La familia Polanco Llanera. Niña Mala

Las notas de Sofía han llegado a casa y su madre no está muy contenta con los resultados. Una situación que desembocará en una bronca... que de algún modo tendrá que solucionarse.

El día se levantó despejado, con el leve frío que dejaba todavía los primeros días de primavera. Jaime se acercó a la ventana, era fin de semana y le tocaba pasar una noche agradable con sus amigos, sin embargo, algo perturbó su calma.

—Sofía, ¡te digo que vengas ahora mismo!

Susana gritaba enfadada a su hija, como casi todas las primaveras el mismo ritual. Jaime sabía de lo que se trataba y como su hijo, esperó a que ambas mujeres gritasen un rato escondido en su habitación antes de bajar.

—¡Qué mierda de notas son estas! —dijo la madre entrando en la habitación como un elefante en una ferretería.

—No empieces, solo he suspendido cuatro, ni que fuera el fin del mundo.

—¿Te parecen pocas? ¿Por qué no mejor suspendes todas? Total son unas pocas más.

—Siempre te pones a la tremenda, las voy a aprobar. —Sofía miraba su móvil tirada en la cama sin hacer mucho caso a su madre.

—Ya estoy hasta los mismísimos ovarios, desde hoy te pones a estudiar. Todos los años lo mismo, hasta que no ves las orejas al lobo no te pones en serio.

—Déjame en paz. —desde hacía unos días Sofía estaba algo irritada con su novio y tenía un humor de perros, algo que no beneficiaba para calmar la situación.

—¡¿Qué has dicho?! —Susana se elevó como un coloso haciendo que sus grandes senos mirasen amenazantes a la joven.

—¡Qué me dejes en paz! —remarcó cada sílaba.

—Tú, niña insolente, ¿de qué vas?

Tras la puerta, los pasos de Jaime y Lucas se juntaban sigilosos, huyendo de los gritos que se estaban sucediendo. Apenas querían mirar la puerta, por si les pudiera salpicar algo de mierda de rebote.

—Siempre te pones así, parece que esta época te amarga.

—¡¡¿¿QUÉ??!! —sus ojos se abrieron del todo con una sorpresa terrible. De sus pupilas brotaba fuego— ¿Amargada yo? De salir hoy, olvídate, estás castigadísima. No quiero que salgas de tu habitación hasta que sea la hora de la cena.

—¡NO! No me puedes dejar sin salir. Tengo que ver a mis amigos que ya he quedado. —Sofía empezaba a pensar que esta vez su madre sí que iba en serio.

—Ya puedes ir diciéndoles que no vas, aunque… —se acercó a su hija, está la miró sin saber qué hacía y en un movimiento rápido le arrebató el móvil— búscate la vida para avisarlas.

Salió con paso rápido de la habitación. Sofía la siguió en un veloz descenso por las escaleras llegando hasta la cocina donde prosiguieron con los gritos. Allí era donde habían llegado Jaime y Lucas, cada uno en un extremo de la mesa desayunando en silencio mientras se dedicaban miradas temerosas.

El joven echó un vistazo a las dos mujeres que seguían ladrando como una jauría. Fue a abrir la boca, quizá para ayudar a paliar una situación que se estaba volviendo una locura. Pero sintió dentro de su cabeza un aviso, era lo mismo de siempre, vio que su padre le estaba observando, quizá llamándole con poderes mentales. Jaime se llevó una mano a la boca, alzando el dedo índice y colocándolo en sus labios, quería cuidar de que su hijo sufriera la ira de aquellas dos fieras.

La bronca acabó a mitad de la tarde, con un portazo de Sofía mientras Susana gritaba tras la puerta. Había recuperado el móvil, solamente por querer decirles a sus amigas que no saldría. Sin embargo, no fue del todo así.

Cuando toda la cena fue recogida y Jaime se preparaba para marchar, escuchó unos pasos rápidos por el pasillo, después por las escaleras y finalmente la voz de su mujer.

—¡¿SOFÍA?! ¡¿A dónde te crees que vas?!

Un portazo recorrió la casa, el sonido característico de la puerta que daba a la calle hizo que se le congelara el corazón, ahora sí que se iba a liar. Su mujer llamó a voces a su hija que como si la viera, corría por la calle en dirección a casa de sus amigas. Esto le iba a salpicar.

