La Familia White (22)

En la última Memoria, Andrew y Alexander White recuerdan cómo su hermana menor les arruinaba las salidas, mientras Arthur y Alexandra follan en la camioneta. Se revela el último gran secreto familiar.

Capítulo 22: Memorias, parte 3

El salto que dio la vieja camioneta de Alexander White apenas fue sentida por los pasajeros de atrás, Alexandra y Arthur, la primera montada encima del segundo. La muchacha pelirroja daba intensos saltos sobre la polla hinchada de su hermano, mientras su padre los miraba de vez en cuando por el espejo retrovisor.

—Arthur, hijo mío, no seas tan brusco con tu hermana, o no tendrá ganas de que se lo haga yo.

—Qué puerco eres, hermano, estás hablando de tu propia hija —le regañó Andrew White, esposo de Elizabeth, que junto a sus hijas había decidido acompañar a su hermano y sobrinos. Catherine y Katrina Black iban en la parte de atrás de la camioneta, y justo en ese momento le mostraban las tetas a unos automóviles cercanos.

—No te preocupes, papá, siempre tengo ganas para ti, ahhh, ahhhh, ahhhhh. Y para ti también, tío Andrew, ahhhh, ahhhhhhhhhhhh —gimió Alexandra, mientras aumentaba la velocidad e intensidad de su montada encima de su hermano.

—Ohhhh, Alexandra, si seguimos así me vas a dejar secooo —dijo Arthur, debajo de ella. La camioneta golpeó otro bache, y nuevamente Arthur no lo sintió.

—¿Qué? ¿Acaso quieres darle de tu rica leche también a mi prima Ariel, pervertido? ¿¡O a la tía April!? —preguntó Alexandra, entre divertida y algo celosa, mientras se agarraba las tetas por encima de la camisa.

—No seas tonta, Alex, hm, hmmm, ufff,  yo no veo así a Ariel o… ohhh… a la tía April.

—Cuando te vean, ahhhh, hmmmmmmm, estoy segura que no van a pensar así, hermanito, ahhhh, ahhhh —gimió Alexandra, hasta que se le ocurrió una pregunta y se volteó para hablarle a su padre y tío—. ¡Un momento! Entiendo que la familia de mamá está llena de… ahhhhh, de pervertidas lujuriosas, y que ustedes dos se casaron con sus propias primas… hmmmmm, ¿pero qué hay de la tía April? Si recuerdo bien, es una hippie que se quedó en los 70s, aunque nunca los vivió.

—Nuestra hermana… sí, es peculiar —admitió Andrew.

—O sea está loca. ¡MUY loca!

—Cállate, Alexander. Pero no te preocupes, Alexandra, no está casada con alguna otra hermana de Elizabeth o Charlotte.

—Pero no entiendo, ¿quién es entonces el papá de…? hmmmmmm… esperen un segundo, ¿te vas a venir, Arthur?

—C-creo que sí…

—Bien, hazlo en mi interior, cariño. Eso, eso, eso… hmmmmmmmmmmm, síiiiiiiiiii, ¡sí, mi amor, córrete adentro mío!

Mientras Arthur se derramaba en el interior de su hermana mayor, Alexander y Andrew White se miraron entre sí frente a la carretera. Sabían cuál iba a ser la siguiente pregunta de Alexandra, y todavía no sabían cómo responderle.

Los White eran tres hermanos: el mayor, Andrew (esposo de Elizabeth, padre de Wellington y las gemelas); luego el del medio, Alexander (padre de nuestros protagonistas); y la menor era April White, una mujer que vivía en una cabaña muy al sur del país, que se dedicaba a vender “hierbas medicinales”, y que vivía solo con su hija, Ariel White. Ariel tenía la misma edad que Alexandra, Catherine y Katrina, y las cuatro primas se habían llevado siempre muy bien, siendo las mayores de la generación. Por ello, las cuatro ahora se iban a reunir por un día, y Arthur le comunicaría a April sobre la “súper reunión familiar” (como la había denominado Alice) que tendría lugar pronto, ahora que Isabella había regresado. Ahora, ¿por qué Arthur se les había unido en el viaje? Pues simplemente porque Alexandra necesitaba una polla en el camino.

