La Familia White (08)

La hermana menor de Charlotte visita a los White con su familia. Los Rojo tienen mucha más experiencia, por los que podrán enseñarles y aconsejarles una cosa o dos sobre cómo acercarse a sus hijos. Mientras tanto, Valentina Rojo tiene una audiencia individual con su tío Alexander.

Capítulo 8: La sobrina bailarina

—¿Listo, querido?

—Sí, querida, estoy más que listo.

—Entonces dame, y apunta bien, ¿sí?

Ante la petición de su esposa, Alexander White se corrió violentamente en la cara de Charlotte Black, manchándola completamente de blanco, sobre su nariz, párpados, labios, lengua afuera, su cabello rojo, y también un poco cayó en su delicioso cuello de cisne. Ufff, qué rico se sentía despertar así, con su esposa esperándolo de rodillas a la bajada de la cama, a sabiendas de lo erecto que estaba después de dormir, completamente desnuda. Solo tuvo que hacerle un poco la paja, y darle una corta chupada, para que él se viniera como loco encima de ella.

—¿Cómo está, querida?

—Sabroso, cariño, como siempre —respondió su esposa, complacida. Desde la primera vez que estuvieron juntos, ella se había vuelto completamente adicta al semen de su marido. Si bien era cierto que también le gustaba beber el de otros hombres, su predilección siempre estaba en lo que salía de esa gorda, larga y venosa polla—. Ufff, la tuya siempre es mi favorita, mi oso.

—Me encanta oír eso, jejeje.

—Y supongo que tendrás más, ¿no? Hay que aprovechar que están todos afuera hoy y que nosotros tenemos descanso. —Charlotte se puso de pie, se dio media vuelta seductoramente, y se inclinó para mostrarle su culito apetitoso—. Necesito que me lo hagas por todos lados hoy, ¿está bien? Nadie más que tú.

—Ufff, cómo me pones, cielo. —Alexander le dio una buena nalgada a su esposa que la hizo reír de gusto, y se dirigió a la ducha del baño matrimonial, mientras se iba quitando la ropa de pijama.

—Oye, cariño… —preguntó Charlotte, aún desnuda, detrás de la puerta del baño matrimonial. Se había pasado toda la noche pensando en algo, y era momento de sacarlo a relucir.

—¿Sí querida?

—Ayer encontré manchas de semen en la ropa de las chicas.

—¡Ja, ja, ja, ja! —rio Alexander, a gritos para oírse por sobre el clamor de la ducha—. Por supuesto que sí. Alex se folla a Arthur casi todas las noches, o a mí cuando tú no me dejas seco, jaja. Y estoy seguro que Ariadna algo está haciendo con alguien también.

—Me refiero a todas las chicas, querido —dijo ella, con una sonrisa de oreja a oreja, apartándose de la puerta, a sabiendas de que su esposo la abriría de golpe, lo cual hizo medio segundo después.

—¿Todas? ¿También Ali? —preguntó, saliendo a la habitación, desnudo, completamente empapado y empalmado a la vez. Su esposa no perdió ni un segundo en comenzar a masajearle la polla así como estaba, era una adicta a ella.

—Sí. En su camiseta, un poco en una de sus falditas, la que cree que me oculta… Diría que son las mismas que tenía Alex en su ropa interior.

—Madre mía… —suspiró Alexander, tanto por la paja que le estaba haciendo su esposa, como por los pensamientos que corrían en su imaginación—. ¿O sea que todas ellas…? Ufff, ¿no será el momento entonces de… ya sabes?

—Creo que sí, bebé, jaja. —Charlotte se comenzó a inclinar para dirigir sus labios nuevamente a ese miembro que le fascinaba, cuando escuchó que tocaban la puerta de la casa—. Oh, diablos.

—¿Hm? ¿Quién será?

—Debe ser alguna de nuestras hijas, o nuestro hijo, que olvidaron algo. Lo siento, cariño, sigue duchándote e iré a ver. Luego vendré a acompañarte, que necesito más…

Charlotte Black se lavó rápidamente la cara, se puso solo una bata de baño encima, y bajó las escaleras al primer piso. Al abrir la puerta y recriminarle a cualquiera de sus hijas o hijo, cualquier cosa, se llevó una sorpresa mayúscula que le obligó a sonreír de alegría.

