La extranjera.

Diego está un aburrido sábado sin hacer nada en su casa. No parece que vaya a suceder algo interesante, pero una inesperada llamada a la puerta, le cambiará la vida por completo al chaval.

Era otro aburrido sábado por la tarde. El calor resultaba sofocante y Diego parecía a punto de asfixiarse. Ni siquiera la ducha que se había pegado con agua fría hacía tan solo un rato le estaba ayudando demasiado. Se encontraba en el mismísimo infierno y no parecía que fuera  a salir de él.

Miraba a la pantalla del ordenador mientras su mano izquierda aporreaba botones del teclado y con la derecha, apresaba el ratón, moviéndolo a gran velocidad. Se estaba echando una partida al Overwatch. La numero treinta y cinco, por lo menos. Llevaba así tres horas, viendo como el monigote digital al que controlaba caía ante el fuego enemigo. Sus aliados, para infortunio suyo, iban cada uno por su lado, sin intención de ayudarle.

Bufó insatisfecho al ver como perdía aquella partida y se revolvió en su asiento. Era increíble que estuviera un sábado por la tarde encerrado en su cuarto, casi a oscuras y sin ninguna intención de salir de este en todo el día. Él, que debería ser sinónimo de vitalidad y fiesta, se hallaba allí enclaustrado, sintiendo el punzante dolor en su cuerpo, producto de la fatiga causada por el trabajo en los grandes almacenes, cargando y descargando cajas de los camiones. Más que tener veintiocho años, parecía estar ya en los sesenta y cinco, a las puertas de la tercera edad. Tampoco es que en esos momentos tuviera ningún plan. No tenía novia y todos sus colegas ese día estaban ocupados con sus propios asuntos. Por tanto, el panorama pintaba anodino. Sin embargo, las cosas se iban a poner muy interesantes aquella tarde.

Mientras esperaba a que la siguiente partida terminase de cargar, escuchó como el timbre de la puerta sonaba con fuerza. Extrañado, pues no sabía que tuviera visita ese día, se quitó los cascos y salió de su habitación para ver de quien podría tratarse. Sus padres no estaban en casa. Habían decidido marcharse de escapadita de fin de semana a la sierra, visitando pueblos, aunque él sospechaba que solo se trataba una excusa para poder tener sexo entre ellos sin que su hijo, casi entrado en la treintena, les pillase. Escuchó el timbre sonar varias veces más mientras bajaba las escaleras, así que se apresuró para llegar lo antes posible. No se iba a pegar semejante paseo para nada.

Llegó a la puerta y se detuvo ahí. En un principio, su cabeza comenzó a cavilar sobre quien podría estar esperando al otro lado. Se imaginaba a alguno de los vecinos preguntándole si a él le llegaba bien la señal del Wi-fi comunitario. También a algún viandante que solía pasar por allí, preguntando si había visto al perro que se le había escapado mientras paseaba con él. O puede que se tratase de algún repartidor de correo que venía a entregar un paquete a la dirección equivocada. Pero para su sorpresa, no eran ninguno de ellos.

Al abrir la puerta, se encontró frente a una joven y preciosa chica. Para Diego, el tiempo se detuvo de forma repentina en aquel específico instante. Daba igual lo que pasara en el exterior, como si alguien pudiera llamarlo para algo muy importante. Todo eso carecía de importancia en aquellos instantes. Porque ante él, tenía a la criatura más bella del mundo entero. O del universo, si hacía falta decirlo. De repente, la misteriosa recién llegada se puso a hablar. Ante esto, Diego dejó a un lado su ensoñación y decidió volver al mundo real.

—Perdona, ¿que acabas de decir? —dijo algo agitado mientras trataba de aparentar tanto amabilidad como caballerosidad.

—Te preguntaba si podía usar tu teléfono móvil para llamar —le comentó la chica—. El mío se encuentra sin batería.

Diego se sorprendió de tan inesperada petición. ¿Para qué diantres lo querría? Precisamente, la fémina, al percatarse de las dudas en él, se hizo a un lado para que este pudiera ver el coche blanco que había pegado justo en la acera.

—Se me ha averiado el coche —se explicó ella—. Esperaba poder usar el móvil para llamar a una grúa que lo remolcase a algún taller. Pero que si molesto, ya se lo pido a otra persona, no se preocupe.

Al notar el tono de lamento de la mujer y viendo que parecía a punto de marcharse, Diego se alborotó un poco.

