La fábrica (33)

Soledad continúa en casa de Evelyn y en manos de su amiga Mica, quien sólo piensa en dar rienda suelta a los oscuros deseos de venganza que, durante días, ha ido maquinando en su cabeza sin saber que el destino le serviría tal plato en bandeja

El terror se posesionó de mí a tal punto que di un salto sobre las palmas de mis manos e instintivamente giré la cabeza por sobre mi hombro.  Mica me miraba con una mueca siniestramente divertida.

“Tranquila – me dijo, en falso tono tranquilizador, mientras me enseñaba la botella en su mano -.  Has tenido cosas peores que esto dentro del culo, ¿o no?”

Coronó sus palabras con un guiño de ojos que sólo destilaba sadismo.  Moví mi cabeza a un lado y a otro en señal de negación o, más bien, de súplica.

“P… por f… favor, s… señorita Micaela, s… se lo rueg…”

No me dio tiempo de terminar la frase: antes de que pudiese siquiera reaccionar y siempre manteniendo mi cabeza tomada por los cabellos, introdujo el pico de la botella dentro de mi boca de tal modo que cuando quise cerrarla ya era tarde y sólo sirvió para que me rechinaran y dolieran los dientes al impactar contra el vidrio.  El líquido comenzó a correr y, poco a poco, fue fluyendo hacia mi garganta sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo; sólo lograba emitir algunos ahogados quejidos de angustia que eran apenas audibles.

“Vamos – me apuró Mica -: mirá lo buenas y comprensivas que somos Eve y yo: ¡si hasta te permitimos participar de nuestra fiesta!  Así que te quiero ver vaciar el contenido de esta botella…”

La cerveza fue bajando dentro de mí en un solo trago y comencé a sentirme mal; experimenté un súbito mareo y tuve náuseas pero, por otra parte, sabía que era preferible cumplir cuanto antes con lo que ella me imponía: abrigaba la esperanza, una vez más ilusa, de que la muy perra se viera de ese modo satisfecha y olvidara finalmente su amenaza de introducirme la botella por el culo; nada más lejos de ello, como no podía ser de otra forma… Una vez que noté que ya no caía gota alguna hacia mi garganta, permanecí en vano a la espera de que Mica retirara la botella de mi boca pero no daba visos de hacerlo; la miré… y ella también me miraba a mí.

“¿Nos mostrás cómo le chupabas la pija a Hugo?  ¿Y a Luis? – espetó, burlona -.  ¡Vamos, no seas mala!  ¡Queremos ver!”

Yo sólo me preguntaba cuándo acabaría todo aquello, cuándo llegaría el momento en que diera por saciada su sed de venganza.  Pero no: daba la impresión de que, para ella, la diversión sólo había comenzado.  Tal como lo expresara instantes antes, había esperado mucho por ese momento… y no lo iba a dejar tan escapar tan fácilmente ni, mucho menos, hacérmelo llevadero…

Miré de reojo en busca de Evelyn.  ¿Qué esperaba de ella?  Verdaderamente no lo sabía; por lo pronto, la colorada estaba allí, de brazos cruzados, luciendo en su rostro una mueca igual de divertida que la de su amiga y en actitud de espera muy semejante.

No habiendo por lo tanto ya más caminos para escapar a tamaña humillación, abrí algo más la boca y deslicé mi lengua por sobre el vidrio.  Las risas de ambas, como no podía ser de otra manera, llenaron el ambiente.  Cerré los ojos para no verlas aunque, por otra parte, sabía que al hacerlo sólo daría la impresión de estar atravesando una especie de éxtasis oral, lo cual ,desde ya, no podía más que complacer a Mica.

“Mmmm, ¿así se la chupabas?  ¡Qué pedazo de puta! – dijo, en tono burlón -.  No es difícil entender por qué seguís trabajando en esa fábrica”

Las palabras, corrosivas e hirientes, entraban en mis oídos de manera irrespetuosa y lacerante.  Quería no oírlas, pero… ¿cómo?  Por lo pronto, lo que hice fue hacer aro con mi boca y mamar el pico de la botella yendo hacia arriba y hacia abajo hasta llegar al cuello, tal como si estuviera practicándole una mamada a alguien.  Mica rió y movió la botella hacia afuera y luego adentro de mi boca, una y otra vez, imitando claramente el movimiento de un miembro masculino.