—¡JAIME! —llamó con dureza Susana a su marido.

Bajó las escaleras pensando en porque había tardado tanto en vestirse, ahora podría estar tomando la primera copa y no con estos problemas. Además… sabía que en dos días como mucho se solucionaría. Siempre era lo mismo.

—La niña, que se ha largado así por las buenas. Me tiene harta, más que harta.

—Cariño, tranquilízate. ¿Lucas marchó ya? —ella asintió visiblemente enfadada. “Ese sí que es listo”— Mira, no sufras más. Ahora que salgo voy a hablar con ella, la mando un mensaje y que se relaje todo. Mañana ya arregláis las cosas, o quizá recapacite y vuelva, es una niña lista.

—Siempre lo mismo, es una vaga. Hace el gandul todo el año y al final se esfuerza, esto en la universidad no le va a valer.

—No te preocupes, cuando se dé la hostia el primer año recapacitará. Ahora… —llevándosela al sofá y reflexionando en la pena de no tener algo de tiempo para relajarla de otra manera. Le hizo señas para que se sentase— estate relajada y tranquila. Película, manta, unas palomitas y piensa en otra cosa. Es que siempre discutís cuando llegan las notas de primavera.

—No, si ahora será mi culpa…

—Susana… no… no me pongas esa cara, yo estoy en tu mismo equipo. Mañana se arreglará todo y pedirá perdón, ya lo verás.

Una vez fuera de la casa, Jaime suspiró aliviado, caminando hacia el bar donde estaban sus amigos. Se libró de la bronca que le solía caer por cualquier historia y que además desembocaba en una o dos semanas sin sexo, este año, parecía que había salido airoso.

Sacó el móvil después de saludar a todos sus amigos y habló con su hija. No había estado nada bien que se fuera de casa así a las bravas, conocía a su hija y tenía claro que estaría algo arrepentida.

—Princesa, ¿qué tal estás?

—Vamos a hablar de lo de mamá, ¿no? —Sofía desde casa de su amiga Laura, escribía tirada en la cama.

—Te has pasado, cariño. No te puedes ir de esa forma de casa, así de buenas a primeras, tu madre se ha quedado preocupada. —no era del todo cierto, pero debía solucionar aquello.

—Todos los años igual, si ya sabe que luego apruebo, no sé por qué tanto drama.

—Porque mamá sabe lo lista que eres y le da rabia que lo desaproveches, podrías tener unas notas excelentes, pero te gusta más vaguear. —a Sofía que le dijeran que era lista, la encantaba.

—Tiene que confiar en mí, siempre saco las cosas adelante.

—Confiamos, cielo. —fuera el día se estaba enfriando y quería volver dentro con sus amigos— Es tu madre, cuando tú lo seas, lo entenderás. Solo quiere lo mejor para ti. Te quiere a rabiar.

—Ya… y yo a ella…, pero se pone como una moto. —“y tanto…” pensó Jaime sobre todo en otros ámbitos de la vida.

—Venga, cielo, hazlo por mí. Habla con ella, vuelve a casa y hoy no salgas, nada más es un día.

—Pero, papá, ya había quedado…

—Sé que para una adolescente un día perdido de fiesta es un drama, pero hazme caso, si no puede que en vez de uno te ponga un mes entero y si es así, no te voy a defender.

—Vale… luego la habló…

—Muy bien, cariño, y… espero que esto me reporte algún beneficio, ¡qué menudos gritos!

—¿Una mamada? Con eso vas sobrado ¡eh!

—No está mal la idea.

Con un pequeño calentón entró de nuevo al bar, sintiéndose un buen cabeza de familia por aplacar a las dos bestias que tenía en casa.

Susana que estaba tirada en el sofá con su pijama y un bol de palomitas en el regazo recibió un mensaje.

—Vuelvo a casa.

Era su hija, que al parecer había recapacitado. Por un lado, estaba algo enfadada, se había ido sin su permiso, pero era una adolescente y la rebeldía lo llevaba en la sangre. Por otro lado, sentía también pena por el castigo de un mes que tenía en mente. Debía pensar algo para compensar, aquello era desmedido, Sofía no se lo merecía.

