaban con hambre. Vivían por el sexo y jamás se hartarían de ello.

En el callejón, el culo de Elizabeth estaba rojo de tantas nalgadas de parte de Amador, cuya resistencia era increíble. Era un verdadero experto en el sexo, y el sexo anal una de sus principales virtudes. Sabía cómo moverse para que la mujer con la que estuviera, incluso una orgullosa millonaria como Elizabeth, disfrutara al máximo de la enculada. La pelirroja ya se había corrido tres veces por el culo, como no le había pasado hacía mucho. La tenían muy bien agarrada de las tetas, y Amador le metía los dedos en la boca para que ella los chupara como una buena zorra.

—Ahhhh, ahhhhhhh, ahhhhhh, hmmmmmm

—Lo estás disfrutando, ¿eh, puta? Mi pene en tu culo, entregándote a mí.

—Sí, síiiiii, me entrego entera, destrózame el culo, párteme enteraaaaa

—Mira allí, en la ventana, ese viejo nos está mirando.

—¿Eh? —Efectivamente, en la ventana de uno de los departamentos que daba al sucio callejón, un viejo los miraba y se hacía rápidamente la paja, babeando—. Ohhhh.

—No vas a huir, ¿verdad, zorra?

—Noooo, no me interesa, qué mire cómo me entrego como una prostituta cualquiera en la calle, cómo me abro el culo como una ninfómana insaciable, cómo me corro como una locaaaaa, hmmmmmmm, ¡sigue, sigue, más duro!

—¿Me estás dando órdenes, hija de puta?

—No, ¡lo estoy suplicando! Por favor, mi amo, deme más duro por el culito, soy toda suya, deme duro como la puta que soy, haga lo que quiera conmigo, hmmmmmm, ¡solo sirvo para dar placer!

—¿Y vas a recibir mi leche en tus entrañas, zorra?

—Sí, sí, démela toda, lléneme el culo de caliente semen por favor. Y también pégue más fuerte, soy mala y me lo merezcoooooo, ahhhhhh, me vengo de nuevoooooooooo.

—¡Como quieras! —exclamó Amador, golpeándole el culo otra vez, y preparándose para inyectarle la lechada. Sería mucho, se vertiría completamente dentro de ella. No había nada más delicioso que eso—. Cuando lo haga serás toda mía y me servirás de aquí en adelante, ¿ok?

—¡Sí, amo! Cuando usted quiera, cuando sea mala, iré a donde usted esté y me abriré de piernas para que me encule y me de nalgadas como la perra hambrienta que soy.

—Así me gusta. ¡Toma entonces, zorra! —El orgasmo fue explosivo al interior del ano de su cuñada, y Amador pegó un grito animal mientras agarraba a Elizabeth del cuello y se vertía adentro. Elizabeth, por su parte, sentía que no podría volverse a poner de pie en un par de días, y no le interesaba mientras la dominaran así de nuevo. Por primera vez era sumisa, y lo estaba disfrutando incluso más que ser la que mandaba. Desde ahora en adelante, sería solo una puta que servía su cuerpo a los hombres.

En tanto, Charlotte lamía el cuello de Meilin, y ésta masturbaba frenéticamente a su cuñada. Ambas se habían corrido varias veces en los dedos de la otra, pero aún faltaba el plato principal. Ya completamente entregadas y arriesgadas a que las atraparan, las dos mujeres se desnudaron enteramente en los matorrales, y Meilin se acostó encima de Charlotte formando un perfecto 69. Meilin metió dos dedos en el coño de Charlotte, y con la lengua comenzó a lamer su ano… y Charlotte tardó exactamente dos segundos y medio en correrse en la boca de la china. Más que una simple corrida… fue un squirt.

Meilin era una experta que decía poco pero hacía mucho. La forma que tenía de tocar, de mover la lengua, era prácticamente de una profesional. La ducha de jugos vaginales que salió gracias a su doble estimulación vaginal y anal se disparó hacia su rostro, y Meilin dejó que la manchara. Para ella, los fluidos corporales en su cara eran un premio. Una medalla a su experiencia y habilidad, después de acostarse con cientos de chicas a lo largo de su vida.

Charlotte no se quedaba atrás. Hacía correr a diario a sus tres hijas con sus expertos lametones en el clítoris, y aunque tardó un poco más, logró sacarle un orgasmo y un grito a Meilin. Ésta le correspondió introduciendo su lengua en el agujero trasero de Charlotte, y ésta volvió a tener un squirt que disparó en la cara de la china.

—¡¡¡¡Ahhhhhh!!!! Sí, hmmmmm, siento que me estoy meando, hmmmmm.

