La Familia White (03)

Arthur White se ha retirado a su habitación, avergonzado por haber besado y correrse sobre su hermana gemela. Sin embargo, su hermana mayor, Alexandra, no es tan recatada como las demás chicas. Ella desea a su hermano, y no va a tardar un segundo en demostrárselo.

¿Qué diablos le había pasado por la cabeza? ¿Tan necesitado estaba que se había masturbado frente a su propia hermana gemela? Y mirando una peli porno de sus padres. Y la había besado, con todo y lengua. ¡Y se había corrido encima de ella mientras se morreaban! Arthur White se preguntó si tenía algún tipo de daño mental o algo parecido, y lo habría confirmado, de no ser porque cuando su hermana mayor, Alexandra, apareció en la puerta, no se aterrorizó ni nada parecido. Los miró, les sonrió, y les preguntó si había estado bueno. Y algo como que ya era hora. ¿Qué mierda le pasaba a esta familia?

Y mientras pensaba todo esto, Arthur se pajeaba de nuevo. Ya nada le importaba mucho. A pesar de que acababa de correrse, estaba como una bandera izada, y se sentó en el suelo, junto a la cama, para seguir la faena. Maldecía por lo bajo, y recordaba a su hermana gemela frotándose el coño junto a él, a su madre en la videocámara montándose a su padre y gritando todo tipo de guarradas, y a su hermana mayor sonriéndoles con picardía. Bueno, ella siempre había sido así, descarada para decir las cosas, siempre con problemas de actitud mientras estuvo en la escuela, siempre con chicos distintos, y siempre vistiéndose provocativamente. Una vez la vio besuqueándose con un chico menor que ella en los lavabos del tercer piso. Él le tenía agarrado el culo debajo de la corta falda, y ella parecía querer devorarlo. Arthur quiso intervenir, hasta que ella lo miró de reojo, le sonrió, y le indicó mientras acariciaba la lengua del chico con la suya, que no se metiera.

—Maldita puta… ambas lo son. Mierda —dijo  Arthur, mientras se cascaba la polla. Se preguntó si debía ir al baño a correrse, pero de seguro se encontraría con Alexandra en el camino, que le sonreiría como si se supiera un chiste que solo ella se sabía y no quería contar; o peor, con Ariadna, con quien tendrían un incómodo cruce de miradas y la pobre solo se sentiría más mal; o aún peor, con Alice, su hermana menor, boba e inocente… ¿Qué tal si había escuchado todo desde su habitación? No oía su típica música de Nickelodeon. Mierda. Ahora se la estaba imaginando delante de él, mientras se hacía la paja… ¿Qué clase de enfermo era?

—Oye, Arthur, ¿puedo entrar? —preguntó Alexandra desde el otro lado de la puerta.

—No, ¡largo! —La voz le sonó más cansada de lo que quiso.

—Es que tenemos que hablar de algunas cosillas.

—¡Que te largues, Alex!

—Y como es usual, no le pusiste seguro a la puerta.

—¡¡Me cago en la…!!

A diferencia de su hermana gemela, Alexandra tenía el pelo color rojo, como el de su madre. Era largo y caía en bucles sobre sus enormes tetas, casi tan grandes como las de su madre. Tenía caderas estrechas, piernas larguísimas (era la más alta de la familia, solo superada por su padre), ojos azules, y la nariz respingada de papá. Llevaba una minifalda de mezclilla, ajustada bajo las tetas para que parte de su culo pudiera verse debajo. O, por delante, su “florcita”, como le llamaba cuando era más niña; su “conejito travieso”, como le llamaba ahora, al menos una vez en cada cena familiar. En la parte de arriba llevaba una camisa semi-abierta, blanca, que revelaba su coqueto brasier negro con encajes. También llevaba una gargantilla del mismo color.

—Oh, hermanito querido, veo que estás entretenido.

—¡Déjame en paz! —Arthur intentó cubrirse con una de las almohadas sobre la cama, pero Alexandra fue más rápida (y tenía la ventaja dado que él estaba en el suelo), y lanzó todas las almohadas lejos de él.

