La familia de Emma
Vida de una au-pair en Holanda con una familia muy especial...
LA FAMILIA DE EMMA
¿Quién es un ángel cuando está dormidita? ¿De quién son esas manitas que cubren torpemente unos ojos de lindo y somnoliento azul? ¡De Emma, por supuesto! ¡Un besito en cada uña! ¿Quién si no sería tan blandita, tan suave, tan pequeña...? Es tan rosada y regordeta que parece un lechoncito encantador. Pero además de sus ricitos, sus deditos inquietos y mohines graciosos, además de sus sonrisas desdentadas y sus balbuceos, Emma tiene algo maravilloso: un Papá tan rubio y guapo como ella.
Casi igual de exigente que la nena a la hora del biberón. A los dos les encanta tirarme del pelo.
También tiene una Mamá, pero al contrario de lo que muchos puedan pensar, eso no es un problema: la jefa me tolera con su cortesía condescendiente de señora de la casa. Me regaña, quizás, un poco más de lo que merezco. Me trata en ocasiones como un mueble más de la sala, sin prestarme excesiva atención. Podría ser un televisor sin que cambiara mucho la cosa. Ella es quien, con sus miradas de soslayo, me pone los pies en la tierra y me recuerda constantemente mi condición de regalo de cumpleaños: estoy aquí sólo porque me lo permite.
Porque ella lo decidió. Me eligió porque yo, a pesar de ser ( de distinto modo) el juguete de su hija y su marido, no constituyo una amenaza. Sabe que no pretendo suplantarla. Que no podría aunque quisiera. Esa valquiria de casi metro ochenta no tiene nada que temer de mí. A su lado, soy más bien poca cosa, apenas otra niña más. La au-pair. La -sobrecualificada - asistenta, cruzando los canales de la ciudad en bicicleta, mientras les lleva la comida al trabajo.
La que pasa el día en las escaleras, de arriba a abajo, dándoles de facto los abrazos que se envían, cuando la pereza les puede un poco más que el amor. Un correo de afectos. Un teléfono humano que se esfuerza algo más de la cuenta en la transmisión, inventando caricias, datos... Servicios y arrumacos que ella es demasiado fría para hacer, demasiado orgullosa para dar y que en el fondo, precisamente por eso, no engañan a nadie. Los besos, él lo sabe, son casi siempre sólo míos.
Hay veces en las que ni siquiera tengo que ponerme su carmín y morderme los muslos para que él lo haga. No tengo que retorcerme como una gata (tratando de llegar con mi boca lo más lejos posible de la rodilla) para que finja recoger uno de los mensajes secretos de su esposa bajo mi falda. Borrar la marca de sus labios con la lengua...
Y aún así, seguiría jugándome las vértebras para incentivarlo.
Seguiría inventando camisas quemadas y tazas rotas, para exigirle un castigo cada vez que sé que han discutido y necesita una tercera a quien culpar. Con quien copular para descargar su rabia, sin el debido respeto. Una partidaria para su bando. Después de todo, Emma es aún demasiado pequeña para poder preguntarle el dilema clásico. La cuestión que sé que les ronda por la cabeza cuando nos reunimos para la cena, dos pares de ojos azulísimos clavados en mí ¿a quién quieres más, princesa? ¿A Papá o a Mamá?
Independientemente de la verdad, no hay una respuesta buena.
Son muy competitivos, pero también un pack. Un matrimonio. Me lo dijeron mucho antes de empezar: no puedo tener al uno sin el otro. No existe la posibilidad de lograr su atención en exclusiva, ser algo distinto que la estrella invitada en su colchón. Algo así como un robot que cubre las necesidades de dos profesionales de clase media.
De esta versión modesta de Henry y June.
Mis queridos, mis distantes Amos, blancos y autistas como muñecos de cera, son tan guapos que suscitan piedad. ¿Quién se atrevería a encerrar a dos hadas en una oficina? ¿Quién les haría trabajar de ocho a una de la tarde, sin percatarse de lo injusto de su cautiverio? Son bellos, bellos pese a las ojeras, pese a las molestias en el cuello que trato sin mucho éxito de aliviarles ( con esos masajes mientras se cogen lánguidamente de la mano en el sofá).
Hermosos a su pesar, de huesos larguísimos y frágiles. Porcelana dúctil que ronronea bajo mis dedos, acero sólo cuando se les enturbia la mirada.
Cuando llegan las nueve de la noche y la niña ya está acostada, y se abre la puerta a los deseos monstruosos. La hora de las exigencias dulces y extrañas; en la que se ponen los disfraces y se les caen las máscaras. Ese momento en que recuerdan ser algo más que dos rubitos pavisosos.
La luna, como las mareas, despierta sus genes. Algo se mueve en el fondo de sus pupilas cuando él me acorrala en la cocina y me hace lamer su plato, sus botas hasta que relucen. Se le engola la voz. Se le agolpa la sangre de sus ancestros en los pantalones. Oprimiéndome el cuello, hace valer sus derechos, como lo harían sus abuelos, toda su raza de albinos feroces.
De salvajes organizados, estrictos cumplidores del horario laboral.
Rara vez me molesta después de las doce, si no es fin de semana.
Su líbido funciona con rigurosa puntualidad. Son dos bailarines en una caja de música mágica, inmóviles hasta que las hormonas les dan cuerda. Danzan al son de mis equivocaciones: he aprendido ya qué botones tocar para activar sus resortes. La medida exacta en la que tensar la cuerda para recibir sólo un azote o pasar un día de simple servidumbre doméstica.
Son mecánicos, maravillosos.
Míos...
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Espero que os haya gustado y comentéis vuestras impresiones.
Os dejo otros relatos cortos, por si os apetece echarles un vistazo:
El hombre de otra: http://www.todorelatos.com/relato/132203/
No me importas: http://www.todorelatos.com/relato/132217/
Siniestro total; http://www.todorelatos.com/relato/132183/
Un saludo.