—Shhh. Que no oigan —advirtió Meilin, divertida.

—Pero es que tu lengua, tus dedos… ni siquiera mis hermanas me han hecho algo así… Ufff, me muero por hacerle esto a mis hijas, enséñame.

—Por tu lengua aquí —le indicó Meilin, usando los dos agujeros de Charlotte como ejemplo—. No, más arriba… y ahora adentro, así, hmmmm. Y tus dedos ahí. Bien. Ahora más rápido…, no, más adentro…. y arriba. Ahí. Ahí es perfecto.

—Te voy a hacer correr, cariño, quiero que tus jugos resbalen hasta mi garganta.

—Eso es, ahí es el punto… aprendes rápido. Hm. Hmmmm. HMMMMMMMMMM

—¡Ahí está! —exclamó Charlotte, cuando el squirt de Meilin le inundó la cara, casi ahogándola. Se tragó todo lo que pudo, disfrutando de cada gota como si fuera un néctar—. Vente toda, dame todos tus juguitos, cariño. Uffff, quiero los jugos de todas en mi cara. De mis hermanas, de April, de mis tres hijitas, ¡de todas!

—Así será. Te bañaremos completa, Charlotte Black —dijo Meilin, tragándose otro squirt que salió del coño de la pelirroja, después de esimularle con el dedo adentro del culo y los dedos en su clítoris y el punto G a la vez. Esa técnica Charlotte sí la conoció, y de inmediato se la devolvió.

Andrew White estaba como un animal montado encima de Gabrielle, que ya había perdido la cuenta de cuantos orgasmos había tenido recostada a lo largo del asiento de atrás del auto. Le sorprendía que los neumáticos hubieran aguantado así. Tenía la lengua afuera, con la que acariciaba el chumino de April, sentada encima suyo.

—No puedo más, slurrp, ahhhhhh, ¡es una bestia, primo mayor! ¡Tengo mucho placeerrrrr, primo mayoooooor! —gritó la de la trenza, que además se degustaba con los líquidos de April.

—GRRGRGM AHHHHH

—No es suficiente, necesitamos más peligro —dijo April, y salió del auto arrastrando a Andrew de la mano. Ahora a la vista de la gente, April se recostó en la caja del auto y puso a su hermano mayor detrás de ella mientras se movía las bragas a un lado y se levantaba la mini—. Penétrame, hermanote quer… ¡AHHHHH!, ¡SÍ, ASÍ ME GUSTA ANDREW, JODIDA BESTIA DEL SEXO!

—Ahhhhh, grrrrrrr, ggggmmmmmmmm

—¿Me puedo unir a ustedes, cariño? —preguntó Gabrielle, cubierta de sudor y el semen de la primera corrida de Andrew, vestida solo con su camisa, bajo las nubes.

—Por supuesto, hace rato que tengo ganas de comerte el coño, zorrita hermosa.

Gabrielle se subió al automóvil y se abrió de piernas mientras miraba a April con deseo. Se preguntó si la hija de ésta, Ariel, sería igual de descarada y ninfómana que ella. Si así era, sería la primera que se follaría con un buen dildo durante la orgía familiar que se venía.

Mientras April devoraba con pasión y lujuria el coñito de la menor de las hermanas Black, Andrew penetraba a su hermana con una fuerza, locura y voracidad que llamó la atención de todos los autos que pasaban, y ni siquiera pareció percatarse de su existencia. Convertido en una bestia de lascivia, Andrew parecía solo pensar en meter su pene y venirse en la hembra que fuese, y su hermana no podía más de sí de la calentura. Su otro hermano era increíble en la cama, pero este tenía un encanto natural, una cosa animal muy primitiva que la volvía loca cada vez que la embestía con su polla. No tardó ni un minuto en correrse, pero ni con eso Andrew se detuvo.

Los autos que pasaban tocaban la bocina y sus pasajeros gritaban y les silbaban, pero ninguno se detenía ni parecían con la intención de llamar a la policía. Una rubia incluso se subió la camiseta y les mostró las tetas, y tanto Gabrielle como April estuvieron encantadas ante la visión.

Al final, Andrew se aferró fuertemente a las caderas de su hermana cuando se corrió en su interior. Litros y litros de semen caliente llegaron hasta su útero mientras April sonreía como una loca, presa de la total satisfacción. Cuando Andrew terminó de correrse, se separó de su hermana y, volviendo en sí y notando que estaba desnudo, corrió a subirse al auto, avergonzado. Mientras tanto, Gabrielle se bajó de la caja y se puso de rodillas entre las piernas de April, que se abrió los labios para que el semen que había en su interior cayera a la lengua y hasta la garganta de la menor de las Black.

