La Familia White (21)

Elizabeth, Isabella, Charlotte y Gabrielle Black siguen recordando, esta vez, la pijamada de despedida que tuvieron antes de viajar a Estados Unidos. Veremos cómo se prepararon antes de la noche, y lo bien que la pasaron juntas.

Respondiendo a @Gatoman1268, las Memorias son un arco de "La Familia White" que durará tres capítulos, así que después del de hoy falta uno más. Sin embargo, el primer reencuentro lo leerás hoy!

Capítulo 21: MEMORIAS, parte 2

—Muy bien chicas, creo que todas pensamos lo mismo —dijo Elizabeth, sentada con sus hermanas sobre la hierba de su patio—. Lo diremos al mismo tiempo, ¿sí?

—Sí —asintieron las demás.

—Entonces… antes de irnos de Inglaterra nos despediremos con…

—¡UNA PIJAMADA HOT! —gritaron Elizabeth, Charlotte y Gabrielle a la vez, con las manos empuñadas al techo.

—¿Una película? —dijo insegura Isabella, al mismo tiempo que ellas, ganándose las risotadas de sus hermanas menores y de la mayor—. Está bien, está bien, pijamada “hot”.

—Usaremos nuestros pijamas más sensuales y nos encontraremos en mi habitación a las 9. Pueden encender sus motores como quieran antes —ordenó Elizabeth, mientras se ponía de pie.

—¿A dónde vas, Eli?

—Tengo mis propios métodos. Busquen los suyos. Solo recuerden estar muy bien preparadas para la noche, ¿está bien? Traigan cosas.

“Estar preparadas” significaba estar muy cachondas. “Traer cosas” significaba traer objetos sexuales que hicieran más interesante la velada.

Así lo recordaron Elizabeth, Isabella, Charlotte y Gabrielle Black mientras revivían la flama de sus Memorias. Lo mismo se dijeron por teléfono ahora que iban a encontrarse en la granja de los White. Esta vez, las Memorias eran de aquella noche antes de que partieran a Estados Unidos debido al trabajo de su padre.

Ahora se preguntarán, ¿qué buscaron las hermanas Black para entretenerse? Pues es muy sencillo, o al menos lo fue para ellas.

Elizabeth Black fue a la cocina y con descaro, sin importar que los otros cocineros la mirasen, tomó de la mano al chef, que en ese momento preparaba los postres para la cena. Lo llevó a un rincón de la cocina, se subió la falda, y lo obligó a realizarle sexo oral, permitiéndole masturbarse al mismo tiempo, ante la mirada atónita de los demás. El chef, desde luego, obedeció encantado.

—¿Cuál es mi sabor, querido? ¡Ah! Hmmmm. ¡Dímelo de nuevo! —exigió la mayor de las Black mientras se sobaba las tetas.

—Divino, señorita Elizabeth, es un manjar divino —dijo el chef, pajeándose mientras se degustaba con el interior de la pelirroja de rizos.

Cuando el buen hombre anunció su corrida, ella arrebató a una de las criadas uno de los postres, una torta de merengue con chocolate y frutillas, y lo tendió en el suelo frente a él, mientras frotaba su rostro contra su coño.

El cocinero se derramó sobre el pastel que había cocinado, después de que ella misma se vino en su boca, premiando la gran habilidad con la lengua que ella siempre buscaba cuando iba a la cocina. Luego, con una sonrisa, Elizabeth se inclinó para recoger el pastel, y con gusto le dio una cucharadita. Luego de comprobar lo rico que sabía, decidió ordenarle a los otros cocineros que hicieran lo mismo, a cambio de probar la corrida de la mayor de las Black.

