La Familia White (12)

Ahora que sus hijas e hijo están follando entre sí, Alexander White y Charlotte Black desean tener una pequeña salida nocturna de pareja, para divertirse como hacían antes. En un callejón, junto a la vieja camioneta, harán arder la llama de la pasión... con una juguetona testigo.

Capítulo 12: Una salida matrimonial

Alexander White y Charlotte Black escucharon dos puertas cerrarse en el segundo piso. Una, la chirriante puerta de la habitación de Arthur, indicaba que estaba allí, encerrado con su hermana gemela, para una nueva sesión de lujuria incestuosa, tal como habían hecho cada noche durante la última semana, desde su primera vez juntos.

La otra puerta le correspondía a la habitación de Alexandra, donde seguramente estaba Alice ahora, visitando a su hermana mayor para entretenerse también, con algo de jugueteo lésbico incestuoso, como tanto les gustaba a ambas.

Los dos esposos sonrieron como cómplices. Era una locura que casi nadie en el mundo aceptaría mejor que ellos. Hermanos y hermanas follando entre sí. Pero ahora, necesitaban algo de tiempo para sí mismos, como marido y mujer. Follar con sus hijas e hijo había sido delicioso, pero había una razón por la cual se habían casado en primer lugar. Una razón que buscaban exprimir todavía más. Salieron a hurtadillas de la casa, como un par de adolescentes, y se dirigieron al bar ochentero que se había inaugurado recientemente en el pueblo. Él vestía su casaca de cuero de la juventud (que no le quedaba tan bien como deseaba, debido a la barriga), un pantalón azul de mezclilla, una camiseta blanca, y la barba bien recortada. Ella también llevaba pantalones de mezclilla, en su caso celestes, que le levantaban deliciosamente el trasero; un suéter rosa con cuello, grandes aros, y el cabello bien revuelto.

Más o menos así iban vestidos cuando tuvieron su primera vez juntos. También habían ido a bailar a un pub, y era la época correcta. No necesitaban revivir la flama de la pasión… solo querían hacerla arder aún más. Mientras Alexander conducía la vieja camioneta familiar en la que había llevado a su pareja, y Charlotte miraba el escenario nocturno a su lado, ambos recordaron.

Lo cierto era que Alexander había llevado a otra persona a bailar. Una compañera de la escuela llamada Tanya con la que había estado saliendo desde hacía un tiempo. En la pista de baile, Alexander (mucho más ágil y atrevido que ahora) demostró sus mejores pasos, y llamó la atención de varias señoritas. Por su parte, Tanya siempre había sido coqueta, y después de unos tragos se llevó a un par de muchachos a los baños. Ya había hecho cosas así antes, y generalmente le guiñaba el ojo a Alexander para que éste la acompañase, pero esta vez no lo hizo.

Tenía sus ojos puestos en otra mujer, una a la que se le había hecho agua la boca viéndole bailar. Era más o menos de su edad, escultural, de cabello rojo ardiente, labios fogosos y ojos azules como zafiros. Si bien era una colegiala, la ropa que llevaba le hacía ver varios más años mayor. Más experimentada. Más audaz y sensual.

Fue ella la que se le acercó. Ella iba acompañada por sus hermanas, Elizabeth y Gabrielle. Los cuatro se fueron a tomar a una esquina del bar, y Gabrielle le dijo que habían llegado hacía solo un par de semanas de Inglaterra, y que querían saber cómo se divertían los norteamericanos. El acento que tenían enloquecía a Alexander, en especial el de Charlotte Black, que lo observaba con una sensualidad difícil de describir. Elizabeth, la mayor, le explicó que tenían otra hermana, Isabella, pero que era aburrida y no le gustaba tanto salir. A ellas, en cambio, les encantaba, en especial cuando veían hombres tan atractivos, bailando tan bien. Alexander sacó unos cigarrillos y se los entregó. A pesar de ser solo un hombre con tres mujeres, sabía que tenía el control. O creía que lo tenía, más bien. Sabía que podía elegir con quien irse a dormir esa misma noche; se olvidó completamente de Tanya aquella noche, y cada uno siguió su camino después.

