La familia del Escarabajo
Basado en parte del Relato de Franz Kafka "La Metamorfosis", una mujer se entrega a tres hombres a la vez.
La familia del Escarabajo
-Libre adaptación de un fragmento del cuento La Metamorfosis de Franz Kafka-
La familia pasaba por un mal momento, la desgracia de Gregor se había transformado en fmiliar, para colmo el dinero había comenzado a escasear aunque todos, creyendo que nunca podrían hacerlo, tenían ya su propios trabajos. El Padre, a pesar de su edad, era conserje en un banco, la Madre cada día aumentaba más y más su clientela mientras su fama de excelente costurera iba creciendo, y su Hermana Grete, hasta un par de meses atrás una adolescentona boba y ahora toda una mujer, trabajaba de dependienta en una tienda mientras mejoraba su francés y clase de contabilidad con la pretensión de obtener un mejor empleo.
En otros tiempos Gregor los había mantenido, toda esa calaña de zánganos y donde vivían sobrevivieron merced al esfuerzo enconado del Hijo varón cuya salud se había resentido de tal forma que se creía, a sí mismo, un espantoso escarabajo con una manzana enquistada en su espalda. Entre ellos existían una tensa paz, una especie de convivencia pacífica pero que esperaba la menor ocasión para que todo volara por los aires, mientras tanto los gastos continuaban incrementándose y de ahí que se hizo necesario alquilar una de las habitaciones de la casa que se utilizaba como depósito de trastos viejos.
Tres hombres vinieron a ocuparla, el más bajo de todo no sólo parecía tener la autoridad en el trío sino también el sostén económico del grupo. Al parecer era de buena familia, acostumbrado a ser atendido y a tratar a todo el mundo, menos a los dos que lo acompañaban, con desdén. Era algo caprichoso y su pretensión era que sus caprichos fueran satisfecho, sino por las buenas que lo fueran gracias a su siempre llena billetera.
Esa noche los tres se habían sentado a cenar como siempre, la Madre y Grete se habían esforzado como nunca en concinar carne al horno con papas, el vino había sido elegido por el propio Padre en los distintos puestos del mercado. Esa noche Grete lucía un hermoso vestido color canela abotonado por adelante, su delgadez le jugaba a favor y su andar erguido mucho más con lo cual resaltaban sus hermosos pechos que eran su orgullo. Desde que había salido a trabajar no se percató de los cambios de su cuerpo más allá que cualquier adolescente, bastó pasar por un obrador para escuchar la cataratas de cumplidos en especial de sus tetas que se sacudían en cada uno de sus pasos para deleite de los albañiles, al oir aquellas voces había acenturado sus pasos haciendo que sus caderas se movieran a un tentador ritmo que sacudían el culo de un lado al otro según sus pasos. Por eso no se extrañó que el Petiso mirara sin descaro, por la abertura del escote de su vestido, las aureolas de sus pezones, pues, no le gustaba usar corpiños. Los otros dos también miraron a su vez, luego se miraron los tres entre sí, el Petiso tomó su copa para brindar.
-Brindemos por la carne que está para comérsela de un bocado...
-¡Salud! - dijeron a la vez los otros dos.
-Esta noche creo que ustedes y yo vamos a darnos un muy buen festín... - acotó el Petiso mirando a los ojos de Grete.
A la Madre le incomodó esa mirada, era una mirada lasciva que no escondía el deseo carnal insatisfecho. Sintió pena por su hija.
-Me alegro que les haya gustado.
-No sólo nos ha gustado sino que creo que nos hemos quedado con ganas de más, señorita Grete.
Grete sonrió con fingida timidez evitando, esta vez, el cruce de miradas. En realidad esperaba que sus endurecidos pezones no la pusieran en envidencia ante aquellos hombres y en especial de su madre. Cuando ella se acercó para acomodar mejor la bandeja de la carne en el centro de la mesa el Petiso rozó con la pierna la suya en tanto con el codo sintió como le acariciaba, sin disimularlo, su pecho izquierdo.
-Si desean algo más sólo tienen que pedirlo.. - fue el comentario de Grete al enderezarse.
-¡Qué no le quepa la menor duda, señorita!.
Grete tomó del brazo a su Madre para dirigirse a la cocina, los tres comenzales dejaron sus platos para verla ir a la cocina, entonces ella sintió aquellas miradas por lo cual acentuó sus pasos para sacudir, de un lado al otro, su hermoso, redondo y tentador culo. Con una morbosa sonrisa el Petiso fue a decir algo pero por la puerta de calle lo vieron entrar al Padre, con su mugriento uniforme de ordenanza, por lo tanto decidió callarse.