“Chupás bien – dictaminó, con fingido tono de admiración -.  Interesante: ¿concha también?”

Abrí enormes los ojos pues me causó un súbito espanto el pensar qué pudiese llegar a tener en mente.  Por otra parte, acudió a mi cabeza el recuerdo de Tatiana, la bella novia de Luis, con quien yo había tenido mis primeras prácticas lésbicas.  Debido a ello, la amenaza de Mica me produjo una extraña mezcla de terror y excitación, pero sabía que no podía dejar traslucir tal sensación pues aún estaba fresco en mí el recuerdo de la bofetada que me había propinado Evelyn al acusarme despectivamente de “torta”.  De hecho, bastó la mordaz sugerencia de su amiga para que la colorada se encargase de recordarlo:

“También le gusta – dijo, con un deje de repugnancia en la voz -.  Hace un rato estuvo a punto de besarme.  No se lo permití, por supuesto”

Mica abría los ojos cada vez más grandes.

“¿De verdad? – exclamó, al parecer atónita -.  Mmm, qué interesante…”

“Puaj… un asco” – replicó despectivamente Evelyn al advertir en las palabras de su amiga algo más de tolerancia hacia conductas lésbicas.

Yo no tenía más remedio que seguir mamando el pico de la botella cual si fuera un miembro y sólo dejé de hacerlo cuando Mica, repentinamente, la retiró de mi boca; utilizó tan poca delicadeza que, nuevamente, me hizo doler los dientes.  Empujó mi cabeza por los cabellos haciéndola caer hacia adelante.

“A ver ese culo” – dijo imperativa, confirmándome así que no había olvidado su amenaza en lo más mínimo sino que sólo la había dejado durante unos instantes en lista de espera.

Pude sentir cómo giraba la llave del consolador y, de inmediato, cómo el mismo se comprimía dentro de mi recto.  Se trataba, desde luego, de un alivio sólo momentáneo pues bien sabía yo que el paso siguiente sería retirármelo de allí pero tan sólo para reemplazarlo por la botella.

Al quitarme el objeto, lo hizo, nuevamente, sin delicadeza alguna, lo cual me arrancó un gritito de dolor.  Mi canal rectal estaba, obviamente, abierto, ante lo cual Mica no iba a dejar pasar un instante más para permitir que se cerrara nuevamente.  Antes de que yo llegara a percatarme de algo, el consolador ya no estaba allí y en su lugar había introducido la botella, tal como lo delató el frío que me invadió por dentro.  Alcé los hombros de manera casi maquinal mientras mi espalda se arqueaba, hundiéndose en su base.

La diferencia con el consolador era brutal; por mucho que éste se expandiera dentro de mí, su contextura símil caucho hacía que mi recto se adaptara a su forma y viceversa.  Pero la botella era perversamente fría y rígida, con lo que el dolor era también mayor.

“¿Qué pasa? – preguntó Mica, quien persistía en zamarrearme y en mantenerme tomada por la cabellera, tanto que me obligó a izar la cabeza mientras mi cuerpo se contraía -.  ¿Vas a decirme que te duele?  ¡No nos jodas!  ¡Con tu experiencia y con todo lo que te han metido ahí dentro, esto apenas puede hacerte cosquillas!”

Remató su comentario empujando la botella aún más, con lo cual mi cuerpo se retorció nuevamente.  Dos cosas temí en ese momento: por un lado, y no sé bien por qué, me producía espanto la idea de que la botella, de algún modo, pudiese llegar a dañar a mi bebé; por otra parte, la sentí tan en mi interior que comencé a temblar de terror al pensar en la posibilidad de que, quizás, no hubiera luego forma de removerla.  Casi como un colofón para mis pensamientos, las palabras de Mica entraron en mis oídos como cuchillos.

“Oh, oh – dijo, mientras parecía ahora tironear de la botella hacia atrás -; creo que no va a salir tan fácilmente.  ¿Tan cerrados tenés todavía los plexos con tanta cosa que has tenido allí dentro? – se burló -.  En fin: ya conocés la leyenda urbana, ¿verdad?”