Algo se le ocurrió, una idea que podría ser satisfactoria para ambas partes y que la dejaría con un mejor sabor de boca. Cogió el móvil con rapidez, escribiendo a su hija que esperaba que aún estuviera saliendo.

—¿Cuánto tardas?

—Veinte minutos, ¿pues?

—Es para hacerte la cena.

No esperó la contestación. Dejó el móvil en la sala yéndose con suma velocidad a su cuarto, donde hacía un mes le había llegado un paquete que estaba deseosa por estrenar.

El tiempo pasó demasiado rápido y escuchó como las llaves se metían en la cerradura de casa. Estaba en el baño de abajo y corrió a la cocina para esperar a su hija.

Sofía entró con la cabeza gacha, con una mochila a la espalda como si se hubiera querido ir de casa para siempre, y miraba a su madre como una cachorrilla. Susana despegó el trasero de la silla, tenía su pijama habitual, su ropa cotidiana para estar en casa, sin embargo, su hija se percató de que se había puesto cierto maquillaje.

—¿Has pensado en lo que has hecho?

—Sí, mamá. —no levantaba la cabeza, solo lo mínimo para ver a su madre.

—Dentro de nada iras a la universidad, ¿vas a seguir comportándote así?

—No, mamá. —repetía como un autómata con un tono de sinceridad infantil.

—Eso está bien, Sofía, pero no podemos dejar de esta manera las cosas, hoy te has puesto muy burra. —Sofía fue a replicar, Susana alzó su mano— Sé que estás mal con tu novio. Vale, es entendible, pero no tienes que pagar conmigo las cosas.

—Lo siento, mamá.

—Tienes que estudiar y no te voy a dejar sin salir ningún día… y si no quieres… ni siquiera hoy. —los ojos de la joven se encendieron de alegría— Pero ahora vas a tener que cumplir tu castigo.

—¡Vale! —con saber que saldría le valía, ¿qué más daba lo que fuera?

—Ven aquí. —se acercó a su madre, oliendo como una leve capa de perfume embriagador embolia su piel. Estaban cara a cara y era evidente que tenía un leve toque de barra de labios y color en los ojos— Ahora que estás aquí, solo tienes que hacer una cosa. Arrodíllate.

—¿Qué?

—Arrodíllate delante de mí.

—Ni de broma. ¿Qué estás diciendo, mamá? —Sofía estaba totalmente descolocada.

—Hazme caso, si quieres salir hoy, tendrás que hacerlo, será un momento. Es tu castigo, no te voy a quitar ni 10 minutos.

Con infinitas dudas, la joven se arrodilló delante de su madre. Mirando hacia arriba los dos montículos que tenía como senos apenas dejaban ver su rostro, pero sonreía. No comprendía por qué su madre estaba así de feliz. ¿Qué sería el castigo?

Susana bajó sus manos, llegando hasta el elástico de su camiseta y se la subió con rapidez. Bajo esta se encontraban sus pechos metidos y apretados en un sujetador bien bonito que dejaba lo de dentro mucho más precioso.

Los pechos de su madre siempre la habían cautivado, sin gustarle las mujeres en exceso, lo del cuerpo de su progenitora era otro cantar, podía jurar que no había nada mejor que aquello. Quiso decir algo, pero el movimiento de la mujer fue tan rápido que apenas le dio tiempo.

Otra vez los mismos dedos que sacaron la parte de arriba, ahora estaban en el elástico del pantalón, agarrándolo con fuerza y bajándolo con una velocidad que podía igualar la del rayo. De pronto, lo que vio delante de su rostro era su “castigo”. Estaba allí abajo y cuando se colocó mirándola de frente dio un pequeño alarido.

—¡¡AH!!

—Tranquila, que solo es un inofensivo juguete.

Su madre la miraba con gesto vencedor, como si el grito ya le hubiera producido placer. Mientras sostenía aquel trozo de plástico en su mano derecha, Sofía lo miraba con la boca abierta.

Susana tenía unos arneses atados a la cintura y a los muslos, con unos soportes negros, de los cuales colgaba un juguete que agarraba con fuerza. Eran 20 centímetros de pene de goma con una anchura increíble, las venas bien marcabas, un prepucio hinchado y unos genitales enormes.