Isabella Black, fingiendo hacerlo a regañadientes, se dirigió a la habitación de una de las criadas, la francesa que siempre le había encantado. Ésta abrió la puerta, e Isabella le plantó un jugoso beso de lengua sin mediar más palabra. La criada no protestó más que durante unos diez segundos, hasta que los besos y la juguetona mano de la pelirroja en su entrepierna le hizo cambiar de opinión. Isabella le pidió a la muchacha que posara y bailara para ella, y ésta obedeció sumisa. Con su cortísima falda negra, sus ligueros, y su impresionante escote, la criada bailó ante Isabella, que se tocaba la concha mientras la miraba. Estaba chorreando al son de una música que solo ambas escuchaban en sus cabezas. La criada francesa se pasaba sensualmente las manos por las tetas, la cintura, el cuello, las larguísimas piernas, siempre cuidando de que nunca se mostrara demasiado. Así era el juego… Sin embargo, Isabella no pudo aguantar por demasiado tiempo. Las dos mujeres se abrazaron y se lanzaron a la cama.

—Quiero que me metas la lengua, hija de puta.

—Con gusto, mademoiselle. ¿Qué parte?

—Sorpréndeme, perra.

Sin dejar de bailar, la criada puso a Isabella en cuatro patas, y le introdujo la lengua en el culo sin ningún asco. La segunda de las Black se puso a chorrear como una poseída, y mientras gemía de gusto, le pidió que se quitara los ligueros y las bragas.

Cuando la criada se los entregó, y retomó su trabajo en el ano de Isabella, ésta se entretuvo lamiendo las prendas de la muchacha con una satisfacción infinita. Luego le preguntó si el conjunto de mucama venía con algún objeto extra…

Charlotte Black salió de la habitación de su madre con el objeto que tenía guardado en su cajón secreto, y cuyo contenido solo ambas conocían. Un maravilloso dildo de 33 centímetros que Charlotte llevó el dildo a la entrada de la mansión, donde tres de sus mayordomos, Hugh, Victor y Lou miraban por la ventana el jardín de la familia. Charlotte les sorprendió con un “oigan”, y cuando ellos la miraron, de inmediato comenzaron a babear ante la jovencita completamente desnuda que tenían enfrente. La chica dejó el dildo en el suelo y se sentó sobre él sin dificultades. Luego llamó a sus mayordomos lujuriosamente con un dedo, y les pidió que la usaran como quisiesen, pero que al terminar, se viniesen en su boca.

—¿En su boca, señorita Charlotte? —preguntó uno de ellos nerviosamente, mientras se quitaba el cinturón y se aseguraba de que ningún visitante llegase a la mansión.

—Sí, Lou, todo en mi boca. Y si un hombre llega ábrele la puerta y que haga lo mismo. Quiero que sea abundante, eso es todo. Ahora bien, tienen mi culo, mis manos y mi lengüita traviesa, pues mi coñito está ocupado. ¿Qué eligen?

Victor, más rápido que los demás, se ubicó detrás de Charlotte y comenzó a acariciarle el culo con un dedo previamente lubricado con saliva. Hugh tomó delicadamente la cabeza de la chica, y la acercó a su polla empalmada. Charlotte extendió la mano para agarrar la polla del nervioso Lou, para hacerle una paja.

Sería un buen entretenimiento, aunque no lo suficiente. Sus mayordomos eran demasiado respetuosos con ella, la conocían desde que había nacido. Iba a tener que aguantarse los primeros envites lentos, para tener el regalo que quería. Pensando en eso, Charlotte comenzó a montar intensamente el dildo entre sus muslos.

Gabrielle Black, la menor de las hermanas, esperó a su padre en su escritorio. Cuando Graham entró, notó sobre un mueble la cámara de video recién salida al mercado que rápidamente habían comprado, con la luz roja encendido, que indicaba que estaba grabando.

Gabrielle estaba inclinada sobre el mesón, con sus pantalones y braguitas a la altura de las rodillas, mirando hacia atrás con deseo a su padre. Éste se ajustó el bigote y se desabrochó los pantalones, comprendiendo de inmediato las intenciones perversas de su hijita.

—¿Vas a jugar con ese video, bebita?

