La Familia White (26)
Charlotte despierta sonriente. Su mañana es como cualquier otra, y nunca se aburre de ello. Le mama la verga a su marido, ayuda a sus hijas a darse placer mutuamente y es follada por su hijo en la cocina, mientras le come el coñito a su adorable hijita. ¿No es ese el deber de toda madre?
Capítulo 26: Una mañana cualquiera en la vida de Charlotte Black
La matriarca de la familia White despertó en su cama, junto a su marido, estirándose mientras la luz del sol que entraba por la ventana mayor de su habitación en la granja familiar, la bañaba de dorado. Era un nuevo día, y había muchas cosas por hacer, tanto en la granja, como por su familia.
Miró a su lado. Las sábanas estaban corridas, y su esposo, Alexander White, roncaba con la barriga inquieta inflándose y desinflándose sin parar. Charlotte sabía cómo debían comenzar sus días, no solo porque así se lo había pedido su marido, sino porque le encantaba hacerlo.
No pensaba despertarlo en todo caso. Solo necesitaba de la leche que toda mujer que se enorgulleciera de ser una buena esposa, debía beber como desayuno. Alexander tenía un gran bulto en sus shorts, que Charlotte bajó con celeridad. Tomó su gran miembro entre sus manos y comenzó a realizarle una suave, pero firme paja a su buen esposo. Al mismo tiempo, Charlotte se abrió la camisa de pijama y comenzó lentamente a pellizcarse sus durísimos pezones. Sintió también aquella familiar y deliciosa humedad formándose debajo de sus bragas, como cada vez que tenía contacto con cualquier pene.
Pensando en ello, Charlotte se inclinó y comenzó a mamar la verga de su marido, aplicando veloces movimientos de cabeza de arriba a abajo. Qué delicia, pensó. Muchos años atrás, cuando se enteró que el hombre con el que estaba follando, y del que había quedado embarazada por primera vez, se trataba de su primo, ni siquiera se complicó la existencia un poco. Se fue de lleno a chuparle la polla a su primo, que le folló la boca después de tan solo cinco segundos de sorpresa y shock.
Ahora, décadas después de aquel día, Charlotte satisfacía las necesidades tempranas de su primo y marido, acariciando sus bolas mientras le realizaba un perfecto blowjob. No se aburría de ello. No se cansaba. Para Charlotte Black, tener sexo era casi idéntico a respirar, y siempre se podía hacer más y más.
—Vente, querido… vente, por favor, dale a tu hembra esa rica leche tuya —musitó entre chupada y chupada, esperando darle su mensaje a su cerebro durmiente—. Vente, amor mío, derrama tu leche caliente en la garganta de tu mujer, que te lo suplica, hmmmmm.
Alexander, en medio de sus ronquidos, se vino en la boca de su esposa. Caliente, espeso, blanco y lechoso semen fue a parar a su garganta, y Charlotte sentía que su chumino humeaba de deseo. Ese era el desayuno que toda mujer debía tener cada mañana, y no podía entender a las mujeres que no les gustaba tragarse una buena corrida. El semen era un néctar divino fundamental para el día a día, así se lo había enseñado su madre a ella y a sus hermanas, y así se lo había enseñado Charlotte a sus hijas también.
Con la sed relativamente saciada, y la calentura en sus usuales niveles altos de cada mañana, Charlotte se levantó, cuidando de no despertar a su marido, que tendría un día difícil repartiendo el maíz a tres condados distintos, bastante lejanos. La pelirroja se quitó la camisa, y solo en sus bragas negras, se puso una bata semitransparente y una sandalias, antes de salir de su habitación.
Así comenzó otro día en la vida de Charlotte Black. Contenta, y con algunos restos de semen aún en sus labios, que se fue tragando mientras caminaba, Charlotte abrió la puerta de su hija mayor. La noche anterior, le había visto irse de copas con un par de amigos, así que esperaba ver a los dos tipos, uno a cada lado de Alexandra White, mientras dormían. En su lugar, la cama parecía estar solamente ocupada por la muchacha. “Parecía” era la palabra clave. Tenía las sábanas a la altura de los senos desnudos, su largo cabello rojo y su lujurioso rostro sudaban, y tenía los despampanantes ojos azules entrecerrados, presentando una excitante expresión de placer. Bajo las sábanas, a la altura de sus piernas, había un gigantesco bulto que se movía sin parar.
