La Familia White (18)

¡Gemelas! La familia Black llega a la granja. El hermano mayor de Alexander, y la hermana de Charlotte, traen a sus gemelas. Estas se van al bosque a montárselo con su primo Arthur... ¿cómo se lo tomará su hermana Ariadna?

Capítulo 18: Gemelas

—Pero, Ari, ¿estás segura? —preguntó Arthur, mientras depositaba un gran montón de paja sobre una mesa en el granero.

—Sí, mi amor, por favor, estoy muy cachonda —dijo Ariadna, con las piernas muy juntas, frotándolas ansiosamente una con la otra, y con la mano entre sus muslos. Sudaba y parecía suplicarle con la sensual mirada detrás de las gafas que hiciera algo para satisfacer sus cada vez más recurrentes necesidades—. Me pone mucho cuando te veo trabajar…

—Está bien, está bien, jaja. Date vuelta y bájate el pantalón —ordenó Arthur, y su hermana le obedeció complaciente. Se bajó los pantalones hasta la altura de las rodillas y se volteó, mostrándole un culito y coñito completamente mojados.

Arthur se puso detrás de ella, comprobó que su hermana no necesitaba más lubricación, y cuando estaba a punto de penetrarla, un grito llegó desde la casa.

—¡Arthur, Ari, sus tíos están aquí!

—Mierda —dijeron ambos al unísono. Arthur se apartó de su hermana, y ambos se pusieron la ropa de vuelta, completamente ofuscados. Habían esperado que sus tíos Andrew y Elizabeth tardaran más, pero llegaron con un elegante adelanto, como era su costumbre.

Arthur se dirigía ya a la puerta del granero, cuando su hermana lo detuvo agarrándole el paquete.

—Oye.

—¿Ari?

—Más te vale que después me lo hagas. Hoy mismo, ¿entendido?

—A tus órdenes, querida hermana.

Arthur y Ariadna se besaron por última vez antes de salir y dirigirse a la casa. Un automóvil de último modelo ya se encontraba estacionado afuera, y no tardaron ni un segundo en ver a “los White de Inglaterra”, como les conocían. No los veían hacía tres o cuatro años. Los gemelos quedaron sorprendidos ante lo que vieron.

Primero estaba la tía Elizabeth, la hermana mayor de su madre. Según sus cálculos tenía cuarenta años, pero podía pasar perfectamente como una modelo veinteañera. Era muy alta, de piernas largas, que ni siquiera necesitaba tacos para superar en estatura a sus tres hermanas menores. Tenía largo y rizado cabello rojo ardiente, una nariz respingada, labios carmesí y brillantes ojos azules. Tenía unas curvas de impacto, para nada afectadas por la edad, con un culo levantado y un busto espectacular. Su cuerpo indicaba que iba al gimnasio regularmente, no tenía ni un poco de grasa innecesaria. Elizabeth Black era distinguida y grácil, luciendo un vestido negro de fiesta, elegantemente escotado, que se abría por un costado para mostrar al completo una de sus largas piernas. Tenía una mirada sensual, dominante, con completo control sobre todo.

Su esposo (y primo, como se habían enterado hacía poco) era Andrew Black, pues había tomado el apellido de su esposa. Eso ayudó a que ni Arthur, ni Ariadna ni sus hermanas supieran que su apellido original era White, y que era el hermano mayor de su padre. También ayudaba a conservar el secreto el hecho de que ambos hermanos eran como el cielo y la tierra. Era delgado, tímido y caballeroso, a diferencia del gordo, robusto y brusco de su hermano menor. Tenía corto cabello negro azabache, ojos café, y usaba las gafas más intelectuales posibles. Se había adaptado completamente a las costumbres británicas del país de su esposa/prima. Lucía corbata y pantalones de la tela más fina.

Luego estaban las gemelas. Las que Alice llama “Gatitas”. Tenían la misma edad de Alexandra, y después de tres años se habían convertido en unas espectaculares supermodelos. Ambas habían heredado el cabello negro de su padre, que lucían hasta la nuca. Una lucía flequillo y la otra no. Una llevaba unos pequeños shorts de mezclilla azules, y la otra una minifalda roja, pero ambas llevaban el mismo crop top blanco que dejaba al descubierto sus hombros y cintura. Para Ariadna era imposible saber cuál era cuál, eran idénticas en personalidad y físico. En cambio Arthur, que las había mirado con deseo por años, sabía distinguirlas: la de flequillo y shorts era Katrina, muy inteligente, coqueta y sensual, muy partidaria de llamar la atención de los hombres con su sexy elegancia. La que no llevaba flequillo, y lucía la falda roja que apenas cubría enteramente su gran culo, era Catherine, mucho más directa e impulsiva que su hermana. Ambas dirigieron al mismo tiempo a Arthur una mirada de deseo que lo puso aún más cachondo de lo que ya estaba.

