La Familia White (20)

Charlotte y sus hermanas recuerdan su juventud, cuando comenzó a gestarse su lujuria desenfrenada. Charlotte y Gabrielle le dan un desayuno de campeón a su padre; Elizabeth lleva a su tío al pecado; Isabella trama algo que es descubierto por su madre. ¡No se lo pierdan!

Primero, disculpen la demora. Necesitaba construir bien este segmento de la historia, dividido en tres partes, llamado "Memorias". Espero que les guste.

Capítulo 20: MEMORIAS, parte I

Antes de Alexandra, antes de las gemelas, antes de Valentina, e incluso antes de que Amador Rojo, Alexander y Andrew White aparecieran en sus vidas, las cuatro hermanas Black ya habían comenzado su vida de desenfreno y lujuria desde muy, muy jóvenes. Las cuatro recordaban esto mientras miraban las fotos familiares y esperaban reunirse. Ya era hora de reavivar las llamas de la pasión que solo esta familia podía generar. Esas llamas eran Memorias.

La primera Memoria venía desde Inglaterra, hacía exactamente veinte años, unos meses antes de que las hermanas Black viajaran a Estados Unidos por primera vez, y conocieran a los White, sin saber que eran sus primos.

Elizabeth Black era la mayor. Dominante, bella y elegante desde muy joven, con largo cabello rojo, rizado y muy claro, y bellos ojos azules. Tenía unas curvas de espanto, que mostraba sutilmente con faldas largas y camisas escotadas, para mostrar el control que tenía sobre todo y todos en la ciudad. En aquel tiempo había encontrado un trabajo como vendedora de joyas, y el dueño pasaba todo el tiempo feliz viendo como las ventas subían más y más, pues la gente iba a comprar solo a verla.

Sus hermanas aún eran colegialas. Isabella tenía el cabello escarlata oscuro, lacio, con una melena que alcanzaba su cintura, y un flequillo sobre un ojo. Estos eran casi negros. Era seria y recatada, la más aplicada de su curso, y la consideraban la voz de la razón en la familia, a pesar de que no le gustaba salir a divertirse como a sus hermanas. Era la más alta de las cuatro, con unas tetas muy bien desarrolladas para su edad, y unas piernas de espanto.

Charlotte se había hecho una reputación en la escuela como la heredera de Elizabeth en el rol de la “puta oficial de la escuela”. Era lo que llamaban una “chica mala”, usando siempre ropa reveladora a pesar de los regaños de los profesores, y ausentándose cada cierto tiempo de clases para irse a los baños con los chicos. Tenía un carisma fabuloso, una sonrisa intrigante, y una mirada penetrante.

Gabrielle, la menor de las cuatro, tenía un humor increíble que llenaba de vida la casona en la que vivían. Siempre saltando, bailando y curioseando, comenzó a asistir a fiestas desde muy joven. Era habitual verla bebiendo entre los mayores, dejándose acariciar, o buscando “novios” entre ellos. En aquel tiempo era su madre quien le trenzaba el cabello rojo.

La madre de las cuatro, Audrey Black, preparaba el desayuno para recibir a su marido y sus niñas, que no tardarían en llegar desde sus habitaciones. Café, tostadas con mermelada, y barras de chocolates para todas, para que estuvieran bien despiertas antes de ir a la misa. David Bowie sonaba en la radio, reemplazando a los maravillosos Stones.

—¡Mamá! —gritó Charlotte, anunciando su llegada. La muchacha vestía solo unas braguitas negras y una remera de pijama gris. Antes de que entrara en la cocina, sin embargo, apareció la menor.

—¡¡Mami, protégeme de Charlie!! —dijo Gabrielle, con pantalones y camiseta de algodón rojo, muerta de la risa, y llevando un brasier de encajes en la mano.

—Dios mío, niñas, ¿qué les sucede? —preguntó la jovial Audrey, una mujer de largo cabello negro, ojos azules, y un cuerpo de impacto a pesar de haber sido madre de cuatro. Aún conservaba parte de su natural acento americano.

