La Familia White (14)

La previa a la gran fiesta familiar que al fin los White tendrán en la playa. Alexandra con Ariadna; Arthur con Alice, luego todos en la camioneta, y el inicio de un gran viaje prometedor.

Capítulo 14: La Playa, parte I

Por primera vez en mucho tiempo, los seis habitantes de la granja de los White estaban completamente felices. Follando sin parar a diario, dándose amor como nunca, cosa que los vecinos serían incapaces de entender, Alexander, Charlotte, Alexandra, Arthur, Ariadna y Alice estaban en las nubes. Necesitaban celebrarlo a lo grande. ¿Qué mejor para ello que ir a la playa?

—Cariño, ahhhh, ahhhhhhh —gimió Charlotte Black, mientras estaba en cuatro, sobre la gran cama de doble plaza, que se mecía rápidamente ante las embestidas.

—Oh, querida, estás riquísima, ufff —suspiró él, mientras le penetraba intensamente el ano con su enorme verga.

—Cariño, por dios, guarda algo para el viaje, ¿no ves que vamos a necesitar de tu semen? Ahhh

—¿Por qué crees que no te he follado en tres días? ¡Tengo guardado para todo el día!

—¿Ah, sí? ¿Pero serás capaz de darle también a tus tres hijas lo que se merecen?

—¡Tú ya verás, querida! Vamos, prepárate para recibir mi primera corrida dentro de tu culo, como castigo por haberte estado cogiendo a tu hijo anoche, puta.

—¡Lánzalo hasta el fondo!

Entre tanto, Ariadna White recordaba que hacía mucho que no iba a la playa, y necesitaba un nuevo traje de baño, después de que el anterior se lo comió un cerdo, un día que se soltó de la granja vecina. Le pidió a su hermana mayor que la acompañara. Ésta no la hizo esperar, tomó la vieja camioneta familiar, y llevó a su hermana al centro comercial del pueblo.

—¡Ari! ¡Aquí, aquí! —gritó la mayor, con al menos una decena de trajes de baño en las manos para que su hermana, que se había quedado nervios en la entrada, se los probara. Ésta se acercó tímidamente a la mayor.

—¿Qué? ¡Alex! ¡Todos estos son bikinis!

—¡Exacto! ¡Y de todos los colores! Mira este blanco, es maravilloso… ufff, y este negro con rosas rojas es tan sexy. Y este…

—¡Son pequeñísimos, Alex! No puedo usar de esos, qué vergüenza —dijo Ariadna, ruborizándose.

—Oh, no me vengas con tonterías. ¿Hace cuánto que no tenemos un buen tiempo de hermanas?

—No hemos tenido tiempo. Tu trabajo, mis clases…

—Tú follando con tu gemelo, yo con nuestra hermanita… —siguió Alexandra, sonriendo libidinosamente logrando que varias miradas se posaran sobre ellas.

—¡Alex, por todos los dioses! —se exaltó Ariadna, nerviosa, buscando sin éxito tapar la boca de su hermana mayor. Estaba increíblemente ruborizada.

—Y nunca entre nosotras, ¡es una tragedia! ¿Cuándo me vas a dar la oportunidad?

—¡Alexandra, por favor!

—Si quieres que me calle, toma estos bikinis y ve a probarlos —sentenció Alexandra, poniendo las prendas sobre los brazos de su hermana—. ¡Vamos, uno, dos, uno, dos!

Ariadna se quitó la ropa en el vestidor, y se miró en el espejo. Completamente desnuda. Largas piernas, bellos senos, maravillosas curvas. Así se lo dijeron su primo Junior, su hermana Alice y su querido gemelo Arthur. Con todos ellos había cogido, y ella sabía que el resto de la familia lo hacía entre sí, incluso con sus padres. Ella no había hecho nada de eso, no sabía si se atrevería. ¿Sexo con su madre? ¿Con su padre? Era una locura, pero después de todo lo que había hecho, después de las noches besándose y tocándose con Alice, o las increíbles sesiones que había tenido con su hermano gemelo en literalmente todos lados… ¿Podía seguirse negando? Ya no le era raro, sin duda.