Finalmente, Wellington era el engreído y pesado muchacho pelirrojo, pecoso y de ojos azules que la noche anterior se había metido por la ventana a la habitación donde estaban Alice y su amiga Cindy teniendo una pijamada, y que se fue una hora después, como atestiguaron Arthur y Ariadna desde la habitación del primero. Un muchacho absolutamente irritante y molesto.

—¡Hermana! —dijeron Elizabeth y Charlotte a la vez, mientras se fundían en un fraternal abrazo, y luego se daban un piquito en los labios.

—Hermano, ¿cuánto tiempo? —dijo Alexander, que le daba fuertes palmadas en la espalda a su hermano mayor.

—Así que ya no es necesario ocultarlo, ¿eh? —dijo Andrew, intentando apartarse y limitarse a estrechar la mano de Alexander.

—Jajajaja, claro que no. Ahora ese secreto está fuera, ¡todos nos divertimos en familia, jajaja!

—Alex, ¿tienes que gritar tan fuerte? —se ofuscó Andrew Black, ajustándose las gafas.

—Hermana, estás hecha un bombón, ¿cómo le haces? —preguntó Charlotte, mientras pasaba las manos por la cintura y culo de su hermana mayor.

—Ya sabes que uso las mejores cremas y lociones, y que voy al gimnasio todas las semanas —dijo Elizabeth, elegantemente, mientras se dejaba manosear por su hermana y entonaba el acento más británico que se hubiera oído—. Veo que tú también te mantienes bien.

—Bueno, tanto mi esposo como mis hijas e hijo me ayudan a mantenerme en forma, jaja.

—Sí, sé a lo que te refieres, encanto.

—Tía Charlotte —interrumpió Wellington—, ¿puedo subir a ver a mi primita Alice? Hace tres años que no nos vemos.

“Bastardo mentiroso”, pensaron Ariadna y Arthur, que finalmente llegaban con ellos a la puerta de la casa.

—Claro, está con una amiga, aunque creo que eso ya lo sabías, ¿no? —respondió Charlotte, sin tapujos, con una perfecta sonrisa, y Wellington retrocedió varios pasos hasta que se encontró con una piedrita que se puso a patear nerviosamente.

—Hola, primo y prima —dijeron las gemelas perfectamente al unísono, saludando a Arthur y Ariadna. El primero respondió con un nervioso gesto de la mano mientras devoraba a ambas con la mirada, mientras Ariadna intentaba ser cordial, dejándose poseer lentamente tanto por los celos como por la calentura. Había visto a su hermano gemelo mirar con lascivia a sus primas por años, pero ahora ese gemelo “era suyo”.

—Hola, chicas. Ejem, ¿cómo están?

—No tan bien como tú, cariño —respondió Katrina.

—Te pusiste muy guapo, Arthur —dijo Catherine—. Muy, muy guapo.

—¿Vienen a quedarse? —intervino Ariadna, tratando de mostrarse cordial y fallando en el intento. No tenía nada contra ellas, de hecho, cuado niña, admiraba lo lindas que eran.

—Unos cuantos días…, nos estuvimos quedando en un hotel en la ciudad, pero preferimos tomar un poco de aire —explicó Katrina.

—Además, dos de los mayordomos nos quisieron follar en el lobby durante la noche —dijo Catherine, sin un atisbo de vergüenza.

—O sea, sí se las chupamos —enfatizó Katrina, haciendo un gesto de sexo oral con una mano y la lengua contra su mejilla.

—Pero no dejamos que nos follaran, ¿qué pasa si alguien nos veía?

—En cambio, aquí no hay problema de que nadie nos vea.

Mientras Arthur y Ariadna se quedaban boquiabiertos ante el descaro de sus primas, éstas entraron a la casa con sus padres, y subieron a la habitación de Alexandra a dejar sus cosas, pues ésta se iba a ausentar unos días y les iba a dejar la cama.