—Mamá, Gabi se robó mi brasier favorito. Dile que me lo devuelva, o sino... —amenazó Charlotte, tomando al mismo tiempo una tostada para comerla, sin dejar de mirar a su hermana menor.

—¡Solo se le pedí prestado para hoy! —se defendió Gabrielle, medio risueña, detrás de la larga falda de su madre.

—No es cierto, me lo robó. ¿Y para qué lo quieres tú? Tus tetas no son tan grandes como las mías, no podrías usarlo bien.

—¿Para qué quieres TÚ usarlo? Vamos a misa, no a un bar.

Audrey tomó dos de las barras de chocolate, y metió una a cada boca de sus hijas, para callarlas. Ambas chicas masticaron, se ruborizaron, y pronto se calmaron.

—¿Mejor? —Tras comprobar que así era, Audrey acarició el cabello de sus hijas—. Sean buenas hermanas y compartan, ¿ok, Charlotte?. Y Gabrielle, tu hermana puede vestir lo que quiera a donde quiera. ¿Estamos claros?

—Sí, mamá —respondieron ambas al unísono, más tranquilas.

—Bien. Si seguían así iban a despertar a toda la ciudad. Oh, ya escucho los pasos de su padre. Niñas, mientras termino de hacer el desayuno para todas, ¿pueden encargarse de su padre?

—¡Sí, mamá!

Sir Graham Black bajó desde su habitación en el tercer piso en ese instante. Un perfecto caballero inglés luciendo un pijama azul tradicional, bigote bien recortado, cabello corto y un cuerpo bien atlético debido a haber sido jugador de rugby en su juventud. Ahora entrenaba a su propio equipo.

—Buenos días —anunció Sir Graham.

—Buenos días, cariño —dijo Audrey, sonriente, bella y complaciente, entregándole su taza de café, preparada de antemano, a la cual él le dio un satisfactorio sorbo—. No te preocupes por mí, empieza a desayunar y las chicas van a atenderte, ¿sí?

Gabrielle recibió el periódico de uno de los mayordomos en el lobby, volvió corriendo a la cocina, y se lo pasó alegremente a su padre, que le agradeció con una sonrisa. Charlotte recibió la taza de café para que Sir Graham pudiera dar un mordisco a la tostada.

Luego, las dos chicas se prepararon para su parte favorita. Se pusieron una a cada lado de su padre, y se inclinaron para que él pudiera acariciarles el trasero. Entre ambas le bajaron el pantalón y comenzaron a palpar la grandiosa, venosa y durísima polla del patriarca de los Black.

—Dios mío, papá, estás muy grande hoy —dijo Gabrielle, devorando el pene de su padre con la mirada, toqueteando sus enormes bolas.

—Apuesto que tienes mucha leche para nosotras —dijo Charlotte, tirando hacia atrás y adelante la piel de la verga, masturbando a su padre lentamente.

—Madre mía, y eso que anoche me dio muchísima. No tienes remedio, ¿eh, cariño? —sonrió Audrey mientras comprobaba la cafetera y servía jugo para sus hijas. Generalmente las criadas se encargaban de ello, pero los domingos eran una excepción.

Charlotte y Gabrielle sacaron la lengua y comenzaron a lamer la punta del pene de su padre, mientras éste leía el periódico, les bajaba las braguitas y empezaba a palpar sus húmedos coñitos. A ellas les fascinaba empezar sus mañanas haciéndole mamadas a su padre. A pesar de su corta edad, ya habían probado muchas pollas, pero ninguna como la de él, a la que gustosas habían entregado su virginidad las cuatro. Su sabor era delicioso, su textura se sentía especialmente bien en su lengua, y cuando comenzaban a chuparla, se morían por dentro cada vez que la redonda y deliciosa cabeza golpeaba todos los rincones de su boca.

—Me toca a mí primero hoy —dijo Gabrielle, alegre.