—Sí, papá. Dime, ¿me lo meterías por favor? Te prometo que nadie más que la familia lo verá —dijo Gabrielle, con su mejor expresión de lasciva inocencia, llevando una mano a sus labios mayores, separándolos con los dedos, permitiendo que sus lujuriosos jugos vaginales chorrearan al piso recién encerado.

—¿Quieres mi pene en tu conchita?

—Sí. Lo necesito. ¡Penétrame, papá!

El hombre se puso detrás de su hija, tocando su cintura con sus grandes manos. Poco a poco, con cierta facilidad, Sir Graham Black se introdujo al interior de Gabrielle, sacándole deliciosos gemidos de satisfacción y deseo descontrolados frente a la cámara. Para ella, y también para sus otras hermanas, el pene de su padre era un regalo del cielo. Algo de lo que no podían hartarse. Algo que les daba vida, y sin el cual no podían vivir.

Eran las nueve de la noche. Las cuatro muchachas aparecieron en la habitación de Elizabeth Black luciendo los pijamas más sexys que tenían, además de algunos regalos para la fiesta de despedida de Inglaterra. Cuatro mujeres pelirrojas, que a pesar de su corta edad, habían experimentado el sexo más tabú de todos, y lo abrazaban como una parte íntegra de sus vidas. Para ellas no había límites. Sus padres les habían enseñado que mientras disfrutaran de algo, no tenía nada de malo.

Elizabeth lucía un vestido de pijama largo, tipo kimono, de color azul, muy escotado para destacar sus ya crecidas tetas. Isabella llevaba un camisón blanco que mostraba sus sensuales piernas. Charlotte lucía un babydoll rojo sumamente sexy que combinaba con su cabello y destacaba sus curvas. Gabrielle llevaba una polerita amarilla muy delgada, con shorts rojos.

—Eso es, así me gusta —dijo la mayor, mientras cerraba la puerta con llave. Para lo que iba a ocurrir esa noche solo se necesitaban entre sí, cuatro hermanas que se conocían mejor que nadie; ni siquiera sus padres serían permitidos esa noche—. ¿Qué tan encendidas están, del 1 al 10?

—¡Diez! —gritó Gabrielle.

—…¿Seis? —dijo Isabella, dubitativa. Una evidente mentira.

—Eso me parece bien. Yo comparto la opinión de Gabi. ¿Qué trajeron, queridas?

—Lo mío está en esa bolsa, mejor se los presento después —dijo Isabella, indicando a una bolsa negra que había dejado en el rincón.

—Lo que yo traje lo podemos ver de inmediato —dijo Gabrielle, que conectó la videocámara al televisor de último modelo en la habitación—. ¿Qué mejor que empezar una pijamada con una buena película casera? ¿Tú que trajiste, Eli?

—Algo delicioso que les va a encantar saborear toda la noche —dijo Elizabeth, presentándoles una gran torta de chocolate, merengue y frutillas, completamente bañada en un pegajoso y aun caliente líquido blanco. A las otras chicas se les hizo agua la boca.

—¿Charlotte? —preguntó Isabella, pero su hermana no respondía, solo se limitaba a sonreírles con agudeza y picardía.

De pronto, la tercera de las Black se puso de pie, y se acercó a la cama de Elizabeth, contorneando las increíbles curvas que tenía para su edad. Tomó a su hermana mayor del mentón, impulsándole a abrir la boca, y después derramó en su interior un brumoso líquido blanco que había guardado un buen rato. Casi un litro de deliciosa leche comenzó a correr por la garganta de la mayor.

Luego, sin detenerse, Charlotte gateó hacia Isabella, en la otra punta de la cama, y repitió el proceso. Isabella ni siquiera pestañeó cuando la leche caliente de los mayordomos, que Charlotte había reunido en su boca, tocó su lengua y corrió camino abajo.

Finalmente, cuando se volteó a su hermana menor, Charlotte vio con satisfacción que Gabrielle estaba de rodillas en el suelo, con las manos juntas, palmas arriba en actitud suplicante, y la lengua afuera. Charlotte se puso de rodillas y besó a su hermana para terminar de compartir aquel delicioso jugo de los dioses, que las cuatro tanta amaban.

