La Familia White (15)
La fiesta de los White en la playa continúan. Arthur y Ariadna se van al mar a intentar algo prohibido en medio de los mirones. Su madre se les une. Mientras tanto, Alexander estrecha su relación con sus dos otras hijas a la vez sobre la arena, una diablita y un angelito solo para él.
Capítulo 15: La Playa, parte II
Alexander y Arthur White chocaron los puños mientras bajaban los bolsos y sombrillas de la camioneta. Los ojos de ambos estaban clavados en las cuatro espectaculares mujeres que bajaban a la playa, robándose todas las miradas, ganándose la envidia de todo el mundo por ser los hombres más afortunados del planeta.
—Pa, ¿merezco todo esto?
—Hijo, lo que estás viendo solo puede ser una señal de que hemos sido buenos cristianos, jajaja.
—Más bien nos va a llevar el diablo, pa. Y no me arrepiento de nada.
Frente a ellos, Charlotte, Alexandra, Ariadna y Alice White eran como las más bellas ángeles, o las más pícaras diablitas, todo mezclado y sazonado con una calentura incestuosa inigualable. Cuando pusieron las toallas en la caliente arena, inclinándose todo lo posible para ello, y comenzaron a quitarse las prendas hasta quedar solo en sus trajes de baño, padre e hijo tuvieron una erección instantánea, y supieron de inmediato que no eran los únicos.
Charlotte Black llevaba un bikini negro tradicional con líneas grises que de alguna manera mezclaba elegancia con sensualidad. Sus pechos, su culo, todo era pronunciado por el traje de baño tan escotado y sexy. Aunque la pelirroja era la madre de las otras tres, para cualquier mirón casual bien podría ser una amiga más, o una hermana.
Alexandra White lucía un bikini rojo escarlata, de varios tonos más oscuro que el de su larga melena pelirroja. Debajo llevaba un “hilo dental” que no dejaba nada a la imaginación, y arriba un par de piezas triangulares que destacaban sus enormes senos. Se ganó todas las miradas habidas y por haber, y no se negó a guiñarle el ojo a varios hombres reunidos.
Ariadna White finalmente se había comprado el revelador bikini azul semi transparente que destacaba su piel blanca y su cabello negro, amarrado en una cola de caballo. Era casi del mismo tono que sus ojos azules detrás de las gafas. En cada pezón tenía una flor blanca, y los tirantes se cruzaban por encima de su pecho.
Alice White completaba el grupo con un bikini rosa con líneas negras, sin tirantes, y una mini falda. Una mezcla perfecta entre inocente sensualidad y hambrienta lujuria que no parecía lógica. La chica llamó la atención de todo el mundo, muchos de su edad, muchos mayores, y muchas señoras que no entendían por qué su familia le permitía vestirse así. No lo podrían entender jamás.
Lo primero que hicieron al sentarse frente al mar fue echarse la loción. Alexander y Arthur eran la envidia de todo el mundo. El primero pasaba sus grandes manos por la sensual espalda de su esposa, que se soltó el bikini solo por atrás para facilitarle el trabajo. El segundo echaba la protección solar sobre las largas piernas de su hermana gemela, que lo miraba con deseo.
—¿Todo bien, damas? —preguntó el salvavidas, un guaperas estándar, musculoso y de bañador rojo, que se les acercó.
—Claro que sí, todo muy bien —respondió Alexandra, mordiéndose los labios, mirando al hombre de brazos fuertes—. ¿Nos está dando la bienvenida?
—Siempre lo hago con las nuevas visitas —mintió el gigantón. Ya se notaba el bulto en su pantalón. Arthur iba a ordenarle que se fuera, cuando su madre interrumpió.
—Por supuesto que sí —dijo Charlotte, más cortante—. Muchas gracias por preguntar, estamos perfectamente los seis.
El hombre se alejó, algo decepcionado, sin dejar de mirar a las esculturales mujeres.
—¡Mamá! —reprochó Alexandra, entre divertida y molesta.