Llena de estupor, negué con la cabeza.  La realidad era que no tenía idea de qué me hablaba.

“Leyenda urbana – repitió -.  Vos sí la conocés, ¿verdad, Evelyn?”

“Dos putitos jugando entre sí con una botella hasta que a uno se le queda encajada dentro del culo y ya no pueden sacarla” – le confirmó la colorada mientras yo seguía envuelta en espanto.  Lo comentó en un tono terriblemente frío, como si se tratara de una anécdota cualquiera.

“Así es – dijo Mica -.  Y tienen que ir a la guardia del hospital para sacársela”

De  pronto entendí todo.  Y no puedo poner en palabras los niveles a los que llegó mi terror.  En efecto, sí había escuchado esa leyenda urbana una y mil veces, pero… ¿acaso estaban pensando en hacerme lo mismo?  ¿Llevarme al hospital?  Prefería morir antes que pasar por semejante humillación.

“Pero no temas – dijo Mica, suavizando el tono y como si hubiera leído mis pensamientos -: no vamos a hacerte pasar por semejante vergüenza; llamaremos para que venga la ambulancia”

Estuve a punto de dejar escapar un grito, pero la oportuna intervención de Evelyn hizo que las cosas se encaminaran un poco.

“Olvidate – dijo secamente y como si recuperara súbitamente el papel de líder que, desde hacía algún rato, parecía haber delegado en su amiga -; no en esta casa: de ninguna forma pienso pasar por ese papelón”

Claro.  Debí haberlo supuesto.  No era mi dignidad lo que preocupaba a Evelyn sino la suya propia; no importaba: de cualquier modo me servía.  Mica pareció algo desalentada, pero no demasiado; más bien lo tomó con humor:

“Qué tonta que es esta Eve – dijo acercando otra vez su boca a mi oído -: es una chica a-bu-rri-da – acompañó cada sílaba con un zamarreo de mi cabeza -.  No importa: lo vamos a pasar bien igual.  Vamos para el baño: voy a tratar de sacarte la botella por mi cuenta”.

Jaló de mis cabellos para llevarme en dirección hacia el baño (¿acaso no iba a soltarme nunca?) y me vi obligada a ir tras sus pasos a cuatro patas.  La angustia se apoderó de mí pues, de manera insólita y paradójica, prefería mil veces permanecer allí junto a Evelyn, que era la única de quien podía esperar que en algún momento pusiera algún límite.  Por el contrario, yo bien sabía que, una vez en el baño, seríamos sólo Mica y yo, lo cual venía a significar que yo pasaría a estar por completo a su merced para lo que desease hacer conmigo.  En eso y mientras iba tras ella, llegó a mis oídos la voz de Evelyn y una débil luz de esperanza se encendió en mí: después de todo, acababa de desautorizar a Mica a llamar una ambulancia; ¿por qué no podía hacer lo mismo ante la alocada idea de llevarme al baño para remover la botella?  Mica se plantó en seco y giró sobre sus talones.

“¿Eve…? – preguntó, con gesto interrogativo.

“¿No tenés ganas de hacer pis?” – preguntó la aludida, en un tono que sonaba maliciosamente pícaro y sugerente.

Fue como si me hubiera corrido hielo por la columna vertebral; de hecho, yo entendí más rápido que Mica el sentido de la indirecta.  Cómo no iba a entenderlo si, en definitiva, hacía pocos minutos que yo misma había admitido ante Evelyn el haberme excitado al ser meada por Rocío.  Y ahora la pérfida colorada utilizaba eso en mi contra.  Atónita, incrédula  e impotente, bajé la vista hacia la alfombra.

“No te entiendo…” – dijo Mica, y pareció sonar sincera.

“Vas al baño – enfatizó Evelyn, remarcando bien cada palabra -; estuviste tomando cerveza, vas con nadita…”

Silencio.  Era obvio que Mica seguía sin entender.

“¿Tengo que ser más explícita?” – preguntó Evelyn imprimiendo a sus palabras una vehemencia que sonaba algo prefabricada.

Debido a que yo seguía con la vista baja y, de hecho, me hallaba de espaldas a Evelyn (o como quiera que se diga cuando una se halla a cuatro patas), no pude ver si acompañó su pregunta final con algún gesto que evidenciara algo más el sentido; fuese como fuese y para mi pesar, Mica, esta vez, pareció entender.