—Un aperitivo —dijo Charlotte, sentándose en el suelo como si nada hubiese pasado, esperando a que su hermana menor le diera al “play” en la videocámara, pero la muchacha aún estaba tragando el regalito de su hermana.

—Ok, ok… ya voy, es que… ummmm, delicioso… ¿de quién es?

—Los mayordomos. Ah, y un par de jardineros también.

—Ufff, qué delicia, qué rico. Ahora sí, siéntense cómodas hermanas mayores, que el espectáculo va a comenzar —anunció Gabrielle mientras sus hermanas se acomodaban entre las almohadas, ya con las bragas lo suficientemente mojadas como para iniciar sus actividades con el menor estímulo. Cada una tenía un plato con un pedazo de la torta que Elizabeth había traído, y se que morían por saborear y tragar.

En el televisor apareció Gabrielle, reclinada sobre el escritorio de papá, moviendo el culo mientras lo esperaba ansiosamente. Cuando Sir Graham apareció, las chicas se estremecieron. La verga erecta de su padre las ponía a mil, no había ningún hombre como él, o al menos aún no lo conocían.

Elizabeth tomó un gran bocado de torta cuando su padre penetró a su hermanita en el video. La tomó de las caderas como solo él podía hacerlo. En todo el mundo, solo había una persona que podía dominar a Elizabeth así, y ese era él. Con él, ella se sentía sumisa, deseada, como una perra en celo a la que pueden hacer lo que gusten. El sabor del semen en la torta, junto a lo que veía en el televisor, le puso a mil, así que se abrió el vestido y comenzó a pellizcarse los ya duros pezones.

—Oh, Gabi querida, papá te dio muy, muy duro.

—Sí, y mira, ahí es cuando agarró mis tetas como un salvaje —dijo Gabrielle, tocándose la conchita por sobre el short de seda.

—Papá es un animal… ¡es un toro! —exclamó Charlotte mientras se introducía un dedo entre sus piernas, y otro en la boca, que lamió con devoción.

En el video, las embestidas de Sir Graham sonaban intensamente contra las nalgas de Gabrielle, cuyo rostro reflejaba un placer infinito. Luego, el caballero inglés daba vuelta a su hija, la recostaba sobre el escritorio, apoyaba sus delgadas y pequeñas piernas sobre sus hombros, y volvía a penetrarla. Era un experto, sabía cómo complacer a cualquier mujer. A la vez que la penetraba dura y vigorosamente, Sir Graham comenzó a pellizcar un pezón de su hijita con una mano y su clítoris con la otra. Pronto, Gabrielle se vino entre convulsiones, y un chorro de líquido transparente salió volando desde su coño, pero su padre no se detuvo.

Elizabeth miró a Isabella y le guiñó un ojo. Su hermana gateó por la cama hasta su hermana mayor, y le abrió el vestido completamente para admirar sus fabulosas tetas. Luego comenzó a lamerle y besarle los pezones, tal como había hecho desde hacía años.

—Oh, Isa querida, como siempre, tu lengua es sensacional.

—No te quedes ahí, hermana, voy a necesitar también un poco de atención.

Sobre la cama, Isabella se quitó el camisón y Elizabeth el vestido, después de un coqueto baile que ambas se brindaron entre sí, quedando solo en ropa interior. Elizabeth se recostó sobre la cama después de dar otra mordida al pastel cubierto de semen que ella misma había cocinado, mientras Isabella se ubicaba por encima de ella, con la cabeza entre las piernas de su hermana. Tal como acostumbraban, se corrieron las braguitas a un lado, y sin dejar de mirar la pantalla, comenzaron un perfecto 69 entre hermanas.

—¿Así te agarró papá las tetas, hermanita? —preguntó Charlotte, de rodillas detrás de Gabrielle, manoseándole los pechos como si fueran sus juguetes.