Cuando a April White le preguntaban (entre cerveza y cerveza) quién era el padre de Ariel, generalmente respondía con un “ufff, cómo saberlo entre tantísimas opciones” y una risa chistosa. Cuando le preguntaban a Ariel, en cambio, aducía saber quién era su padre, solo que no quería decirlo a nadie.

—¿Les decimos? —le susurró Andrew White a su hermano, con complicidad.

—Nop, dejemos que lo descubran ellos mismos —respondió Alexander, golpeando un bache por enésima vez—. Ahora tendrán una mirada distinta cuando vean a su prima Ariel, y probablemente se den cuenta.

Los hermanos White tuvieron su propio recuerdo, mientras se acercaban a la cabaña de April. Una Memoria de la granja de los White, días después de que conocieran a las cuatro hermanas Black, que acababan de llegar de Inglaterra, y tenían a Andrew y Alexander completamente revolucionados (aunque Andrew no fuese a admitirlo).

—Oye, ¿cuidas el fuerte mientras salgo, hermanote? —preguntó el joven Alexander, en ese tiempo desprovisto de su barriga y su calva, un joven galán, apuesto y candente.

—¿Qué? ¿Otra vez? —se escandalizó Andrew, que en aquel tiempo era solo una versión más joven del mismo sujeto que era ahora.

—Vamos, ya conociste a esas cuatro, me volverán loco si no las veo de nuevo.

—¡Pero las viste ayer! ¡Y el día anterior…! ¡¡¡Y el anterior!!!

—¿Qué puedo decir? Necesito dedicar tiempo a cada una para saber cuál es la indicada… —dijo Alexander, poniéndose la chaqueta—. Vamos, no pongas esa cara, hermanote, no te hagas el tonto, que yo sé que te fijaste en al menos una o dos de ellas también.

—No digas tonterías, me debo dedicar a estudiar.

—Claro, vamos a fingir que no te acostaste ya con la mayor… ¿o era la menor?

—¡Ese es mi hijo, jajajaja! —gritó Aaron White desde su silla mecedora, en la puerta de la casa, mirando a la nada—. ¡Vamos! Vayan ambos a cortejar a esas chiquillas, ¡tráiganlas a casa!

El patriarca (en ese entonces) de la familia White, un hombre rechoncho, peludo, con largo cabello negro (y algunas canas) destacaba mucho en ese momento como símbolo de hombre sureño. En su boca tenía su décimo cigarro, en la mano izquierda una escopeta por ninguna razón, en los pies una cerveza, y en la derecha el coño de su esposa, que acariciaba con grandiosa habilidad.

Melissa White (cuyo apellido de soltera era Green) se levantaba la falda sin pudor para que su esposo pudiera masturbarla como solo él sabía hacerlo. Era una dama increíble y coqueta, de increíbles curvas, cabello negro y unos ojos verdes preciosos, esmeraldas que solo su única hija, April, había heredado.

—Oh, cielos, hmmmmm, estoy rodeada de tres hombres maravillosos, hmmmmm, mis hombres increíbles —gimió Melissa, la matriarca de los White, mientras abría bien las piernas para que su esposo pudiera meterle los dedos muy adentro.

—Meli, tírate a la hierba y ábrete bien de piernas, que voy a follarte como corresponde, mira cómo me pusiste —dijo Aaron, abriéndose el cierre del pantalón y mostrando una buena verga erecta. Ni siquiera así soltó la escopeta en su otra mano.

—Oh, querido, me haces ruborizar. ¿Me quieres de perrito o de espalda?

—Sorpréndeme.

—Perrito entonces. Vamos, entrale —indicó Melissa, en cuatro patas a las afueras de su casa, mientras su marido se ponía de rodillas detrás de ella, y fácilmente le penetraba el coño—. OHhhhhhhh, sí, muy adentro, monta a tu perra, querido, hmmmmm.

—Ma, pa, me voy —dijo Alexander, mirando a sus padres follar, saliendo de la casa y ajustándose la chaqueta. Subió a la camioneta (en ese tiempo de último modelo, ganada en una apuesta a unos escoceses) y encendió el motor, sin saber lo que tramaba alguien aun en la casa.

—¿Andrew?

—¿Sí?