No podía dejar de mirarlo, la joven supo cuál sería su castigo y únicamente le despertó de la hipnosis que estaba sometida, la dulce mano de su madre. Esta le revolvió el cabello liso, cogiéndola con cariño, mientras la miraba a los ojos mantenía con su otra mano el pene firme.

—Tócalo, verás que duro. —la voz erótica y autoritaria de Susana hizo que su hija obedeciera. Ya no era tan rebelde— Ahora te toca recibir el castigo, hijita querida, y cuando acabes, harás lo que te plazca. ¿Entendiste?

Asintió con sus manos en las rodillas como una colegiala en medio de la lección. Lo siguiente fue más sencillo, abrió la boca, mientras su madre le introducía aquel coloso por ella hasta que pronto topó con la garganta.

—Este es tu castigo, pequeña, para que no vuelvas a hablar así a tu madre, ¿lo comprendes?

Sofía no podía contestar, el pene de goma la llenaba por completo y ella dejaba que su madre simulase con movimientos de cadera una felación. El pelo bien sujeto por Susana, la mecía adelante y atrás, mientras introducía todo lo disponible en lo profundo de su garganta.

Sacó en dos ocasiones el poderoso juguete, golpeándola en la boca y el rostro como alguna vez su marido había hecho. Aquello la gustaba y lo reprodujo al detalle, lástima no tener semen real para arrojarlo.

—Dime cuanto te gusta la polla de mamá.

—Mucho… —el pene se introdujo de nuevo hasta su garganta y la hizo toser— mucho, mamá.

—Levántate.

Sofía lo hizo con prisa, esperando otro nuevo castigo mientras el juguete de Susana oscilaba de un lado a otra. La puso de espaldas, colocándola con el pecho contra la mesa. Sofía se quedó quieta, mirando los azulejos de la pared mientras su madre le desabrochaba el vaquero.

—Te has pasado. —tenía el vaquero por los tobillos y su braga era una masa de tela girada sobre sí misma en las rodillas— No has tratado bien a tu madre y eso se merece un buen castigo.

Alzó la mano bien alto, justo en el momento que Sofía miraba hacia atrás y la bajó con fuerza propinándole un sonoro azote. La niña chilló levemente por el golpe recibido, le había dolido, pero también le sumió en un placer incalculable, estaba siendo disciplinada por su madre.

—Más —pidió la joven.

—¿Cómo se pide? ¿O es que tengo que hacer que lo aprendas?

—Más, por favor.

De nuevo un perfecto golpe en una nalga que vibraba con fuerza mientras Sofía apretaba los dientes. Nunca había estado en una situación similar, pero como le estaba gustando.

—No te voy a volver a hacer caso en la vida —masculló entre dientes con el dolor placentero elevándose.

—¿Estás segura de lo que dices, niñata insolente? —asintió con los ojos cerrados esperando otro golpe. No sucedió.

Unos pasos recorrieron la cocina, yendo y viniendo sin que la jovencita se moviera de su lugar de castigo. De pronto notó como algo se disparaba a presión, pero no se dio la vuelta, el misterio la ponía muy cachonda.

Los dedos de su madre se posaron en sus nalgas, separándolas con fuerza y notando como un gel pringoso yacía en ellas. “Lubricante” supuso en el momento de contacto, seguramente vendría de complemento al haber hecho la compra del arnés. Sofía no se equivocaba, chica lista.

—Te vas a enterar de como las paga tu madre. —con una mano separando el trasero y con la otra colocando en la entrada de la vagina un pene de goma lleno de lubricante.

—Mamá, un momento. —Susana se detuvo con el rostro contrariado— Quítate el sujetador, por favor, fóllame con las tetas al aire.

No la contestó, solo se lo quitó e inclinándose sobre su pequeña se lo metió en la boca. Lo mordió con ganas cuando el pene comenzó a entrar.

El coito empezó realmente veloz. Por muchos centímetros que tuviera, Sofía estaba totalmente preparada para recibirlos, los golpes en su trasero la habían calentado demasiado y su vagina estaba estirada. Susana no paraba, metía y sacaba con golpes de cadera mientras su pequeña ahogaba gritos de placer mordiendo el sujetador.