El almuerzo familiar fue como se esperaba. Andrew intentaba sin éxito de aguantar las bromas de Alexander; Alice rechazaba constantemente cualquier intento de Wellington de conversación (en un momento, hasta le golpeó el estómago con tanta fuerza que el muchacho se dio de cara contra la ensalada, logrando que todos se rieran); Charlotte y Elizabeth conversaron mucho en dos tonos, susurros para hablar de cosas íntimas mientras miraban de reojo a sus parejas sexuales, y en tono alto para hablar del pasado y la familia. Entre tanto, las gemelas hablaban entre sí sobre ropa, Ariadna estaba sumergida en sus pensamientos, mientras que Arthur se ponía progresivamente más rojo mientras veía cómo sus primas le tocaban el bulto con los pies por debajo de la mesa.

—Puta madre… —musitó en un momento.

—Mamá, ¿podemos levantarnos de la mesa? —preguntaron las gemelas a la vez.

—¿Hm? ¿Ya se van, queridas hijas? —preguntó Elizabeth a su vez, y Charlotte quiso saber a qué se referían, por lo que preguntó a sus sobrinas. Éstas respondieron que querían ir a recoger frutas en el campo de los Waller, como hacían cuando niñas.

—En Inglaterra solo tenemos frutas sintéticas.

—Pero aquí están las de verdad, y nos morimos por su sabor.

—Además, tienen ricos cocos —explicó Katrina, logrando mantener una expresión inocente.

—Y bananas —dijo Catherine, apretujando con el pie el bulto en el pantalón de su primo.

—Está bien, pero no tarden, ¿sí?

—¡Claro! Arthur, ¿vienes con nosotras?

Ariadna iba a protestar, pero se calló. No tenía ninguna razón para interrumpir ni intervenir. Realmente se sentía estúpida de ponerse celosa, pero apenas podía evitarlo. Quedarse con su padre y madre, y sus tíos, le iba a ayudar mucho al respecto. Además, quizás Arthur no haría nada de todos modos.

Arthur caminó entre medio de sus dos primas. Ambas le tomaban de un brazo, y pegaban sus increíbles cuerpazos a él. Una tenía un trasero maravilloso, cuyo contorno se resaltaba por la curvatura de su short; la otra tenía una falda tan corta que cada vez que Arthur se moría porque cualquier brisa lo levantara, para ver lo que había debajo. Sus cinturas eran esculturales, sus pechos divinos. Eran como dos mujeres en un espejo eterno, con ojos azules como zafiros penetrantes. Avanzaron por el campo de grandes árboles, de todos los tipos y colores… pero Arthur solo podía pensar en dos cosas: sexo, y cómo caminar decentemente con una erección. Por supuesto, más temprano que tarde sus primas lo notaron.

—Dios mío, Arthur, ¿tan feliz estás de vernos? —preguntó Catherine, deteniéndose en medio del camino. Su minifalda se levantó cuando dio el giro, y Arthur se moría por ver más.

—Eh… y-yo…

—Vamos, hermana, déjalo en paz —dijo Katrina, risueña—. ¡Oh! Miren esas manzanas de allí, ¡ese sí es un color de verdad!

Mientras Katrina corría hacia los manzanos y su culito resaltaba gracias al mini-short que llevaba, Catherine se volteó hacia Arthur, y sin pudor le agarró el bulto del pantalón, que le comenzó a acariciar con intensidad.

—¡Cathy!

—¿Tanto te ponemos mi hermana y yo? Dioses, qué grande es… ¿y esto es lo que disfrutan mis primas a diario? ¡Qué envidia!

—Cathy, por favor, tu hermana está ahí…

—¿Oh? Por mí no se preocupen, empiecen mientras quito estas de la parte alta —dijo Katrina, estirándose para sacar unas frutas mientras su gemela bajaba a su primo el cierre de su pantalón.

—¿Empezar? ¿De qué estás…? Espera, ¡Cathy! —exclamó Arthur, cuando su verga salió al aire, tomada entre las cálidas manos de su prima.

—Buen provecho, Catherine —se dijo a sí misma la muchacha, antes de meterse aquel grueso pedazo de carne a la boca, que comenzó a saborear con glotonería.

—Cathy, ohhhhh… espera, ¿y si alguien viene…? Ohhhh —gimió Arthur.

—Ciertamente alguien se va a venir —dijo Catherine antes de volver a su trabajo oral.

Katrina se acercó con un canasto lleno de manzanas. Se quitó el flequillo de la cara sensualmente y le dedicó una mirada penetrante a su primo.