—Lo sé, lo sé —asintió Charlotte, sin ganas de pelear.

La joven Gabrielle tomó la polla de su padre y se la metió al fondo de la garganta, hasta que tuvo arcadas. Aún no era tan capaz como sus hermanas para hacer un “garganta profunda”, pero Sir Graham notaba que había mejorado mucho. Mientras tanto, Charlotte se entretuvo lamiendo los testículos llenos de leche, y se estremeció cuando su padre le metió un dedo en el chumino.

—Están mojadísimas ambas, ohh… —gimió Sir Graham, ganándose una risilla complacida de sus dos hijas.

—Cualquiera se pone así chupando un pene como el tuyo, cariño —dijo Audrey, satisfecha al comprobar la habilidad de sus hijas. Se convertirían en excelentes mujeres, pensó.

—Está riquísimo. ¿Te gusta, papá? —preguntó Gabrielle luego de su enésimo garganta profundo, mucho mejor que los anteriores. Esperaba que su papá se viniese mientras estuviera cobijado por la garganta de la chica.

—Casi, casi, aún falta un poco, hija, ohhh...

—Muévete boba, yo también quiero —dijo Charlotte, empujando a su hermanita para tomar su lugar. Moviendo la cabeza rápidamente, comenzó a practicarle una maravillosa felación. Quería la leche de su padre, la necesitaba desesperadamente.

Gabrielle se quitó la camiseta de pijama, se subió a una silla, y le dio un húmedo y jugoso beso a su padre, metiéndole la lengua hasta la garganta, saboreando cada rincón de quien las cuatro hijas y su madre consideraban “su hombre perfecto”.

—Oh, oh, hijas, son increíbles…

—Vente. Vente en mi boca, papá —dijo Charlotte, con la polla en la punta de su lengua afuera, masturbándolo frenéticamente.

—Córrete en la boca de mi hermana, papá, que yo también quiero —le susurró Gabrielle en la oreja a su padre, lamiéndole el lóbulo ante la mirada orgullosa de su madre.

Éste así lo hizo. En medio de intensos espasmos, Sir Graham Black disparó varios litros y chorros de leche que cayeron sobre el cuerpo de su tercera hija, quien intentó complacida de recogerlos con la lengua. Gabrielle se bajó de la silla, y comenzó a lamer restos de leche que su hermana no había atrapado, y que habían caído en su cuello, mejillas, y algo en sus tetas.

—Oye —dijo Charlotte, recogiendo algo de semen con su dedo, y untándolo sobre su monte de venus—. Te faltó aquí, hermanita.

Gabrielle se lanzó como una hambrienta a saborear todo lo que pudiera, y pronto estaba de rodillas realizándole sexo oral a su hermana mientras Sir Graham seguía leyendo y terminaba su café.

—Ok, ok, niñas, vayan a ducharse y despierten a sus hermanas —ordenó Audrey Black (cuyo apellido de soltera, White, sus hijas aún desconocían)—. Ya tendrán tiempo para eso, o llegaremos tarde a misa.

—Sentí a Elizabeth en la mañana, salió muy temprano, hmmmm —informó Charlotte, gimiendo mientras su hermanita le daba los últimos lametones a su coño.

—¿Qué? Habráse visto, más le vale a esa chica asistir a misa. No por ser mayor se las puede dar de rebelde y escaparse.

—No creo que Duncan se lo tome muy bien —asintió su esposo.

Dos horas más tarde, en la iglesia, Sir Graham, Audrey, y tres de las hijas de ambos escuchaban las palabras del Padre Duncan Black, el hermano menor de Sir Graham, un hombre joven, calvo, pálido y delgaducho, que compensaba su físico con una increíble y potente voz de tenor que dirigía a Dios. Sin embargo, esta vez se le notaba nervioso detrás del atril donde se depositaba la Biblia. Tartamudeaba y estaba visiblemente ruborizado, muy diferente al confiado y seguro hombre de Dios que era.