Posó un momento frente al espejo, desnuda. Se sentía muy sexy. Pronunció las curvas moviendo las piernas una después de la otra, como una modelo de televisión, y se bajó sensualmente los anteojos para mostrar sus ojos azules a una cámara imaginaria. Luego, imaginó a su padre, Alexander White, apareciendo por atrás, agarrándole las tetas.

Estaba comenzando a mojarse. Era mejor pensar en otra cosa. Se probó unas cuantos conjuntos, los que le parecían menos reveladores, pero parecía que su hermana mayor se había esforzado por darle bikinis que no dejaban nada a la imaginación. Al final, decidió probárselos de todos modos, ya que estaba ahí. Uno azul, con flores blancas en cada pezón, resaltaba muchísimo sus tetas. Otro blanco era más inocente, pero al estilo de ángel sexy. Uno negro era apenas un hilo abajo, necesitaba depilarse enteramente para lucirlo. Se siguió cambiando, aún con la imagen de su padre detrás de ella en la cabeza. Al sacarse la última prenda de ropa interior, notó que la había dejado levemente húmeda. Maldita sea, pensó.

Entonces, de pronto, cuando estaba posando de nuevo con el bikini azul, alguien le agarró los pechos por detrás. Ariadna se aterró, pensando que era algún pervertido que había estado mirando entre las cortinas del vestidos, hasta que se vio en el espejo y descubrió a su pelirroja hermana mayor, sonriéndole traviesamente.

—¡Santo infierno, Alex, me diste un susto de espanto! —exclamó Ariadna en voz baja.

—Lo siento, hermanita, no podía perderme la escena— dijo la pelirroja, comenzando a masajear los senos de su hermana—. Madre mía, qué tetas que te gastas, ¿eh?

—Oh, cállate, ridícula, nadie las tiene más grandes que tú —contestó Ariadna, a quien se le subieron los colores a la cara. Sin ánimos de conseguirlo, fingió que trataba de apartarse de Alexandra. Vaya que era buena para tocar la malnacida.

—Excepto mamá. ¿Pero sabes? Si en algo nos ganas a todas, es en estas piernas que tienes, hermana. —Alexandra acarició los muslos desnudos de Ariadna, y le dio un lametón en el cuello—. Madre mía, cariño, si fuera lesbiana no apartaría mis manos de tus piernas.

—¡No seas boba, jaja!

—Hablo en serio. —Con sutileza, Alexandra comenzó a jugar lentamente con el hilo azul del bikini, tentada a bajarlo de un tirón, mientras con la otra mano acariciaba ahora la cara interna de los muslos de Ariadna, que no se negó a abrirse un poco de piernas—. Eres bellísima, hermana, entiendo por qué Arthur se hace tanto la paja pensando en ti, incluso más que en mí, Alice o mamá. Honestamente, yo también me he tocado imaginándote.

Ariadna se apartó de Alexandra. Luego la miró de frente. Alexandra, sin tapujos, se quitó los pantalones que llevaba, se bajó las bragas, se quitó la camiseta y finalmente el brasier, quedando con solo sus calcetines, zapatillas, y el largo cabello rojo sobre uno de sus gigantescos pechos.

—Alex, ¿qué estás…?

—Ariadna, deja de usar la lengua para hablar, y métela en mi boca.

Lo siguiente no tardó. Alexandra se abalanzó sobre su hermana, sus tetas chocaron unas contra las otras, agarró las nalgas de Ariadna para tirarla hacía sí, y le dio un jugoso y lujurioso beso de lengua de una sola vez. Ariadna, a diferencia de las primeras veces anteriores con su familia, no se resistió, y agarró fuertemente el culo de su hermana mayor mientras jugueteaban una con la otra.