Elizabeth era elegante, sagaz, seductora, y tan curvilínea que bien podría haber sido actriz porno, si no cumpliera más bien los requisitos para ser una

femme fatale

. Gabrielle, la menor de las hermanas, con su coqueta trenza pelirroja, sus ojos traviesos y sus constantes movimientos y posturas sensuales, sí cumplía más con la idea de la actriz xxx… pero Charlotte fue quien más le llamó la atención. No supo por qué en ese entonces, siendo que las tres (y también Isabella, a quien conoció más adelante) eran perfectas, hermosas y maravillosas esculturas hechas mujeres… pero aquella noche, Alexander no pudo quitarle la mirada de encima. Charlotte apenas decía palabra. Solo lo miraba. Le sonreía sutilmente, le atraía lentamente, mirándolo detrás del humo del cigarrillo. Era como una araña que ya había tejido su red alrededor suyo, sin que éste se diese cuenta, dándole la ilusión de que era él quien tenía el domino de la situación.

En algún momento, Gabrielle se puso a hablar con un par de muchachos, y Elizabeth le cuchicheó algo al oído a Charlotte, y pronto la dejó a solas con él. Las palabras que le dijo cambiaron el resto de su vida:

—¿Sabías que las cuatro cogemos?

Él soltó la bebida, que manchó sus pantalones, y casi tira el cigarrillo también. Quedó completamente boquiabierto.

—Oh. Me imagino, jaja… —rio, nerviosamente, hablando como un estúpido inexperto mientras se limpiaba con un pañuelo que ella le dio—. ¿C-con quién? ¿Alguien de aquí?

—Entre nosotras —explicó ella, tomando una bocanada. Lo penetraba con la mirada. Lo invitaba a un mundo oscuro y peligroso. Básicamente lo estudió, entregándole un cebo.

Y él lo tomó.

—Ohhh… bueno… eso es genial. Amor de hermanas, jaja. Ja.

—No te veo asqueado.

—No lo estoy. —Alexander hizo su jugada. Tomó la mano de Charlotte y la llevó a su hombría, que ella palpó por encima del pantalón—. Me parece muy cachondo, la verdad.

—¿Te gustaría vernos hacerlo algún día?

—Sí. Oh, sí.

—Como quieras. —Charlotte le había bajado la cremallera del pantalón, protegida por la oscuridad del bar, y se inclinó con una sonrisa lasciva para devorar el pedazo de carne que se le presentaba—. Pero vinimos porque lo que necesitamos, más que nada, es un hombre. Entre nosotras está bien entreternos de vez en cuando, pero nunca es lo mismo que con una buena polla metida entre nuestras piernas. Como esta.

Poco después estaban follando en el asiento trasero de la camioneta. Ambos se vinieron dos veces durante esa noche. Una semana después se convirtieron en novios, y tras el nacimiento de Alexandra se casaron, a pesar de ser tan jóvenes. Y ni un solo día se arrepintieron; menos aún después de enterarse del secreto familiar que los conectaba…

En esa misma camioneta estaban ahora, más de veinte años después, estacionados en una zona desolada del pueblo durmiente y nocturno. Habían bailado y comido por dos horas, mientras recordaban sus primeras y fogosas citas. Charlotte había bailado con tanta sensualidad y soltura que poco menos todos en el pub se voltearon a mirarla con deseo. Era una mujer en la plenitud de su vida, su físico no había mermado en lo absoluto ni tras tres embarazos, y no evitaba coquetearle a nadie, ni hombre ni mujer, solo para desafiar y retar a su marido. Éste le invitó a los mejores platos, y bailó como no hacía hace años, toqueteando, besando y frotándose con su mujer, como un adolescente cachondo. Y ella no pudo evitar calentarse tampoco… se le encendían los motores cuando su hombre, su macho, le daba de nalgadas mientras bailaban, o le rozaba los pechos sobre la ropa, o le respiraba fuertemente en el cuello. Eran sus puntos débiles, y se mojó solo de saber lo que se avecinaba. Incluso, mientras comían, le había acariciado la polla por sobre el pantalón con su pie derecho, debajo de la mesa. Al mismo tiempo, le dedicó sus más atrevidas miradas, esas en las que siempre había sido experta, y que habían logrado conquistarlo.