—Sí, pero sus manos son más grandes, me cubrían los senos completos, sin dejar nada de lado mientras me metía la lengua por la garganta… —Gabrielle se volteó hacia Charlotte con deseo, y ésta comprendió sus sentimientos. Charlotte abrió la boca, sacó la húmeda y lasciva lengua, y la mezcló con la de Gabrielle, compartiendo su saliva incestuosa en un baile sin igual.

Mientras veían a sus hermanas mayores devorándose mutuamente los coños, las menores se tiraron al suelo abrazadas, sin que sus lenguas se soltaran. En el caos de placer, Gabrielle buscó con curiosidad y agilidad las bragas de su hermana, las bajó un poco, y metió un dedo en su ya mojadísima conchita. Charlotte hizo lo propio, tocando con el pulgar el clítoris de su hermana menor, a la vez que metía el dedo corazón entre sus labios vaginales.

—Estás empapada, hermana, uffff…

—Es que me encanta hacerlo contigo, Gabi, por más que peleemos.

—Tus dedos… hmmmmm… es increíble, Charlotte, ahhhhh… es casi como el pene de papá…

—Y tengo algo mucho mejor, pues no solo traje la leche en mi boca, ¿sabías? —Charlotte extrajo el dildo que le había sacado a su mamá y que había usado mientras la cubrían de semen. Aún estaba mojado con sus propios jugos, e hizo que Gabrielle lo lamiera un poco antes de introducirlo en el coño de su hermanita menor.

—Hmmmmm, mmmmm, slurrrrp, aún tiene tu sabor, hermana, está riquísimo.

—¿Lo quieres ahora allá abajo, Gabi?

—Sí, por favor. Eso… Ahhhhh… ¡ahhhhhhhhhhh! —dijo la chica, cuya trenza pelirroja se movía a todos lados a medida que Gabrielle se estremecía de placer.

Un dildo en el chumino de Gabrielle, y los dedos traviesos de ésta en el interior de Charlotte. Isabella y Elizabeth seguían devorándose los coños mutuamente, escupiendo entre sus labios, lamiendo sus clítoris, deleitándose con sus olores, suspirando de placer gracias a sus bocas y lenguas habilidosas.

Debido a que Elizabeth había dejado ya la escuela, las cuatro no podían tener sexo todas juntas en los salones o en el patio, pero todavía lo recordaban. Para despedir a su hermana mayor, sus tres hermanas, vestidas con sus coquetos uniformes escolares, la metieron en un cuarto de aseo (cuyas llaves había obtenido Charlotte tras comerle la polla al encargado), y le devoraron la vagina. Ahora, un año después, lo que despedían con sus fluidos corporales era su natal Inglaterra, para partir más allá del mar a conocer los famosos Estados Unidos, y sus costumbres mucho más liberales que les facilitarían mucho más la vida. Se decía incluso que había estados reconocidos por sus costumbres incestuosas, así que les venía como anillo al dedo el ir y seguir follando con sus padres.

—Ti-tienes tres dedos ahora, Charlotte, hmmmmm, ahhhhh, ¿s-se siente bien?

—Sí, tus dedos son fabulosos, hermanita, ahhhhh, ¿pero qué tal se siente este dildo en tu coñito? Ahhhhh, ahhhhhh, ahhhhhhh.

—M-muy bien… m-me… me corro…

De pronto, Elizabeth e Isabella bajaron de la cama. La mayor se ubicó detrás de Charlotte, y comenzó a darle lujuriosos lametones en el culo mientras Gabrielle le penetraba el coño. Isabella, en tanto, sacó sus herramientas de su bolsa, la que la criada francesa le había prestado, y besó deliciosamente los labios de la menor de sus hermanas.

Elizabeth se recostó de espalda, y puso a Charlotte entre sus piernas. Ésta apuntó el dildo y penetró a su hermana mayor, mientras le daba tiernos lametones en su clítoris, sacándole increíbles suspiros de placer.