—¿Te gusta cómo te lo chupa mi hermana?

—S-sí… —contestó Arthur, apenas. Katrina dejó el canasto en la hierba y le tomó el rostro.

—¿Sabes? El otro día, en una fiesta en Liverpool, ambas tomamos turnos para chuparle la polla a unos chicos, y competimos para que nos dijeran quién lo hacía mejor. ¿Te apetece participar también del concurso?

Sin permitirle responder, Katrina se puso en puntillas y metió la lengua agresivamente al fondo de la garganta de Arthur, que ya estaba siendo acariciado en su verga por la lengua de la otra gemela. Por un breve instante, estuvo en el Paraíso.

Después de un rato, ambas hermanas se apartaron del muchacho, que estaba sudoroso y con la polla vigorosamente levantada. Las chicas se tomaron de la mano y miraron a su primo con traviesa calentura e inocente perversión.

—¿Te gustan nuestros cuerpos? —preguntaron al unísono. Las chicas comenzaron a sobarse los senos por encima del crop top, mientras dirigían miradas penetrantes a su primo.

—Sí, sí… muchísimo.

—¿Más que el de tus hermanas?

—Vamos, con eso no se juega, jaja…

—Te demostraremos que sí —dijo Katrina, segura de sí misma.

—Dinos qué quieres que hagamos —ofreció Catherine.

—¿Cómo?

—¿Qué quieres que hagamos? —repitieron—. Haremos lo que sea por disfrutar de esa verga, incluso aquí en público; no nos importa. Nos atrevemos a lo que sea, tú solo dilo.

—¿Seguras? —Arthur lo pensó. Era una oportunidad de oro. Dos gemelas se estaban ofreciendo a él, en un sitio a la vista de todo el mundo, entre los enormes árboles. Era momento de probar qué tan lejos podían llegar—. Si les pido que se morreen entre ustedes, ¿lo harían?

Las gemelas se largaron a reír. Luego se abrazaron, juntando las tetas entre sí, y miraron risueñas a su primo.

—¿Estás asumiendo que no lo hacemos desde que eramos chiquillas?

—Fuimos la primera de la otra.

—Hacemos esto casi todas las noches, jiji.

Las hermanas sacaron la lengua y comenzaron a acariciar una a la otra, casi con desesperación, con muchísima sensualidad, mientras miraban deliciosamente a Arthur, que se ponía más y más cachondo.

La saliva de las chicas comenzó a caer sobre su ropa, pero no les importó. Aumentaron la pasión y sus labios empezaron a chocar, mientras sus lenguas entraban y recorrían las gargantas de una y otra. Sus ojos indicaban que si bien lo disfrutaban, este era un espectáculo que ofrecían a su primo, un espectáculo que les encantaba hacer.

Al mismo tiempo las chicas se llevaron las manos a la prenda de arriba de arriba, y solo soltándose por un instante, se lo quitaron la una a la otra, dejando sus tetas al aire, que pronto se encontraron. Sus pezones se acariciaron mutuamente al igual que sus lenguas traviesas y pervertidas. Ambas chicas se acariciaban la cintura con una delicadeza, elegancia y lascivia que indicaba que no era primera vez que hacían ese show.

—Dios mío… s-son increíbles.

—Como dijimos, puedes pedirnos lo que sea y lo haremos.

—Siempre lo disfrutamos muchísimo.

—Nos encanta jugar una con la otra.

—Y creo que a ti también te gusta vernos jugar, primo.

Arthur no se dio cuenta de que se estaba masturbando frente a ellas, y aunque se detuvo por un instante, luego continuó.

—¿Podrían…? Me gustaría… me gustaría ver quién tiene mejores tetas —dijo tras reunir algo de confianza en sí mismo. Estaba a punto de tener sexo con gemelas, no era momento de dejarse ganar por el nerviosismo.

—Con gusto —dijeron a la vez, acercándose a Arthur. De pie frente a él, pegaron sus cuatro senos juntos con sus manos, y con las manos libres, agarraron juntas el pene de su primo, que se sumió en la pervertida desesperación y lascivia.

Arthur se inclinó y comenzó a lamer los cuatro senos que tenía delante, deteniéndose especialmente en los erectos pezones idénticos que se le presentaban. Ambas tenían básicamente las mismas medidas y el mismo sabor, era algo increíble. En la escuela muchos dirían que él estaba en el cielo por meter la cara entre las tetas de unas gemelas, y así lo hizo, lamiendo desesperado todo lo que se podía encontrar.