-Buenas noches, señores - saludó.
-Buenas noches - respondió, en seco, el Petiso.
Los otros dos se limitaron a saludar sacudiendo sus cabezas.
-¿Pensó la oferta que le he hecho, señor? - disparó el Petiso a quemarropa.
El Padre se sintió incómodo.
-Señor, por favor, me averguenza usted...
-Debería avergonzarse de la pobreza en la que tiene sumergida a su familia y no de mi propuesta - el Petiso perdió interés por la comida - ¿Pensó en mi oferta?
-No, señor...
El Petiso sonrió con asco, del bolsillo interior de su saco sacó su abultada billetera, de ella un sacó algunos Florines que puso en el bolsillo del uniforme del Padre.
-Y le daré más si esta noche mejora el postre, señor.
El Padre fue a decir algo más.
-Puede retirarse - ordenó el Petiso, cosa que el Padre hizo no sin antes mirar, desde la puerta, con los pulgares enganchado en su chaleco si la mesa estaba bien dispuesta para los señores.
En la cocina el Padre se reunió con su mujer e hija, las dos comía una sopa aguada pero caliente, la Madre miró desafiante al Padre quien no se animó a sostener la mirada. Sin quitarse el saco de su uniforme se sentó en su silla, frente a su plato vacío, la Madre se apresuró a servirle con el cucharón la sopa, el Padre sacó de su bolsillo los Florines que el Petiso le diera para arrojarlo con desprecio en la mesa.
Grete lo miró, la Madre hizo lo mismo, luego los tomó, se puso de pie y fue hasta donde guardaban el dinero que la familia conseguía mediante sus trabajos.
-¿Han insistido otra vez?
-Si - respondió el Padre en tanto la Madre vaciaba el segundo cucharón con sopa.
-No tienen vergüenza, venir con semejante propuesta a una familia decente.
-Si, no tienen vergüenza, ni la casa respetan.
Grete volvió a su silla, miró a sus padres y sonrió. Continuó comiendo pero ya había perdido su apetito inicial, se alisó el vestido y mientras lo hacía descubrió que uno de sus botones estaba desprendido, por ese agujero se veía con absoluta claridad la trusa de seda gris tapándole, no sin esfuerzo, su entrepierna, gran parte de la tela estaba metida entre los labios de su sexo y esa imagen, en particular pensar que los tres hombres no sólo le hubieran mirado la pronfundiad del escote, hizo que se sintiera más excitada. Que el Petiso tocara uno de sus pecho, con total descaro, con el codo mientras ella acomodaba la fuente de carne había desencadenado en ella un voraz deseo de ser poseida ahí mismo.
-El caballero hizo una mejor oferta anoche...
-¿Y tú que le dijiste?
-¡Por supuesto que no!
-¿Hasta cuándo va a durar esa puja? - quiso saber Grete con la mirada brillosa.
-¡Por dios, hija! - exclamó su madre santiguándose.
-Mamá, esos hombres quieren una sola cosa de mí, si no son ellos serán otros, pero que mejor elegir a estos que conviven en el mismo techo y tienen aspecto de caballeros.
-¿Qué pretendes decir? - quiso saber el Padre.
-Sabrán guardar el secreto, querido padre...
Ambos miraron en silencio mientras Grete sonreía. Después la vieron dejar su lugar en la mesa para ir hasta el mueble donde guardaba el violín, un instrumento que llevaba un par de meses sin tocar. No era una virtuosa pero se defendía, tal vez si hubiera podido asistir a un conservatorio como había pretendido convencer a su hermano Gregor arreglándoselas para que la iniciativa pareciera venir de él y no de ella como era de verdad, las primeras notas prometían una melodía algo vivaz para aquella noche fría y esa cocina mal iluminada.
Mientras tocaba recordaba cuando lo hacía para Gregor quien se sentaba delante de ella para escucharla, entonces fingiendo absoluta concentración frente al atril mientras sus manos atendían el violín separaba un poco sus piernas para que, el pobre Gregor, mirara a través de ella su sexo desnudo. Si bien siempre llevaba bragas se las componía para que parecieran que se les había corrido a un costado dejando así, a la vista de su hermano, su razurada desnudez.
Dejó de pensar en su hermano Gregor, casi abandonado en su antigua habitación ahora llena de trastos y muebles viejos, para concentrarse no en las notas de la partitura sino en la mirada de los tres hombres que, de pronto, aparecieron en la puerta de la cocina. Los Padres se percataron de la presencia de ellos por Grete que no dejaba de mirarlos.
