La Familia White (25)

Los hermanos Alexander y Andrew White, además de Amador Rojo, son invitados a participar de una sensual sesión de bukkake para una mujer ansiosa de unirse a la familia: su concuñada Li Meilin, la esposa de Isabella.

Capítulo 25: Bukkake

Los tres recibieron el mensaje de texto al mismo tiempo un día antes, y no pudieron controlarse ante la idea de llevar a cabo la fantasía. No sabían de quién venía, ni por qué, pero definitivamente no iban a perderse la oportunidad. El mensaje llegó a la granja de los White, al hotel cuatro estrellas donde se estaban quedando los Black, y al viñedo de los Rojo. El mensaje decía:

“Deseosa de una cara llena de leche. Encuéntrate conmigo a las 4 p.m en el Sex Shop Ultimate Pleasure en la calle Veritas, al este del condado. Sin costos; solo beneficios. Di la palabra ‘Jade’ al guardia, y te llevará hasta mí. Necesito que me domines y me alimentes como la perra hambrienta que soy”

Ninguno de los tres se masturbó ni tuvo sexo esa noche con sus esposas o sus hijas, a pesar de que ellas lo suplicaron (como siempre). Querían estar muy acumulados, con las bolas llenas de semen para la experiencia.

Después de almorzar, Alexander White tomó la vieja camioneta familiar, y tras un viaje rápido, desesperado y expedito, llegó a su objetivo. Conocía aquel Sex Shop, le había comprado un par de dildos a su mujer allí para cuando él había tenido que hacer un viaje largo, y también había comprado una loción especial para el aniversario, y una muñeca inflable para que la usara su hijo, en su cumpleaños del año pasado.

Llegó con un minuto de retraso. El guardia estaba en la entrada, intercambiando miradas a la calle con otras, más sutiles, a las revistas porno que había a su lado en una repisa.

—Ejem —tosió Alexander, vistiendo unos jeans gastados, una camisa a cuadros sobre su gran barriga, y luciendo su barba bien recortada.

—¿Sí? —preguntó el guardia, distraídamente, mientras ahora ponía su atención en una muchacha de falda corta que pasaba por la calle.

—Eh… ¿Jadeo?

—¿Disculpe?

—¿Jota?

—…¿Qué?

—No, espere… Jade. Sí, eso. Jade.

—Por aquí, por favor —dijo el guardia, convirtiéndose de pronto en un profesional. Guio a Alexander por los pasillos de la tienda, y sacó unas llaves de una estantería. Abrió una puerta trasera que llevaba a un lugar oscuro y siniestro. Alexander se preparó para lo peor, pensando si podría doblegar a ese gorila de dos metros si esto era una treta y le querían hacer algo.

—Relaja los puños, Alex, no es lo que piensas, jaja —dijo una voz en la oscuridad.

Alexander caminó un poco más, dobló en una esquina, y se encontró en una preciosa sala de muros blancos, iluminada por luces verdes de neón. En el centro de la sala había un disco giratorio con un palo de metal desde el disco hasta el techo. Alrededor había varias butacas que parecían muy cómodas, un equipo de música, un bar abierto, y una gran cortina que parecía ocultar otra puerta.

Sobre una de las butacas estaba muy tranquilamente sentado, y risueño, Amador Rojo, su mujeriego y cubano concuñado, sosteniendo una copa de whisky en la mano izquierda. El guardia, en tanto, se fue por donde llegó.

—¿Amador? ¿Qué haces aquí?

—Lo mismo que tú, supongo. Esperando a una mujer misteriosa con quien pasar un buen rato.

—Ah, ya veo. ¿También recibiste una invitación?

—Bueno, es lógico. Esto tiene toda la pinta de un bukkake, querido Alexander.

—¡Un bukkake!