—¿Me acompañas a seguirlo? —Era la voz de April White, una muchacha de la misma edad de Elizabeth Black, casi idéntica a su madre. Tenía largo cabello negro, protegido siempre por una bandana floreada; ojos verdes como gemas de jade, y era increíblemente voluptuosa, sin estar pasada de peso. Tenía los senos más grandes de la familia, así como un enorme culo que cubría con pantalones de pata elefante.

—¿Qué? ¿No puedo estudiar en paz? —preguntó Andrew ajustándose los anteojos—. ¿Por qué tengo que hacer eso?

—Porque si lo haces, dejaré que me lo hagas por detrás esta noche —contestó April con descaro—. Vamos, Andrew, sabes lo importantes que son ambos para mí, no quiero perderlos… Una flor en el verano necesita afecto y palabras hermosas. Y haré lo que sea por poner contenta a aquella hermosa y roja flor.

—Pero si tienes como veinte otros am…

—¿Quieres perderte la “analortunidad” que te ofrecí?

—Sí que estás demente inventándote palabras así. Ok, vamos.

Historia corta. Las cosas se sucedieron como debían sucederse. April y Andrew siguieron a su hermano en la motocicleta de un vecino al que April le prometió una felación. Encontraron a Alexander en un bar acompañado por Charlotte y Gabrielle Black, y otras chicas, todas impecablemente ebrias y cachondas, tocando el paquete de Alexander por sobre sus pantalones, o coqueteándole con la mirada y las palabras.

April corrió hacia Alexander y lo abrazó por la espalda antes de plantarle un jugoso beso en los labios. Charlotte y Gabrielle se sorprendieron, pero cuando captaron la mirada de Andrew, comprendieron de inmediato que se trataba de la loca hermana de ambos, sobre la cual ya le habían hablado. Alexander se apartó de su hermana, y se puso a gritar, enfadado. “¿Nunca me vas a dejar encontrar alguien?”, dijo. “¿Por qué tú si puedes meterte con quien quieras, chiquilla?”, dijo también, en voz muy alta.

Esa noche, Charlotte y Gabrielle se fueron a un hotel con un trío de hombres en el bar, así como con el barman. Alexander se fue con Andrew y April a la parte trasera del bar, entre unos contenedores de basura, y tras orinar lo que había bebido, comenzó a tranquilizarse.

—Ay hermanita, hermanita, ¿por qué nunca me dejas follar como corresponde?

—Te dejo follar con mamá…

—¡Sí, pero nadie más de afuera!

—Bueno, bueno, una que otra vez está bien —dijo ella, muy sonriente—, pero una flor también necesita que la rieguen, y no has regado la flor correcta con nada desde hace muchísimo tiempo.

—¡Te follé hace dos días! —exclamó Alexander, que volvió a bajarse los pantalones para mear. La borrachera le estaba afectando mucho.

—Muchísimo tiempo, como dije. No te enojes conmigo, hermano, por favooooor —suplicó April, haciendo un puchero—. Es solo que te quiero para mí principalmente. Y a Andrew también. Que se jodan los demás chicos, nadie es como ustedes… y haré LO QUE SEA para probarlo.

—Hermanita, a mí no me metas en esto que… oh… ohhhh….

April se había arrodillado, y tenía la polla de Alexander en la mano. Con soltura y confianza, apuntó el chorro de líquido dorado hacia sus gigantescos y redondos pechos, luego de abrirse aún más el escotado vestido floreado. En tanto, con la otra mano le bajó el cierre del pantalón a Andrew, tomó su delgada pero venosa polla, y se la metió rápidamente en la boca.

—April… hermana, ¿qué haces? —se horrorizó a medias Andrew White mientras le realizaban un fantástico y experto sexo oral.

—Los amo muchísimo a ambos, eso hago. Les doy amor. ¿Acaso creen que hay algo más grande que el amor? ¡No, no es la camioneta de papá!

—¡A todos les das amor últimamente! —refunfuñó Alexander, que veía su orina caer hasta los muslos de su hermana menor.

—Sí, el amor universal es bellísimo, pero nada se ama más que la familia.

—P-pero estamos al aire libre… n-nos pueden ver aquí y…

—Ya cállate, hermanote, disfruta del amor de nuestra hermana, será mejor —dijo Alexander, rindiéndose, y poniendo las manos detrás de la cabeza.