—Oh, querida, tienes una lengua fabulosa, hmmmmmm, de verdad que extrañaba eso, y el dildo de mamá es siempre increíble hmmmmm.

—¿Ah? Pensé que solo yo sabía dónde estaba oculto.

—No seas boba, querida, fui la primera con la que mamá lo uso, hmmmm, vamos, no dejes de lamerme mientras me penetras…

—Está bien, pero quiero que después me des por culo, ¿sí?

Isabella arrojó a Gabrielle a la cama, y sin darle tiempo de reaccionar, le amarró las muñecas a la cama con un par de esposas. Luego, la segunda de las Black se ató un dildo a su cintura, uno largo y de color amarillo con pequeñas motas que aumentaban el placer.

—¿Vas a penetrarme, Isa?

—Sí, pequeñita, y no podrás hacer nada para evitarlo. ¿Estás lista, o crees que no seré tan capaz como papá?

—Me da igual quien sea, solo necesito un gran pene en mi chumino. ¡Métemelo, Isa!

Isabella se metió en el cuerpo de su hermana menor, sintiéndose como un hombre al hacerlo, lo cual estaba desesperada por intentar. ¡Le encantaba la experiencia!

Pronto, las cuatro hermanas gemían como bestias lujuriosas, como hembras en celo que eran a pesar de su juventud.

—Hmmmmm, hmmmmmmmm, sigue, Charlotte, querida, hmmm, mételo más adentro, sí…

—Sluuurp, slurp, tus jugos me están mojando la cara, Eli, me los voy a tragar todos, sluuurp.

—Ahhhh, ahhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhh, me voy a correr de nuevo, sigue follándome Isa, ahhhhh.

—Hmmmmm, sí, sí, sí, ¿se siente bien? ¿Te gusta cómo te lo meto, Gabi? Hmmmmm.

En la película casera, ahora, Sir Graham Black arrojaba a Gabrielle al suelo, le abría las nalgas y, como reveló la chiquilla mientras compartía una corrida con Isabella, su padre le estrenaba el culo con su gigantesca verga. Todas habían pasado por el proceso a la misma edad, y ninguna se había arrepentido en lo más mínimo. Las cuatro habían sido estrenadas por todos sus agujeros por su maravilloso padre, y estaban desesperadas por conocer más hombres como él al otro lado del océano Atlántico.

Las cuatro chicas subieron a la cama, pegaron las caras una junto a la otra formando un cuadrado, y comenzaron a jugar con sus lenguas en el centro. Compartieron así los fluidos de la otra mientras se preparaban para la última etapa. Las cuatro hermanas se terminaron de desnudar, y tres de ellas amarraron las muñecas de Charlotte entre sí con las esposas, poniendo sus brazos detrás de la espalda. Luego, Isabella se acostó en la cama, y las chicas sentaron a Charlotte sobre su dildo erecto. Luego, Elizabeth se puso detrás de Charlotte, le abrió las nalgas, y comenzó a penetrarle el culo con los dedos, al mismo tiempo que se metía el dildo restante en su propio culo. Finalmente, Gabrielle se sentó en los labios de Isabelle, y se inclinó para devorar los pechos de Charlotte.

—Ohhh, qué rico se siente un pene al fin en mi coño, ahhhhhh, ahhhhhhh, se parece mucho al de papá, aaaaahhhhh y Eli, tus dedos están haciendo maravillas en mi ano, aahhhhhhhhhhhhh —gimió Charlotte, mientras montaba el dildo y los dedos lubricados de sus hermanas mayores. Elizabeth tiraba de sus brazos gracias a las esposas, lo que le era muy sexy.

—Lo sé, no hay nada como una buena polla en el culo, querida —dijo Elizabeth, masturbándose analmente con el juguete de su madre—. No puedo creer que mi mamá se lleve este placer todas las noches que papá no está, ¡me fascina! HMMMMM.