—Alex, cariño, estamos en familia hoy, como nunca. —Charlotte puso la mano sobre una de las piernas de su hija mayor, y la otra la posó sutilmente sobre el bulto de su esposo, que estaba detrás de ella untándole la loción—. ¿No deberíamos divertirnos como familia?
—Oh, querida, qué puta eres —susurró Alexander.
—Mami, ¿me untas bronceador? —preguntó Alice, con la botella en la mano.
—Yo te ayudo, bebé, recuéstate —sugirió Alexandra, ya más complacida después de la breve, y muy sugerente caricia de su madre.
Alice le sonrió, se quitó el sujetador del bikini sin pudor, y se acostó de estómago, permitiéndole a los mirones una fugaz, pero deliciosa vista de sus pequeños senos. Alexandra se abrió de piernas y se sentó sobre los muslos de su hermana menor, y bien inclinada para que su escote se pronunciara más, untó el bronceador en la espalda de la chica. Al mismo tiempo, Charlotte comenzó a hacerle una paja a su marido por encima del bañador. Alexander lo ocultó con un par de toallas, y su mejor cara de póker, aunque se estaba muriendo de placer.
—¿Te gusta, cariño? —preguntó Alexandra.
—Sí,
Roja
, tus manos me gustan mucho…
—¿Solo eso?
—T-también… también me gusta mucho cómo te mueves, jiji.
Alexandra estaba sutilmente rozando su entrepierna con las piernas de su hermanita, y ésta ya estaba sintiendo la humedad de la mayor. Ambas hermanas miraron a sus padres, y se fascinaron ante la verga grandota que Charlotte pajeaba. Alexander estaba en el cielo.
Mientras tanto, Ariadna dejó las gafas con su madre y anunció que se iría a mojar, y le pidió a su gemelo que lo acompañase al mar. La verdad era que, después de todo lo que había hecho, se sentía feliz y desinhibida. Quería mostrarle al mundo que no le temía a nada, que se atrevía a lo que fuera. Arthur estaba completamente prendado de su hermana. Apenas se metieron a las olas, él la abrazó por detrás, y ella sintió su dureza entre sus nalgas.
—Ay, Arthur, ¿qué te sucede? —preguntó ella mientras el vaivén del mar acariciaba sus piernas. Caminó un poco más hacia adentro, con Arthur detrás de ella, hasta que quedaron cubiertos hasta la cintura, para que no se notara algo.
—Ari, no te lo dije pero… te ves muy bien. —Sin poder controlarse, Arthur comenzó a “puntear” a su hermana. Si ésta hubiera sido como meses antes, se habría escandalizado o molestado, pero ahora era otra persona. Soltó una risita coqueta.
—¿Muy bien? —Torció un poco la cabeza hacia un lado para mirar a su hermano, y le susurró mientras lo devoraba con la mirada—. Tu polla en mi culito dice que es más que “muy bien”.
Ariadna rozó el miembro de su gemelo con las nalgas, y éste se estremeció ante el pequeño desafío.
—Dios… está bien. Estás espectacular. Llevas un bikini muy sexy y soy la envidia de todo el mundo aquí. ¿Contenta?
—Muchísimo.
Ariadna guió a su hermano un poco más adentro. Luego, se volteó hacia él con una sonrisa radiante, cruzando sus brazos por detrás de su cuello. Ambos miraron a su familia. Charlotte ahora se besaba efusivamente con su esposo, ambos mirando a sus hijos. La angelical Alice le dedicaba una mirada cómplice a sus hermanos, lo mismo la endiablada Alexandra, prácticamente masturbándose encima de su hermanita.
Ariadna miró a su gemelo, y le plantó un efusivo beso en los labios mientras las olas los golpeaban. Ella nunca se había sentido tan feliz, no que recordara. Amaba a su familia. Amaba a su hermano. Al fin tenía que dejar de ocultarse en sus inseguridades.