Le estaba encantando, ponerse en la piel de un hombre no estaba nada mal, “la vista es preciosa”. Una pena no tener un pene real para sentir lo que era follarse a Sofía, “debe ser delicioso”.

—Me corro, sigue más, por favor. —rebuznó la pequeña al de pocos minutos.

Según escuchó aquello, Susana con una sonrisa malvada, sacó el tremendo coloso que tenía dentro de su hija y la dejó como estaba, jadeante y con una vagina del todo dilatada.

—¿Qué...? ¿Qué pasa? ¡NO PARES!

—Que te creías que esto iba a ser venir y disfrutar. —levantó el dedo índice lentamente y lo movió de lado a lado— No, señorita, toca sufrir.

—No…

Sacó una silla y se sentó en ella. Sofía se dio la vuelta con rapidez, sabiendo lo que tocaba y esperando que su madre la dejase acabar en un gran orgasmo. No le gustaba quedarse a medias.

—Siéntate en las piernas de mami.

Casi de un salto ya estaba con el juguete de nuevo en el interior. Esta vez era ella la que llevaba el mando y botaba sin parar mientras aquello le llegaba mucho más dentro que la de su novio… “Es como la de papá o más grande…”.

Su aliento se mezclaba con el de Susana, que por momentos se ponía más y más, con ganas de escuchar a su hija gemir sin control gracias a su juego. Pero de momento la tenía que hacer sufrir, debía aprender que no podía tratar así a su madre.

—Me gusta la polla de mamá, me gusta mucho… —rezaba al aire con un volumen más que alto.

—¿Te gusta mi castigo? Que sepas que no te marcharas hasta que quede satisfecha. Ahora… métetela toda.

Las manos en la cadera de Sofía descendieron con fuerza, haciendo que el culo de la niña lo tocaran dos genitales fríos de goma. Todo estaba en el interior, los 20 centímetros que había adquirido Susana ahora perforaban el interior de Sofía mientras ahogaba un poderoso grito en su garganta.

—No te muevas —le dijo con voz autoritaria y cogiéndola con fuerza de la nuca añadió—. Bésame.

Ambas se fundieron en un apasionado beso al que Sofía añadió un apretón en el seno izquierdo de Susana que le encantó. Pero rápido le quitó la mano de allí, no tenía permitido tocar.

—Esa teta es solo para las chicas buenas.

—Yo lo soy.

—Tú todavía eres una niña muy mala que tiene que aprender.

Con una fuerza venida de su calentón, Susana se levantó de la silla cargando a su hija en brazos. No lo hacía desde que era una niña de tres años y ahora pesaba un poco más. Menos mal que solía ir al gimnasio, si no se hubieran caído antes de llegar al sofá.

Allí la depositó dejándola con fuerza, rompiendo la unión y viendo como su miembro tenía unos trozos blancos que avisaban de la inmediatez del orgasmo de su hija. Sofía entendió con rapidez las intenciones de su madre y se abrió de piernas, tumbada en el sofá con el pecho sin parar de moverse.

Susana se colocó encima de ella, pensando que mejor sería una cama, pero no parecía que hubiera tiempo, necesitaba meterle su juguete como si fuera un pene de verdad. Lo puso en la entrada, dejando caer su cuerpo y viendo como el cuello de su hija se tensaba y los ojos se le ponían en blanco.

—Te estás portando bien, así me gusta.

Sofía rodeaba la cintura de su madre, contrayendo sus piernas para que la penetración fuera perfecta y apretaba ambas nalgas mientras Susana comenzaba a sollozar, no era la única que disfrutaba.

—Mamá… te lo suplico, déjeme tus tetas —Susana sonreía y negaba con la cabeza— quiero comerlas…

—No te lo has ganado.

—Pero… ¡Aaaahhh!

Un grito se escuchó en las casas adyacentes. Era Sofía que rozaba el orgasmo, porque la tremenda escopeta que tenía su madre, le había llegado lo más profundo posible. No se pudo reprimir, soltando un segundo alarido mientras tensionaba hasta los dedos de los pies. Fue entonces que de forma cruel, Susana se puso de pie vaciándola de nuevo.

—¡NO!

La joven gritó entre sollozos llena de desesperación, mientras su vagina se contraía como si hablase. Parecía que el conejo que tenía entra las piernas quería seguir comiendo y le habían quitado su zanahoria favorita.