-¿Desean escuchar la música que interpreta nuestra hija? - preguntó el Padre.
-Bien sabe que sí - respondió el Petiso - Que venga al comedor a deleitarnos con sus virtudes...
Los otros dos sonrieron, luego el Petiso volvió a sacar su billetera para dejar, en medio de la mesa familiar, unos cuantos billetes que resultaban imposible de rechazar. Grete sonrió a sus padres, se puso de pie, con una mano sosteniendo el violín y el arco, y en la otra la silla encaró hacia el comedor, la Madre, con cierta inocencia la ayudó con el atril en tanto el Padre guardó los billetes en el bolsillo de su mugroso saco.
Cuando todo estuvo dispuesto uno de los hombres hizo que la Madre dejara el recinto, mientras tanto Grete había vuelto a sentarse, sólo que esta vez los últimos botones de su vestido color canela estaban desprendido por completo. Las puntas de caían al costado de sus piernas por lo tanto a ninguno de los hombres le resultaba dificultoso mirar como era que la tela de sus bragas estaban metida entre los labios vaginales.
Mientras tocaba el violín el Petiso se acercó a ella, sin dejar de tocar, vio que el hombre estiraba una de sus manos para manosearle la teta del lado libre. Con dificultad durante la interpretación vió que el hombre le desprendía los botones del vestido hasta su vientre, después de eso con ambas manos desnudó su teta mientras los otros dos no se perdían detalles de lo que sucedía. Cuando se agachó para comenzar a chuparle su endurecido pezón los acordes musicales sonaban como un verdadero desastre.
Uno de los hombres decidió sumarse a la diversión, con desición le quitó el viloín para dejarlo sobre la mesa, después de eso desnudó su erección para metérsele en la semiabierta boca de Grete que engulló aquella carne casi con desesperación, la mano en su nuca le imponía el ritmo en tanto ella colaboraba con el tercer hombre que estaba arrojado entre sus piernas, sacándole las bragas mientras que su lengua buscaba, afanándose, el clítoris mientras ella separaba las piernas.
Su Madre, al escuchar que la música había dejado de sonar, fue a asomarse. El espectáculo que se encontró desde el umbral de la puerta la paralizó, emitió un leve quejido, el suficiente para que su esposo fuera hasta donde estaba ella y viera, con sus propios ojos, a los tres hombres encaramados sobre su hija menor siendo desnudada por completo mientras el Petiso alternaba sus chupadas de tetas, el otro le empujaba la cabeza para meterle más adentro su sexo y el tercero estaba de rodillas en el piso, con las piernas de Grete en ambos hombros mientras bebía de las mieles de su sexo hasta ese momento virgen. El Petiso, al presentir la presencia de los padres, se dió vuelta para expulsarlos con una dura mirada; el Padre se llevó a la Madre y luego cerraron la puerta.
Los tres hombres se incorporaron, Grete en su silla, despeinada, con la boca y su sexo babeante, sus pezones endurecidos, sin dejar de mirarlos.
-Vayamos a la habitación de tus padres, en su cama estaremos más cómodos.
Grete se incorporó, mientras se dirigía al dormitorio terminó de desnudarse; ellos hicieron lo mismo y sólo se aparecieron ante la cama de dos plaza cuando estuvieron por completo sin ropas. Grete los esperaba en el medio de la cama, en cuatro, mirando por encima de uno de sus hombros como iban apareciendo uno a uno sin disimular su excitación. Sin contemplaciones el Petiso hizo que se acostara, los otros dos se acomodaron de cada lado de la cama, sin aguardar ninguna señal ambos comenzaron a chuparles las tetas, cada uno una mientras Grete acariciaba las nuca de ambos, entre tanto el Petiso se acomodaba entre sus piernas, las apoyaba en sus hombros mientras el glande se encajaba en la entrada, muy mojada ya, de su sexo; sin piedad la penetró hasta el fondo.
Grete no dejaba de lanzar quejidos y suspiros, la penetración había dolido, pero no podía dejar de sentir esa rica sensación mientras el Petiso entraba y salía de ella soltándole un rosario de improperios.
-Puta, mil veces puta, sentí como te parto en dos...¡Asquerosa e inmunda yegua!...
Uno de los hombres dejó su teta y se arrodilló ante ella, no lo dudó de inmediato supo que tenía que meterse el endurecido sexo en su boca, quería gritar o quejarse pero no podía, en realidad su cuerpo parecía flotar en un mar de múltiples emociones. Aquel glande en su boca, los labios del otro sujeto que mientras chupaba una de sus tetas cada tanto pellizcaba el pezón libre y, sobre todo, las furiosas embestidas del Petiso cuyas babas caían de su boca mojándo su propio pecho no le permitían otra cosa que dejarse arrastrar por aquella marea de sensaciones.
