La Familia White (10)
El padre con la hija; la madre con el hijo. Los padres de la familia White al fin harán sus movidas para integrar a sus hijos a los juegos familiares.
Capítulo 10: Amor de madre y besos de papi
Podría haber sido un domingo normal en la casa de la familia White, de no ser porque la familia no era normal, y tanto Charlotte Black como Alexander White estaban dispuestos a demostrarlo. Después de conversar con Amador, Gabrielle y Valentina Rojo (que por supuesto incluyó mucha demostración práctica y apasionada), los jefes de la familia White decidieron que era momento de jugar con sus hijos, y no solo con Alexandra. Para eso, habían esperado hasta el domingo, cuando todo el mundo estaba en casa; además de que generalmente no hacían cosas a escondidas los sábados en la noche para que sus padres no los atraparan. Lo comenzarían de manera explosiva. Alexander y Charlotte follaron por treinta minutos en la cama y en la ducha, dándose todo el placer que podían… pero sin venirse. Gabrielle les había dicho que necesitaban estar absurdamente cachondos, lo suficiente como para no poder controlarse si es que tenían alguna duda de romper un tabú con sus hijos, y lo suficiente también como para que Alice, Ariadna y Arthur lo notaran.
Charlotte Black fue la primera en hacer su movida, y para eso se dirigió a la habitación de su hijo, solo luciendo su bata de baño. Estaba mojada, tanto su cuerpo por la ducha, como su coño por el pene de su marido que tan fuertemente la había penetrado. Esperaba generar una reacción positiva, o todo se arruinaría.
Arthur estaba durmiendo de espaldas, casi por encima de las sábanas, con un short y sin ropa arriba. Charlotte pudo comprobar por enésima vez lo apuesto que era su hijo, con su cabello negro revuelto en su bello rostro; su torso de deportista, delgado, pero bien marcado; sus brazos, duros y capaces de trabajar en el campo; y principalmente, el bulto debajo del short. Charlotte había visto a su hijo con una erección en las mañanas muchísimas veces, aunque él intentaba lo posible por ocultarlo. Esta vez. no conseguiría alcanzar a hacerlo.
La madre cerró la puerta con seguro, a sabiendas de que su esposo estaba ahora abajo, esperando a Alice. Al ver a su hijo, Charlotte tuvo sentimientos muy opuestos. Por un lado, estaba el lado maternal, era su único hijo, su bebé al que había dado a luz y criado… por otro, estaba cachonda perdida por él desde hacía años, mientras lo veía crecer y madurar. Gabrielle le había dicho que le había pasado lo mismo la vez que se atrevió a acostarse con Junior, y lo había resuelto de la siguiente manera: el amor de madre era querer que su hijo estuviera bien, y eso incluía TODAS sus formas. Así que Charlotte, pensando en ello, tomó una manta y cubrió a su hijo con ella, de la manera más maternal posible. Luego, se metió debajo de la manta, cuidando de que su culo quedara descubierto y bien levantado, le tomó la erección con una mano por encima del short, y se lo metió en la boca. Uffff, qué bien sabía, pensó Charlotte.
Arthur comenzó a gemir poco después, en su sueño. Quizás un maravilloso sueño erótico en que se imaginaba que ella era la protagonista. Charlotte quería amarlo y protegerlo, pero también quería pervertirlo y lo deseaba. Era un tipo de amor de madre que la gran mayoría no se atrevía a expresar, pero ella hacía tiempo que había dejado de lado los tabúes. El muchacho se despertó de a poco, y habló con voz adormecida y torpe.
—Ohhh, ¿pero qué…? ¿Alice? ¿Eres tú?
Como respuesta, Charlotte movió más el culo levantado, lo que hizo que su bata resbalara hacia su espalda. Ahora estaba desnuda y expuesta, y le encantaba.
—Sluuurp, hummm —le encantaba la sensación, y le encantaba lamer el pene de su hijo por encima de la tela. Le pasaba la lengua, y se entretuvo masajeando sus bolas con la mano.