—¿Cómo eres así…? ¡Dios, mamá, termina de follarme! —sus súplicas solo conseguían sacar a su madre una sonrisa de satisfacción.

—O sea que no lo volverás a hacer. —se fue sacando el arnés mientras su hija seguía petrificada, tumbada en el sofá jadeando y con las piernas en alto— ¿Nunca?

Se arrodilló delante de su hija, con el dildo gigante en la mano y portando la mejor sonrisa que disponía, le volvió a preguntar.

—¿Vas a estudiar hasta quedarte muerta?

Asintió ansiosa, sobre todo cuando vio que el pene de goma volvía a estar entre sus labios inferiores. Cuando entró la punta y sintió como su vagina recibía con jolgorio de nuevo el placer la dijo.

—Sí, estudiaré lo que me digas. Te haré caso siempre, lo que tú digas, mamá, lo que me ordenes.

—Esa es mi niña.

Le metió todos los centímetros del juguete, quedándose con una mano en los genitales de coma y otra en el clítoris de su hija dándole placer. Pero le sabía a poco, mientras su hija gritaba y gritaba porque no se podía aguantar más, sacó su mano y con mucha lujuria puso su lengua.

El duro clítoris la daba la bienvenida entre “síes” de Sofía que no paraba de aullar a la luna como un lobo en mitad de la noche. El orgasmo estaba allí y no había dudas de que esta vez iba a ocurrir.

—Susana —dijo con la voz cortada para que le hiciera caso—, saca la polla, solo la boca… la boquita… y cuando te diga pon tus tetas. —ella no entendió— Justo en mi clítoris, piensa que es una polla.

Entendió cuál debía ser su posición, pero todavía no visualizaba muy bien lo que iba a pasar. Dejó hacer a su hija, que se estaba agitando el clítoris con verdadera fiereza mientras sollozaba y apretaba cada uno de sus músculos.

Los tendones del cuerpo se le pusieron rígidos, haciendo que los dedos de sus pies se convirtieran en garras que podrían atrapar a cualquier presa. Susana observaba la imagen con plena atención viendo como su hija, se comenzaba a poner roja mientras no paraba de gritar.

—Ahora, ponte bien… ponte… ponte… ponte… —apenas pudo decir más, porque el gemido de placer lo ocultó.

Susana dispuso sus senos como Sofía le decía, elevándolos un poco con sus manos y acercándolos hacia el sexo. No le hacía falta mucha experiencia, unas veces su hijo, otras su marido, le habían anegado sus senos de semen más de una vez, ahora… pasaría algo similar.

—¡ME CORRO! —rugió Sofía.

Apretó su sexo, convulsionó sus piernas y sus ojos voltearon a ver su propio cerebro. La boca quedó medio abierta, dejando de respirar solo para centrarse en lo que sentía en su tesoro. Susana también abrió la boca, quedándose perpleja cuando su hija se empezó a correr.

Dio un pequeño alarido al sentir el primer chorro de flujo sobre sus senos. Estaba perpleja por lo que veía, su hija con un segundo chorro que salió a la par que el primero, se estaba corriendo en sus tetas.

—Pero… Sofía… —seguía incrédula.

—Sí… sí… sí… —susurraba la joven abstraída de la realidad, mientras sus caderas se movían frenéticas.

El orgasmo de la joven fue exquisito. Su cuerpo temblaba como una gelatina en manos de un chiquillo. Su trasero no paraba de moverse en el sofá, mientras de su sexo manaban líquidos como si fuera un escape de agua. Susana sabía que tendría que limpiar eso más tarde, o quizá lo haría… la dócil Sofía…

Aunque lo que más le sorprendía era lo mojado que tenía ahora los pechos. Se pasó la mano por ellos, notando la humedad latente que por un extraño motivo casi le producía más placer que el semen de sus hombres. Pero la cosa no quedo así, estaba sucia y necesitaba ser limpiada. Susana no se percató de que Sofía volvía en sí, sintiendo de pronto como alguien le empujaba contra la alfombra.

La joven se echó encima de ella con fogosidad, colocando su boca en uno de los senos y limpiándoselo a conciencia, tenía que ser una niña buena. Siguió durante un minuto, hasta que no quedo ni rastro de su corrida, solo un reguero de saliva y las marchas rojas de succión.