—Jajajaja, vaya, vaya, hermanito, qué polla más grande tienes. Pero dudo que seas tú el que vaya a comérsela. —Alexandra se pasó la lengua por los labios de la manera más provocativa que pudo, y Arthur se le quedó mirando como un tarado.

—¿Qué te pasa, boba? Eres mi hermana, no hagas esas cosas. Ya, sal de mi habitación.

—¿Para que te hagas la paja en verdad?

—Sí… ¡Digo, no!

—En realidad me gustaría verlo. ¿Puedo verte, hermanito?

Arthur se puso colorado. Con todas las chicas con las que había estado, era la primera vez en mucho tiempo que se ruborizaba. ¡Y con su hermana! Definitivamente estaban todos en la casa enfermos, menos su hermanita Alice.

—¿Por qué me haces esto, Alex?

—Ooooooook. —Alexandra caminó alrededor de la cama, y se sentó junto a su hermano en el piso, subiéndose un poco más la falda para acomodarse. Arthur no pudo evitar perder la mirada en la tela negra y húmeda que cubría el coño de su hermana—. Escucha, hermanito. Eso delicioso que hicieron tú y Ari…

—¡No hicimos nada!

—Claro, y yo no tengo a todos los chicos del pueblo en un calendario de folladas. Sí lo hicieron, hermano… No todo, lamentablemente, pero lo hicieron.

—¿Por qué no te parece raro? —Arthur sentía su miembro crecer y crecer. Estaba que estallaba. Aunque se lo tapaba con sus manos, pronto no sería suficiente.

—Simple. Porque hace rato que debió pasar. Y porque me calienta saber cómo será cuando lo hagan al full. —Alexandra le tomó la nuca a su hermano sorpresivamente, acercó su rostro al suyo, y lo besó efusivamente.

Arthur quiso defenderse, pero al apartar a su hermana, dejó su polla libre. Dura, húmeda, Alexandra se la quedó mirando con una cara de hambre que nadie podría quitarle.

—Ay hermanito, no sabía que eras tan grandote. De haberlo sabido, te habría estrenado en nuestro juego familiar mucho antes.

—¿Qué juego? Oye, ¿qué estás haciendo?

Alexandra se quitó la camisa, y luego abrió el brasier. Sus pechos gigantes aparecieron frente a Arthur, que tuvo la incontrolable tentación de poner su pene ahí.

—El juego en el que estamos mamá, papá y yo. Y que pronto sumarán a los demás. Y que los White y los Black siempre han hecho con los que llegan a cierta edad. ¿Me dirás que Ari no te pone la polla dura? ¿O que mis tetas no te hacen desear devorarlas?

Alexandra le tomó a su hermano las manos, y llevó ambas a sus tetas. Arthur pensó que se le haría agua la boca, necesitaba comerlas. Tenían pezones rosados y duros, con una aureola apetitosa. Le encantaba acariciarlos.

—Mírame.

—¿Eh?

Alexandra lo estaba invitando con la mirada. Se mordisqueaba los labios, le clavaba con los ojos azules, sacaba la lengua para que él se viera tentado a sacar la suya… y así lo hizo.

Volvieron a besarse. Esta vez, Arthur dejó que su hermana metiera la lengua en su garganta, y él hizo lo propio con ella. Ambos eran ya experimentados en el asunto, pero ella lo superaba. Sabía dónde acariciar, movía la lengua de arriba a abajo para estimularlo, jugaba con su lengua como si fuera un miembro. A la vez, él comenzó a pellizcarle los pezones, y ella suspiró de gusto.

—Ufff, sí…

—Esto no está bien —dijo él, cuando trató de recuperar el aire.

—Si fuera malo no se sentiría tan bien. Ahhh, sigue, vamos muérdemelas.