—Hola, hija, buen día —saludó Charlotte, alegre.
—O-oh… b-buen día, madre querida, hmmmm —gimió Alexandra.
—Vaya que es bueno, al parecer. Dime, ¿cuál de los dos muchachos que te llevaste ayer te está comiendo allí abajo, querida? —preguntó ella, relamiéndose los labios mientras imaginaba la escena debajo de las sábanas.
—Hmmmm, n-ninguno estuvo a la altura de mi conejito travieso, s-se vinieron m-muy rápido…. oh, hmmmmmm… así que, ninguno de ellos.
Alexandra tiró hacia abajo las sábanas, y Charlotte se encontró con la deliciosa visión de otra de sus hijas, Ariadna White, devorando con lascivia el coño empapado de Alexandra, como buena hermanita. Vestida solo con solo con unas braguitas azules y empapadas, sus calcetines blancos, sus gafas de empollona, y su negro cabello cayendo en cascada sobre la curva de su espalda, Ariadna no dejó de lamer entre las piernas de su hermana mayor cuando miró a su madre de reojo.
—Buen día, mamá.
—Buen día, hija. ¿Tomando tu desayuno tan temprano?
—Slurrrp, slurp, síiiii… —respondió Ariadna, entre lametón y lametón—. H-hoy es el festival del condado, el concurso de camisetas mojadas… t-teníamos que… hmmm…
—Calla y sigue lamiendo, Ari —dijo Alexandra, presionando la cabeza de su hermana contra su chumino—. Lo que ella iba a decir era que tenemos que estar bien despiertas para participar.
—Ah, ya veo, lo había olvidado. Me alegra ese entusiasmo, niñas.
Charlotte se acercó a sus hijas, y contempló desde arriba la increíble comida de coño incestuoso que ambas le mostraban. Las sábanas estaban húmeda y arrugadas, las piernas de Alexandra sudaban copiosamente, la lengua de Ariadna se movía rápidamente entre los pliegues de los labios menores de su hermana mayor. Charlotte le bajó delicadamente las braguitas a Ariadna, y admiró los fluidos que su conejo liberaba, que caían sobre las sábanas.
—M-mamá… —musitó Ariadna, mirando con expresión de súplica a su madre. Ella también necesitaba atención, desde luego. ¿Y cómo iba a Charlotte a negarse? Su deber de madre era complacer a sus hijas en todo lo que necesitasen.
—Ábrete bien de piernas, cariño, y levanta bien el culito —dijo Charlotte, mientras se lamía los dedos de la mano derecha—. Y no dejes de saborear el coñito de tu hermana mayor, ¿sí?
—Sí, s-sí mamá, g-gracias, slurrrp, slurp, slurrp.
Charlotte comenzó acariciando el clítoris hinchado de su hija con los dedos. De arriba a abajo, de lado a lado. La madre hizo eso por un rato hasta que decidió que su clítoris estaba lo suficientemente hinchado como para poder tocarlo más fuerte un rato. Con pequeños, rápidos y precisos golpecitos, Charlotte hizo a Ariadna suspirar de placer, mientras seguía devorando el coño de su hermana mayor.
—No olvides que tu lengua no es tu única arma, cariño —le sugirió a su hija.
—S-sí, mamá —respondió Ariadna, que metió un dedo profundamente en la vagina de Alexandra, que se retorció de placer—. G-gracias por enseñarme, mamá…
—Ohhhhhhhh, Ari, qué rico lo haces, cariño, ¡sigue! Eso, sigue, hermanita, ¡¡sigueeeeee!!
—Muy buenas niñas, son muy obedientes —dijo Charlotte, mientras usaba dos dedos para tirar la piel del clítoris de su hija hacia atrás, y usaba otro para acariciarlo intensamente.
—Hmmmmmmmamáaaaaaaaaaaaaaaaaa… mamáaaa…
A la vez que Ariadna metía un segundo dedo en el coño de Alexandra, Charlotte hacía lo propio con su segunda hija, penetrándola con dos dedos de una sola vez, mientras usaba la otra mano para seguir acariciando su hinchado, duro y húmedo clítoris. Las tres mujeres aceleraron sus movimientos. Alexandra comenzó a gritar. La piel de Ariadna se puso roja. Charlotte sonrió satisfecha de sus habilidades de madre, mientras sentía que su concha explotaría si no se metía algo… No. Ya bajaría a buscar una banana o algo. Por ahora, sus hijas eran la prioridad.