—Levántate, cariño, —ambas se pusieron de pie en medio de la sala— creo que has aprendido la lección, ¿no vas a volver a ser una niña mala?

—Creo que me has enseñado a la perfección —sonriendo con malicia mientras recogía el arnés del suelo— lo único… ¿Quieres que te enseñe a portarte como una buena madre?

Se sonrieron con una lujuria desmedida mientras el pene de goma oscilaba entre ellas. Subieron a la carrera a la habitación de la joven donde Susana la ayudó a ponerse el arnés en la cintura y comenzar la fiesta de nuevo.


Lucas llegó un poco más tarde, no tenía ganas de emborracharse y llegar a las tantas de la noche, no como su padre que ya estaba ostensiblemente borracho pensando en si las mujeres se habían arreglado.

El joven subió las escaleras de su hogar, saludando en voz alta para comprobar si había alguien. En principio solo debería estar su madre, rezaba por que no estuviera su hermana y siguieran gritando. De ser así, sabía muy bien que no se libraría que le cayera alguna bronca, lo sabía muy bien.

Lo único bueno que podía pasar era que estuviera solamente su madre en casa… tal vez podría ayudarla a quitarse esa mala leche de encima a base de sexo. No volvía con esa intención, pero a nadie amarga un dulce.

En la parte de arriba, la puerta de sus padres estaba abierta y el interior vacío. La puerta siguiente la de su hermana estaba cerrada, se acercó y dio dos golpes fuertes con los nudillos.

—Sofía, ¿estás ahí?

—Sí —sonó una voz del interior que aparentaba normalidad—, estamos mamá y yo. Déjanos un poco solas que estamos arreglándolo.

—Vale, vale, marcho.

Y tanto que marcharía, es más, subió al desván, a la pequeña sala a modo de cine que tenían, no quería saber nada de las mujeres, no hasta que solucionaran todo. Se puso los cascos y una película, sin saber que “a su modo” Sofía y Susana ya lo estaban solucionando.

En la cama, como una linda gatita, Susana estaba puesta a cuatro patas con su hija a su espalda portando en su cintura el juguete de goma. Ambas estaban sudadas y mojadas por fluidos que cada una había sacado de su vagina. Ahora, la madre tenía alrededor del cuello una cortaba anudada de su marido que iba hasta la mano de su hija.

Era la correa para que se portase bien, para amaestrarla. Sofía tiró de ella, echando hacia atrás la cabeza de su madre mientras introducía lo más profundo el pene de goma.

—Ahora tienes que estar bien calladita si quieres otro orgasmo.

—¡Lo quiero! ¡Lo quiero! —pedía de forma sumisa la progenitora exaltada por el placer.

—¡Toma esto!

Sofía cogió su braga húmeda que yacía en la cama y se la metió a su madre en la boca, bien dentro para que no pudiera decir nada. Ella la mordió notando de nuevo que la penetración comenzaba y sus fluidos empezaban a chapotear. Estaba sintiendo demasiado, se venía otro orgasmo potente. Su hija lo sintió, como si la conociera de toda la vida… ¿No era así? Y aceleró el ritmo mientras estiraba la cortaba para que su madre no bajase la cabeza.

El líquido brotó de nuevo haciendo vibrar el trasero de Susana como si estuviera bailando. Otro orgasmo, había perdido la cuenta.

—Te he enseñado muy bien a ser una niña mala —dijo retirándose la braga de la boca para después volver a introducírsela.

—Aprendí de la mejor.

FIN


Muchas gracias por leer el relato y espero que os haya gustado.

Os animo a que me sigáis por Twitter (está en mi página de perfil) para tener más noticias mías y que estéis al tanto de los nuevos proyectos que vayan saliendo. Uno de ellos será el tercer volumen de picando entre horas, antes de finales de febrero pienso que estará listo.

Al igual que en otras ocasiones os dejo por aquí abajo el enlace por si os apetece conocer todo lo que he publicado, donde accederéis a la página de autor en Amazon. Si le dais a seguir estaréis al tanto de cuando publique algo nuevo.

Lilith Duran

Un beso, hasta pronto y… ¡Disfrutad!