-¿Te gusta, eh, putita? - el Petiso preguntaba mientras hundía sus uñas en la piel de las piernas de Grete - ¿Verdad que te gusta?
Sólo una vez pudo responder, ni por un momento quería perderse aquel glande que ahora comenzaba a palpitar mientras su lengua jugaba con él, dijo:
-Si, me encanta...
Y era verdad porque se sentía hechizada, poseída por un demonio lascivo cuyo hambre de sexo no parecía satisfascerse con nada. De pronto el glande que tenía en su boca estalló, su amo, todo un verdadero veterano no le permitió que se lo tragara hasta la garganta y así evitar sentir el sabor de los borbotones de esperma, aquel hombre sí que sabía lo que una mujer debía hacerle y eso hizo. Sin soltarle los cabellos, sin sacársela del todo eyaculó toda su leche en la mitad de adelante de la lengua, de esa manera Grete tuvo que paladear, y saborear, cada gota de simiente varonil cosa que no estaba en sus planes, claro. Cuando el hombre sintió que ya no le salía más le ordenó:
-¡Tragá, puta, tragá todo!
Obediente lo hizo. El Petiso, entretenido en lo suyo comenzó a moverse con más frenesí, Grete sintió un cosquilleo gratificante en su vientre, algo que le tiraba hacia arriba su cuerpo, en tanto el otro hombre no soltaba sus tetas y el flácido sexo de su amante oral no parecía quedar limpio del todo a pesar del esfuerzo de sus labios y lengua por hacerlo.
-¡Ayyy, dios me muero!
Y su cuerpo se arqueó durante su orgasmo, el primero que vivía en su vida con un hombre de verdad. El Petiso le estaba soltando el suyo en lo más profundo de su útero, inundándola con su varonil leche mientras le daba más y más duras embestidas.
El que tenía su pene en la boca se dejó caer a un costado, el Petiso se encaramó en la cama casi sentándose en el pecho de Grete para meterle su sexo, semiflácido, en la boca.
-Limpialo... - ordenó el Petiso entre dientes.
Mientras lo hacía sintió al hombre que había chupado sus tetas ubicarse entre sus piernas, penetrarla y luego comenzar a moverse dentro de ella con un infinito frenesí que volvió a llevarle al mundo desenfrenado del hedonismo cuya parada fueron un par más de orgasmos. El Petiso y el otro se sentaron en el borde de la cama, mirando como el otro de los amigos se sacudía entre las piernas de Grete hasta que se vació dentro de ella. Esta vez la mujer se sentó en el borde de la cama, el otro se quedó parado y sin que se lo pidiera se lo limpio como lo había hecho con los otro dos.
-En un momento te visitaré el culo...- sentenció el Petiso mientras se reponía - ¡Bien, puta, así se hace! Límpialo, déjalo bien limpio...
Volvió a obedecer sin la menor protesta. En la emoción de probar y limpiar aquel sexo que comenzaba a perder su dureza, cada tanto, se le escapaba de la boca, pero no tardaba ni un segundo que volvía a metérselo todo de nuevo. Mientras los hombres se reponían Grete fue obligada, y de buen grado aceptó hacerlo, a disponer de su cuerpo para entretenimiento de los tres. El Petiso, fiel a su promesa, llevaba tiempo metiendo dos dedos primero y luego tres, a pesar de las quejas de dolor, en el culo de Grete, los otros dos se entretenían chupándole las tetas o alternándose uno con otro su boca. Cuando el Petiso estuvo de nuevo bien duro volvió a hablar:
-Muy bien, muchachos, vamos a probar este culito.
Los otros dos sonrieron, Grete fue obligada a ponerse en cuatro pero en el borde de la cama, el Petiso se acomodó detrás de ella y sin preguntarle nada encajó su glande en la entrada, muy dilatada por cierto, de aquel culo nunca usado para otra cosa que no fuera cagar. A medida que iba entrando Grete soltaba grititos de dolor, de haber sido un marido el que le rompía su virgen trasero este se hubiera detenido ante la segunda queja, pero como el Petiso no estaba casado no conocía la piedad matrimonial. Grete sentía un terrible dolor mientras era sodomizada pero también le gustaba esa sensación de ser sometida de una manera impiadosa. Sólo para sentir un falso alivio gritaba mordiendo la almohada de su madre, ni por casualidad se le ocurrió en ese momento pensar en sus Padres todavía en la cocina escuchando sus lamentos, quejidos, súplicas y ronroneos de placer agonizante.