—Mamá, mamá, no pares… no pares, mam… hmmmmm… estoy a punto, de… hm, hm, hm… ¡HMMMMMMMMMMMM!
—Más rápido, Ari, voy a correrme en tu cara… m-me voy a correr en tu cara… ¡Me corro, hermanita, me corro en tu carita, hija de puta!
Ambas chicas se vinieron casi al mismo tiempo. Fue un orgasmo mutuo, explosivo, animal, pero íntimo, delicado y femenino, como solo dos buenas y cariñosas hermanas podían hacer.
Charlotte se puso de pie, y retrocedió mientras miraba a sus hijas erguirse, cruzar las piernas entre sí, y comenzar a frotar el coño de una con el de la otra, acariciándose mutuamente las tetas saltarinas mientras miraban a su madre con expresión sonriente y agradecida.
Después de pasar al baño, la matriarca de la familia bajó las escaleras como una cachonda perdida. Si bien era madre de cuatro, aún estaba en el mejor momento sexual de su vida, y como cualquier mujer que se preciase, necesitaba también que la follaran constantemente. Su coño estaba echando humos, necesitaba un objeto fálico con desesperación. Tenía que hacer el desayuno para su familia, ¿pero cómo iba a hacerlo si estaba así de cachonda?
Abrió la puerta del refrigerador y rebuscó entre las cosas. Siempre cuidaba de comprar los pepinos más largos, gruesos y duros en el mercado cada semana, a pesar de que nadie en su familia comía mucho de ello. Su fin, desde luego, era otro.
Charlotte se inclinó hacia adelante sobre la mesa de la cocina y sacó un condón sabor frutilla de su bata, que nunca estaba de más tener (nunca se sabía cuándo se iba a follar al cartero, por ejemplo). Con una mano sujetó firmemente el pepino más grande que encontró, y sin perder más tiempo, le colocó el condón con la boca, tal como su hermana mayor, Elizabeth, le había enseñado tantos años atrás. Comenzó a chupar aquel vegetal como una posesa, subiendo y bajando la cabeza mientras sentía que su culito expuesto se humedecía de gusto. No necesitaba ni siquiera tocarse, o tener una polla de verdad. Para Charlotte Black, el solo hecho de mamar algo fálico le ponía a mil.
De pronto, escuchó unos pasos. Como buena madre, reconocía la forma de caminar de cada integrante de su familia. Su mañana se iba a poner buenísima, pensó. ¡Esa sí que era manera de comenzar el día!
Charlotte se inclinó un poco más hacia adelante, sin dejar de mamar el pepino, y levantó el culito expuesto por la corta bata semitransparente. Cualquiera podía tener acceso completo a su chumino mojado, no necesitaba más lubricación ni estimulación que esa. Su único hijo, Arthur White, no dijo palabra alguna cuando se acercó a ella, apuntó su miembro grueso y venoso en su entradita mojada, empujó hacia adelante, y con facilidad la penetró.
—Hmmmmmmmmm, síiiiii, síiiiiiiiiiiii, qué ricoooo —gimió Charlotte, dejando de chupar brevemente el pepino que tenía en las manos—. Buen día, mi niño hermoso. Ufff, voy a correrme enseguida, qué bueno...
—Buen día, ma —saludó Arthur torpemente, probablemente recién despertando. Los hombres siempre se despertaban con erecciones. ¿Qué otra cosa podía hacer una buena madre, si no era complacer a su bebé maravilloso y darle el alivio sexual que necesitaba cada mañana?
—Ahhhhh, sí, qué delicia… ¿Ninguna de tus hermanas se encargó de tu bella, dura y enorme polla esta mañana, hijo?
—No, mamá, acabo de despertar y ninguna estaba ahí… —dijo Arthur, antes de bostezar. Follaba como un perro celo, hambriento, con intensidad y la fuerza digna de un muchacho de su edad, pero parecía hacerlo en modo automático, algo distraído. Estaba recién despertando, y el chico necesitaba liberar tensiones antes de que su cerebro comenzara a funcionar adecuadamente.
—Hmmmm, voy a tener una buena discusión con mis tres niñas, ¿cómo se atreven a no complacer una verga como la tuya, como corresponde? Ahhhhhh, eso, más rápido, hijo… ¡Ah! U-un muchacho de tu edad necesitaba sexo constante, ¡ahhh! ¡Ah! ¡Sí, más duro! —exigió Charlotte, antes de volver a comerse el pepino, pasándole la lengua a todo lo largo, imaginando que era la verga que ahora la follaba.