“Ah…je… Entiendo – dijo despaciosamente; era como si paladeara las palabras; sin verla, tuve la sensación de que se estaba relamiendo, pero posiblemente ésa era la imagen que mi mente construía -; entiendo, Eve… Qué perversa sos.  Después hablás de Rocío”

Volvió a jalarme de los cabellos para arrastrarme en dirección al baño.  Era increíble, pero en ese momento yo deseaba que reclamase la cadena para llevarme por ella o que Evelyn misma se la ofreciese.  Cuesta creer que la humillación siempre puede encontrar un peldaño más bajo: de pronto, prefería ser tratada como perra y no directamente como una basura.  Por lo pronto, y si era real mi percepción sobre la súbita comprensión de la sugerencia de Evelyn por parte de Mica, me esperaba un destino aun más triste y patético en el baño…

Una vez que estuvimos allì, me dejó prácticamente caer de bruces sobre el bidet y tuve que tomarme desesperadamente por los bordes del sanitario para no romperme la boca contra el mismo.  Irónico: había esperado con ansias el momento en que me soltara la cabellera y, cuando finalmente lo hacía, casi terminaba en desgracia para mí.  Mis pechos quedaron colgando sobre la salida del agua; ignoro por qué, pero Mica abrió el grifo de tal modo que ésta impactara contra mis senos: viéndolo hoy, creo que no había en ello otro objetivo más que fastidiarme y humillarme; la forma no importaba…

“Levantá más el culo” – me ordenó, a la vez que me propinaba una fuerte palmada en una nalga; no tuve más remedio que obedecer; y así, ella me tenía en la posición que quería.

Pude sentir que aferraba la botella clavada en mi retaguardia y, una vez más, intentaba infructuosamente quitarla de allí tironeando desde la base.  Al darse cuenta que no conseguía ningún resultado, optó por hacerla girar, casi como si pretendiese sacarla a rosca.  Demás está decir que tampoco sirvió de nada: la botella permaneció allí, clavada entre mis plexos y sin replegarse en lo más mínimo.  Pero lo peor del asunto no fue eso, sino que ese movimiento giratorio… me excitó.  De manera refleja, me arqueé y crucé una pierna por sobre la pantorrilla de la otra mientras mi boca dejaba escapar un profundo gemido a pesar de mis ingentes esfuerzos por no hacerlo.  Me quise morir cuando me di cuenta que el mismo brotó de mi garganta y rogué que Mica no se hubiera percatado de ello.

“Mmm… ¿qué pasó ahí? – espetó la muy perra, dejando así en evidencia que sí había oído -.  ¿Te gusta esto?”

Remató sus palabras haciendo girar la botella una y otra vez, primero hacia un lado, luego hacia el otro y así sucesivamente.  Cualquiera diría que estaba tratando de abrir una caja fuerte; la realidad era que sólo estaba jugando conmigo…  Fue tal el grado de excitación que aspiré una profunda bocanada de aire para dejar escapar, luego, ya no uno, sino una serie involuntaria e irrefrenable de gemidos mientras mi cuerpo volvía a arquearse y mis pies pataleaban contra el piso del baño.  Mica rio entre dientes de manera maliciosa: me tenía a su merced, vencida mi voluntad e inexistentes mi orgullo y dignidad.

“Y… sí – continuó Mica, en claro tono de menosprecio -: era obvio que iba a gustarte, putita.  Además, esto sí que debe ser nuevo para vos.  ¿O acaso ya te metieron por el culo una pija que diera vueltas? Ja…”

Para dejar aun más patente su comentario, insistió en hacer girar la botella pero ahora a mayor velocidad; mi excitación creció a niveles incontrolables y, por primera vez desde que Mica llegara a casa de Evelyn, sentí que perdía el control por completo; estaba viviendo el más intenso e impensado éxtasis de humillación a manos de una chiquilla a quien acababa de conocer pero que siempre me había odiado…

No sé durante cuánto tiempo duró el suplicio y, de hecho, me costaba verlo como tal aun cuando, sí, era alguna forma de tormento: ¿o acaso se puede pensar en una tortura peor que saber que a una le están sacando de adentro la peor parte de sí sin que pueda hacer nada para evitar mostrarla?  Mientras seguía haciendo girar la botella, Mica no paraba de reír y de lanzar comentarios hirientes en mi contra.  En algún momento pareció cansarse y volver al problema original que, en principio, nos había llevado hacia el cuarto de baño.