—¿Hm? ¿Tu hermano estará bien, cariño? —susurró Audrey, después de que el sacerdote repitiera por tercera vez una línea. Sir Graham no respondió, limitándose a acariciarse el bigote.

—Jijiji —rio Gabrielle, por lo bajo.

—¿Qué sucede? —le preguntó Isabella, algo molesta, en voz baja.

—Vaya que eres tonta, Isa —intervino Charlotte, en voz un poco menos sutil—. ¿No te preguntas donde está nuestra hermana mayor?

—¿Eh? ¿De qué estás hablando? —volvió a preguntar la segunda de las hermanas, con un susurro potente, mientras Gabrielle se tapaba la boca para reír, y comenzaba a hacerle ojitos a un muchacho mayor en la fila de al lado.

—Vamos, no te hagas la tonta, que sé que lo imaginas. Vaya, cómo no lo pensé yo antes —dijo Charlotte, imaginando lo que ocurría detrás del atril.

Efectivamente, escondida en el espacio hueco del atril, se encontraba la mayor de los Black. Elizabeth, vestida con un elegante y recatado vestido blanco, chupaba intensamente la polla del sacerdote debajo de la sotana. Podía haberse metido en muchos problemas si él reaccionaba mal, pero como esperaba, el pobre no se resistiría a probar el fruto prohibido.

—Y e-en nombre… en nombre de Dios… eh… —decía atropelladamente el sacerdote.

—Sigue, sigue, querido tío, sigue hablando del tal Dios mientras te vacías en mi boca, que sé que siempre lo has deseado —musitó Elizabeth, degustándose de lo que tenía en la mano y boca, llevándolo hasta el fondo de la garganta.

—Y entonces Satán le dijo a Dios… digo, Satán amenazó a… eh… oh…

—Oh, querido tío, parece que te estoy dando problemas. ¿No será mejor que vacíes tus bolas para concentrarte? ¿O necesitas un mejor incentivo tal vez?

—Dios… Dios, oh Dios…. eh, digo, eso dijo el profeta… eh… Dios…

—Esto es lo que haremos, querido tío Duncan —comenzó a ordenar Elizabeth, mientras movía la mano de adelante hacia atrás, y de vuelta, a lo largo del tallo erecto del hombre de dios—. Vas a anunciar un pequeño malestar de estómago. No, no me importa que eso te avergüence, y no te importará tampoco si quieres esto—. Elizabeth se inclinó hacia atrás, con increíble habilidad para doblarse en ese lugar tan estrecho, se levantó la falta, y le mostró a su tío que no llevaba bragas—. Si quieres esto, harás lo que te digo. Le pedirás a uno de tus acólitos que continúe, no sin antes apagar momentáneamente las luces para que yo pueda salir. Y cuando estemos en la parte de atrás, dejaré que me folles como gustes.

Ni siquiera se lo pensó más tiempo. Tras pedirle a un confundido acólito que apagara las luces  “para comprobar que funcionaran bien el resto de la misa”, y continuara luego de que él fuera al baño, ante la perplejidad de los presentes, el Padre Duncan abrazó a su sobrina mayor y la estampó contra la muralla trasera de la iglesia. Le levantó la falda y ella, seductora, tomó con celeridad la erecta polla del sacerdote y la dirigió a su entrada, al mismo tiempo que abrazaba a su tío con las piernas. Cuando él la penetró, ella se sintió directamente en el cielo.

—Ohhhh, sí, sí, soy una puta pecadora, tío, penétrame.

—¿Eh, eh? Oh, no puedo creer que esté haciendo esto, ohhh.

—¡Dame muy fuerte! Soy una pecadora, ¿no es así?

—S-sí… ¡Sí! Y con mi pene te limpiaré todos esos pecados, ¡prostituta! —dijo él, captando el juego un poco tarde, mientras movía la cintura rápidamente al interior del empapado coño de su sobrina, que se acarició el cabello, gimió y movió la cabeza como si cada embiste fuera un pecado menos.