Así estuvieron casi un minuto, hasta que Alexandra se puso de rodillas y le abrió las piernas a su hermana, que lo aceptó con gusto. Ariadna estaba chorreando, y le mostró su chocho húmedo, moviendo el bikini a un lado, a su hermana mayor.

—¿T-te gusta lo que ves?

—Me fascina, cariño. —Alexandra le dio un primer lametón al clítoris que se le presentaba, saboreándolo como un manjar—. Qué delicia tienes aquí, me vas a volver loca.

—No puedo creer que estemos haciendo esto tú y yo.

—Lo que no puedo creer es que me tardé tanto en intentar comerte el coño, hermana.

—¡Somos hermanas!

—No te molestó con Alice y Arthur, jeje.

Ariadna se mordió los labios cuando Alexandra comenzó a trabajar en su vagina. La mayor de los White metió la lengua profundamente en la cavidad vaginal de su hermana, degustándose con todos los jugos que de allí salían, mientras se masturbaba con una de las manos, y usaba un dedo de la otra para acariciar el clítoris de Ariadna. Pronto, ésta llegó al cielo, corriéndose sobre la lengua de su hermana mayor.

No podían estar mucho tiempo en el vestidor sin que los encargados empezaran a sospechar, así que mientras Ariadna se arrodillaba para devolverle el favor a Alexandra rápidamente, ésta se entretuvo sacándose selfies sexys con su hermana, que apenas se quejó un par de segundos. Dejó de hacerlo cuando Alexandra le aseguró que “solo” se las mandaría a Arthur y Alice. A Ariadna le excitó muchísimo la idea, y eso la impulsó a probar algo nuevo, metiendo dos dedos rápidamente en el coño de su pelirroja hermana, a la vez que usaba toda su nueva habilidad adquirida en “hacer el abecedario” con la lengua, en el clítoris hinchado de Alexandra.

—Aaaahhh, Beeee, Ceeee...

—¡Oh, por dios, Ari! ¿Dónde aprendiste esto?

—Deeee una amiga de Alice… Eeeeee

—Me muero… me muero, qué ricooooo.

—No hagas ruido, boba, jaja —rio Ariadna, mientras se enorgullecía en silencio.

Alexandra tomó dos docenas de fotos, la mitad de las cuales era del rostro de Ariadna con la lengua en su coño. Ariadna estaba más atrevida de lo normal, y decidió guiñarle un ojo a la cámara, hacer un “ahegao”, y mostrarle el dedo medio en distintas fotos.

Mientras tanto, Arthur desempolvaba los quitasoles en el ático, cuando su hermana menor apareció con dos bellas sorpresas.

—¿Twino?

—¿Sí, dime Al…? Whoa.

Alice llevaba ya puesto su bikini, un conjunto rosa que, de alguna forma increíble destacaba tanto su inocencia como su sensualidad. Tenía un pequeño lazo negro entre medio de los dos pequeños senos; la parte de abajo apenas dejaba algo a la imaginación (y Arthur se preguntó qué tienda le vendería algo así a ella), resaltando su culito y su delicada cintura. Se había atado el cabello, como era usual, en dos coletas.

—¿Viste lo que mandó la Roja? —preguntó ella, sacándose con toda la inocencia del mundo el teléfono del brassier, en el seno izquierdo. Se pegó al cuerpo de su hermano, y éste se estremeció con el calor que la chiquilla despedía.

—Oh, vaya, es… —Arthur se quedó con la boca abierta mirando las sensuales selfies que se habían tomado sus hermanas en el vestidor del centro comercial. Algunas tenían algunos mensajes de Alexandra: “miren de lo que se pierden, hermanito y hermanita”.

—¿Están muy buenas, no?

—S-sí, lo están.

—Se van a comprar unos bikinis geniales. Creo que no voy a poder evitar tocarlas, jijiji. Se llevarán todas las miradas.