Arthur, entre tanto, estaba apasionado y calenturiento. Metía su lengua por toda la cavidad bucal de su hermana, deleitándose en la humedad y los juegos de lengua. Protegido por la espuma del mar, a pesar de la gente que había alrededor, Arthur agarró fuertemente las nalgas de Ariadna. Ésta se envalentonó también y se corrió el bikini azul hacia un lado, suplicándole con sus besos a su hermano que la tocara. Arthur se bajó solo levemente el short, y su polla dura y levantada salió al mar. Ariadna, con movimientos rápidos y sutiles, aprovechando el oleaje, guió aquel miembro grueso a su entrada, mientras levantaba un poco una pierna para facilitarle el trabajo. Cuando él la penetró, ella casi se corre del puro gusto.
Entre tanto, Alexander montó la tienda de campaña. Su hija mayor anunció que quería “jugar a las cartas”adentro con la menor, e invitó a sus padres. Alexander aceptó, pero Charlotte dijo que se quedaría afuera cuidando las cosas. Nunca se sabía quién podía robarse algo.
Alexandra y Alice entraron de las primeras, a cuatro patas, permitiéndole a la multitud apreciar en todo su esplendor dos maravillosos culos. Alexander les siguió, no sin antes darle un jugoso beso de lengua a su esposa.
—No te diviertas mucho, ¿eh, querida? —dijo Alexander, guiñándole un ojo.
—Eso lo debería decir yo, no tú, cariño —dijo Charlotte, soltando una risita.
Alexander cerró la tienda de campaña por dentro, y al voltearse, encontró la fantástica escena de su hija mayor y su hija menor, abrazadas en el suelo, besándose efusivamente mientras se tocaban las tetas y el trasero una a la otra. A Alice le entretenía mucho jugar con las tetas de “la Roja”, como le llamaba, eran suaves y duras a la vez. Podía meter la cara entre ellas y lamer todo lo que quisiera. En tanto, a Alexandra le encantaba el cuerpo pequeño de su hermanita, que le permitía tocar mucho al mismo tiempo, y que además se dejaba meter mano sin tapujo. De hecho, su mano izquierda ya estaba acariciando la entrepierna de Alice por debajo del tierno bikini.
—Madre mía, jeje, ¿no iban a jugar cartas ustedes? —preguntó Alexander, mientras sacaba la polla de su short, polla ya más que estimulada por su esposa.
—Bueno, eso también era buena idea, pero prefiero esto —dijo Alexandra, apartándose de los labios de su hermana para hablar y tomar un respiro.
—Es que estoy muy mojada… —dijo la más joven de los White.
—Hermanita, también estoy muy cachonda, ¿me podrías dar uno de tus besitos?
—¡Claro! —exclamó Alice, entusiasmada, ubicándose rápidamente entre las piernas de su hermana mayor. Le bajó las bragas del bikini, y metió sin más tardanza la lengua en la rajita de Alexandra, que suspiró de gusto—. Hmmmm, slurrrrp, slurp, slurp.
—Ohhhhh, sí, sí, qué rico… papá, ven aquí —ordenó Alexandra, y su padre obedeció sentándose sobre el estómago de su hija, y poniendo su erecta polla entre las enormes tetas de su hija.
—Cómetela toda, hija de puta.
—Me encanta cuando me hablas así, papá —dijo la pelirroja, antes de meterse el rabo de su padre a la boca a la vez que le hacía una rusa, ayudándose con las manos. Con esos pedazos de senos que tenía, no se le dificultaba ni un poco complacer toda la hombría de su padre.
—Ahhhhh, hija de puta, qué genial lo haces, eres la mejor...
—Alice, ¡qué rico! Qué lengua tan rica tienes —dijo Alexandra antes de meterse la verga de su papá de nuevo a la boca. No podía pasar más de cinco segundos sin ese pedazo tan delicioso de carne en su garganta.
