La Familia White (04)
Alexander White disfruta de un entretenidísimo desayuno familiar con sus hijas e hijo. Ariadna y Alice no disimulan sus deseos; y Alexandra busca con desesperación echarle crema a su café, deseo que Arthur y su padre estarán más que dispuestos a complacer.
Capítulo 4: Un desayuno de campeones
Alexander White se sentó junto a la mesa de la cocina. Había bebido demasiado la noche anterior con su esposa, que ahora seguía durmiendo, y no despertaría en un buen rato. Habían salido con sus mejores amigos en el pueblo, como no hacían hace tiempo. Se merecían ese descanso, pero ahora, el jefe de la familia White tenía una jaqueca de campeonato. Decidió entretenerse con lo que siempre hacía, esperar a que sus hijas bajaran a desayunar (y esperaba que una de ellas tuviera la amabilidad de hacerle el desayuno, pues él apenas sabía dónde estaba el arriba y el abajo), y mirarlas atentamente. Imaginarlas sin la poca ropa que llevaban, imaginar las perversidades que quería hacerles. Y es que no tenía otro nombre, pero ya hacía muchos años que había dejado los tabúes detrás, cuando su propia madre se entregó a él y sus hermanos. De hecho, ni siquiera Alexandra estaba tan al tanto de todas las cosas increíbles que sucedían en su familia, que los demás considerarían horrorosas. Ni siquiera se lo podía imaginar…
Pero ya lo haría, y de seguro le encantaría, igual que a Arthur, Ariadna y Alice. Y era curioso que pensara en Alexandra, pues ella fue la primera que bajó a desayunar.
—Hola, querido padre —le saludó su hija mayor, con su corto vestido de pijama rojo, igual que su cabello, que heredó de su madre. La falda apenas tocaba sus muslos, y tenía un escote monumental.
Alexandra le dio un beso en la mejilla, como todas las mañanas, pero luego miró alrededor, y cuando comprobó que los demás no habían bajado, le plantó un beso en los labios. Húmedo, jugoso, delicioso. Duró tan solo unos segundos, pero su lengua había conseguido saborear completamente la de su hija.
—Uf, hija, lo siento, mi aliento debe oler horrible.
—Para nada, papá. Me gusta. Aunque sí te ves bastante mal, ¿quieres que te haga el desayuno?
—Sí que sabes lo que me gusta, ¿eh, putita? —Alexander le dio una fuerte nalgada a su hija mayor, y esta se retorció de gusto, como siempre. Le encantaba que le dieran de nalgadas.
Mientras Alexandra le preparaba unos huevos revueltos y ponía el agua a hervir, bajó Arthur. “Igual que su padre”, pensó Alexander, cuando vio que su hijo no se había dado cuenta de la erección que tenía. Y cómo no hacerlo, con semejante mujer con la que estaba follando últimamente, y que ahora le recibió con una risita. Arthur se quedó embobado mirando a su hermana mayor, y se sentó rápidamente a la mesa, después de un breve “Buenas, pa”.
—¿Dormiste bien, hijo? —le preguntó con un dejo de complicidad que no pasó desapercibido para su único hijo.
—Bastante, sí —contestó Arthur, cubriéndose la erección con la camiseta de pijama, sin dejar de mirar a Alexandra.
—¡Eso es! Jajaja. —Parecía que aún no se le pasaba completamente la ebriedad, pero no le importó. Era genial despertar así las mañanas, con la complicidad de que ambos disfrutaban del mismo bombón, que no perdía la oportunidad de levantar el culo cada vez que podía, mientras iba de un lado de la cocina al otro, con sus largas piernas e increíble encanto.
—Oye, pa, vamos a tener que hablar de esto en algún momento.
—Claro, campeón, cuando integremos a las que faltan.
—¿Eh?
Después de decir eso, Alice bajó como una ráfaga de viento. Tenía el cabello rojizo-castaño, una mezcla entre el negro de Alexander y el rojo de Charlotte, largo y generalmente amarrado en una coleta. Sus ojos eran azules, vibrantes y brillantes. Era dulce y carismática, la chica de ensueño de todo el mundo en la escuela. Lucía un una camiseta infantil, rosa y con un conejo blanco, que ya no usaba porque le quedaba chica (lo que Alexander agradecía muchísimo, pues dejaba al descubierto su esbelta y atlética cintura), y un short muy corto de color rosa, que levantaba mucho su culito ya más que desarrollado.
—¡Papi! —exclamó Alice, lanzándose al cuello de su padre, y besándole inocentemente los labios, como todas las mañanas. Alexander no podía evitar que se le parara la polla cuando la chica lo hacía, y tendía a cruzar las piernas para disimularlo. Tanta dulzura e inocencia tenía una sensualidad difícil de describir.