Cuando se sentaron en la camioneta, Alexander encendió el motor para dirigirse al motel del pueblo, pero ella le bajó la cremallera y le hizo una paja mientras conducía, impidiéndole llegar a su objetivo, y deteniéndose en el callejón en el que estaban ahora. Estaban junto a unos departamentos, y si a los vecinos se les ocurría mirar por la ventana, los habrían visto devorarse a besos, lametones y toqueteos. Y no les importaba.

—Mi amor, estás hecho un animal —le dijo Charlotte, al oído, mientras usaba las dos manos para hacerle una paja a su marido—. Me haces sentir igual de deseada que cuando nos conocimos.

—Es porque eres muy sexy, cariño —respondió él al piropo, besándole el cuello, pasándole la lengua desde casi el hombro hasta cerca de la nuca y debajo de la oreja—. Me vuelves loco, tienes el mismo cuerpazo de hace veinte años.

—No seas bobo, mi amor, mejor mírate. Esta polla solo se ha puesto más grande, vigorosa y dura con los años —dijo Charlotte, mientras se inclinaba y se metía la verga de su esposo al interior de la garganta—. Hmmmm, qué delicia —dijo con la boca llena.

—Ohhhh sí… ¿Pero de qué hablas? ¡Eres una diosa! —Alexander miró el culo levantado de su esposa, pegado a la ventana. Su pantalón de mezclilla se había bajado un poco y podía admirar el pequeño hilo negro que Charlotte llevaba por ropa interior.

—Veo que te gusta —dijo la pelirroja, sonriéndole, mirándole hacia arriba con la verga de lado hinchándole una mejilla por dentro—. ¿Por qué no me metes mano, entonces?

Alexander obedeció, y metió una mano debajo del pantalón de su mujer, doblada como una puta para él, a la vez que le realizaba una deliciosa chupada de pene. Alexander movió la delgada tanga hacia un lado y palpó el coño de su mujer, tremendamente mojado. Ella gimió de placer cuando él empezó a acariciarla, y se quitó la verga de la boca para darle instrucciones.

—Ahí no, querido. Recuerda que eras un chico malo, y me hiciste cosas muy malas y sucias. Quiero que lo hagas otra vez, chico sucio.

Alexander recordó, sonrió, y metió el dedo corazón en el otro orificio de la mujer, el cual ella se había limpiado muy bien previamente con un enema.

—Eres una verdadera puta… ¿quieres que lo meta más adentro?

—Sí… ¡Sí, sí, sí!

Él así lo hizo, y ella movió el culo de un lado a otro de gusto, sin descuidar el sexo oral que le realizaba a su marido. Era una experta, al igual que sus hermanas, al igual que sus tres hijas serían pronto también. Él estaba cerca de venirse, y no deseaba hacerlo todavía. Se había guardado para ese día, estaba muy acumulado para darle un baño de lefa como se merecía a su mujer… pero no quería ensuciar la camioneta tampoco.

—Querida, vamos al motel, quiero hacerte mía.

Ella se irguió, se quitó la prenda que llevaba encima, y besó a su marido, mientras seguía teniendo el dedo de él metido en su culo, acariciando sus entrañas. Sus tetas quedaron descubiertas, a la vista, solo protegidas por un sexy brasier negro que Charlotte había comprado para la ocasión, con bellos encajes florales y muy escotado para resaltar la curvatura de sus senos.

—Mi amor, estoy muy cachonda, no creo que alcance… Quiero tu polla.

—Pero, cariño, aquí adentro no sé…

—¡Vamos afuera entonces! Por favor, Alexander, ya no me aguanto, ¡dame tu polla!

Y él, como siempre, obedeció las órdenes de la diosa que era su mujer. La puta más increíble que se pudiera conocer, con la que había probado todos los fetiches posibles, y con la que aún seguía descubriendo cosas nuevas.

Tras salir, bajo las estrellas, Charlotte Black se desabrochó el pantalón, se lo bajó hasta las rodillas junto con sus empapadas bragas, y se inclinó hacia adelante, apoyando las manos sobre el cofre de la camioneta. Con su mirada más sexy (los ojos entrecerrados, el flequillo sobre uno de ellos, y mordiéndose los labios), le ofreció el culo a su esposo, que se quitó los pantalones y los calzoncillos, y los arrojó a la caja de la camioneta, donde tenían maquinaria y paja de la granja bajo unas telas oscuras. Lo importante era la tela, que planeaban usar para meterse a follar debajo, en caso de problemas con policías cercanos.