—¿Pero de qué hablas? ¡Tú también estás increíble, Ali! —exclamó él, comenzando a perder los estribos. Entre las fotos de una sexy Ariadna comiéndole el coño a Alexandra, ésta enviándole mensajes lascivos, y la sensual Alice de pie pegada junto a su cuerpo, se volvería loco. Y eso que había tenido sexo con mamá la noche anterior… ¿Cuántas veces podía un hombre calentarse así en un solo día?

—Me halagas, hermanito, y puedo comprobar que también te gusto —dijo Alice, mirando el bulto que se había formado en el pantalón de Arthur, que procedió a acariciar casi sin querer—. Quiero que nos entretengamos mucho en la playa, como familia.

—C-como familia, claro, sí…

—Jijiji, estás muy nervioso, Twino. —Alice se dirigió a un montón de cajas que estaban allí en el ático, pronunciando cada pisada para que su hermano pudiera enfocar perfectamente sus piernas, su trasero y su cintura—. ¿Te ayudo a calmarte?

Alice se inclinó, apoyó una mano sobre una de las cajas, y con la otra se hizo el bikini a un lado. Luego, con su mirada más sexy, lo imitó.

—Ali, tenemos que irnos en menos de…

—¿Porfis? ¿Un ratito? Las fotos de mis hermanas me calentaron mucho, mira… —suplicó ella, abriéndose los labios para que Arthur notara cómo caían sus jugos vaginales al piso—. ¿Porfis?

—Ay, hermanita, ¿cómo podría negarme? —dijo Arthur, quitándose los pantalones y mostrándole su verga empalmada a la juguetona y risueña de su hermana pequeña. Se le acercó y puso la punta en su entrada.

—Twino, vamos, entra… —gimió ella, mientras él acariciaba su clítoris con la polla.

—¿Tan desesperada estás, hermanita?

—Porfiiiiiiiiis, daleeeeeeeeee.

Cuando él la penetró, ambos se sintieron en el cielo. La muchacha estaba sumamente apretada, como era habitual, y cada movimiento y roce lo ponía progresivamente cerca de una corrida temprana. Pero debía controlarse. Debía esperar… porque el día sería muy largo.

—Ay, sí, síiiiii, qué rico, me encantaaaaaaaaaaaaaaaaaa.

—Hermanita, ¿cómo puedes estar tan apretada? Uf, ahhh, ahhh. —Arthur tocó las tetitas de su hermanita por encima del sujetador, y fue como acariciar el paraíso.

—Me gusta, me gusta muchito, ¡más, más, más!

Quince minutos después de que Alexandra y Ariadna llegaran del centro comercial, los seis miembros de la familia White partieron a la playa. Las sombrillas, las toallas, los bañadores de repuesto, y una caja de condones por si acaso las chicas encontraban a otros chicos con los que follar también. Estaban listos.

Alexander manejaba, llevando sus sandalias, una camisa hawaiiana, y los shorts blancos de baño. A su lado, la escultura de esposa que tenía, aún sintiendo rastros del semen de su marido en el culo, llevaba un sombrero de playa, grandes gafas de sol, y un bikini negro con rayas grises que siempre le había parecido muy sexy, debajo de una camisa transparente y una falda larga.

En el asiento de atrás, sentado al medio y solo luciendo sus shorts negros de baño, con el torso descubierto, iba Arthur. A pesar de haber follado a su hermanita hacía tan poco, llevaba todo el camino empalmado por culpa de las cuatro mujeres a su alrededor. Una de ellas era la pequeña Alice, con su sensual y coqueto traje de baño rosa con negro, que acariciaba sin tapujos el bulto de su hermano. Al otro lado estaba Ariadna, con una camisa blanca y unos pequeños shorts de mezclilla por encima del bikini celeste, con flores en los pezones, que finalmente se había comprado. La muchacha devoraba con la mirada los labios de Arthur, que le devolvía la mirada lujuriosamente. Ambos deseaban hacerlo, pero no sabían si estaba bien, con sus padres delante. Ella aún no tenía ningún tipo de intercambio sexual con ellos, no sabía si estaba bien, pero ¡dioses! Se moría de ganas de comerse a su gemelo.