—Tus pechos son grandiosos, Charlotte, espero tenerlos como tú más adelante —dijo Gabrielle, lamiendo el espacio entre los senos de su hermana mientras le pellizcaba los pezones—. Ahhhh, ahhhhhh, tu lengua está muy adentro de mi coñito, y ahora me está lamiendo el culito también, Isa, ahhhhh, eso, cómeme ambas cosas… aaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhh.

Isabella, con la boca ocupada, no dijo nada, pero estaba deseosa de los juguitos de su hermanita en la boca, y también que Charlotte se corriera con su falso pene. Era una verdadera locura.

Las cuatro muchachas anunciaron su mayor orgasmo casi al mismo tiempo. Un caos de distintos fluidos, creados del amor incestuoso y lésbico, corrieron bajo los muslos, o sobre los rostros y tetas de las chicas, que con los ojos fuera de las órbitas y las lenguas afuera, no podían concebir tanto placer. Se conocían desde siempre, sabían lo que le gustaba a la otra, y la fiesta no podía terminar de otra manera que con un orgasmo general. Una corrida maravillosa, donde Elizabeth se bebía su propio orgasmo anal de la fuente en forma de dildo; Isabella se tragaba los jugos de sus hermanas, restregándolos por su cuerpo juvenil mientras se masturbaba; Charlotte se derrumaba sobre el dildo que había montado, liberando chorros de líquido transparente sobre los dedos de Elizabeth; y Gabrielle caía rendida en un mar de placer, antes de degustarse con los últimos trozos de torta de lefa que habían dejado…

Años después...

—No, no, no, estoy segura que fui yo la que se corrió en la boca de Isabella —dijo Charlotte Black, esposa de Alexander White, años después, sentada en el granero mientras Gabrielle Rojo le lamía el cuello y acariciaba sus tetas. Ésta también quiso intervenir con su propia memoria.

—De hecho, me parece que Isabella me había comido el culo, mientras Elizabeth me tenía atada con las esposas.

—Yo no siquiera recuerdo haberte atado, querida… aunque sí estoy segura que Charlotte se corrió en mis dedos más de una vez —intervino Elizabeth Black, la mujer que había heredado gran parte de la fortuna familiar, masturbándose elegantemente delante de sus hermanas—. Uffff, no sé si aguante más, queridas.

—Tenemos que esperar, hermanas… hmmmmm, oh, Gabi, tu lengua sigue siendo increíble. Tenemos que esperar hasta que Isa llegue… ufffff…

—Costó mucho contactarla. Dijo que traía una sorpresa… hmmmm, Eli, ¿por qué no vienes y me lames un poco el coño, porfa?

—Gabi, querida, iba a pedirte justo eso. Pero soy la mayor, así que…

—Esperen. ¿Escucharon esas pisadas? Creo que llegaron.

—Uff, apenas vea a nuestra hermana les juro que le arranco todo y le devoro la concha, ¡ni siquiera sabemos en qué país anduvo durante estos años!

—Bueno, vamos a averiguarlo —dijo Charlotte, abriendo la puerta del granero para recibir a su pérdida, antiguamente recatada hermana—. ¡Oh, aquí estás, Isa! ¿Dónde habías…? ¡Oh!

—Hm… no se si correrme del gusto ante las posibilidades, o curiosear en la trama —dijo Gabrielle.

—Isabella, ¿nos presentas a tu compañera? —preguntó Elizabeth, sabiendo la respuesta apenas vio el anillo en el dedo anular de su hermana.

Isabella Black estaba ante ellas acompañada por un chico asiático muy tímido, y una mujer de edad similar a ellas, imposiblemente sexy (tal vez una de las más sensuales chicas que hubieran visto en sus vidas), con una sonrisa radiante y unas curvas de infarto. Era obviamente la madre del chico, que debía rondar la edad de Ariadna y Arthur.

—Hola, hermanas… les presento a mi esposa, Li Meilin. Este es nuestro hijo, Shao. Y díganme, ¿acaso estaban recordando nuestras Memorias sin mí?

Continuará...