Arthur abrió la bata de su madre y le agarró las enormes y firmes tetas, a la vez que aumentaba la intensidad de sus embestidas contra el chocho chorreante de Charlotte. Nada mejor que una buena cogida para empezar el día como correspondía.
—¿Te gusta cómo te follo mamá?
—Sí, tú sabes que me encanta tu pene, es uno de mis favoritos en toda mi vida, me moriría sin que me folles, hijo mío… —Se sentía dominada y poseída, muy diferente a como cuando ella y su hijo comenzaron a follar, donde ella tenía el control. Ahora él la dominaba y eso le encantaba—. Vamos, fóllame más fuerte, uffff, voy a correrme, hmmmmm… mete tu polla con fuerza en el lugar por el que naciste, bebé… eso es, dame caña con fuerza, cógete a tu madre, mecorroahhhhhhhh.
Charlotte sintió el intenso orgasmo recorrer su cuerpo entero como una carga eléctrica. Qué maravilla. Qué delicia. Jamás podría vivir sin un pene metido en su vagina, era una necesidad de primer orden, especialmente si se trataba de su viril y guapo hijo.
—Ufff… q-quiero que sigas, bebé, pero tengo que prep… ahhhhh, tengo que preparar el desayuno.
—No te preocupes, mamá, nosotras lo hacemos —anunció Ariadna, apareciendo en la cocina, tomada de la mano de su hermana mayor, ambas sonrientes y más que satisfechas.
—Hola, bro, veo que te estás ocupando bien de tu nuestra madre, ¿eh? —Alexandra se acercó a Arthur, y le dio un largo e intenso lametón en el lóbulo de la oreja.
Ariadna, por su parte, abrazó el cuello de su hermano mellizo y le plantó un jugosos beso en los labios. Luego, ella y Alexandra comenzaron a preparar el desayuno para la familia. Qué buenas hijitas tengo, pensó Charlotte, mientras su coño anunciaba su tercer orgasmo de la mañana. Aunque casi todas las mañanas llevaba a cabo una rutina similar, jamás se aburría. Era como pensar que podía aburrirse de tomar una ducha, era algo sencillamente fundamental para su vida.
En eso, la pequeña Alice bajó las escaleras corriendo y saltando como una liebre de marzo. Llevaba puesto su diminuto y sensual pijama, y el cabello castaño rojizo cayendo como una cascada sobre su juvenil y sexy cuerpecito.
—¡Alice, no bajes la escalera corriendo!
—Uy, perdón mami —se excusó ella. La muchacha se acercó a sus hermanas mayores y le dio a cada una un beso en la mejilla, inocente, pero profundo—. Prometo no hacerlo otra vez, perdóname mami, ¿porfis?
—Está bien, cariño, ahhhh, hmmmmm, estás perdonada.
Alice miró a Arthur y a Charlotte penetrantemente por unos segundos, y luego se acercó a ellos. Ante la mirada de su madre y su hermano, la pequeña se quitó el shortcito de pijamas, sus traviesas braguitas, y le mostró su blanco coñito a su madre.
—¿Mami?
—¿S-sí, bebé?
—¿Me darías un besito aquí? —preguntó ella, abriéndose los labios mayores, para mostrar lo chorreando que estaba—. Desperté muy mojada… ¿Porfiiiis? A menos que estés muy ocupada con el pene de Twino, puedo esperar.
¿Cómo podía negarse a hacerle caso a su angelito? ¿A su criaturita adorada? Era tan mona, tan dulce, tan amable e inocente. Charlotte le indicó con una radiante sonrisa a su hijita menor que se acercara a ella, y sacó la lengua sin esperar más tiempo.
Ufff, su coñito huele tan rico, pensó Charlotte, mientras introducía la lengua entre los labios menores de su angelito y acariciaba su clítoris con los dedos de una mano como solo una buena madre podría hacer. Estaba cogiendo a su hijita menor mientras su hijo la follaba, y sus otras dos hijas, semidesnudas, los miraban con expresiones libidinosas. De hecho, Ariadna y Alexandra estaban de nuevo acariciándose las nalgas mutuamente mientras preparaban el desayuno.