—Hola, cielo, ¿cómo dormiste?
—Muy bien, ¡y hoy será un día magnífico! —dijo Alice, mirando súbitamente a Alexandra. Ésta percibió su mirada, y se la devolvió a su hermana menor con complicidad.
—Alice, ¿por qué no vienes a ayudarme con el desayuno para papá y Arthur? Los panqueques te quedan extraordinarios.
—¡Voy!
Alexandra y Alice trabajando juntas, era como ver a una diablita y a un ángel. Una era pícara e híper sexual, y la otra cariñosa y de alguna manera muy sensual. Arthur también debía estar pensando lo mismo, pegado a los culos de ambas, que se columpiaban frente a él mientras el aroma de un desayuno de campeones comenzaba a inundar la cocina. ¿Qué más podía un hombre como Alexander White pedir?
La respuesta le llegó poco después, cuando su hija del medio bajó las escaleras con pesar. Lo primero que hizo fue cruzar miradas con Arthur, y ambos bajaron la cabeza. Ya Alexandra le había comunicado lo que había pasado entre Arthur y Ariadna, pero ya habían pasado días suficientes como para que resolvieran de una buena vez el asunto.
—Buen días, papá —dijo Ariadna, dándole un beso en la mejilla, y dirigiéndose a sus hermanas para servirse su propio desayuno. Alexander suspiró al ver a su hija.
Ariadna tenía el cabello largo, negro y sedoso, aunque esta vez estaba perfectamente despeinado, si es que eso era posible. Tenía unas curvas de impacto, marcadas muy bien por su pijama azul, una polerita corta y un short igual de pequeño, ambos de seda. Sus piernas eran larguísimas, y sus anteojos, que para otros podrían ser dignos de la más empollona alumna del mundo, para su padre eran interesantemente seductores.
Cuando el desayuno estuvo listo, y la cocina olía maravillosamente, los cinco se sentaron a la mesa. Charlotte definitivamente no iba a bajar, había bebido mucho más que él, y las tres pollas que se la follaron (la suya incluida, evidentemente) debieron dejarla muerta de cansancio.
La mesa era rectangular, y Alexander y Charlotte se ubicaban en los extremos. A lo largo, junto a Alexander, se sentaban Alexandra por un lado, y Alice por el otro. Al lado de Alexandra estaba Arthur, y frente a éste se sentó Ariadna. En el centro, panqueques con mermelada de duraznos, pan tostado, queso, frutas, y un buen café para despertar como un rey.
—Chicas, les quedó increíble.
—Cualquier cosa por ti, papi —dijo Alice, sacando su teléfono y comenzando a hablar con quien sabe quien, mientras se reía como la chiquilla dulce que era. Lo de siempre. Pocos segundos después, ya se había perdido en el mundo del internet, y comía como una autómata.
—Sí, cualquier cosa… uff, solo me faltaría algo de crema aquí —dijo Alexandra, sin medir ni un poco el tono de lascivia. Se relamió los labios, le guiñó un ojo a su padre, y lo siguiente que sucedió, le sorprendió, le excitó, y le dio risa a partes iguales.
—¡La put…! —alcanzó a decir Arthur, antes de lanzarle una mirada asesina a su hermana mayor. Se ruborizó como un chiquillo, y comenzó, poco a poco, a respirar entrecortadamente.
—¿Pasa algo, hijo? —preguntó Alexander, a sabiendas de lo que ocurría. Ni siquiera tenía que mirar debajo de la mesa.
—N-nada… mierda —dijo su hijo, casi en un susurro. Cuando se encontró con la mirada fría de su melliza, frente a él, Arthur se dedicó a comer para no devolvérsela. Ariadna, con la boca abierta de confusión, observó a su hermana mayor.
Alexandra era increíble. Con la mano derecha estaba bebiendo el café de su tazón, mientras con la izquierda, muy pegada a su hermano, le hacía a éste una paja. Y ella no era nada de tímida, le entregaba a Ariadna los ojos de una mujer a quien no le interesaba lo que hiciera, que no detendría, y que lo disfrutaba.
—”¿Qué estás haciendo?” —preguntó Ariadna, sin emitir sonido, solo moviendo los labios. Alexander pudo leer perfectamente sus palabras, como si hubieran estado en el aire.
—¿Qué cosa, Ari? —se burló Alexandra, sin dejar de masturbar a su hermano con una habilidad impecable. En ningún momento ni siquiera hubo peligro de que fuera a mancharse con el café—. Habla más fuerte, no te oigo.