—¿Me das, zorrita?

—Por supuesto, encanto.

Completamente satisfechas, las dos mujeres desnudas se besuquearon en medio de la calle para el gusto de los automovilistas, compartiendo la lechada del avergonzado conductor, hasta que éste les tocó la bocina lo suficiente para que se subieran, divertidas y cachondas.

Mientras Andrew conducía de vuelta al hotel, April y Gabrielle continuaban besándose, lamiéndose, tocándose y follándose en el asiento de atrás, sin ganas de detenerse…

Finalmente, y a pesar de que había aún más gente en la biblioteca, Alexander White no detuvo su follada a Isabella Black. La deseaba desde hacía tiempo, extrañaba lo estrecho que era su coño, y no quería contenerse, aunque estuviera en silencio. Isabella ya se había corrido cinco veces ante lo cachondo y extremo de la situación, pero lo que más deseaba era hacer la guarrada que venía después. Lo que nunca había hecho con un hombre y que se moría por realizar. Para eso había elegido sus prendas de satén, y el lugar público más reservado que podía encontrarse. Quería hacerlo a lo grande, y luego ir a casa a que Meilin y Shao la follaran y le hicieran lo mismo. Quería saber cómo era, y si se había convertido en el mismo tipo de ninfómana caliente que eran sus otras tres hermanas.

—¿Quieres mi corrida, Isa? —preguntó Alexander, anunciando su orgasmo.

—Sí, ¡sí por favor! —contestó Isabella, también en un susurro.

—¿Dónde lo quieres?

—En mi cara, la quiero toda en mi cara, quiero que quede llena de leche, y también la camisa que me puse para ti…

—¿Y después qué deseas?

—Que me mees entera. Que me trates como la zorra furcia que soy y me des todos los fluidos que tienes, cariño. Quiero que tu leche y tu orina en mi rostro, en mi pelo, en mis labios, en mis tetas, en mi ropa, ¡quiero que me hagas un desastre, Alex!

—Que así sea, Isa. —Impulsado por los gemidos y las palabras sucias de su prima/cuñada, Alexander se separó de Isabella y ésta se puso inmediatamente de rodillas.

La pelirroja juntó bien las piernas, levantó los brazos y puso las manos abiertas a la altura de su mentón mientras sacaba la lengua para recibirlo todo. Alexander se pajeó cerca de su rostro, e Isabella lo ayudó un poco dejando que el hombre le golpeara la cara con su polla. Podía follar más con las mujeres, pero no se había olvidado ni un poco de como darle placer a los hombres. Y así, finalmente ocurrió.

—Ohhhhhh —musitó Alexander, mientras una inundación espesa, caliente y blanca, en cuatro disparos, fue a parar al rostro de Isabella que se corrió con solo sentir el contacto de la lefa contra su piel. Extrañaba muchísimo esa sensación.

Sentirse usada, sentirse un receptor de semen para el placer de los hombres, ver el rostro de satisfacción de aquel macho con una verga descomunal, le traía sensaciones difíciles de describir. Y ahora se avecinaba el gran final.

—¿Lista, querida?

—Sí, por favor… todo, en todas partes —dijo Isabella, como en una ensoñación, mientras tragaba y se restregaba el semen por su cuerpo y su ropa.

—Apenas lo haga tenemos que salir corriendo, ¿ok? —Alexander apuntó la polla, aún erecta, al pecho de su amada. Los hombres meaban mucho después de una corrida… Esta sería fenomenal, y aunque no se lo dijo a Isabella, sería cumplir una fantasía propia.

—Méame. Méame toda.

Como si le hubieran dado una orden, Alexander disparó su líquido dorado e Isabella se bebió los primeros chorros, descubriendo lo ricos que sabían. Gran parte comenzó a empapar su camisa de satén, tornándola oscura y endureciendo sus pezones, mientras otros chorros caían en sus piernas y el suelo de la biblioteca. Era un líquido divino, era un sueño cumplido, era una guarrería que la confirmaba como una puta más del Clan Black. Se bebió lo más que pudo, pero quería que la mezcla de orines y semen quedara sobre su cuerpo, y no quería quitárselo hasta que estuviera en una cama con Meilin. Estaba excitadísima, igual que sus hermanas. Y siguió estándolo mientras huía de la biblioteca a toda velocidad junto a Alexander, que se preguntaba si Ariadna aceptaría hacer algo igual allí.

Lo mejor estaba por llegar. La reunión familiar estaba al fin allí.

Los últimos dos capítulos se vienen, con el cierre de las aventuras de la familia White y la familia Black, ¡a lo grande! ¡No se lo pierdan!

Continuará...