—¡Límpiame! ¡Límpiame la maldad, tío! Soy muy mala, quiero que me hagas buena con tu polla sagrada del cielo, ohhhh, hmmmmmm.

—Sí, eso haré, te dejaré completamente limpia de Satán, ahhhhh, ¡toma, toma, toma, toma!

Sabían que tenían que darse prisa para no levantar más sospechas. El Padre Duncan aceleró los movimientos de sus caderas, y Elizabeth, muy salida, comenzó a lamer el cuello de su tío, a quien tenía muy bien agarrado.

—Tío, tío, ¡tío, siento que estás muy cerca, ahhhh! Oh, tío querido, ¡quiero que me hagas esto cada vez que desees!

—Sí, te daré mi leche sagrada, con eso limpiaré muy bien tu alma.

—Eso, ponlo todo en el fondo de mi coño para que mi espíritu se limpie de todo pecado, hmmmm, hazme buena, tío, hmmmmm. Ohhhh, sí, sí. —Elizabeth sintió los espasmos del sacerdote en su interior, y pronto los primeros chorros golpearon el fondo de su coño—. Sí, ahhhhhh, ¡qué bueno, qué caliente está! Está hirviendo, tío.

—¿Hirviendo?

—Está destruyendo todos los demonios de mi interior. Sigue, tío, uffff, tenías mucho guardado… ¡Vacíalo todo en mi vagina, tío querido!

Cuando se separaron para tomar un respiro, Elizabeth se puso de rodillas y tomó la verga de Duncan, que comenzaba a tomar fuerza.

—No te he ordenado que puedes irte, tío.

—¿Eh? P-pero qué haces…

—Mi espíritu está limpio, pero no mi cuerpo, que aún es impuro. Tienes que ser convincente, ¿no? ¿Con lo de ir al baño?

—¿Estás hablando de…? N-no puede ser, estamos en…

—Si no lo haces le diré a mi padre lo que hiciste, tío. Vamos, quiero que me des tu líquido dorado, tu divino jugo de gloria, y me empapes completamente. —Lentamente, Elizabeth comenzó a pajear a su tío, mientras ponía la punta de su verga a la altura de su rostro—. Báñame en tu luz dorada, tío, que nos vamos a ir pronto a Estados Unidos y no sé cuánto tardaremos en volver.

—¿Estás… segura?

—Oh por todos los cielos, ¡sólo méame, tío! No volveré a ordenarlo.

El dorado y candente chorro cayó sobre su cabeza mientras ella se masturbaba, y gracias a ello se corrió por primera vez, aunque logró que apenas se notara. Se sentía sucia, y así como a sus hermanas, eso le encantaba. Se había perdido la leche dominical de su papá, pero esto era un buen reemplazo. Toda su familia iría con ella a Estados Unidos, pero su tío se quedaría en Inglaterra y quería llevarse un bello recuerdo. La orina de su tío bajando por su cuerpo era lo mejor que podía pedir, y ya encontraría con nuevos jueguetes al otro lado del Atlántico.

—¿Qué hiciste qué? —preguntó Isabella, después, mientras el resto de la familia reía en el auto, camino a casa.

—Dios mío, hermana, necesitas llegar a darte una buena ducha después —dijo Charlotte, muerta de la risa junto a Elizabeth, que había relatado todo con lujo de detalles—. Y por favor, Isa, cálmate, no es la gran cosa.

—¿Cómo que no es la gran cosa? Tuvo relaciones sexuales con un sacerdote, ¡que es nuestro tío! ¡¡En la iglesia!!

—Y me dio una lluvia dorada, no olvides eso, querida hermana —dijo Elizabeth, relamiéndose los labios ante la estupefacción de Isabella.

—Ay, cariño, no es algo tan malo, ya lo he hecho con su padre varias veces. En el momento indicado, es una buena experiencia —contó Audrey, en el asiento delantero junto a su marido, que conducía divertido, pero silencioso.

—¡No se trata de eso!