—Hueles muy rico,
Roja
, me encantan tus jugos, están muy ricos, estoy muy caliente, ahhh, slurrp, slurrp, ahhhh, hmmm —gimió Alice. Su padre y hermana se dieron cuenta de que la chica se estaba masturbando a la vez que realizaba sexo oral, y tenía el piso de la tienda de campaña completamente empapado de jugos.
Mientras tanto, Charlotte volvía a sentarse en la arena después de hablar con el excitado salvavidas. Ella también quería divertirse, y no deseaba limitarse solo a cuidar las cosas, así que hizo un trato. Si el salvavidas cuidaba las cosas de su familia con su vida, ella le daría una noche de pasión completa un día, el que escogiese, siempre que no fuera hoy. Le dio su número de teléfono, y le mandó varias fotos de sus pechos y su concha que se tomó sutilmente, con sus mejores y más cachondas expresiones faciales. El hombre no se lo pensó dos veces y aceptó, estacionándose inmediatamente cerca de la tienda de campaña a vigilar cualquier intromisión.
Charlotte, que no pensaba faltar a su palabra (el tipo no era muy brillante, pero tenía un cuerpazo que se moría por devorar), corrió como una colegiala al mar, y se encontró con su hijo e hija, que follaban apasionadamente, pero sin llamar la atención, ocultos por las olas. Charlotte le puso la mano en la espalda a su único hijo, y la otra en el trasero de su hija del medio. Ambos gemelos no pudieron contener el susto inicial, y dejaron de follar.
—¡Mamá, eres tú! —gritaron ambos al unísono, tratando de recuperar el alma al cuerpo.
—Ay, hijos, lo siento por asustarlos. Vamos, no paren, sigan que yo los cubro.
Arthur y Ariadna se miraron, dubitativos. El primero seguía empalmado, la segunda seguía mojadísima. ¿Pero estaba bien? Arthur sabía que Ariadna no había tenido nunca sexo con alguno de sus padres como sus otras dos hermanas y su hermano. La muchacha claramente tenía algunos tapujos sobre ello, y miró suplicante a su madre.
—Mamá… yo no sé…
—Vamos ¿qué sucede, hija? ¿Te pone nerviosa ver a tu mami aquí? —preguntó Charlotte, acariciando más agresivamente el trasero de su hija. Sorpresivamente, metió una mano por debajo del bikini y acarició su piel.
—Es que… yo sé que ustedes hacen… pero yo no sé si tú y yo…
—¿Sabías que siempre me hago pajas con tus fotos de colegiala, hija mía? —inquirió Charlotte, a la vez que agarraba la verga de su hijo bajo el oleaje. Éste se estremeció, pero consiguió mantener relativamente la calma para no llamar la atención.
—¿Q-que tú haces qué? —se sorprendió Ariadna, notando cómo se le subían los colores aún más a su rostro juvenil.
—Es que eres tan bella, siempre me han gustado las mujeres como tú, con esas piernas tan increíbles, tus pechos de espanto, y tu culito tan rico. Y los hombres como tú, hijo, con esta polla que hace maravillas en el coño de cualquier zorra —dijo la madre, dirigiéndose esta vez a Arthur. También, a la vez, acarició el coño de su hija.
—Oh, ma…
—Mamá, qué b-bien…
—Díganme. ¿Quieren seguir follando? —preguntó la madre, mientras masturbaba a ambos hijos.
—S-sí —respondieron los dos al unísono.
—¿Les importa que mami los vea? —preguntó Charlotte, acariciando con el pulgar la punta de la polla erecta de Arthur, y tocando el clítoris de Ariadna con la otra mano.
—No —contestaron los dos a la vez.
—¿Y les gustaría follar conmigo también? —preguntó Charlotte. Esta vez, apartó los dedos del clítoris de su hija, y cuando ésta iba a protestar, su madre metió uno repentinamente en su trasero.
—Sí —respondió Arthur de inmediato.