—¿Por qué estoy pensando todas estas cosas? —Arthur se puso de pie, intentando apartarse—. Puedo tener a la chica que guste, no necesito que mis hermanas…

—Pero sí lo necesitas, hermanito. —Con el miembro viril de su hermano a la altura de su cabeza, Alexandra no pudo evitar agarrarlo con la mano, como había hecho con la de su padre, y tantos otros. Apenas cabía entre sus dedos. La olió, y el olor a macho tomó el control de sus sensaciones—. Dios mío, esto va a volverme loca, ¿verdad? Es como la de papá…

—¿Te acostaste con papá? —Confirmado. Su familia estaba llena de enfermos. Apartándose de Alexandra, corrió a la puerta, pero se detuvo allí mismo. Si Ariadna o Alice lo veían así, desnudo, se armaría un problema—. Mierda.

Cuando miró hacia atrás, Alexandra ya estaba de pie. Solo con la falda puesta, la muchacha se estaba lamiendo sus propios pezones con una lengua hábil y traviesa, mientras lo miraba a los ojos con descaro y lujuria.

—Con papá, y también con mamá. Y también contigo, si quieres. Sé que sí. No te hagas de rogar, hermanito, no cuando tienes una polla que no puede desperdiciarse. Y de seguro yo tengo algo que puedo darte también.

Arthur intentó salir de nuevo… y otra vez se detuvo. Golpeó el muro, soltó una maldición por lo bajo, y cerró la puerta con seguro. Su lascivia había tomado control de todo se cerebro lógico. Ahora solo se sentía una bestia que necesitaba penetrar a cualquiera...

—¿De verdad vamos a llegar a esto, Alex?

—Si no empiezas tú, lo haré yo. —Alexandra se llevó la mano derecha debajo de la falda, y se escuchó perfectamente un ruido húmedo y delicioso cuando metió los dedos en su entrepierna. Ella se dobló, sus tetas cayeron en un ángulo increíble, y le lanzó una mirada de deseo—. Esto es lo que estabas haciendo, ¿no, hermanito? Ahhhh, me encanta, me gusta mucho. ¿Sabes cuántas veces me masturbo al día, Arthur? Ahhh, hmmmmmm, ¿quieres saber?

Arthur, como si estuviera poseído, se llevó la mano a la verga, grande y en el camino de una gran explosión. Sin controlarse, comenzó a hacerse la paja, apoyando la espalda en la puerta cerrada, mirando a su hermana hacer lo mismo.

—No vas a quedarte solo con eso, ¿o sí? Hmmmm, ahhhhh, sí… Venga, hermanito, soy toda tuya.

Arthur se abalanzó sobre ella, y volvieron a besarse, esta vez con más pasión que antes. Él le agarró las tetas como antes, y ella le abrazó la polla con ambas manos, comenzando a moverlas hacia adelante y hacia atrás, una y otra vez.

Se lanzaron sobre la cama, él sobre ella. Si iban a llegar a esa situación no perdería la costumbre. Él generalmente estaba en control, así había sido con todas sus chicas. Ella intercambió besos en su cuello, en sus labios, en el lóbulo de sus orejas, y en su lengua. Arthur descubrió que le volvía loca que su hermana le chupara la lengua, y él hacerle lo mismo. Ambos derramaban saliva uno sobre el otro, y esa acción tan simple, pero tan animal, los estaba descontrolando más y más.

Ella le quitó la camiseta, y él a ella la falda. Ambos estaban actuando como animales en celo, desesperados por follar.

—¿Qué haces? —preguntó Alexandra, cuando vio a su hermano bajando la cabeza a su entrepierna mientras le bajaba la ropa interior, su última prenda. Tenía el coño bien depilado, con solo algunos pelitos rojos formando una línea sobre su pubis.

—Iba a… —Arthur se asustó. ¿Sería una broma? ¿Quería Alexandra llevarla hasta ese punto solo para detenerlo ahí y burlarse de él?

—No seas bobo, hermanito. ¿No ves lo mojada que estoy? ¡Métemelo de una buena vez!

Alexandra se arqueó y soltó un alto y largo gemido cuando Arthur se introdujo en su interior. Arthur sintió que se vendría de inmediato y tuvo que hacer uso de toda su fuerza y concentración para detenerse. Estaba dentro de su propia hermana, su polla estaba al interior de su mojado chocho, que palpitaba de placer. Parecía haber sido hecho justo para él, su largo y su ancho. No había mejor sensación que la primera penetrada, con excepción clara del clímax.