Finalmente, Alexandra White iba en la caja de la camioneta, luciendo solo su espectacular y revelador bikini rojo escarlata, casi del mismo tono de su cabello. La muchacha, con la cabeza al viento, se estuvo sacando selfies sexys todo el camino, provocando la mirada lasciva de todos los que conducían cerca de ella. Muchos motoristas, que llegaron en banda, le silbaron, y algunos se atrevieron a sacar la lengua y a fingir que le comían el coño. Eso la encendió de sobremanera.

—¿Quieren divertirse conmigo, chicos? Divirtámonos entonces —dijo ella, moviendo el sujetador de su bikini solo un poco, lo suficiente como para sus fantásticas tetas salieran al aire. Los chillidos y vitoreos no se hicieron esperar—. ¿¡Les gustan mis niños!? —les gritó, riendo coquetamente.

Los motociclistas comenzaron a silbarle más fuerte. Un par de barbudos bien machos se pararon sobre las motociclistas y realizaron movimientos pélvicos, fingiendo una penetración.

—¡Eres una putita!

—¡Quiero metértelo todo!

—¡Muestra más, hija de puta!

—Jajajajaja, vaya que son traviesos, chicos. —Aunque los automóviles pasaban a su lado, muchos de los cuales desaprobaban con la mirada de los pasajeros completamente lo que hacían, eso solo la puso más caliente. El desafiar a los demás. Sexo con chicas como su hermana era genial, muy sexy e íntimo, pero con los hombres prefería el camino más animal—. ¿No prefieren esto mejor?

Alexandra se puso a cuatro patas y les movió el trasero, con lo que los motociclistas aullaron como animales. Algunos probablemente perdieron la razón cuando ella se corrió el delgadísimo hilo escarlata que llevaba y les mostró su coño y culo en todo su esplendor. Los gritos no pararon.

—¡Miren a esa zorra, muchachos!

—¡Quiero follármela, quiero follármela!

—¡Qué culo más rico!

—¡Espero les guste el espectáculo, muchachos, porque todavía hay más! —Alexandra se sentó de rodillas esta vez, y con una mano sobando sus propias tetas, la otra la llevó a su “conejito travieso”, como le llamaba—. Uf, estoy mojadísima. ¡Cómo me ponen, chicos!

Entretanto, dentro de la camioneta, el show de la hija mayor de los White pudo más, y los instintos ganaron a la razón. Alexander, que miraba por el espejo todo lo que ocurría, tuvo una increíble erección. Su esposa, muy devota, no tuvo tapujos en llevar la mano al interior del short blanco de su esposo, y comenzó a hacerle una paja lenta, suave para no provocar un accidente, pero muy satisfactoria para calmar las ansias de su marido.

—Eres una maldita, querida. Apenas lleguemos…

—Quiero que me folles en el mar, hijo de puta, hace mucho que no lo haces —susurró Charlotte.

En la parte de atrás, las hermanas y hermano de Alexandra tampoco perdieron detalle del show de su hermana mayor, y Alice finalmente se atrevió a sacar la polla de Arthur de su prisión. Sin embargo, no fue solo ella quien comenzó a hacerle una deliciosa paja… sino que también Ariadna, quitándose las gafas para que su hermano se deleitara con sus ojos azules, tomó la verga con su mano. Juntas, las dos hermanas comenzaron a masturbarle, y el muchacho sintió que, quizás, su vida era la mejor en el mundo.

—Twino, tu pene está muy grande, ¿todavía tienes tanta leche en los huevos?

—Alice, por todos los dioses, no hables así —le corrigió Ariadna, mientras le sonreía con complicidad—. Aunque tienes toda la razón. Eres increíble, Arthur.

—Ustedes dos son un par de diosas —susurró Arthur, dejándose consentir. Las cosas habían cambiado mucho en los últimos meses. Era, probablemente, el muchacho más afortunado del planeta. El día en la playa que se venía, bien podría convertirse en el mejor de su vida.

Continuará...