—”¿Estás loca? ¡Es tu hermano! Y Alice está aquí” —dijo Ariadna, otra vez en silencio, apuntando por lo bajo a su hermana menor, que estaba sentada entre ella y su padre—. “¡Y papá también!”
—¿Yo qué, hija? —dijo Alexander, haciéndose el idiota.
—¡Papá! Alex y Arthur… e-ellos… —Ariadna volvió a mirarlos, pero no se atrevía a decir lo que ocurría en voz alta. No sabía si por vergüenza propia, para que Alice no se enterara, o quién sabía qué. A Alexander también le parecía muy sexy imaginarse a su hija, tan reacia a participar, pero que más temprano que tarde caería en su juego.
—¿Nosotros qué, Ari? —Para sorpresa de Alexander, Alexandra dejó el tazón en el plato, extendió la mano al otro lado, le abrió la bragueta del short de pijama a su padre, y le sacó la vigorosa polla, ya dura gracias a todo el espectáculo que su hija mayor estaba brindando—. Ufff, no sé qué pasa que no se te oye casi nada, hermana. ¿No querrás crema también?
Entre tanto, Alice parecía no percatarse de nada. Seguía completamente sumergida en su teléfono, y de vez en cuando soltaba una risita que solo ella entendía. Alexander y su hijo Arthur, estaban en las manos (literalmente) de Alexandra, que con destreza única les hacía a ambos la paja, disfrutando de su propia majestuosidad. Se mordisqueaba el labio inferior, y miraba con lujuria tanto a su padre como a su hermano, ambos dejándose llevar por el momento.
Alexander se sentía en el cielo, y así debía estar su hijo también. Su hija mayor tenía una habilidad tremenda, acariciaba con el pulgar las puntas de sus pollas, mientras con el resto de la mano subía y bajaba a lo largo del tallo. De vez en cuando, no sabía cómo, se las ingeniaba para acariciar también parte de sus testículos, un truco cuyo funcionamiento desconocía, y que probablemente su madre le había enseñado. Como casi todo lo demás.
Ariadna, entre tanto, no se lo podía creer. Mostraba horror, desazón y desaprobación en su rostro, pero no perdía detalles de lo que ocurría. No dejaba de observar las reacciones de su padre y su hermano mellizo, ni tampoco se apartaba de las miradas lujuriosas de su hermana mayor. Era evidente su curiosidad, ya lo había demostrado con creces. Era solo cosa de avivar un poco el fuego, y Alexandra era experta en ello. Con el codo, dejó caer su cuchara de café. Alice fue la única que pareció no percibirlo, y seguía mirando su teléfono.
—Ufff, qué tonta soy —dijo Alexandra, dirigiéndose a la parte bajo de la mesa, debajo del mantel—. No se preocupen, yo la recojo.
Lo que procedió a hacer, si bien Alexander White lo esperaba, de todos modos le sorprendió. Miró debajo de su voluminosa barriga, y encontró el rostro pícaro y hambriento de su hija mayor, lista para devorar su pedazo de carne. No tardó en meterse la polla de su padre en la boca, y éste casi se corre allí mismo por la deliciosa sensación. Lo chupaba casi tan bien como su madre, era increíble. Lo lamía con celeridad, con hambre, desde las bolas hasta la punta, donde se detenía para chuparlo rápidamente, casi como si se le fuera la vida en ello.
—Ustedes son… no puedo creerlo —susurró Ariadna, fijando los ojos azules esta vez en su hermano, que tenía la mirada más divertida de congoja, pues ya no lo estaba atendiendo.
—La puta que la parió —musitó Arthur en voz muy baja, con tal de que solo Alice no lo oyera. Por supuesto eso no iba a detenerlo, y no pudo evitar comenzar a masturbarse también.
—¡Arthur! ¿Es que no te das cuenta…? —Las mejillas de Ariadna estaban coloradas, y se notaba que le costaba respirar adecuadamente. Alexander pudo ver que, debajo de la camiseta de pijama de Ariadna, había dos puntitos erectos que indicaban que no le disgustaba completamente lo que veía.
—Sí me doy cuenta, me acaban de abandonar por… ohhh… —Arthur casi se desvanece cuando Alexandra se apartó de su padre, y comenzó a atenderle a él la polla con la boca—. Ok, mejor.
Fue en ese momento en que Alexandre estiró un poco el cuello hacia su derecha, y notó que su hija más pequeña… ¿Qué era eso? ¿Tenía la cámara puesta? Alice notó que la estaban mirando, de reojo, y lo que su padre vio fue la más siniestra y seductora sonrisa que hubiera conocida en una chica de su edad.
Ariadna, al otro lado de Alice, también notó lo del teléfono, y se horrorizó esta vez de verdad. Se puso de pie, tomó a Alice de la mano, y se la llevó fuera de la cocina hecha un bólido.