—No, tranquila —respondió un poco nervioso—. Pasa y te dejo mi móvil para que puedas llamar.

Cuando la chica escuchó esto, una hermosa sonrisa se dibujó en sus labios. Dos filas de perfectos dientes blancos se enmarcaron en ella. Le pareció deslumbrante e intensa.

—Gracias —fue su respuesta.

El chico, mas reconfortado al prestar su ayuda a la damisela, se hizo a un lado para dejarla pasar.

Juntos, avanzaron hasta el amplio salón comedor, el cual se encontraba justo al lado de la entrada. Un amplio ventanal, recubierto por una transparente cortina medio abierta, dejaba pasar la radiante luz del atardecer, dándole a la estancia una tonalidad amarillenta propia del Sol que se retira.

—Siéntate aquí mientras voy a por mí móvil— señaló a uno de los dos sofás de cuero blanco que había en la habitación—. También te traeré mi cargador, para que puedas cargar el tuyo.

—Mu….muchas gracias —expresó la chica algo tímida.

Subió a gran velocidad las escaleras hasta llegar a su habitación. Dentro, encendió las luces y rebuscó en un cajón para encontrar el cargador de su móvil. No tenía ni idea de si le valdría o no, pero por intentarlo, no perdía nada. Miró un instante la pantalla de su ordenador antes de salir de vuelta con ella. Allí, la partida había comenzado y todo era una creciente carnicería. Su equipo iba perdiendo y tenía la pinta de que así iba a acabar, pues Diego no atisbaba intención alguna de volver. Ahora, todo su interés le esperaba abajo.

Regresó al salón, donde la inesperada visita se hallaba. Inesperada pero también muy grata, pensaba Diego.

Para él, esta situación era algo increíble. Ni en sus más cachondas fantasías, el hombre podría imaginar nunca algo igual. Al llegar, ella se dio la vuelta y le obsequió con otra bella sonrisa que hizo estremecerle. Se detuvo, asimilando tanta hermosura y armonía ante sus ojos. Decidido, llegó hasta el sofá y se sentó a su lado.

—Toma, para que lo recargues —le dijo con ofrecimiento.

—En serio, no tenías que molestarte —se disculpó ella, desbordada ante tanta atención.

—No es nada, de verdad —comentó el hombre despreocupado—. Cuanta más ayuda, mejor.

La muchacha se echó a reír ante estas palabras mientras ponía su móvil a recargar. Para su suerte, la punta del cargador encajaba con la rendija del teléfono. Tras esto, Diego le entregó el suyo para que hiciera su llamada. Ella le lanzó una mirada llena de agradecimiento.

Tras pedir que una grúa viniera para llevarse el coche, la chica colgó y le devolvió el teléfono a Diego, quien no había dejado de observar la cándida belleza de la mujer.

—¿Cuánto van a tardar? —preguntó con enorme interés.

—Unas tres horas —le contestó ella algo fastidiada—. Se ve que al ser fin de semana, tardan más de la cuenta.

—Ya, los findes todo siempre se ralentiza por aquí, quiera uno o no.

Se miraron ambos al mismo tiempo. Eso hizo que un escalofrío recorriera a Diego por todo su cuerpo.

—Oye, me gustaría darte las gracias por todo que has hecho. No creí que nadie fuera a brindarme tanta ayuda.

A Diego aquellas palabras le calaron muy hondo. Eso, junto con la bella mirada de esa increíble mujer, le dejaron con el corazón palpitando de forma intensa.

—De nuevo, no hay de qué. Solo hice lo correcto.

Se preguntaba si habría hecho lo mismo de ser menos guapa o de tratarse de un hombre. Tal vez sí, pero puede que no hubiera puesto tanto cuidado y atención en proporcionarle la ayuda.

—Por cierto, ¿cómo te llamas? —Otro súbito estremecimiento recorrió la espalda al escuchar aquella pregunta— Aun no sé el nombre de mi salvador.

—Diego…. Me llamo…Diego. —Le costó un poco responder.

—Encantada de conocerte, Diego. —Eso último que dijo sonó muy sensual—. Yo me llamo Verónica Hallström.

El muchacho quedó un poco extrañado al oír el apellido de la chica. Ella se percató enseguida por la expresión de su cara de que aquello le había sonado raro y por ello, decidió explicarse.

—Hallström es un apellido sueco.