¡Su hermana estaba de visita! Gabrielle, la menor de las cuatro, tenía el cabello rojo (en su caso era el más claro de las cuatro) atado en una larga trenza que caía por su espalda. Estaba mínimamente maquillada, como era usual, y así resaltaban sus atributos faciales naturales. Lucía una camiseta corta de tirantes color púrpura, y un pantalón de tela muy ajustado, de color blanco, que resaltaba su trasero. Llevaba zapatillas blancas, y estaba en mejor forma que nunca. Se arrojó al cuello de su hermana, y le plantó un delicioso piquito en los labios, que Charlotte respondió con alegría también, a pesar de que se habían visto tan solo dos semanas atrás.

Con ella venía su esposo, Amador Rojo, un costarricense candente, atractivo y bueno para bailar que bien podría haber posado para literalmente para cualquier cosa con esa sonrisa caribeña que tenía. Ariadna solía decir que tanto él como sus hijos eran estereotipos andantes… y quizás lo eran. Pero eso no quitaba que fuera tan ridículamente atractivo, con su piel bronceada, cabello castaño siempre limpio, su característica barba varonil de dos días, y unos ojos que parecían desnudarla con la mirada. A veces no solo con la mirada, claro, recordó Charlotte, mientras Amador le besaba en ambas mejillas. Lucía una camisa semiabierta, pantalones muy ajustados de color gris, y se había amarrado el cabello en una cola alta.

Detrás de ambos esperaba ver al joven Amador Junior, por el que tanto Ariadna como Alice deliraban, pero lamentablemente no había venido con ellos. Le explicaron que, de hecho, había salido con su prima Ariadna a quién sabía dónde. “Esa es mi hija”, pensó Charlotte, orgullosa de que al fin se estuviera liberando un poco esa muchacha.

Sin embargo, sí venía una tercera persona, y la vista lujuriosa de Charlotte también lo apreciaba. Era su hija mayor, Valentina Rojo, una criatura sacada directamente de una porno de latinas, muy lejana a los estereotipos corporales británicos que eran Charlotte y sus hermanas. Valentina tenía unas curvas de espanto, que volverían a cualquier hombre completamente loco, y de seguro hacía eso en la escuela. Tenía la misma edad que Arthur y Ariadna, pero claramente tenía más confianza en sí misma que el primero, y muchísima más experiencia sexual que la segunda. Tenía los ojos café y la piel morena de su padre, así como su cabello castaño, largo y sexy, que le alcanzaba hasta la cintura. Tenía senos redondos y perfectos, que resaltaba con su “bralette” negro; y un trasero digno del de su madre, que apenas cubría con un short de jeans celeste.

—Hola, tía Charlotte, ¿cómo está? —preguntó con su habitual cortesía su sobrina, a pesar de que todos sabían de que era una puta sin remedio ni respeto por nada. Le encantaba.

—Muy bien, querida, muchas gracias.

—¿Están Alex o Arthur? —preguntó Valentina, mientras Amador le acariciaba el trasero a su esposa con descaro, y ésta le sonreía de vuelta seductoramente.

—No, Alexandra está en el instituto y Arthur salió con unos amigos —le contestó, a lo que Valentina puso un puchero de decepción—. Alice está con su amiga Cindy, y Ariadna… bueno, con tu hermano, ¿no, querida?

—¿Y el tío Alexander? —preguntó Valentina, haciendo caso omiso a la pregunta. ¡Qué puta que era la  maldita! No podía enojarse con ella. La muchacha hacía lo que quería, y obtenía lo que buscaba sin ningún tipo de tapujos. Admiraba que se hiciera valer desde tan joven.

—Bañándose, se acaba de levantar —respondió Charlotte, mientras recibía el pie de manzana que Gabrielle había traído.

—Ok. Voy a… Voy a esperarlo afuera de la habitación. —Y sin decir más, Valetina le dio un beso en la mejilla a su tía, y subió las escaleras, arqueando lo más posible el culito a medida que subía los escalones.

—Dijo que tenía que entrevistar a una persona que hubiera vivido aquí hace veinte años —se excusó Amador, dejando una botella de vino de su propia cosecha sobre la mesa, mientras se abanicaba. ¡Dios, qué atractivo se ve!, pensó Charlotte.