—Ohhhhh, sí —suspiró Ariadna, muerta de placer. Guio nuevamente la verga de su gemelo a su entrada, levantó ligeramente una pierna, y se dejó penetrar otra vez.
—¿Te habían metido un dedo en el culo alguna vez, hija?
—N-nunca mamá… S-se siente muy bien. Ohhhhh, Arthur, sí, te amo, ¡qué bien se siente, sí!
—Ya sabes qué hacer más adelante con tu hermana, hijo querido —le dijo a Arthur, que comenzó a embestir el coño de Ariadna con más fuerza que antes, ahora que ambos estaban ocultos por su madre. Luego, ésta le dio un beso en la mejilla a su hija, esperando su reacción. Fue la esperada.
—¡Hmmmmmamá! —exclamó Ariadna antes de besar a su madre por primera vez. Charlotte respondió abriendo la boca para recibir la lengua de su hija, y aumentando la velocidad de su dedo en su culo, adaptándose a las embestidas de Arthur—. Ahhh, ahhhh, sí, hmmmmm.
Mientras el salvavidas cuidaba el fuerte, en la tienda de campaña el resto de la familia se divertía como nunca. Alexandra y Alice estaban ambas en cuatro patas, una al lado de la otra, con las manos tomadas y los bikinis a la altura de las rodillas mientras miraban hacia atrás, expectantes, risueñas y cachondas. Su padre, Alexander White, se enfrentaba a una difícil decisión.
—Vamos, padre querido, elige de una vez a quien te vas a follar primero —dijo Alexandra, moviendo el culo de lado a lado como una perra llamando a su pareja.
—Porfis, dame pene a mí, papi, porfiiiiis —suplicó Alice, con la lengua afuera, el sudor cubriendo su rostro. La chiquilla se estaba convirtiendo en una ninfómana sin remedio, pensó Alexander, lleno de orgullo.
—No, yo primero, que por algo soy la mayor, ¿no?
—Pero yo soy la que necesita más leche.
—¡Ok, ya está bien! Lo haremos a la suerte. —Alexander tiró una moneda al aire, la recibió en la mano, y sin explicar nada, se puso detrás de su hija mayor y la penetró sin piedad.
—¡Ohhhhhhhh, padre! ¡Eso, qué bueno, fóllate mi conejito travieso! —exclamó Alexandra, sintiendo como se le abría y cerraba el coño deliciosamente con los ya conocidos movimientos pélvicos de su padre—. Ufff, dios mío, cuánto necesitaba esto.
—P-pero papi, yo quería… oh, hmmmmm, síiiiiii —suspiró Alice de placer cuando Alexander le metió dos dedos en su apretado chumino—. Sí, gracias, papi, gracias, hmmmm.
—Qué par de rameras son ustedes… ufff, cómo me tientan las dos.
—Sí, soy la diablita que te dice que hagas cosas malas y sucias, padre, ahhh, ah, ah, ah, ah —gimió Alexandra, sintiendo las embestidas maravillosas en su concha—. Hm, ah, ah, ah, ahhhh, y mi hermanita es el angelito que te quiere llevar al cielo, ¿verdad, bebé? Ufff, estoy a punto de correrme, ¡qué rico! Ahhhhh. ¡Ahhhhhhhhhhhhhhh!
—Sí, sí, quiero darte mucho amor, papi, y quiero que me ames… ¡ámame, papi!
Alexander se salió de su hija mayor a la vez que ésta liberaba su orgasmo, se movió hacia al lado, y esta vez se metió en el estrecho coño de su hijita menor, a la vez que metía los dedos de la otra mano el el chumino de la mayor. Ambas eran sumamente diferentes, pero igual de deliciosas.
—Ohhh, no eres un angelito, Alice, ¡eres una diosa!
—Ahhhhhhhh, sí, tengo tu pene en mi conchita, papi, ¡me estás penetrando! ¡Se siente muy bien, papi, dame más, más, más!