Había participado de alguno que otro cuando era joven, pero ya había pasado un buen tiempo desde la última vez. No era lo mismo que simplemente cubrir la cara de su esposa o alguna de sus hijas con caliente semen, esto era algo más formal. Una experiencia venida de Japón en que una sola chica se somete a varios hombres para que la dominen y la bañen de semen. Es una práctica con muchas críticas debido a la percepción machista del asunto según algunas personas, pero cuando es una chica misma la que está solicitando llevar a cabo la experiencia… pues, es difícil considerar eso como un acto de dominación y humillación sobre otra, y más como un fetiche que la calienta. Por eso fue que Amador y Alexander aceptaron tan rápidamente. Era una oportunidad única, con una muchacha que apreciaba y se excitaba al ser sometida de esa manera. Mientras todos lo disfrutaran, no había nada de malo en el sexo.

Mientras Alexander se sentaba en otra butaca, relativamente lejos de su concuñado, ambos escucharon una voz tímida y nerviosa que se acercaba por el pasillo oscuro, y no pudieron evitar sonreír entre sí con picardía.

—Esto parece muy sospechoso, ¿a dónde me está llev…? Oh. —dijo la tercera persona en llegar, que quedó boquiabierto al encontrarse a Amador y Alexander.

—¡Hermanote! Qué bueno verte por aquí, ¿todo bien? —le saludó Alexander, a punto de tener una explosión de risa.

—Ohhh… c-creo que me equivoqué de lugar. B-buscaba la biblioteca pública —se defendió Andrew White, vestido de buzo gris, con capucha y lentes oscuros, mientras el guardia cerraba la puerta detrás de él.

—Claro que sí, campeón, jajaja.

—Ve y búscate una copa, concuñado —dijo Amador, con su tradicional acento cubano—. Es obvio que la presencia de nosotros tres aquí no es una coincidencia, así que vamos a pasar un buen rato. Lo único que digo es, nada de cruce de espadas, ¿eh?

—Desde luego, jaja.

—¿Q-qué?

—Que te prepares para darle un bukkake a nuestra chica misteriosa, bobo.

—Sí, aquí es conocido como bukkake —dijo una voz, a través de un altoparlante, a la vez que la música comenzaba a sonar como por arte de magia, un ritmo lento de jazz, con saxofón y todo, mezclado con sexys sonidos orientales—. Pero en mi tierra lo llamamos Yánshe.

La cortina se abrió, y los tres hombres quedaron con la boca abierta. Una mujer increíble apareció, vestida con una túnica violeta y negra, de cinturón de seda blanca, cortísima y muy sensual, que dejaba al descubierto sus hombros y el inicio de sus tetas. La falda, abierta por un lado como un kimono, apenas protegía su pubis. Lucía sandalias tradicionales, y no parecía llevar nada más que unas braguitas negras debajo del vestido. Su cabello era lacio y negro como el ébano, y sus ojos eran coquetos, misteriosos, seductores, atractivos y penetrantes, absorbiendo las miradas como un agujero negro. La mujer se apoyó en el palo de metal, y dobló una pierna para que pudieran contemplarla en todo su esplendor.

—Oh, Dios mío —dijo Amador.

—¿P-pero qué…? —tartamudeó Andrew.

—Estoy en el cielo —dijo Alexander, casi babeando.

Los tres podían concordar en una cosa, y no tenían dudas. Aquella mujer era una de las más sensuales de toda la Tierra… y, por supuesto, era parte de su familia. La esposa de Isabella Black.

—¿Sorprendidos? —preguntó Li Meilin con su exótico, suave e insinuante acento oriental.

—Meilin… ¿tú nos llamaste aquí?

—Claro. Me parecía una buena idea que las cuatro parejas de las cuatro hermanas Black se conocieran mejor. Bienvenidos al Salón de Jade —presentó Meilin, mientras comenzaba a dar vueltas con pisadas sensuales, resaltando sus increíbles curvas, alrededor de la vara metálica, a medida que la música intensificaba su sexy ritmo—. Tengo uno de estos en muchas ciudades, que utilizo para la fotografía.

—¿Fotografía?