“Bien… - dijo, pensativa -.  Hmm, a ver: ¿qué hacemos con esa botella?  Está evidente que no sale.  Ya sé, nadita, que te gustaría que te quedara allí para siempre y creeme que, de corazón, mami te daría el gustito pero… ¿sabés lo que pasa?: es un envase retornable, así que hay que llevarlo de vuelta al mercadito, jiji…”

No paraba de degradarme.  Así como cada vez parecía yo encontrar un escalón más bajo en mi humillación también parecía encontrar siempre un nivel más arriba en el grado de malicia y sadismo.  Cuando pensé que Evelyn no podía ser superada, asumió inesperadamente protagonismo Rocío… y cuando pensaba que ésta era insuperable, apareció Mica...

En eso sentí que un dedo se estaba deslizando perimetralmente en torno a mi orificio anal, trazando círculos justo en torno al cuello de la botella; patinaba al desplazarse y deduje rápidamente que Mica me estaba enjabonando el culo.  El objetivo era, obviamente, facilitar la salida del envase haciendo más resbaladiza mi entrada pero, claro, la botella misma no dejaba que el dedo fuera más adentro, con lo cual sólo lograba enjabonarme de un modo superficial.  Aun así, Mica volvió a tironear de la misma y, para poder hacer fuerza, apoyó un pie sobre mi nalga de tal modo que mi vientre se aplastó contra el borde del bidet mientras el agua fría que subía no paraba de bañarme los pechos.  No sirvió; o, mejor dicho, sólo sirvió para hacerme doler.

“El problema – dijo, cavilosa y tal como si estuviera tratando de resolver un enigma científico – es que la botella está haciendo de sopapa.  Va a ser difícil quitarla así”

La excitación que había sentido unos instantes antes se alejó y volvió a dejar lugar en mí al terror, ya que lo que acababa de decir Mica sólo podía, a mi juicio, ser interpretado como que se resignaba a dejarme la botella instalada allí o que, finalmente, decidía llevarme a un hospital o a una sala de primeros auxilios.  Sin embargo, un estruendo de cristales rotos se dejó oír súbitamente a mis espaldas a la par que un intenso dolor me recorrió el ano por dentro: nunca supe de qué se valió Mica para romper la botella, pero lo cierto fue que varios trozos de la misma cayeron por entre mis piernas, las cuales separé cuanto pude a los efectos de que cayeran al piso; tenía, además que cuidar de no cortarme, desnuda y descalza como me hallaba.

“Ya está – anunció Mica, en tono satisfecho -.  Te rompí el culo, jaja… Algo de lo que sabés bastante”

Su comentario mordaz, claro, aludía al hecho de que había roto la base de la botella a los efectos de eliminar el efecto sopapa.  Supuse que entonces tiraría nuevamente de la botella para comprobar si salía pero, sin embargo, pareció como si intentara ultimar algunos detalles antes de hacerlo y, de hecho, pude sentir que un líquido jabonoso corría por dentro de la botella truncada y, finalmente, se escurría por dentro de mi ano: la muy perra me estaba también enjabonando por dentro y me echaba agua, buscando lograr un efecto semejante al de una enema, sólo que con el particular objetivo de lograr sacar una botella de mi culo.  El estruendo de la base del envase al hacerse añicos fue tal que motivó que Evelyn, alarmada, asomase su cabeza por la puerta entornada.

“¿Qué hacés, tarada?” – le refrendó a su amiga Mica; a pesar del epíteto, su tono era más de sorpresa que de verdadera reprimenda.  De hecho, su amiga no pareció darle mayor importancia.

“Trato de sacarle esto del culo, boluda” – le respondió Mica, haciendo también uso de una recíproca irreverencia, propia de la confianza entre íntimas amigas.