Charlotte tenía una familia maravillosa, y estaba orgullosa de las bellas, sensuales, seductoras y maravillosas mujeres en que sus hijas se habían convertido, y en lo apuesto, galante e increíble amante que era su hijo. Un hijo que estaba a punto de correrse al interior de su coño. Ufff, qué maravilla, qué delicia, ¿cómo no iba a estar feliz con la familia que había formado?
—Ohhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhh, me vengo adentro, ma, ¡perdón!
—No te disculpes, lléname completa hijo de mi corazón, ¡llena a tu putita de tu lefa caliente!
—Mami, ayyyy, ay, yo también me voy a correr, ayyyyy, hmmmmmm.
—No te detengas, cariño, dale a tu mami tus ricos, sabrosos juguitos vaginales, Alice, ¡derrámalos al interior de mi garganta, bebé!
Alice se estaba corriendo también en su lengüita en ese momento. No podía pedir más. La gran mayoría de las familias se perdían de mucho, al no comprender los alcances que podía tener el verdaderamente amar a tus hijos, pensó Charlotte.
Media hora después, Alexander y Alexandra se dirigieron a sus respectivos trabajos; Arthur, Ariadna y Alice se fueron a la escuela; y Charlotte quedó en el suelo de la cocina, sonriente, complacida, cubierta de los chorros de amor de su familia. Se preguntó si así también dejaban a Elizabeth, Isabella y Gabrielle sus respectivos hijos e hijas, y se puso cachonda de solo imaginarlo. Pero ya habría tiempo para ello. Tenía que trabajar en la granja, además de tomar una duchar.
Charlotte salió solo con su bata abierta (se preguntó dónde diablos habían quedado sus bragas tiradas) y se dirigió al granero. En medio del camino, entre medio de las plantas, Charlotte se encontró con un hombre, que la observaba fijamente. El extraño tenía el cabello negro y largo, cayendo sobre su rostro. Era robusto, de piernas y brazos muy largos. Lucía la barba recortada, y vestía unos jeans gastados, y una sensual y varonil camisa negra. Por instinto, Charlotte miró al hombre, en dirección a su bulto… y lo que vio le causó tanta confesión que lo miró al rostro, contraria a su instinto natural.
¿Acaso había visto mal o ese tipo… no era normal?
—¿Sí?
—Meilin tenía razón —dijo con acento neutral, y un tono de voz grave, masculino y rasposo—. Al fin los encuentro.
—Disculpa, ¿quién eres y a quién buscas?
—Soy Ángel. —El hombre misterioso se bajó los pantalones, bajo la luz del sol, en medio de la granja. Charlotte no pudo evitar dirigir la mirada hacia abajo… sintió que iba a perder el control. No había estado confundida ni había mirado mal. Lo que colgaba de ese hombre no tenía lógica. Sintió que se le humedecieron los labios.
—¿Á-Angel? —consiguió tartamudear la mujer. En su mente solo aparecían imágenes de esa polla antinatural, gigantesca, oscura, intimidante, y al mismo tiempo sumamente atractiva y fascinante. Contemplar aquella verga era como ser presa de un hechizo, y se imaginó las mil cosas sucias que quería hacer… Se moría por tocarla.
—Sí. Puedes venir.
Charlotte corrió hacia el hombre y se puso de rodillas frente a él. Olió su hombría, le pareció imposible de definir ni de ignorar. Estaba perdiendo la razón. Curiosamente, sintió una vaga sensación familiar… y en su familia, esa sensación solo significaba una cosa.
—Venga —dijo ella, babeando de pronto, poniéndose en cuatro patas, abriéndose las nalgas. Estaba cachondisima, necesitaba saber… necesitaba dejar de pensar, apagar el cerebro y dejarse llevar por su pasión más animal—. Por favor, cógeme por el culo.
Ángel la agarró de las nalgas y escupió en su entrada trasera. Apuntó, y luego de unos instantes desesperados que a Charlotte se le hicieron eternos, él la penetró. Ella se corrió del gusto. No iba a dejar que se fuera, después. Iba a hacer lo posible por complacer a esa bestia, hasta que quedara tan agotado que no pudiera moverse, y no importaba si todo el condado pasaba por allí y los miraba. Iba a obtener respuestas.
Su instinto le indicaba lo obvio. Su instinto de hembra, de madre, de hermana, de hija… ¡Ese tipo y ella compartían sangre! Pensando en ello, Charlotte Black volvió a correrse. Y así era como se daba un día cualquiera en su vida…
Continuará...