—Eres una putita sin remedio, bebé —dijo Alexandra a la vez que besaba a su hermana menor. Toda su familia besaba muy bien, pero los labios y lengua de Alice tenían un encanto único, una pasión digna de alguien que esta descubriendo aún su sensualidad, y que tiene ansias de aprender más y más.
—Ay, ayyyy, aaaaahhhhhh… me voy a…. ayyyyy….
—¿Te vas a venir con el pene de papi, cariño? —preguntó Alexander, acelerando las embestidas.
—Síiiiiii, me voy a venir. M-me… ¡me vengo!
Alice soltó un intenso chorro de líquido semitransparente que incluso hizo retroceder a su padre. Éste, complacido, volvió a penetrar a Alexandra, que esta vez se entretuvo con las tetitas de su hermana menor, besando apasionadamente sus pezones.
En el mar, Charlotte Black se abrazó con su hija. Las tetas de ambas se encontraron, y sus pezones parecieron besarse por encima de sus bikinis. Arthur se puso detrás de su madre y fingió que le daba un inocente abrazo de un hijo a su madre por la espalda.
—Cariño, ¿me prestas a tu hermano?
—Claro que sí, mamá, yo ya me vine con su pene.
—Oh, entonces, ¿prefieres que saque mi dedo de tu culito?
—¡No, por favor no lo hagas, mamá! Sigue, hmmm —gimió Ariadna cuando su madre volvió a meter y sacar el dedo de su ano mientras la abrazaba.
—Esa es mi niña. Y tú, hijito, ¿podrías metérmelo muy fuerte y muy adentro, por favor?
—Como digas, ma —dijo Arthur, y se introdujo al interior de su madre. Nadie lo podría entender. Y por ello, nadie lo podría disfrutar tanto como ellos.
—Ahhhhhh, sí, qué rico, pero no te muevas tan fuerte, bebé, o nos van a ver. Ahhh, hmmmmm.
—Es grande, ¿no? ¿La polla de mi hermano?
—Uy, mi hijita al fin está aprendiendo a hablar como corresponde, ¡me fascina! —dijo Charlotte, besando a su hija de al medio de nuevo.
Se sumergieron un poco más mar adentro para poder follar con más fuerza. Ariadna comenzó a acariciar el clítoris de su madre para devolverle el favor por la dedeada de campeonato que le estaba haciendo a su culito. Las dos mujeres volvieron a besarse.
—Ohhhh, ma, tu coño está increíble. No sé si pueda aguantar mucho —dijo Arthur después de un buen rato.
—Mamá, creo que yo también… no sabía que se podía… —dijo Ariadna, a quien su madre ahora le estaba metiendo un dedo en el culo, y otra en el coño.
—Hace tanto tiempo que quería follar con ustedes dos, hijo, hija… los amo mucho… ah…. ahhhh, bebé, creo que vas a hacer que tu madre se corra… Hija, bésame, voy a… ohhhhhhhhh, ahhhhhh, ohhhhh, ahhhhhhhhhhhhhhhhhh —exclamó Charlotte, llamando al fin la atención completa de todas las personas a su alrededor. Arthur se salió de su coño…
Pero Ariadna no quería desaprovechar el impulso de felicidad y desinhibición que tenía. Cambió de lugar con su madre, se bajó un poco el bikini, y guio el miembro de Arthur a su entrada trasera. No lo había hecho nunca, y de seguro su gemelo no aguantaría mucho más de unos segundos, ni ella el dolor al no estar acostumbrada. Pero quería hacerlo. Frente a toda esa gente, quería que su hermano gemelo le diera por el culo, aunque fuese un rato.
—Ari, estás muy apretada, no sé si…
—Lléname, hermano, ¡lléname! —gritó Ariadna, fuera de sí.
La gente alrededor comenzó a cuchichear, reír y silbar entre ellos mientras los miraban. Algunos, que llevaban sus teléfonos, comenzaron a tomar fotos. Charlotte suspiró resignada y le plantó un feroz y apasionado beso a su único hijo para que callara sus quejas y le diera a su hermana lo que ella pedía.