“Ay, qué retardada que sos – le replicó ácidamente Evelyn -; más te vale que no me dejen todos esos vidrios tirados por el piso porque no quiero cortarme cuando me duche”

“Perdé cuidado – le respondió Mica, en tono despectivo -: nadita se va a encargar de juntarlos todos uno por uno para que no te pinches; ahora… vamos a ver si esto sale…”

De reojo, pude ver que se envolvía la mano en papel higiénico, seguramente a los efectos de protegerla algo más ante la posibilidad de cortarse con la botella rota.  Acto seguido, tomó lo que quedaba del envase y volvió a tironear… Para mi alivio, esta vez  el cuello de la botella se deslizó mansamente fuera de mi túnel.  Ya sé que cuesta creerlo pero una oscura parte de mí lo lamentó, pues supe que ya no volvería a vivir una experiencia como la de momentos antes, cuando Mica hiciera girar el envase dentro de mi cola.

“Bien – dictaminó, conforme-: ya está… Mucho más fácil de lo pensado”

“A ver, cerebrito – intervino Evelyn mientras su cabeza desaparecía nuevamente tras la puerta entornada -; hacé ahora que nadita limpie bien todo”

“Ya te dije que sí – le replicó Mica, con tono de hastío -: no es necesario que lo repitas tantas veces”

Llegó a mis oídos el sonido de los tacos de Evelyn alejándose; de algún modo, lo ocurrido con la botella era una suerte para mí: ahora seguramente yo sería puesta a limpiar y, con suerte, Mica olvidaría la maliciosa sugerencia que Evelyn le hiciera minutos antes.  Una vez más y como ya era costumbre, me equivoqué:

“No te olvides de hacer pis” – le recordó desde la distancia, al otro lado de la puerta.

“Eso sí es algo que te agradezco que me lo recuerdes – le respondió Mica a viva voz y como si en verdad lo hubiese olvidado -.  Vamos, nadita, a juntar rápido esos vidrios que me estoy haciendo encima”

Me golpeó varias veces en las nalgas para apurarme.  Levanté mi tórax del bidet y me giré, aunque sin incorporarme.  Miré hacia todos lados y luego alcé la vista hacia Mica con expresión interrogativa.

“Usá esto – me espetó al tiempo que me extendía una escobilla de baño que hasta un instante antes pendía de la pared -; apartalos simplemente y después los barrés.  Dale, rápido, que tengo ganas de echarme un meo…”

Abatida y ya sin esperanza alguna, me dediqué a ir apartando uno a uno los trozos de cristal que se hallaban desparramados por el piso del baño e hice un montoncito con ellos junto al lavatorio.  Sabía de sobra cuál era la suerte que me esperaba una vez que hubiese finalizado con tal tarea pero, a pesar de ello, nada había sido dicho del todo y, en algún rincón, me aferraba a la posibilidad de que Evelyn no le hubiera querido decir lo que yo sospechaba… o de que Mica no hubiese comprendido a su amiga.  La poca esperanza que tenía al respecto, cayó diluida ante la siguiente orden que me dio:

“Bien – dijo -: ahora, te quiero de rodillas, con las espaldas apoyadas contra el inodoro y mirando hacia mí”

Sabiendo que ya mi suerte era irremisible, cumplí obedientemente con lo que me ordenaba y no puedo describir el brillo maligno que vi en esos ojos al elevar nuevamente la vista hacia ellos.

“Ahora – dijo, una vez que mi postura, al final, la satisfizo -: echá la espalda y los hombros hacia atrás y andá deslizando la cola sobre los talones hasta que tu cabeza quede mirando hacia arriba, sobre el inodoro”

Tragué saliva.  Otra vez estuve a punto de llorar.  Pero, a pesar de todo, hice lo que me decía.  Una vez que me fui deslizando hacia atrás tal como ella me había ordenado, quedé mirando hacia el techo del baño exactamente como si mi cabeza fuera el inodoro mismo: mi cabellera pendía hacia adentro y estaba segura que estaba tocando el agua….Vi perfectamente lo que se venía; no era mi cabeza en realidad el inodoro sino más bien mi boca.  La siguiente orden de Mica lo terminó de confirmar:

“Abriendo esa boca – me dijo, sonriente y con una mueca burlona -.  Grande…”

CONTINUARÁ