—Tú sabes que quiere ser periodista —dijo Gabrielle, abrazándose al brazo de su hermana.

—Sin duda, jaja.

—Así que aprovechamos de hacerles una visita y caerles a almorzar. Lo sentimos mucho si estaban ocupados o tenían planes ahora que estaban solos, Charlotte.

—Para nada, Amador, tenemos almuerzo más que de sobra. —Sí, sí tenía planes con Alexander, planes que incluían mucho sexo, pero lo cierto era que ahora solo habían mejorado—. ¿Qué tal si vamos afuera un rato y hablamos? ¿Qué noticias me traen del otro lado del condado?

Alexander esperó a su esposa un buen rato, antes de aburrirse y comenzar a masturbarse debajo de la regadera. Con la vida que llevaba, y con la mujer que tenía, se había acostumbrado a cierto ritmo, y podía venirse tres o cuatro veces por día de forma regular, y en su punto máximo podía terminar follando cerca de una decena de veces. Una sola en la mañana no era suficiente, necesitaba más.

Pensó en sus tres hijas, como era habitual. Alexandra, la mayor, le hacía las mejores rusas que alguien podía hacer. Así como su madre, estaba obsesionada con las pollas, y le encantaba que la montaran y le dijeran todo tipo de guarradas a cada rato. Con su cabello rojo igual que sus labios, su hija mayor era pura pasión. Se la imaginó frente a él, inclinándose sobre la mesa para que su padre pudiera penetrarla.

Ariada siempre había sido más recatada, y usaba ropas un poco más tradicionales cada vez que salía, con faldas largas y camisas. Sin embargo, en casa, no tenía ni un solo tapujo en andar casi desnuda, y Alexander estaba seguro de que le gustaba que la miraran. Cuando se ponía esos shorts diminutos, y caminaba por la casa con sus largas y esculpidas piernas como si fuera una pasarela, Alexander tenía pequeños ataques cardíacos. Y ahora que sabía que se había liberado, sus inhibiciones desatadas serían todo un placer. La imaginó junto a él, acariciándole el pecho, besándole el cuello y los labios, impulsándolo a penetrar más fuerte a su hermana mayor.

Alice era la chica de sus ojos. La más joven de toda la familia, era dulce, inocente, y tan absurdamente sensual al mismo tempo que siempre se preguntaba si no estaba jugando con todos ellos y era la más putita de todas. Lo más probable era que hubiera comenzado a hacer el amor con sus hermanas y hermano, era al fin y al cabo el lazo que mantenía a la familia junta. Se la imaginó sentada sobre la cara de Alexandra, descubriendo los placeres de una lengua en su coño.

Arthur se convertiría en un semental como él, no podía olvidarlo. Le recordaba mucho a cuando él mismo tenía su edad, follándose a medio mundo con su actitud rebelde y deshinibida. Se lo imaginó tomando a su hermana gemela por las caderas, para penetrarla con dureza. Alexander se preguntó si tal vez ya lo habían hecho, o eran demasiado orgullosos e idénticos ambos para ello. Y de ser así, ¿qué demonios esperaban?

Así que en eso estaba el patriarca de la familia, haciéndose la paja mientras pensaba en sus hijas folladas por él y su hijo, cuando escuchó la puerta del baño abrirse. Ya era hora, pensó.

—Te demoraste mucho, querida. ¿Quién era?

Su mujer no le contestó. En lugar, la sintió quedarse allí de pie. Pudo sentir sus ojos sobre él, así que corrió un poco la persiana, para que pudiera ver cómo se hacía la paja. Había mucho vapor, pero estaba seguro de que su esposa podría ver al menos la parte que importaba. Alexander sabía que estaba pasado de peso, y no en su mejor forma, así que apreciaba esas pequeñas muestras de que su mujer aún lo consideraba atractivo. Así que se hizo la paja por ella…

—¿Te gusta cómo lo hago?

—Ajá…. —dijo ella apenas, en un gemido contenido.

—¿No quieres ayudarme, hermosa?

—Sí —respondió ella sencillamente. Cuando Charlotte pasó la mano al interior de la ducha, y le tocó la polla, Alexander cerró los ojos y se dejó llevar por el placer. ¿Qué podía ser más satisfactorio que dejar que una chica se encargara de ti, haciéndote una paja? Se sintió como rey.