Asintió sorprendido ante la respuesta. Ahora que la miraba, Diego podía notar su aspecto ciertamente tan nórdico en sus facciones, aunque a pesar de esto, no se parecía tanto al típico concepto que se tenía de las suecas. No era rubia, ni de cuerpo voluptuoso y su piel no es que fuese muy blanca. Verónica, más bien, tenía el pelo largo, sí, pero era de un marrón muy oscuro. De cuerpo era delgada, aunque se notaban por debajo de su camiseta celeste unos senos redondeados y bonitos, además de unas caderas pronunciadas de las que partían unas piernas largas y estilizadas, al descubierto gracias a la falda corta de tela verde que llevaba. Su piel era rosada, más que las de las chicas procedentes de la gélida Escandinavia. Eso sí, era alta y con los ojos azules. En algo coincidía el perfil.

—Pues no me recuerdas mucho a las suecas que yo solía imaginar —comentó algo ocurrente.

El rostro de Verónica se contrajo un poco. Diego supuso que quizás le había ofendido con sus palabras.

—Pues yo imaginaba a los españoles como tipos bajitos con bigote y muy catetos —le encaró ella desafiante.

Aquello le pilló de improviso. Era evidente que la sueca no se andaba con chiquitas y si por ella tenía que ser hiriente para defenderse, no dudaba en hacerlo.

—Vaya, he de reconocer que me has pillado —comentó finalmente, tratando de no darle demasiada importancia al ataque—. Por cierto, hablas muy bien español. ¿Llevas mucho tiempo por aquí?

—Bueno, en realidad, yo nací en España.

Esa revelación paralizó todos los sentidos de Diego. A sus ojos, Verónica era una extranjera. Incluso pese a hablar bien el español, se le notaba en el acento que ponía que no era de estas tierras. Notando que no sabía que decirle, prefirió dejar que siguiera hablando.

—Nací en este país, aunque no estuve mucho porque en unos meses, volvimos a Suecia —le contó Verónica—. Mi padre es sueco y trabaja como ingeniero para una importante empresa de allí. Él y mi madre estaban de vacaciones en España cuando nací. Ella si es española.

—Pues hablas muy bien el español. —Diego se lo dijo mientras le mostraba una encantadora sonrisa. Verónica se ruborizó ante esto.

—Sí, bueno, mi madre y yo lo hablábamos en casa. Creo que no deseaba que perdiese la costumbre de hablar mi idioma natal pese a vivir en otro país.

Asintió ante aquellas explicaciones. Pese a haber empezado todo aquel asunto con algo de mal pie, había que reconocer que la cosa estaba mejorando.  Esa chica, aparte de ser una cara bonita, resultaba más interesante de lo que aparentaba.

—Y ahora, has decidido venir de visita a tu lugar de nacimiento.

Ese comentario por parte de Diego hizo reír a Verónica, algo que lo hizo de forma muy coqueta. Se dio cuenta, al verla sonreír, que las dos paletas de su dentadura estaban algo separadas, lo cual le daba un toque tierno y picarón a la muchacha.

—Fue un pequeño regalo de mis padres por terminar hace mucho la carrera— le informó la muchacha—. Me apetecía venir desde bastante tiempo y vi la oportunidad perfecta.

—¿Has venido sola?

—Sí, es mi primera aventura en solitario por tierras desconocidas —le respondió ella de forma atrevida mientras abría su preciosa boquita, sacando su lengua para darle un toque más desenfadado a su comentario.

—Pues no parece haberte ido muy bien, visto lo que te ha pasado con el coche —puntualizó él.

Ella se quedó callada por un momento. Diego pensó que habría metido la pata, pero en seguida, notó aquellos ojos azul claro observándole con sagacidad. No es que le incomodase que lo miraran, pero la forma en la que lo hacía Verónica pareciera denotar algo distinto. Se imaginaba cosas con ella y eso, le estaba poniendo bastante nervioso.

—Gracias por todo esto —le dijo muy agradecida—. De no haber sido por tu ayuda, creo que no sé lo que haría.

Diego sonrió de una forma un tanto estúpida al escuchar las palabras de la chica. No creía que fuera a darle tanta importancia. Para el muchacho no era más que un acto normal del mundo. ¿Quién no ayudaría a otra persona de estar en la misma situación que ella? Se dijo que él si lo haría, pero conociendo al resto de la población, parecía claro que muchos pasarían. Y otros, de hacerlo, no dudarían en aprovecharse de la chica de forma indebida.

—Y yo de nuevo, te repito que no hay de qué. Cualquier otro habría hecho lo mismo.

—No lo creo —fue la respuesta de Verónica.