Cuando terminó de ordeñar la orina de Alexander, se llevó su verga también a la boca, y comenzó a dar efusivos y profundos bocados a una y otra verga. Su habilidad con la boca no tenía parangón. Era capaz de dar gargantas profundas con mucha facilidad, su larga lengua se movía como una anguila, había realizado chupadas desde muy tempranamente, y cuando usaba sus tetas…

—Oh, no, va a hacernos una rusa. Contrólate, hermanote.

—¿Qué? ¿Por qué habría de…? Hmmmmmmmmm —gruñó Andrew cuando April puso su polla entre sus senos enormes, y comenzó a masturbarlo con ellos, sin dejar de saborear la enorme, venosa e increíble verga de su otro hermano.

Habían estado en una posición similar años atrás, cuando aún estaban en la escuela y tuvieron un trío por primera vez. Lo hicieron en los baños de hombres, ella dejó secos a sus hermanos mayores después de una chupada de campeonato, y ahora solo se había vuelto más experta. Pocos minutos después, Andrew y Alexander White se corrieron en medio de fuertes espasmos, el primero liberando un largo chorro de lefa sobre las tetas de su hermana, y el segundo derramando su semilla sobre el rostro feliz de la muchacha.

April se puso de pie y comenzó a manosearse los pechos, jugando con el semen de sus hermanos, extendiéndolo por su cuello, rostro y reuniendo unos montones en sus pezones. Luego, y porque no tenía ninguna intención de terminar la fiesta, decidió darles un mini-espectáculo a sus hermanos mayores, y se puso a lamer y tragar el semen que había reunido habilidosamente en sus pezones duros, rojos y grandotes.

—Qué rica, rica, rica lefa. No puedo hartarme de ella, es el jugo de amor que todos merecemos, ¿sabían? Lefa, ¡leeeefa! Suena genial decirlo, ¿no? —April se puso de pie y se puso en medio de sus dos hermanos, mirándolos fijamente—. Vamos, ¿me van a decir que no se les puso…? Ohhh, eso es, hermano mayor, de eso es lo que habloooooo.

Como siempre que se venía, Andrew White se transformaba en una persona diferente. Un animal salvaje sin decencia, completamente desprovisto de razón, con el solo objetivo de follar a cualquier hembra que estuviera cerca. Andrew se puso detrás de April, la abrazó agarrándole fuertemente las tetas, y le trató de rasgar desesperado la falda.

Alexander, entre tanto, comenzó a besar el cuello de su hermana, y le metió un dedo en el empapadísimo coño mientras le susurraba al oído:

—¿Qué quieres lograr, hermana?

—Que me hagas tuya para siempre. Ambos.

Alexander metió su dedo colmado de jugos vaginales en la boca de April, que los chupó con glotonería, lamiendo cada centímetro de líquido transparente sacado recién de su fuente. Al mismo tiempo, la chica se levantó la falda del vestido, y saltó sobre el cuerpo de Alexander, abrazándolo con las piernas. Satisfecha, notó que él estaba completamente erecto otra vez, listo para el segundo round. Detrás, Andrew comenzó a golpear las nalgas de su hermana con su verga, buscando el agujero que necesitaba desesperadamente.

—Uhhh, chicos traviesos, ¿qué quieren hacerme?

—Vamos a convertirte en un emparedado de carne en público, hermanita —dijo Alexander.

—¡Pero soy vegetariana! —exclamó la muchacha, antes de que ambos hermanos la penetraran a la vez—. OHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH SÍIIIIIIIII.

El mete-saca comenzó de inmediato. Un hombre experto en sexo por delante, y una bestia cachonda por detrás. April White estaba en el paraíso, veía colores que no podían existir (aunque las “hierbas medicinales” que había probado antes tal vez tenían mucho que ver), y no le importaba gritar tanto que todo el pueblo lo supiera.

Una polla se deslizaba al interior de su coño mientras la otra salía de sus entrañas. Luego, esa se introducía al fondo de su recto, mientras la primera jugueteaba con su punto G, gracias a su curvatura natural. Alexander le besaba las tetas y Andrew el cuello, tirando su cabello para atrás, lo que a ella le fascinaba.

—Ohhh, ahhh, ah, ah, ah, Andrew, ufff, eres todo un animaaaaaal…

—¡Grrrr, grrrrrrrr!