—¡Ariadna! ¿Qué haces? ¡Aún no termino mi desayunooooo!
—¡Lo harás después!
Alice le dedicó a su padre una última sonrisa sugestiva, y éste se puso más excitado que nunca. ¿Acaso él sabía algo más sobre esta familia que ni Alexandra ni Arthur no? Ni siquiera se esperaban lo que se avecinaba cuando les relatara a todos.... bueno, todo.
Alexandra salió de debajo de la mesa, muerta de la risa, y miró a su padre y hermano con complicidad. Ambos hombres estaban que humeaban.
—¿Qué crees, padre? ¿Caerá pronto?
—Muy pronto, pero por ahora, ¿por qué no te encargas de extraer la crema que necesitabas?
—Claro. Pero esta silla está algo rechinante, ¿puedo cambiar de asiento?
Alexandra se levantó la falda del vestido, se quitó las mojadas bragas, y sin esperar un segundo, dándole la espalda, se sentó sobre la polla de su padre.
—Ohhhh, ¡qué rico, papá! —Sin perder tiempo, con lujuria y sensualidad, Alexandra comenzó a montar a Alexander, a la vez que se movía de adelante hacia atrás, y se agarraba las tetas por sobre el vestido de dormir—. ¡Más, más, más!
—¡Qué apretada estás, hija!
—¡Sí, y muy mojada! ¿Verdad?
—Sí, hija, sí, sigue...
—Alex, pa, ustedes se volvieron completamente locos. —A pesar de saber lo que hacían, era primera vez que Arthur veía a su hermana y padre follando. En lugar de avergonzarse y complicarse la vida, se apegó a la tradición familiar, movió las sillas, y esperó con su venoso miembro que Alexandra se encargara de él también.
Ni corta ni perezosa, Alexandra se dobló hacia adelante, tomó el pene de Arthur, y se lo llevó a la boca. La expresión de Arthur lo decía todo, estaba en el cielo. Si no se equivocaba, esta era la primera vez con dos pollas de Alexandra, y se notaba, pues gemía como una posesa. Su coño estaba empapando la polla de su padre con jugos que no paraban de salir, y parecía que su único objetivo en el mundo era correrse, y recibir en sus agujeros la leche de su padre y hermano menor.
—Hmmmmm, hmmmmmm, hmmmmmmmmmm —era todo lo que la chica podía decir.
—Alex, no sé cuánto más pueda aguantar —dijo Arthur, con el rostro cubierto de sudor. Sus ojos estaban puestos en el tazón de café de su hermana…
—Yo tampoco, hija, te mueves como una puta profesional…
—¡Sí! —exclamó Alexandra, sacándose el pene de la boca para hablar, sin dejar de hacerle la paja—. Dime eso, papá, dime que soy tu puta. Tú también, hermano, díganme lo que soy, ¡estoy a punto de correrme! Me estoy perdiendo… ¡Ahhh! ¡¡Ahhhhhhhh!!
—¡Eres una puta, Alex! ¿Te gusta eso?
—¡Sí, mucho!
—¡Eres nuestra putita, hija! Y te encanta ser nuestra putita, ¿verdad?
—¡Me encanta! ¡Quiero que me llenen como la puta que soy! ¡Quiero que me den más duro y máaaaaaaaaaaaahhhhhs fuerteeeeeeeeeeeeeeee!
Alexander le agarró a su hija de la cintura y la penetró con fuerza, una y otra vez, mientras se corría en su miembro. Ella se volcó sobre la polla de Arthur, y lo masturbó con tanta velocidad que su mano apenas podía percibirse. No pasó mucho tiempo hasta que los dos hombres se corrieron, y Alexandra tuvo su segundo orgasmo de la mañana.
—¡Hija! ¡Me vengo dentro tuyo!
—¡Eso, papá, córrete dentro de tu hijita!
Arthur se apartó de su hermana, tomó el tazón, y se vino en ella, soltando varios chorros de semen que tiñeron el café con manchas blancas. Alexandra se separó de la polla de su padre derramando su leche por la cara interna de los muslos. Tomó el tazón, sopló un poco sobre el vapor, y luego comenzó a beberlo sin problemas. Más aún, parecía que realmente le gustaba, se degustó y relamió los labios para saborearlo.
—Eso fue maravilloso, me dejaron muy llena, chicos. Lo repetiremos de nuevo hoy mismo. —Claro, hija… pero primero, quiero saber qué pasará con las otras doncellas de la casa.
—De seguro alguien se encargará… sea nosotros, o alguien de arriba —dijo Alexandra, bebiéndose los últimos restos.
Continuará...