—No… ¿Eres Alex? —Arthur no se atrevió a descubrir la manta, y quiso disfrutar de la fantasía de no ver a quien se la estaba chupando—. Ohhh, Alex, ¿qué pasa si papá y mamá…? Oh, qué bien lo haces hoy, y eso que ni siquiera…
—Hmmm, hmmmmm, hmmmmmmmmmmmm —dijo Charlotte cuando le bajó el short a su hijo y se metió el regalo que deseaba en la boca. Sabía un poco a líquido preseminal y pis. En lugar de darle asco, saboreó la punta de la polla con deleite, como si fuera un manjar.
—¡¡Ahhh!! Alex, no me he duchado aún, espera…
—Hummmm, sluuuurrrrrp, hummmm, hmmmm, aaaaaahhhh, sluuurp. —Charlotte chupaba, lamía, saboreaba, mamaba… no quería que esa sensación acabase nunca. Era maravilloso, y su coño estaba empapadísimo, no necesitaba nada de lubricación. Poco a poco, mientras aceleraba la paja y el
blowjob
, Charlotte fue sutilmente moviendo la manta hacia abajo...
Entretanto, Alexander White bajó a la cocina y se sirvió una buena taza de café. Necesitaba estar con todas sus energías, y conservar esa erección que tenía. Se sentó en una silla frente a la mesa de la cocina, y esperó. Alexandra tardaría un buen rato en despertar, y Ariadna iba a tardar un tanto, pues había llegado tarde de “casa de una amiga”, que según Valentina Rojo, era un motel al que había ido con su hermano Junior. Eso solo dejaba a su objetivo principal.
Alice bajó como un bólido, como siempre, usando su camiseta de tirantes celeste, y sus shorts floreados de pijama. Tenía el pelo suelto, lo que le daba un toque tan sexy que Alexander no supo si podría aguantarse mucho. Se lanzó al cuello de su padre, como siempre, y le dio un beso en la mejilla, pero esta vez, Alexander movió el rostro sutilmente hacia un lado, como quien no había escuchado a la muchacha bajar las escaleras.
—¡Buenos días, papi quer…! ¡Oh! —exclamó ella, cuando sus labios se toparon con los de su padre. No se apartó, sino que se quedó como petrificada tras hacerse unos centímetros hacia atrás, con sus brazos alrededor del cuello de Alexander.
—Oh, querida, no te escuché, qué tonto soy —dijo él, fingiendo una voz sumamente dolida y avergonzada. En su lugar, su polla comenzó a tomar aún más fuerza bajo el pantalón.
—N-no te preocupes, papi —dijo Alice nerviosamente, y Alexander pudo notar que ella se había ruborizado. Qué tierna y sensual era a la vez su hijita—. S-son cosas que pasan, ¿no?
—Uf, pero esas cosas se supone que no deben pasar, ¿no es así? Los papis no pueden besar a sus hijitas en los labios. Está mal, dicen.
—¿Mal? —cuestionó la ofendida Alice, tal como Alexander esperaba—. ¡No está mal! ¡Los besos nunca son malos! ¿Quién diría eso?
Alexander tomó a su hija y la sentó sobre su regazo. Era un gesto paternal que había hecho muchas veces, solo que esta vez había dos diferencias: uno, no la sentó sobre su rodilla, sino sobre ambas, con lo que ella estuvo obligada a abrir sus piernas; y dos, su polla estaba como palo de bandera.
—Gente que cree que besar a una hijita tiene mala intención y es malo. ¿Tú no piensas así?
—¡Claro que no! —dijo ella, acomodándose en las piernas de su padre. Se hizo un poco hacia adelante, y pronto notaría la erección. Su reacción a ella determinaría que las cosas salieran como estaba planificado o no—. Tú no tienes malas intenciones, ¿verdad, papi?
—No, claro que no. Un papi que ame a su hijita nunca es algo malo. ¿No sería más malo que un papi
no
le diera besos a su hijita?
—¡Exacto! —aprobó ella el razonamiento de su padre. Para sorpresa de él, le dio un pequeño, cortísimo, pero delicioso piquito en los labios—. ¿Ves? No pasa nada. Siempre dicen que los besos de labios son los de novios, ¿pero por qué no podemos besarnos con todos quienes queremos?