—Ahora quiero ver quién lo chupa mejor.

—Por supuesto.

—¿Pero te parece si primero…?

—¿...nos quitamos la ropita?

Sin esperar respuesta, y siempre dedicándole miradas y sonrisas llenas de pasión y deseo a su primo, las hermanas gemelas comenzaron a quitarse las prendas que se faltaban, sin pudor por estar en medio de un bosque de manzanos. Primero, Catherine se arrodilló frente a su hermana, y con los dientes le bajó sensualmente el cierre del mini-short. Con las manos se lo fue bajando mientras la otra chica movía las largas piernas de adelante hacia atrás, y su enorme culo quedó al aire, pues no llevaba ropa interior. Luego, Catherine subió, metió la cabeza entre las piernas de su gemela, y le dio lujuriosos lametones a su entrepierna.

—¡Oh, hermana, eso es! ¡Sigue!

—Slurrrp, slurp, slurp.

—¿También hacen eso? —preguntó Arthur, masturbándose con más fuerza, sin poder creerlo.

—¿Qué mejor para conocerse a una misma íntimamente que con una doble perfecta? Ahora me toca a mí, querida. —Esta vez, Katrina ayudó a levantar a su hermana, la apoyó contra un árbol y la inclinó. Reveló así que su gemela no llevaba nada debajo de la minifalda, y que su conchita estaba empapada de jugos—. Ufff, no nay nada aquí que quitar tampoco. Arthur, ¿prefieres metérselo a mi hermana con o sin la faldita?

Arthur poco menos corrió hacia Catherine. Apuntó la polla en la entrada de su coñito y la metió sin miramientos, logrando que la muchacha sin el flequillo soltara su primer gemido de súper placer.

—Ohhhhhh, puta mierda, viejo… ¡qué rico! ¡Ah!

—Arthur, querido, ¿no querías que te chupáramos la verga? —preguntó Katrina, divertida, antes de ponerse a besar el cuello de su hermana.

—No pude evitarlo, ¡estás increíble adentro! —exclamó Arthur, levantando aun más la faldita de su prima para poder acariciar sus nalgas a la vez que la penetraba—. ¡Estás mojadísima!

—Ahh, ah, ah, ah, sí, síiiiii. Ohhhhh, ¡me vengo!

Después de un rato, y tras otra intensa venida, Catherine apartó a su primo. Katrina aprovechó, se puso de espaldas y mostró su depilado coñito a Arthur. Levantó las piernas, y Arthur se puso de rodillas para penetrarla, mientras ella ponía sus piernas sobre los hombros de él.

—A mi hermana le encanta que le den como a una perrita, pero en cambio, mi posición favorita es esta —explicó Katrina. Arthur se metió dentro de ella—. ¡¡¡¡Ahhhhhhh, hermana, tenías razón!!!! ¡Eres increíble, primo! ¡Ohhhhh, qué adentro estás!

—Te lo dije. Y a mí me encanta aprovechar esa posición que le gusta cuando estamos con un chico, jaja —dijo Catherine, que se sentó sobre el rostro de su gemela, y miró directamente a los ojos de su primo—. Arthur, ¿te apetece ver como me come el coño mi propia hermana? Ohhh, ¡eso es, Cathy! Lame ahí, ¡justo ahí como me gusta!

—¿Se conocen muy bien, eh? jaja —rio Arthur mientras penetraba a una de las hermanas y miraba atentamente las tetas de la otra botar hacia arriba y abajo.

—De memoria —dijo Catherine, acariciándose el cabello con las manos—. Ella sí que sabe cómo comerme el coño donde me gusta, sabe dónde lamer, hasta qué punto meter su lengüita, ohhhhh, síiiii. Es una putita perfecta.

—Ahhh, ahhhh, ahhhhhh —siguió gimiendo Katrina por un rato, hasta que inevitablemente se vino.

Arthur se puso de pie. Las gemelas se arrodillaron frente a él, una a cada lado de su polla erecta, y tras sonreírse, comenzaron a chupar el tallo de su hombría con los labios y la lengua, yendo de adelante hacia atrás, de arriba hacia abajo, a lo largo de la polla.

—Dios mío, hasta para esto están coordinadas, ahhhhh.

—Sí, esto es lo que más prefiere nuestro papi, jiji.