—Poso desnuda, o con chicos y chicas. Hay varias cámaras aquí, pero descuiden, sus rostros no aparecerán a menos que lo deseen. Díganme, ¿lo desean? ¿ME desean?

—Sí —respondieron los tres al unísono, sintiendo la hinchazón característica dentro del pantalón.

Meilin se dirigió a un mueblecito en un rincón, y sacó una pequeña cajita de madera con esmeraldas incrustadas. Al abrirla, sacó tres pastillitas verdes, y pasó una a cada uno de los invitados a la sesión, que las miraron con desconfianza.

—Oh, no piensen nada malo. Es un pequeño intensificador seminal. —Meilin saltó al disco giratorio, y comenzó a bailar con una sensualidad imposible de describir alrededor del palo, logrando sin que nadie supiera cómo, que sus partes íntimas no fueran nunca visibles—. Saben por qué están aquí, ¿no?

—Un bukkake… ¿o Yonshi era? —aventuró Alexander.

—Yanshe —dijo Andrew.

—Así es. Quiero que me bañen en su leche de macho, quiero que me cubran con la semilla caliente nacida de sus deliciosas esferas, quiero que me alimenten de su líquido vital, que me rieguen con su blanco, espeso, delicioso y abundante semen. —Con cada oración que decía, Meilin se movía más y más rápido, y en un momento quedó colgando de la vara solo con sus piernas, con perfecta habilidad. Era una verdadera diosa china—. Para eso son las pastillas… para que puedan darme lo que me merezco más de una vez, y así nos conozcamos mejor.

Los tres hombres se tomaron la pastilla, se sentaron en butacas separadas donde solo podían ver a la esposa de Isabella bailar, y se bajaron los pantalones para comenzar a masturbarse. La música aumentó su ritmo, y pronto comenzó el verdadero espectáculo.

Cada cierto tiempo, a medida que bailaba, Meilin se inclinaba sobre uno de los tres hombres, y sacaba la lengua para lamer la punta de sus pollas. Los tipos estaban realmente en el cielo, pero también ella. Si bien estaba casada con una mujer, le fascinaban los hombres y sus pollas maravillosas. La de Andrew era larguísima, la de Amador gruesa, la de Alexander muy grande y venosa. Estaba deseosa por probar aquel manjar de dioses que salía de sus pollas.

Meilin había vuelto a adoptar su característico y misterioso silencio, pero lo cierto era que no necesitaban que hablara. Todo lo comunicaba con su insinuante y atractiva danza, llamándolos a mirarla con deseo, como una sirena a los marineros del Argos.

Cada paso, cada giro, cada inclinación mostrando su maravilloso trasero… todo era como estar en un cielo que se movía a paso lento. La muchacha parecía quitarse las prendas, pero de alguna manera se las ingeniaba para crear la ilusión, ya que seguía con aquel coqueto kimono aún puesto. Sus piernas, tetas y hombros estaban volviendo locos a los tres hombres que se masturbaban con desenfreno, sin ninguna vergüenza (ni siquiera Andrew, que perdió la timidez después de un rato cascándose la polla)

De pronto, Meilin saltó sobre el regazo de Alexander, y con una habilidad mística e inusual, cayó de tal forma que la gruesa polla del padre de la familia White ingresó limpiamente en el coño de Meilin. Sus bragas negras, de alguna forma que ninguno de los tres comprendió, apareció en la mano de Amador, quien las olió con deseo sin igual.

Meilin comenzó a montar sobre Alexander, quien inclinó la cabeza hacia atrás para disfrutar más de la experiencia. Los gemidos exóticos de la mujer eran como una melodía embriagadora, el aroma de sus senos saltando frente a su rostro bajo la túnica era algo irresistible.

—Me gusta mucho… tu pene… hmmm…

—Ohhhhh, se siente rico, muy ricoooo, ahhh.

—Sí, es mi deber hacer a los hombres sentir bien. —Meilin se inclinó hacia adelante, tomó el rostro de Alexander, y le besó efusivamente los labios.

—Hmmmmm, pero qué… —dijo Alexander, confundido de pronto.