Ella se acomodó un poco más. Esta vez estaba ya sentada sobre el miembro erecto de su padre. Era el momento de la verdad, ver si se espantaba y salía corriendo, si se quedaba allí sin saber qué hacer, o si… Bueno, lo que hizo no lo esperó.
—Hm —gimió la chica, cuando con la cara rojísima, se rozó la entrepierna con la hombría de su padre. Alice miró lo que había debajo de su shortcito, y levantó la mirada hacia Alexander, con los hermosos ojos azules brillando como zafiros—. ¿Papi?
—¿Sí, hijita?
—Creo que se te puso duro el… la… allá abajo. —No lo dijo con miedo o repulsión. Su media sonrisa, y sus sutiles movimientos de cadera indicaban que no estaba incómoda.
—¿Oh? —fingió Alexander, mirando su propio short—. ¡Oh, por dios, hija mía! Lo siento mucho, no lo noté. No me odies, por favor, hijita.
—¿Cómo voy a odiarte, papi? —Alice abrazó con más fuerza a su padre, y cerró un poco las piernas, presionando sobre la erección de Alexander. Aún lo miraba y sonreía, y su rostro estaba peligrosamente cerca del suyo—. Además, sé que a todos los chicos les pasa eso en las mañanas.
—Sí, eso es, aunque es muy difícil que se detenga. ¿Sabes cómo?
—...Sí. Hay que besarlo también, ¿no?
—Sí. ¿Te incomoda estar sentada aquí, hija?
Ella tardó un poco en responder. Alexander temió que ella pensara que él era un pervertido sin remedio y llamara a mamá o algo. Amador le había dicho que con Valentina había pensado lo mismo, pero que había entendido que si su chica no se había movido, era por algo.
—No. Me gusta mucho.
En la habitación de Arthur, la manta terminó de moverse justo cuando estaba cerca de estallar en la boca de su madre. Él pudo ver su cabello rojo, más corto que el de su hermana mayor. Charlotte lo miró con la polla en la boca, para comprobar su reacción. Teniendo en cuenta que estaba al borde de correrse, fue la reacción esperada.
—No eres Alexa… ¿M-mamá? ¿Qué estás…? —Parecía que al fin despertaba completamente.
—Disculpa, hijo mío, es que tenías una erección —dijo Charlotte, antes de volverse a meter el rabo de su hijo a la garganta. Sabía delicioso, a pis, a líquido preseminal, a macho, pensó.
—Pero… eres mi madre y… ah… —Definitivamente no estaba pensando racionalmente, justo como ella deseaba. Tenía las mejillas rojas y sudaba apresuradamente.
—Bueno, es el deber de una madre hacerse cargo de los problemas de los hijos —explicó Charlotte, mientras movía la mano rápidamente, de arriba a abajo, alrededor del miembro de Arthur—. Y este es un problema grandote, ¿no, bebé?
—S-sí… sí lo es. Pero es que…
—¿Quieres venirte en la boca de mamá, hijo?
—Sí… ¡sí!
Fue justo después de que él dijo eso que se vino entre espasmos, mientras ella se metía su miembro al fondo de su garganta. Recogió todo el semen que su hijo le dio como recompensa por su buen trabajo, y se lo bebió todo con un gustazo que no esperaba tener. Su coño estaba echando humo.
—Ahhhh, qué buen desayuno, hmmmmm. Estuvo riquísimo, gracias, bebé —dijo ella, levantándose de rodillas en la cama de su hijo. Antes, cuidadosamente, se había abierto la bata, así que ahora él podía ver perfectamente sus tetas y su vagina completamente depilada.
—Mamá… ohhhh… —Su pene no había perdido fuerzas, sino que estaba volviendo rápidamente a tomar aires, contrario a lo que pasaría normalmente.
Gabrielle había tenido razón. Si un muchacho de la edad de Arthur veía a su madre bebiéndose su semen después de una chupada de campeonato, no iba a recuperar la razón tras venirse. Parte de su cerebro le iba a gritar que no podía desperdiciar esa oportunidad, que si era un sueño no iba a querer despertar hasta que probara toda la mercancía onírica.