—¿No te gusta el sexo, Isa? —preguntó Gabrielle, acariciándose la entrepierna ante el relato erótico de Elizabeth—. Porque lo has hecho varias veces.

—Bueno, me gusta tener relaciones sexuales con papá, pero en casa, y hay límites. ¡No lo voy a hacer con cualquiera, en cualquier parte!

—Vaya, qué aburrida eres… —dijo Charlotte, ganándose una mirada de reproche que pudo haber terminado en pelea de no haber intervenido Sir Graham.

—Hijas, tranquilas, aquí todo el mundo puede hacer lo que desee, mientras así lo desee. Isabella, ¿qué tal si me acompañas y a tu madre al entrenamiento hoy? ¿Cómo lo hablamos la semana pasada? Tal vez hablar con los muchachos y salir al aire libre te ayude a alegrarte.

—La semana pasada dije que no quería ni me importaba, papá…

—Y eso fue la semana pasada. Está decidido.

Horas después, el entrenador Sir Graham corría algunas yardas junto a algunos de sus jugadores, para demostrarles cómo se hacía. Todos eran universitarios atléticos, organizados y responsables, pero no podían dejar de admirar la habilidad de su entrenador, y sabían que les iría muy bien en el campeonato gracias a su apoyo.

Sin embargo, había un problema. Se supone que tenía dos decenas de jugadores, y esos había al inicio, pero ahora solo contaba con la mitad. De alguna manera, misteriosamente todos iban desapareciendo uno por uno. Cuando alguien pedía ir al baño, Sir Graham les solicitaba que buscara a los demás, pero luego ni ese ni los demás regresaban. Solo los primeros tres regresaron, y en lugar de ofrecer explicaciones, se pusieron a correr, aunque se les notaba excesivamente cansados.

Cuando el número llegó a trece desaparecidos, Sir Graham lo consultó con su esposa, que miraba en las gradas.

—¿Quieres que los busque, cariño? No te preocupes, yo no desapareceré como ellos, jaja.

—Sí, por favor. ¿Y dónde está Isabella?

—Creo que se aburrió y finalmente se fue a casa, a pie. El estadio no es lo suyo, cariño.

—Está bien. Tráemelos por favor.

Audrey Black recorrió los alrededores del estadio mientras Sir Graham le prohibía a los demás retirarse. En ese momento, el cuarto y quinto que se habían ido también volvieron, y también se limitaron a decir que tardaron en el baño simplemente.

Audrey tomó eso como una pista y bajó a los vestidores, que estaban en el subterráneo. Las luces estaban apagadas, pero se oía claramente un gimoteo de fondo. Un ruido sordo de algo moviéndose. ¿Colchonetas quizás?

Al abrir la puerta de las duchas, se encontró con lo que buscaba. Efectivamente eran colchonetas. Sobre ella se encontraba Isabella Black, enteramente desnuda.

—¿Isa? Oh, por dios…

—M-mamá… —balbuceó Isabella, con dificultades, debido a lo que tenía en la garganta. La segunda hija de los Black estaba rodeada por una decena de pollas. Los jugadores de su marido, desnudos, complaciendo a su querida hija. ¡A su supuestamente recatada hija!

La mayoría de ellos se hacían la paja alrededor de ella, que estaba ya cubierta de varias manchas blancas y pegajosas en el cabello, cuello, tetas, muslos y rostro. Isabella estaba en la posición perfecta para el gangbang: una polla en la boca, dos a quienes hacía la paja con las manos, uno debajo de ella metiéndosela por el coño, y un quinto detrás que le daba por culo.

—¿Así que esto era lo que tramabas, jovencita? —preguntó Audrey. Los jugadores se asustaron, pero Isabella los calmó con un simple gesto de la mano, sonriendo, sin dejar de ser penetrada por todos sus agujeros.

La matriarca de los Black se acercó a la orgía. Era fabulosa. Tantos penes erectos, venosos y duros juntos, de todos los colores y tamaños posibles. Tantos maravillosos y esculturales cuerpos masculinos, concentrados solo en la muchacha a la que llenaban de lefa.