—Te dije que iba a permitir que me dieras por culo. Y tú, Andrew… hmmmmm, hmmmmmmm, espera, espera, se vienen las estrellitas…

—¿Te estás corriendo hermanita?

—Síiiiii, sí, sí, están saltando las estrellitas, qué ricoooooo. ¡¡Denme duro, más que papá, más que nadie en el mundo!!

—Ahhhh, tus caderas se mueven muy rápido, no me voy a poder mover en semanas, ahhhh.

—Ggrrrrrrr, ahhhhh, grrr, hmmmmmmm.

—Sí, sí, denme duro, AHHHH, sí, otra estrellitaaaa, más, más, cójanme fuerte hermanos míos, mis hermanotes, con sus largas y grandes OHHHH, poooooollas, síiiii. —April cruzó sus fuertes piernas alrededor del cuerpo de Alexander, mientras su culo era intensamente sodomizado por el animal que era ahora Andrew—. Ahora sí que te tengo, Alex, no vas a poder escapar de míiiii.

—¿Y por qué lo haría?

—Porque estoy en mis días peligrosos, bobo, jajaja. —Alexander se quedó atónito, pero cuando su hermana le devoró el cuello, él descubrió que no podía parar. La vagina de su hermana lo tenía dominado, lo estaba absorbiendo.

—¿Qué? Ohhhh, oh, me voy a…

—Sí, sí, déjame preñada, hermano, ¡quiero una cría tuya, preña a tu hembra, Alex!

—Grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr, hmmmmmmmmmmmmmmmmmmm

—Y tú vacíate en mi ano, hermano mayor, échalo todo ahí, venga, ¡con fuerza, Andrew! —exclamó April, sudorosa, acariciándose sensualmente el cabello, lamiendo los restos de semen que había restregado antes por su cuerpo—. Vamos, mis machos, mis perros en celo, préñenme, ¡¡¡denme más fuerte, mierdaaaa!!!

El grito de ambos hermanos bajo la luz de la luna, cuando se vaciaron al interior de su hermana menor, se convirtió casi en una leyenda urbana del pueblo, del que incluso Alexandra y Arthur White habían escuchado. Ahora, los dos, además de las gemelas, saludaban a su voluptuosa tía April con tiernos besos en las mejillas. Los esperaba a las afueras de su cabaña, vestida aún como una hippie tradicional, y luciendo diez años menor de lo que era, con senos y un culo con quien solo algunas podrían competir.

—Alex, Andrew, mis hermanos, ¿cómo están, queridos?

—Bien, querida hermana, me alegra ver como tus… eh… hierbas crecen tan fuerte.

—Desde luego, desde luego, todo el condado me compra. ¿Gustas?

—Más tarde —dijo Andrew, nervioso.

—¿Recibiste mi entrega mensual, hermana? —preguntó Alexander.

—¡Por supuesto! Ariel siempre está bien… eh… ¿podemos hablar de esto?

—Sí, ya unimos a los chicos a la tradició familiar.

—¡Excelente! —exclamó Ariel White, saliendo de la cabaña para saludar a sus primos. Era una muchacha cool y relajada, y la más sexy que conocían. Tenía los mismos ojos esmeraldas de su madre y abuela, cabello negro teñido de verde en las puntas, varios tatuajes en los brazos, ropa muy reveladora, negra y de estilo gótico, y una cruz invertida en el cuello—. ¡Mis gemelas favoritas, vengan acá!

Catherine y Katrina besaron cada una una mejilla de su prima, y ésta les dio sendas nalgadas a ambas, que rieron alegres. Alexandra, en cambio, le plantó un jugoso beso en los labios, solo para poner nervioso a Arthur y Ariel se lo devolvió con gusto.

—De verdad las extrañaba a ustedes tres. Vamos a subir a mi habitación luego, ¿ok? Y con el juguetito que trae mi primo, jiji. Oh —dijo de pronto, dirigiéndose con algo más de frialdad a Alexander White—. Hola, pa.

—Hola hija.

No solo Arthur estaba nervioso ahora. En shock también se encontraba Alexandra. Un grito de espanto salió de las gargantas de las gemelas en perfecta sincronía. El muchacho fue el primero que habló, con un gallito indiscutible.

—¿Pa? Tú eres nuestra… QUÉEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE

Fin de las Memorias.

Continuará...