Meilin se apartó, tomó la polla de Alexander, y éste estalló sorpresivamente, cubriendo el estómago y las tetas de Meilin de semen caliente. Alexander sentía que habría durado mucho más, pero el beso de Meilin había sido como un potente y súbito afrodisíaco; ni él entendía cómo pudo venirse cuando ella quiso.

Meilin bailó un poco más, se recostó en el suelo y dando giros con los brazos en alto, se inclinó hacia la polla erecta de Andrew, que se masturbaba frenéticamente. Con la lengua y una habilidad excepcional, lamió alrededor del glande rápidamente, acariciando el prepucio. Mientras lo hacía, Meilin atacó a Amador Rojo con una mirada penetrante, y éste, como presa de un hechizo, se puso de pie y se detuvo detrás de la inclinada Meilin.

Sin perder más tiempo, el cubano penetró el coño de Meilin, quien seguía realizándole a Andrew un blowjob impecable, sin siquiera usar los labios.

—Ohhhhh, pero qué rico mamacita, tu coño parece que me va a devorar —dijo Amador, en medio de un trance, mirando su polla entrar rápidamente en la vagina depilada de su concuñada, admirando las curvas de su trasero.

—Hmmmm, hmmm —gimió Meilin, que se bajó el kimono para que sus tetas quedaran al descubierto y pudiera acariciarlas con sus manos.

—¡E-esto es…! Uhhhh, n-no puede ser... —tartamudeó Andrew. No podía ser verdad algo tan increíble. Esa mujer china parecía ser una verdadera experta del sexo. Isabella se había ganado definitivamente la lotería en comparación con sus otras tres hermanas.

De pronto, Meilin se dio a sí misma una nalgada, y al mismo tiempo, metió la polla de Andrew completamente en su boca, chupándosela por primera vez. Ambas acciones provocaron una reacción que ni Andrew ni Amador esperaban; ni tampoco Alexander, que volvía a masturbarse frenéticamente frente a ellos.

—Ahhhhh, e-espera, Meilin, m-me… —anunció Andrew, depositando su orgasmo en la boca de Meilin Li.

—Ohhh, ¡puta mierda! —gritó Amador, derramándose al interior de Meilin.

Ésta se apartó de ellos, que volvieron a sus butacas, con las pollas aún levantadas; para deleite de sus miradas, Meilin se abrió los labios mayores con la mano izquierda, y la leche de Amador cayó en su mano derecha abierta. Luego, sobre la izquierda, depositó desde su boca la corrida de Andrew. Después de eso, Meilin masajeó sus tetas con las manos llenas de semen, y luego restregó aquel líquido blanco por su cuello mientras los miraba sensual y directamente a los tres.

—Tengo que estar en el puto cielo —dijo Alexander.

—Lo mismo digo, compa, lo mismo digo —secundó Amador-

—Grrrr, grrrrrrrrrrrr —gruñó Andrew, presa de su habitual y bestial segundo aire.

—¿Listos? —preguntó ella, invitándolos mientras se desnudaba con una delicadeza y sensualidad difíciles de describir. Se puso de rodillas y el evento principal comenzó.

Los tres se masturbaron delante de ella. Meilin se ruborizó e intercambio lamidas y chupetones a cada una de las pollas. Cuando tenía una en la boca, realizaba a los otros una espléndida y experta paja con manos de marfil. Tres penes para ella sola, pensó Meilin. Le encantaba. Le fascinaba. Era una sedienta de semen, una zorra hambrienta de leche y cualquier otro fluido, siempre lo había sido.

No lo sentía humillante. Para ella, el semen o el squirt eran premios del cielo, cosas que no podía dejar de disfrutar, fuera donde fuese. No había nada más delicioso que el fluido corporal bañándola completamente, y no le avergonzaba que una polla la bañara de semen en público. Al contrario.

Para ella, un chorro de lefa en la cara, las tetas, el cuello, la cintura o el culo, era una medalla de honor, algo de lo cual sentirse orgullosa. Se los dijo mientras tenía las tres venosas vergas en las manos y la lengua.