De pronto, Alexander comenzó a centrarse en las pequeñas diferencias. Cómo le masajeaban las bolas, cómo acariciaban la punta de su polla con el pulgar, la forma de los dedos, cómo pasaban de arriba hasta abajo por la piel de su miembro… No solo se trataba de que conocía perfectamente a su mujer en la cama, sino porque había follado con demasiadas mujeres como para no percibir las diferencias entre ellas.

Así que corrió completamente la cortina, se quitó el champú que le caía por la cara y le escocía ya los ojos, y descubrió a su calenturienta pareja de la tarde.

—Hola tiíto, ¿cómo está? —preguntó su sobrina, mirándolo con una sonrisa y mirada de puta hambrienta que hace un buen rato no veía. Por supuesto, era la hija de la más loca de las hermanas de su esposa, y de un bailarín candente. ¿Podía esperar menos?

—Valentina, sobrinita, ¿qué haces por estos lares?

—¿Qué crees tú, tío? Divirtiéndome, pues. —Valentina no soltó ni por un momento el miembro de su tío favorito. Lo amaba, le enloquecía desde la primera vez que lo vio. Si bien era cierto que podía decir lo mismo de muchos penes que había visto durante su relativamente corta vida, la de su tío era una cosa fenomenal—. ¿Tío Alexander?

—¿Sí, querida?

—¿Te la puedo chupar? —preguntó la muy puta con voz de chiquilla inocente, mirándolo con pestañeos rápidos y seductores. Ni siquiera se había sacado la ropa que llevaba, con excepción de las zapatillas, y ya se estaba metiendo debajo de la regadera sin importarle nada.

—Por supuesto, adelante.

No era la primera vez que ambos tenían sexo. Ese era uno de los secretos que las hijas e hijo de Alexander no estaban muy al tanto. Gabrielle y Amador habían integrado a sus dos hijos a los “juegos familiares”, como les llamaban los White, mucho antes que Alexander y Charlotte.

Con sus shortcitos y esos sostenedores con nombre francés que no eran sostenedores, y que a Valentina le encantaba usar, ella se metió a la regadera, y sin esperar un segundo, dobló las rodillas y se metió el miembro de su tío a la boca. ¡Qué gustazo era! Ni siquiera fue de a poco, sino que intentó hacer un garganta profunda desde el principio. No estaba seguro de qué cosas le enseñaban a la muchacha al otro lado del condado en la escuela, pero era educación de calidad.

Valentina estaba terriblemente mojada. No solo por el agua, sino porque estaba sumamente excitada tras ver el gordo miembro de su tío. Su madre le había enseñado que una polla era algo que había que tratar con adoración, como un bello regalo de los dioses. Un coño también, claro, pero una polla tenía un encanto especial que la hacía a una sentirse dominada por otro, como si fuera un objeto para su diversión, y le fascinaba eso en la cama (o en donde fuese). Por ello, trataba al pene de su tío Alexander con especial atención, con caricias a lo largo del tallo, largos lametones en la punta y en los testículos, y jugueteos especiales cuando lo tenía en la garganta, como mamá y papá le habían enseñado a hacer. Sentía que su coño se había convertido en un grifo, y se moría de ganas porque su querido tío la follara como se merecía. Por eso trataba bien ese pene delicioso, y envidiaba a sus primas, que seguramente ya se lo habían llevado a sus agujeros.

—Espérame un segundo, tío, creo que tu cosa puede ganar aún más fuerza —dijo Valentina, poniéndose de pie y saliendo de la ducha después de darle un último lametón al vigoroso miembro de Alexander.

—¿Y cómo sería eso?

—Pues, verás… —Valentina pasó del baño a la habitación matrimonial, mojando todo el suelo (posiblemente solo para molestar a su tía Charlotte un poco, supuso Alexander), moviendo bien el culo con cada paso ante la vista de su tío, en la ducha. Encendió el estéreo, y puso una canción pegadiza, muy sexy y bailable, que encontró en su estación favorita de la radio. Luego, volvió al baño, y se quedó fuera de la ducha, admirada por su tío—. ¿Listo para el show?