Arthur solo logró aguantar un minuto al interior del ano de su gemela, y ésta solo consiguió meterse la mitad de la verga de su hermano, pero era genial para la primera vez de ambos, y con eso ya se daban por satisfechos. Arthur se vació en el culo de Ariadna en medio de poderosos espasmos, liberando todo su semen en una Ariadna que había llegado a su clímax al mismo tiempo. Los ojos azules de la muchacha se le habían ido hacia atrás, sacó la lengua muy afuera y emitió un gemido que puso a todos los de la audiencia completamente cachondos.
Charlotte era una madre sumamente orgullosa. Después de chupar la lengua de su hijo como si fuera su pene, le sonrió y le susurró al oído que tenían que volver a la tienda. En medio de aplausos de los que estaban cerca, Arthur tomó en brazos a su hermana rendida, y junto a su madre regresaron a su lugar. Charlotte le guiñó un ojo al salvavidas antes de cerrar la tienda.
—Santo cielo —dijo la madre, sonriente, al ver a su esposo y sus otras dos hijas estrechadas en un delicioso trío. Ariadna y Arthur se quedaron con la boca abierta, pero no de sorpresa. Ambos se excitaron nuevamente.
—Ahora termino, querida, dame un segundo —dijo Alexander, mientras penetraba a Alice por el coño. Debajo de la chica estaba Alexandra, acostada de espaldas y con el coño lleno de leche. Ambas hermanas se abrazaban efusivamente, con sus tetas tocándose entre sí, mientras su padre anunciaba su corrida—. ¿Lista, angelito?
—Sí, papi, dame todooooo.
—Dale leche a esta putita que se lo merece, padre —dijo Alexandra, en medio de su propio orgasmo gracias a los dedos de su padre.
Alexander se vació al interior de su hijita, quien se vino al sentir la leche de su padre en su interior, llenando completamente su cavidad vaginal.
—E-está muy… muy caliente, papi. Qué rico —dijo Alice, como en una ensoñación.
Cuando Alexander sacó la verga del coño lleno de jugos de su hijita, Ariadna se lo quedó mirando atentamente. Lo que pensó instantáneamente la sorprendió mucho, pero tampoco quiso negar sus propios deseos. “Qué pene más bello”, pensó. “Lo deseo”.
—Bueno, bueno, parece que nos hemos divertido mucho en familia, ¿no? —dijo Charlotte, complacida, mientras al fin sacaba los naipes de uno de sus bolsos—. Pero no es ni mediodía, aún tenemos un graaaan y laaaaargo día por delante. ¿Niñas? Dejen descansar a su padre y hermano, que van a hacer mucho ejercicio hoy. Además, tenemos que almorzar.
—Bueno, mami —dijo Alice, abrazada a la cintura de Ariadna.
—Sí, mamá —contestó Ariadna, sin dejar de mirar el miembro de su padre, todavía empalmado y con ganas de acción, la última barrera que le faltaba cruzar para terminar completamente de convertirse en una puta incestuosa sin remedio.
—Como digas, madre querida, pero no sé si podré aguantarme mucho —dijo Arianda, mordiéndose el labio inferior mientras miraba a su hermano con deseo.
—No puedo creer que estemos haciendo estas cosas, jaja —rio Arthur, creyendo por unos momentos que había estado soñando todo este tiempo. Su madre se inclinó y le dio un tierno y maternal, y a la vez húmedo y lujurioso beso en los labios, una mezcla imposible. Nuevamente su polla se puso en guardia.
—Tienes que creerlo, bebé. Hoy nos convertiremos en una familia nueva… y cuando lo hagan, al fin podremos contarles uno de nuestros grandes secretos familiares —dijo Charlotte, dedicándole a su esposo una mirada cómplice.
Sus cuatro hijos se pasaron todo el almuerzo, al interior de la tienda, preguntándose qué diablos podían estar ocultando sus padres.
Continuará...