—Hmmmm… hmmmmmmmmmm —gimió alguien, mientras Alexander penetraba el culo estrecho y lubricado de su mujer. Ella también había gemido, pero había sido distinto, pues ella se entregaba por completo, y no le interesaba que la escucharan.

—¿Cariño?

—Sigue, sigue, tómame, mi amor, hazme tuya.

—Pero… ¿escuchaste lo que...?

—¡Calla y dame por culo! —ordenó ella, y él la tomó de las nalgas, las separó, y la penetró fuertemente, adentro y afuera, rápida, vigorosa y agresivamente, como sabía que a ella le encantaba. De fondo, seguía escuchando aquel gemido medio silencioso, dejado, susurrante…

—Hmmmmmmmm, hmmmmmmmmmmmm…

—¿Qué es eso…?

—Mi amor, tómame más fuerte, como cuando éramos chiquillos, ¡fóllame mi culo de puta! —Charlotte se irguió, torció el cuello y miró con deseo y lujuria a su marido antes de besarlo. Pero él conocía perfectamente las miradas de su mujer… sabía que había un ingrediente extra. Conspiración. Suspicacia. Por sobre todo, ¡complicidad! ¡Ella también escuchaba el otro gemido!

Y de pronto, él comprendió. Al hacerlo, sonrió y embistió con más fuerza a su mujer, con la misma ferocidad y agilidad de su juventud, y ella chilló de gusto al sentirse llena. Gritó como una loca, y comenzó a derramar sus jugos sobre el pavimento, mientras se frotaba rápidamente su propio coño.

Algunas luces del pueblo se encendieron, lo que Charlotte buscaba. Era la excusa perfecta para cambiar de escenario y posición. Sin decirse nada, Alexander y Charlotte subieron a la caja de la camioneta, y se metieron bajo las amplias telas negras, ya levantadas por las herramientas y aparatos que allí habían dejado. Ni por un momento él dejó de penetrarla. Charlotte estaba en cuatro patas, con las rodillas y las manos en la camioneta; Alexander estaba detrás de él, embistiendo el culo de su mujer como un animal desesperado. Delante de ella, otra mujer detenía bruscamente su frenética masturbación, completamente desnuda, con las tetitas al aire, las piernas muy separadas, dos dedos de su mano derecha metidos y paralizados al fondo de su chochito.

—Hola, hija, ¿disfrutando del espectáculo? —preguntó Charlotte, frente a frente con su hija menor, dedicándole su sonrisa más traviesa.

—M-m-m-mami… —tartamudeó ella, aterrada al verse descubierta.

—Eres una niña muy mala, Alice, siguiendo a tus padres cuando quieren una noche solos para darse placer —dijo Alexander, fingiendo indignación, sin dejar de penetrar a la mujer de su vida.

—P-papi, ¡l-lo siento! —se disculpó ella, buscando su ropa en la oscuridad debajo de la manta.

—¿Por qué nos seguiste, hijita? —preguntó Charlotte, deleitándose en la vista de su hija más joven desnuda frente a ella. ¿Cuántas pajas se había hecho mirando sus fotos, al igual que las de sus otras hijas e hijo? Ya no podría contarlas—. Y tú no te atrevas a parar, hijo de puta, dame duro, soy tu perra en celo, ¡eso, eso, eso, sigue!

—Quería saber donde iban… no sabía que iban a… a…

—Ah, ah, ¡ah, ah, ah, ah! F-follar, cielo, se dice follar —le ayudó su madre, maternalmente. Alice ya le había dicho que había visto follar a sus padres en las noches, sin ningún tapujo, usando esa palabra precisamente. Ahora estaba visiblemente nerviosa, y Charlotte no quería que fuera así—. ¿No lo habíamos hablado? Oh, qué bien, cariño, sigue, dame más fuerte por el culo.

—No está bien que espíes a tus padres, angelito, estuvo muy mal. Vamos a tener que castigarte —dijo Alexander, aún fingiendo molestia, mientras aumentaba la velocidad de sus envites en el culo de su esposa. La verdad, toda la situación lo estaba encendiendo mucho, estaba muy cerca de explotar—. ¡Eres muy mala!