—Soy un balde de semen, hagan conmigo lo que quieran —susurró.

Con solo esas palabras bastó para que un potente chorro de lefa se estrelló contra su mejilla, directo del pene desesperado de Andrew, que fue seguido por otros dos chorros ardientes en su cuello, y uno más sobre el primero. Abundante. Espeso. Meilin casi se corre del gusto solo por sentir esa textura en su rostro, y la sensación fue aún peor cuando Amador apuntó a su cara sin reparos, y disparó un brumoso y abundante orgasmo sobre su cara, nariz, e incluso en uno de sus párpados.

—GRRRRRRRRRRRRRRRRRRR, AAAAAAAAAAAAAHHHHHHH

—Ohhhhhhhhh, qué ricoooo, tomaaaaa.

—Sí, sí, más… más delicioso semen, más leche para su sirvienta asiática hambrienta —susurró ella, en perfecto éxtasis.

Alexander se masturbó frente a ella, y Meilin sacó la lengua hacia afuera. La corrida de Alex fue impresionante, una verdadera catarata que cayó tanto en la lengua afuera como en el cabello de Meilin, y que bajó hacia su rostro como una ducha blanca y espesa. Ella estaba en el cielo. En su piel había tanto semen que no podía calcularlo.

Y todavía faltaba. Las pastillas habían hecho su efecto. Los tres hombres seguían cascándosela fuerte, intensa y rápidamente frente a ella. Se notaba que querían penetrarla… Se los permitió solo por un momento, y se colocó en posición. No porque no lo disfrutara, sino porque ese día lo que deseaba más que nada era más bukkake. Más yanshe. Más semen en su cuerpo.

Meilin se sentó sobre la polla inquieta y dura de Amador, que se recostó en el suelo. Tomó el pene de Alexander y se lo llevó a la boca. Andrew, en su personalidad más agresiva, la tomó de las nalgas y le dio por culo sin piedad, lo que casi provocó una corrida instantánea de Meilin. Tres miembros grandiosos metidos en todos sus agujeros, en la posición que ya tantas veces había practicado, ideal para estar con tres hombres vigorosos.

—No entiendo qué pasa, voy a correrme de nuevo.

—Yo también, Alex… esta zorra es endiablada, ¡démosle un baño más!

—Síiiii, démosle más, grrrrrrrrrrr, ¡me voy a correeeerrrrrrrr!

—Sí, por favor. No soy más que una bolsa de fluidos para ustedes, trátenme como gusten, denme todo el abundante, delicioso, blanco, rico semen de sus bellas esferas. ¡Mucha, mucha leche, estoy sedienta! —exclamó la mujer.

Andrew se vino en su espalda, cubriéndola de una capa blanca desde los hombros hasta el culo. Andrew echó una nueva lechada en su estómago y tetas, disfrazando sus tetas de dos perfectas bolas de nieve. Alexander cubrió el rostro de Meilin con una nueva capa de leche, mucho más abundante que las anteriores. Esta vez Meilin no pudo aguantarse más… Las reglas del bukkake indicaban que una no podía tragarse el semen hasta que estuviera completamente bañada, pero era difícil aguantarse las ganas, y tragó gran parte del orgasmo de Alexander en su cara.

Los tres hombres cayeron rendidos en las butacas. El efecto de las pastillas se había acabado. Estaban agotados y no podrían ni masturbarse en quién sabe cuántas horas. Li Meilin estaba de rodillas frente a ellos, jugando con el semen en sus manos y tetas, pasándola de una a la otra, y lamiendo la corrida para deleite de los tres presentes. Estaba en el paraíso. Había hecho las cosas para que sus tres concuñados se corrieran rápida y salvajemente sobre ella, pero ahora estaba un poco arrepentida. Tal vez debió dejar que las cosas se dieran naturalmente, porque ahora tenía unas ganas enormes de correrse.