No esperó que respondiera, sabía que le gustaría. Cada vez que se ponía a bailar, los hombres se lanzaban sobre ella para darle por todos sus agujeros como bestias cachondas. Primero comenzó con unos giros muy lentos, mientras se contoneaba, arqueando la cintura y la espalda, sin perder de vista a su tío. Sabía que eso le encantaría. Al son de la música, mientras giraba, fue pasándose las manos por encima de la ropa, sobre las tetas, la cintura, las caderas y los muslos.

—¿Te gusta lo que ves?

—Sí, por supuesto que sí. —Aun debajo de la ducha, Alexander White comenzó a hacerse la paja de nuevo, lentamente esta vez, siguiendo la música que su sobrina marcaba.

—Lo sé. Tu cosa deliciosa se ve muy contenta también —dijo la muchacha. Sus enormes tetas se movían al son de la música, y su culo increíble parecía invitarlo a que se comportara como un animal en celo—. Me pregunto qué sucederá si me empiezo a sacar mis ropitas… ¿Me das permiso, tiíto? Es que me está entrando mucho calor a pesar de que estoy toda mojada, ufff.

Primero comenzó sacándose el bralette. Lentamente, con mucha sensualidad, pero no tan lento como para que su tío se aburriera de su cuerpo. Se moriría si llegara a pasar algo así. Comenzó mostrándole los hombros, y luego se tapó los pechos cuando lanzó la pieza de lencería mojada al suelo. Sus senos quedaron al aire, redondos y con los pezones bien erectos para que su tío se los comiera si quisiera, con la aureola oscura y las puntas muy duras. La primera vez que realizó ese numerito con su hermano Junior, éste no se aguantó y se lanzó encima de sus tetas para comerlas sin parar. Pero su tío era distinto. Era maduro, experimentado, con autocontrol. Un verdadero macho, como su papá.

Valentina comenzó su cuarto giro, más rápido y sexy que los anteriores. Hizo sus mejores intentos para resaltar su culo debajo del mini short que llevaba, que poco dejaba a la imaginación. Le encantaba ir por la calle y que la miraran así, como su tío, con tanto deseo.

Se desabrochó el short, y se detuvo con el trasero en alto, inclinada hacia adelante de la manera más sugestiva posible, mientras dejaba que su cabello le cayera por el costado, y mirara a su tío volteando hacia atrás.

—¿Quieres que me quite esto también, tiíto?

—Sí, sí… —dijo el tío Alexander, todavía cascándola, esta vez más rápido que la música.

—Cuidado, tío, no querrás correrte antes de hacerme cariño, ¿no? ¿Quieres follarme, tío?

—¡Sí!

—Entonces, ¿me quito esto? —A la vez que iba diciendo eso, fue dejando caer su short por las piernas. Desde luego, no llevaba nada abajo, y notó que estaba sumamente húmeda.

Ese era el gesto final, que evaluaba cuánto aguantaban los hombres. Los shorts iban cayendo a la altura de sus rodillas cuando el tío Alexander, echando poco menos espuma, salió de la ducha con la bandera izada, tomó a Valentina de las muñecas, la estampó de frente contra un muro, y sin esperarse ni un poco más, la penetró con fuerza por el coñito, tal como a ella le gustaba.

—¡Puta de mierda!

—¡¡¡¡AAAAAAYYYYYY TIÍTOOOO!!! ¡Me estás follando, tío!

—Sí, ¡porque eres una puta zorra! ¡Qué manera de provocarme con tu bailecito, guarra!

—Sí, sí, soy todo eso, tío, soy una guarrilla que no puede vivir sin su ración de pene al día, una zorra a la que hasta el director se ha follado en la escuela. ¡Fóllame más, tío! ¡Fóllame más!

Alexander comenzó a darle de nalgadas. Fuertes, ruidosas, intensas. Seguramente podían oírse en toda la casa, pero no le importó.

—¡Qué puta eres! ¡Y qué apretada estás! Prométeme algo —le dijo Alexander, agarrándole las tetas por la espalda, y lamiéndole el lóbulo de la oreja—. Cada vez que vengas, me vas a dar un nuevo bailecito, ¿quieres?

—Por supuesto, tiíto, tengo muchos, y todos te volverán loco.