Cuando estuvo bien enculada no esperaron que el recto se dilatara, sentía los huevos del Petiso estrellarse en los labios vaginales, los pelos duros estregarse en su piel y sobre todo los chirlos, firmes y despiadado, que le daban en sus nalgas. Grete iba y venía, sus cortos movimientos sacudían sus cabellos que cada tanto ella acomodaba detrás de sus orejas mientras era sacudida y nalgueada con furia. A pesar de su esfuerzo por evitar los gritos estos sentirse con claridad desde la cocina, desde la habitación de Gregor; los otros dos hombres, muy excitados por cierto, ya estaban en condiciones de disfrutar del cuerpo de la castigada Grete.
-Vamos, hombres, hagan que esta putita se las chupe un poco, no bien termine acá les hago lugar... - y lanzó una furibunda carcajada.
Le llevó cerca de veinte minutos al Petiso explotar dentro del recto de Grete con lo cual se sintió aliviada, pero pronto su lugar fue ocupado por otro de los hombres quien también fue impiadoso con su culo y le llevó más tiempo que al Petiso soltar su esperma, el tercero no estuvo más de diez minutos, pero entre los tres se la habían culeado durante casi una hora y media de manera tenaz, cruel y constante.
Con los huesos de la cadera fuera de lugar, al menos esa era la sensación que Grete sentía, fue obligada a masturbarse ante su selecto público. Siguiendo las detallas intrucciones que el Petiso le daba dejó que sus dedos casi llegaran a gastarle el clítoris, un orgasmo detrás de otro fue soltando con movimientos delatores muy semejantes a un ataque de epilepsia.
-Quiero descansar... - dijo gimiendo.
-¿Descansar? - se burló el Petiso - ¡Oh no, niña, aún falta lo mejor!
¿Faltaba más todavía? ¿Podía ser cierto eso? Grete, agotada, sintió deseos de llorar. El escozor de su sexo y el culo, en particular esta última zona, era dolorosa, pronto su boca volvió a entrar en acción y no para hablar precisamente. Una vez que logró las nuevas erecciones uno de los hombres se acostó boca arriba, Grete sin que le indicaran, se sentó sobre su sexo para comenzar a cabalgarlo; el Petiso la obligó a tumbarse más hacia adelante, pronto supo lo que era sentir una doble penetración anal-vaginal; no tardaron en meterle otro sexo en la boca y así fue triplemente penetrada.
-Esto se llama el jueguito de la rueda - acotaba el Petiso sin dejar de moverse - El que acaba lo hace en la boca y te tienes que tragar todo sin chistar...
Grete no había chistado ni una sola vez, sólo había pedido poder descansar un poco pero no se lo habían concedido. Su mirada y la de su Padre se encontraron en el momento que este se asomaba a su habitación para ver cómo iban las cosas; no había en su Hija ni el menor resto de reproche, las tres vergas entrando y saliendo de su cuerpo eran la mejor prueba de ello.
Tal como se lo dijeran a medida que los hombres fueron terminando se alternaban por hacerlo en su boca, sólo permitían que ella los lamiera y chupara cuando sus sexos habían agotado su eyaculación; nunca saboreó y tragó tanto esperma como esa interminable noche.
Agotado los tres se dedicaron a entretenerse con ella, Grete soportó que metieran sus manos completa en su sexo, que chuparan sus tetas hasta el dolor insoportable, que le dieran algunas nalgadas por hacerse la niña mala por alguna nimiedad y que el más joven de los tres se la llevaran a su cama para amanecerse con ella sin dejar de coger y culearsela el resto de la noche; los quejidos y ayes de Grete se escucharon todo el tiempo. Vestida con su trusa de seda gris, caminado con mucha dificultad, se metió en su cama, agotada, con el cuerpo mancillado y dolorido después de tanto placer y goce; para entonces amanecía.
En la puerta de su habitación estaba tirado contra la puerta su Hermano Gregor quien la miraba con restos de piedad y llanto derramado después de lo que había visto y escuchado que su amada Hermana Grete hacía con aquellos caballeros. Ella lo ignoró, entró en su cuarto, se derrumbó en su cama para quedar, casi al instante, dormida; se despertó a media mañana con la noticia de la muerte de Gregor descubierta por la viuda que la familia Samsa había contratado como asistenta, le dolía el cuerpo y mucho más sus zonas íntima pero la alegría de la noticia sobre la suerte de Gregor parecía un buen sedante.-