—¡Ahhh! —gritaron dos hombres, el que estaba realizándole sexo anal a Isabella, y al que se la mamaban. Ambos hombres se vinieron intensamente en el rostro y la espalda respectivamente de la muchacha pelirroja.

—Ufff, mamá, estos chicos son bastante buenos, y mi jugada funcionó muy bien… pero, honestamente creo que no es suficiente.

—¿No te has corrido, querida?

—Solo un par de veces, pero no es suficiente. ¡No, no paren chicos! ¡Vamos, que otro se meta por mi culo, venga! —Isabella se estremeció cuando volvió a tener dos pollas en las entrañas, y no dejó de hacer la paja a los que tenía a su lado—. Creo que es otra cosa la que necesito más ahora… pero para eso, por favor, no le digas nada de esto a nadie, ¿sí?

—¿Hm? ¿Quieres que no le cuente a tus hermanas que en verdad eres una putita sin remedio peor que ellas? ¿Y por qué lo haría?

—Porque, ¡ah! como te dije, ¡hmmm, sigan! ...lo que deseo es otra cosa, mamá. —Isabella extendió la mano y tomó la falda de su madre. La atrajo hacia sí, metió las manos por debajo y bajó las bragas húmedas de Audrey Black—. Creo que prefiero ocupar la boca en un coño en un lugar de una polla, ¡¡hmmmm, más rápido, chicos!!

—Si lo que prefieres es un coño antes que una polla, pues yo misma te ofreceré uno, tesoro. —Audrey tomó la cabeza de su hijita, y la atrajo hacia su entrepierna—. Ohhh, síiiiiiiii.

—Mamá, hueles muy rico. Déjame comerte, ¿sí?

—Hija, desde ahora puedes comerme todo lo que quieras, las veces que desees. Como dijo tu padre, eres libre para ello. Y si lo haces, protegeré tu secreto.

Pronto, madre e hija estaban tiradas en el suelo, besuqueándose sobre un mar de semen que los demás le arrojaban encima. Sus lenguas se habían encontrado muchas veces, especialmente cuando los hombres las penetraban por el culo o el coño. Pero ahora realizaban un perfecto 69, cubiertas de la viril leche de los rugbistas. Se hallaban en un morboso caos de sexo, semen, sudor y jugos vaginales. Si un hombre les daba por culo, entonces ella se tocaban y besaban las tetas; si les penetraban fuertemente el coño, entonces buscaban saborear las lenguas femeninas que el incesto ofrecía. Si se comían mutuamente el chumino, entonces un mar de semen les caía encima, bañándolas completamente, lo que ellas procedían a limpiar con la boca. No podían parar, y ante la maravillosa escena, muchos hombres volvían a ponerse en guardia después de correrse, y continuaban la increíble orgía.

Isabella descubrió así que los penes eran deliciosos complementos, pero que las mujeres ofrecían una sensualidad, una ternura, y una calentura únicos, e imposibles de describir en todo su esplendor. Amaba la lefa, pero tal vez aún más la corrida de una chica en su boca. Quería más, necesitaba más. Cien pollas, mil coños… Se lo ocultaría a todo el mundo, nadie debía saberlo, ni siquiera las salidas de sus hermanas.

—Mamá, me corro otra vez, me corrooooo.

—En mi boca, cielo, dale a tu madre la corrida que quieras.

—Sí, mamá, toma, me corrooooooooo ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh

—Te amo hija, las amo a todas.

—¡Y yo a ti, mamá! —exclamó Isabella, mientras madre e hija sacaban las lenguas, las unían en un delicioso beso lésbico, mientras tres hombres depositaban su semen sobre ellas.

Esa sería su vida, y eso se convertiría en su Memoria. Así lo pensaron las cuatro hermanas Black mientras esperaban su viaje a Estados Unidos, aquel que cambiaría sus vidas para siempre.

Continuará...