—¿Pasa algo, bebé? —Charlotte se movió hacia adelante y se inclinó sobre su hijo, lo suficiente como para que la polla de Arthur quedara cerca de su mojado chumino. Lo deseaba, lo deseaba como nunca antes en muchos años a alguien, era su hijito querido, su sueño húmedo desde hacía tiempo. Su fantasía más pervertida. Debía ir con cuidado para que funcionara.
—Mamá, ¿esto es de verdad?
—¿Qué cosa, cariño? ¿Tienes fieb…? —Charlotte no pudo concluir la oración. Arthur le estampó un beso francés en la boca, penetrándole la garganta agresivamente con la lengua, y le agarró las nalgas con las manos, atrayéndolo hacia él—. Arthur, por dios, ¿pero qué haces?
—Mamá… ¡No sabes cuánto he deseado hacer esto, mamá!
Ella se resistió un poco, solo como juego, solo para dar la ilusión de que no se moría de ganas por tener el miembro de su hijo en sus entrañas. No tardó mucho en dejarse llevar, y montar la polla erecta, aún lubricada de Arthur.
—Ohhhhh, bebé, me penetraste. Me estás metiendo tu enorme pene, hijo mío.
—Sí, mamá, sí, ¡no sabes cuántas pajas me he hecho imaginando esto!
—¿De verdad? —Le encantó escuchar eso. Lo había visto masturbarse, era cierto, pero no sabía que estaba pensando en ella durante esas veces. Se sintió tan halagada que le devolvió el efusivo beso ella esta vez—. ¡Oh, Arthur! ¡Bebé! ¿Por qué no me lo habías dicho antes, cariño?
—No lo sé, mamá, pensé que estaba mal, pero ahora me da igual. —Arthur le tomó de la cintura y tiró de su madre hacia abajo, para profundizar más penetración.
—Bebé, siempre buscas a Alex, o miras a Alice… ¿por qué nunca me miras así, con deseo? Ahh, ahhhh, ahhhh, ahhhhhh. ¿Por qué no viniste a follarme como a tus hermanas?
—¿Sabías lo de Alex y Alice? —Eso parece que lo excitó más. Arthur se puso de rodillas, tomando a su madre, que abrazó a su hijo con las piernas. La penetró con una fuerza desmedida que casi hace a Charlotte desmayar.
—Sí bebé, sí, quiero que me ames también, ¡quiero que me des todo tu amor!
Abajo, en la cocina, Alice poco menos estaba devorando el rostro de su padre, pasándole la lengua por la barba, las orejas, las mejillas, hasta la nariz, pero principalmente la boca y la lengua. Al mismo tiempo, se movía frenéticamente de adelante hacia atrás sobre la erección imposible de su padre, que estaba prácticamente en el cielo con el ángel más sexy que podían crear.
—Papi, papi, dame besos, papi…
—Oh, hija, ¿qué cosas te están pasando, pequeña? —preguntó él, mientras le besaba el cuello.
—Ummmmm, sí, sí. Es que quiero mostrarte que te quiero mucho, papi, y quiero que tú me des mucho amor.
—Te daré todo el amor que quieras, cielo —dijo Alexander, atreviéndose a subirle la camiseta a su hija menor, revelando sus bellas, pequeñas pero apetitosas tetitas, que no tardó en empezar a acariciar. Ella no le puso ninguna traba, y hasta se puso a gemir más mientras chupaba la lengua de su padre como si fuera una paleta.
—¿Papi?
—¿Sí, cariño?
—Me estoy mojando mucho.
—¿En serio? A ver, muéstrame.
Alice se bajó de las piernas de su padre, y se quitó completamente la camiseta de pijama mientras se paraba delante de él. Luego se bajó el shortcito, y le mostró su coñito con apenas pelitos, rosado y con dos apetitosos labios que chorreaban jugos hacia el piso de la cocina. Era una diosa en miniatura, Alexader estaba completamente excitado por la visión de su hijita.
—Mira, estoy muy mojada —dijo ella, recogiendo sus jugos con los deditos de la forma más sexy e inocente que existiera.