—A mamá también le gusta cuando nos coordinamos para comerle las tetas, jaja.

Arthur apenas se aguantaba. Dos mujeres idénticas le estaban realizando sexo oral, a la vez que le decían que practicaban el incesto con sus padres. Era mucho para cualquiera… Incluso si tenía la oportunidad de su vida, tal vez terminaría más temprano que tarde.

Y no le importaba demasiado. Estaba teniendo un gran momento. De hecho, pronto se fijó en que las gemelas estaban estimulándose mutuamente los coños de la otra, metiéndose los dedos por entre las piernas mientras usaban la otra mano y la boca para darle una chupada de campeonato.

—Me encanta sentir el sabor de tu coño en mi boca, hermana.

—Lo sé, querida.

—¿Te gusta cómo te la chupamos?

—¿Te apetecería venirte en nuestras caritas?

—¿O quizás en nuestras boquitas?

—¿O tal vez en nuestras tetitas?

—Chicas, ¡por favor! Si siguen diciendo esas cosas me voy a correr prontoooo.

—Jaja, nadie aguanta mucho con las dos a la vez, requiere práctica —dijeron las dos a la vez.

Las gemelas se tiraron a la hierba. Katrina de espaldas y Catherine sobre ella, en cuatro patas. Comenzaron a besarse, sin necesidad de darle indicaciones a su primo, quien se arrodilló entre las piernas de ellas.

—Elige bien, porque…

—…no aguantarás más de una vez cada una.

—Y vente con fuerza.

—Vente en nuestro cuerpo entero.

Arthur no dudó más y penetró a Catherine, subiéndole la faldita. No podía realmente diferenciarla de su hermana, no había llegado a conocerlas tanto, o quizás no estaba concentrado lo suficiente para fijarse en ello.

—Ahhhhhhhh, ahhhhhhhhhhhhh, ohhhhhhhhhhhhhh qué bueno, ¡qué me corro! ¡Me corro!

—Ahora tú —dijo Arthur, saliendo de Catherine, y penetrando a Katrina, aumentando la velocidad de la penetración.

—Hmmmmm, primo, qué rico, me encanta.

—¡Ahora de nuevo!

—¿Eh? —preguntaron las dos a la vez, sorprendidas.

Arthur estaba entrando y saliendo de las conchas de ambas, rápidamente, una y otra vez, con una precisión perfecta, digna de alguien que no quería desperdiciar para nada el poder follar con dos gemelas a la vez. Estaba riquísimo y quería aprovecharlo de la mejor manera.

—A-Arthur… ahhhhrthur….

—¿Cómo es que…?

—Ohhh, esto es riquísimo, hermana, ¡dame lengua!

—Dame tu lengua, hermanita, Arthur me está llevando al cieloooooohhhhh

—Me voy a correr, ¿cómo lo está haciendo? Ahhhhhh ahhhhhh

—No lo sé, pero yo también voy a… ahhhhhhhhh

—Hmmmmmm, hmmmmmmmm, nadie había sido capaz…

—Ahhhhh, ahora está dentro mío de nuevo…

—Ya ni siento la diferencia, es como si… ohhhhhhh

Arthur también lo sentía. Era como penetrar a las dos a la vez, sin saber cómo diablos era posible. Se aceleró hasta el límite, y pronto tuvo la corrida de su vida. Para ello, puso la polla entre las piernas de ambas, por lo que el larguísimo y potente chorro de lefa fue a parar a las tetas y cara de Katrina, que estaba en el suelo. Catherine, encima de ella, se desplomó sobre su hermana y comenzó a comer todo lo que podía, casi con devoción.

—¿Qué es lo que haces, tonta?

—¿Cómo que qué hago?

—Esa es mi leche, puta.

—Si la quieres, trata de tomarla.

Mientras Arthur se desplomaba de espaldas, las gemelas comenzaban una traviesa y sensual pelea en que ambas besaban el cuerpo de la otra, recogiendo los restos de corrida con las manos, con la lengua, saboreándola una de otra, incluso escupiéndola antes de tragarla. Un par de veces, incluso hicieron gárgaras, y pronto compartieron la leche.

—Qué rica está, ahhhh…

—Deliciosa.

—Creo que teníamos razón, este es el hombre para nosotros.

—No podemos permitir que Ariadna y las demás se lo queden solo para ellas.

—De ninguna manera —dijeron al unísono, mientras Arthur dejaba de escuchar.

Continuará...