—¡No, papi, no! Por favor no me castigues, ¡seré buena!

—Eso no es suficiente. Harás lo que digamos, ¿entendido? O voy a enojarme mucho.

—¡Sí, papi, lo que tú digas! —exclamó Alice, entre asustada y muy curiosa por lo que sucedía. La curiosidad era básicamente su característica principal. Poco a poco comenzó a acariciarse nuevamente el clítoris, como antes, mientras los espiaba.

—Primero, ya no somos papi y mami, nos dirás Alexander y Charlotte, ¿entendido?

—Oh, querido, eres muy sucio —musitó Charlotte, comprendiendo la intención del juego de su esposo de inmediato.

—¿Eh? S-sí, pa… digo, Alexander —dijo Alice.

—Segundo, quiero que te abras bien de piernas. Charlotte, mi amor, cómele el chochito a esta putita, ¿quieres?

No necesitaba que se lo dijera. Era primera vez que tenía sexo con su hija menor, y se moría de ganas desde hacía meses. Después de eso, solo le faltaría follarse a Ariadna. Pero, por ahora, era solo Alice, una inocente chica del pueblo con un cuerpo espectacular.

Le apartó las manos a la chica, le abrió un poco más los labios vaginales, y le sopló al interior del chochito. Alice se estremeció del gusto, gimiendo sensualmente.

—Ahhhh, ay, ahhh, hummmm…

—¿De dónde sacaste a tu putita, bebé? —preguntó Alexander, montando la espalda de su mujer como un perro en celo, casi encima completamente de ella.

—Es una amiga, cari, ¿ves lo mojada que está? —Charlotte le dio una larga y profunda lamida a Alice, tragándose todos los fluidos que salían—. Ufff, y sabe delicioso, slurrp, slurp.

—Hmmmm, hmmm, sí, sí…

—Ohhh, quiero llevarlas a tu casa a ambas, las voy a penetrar a las dos, ¡y luego a tus putas hermanas también!

—¡Pero mi amor, no podemos! Si papá me descubre teniendo relaciones contigo, ¡y también con otras chicas, quedará la grande! Ahhh, ahhhh, sí, hmmm, sí, sí, ah, ah, ah, ¡ah!

—Vamos, hay que hacerlo, tu papá no va a saber, lleva esta putita a dormir a tu casa, en plan pijamada, y yo las visito en la noche. —Tanto Alexander como su mujer se olvidaron de su historia y edad. Estaban completamente metidos en la fantasía que habían creado a partir de sus propios recuerdos, y les fascinaba.

—Mañana tenemos escuela, no podemos dormir hasta tarde, ahhhhh.

—Entonces las voy a follar en la escuela, voy a saltar la reja, y me las voy a follar en el gimnasio, ¿qué les parece?

Charlotte, imaginando la situación, no tardó en correrse.

—¡Ahhhhhh, ahhhhhh, sí, hijo de puta, me corro! —Al mismo tiempo, mientras lamía el clítoris de la joven Alice, metió dos dedos al interior de su coño, con lo que la inocente y dulce chiquilla también se corrió poco después.

—Ahhhh, ahhhh, hummm, hmmmmm

—Eres toda una zorra, ¿no, Alice? —Charlotte se tragó con gusto el orgasmo de la muchacha que, fuera de la fantasía, era su hijita menor—. ¿También deseas la verga de Alexander?

—Síiiiii. —Por toda respuesta, Alice se separó de Charlotte, se recostó de espaldas, e invitó a su padre con un dedo insinuante—.

Alexo

, fóllame el conejito.

Char

, siéntate en mi boca, amiga.

Alexander y Charlotte, sorprendidos y sumamente excitados por la reacción de su hija, le siguieron el juego y tomaron sus posiciones. Charlotte, dándole la espalda a Alexander, se sentó sobre la lengua afuera de Alice, que penetró el lugar de donde había nacido tantos años atrás. Al mismo tiempo, se metió dos dedos en el culo, y disfrutó de la doble penetración.