—Así veo, hija.
—¿Puedes mostrarme tú como estás?
Alexander se quitó los shorts, y volvió a sentarse en la silla, mostrándola a su hija menor su enorme polla. Alice se relamió los labios mirando la hombría de su padre, se llevó un dedo a los labios, y se tocó nuevamente el coñito con la otra mano.
—Me gusta mucho, papi.
—Y a mí me gusta lo que tienes, hijita. ¿Quieres que le de unos besitos?
—Sí, por favor.
Alexander tomó a su hija fácilmente, y la recostó sobre la mesa de la cocina. Luego se inclinó, le separó las piernas, y le metió la cara en su entrepierna. No tardó en ponerse a comerle la conchita con un placer desmedido, con agresividad, como le gustaba hacerlo; ella comenzó a gritar.
—¡¡¡¡Ay papi!!!! ¡Cómo lo haces! ¡Ahhhh! ¡Me gusta mucho, papi, ohhhh! ¡Me gusta mucho como me comes mi chochito, papi!
—¿Te lo han comido antes, hija?
—Síiiii,
Cini, Twina
,
Twino
, y la
Roja
, en ese orden. Pero nunca asíiiiii...
—Ohhh, eres una putita angelical, ¡eres una diosa!
En la habitación de Arthur, Charlotte no tenía contemplaciones para montar a su hijo como a un semental, con toda su habilidad. Él la taladraba con fuerza, usando la fuerza de sus piernas y brazos para mantenerla casi en el aire, y ella lo ayudaba con sensuales movimientos de cintura. Lo percibía durísimo en su interior, se sentía como una puta morbosa cogiéndose así a su hijo, y le fascinaba.
—Por supuesto qué sé sobre Alice y Alex, bebé… Vamos, vamos, sigue, no pares de follarme.
—Pero mamá, ahhhh, ¿no te molesta que…?
—Claro que no, tú lo sabes. Hace rato que sabes lo que hago, ¿no?
—Alex me contó algunas cosas, sí.
—¡Entonces cómo va a molestarme! Eso es, bebé, sigue duro, penétrame fuerte, dale duro a tu mami, querido. Ufff, cómo me encantaría que también se lo hicieras a Ari…
—¿Ariadna? Pero mamá, ¡es mi gemela!
—Sí, y yo soy tu madre, y no por eso te veo menos ganoso de darme caña como me merezco. ¡Sigue, sigue y no pares!
Arthur lanzó a su madre a la cama, y esta vez él hizo todo el trabajo, follando a su madre como un desesperado, lamiendo las piernas de su mamá mientras movía la pelvis cada vez más rápido.
—No lo sé, mamá… Ariadna y yo…
—Se han echado ojitos toda la vida, cielo, y hasta fueron el primer beso uno de otro, ¿no te acuerdas? —preguntó Charlotte.
Claramente Arthur no lo recordaba, dada su cara de idiota. Tanto él como Ariadna eran muy niños todavía, y probablemente lo habían olvidado a propósito. Con todo lo bien que se conocían, sentían mucho miedo de hacerse daño mutuamente, o tal vez de fallar.
—Vas a intentarlo con ella otra vez, ¿ok? Es tu deber de gemelo, cuidar de ella para siempre. Y si lo haces, mami te dejará metérselo por donde quieras, todos los días. ¿Sí? ¿Lo harás por mami, cariño? —Era una pregunta retórica, desde luego. Charlotte Black había deseado a Arthur por demasiado tiempo. Si no se lo follaba cada día, iba a ser excepcional.
Ese era el verdadero amor de madre, un abismo sin paragón en el que no todas se dejaban caer completamente. Ella quería demostrarle a su hijo (y a las otras tres también) que haría lo que fuera por hacerles feliz. Absolutamente todo lo que desearan. Y si además ella era feliz cuando la penetraran o le lamieran el coño, pues todos ganaban.
—Sí, mamá —dijo al fin, y le agarró fuertemente las tetas, como un animal.
—¡Entonces termina de follarme! ¡Penetra a tu madre, cógeme con fuerza, hijo de puta!
—Me voy a venir de nuevo, mamá.