Así fue como la puerta se abrió, y el guardia dejó entrar a otro hombre. Justo quien esperaba, pensó Meilin, aunque aún así se sorprendió. Alexander, Amador y Andrew quedaron estupefactos ante el hombre que tenían delante, por muchas razones.

Primero, no tenían idea quién era, aunque de alguna manera, se les hacía familiar. Tenía el cabello negro en rastas, los ojos castaños, una mandíbula perfecta y hombros anchos. Apenas entró, el hombre se desnudó con una calma veloz, como si supiera a lo que venía y no deseaba perder tiempo, pero también sabiendo que dominaba la situación. Meilin sabía lo que ocurriría, no iba a evitarlo ni en sueños, pero aún así, y sabiendo de las historias, el impacto al ver lo que ocultaba debajo de sus pantalones fue magnánimo.

El hombre, aún más silencioso que Meilin, era altísimo, tanto que la chica apenas era como una muñeca de porcelana frente a él; tenía un cuerpo perfectamente esculpido, con brazos gruesos, tronco esbelto, abdominales y pectorales marcados y, por sobre todo, la polla más larga y gruesa que cualquiera en la familia hubiera visto. Casi parecía antinatural, y eso fue lo que los tres hombres pensaron. No tenía sentido que existiera algo así. El miembro del desconocido, en reposo, parecía alcanzar las rodillas, y cuando se puso erecto, Meilin se ruborizó tanto que se descontroló.

La mujer se arrastró hacia el hombre en cuatro patas, como una perrita obediente. Se puso de rodillas con las palmas de las manos hacia arriba en actitud suplicante, y la lengua muy afuera. Sus ojos estaban deseosos, lujuriosos. Su corazón palpitaba fuertemente.

El hombre misterioso se masturbó frente a ella con la mirada vacía y una media sonrisa intrigante. Los tres otros hombres estaban tanto envidiosos del tamaño del miembro del extraño, como curiosos ante qué espectáculo estaba a punto de ocurrir. Se presentía en el aire.

—¿Lista? —preguntó el hombre, hablando por primera vez, usando el acento más neutro en todo Estados Unidos.

—¡Sí, por favor! —exclamó Meilin, desesperada.

Lo que todos pudieron presenciar fue la corrida más espectacular que pudiera haber. De la polla del hombre, que apenas cambió su expresión a una sensual mirada de satisfacción, fue una verdadera ducha blanca, algo que nadie podría haber esperado que pudiera ocurrir. Algo de lo que incluso los actores porno hubieran estado envidiosos.

Meilin fue cubierta de pies a cabeza por una corrida fenomenal, y solo sentir eso en su piel la hizo correrse como una zorra lujuriosa, sin siquiera tener la necesidad de correrse. No podía ver por toda la leche acumulada en su cara, pero ni siquiera tuvo que hacer un esfuerzo para ponerse en cuatro patas, y permitir que el hombre anormal la tomara por las nalgas y le metiera aquella polla monumental que ni siquiera necesitó tiempo para recuperarse. Ella gritó y suplicó a Alexander, Andrew y Amador que le dieran más pene. Que los necesitaba a todos.

—¡Más! ¡Más leche en la cara! ¡Necesito más, más, más!

Ellos asintieron, sus pollas recobraron algo de vigor, y volvieron a masturbarse frente a ella. Aunque no lo admitieran, estaban viviendo una fantasía increíble. Una mujer asiática en perfecto éxtasis al ser bañada de semen como un balde de fluidos, suplicante por más polla. Al mismo tiempo, en sus cabezas, se preguntaban quién era aquel hombre, que hizo a Meilin venirse cinco veces en tanto solo un minuto como si fuera respirar.

Y no pudieron saberlo. De pronto, tras correrse otra vez (en esta ocasión, en la espalda y melena negra de Meilin) el hombre se puso de pie y salió de la habitación en silencio, sin siquiera vestirse. Casi nadie en la familia White sabría lo importante que era que lo hubieran conocido, a pesar de no saber quién diablos era. Y pronto lo conocerían mejor.