Para probar su punto, Valentina se despegó de su tío, y retrocedió, alejándose de él, mientras le lanzaba una de sus provocativas miradas de deseo. Luego, comenzó a mover las caderas, la cintura, a la vez que iba tocándose el cuerpo desnudo.

Dobló las rodillas, y se semi sentó en el suelo de la habitación matrimonial, agarrándose las grandes tetas con las manos, y procediendo a levantarlas para que pudiera lamer sus propios pezones con la lengua, a ritmo perfecto con la música.

Alexander le tomó de la cabeza, y reemplazó los pezones de la muchacha con su polla, más grande y gorda que nunca, que metió en la garganta de la chica. Ella ni siquiera se complicó, y comenzó a recibir los envites de su tío como una maestra, haciéndose la paja con una de las manos, y derramando sus abundantes jugos vaginales sobre el piso.

—Tío, sigue follándome, por favor.

—Si así lo quieres, puta de mierda.

Alexander tomó a su sobrina y de un solo movimiento la lanzó sobre la cama. Ella se entregó, separando y doblando las piernas para facilitar lo que fuera que le hiciesen, mostrando su mojado coñito. También estiró los brazos hacia atrás, y puso su mejor cara de putita para que su tío no tuviera ningún tipo de contemplación con ella. Y así lo hizo éste.

Sabiendo lo pesado que estaba, a Alexander no le importó. Se acostó sobre el cuerpo de su sobrina, la abrazó, apuntó su miembro a la entrada, y lo metió así nada más. Luego metió la lengua en la boca de Valentina, y ésta abrió la boca lo que más pudo para que su tío tuviera toda la facilidad del mundo. Le encantaba sentirse así, no solo llena, sino que completamente dominada por un hombre grande en todos los sentidos. Incluso aplastada si era necesario. Le gustaban los hombres que, cuando la follaban, parecían poseerla, hacerse dueños de su cuerpo, y que le hicieran lo que quisieran. Abrazó a su tío Alexander y lo empujó aún más hacia ella, y se preguntó, si es que sus primas no lo habían hecho con ese machote que era su tío, por qué no lo habrían hecho, ¡porque era una bestia sin control! A veces, cuando se lo hacían en esa posición, se corría de puro gusto en uno o dos minutos. Esta vez tardó treinta segundos.

—¡Ah! ¡¡Ahh!! ¡¡¡¡AAAAAAAAAHHHHHHHHH!!!!

—¿Te estás corriendo, puta?

—¡¡¡¡SÍIIIII!!!! Sí, tío, sí, ¡me encanta! ¡Hazme pedazos, rómpeme! ¡¡Tómame completa y hazme toda tuya!!

—¿Así? ¿Así te encanta? —Alexander comenzó a derramar saliva sobre el rostro de su sobrina, y ésta, presa de la lujuria, se lo bebió todo.

—¡Estás hecho un animal, tiíto! ¡Eres una bestia! ¡¡¡Ay!!! ¡¡¡Me corro de nuevo!!!

Alexander volvió a meterle la lengua en la boca, y además le agarró ambas tetas, moviéndose solo con la fuerza de sus piernas y los movimientos de su pelvis. Sentía que se venía, e iba a ser muchísimo. Iba a explotar dentro de su sobrina. Aceleró el ritmo, aplastó a la muchacha con su cuerpo, se volvió más agresivo a medida que ella se lo pedía.

—¡Ahhhh, me vengooooooo!

—Yo también, ¡me corro otra vez, tiíto! ¡Me corro! ¡Ahhhhhhhhhhhh!

Alexander lanzó todo lo que tenía dentro de su sobrina, y cuando se apartó y acostó en la cama, cansadísimo, notó que su lefa había desbordado, y estaba saliéndose del coño de Valentina.

—Ufff, disculpa, querida. ¿Usas pastillas?

—Por supuesto que sí, tiíto, especialmente si voy a acostarme con una bestia como tú, ¡qué manera de llenarme! —exclamó Valentina, que se recostó sobre su tío. Poco a poco, ambos, agotados, comenzaron a quedarse dormidos.

Charlotte Black, que por supuesto había oído todo, y estaba apostando con su hermana y cuñado cuánto duraría la follada, entró en silencio a la habitación y cobijó a su esposo y a su sobrina con una manta. Quizás ellos habían acabado, pero ella no estaba ni cerca de ello.

Continuará..