—Lléname completa, hijo, vente, ¡venteeeee!
Al mismo tiempo que Arthur se venía al interior de su madre, Alice se corría en un abundante orgasmo en la boca de su padre. Él siguió lamiéndola sin parar, bebiéndose todo lo que salía del chocho de su hija menor mientras se hacía fuertemente la paja. Alice, en lugar de querer descansar, abrió más las piernas, y miró con dulzura y lascivia a su padre, con una sonrisa pícara y ojos tiernos, como un ángel adorable, pero deseoso y sensual.
—¿Papi?
—¿Sí, cariño?
—¿Me lo quieres meter?
Estaba esperando que le preguntaran eso. No sabía si lo había hecho realmente con Arthur, o con alguien más. En caso de que no, iba a estrenarla como ella se merecía. Él mismo, como su padre, sería el encargado de llevar a su hijita al máximo punto de placer.
Alexander White guió su miembro a la entrada de Alice, abierta y mojada. Ella abrió los brazos y lo invitó a abrazarla sobre la mesa de la cocina. A la vez que él lo hacía, lentamente fue penetrando a su hijita, que le comenzó a susurrar en el oído los más deliciosos gemidos.
—Ay… ay, ahhhh… ah…
—¿Te duele, hija?
—Ay, ay, un poco, tienes una cosa muy grande y dura.
—¿Quieres que pare?
—¡No, papi! ¡Porfis! Sigue, sigue, papi, no pares… Ay, papiiii, me está gustando mucho, ahhh.
Alexander ahora estaba completamente dentro de su hija, rompiendo el máximo tabú por segunda vez después de Alexandra. Y le encantaba.
—Qué apretada estás, hijita.
—Muévete, papi, muévete.
—¿Segura, cariño?
—Sí, papi… así, eso, eso, así, así, hmmmm… sí, ay, así, así… ahhhhhh, hmmmmmm, ahhhhh, sí, así, papi, ¡dame más! ¡Eso, papi!
—Ohhhh, hija, estás riquísima, me encanta follarte, ¡qué rica estás! —gritó él, moviendo agresivamente la pelvis y el miembro dentro de su hija. La mesa comenzó a temblar, pero no se rompería. La había comprado justamente porque aguantaba una buena follada, como había comprobado con su esposa en la misma tienda.
—Sí, eso, papi, fóllame… Hmmm, fóllame. ¡Fóllame, fóllame, fóllame, fóllame, fóllameeeeee!
Alice se vino otra vez, empapando el pene de su padre con sus jugos. Estaba completamente en el cielo, amaba a su padre, y no quería nunca dejar de hacerlo. Pronto, él anunció su corrida, y Alice apartó entonces a Alexander.
—¡Hija! Voy a venirme, disculpa, tengo que…
—Lo sé, papi. —Alice, muy sonriente y satisfecha, se puso de rodillas en el piso—. Dame toda tu lechita. Aaaaaahhhhh —dijo, abriendo la boca y sacando la lengua.
—Ohhh, eres una putita, hijita.
Alexander se masturbó un poco, y eso le bastó para estallar. Su leche se extendió por todos lados. Manchó las tetitas, el estómago, el rostro, la lengua, y hasta el cabello de Alice, que en lugar de asqueada, todo lo contrario, parecía estar en completo éxtasis, con una gran sonrisa mientras era completamente bañada en leche.
Alexander tomó a su hijita, volvió a sentarse en la silla de antes, y sentó a Alice en su miembro una vez más, a medida que perdía fuerzas paulatinamente.
—¿Te gustó, cariño?
—Sí, papi, me encantó —dijo ella, acomodándose en la polla de su padre, que comenzó a montar lentamente, aprendiendo por sí misma poco a poco—. ¿Podemos volver a hacerlo?
—Claro, hija.
—¿Todos los días? ¡Quiero que todas las mañanas me folles así, papi!
—Así será, hija, pero como condición… ¿podrías hacerme un gran favor?
—¡Obvio que sí, papi, lo que sea!
—Necesito que hagas algo sobre Ariadna. Vamos a darle una gran sorpresa…
Continuará..