—Alex, no hagas ruido, nos van a oír.

—No me importa, fóllame fuerte. —Alexandra le atrapó con sus largas piernas, y lo obligó a iniciar los movimientos de mete-saca que tanto necesitaba—. Sí, ¡sí! Eso es lo que quería, ¡oh, qué grande que eres, hermanito!

—Pero las chicas…

—Alice debe estar con sus audífonos, y Ari que escuche, que pronto se nos uniráaaaaahhhhhh.

—¿Qué? ¿Estás loca?

De todas formas, apenas preguntó, se imaginó haciéndolo con su hermana gemela. La imaginó con su semen en su vientre, tal como hace un rato, cuando se vino encima de ella mientras se besaban. Abandonó toda la lógica y la razón.

Con una mano sobre la cama sujetó completamente su cuerpo, y con la otra tomó el rostro de su hermana y le metió la lengua al fondo de su garganta. Ella lo recibió feliz, sus ojos se fueron hacia arriba, y sacó la lengua con gusto.

Abrazado por su hermana mayor, Arthur comenzó a meter y sacar la polla ferozmente, con vigor, como si la vida se le fuera en ello. Ambos estaban empapados de sudor, y él sabía que no tardaría mucho en correrse. En otras circunstancias, habría pensado en cuáles eran los riesgos de venirse en el interior de su hermana y tener un “accidente”, pero la verdad ahora no le importaba.

—Arthur, Arthur, ¡Arthur! ¡Qué duro que estás! ¡Más rápido! ¡Más fuerte!

—Alex, estás muy mojada, eres increíble.

—Fóllame con mucha fuerza, fóllate a tu hermana. —Alexandra le lamió el lóbulo de la oreja, y le susurró al oído—. Quiero que me cojas cada vez que quieras, cada vez que tengas ganitas, hermanito. Soy toda tuya, cuando desees. ¡Rómpeme entera!

—Ahhhh, hermana, lo siento, no sé cuánto podré….

—¿Vas a correrte, hermanito?

—¡Sí…!

Su hermana pelirroja le puso ambas manos sobre el pecho, deteniéndolo. Su mirada penetrante, coqueta y dominante se clavó en sus ojos. Así fue cuando Arthur se dio cuenta de que, aunque estuviera encima, en realidad nunca tuvo el control. Y no se sentía mal.

—¿Te gustaría correrte en mi cara, hermanito? ¿O en la de Ariadna? ¿O la de mamá? ¿O sobre la de todas nosotras?

—¿P-por qué me detienes?

—Porque quiero que me lo digas. Responde. ¿Quieres venirte sobre todas nosotras? ¿Mamá? ¿Ariadna? ¿Sobre mi carita? ¿O sobre la de Alice? Harás lo que te diga, y lo conseguirás. Quiero que te dejes llevar, hermanito, quiero que me lo prometas.

—Lo prometo, voy a hacer todo eso y más con ellas. ¡Las deseo a todas!

Ella se lo sacó de encima, le tomó la polla con las manos, y comenzó a hacerle la paja de su vida. Arthur no duró mucho más, estaba ya demasiado cerca desde el momento en que se vino sobre su otra hermana, por lo que no esperaba durar tanto la segunda vez.

—Córrete sobre mí, hermanito.

—Ah, ah… ¡Ahhhhhhh!

Varios chorros de semen caliente cayeron en el mismo lugar que habían caído sobre su Ariadna, esta vez sobre la cintura estrecha y curvilínea de Alexandra. A medida que se satisfacía, sus emociones de lujuria eran reemplazadas por la razón, sobre lo que acaba de hacer con sus hermanas, sobre el video que había visto sobre sus padres, sobre lo que su hermana mayor estaba sugiriendo, sobre los problemas que podría tener…

Entonces, miró a su hermana, con el vientre cubierto de manchas blancas, algunas de las cuales habían terminado sobre sus grandes y redondeados senos. Ella recogió algunas gotitas y se las llevó a la boca, saboreándolas con su lengua, chupándolas y tragándolas con pasión. Y su razón al fin se quedó callada.

Continuará...