Alexander, en tanto, se posicionó entre las piernas de la muchacha y la taladró abruptamente, sin contemplaciones, mientras se inclinaba hacia adelante para lamer la espalda de su “novia”.

—Ahhhhhhh, ahhhhhhhh, ¡qué pene, me encanta! —exclamó Alice, penetrando a su madre con la lengua, explorando su interior con rápidos y jugosos movimientos.

—Ohhhhh, amiga, me corro otra vez, voy a correrme en tu boca, zorra de mierdaaaaaahhhhh, ¡ahh, ahhhhhh, ahhhhhhhhhh!

Char

, el pene de tu chico está increíble, ¡quiero que me lo prestes todos los días!

—Vas a tener que ponerte a la fila, amigaaaaahhhh, porque también están mis hermanas y la hermana de él, ahhhhhh, ahhhhhhhhh.

—Par de furcias, ¡hijas de putas! Alice, estás super apretada, me vas a dejar seco.

Alice, con la boca completamente ocupada, no pudo decir nada, pero sí lo hizo en tu mente.

“Sigue cogiéndome, papi, sigue follándote a tu hijita, mientras le como a mami el lugar por donde nací con la lengüita”.

Pensando en ello, la menor de los White se vino. Se corrió con tanta fuerza, y expulsando tantos fluidos, que su padre fue prácticamente expulsado de su coñito, del cual salieron tres largos chorros, frutos del poderoso orgasmo.

Alexander, a ciegas, buscó penetrar a la chica nuevamente, y al hacerse adelante, se topó otra vez con el ano de su mujer, que retiró los dedos, y se hizo hacia atrás para que su hombre pudiera hacerla suya otra vez. Él la llenó completamente, metiéndose muy profundo en sus entrañas, hasta que sus bolas quedaron colgando sobre la barbilla de Alice, que no tardó en lamerlas junto con el chocho de Charlotte. Alexander le agarró las enormes tetas a su “chica”, y aumentó la fuerza de sus embestidas hasta el límite.

Cinco minutos después, ya estaba listo. Siempre había sido el chico malo, el que no anunciaba cuando se corría, y ahora tampoco lo hizo. Entre espasmos, se derramó al interior del recto de su mujer, que tuvo otro orgasmo también, al sentir el semen de Alexander en sus entrañas.

—Ahhhhhhhh, síiiiiiiiiiiiiiiiiii, tu leche, bebé, ¡me estás llenando el culo con tu leche caliente!

—Sí, eso es lo que mereces, puta, una buena lechada, ahhhhhhh.

Era demasiado y muy abundante. Se estuvo viniendo por segundos que se hicieron eternos, y era tanto semen que pronto comenzó a desbordar, resbalando hacia los labios de Alice, aún debajo de Charlotte. La joven sacó la lengua y comenzó a recoger todo lo que salía del culo de su madre, saboreando cada milímetro, pasando sin asco la lengua por el culo de Charlotte.

—¿Mami? —preguntó Alice con dificultades, irguiéndose. Tenía la boca llena, y el semen se salía por la comisura de sus labios.

—¿Sí, cielo? —preguntó Charlotte, a su vez, cubierta de sudor, volviendo a su rol de madre, único e irrepetible en el mundo… con excepción de sus hermanas.

—¿Gustas? —inquirió Alice, apuntando a su boca con su dedo, expresando una traviesa sonrisa.

—Por supuesto, hija, déjame darte un besito.

Madre e hija cruzaron las lenguas y compartieron la abundante leche de Alexander, que estaba casi desmayado en la camioneta. Ambas mujeres jugaron un poco con sus lenguas, y poco a poco se fueron tragando los restos de la corrida. Estaban en el cielo.

—¿Te gustó la lefa caliente de papi?

—Sí, mucho. Te amo, mami.

—Y yo te amo a ti, hijita, no sabes cuánto te adoro.

—¡Y también te amo a ti, papi!

—ZzZzZz

Riendo, Charlotte pensó que ya no era una adolescente cachonda que se metía a escondidas con su novio, sino que era una madre, con responsabilidades. Una madre muchísimo más cachonda, sexy y lujuriosa que antes. Una madre con la responsabilidad de educar correctamente a sus hijas e hijo, y que eso no era para nada malo, sino todo lo contrario. Iba a divertirse muchísimo.

Continuará..