Se miraron fijamente el uno al otro. A Diego, aquella chica le parecía lo más bonito que había visto jamás. Sus ojos azul claro centelleaban con un brillo especial. Entre ambos se empezó a establecer una tensa serenidad que auguraba el inicio de algo apasionado. Escuchaban sus respiraciones, profundas y desacompasadas, igual que sus corazones, los cuales latían con fuerza. Finalmente, ocurrió.

Verónica fue quien tomó la decisión. La española de ascendencia sueca acercó su boca a la de Diego y lo besó con fuerza. El joven no sabía que hacer al principio, notando los finos labios de la chica rozando los suyos. De hecho, todo esto le había pillado de improviso. Ella se apretó un poco, fundiendo su boca contra la del hombre mientras que con su lengua buscaba abrirla para adentrarse en esta. Se movió un poco, murmurando al tiempo que seguía besando. Pero al notar la inactividad, se apartó extrañada.

—¿Qué ocurre?— preguntó.

Diego no supo que decir. Al principio, solo la miró algo nervioso, pero tras tragar un poco de saliva, decidió hablar.

—Nada, es solo que no tienes que hacer esto para darme las gracias. —Ella se lo quedó mirando con sorpresa ante lo que decía—. En serio, para mí esto no ha supuesto ninguna molestia. No tienes que compensármelo de ninguna manera.

Otra sonrisa se delineó en su grácil cara. Oír aquello de boca de Diego la llenó de mucho confort. Él era un chico decente y amable. Solo quiso ayudarla, nada más. No le pidió nada a cambio. Por eso, debido a tan agraciado gesto, deseaba devolverle el favor a su manera. Y volvió a besarlo.

—Pero oye, que acabo de decirte… —intentó explicarse de nuevo el muchacho.

—Deseo compensarte. Es algo que quiero hacer —le dijo mirándole fijamente a los ojos—. Además, ¿qué vamos a hacer aquí mientras esperamos a que llegue la grúa?

En eso llevaba razón. Sin más que discutir, Diego la atrajo de nuevo y retomaron los besos.

Estuvieron durante un largo rato acariciándose con sus bocas, besando sus rostros y cuellos, chupeteando sus pieles y jugueteando con sus lenguas. Diego rozó un poquito a Verónica por las piernas, sintiendo la calidez y suavidad que emanaban de estas al pasar las yemas de sus dedos. Era una mujer realmente excitante. Mientras, ella le palpaba el torso por encima de su camiseta y sus manos no tardaron en descender hasta su entrepierna. Una vez allí, una de ellas acarició el duro miembro del hombre, quien se estremeció un poco.

—¡Oye!— pronunció con sorpresa.

—Mmmm, parece que está durita —murmuró ella.

—Ya lo creo —le aseguró él—. Llevo desde hace un buen rato, llevo  bien excitado.

Sin pensárselo, Verónica desabrochó el pantalón y empezó a tirar de este con fuerza.

—¿¡Ey, que haces?! —preguntó Diego mientras se notaba algo agitado ante la escena.

Ella no le hizo ni caso. Le bajó la prenda por completo y luego, tiró del calzoncillo. El pene de Diego salió disparado hacia delante, bien estirado y duro.

—Vaya, tienes una buena herramienta —señaló encendida la extranjera que no lo era.

Agarró el enhiesto mástil y con sus dedos, acarició la superficie de este. Diego gimió desacompasado al sentir el magreo. Los dedos de la chica palpaban la suave piel y sentían las gruesas venas. Sus largas uñas arañaban con delicadeza toda la superficie. Cuando llegó hasta la punta, amoratada y gorda, pasó el dedo gordo sobre ella, limpiándolo de líquido preseminal. Esto provocó que un fuerte suspiro saliera de la boca de Diego, ya de por si descontrolado.

Sin pensárselo, Verónica puso un cojín en el suelo y se colocó de rodillas sobre este. En esa postura, acercó su boca a la polla de Diego y se la tragó hasta la mitad. El hombre se estremeció al notar su miembro adentrándose en aquella cálida abertura. Tan solo pudo gemir cuando vio como ella comenzó a mover su cabeza de arriba a abajo, mientras aferraba con su mano derecha la base de la polla y con la izquierda, acariciaba sus huevos.

—¿Te gusta? —preguntó la chica mientras se la sacaba, dejando caer un poco de saliva y meneando la polla con su mano derecha.

—Ya lo creo —respondió él con la voz entrecortada—. ¡Pero no te detengas!

Dibujando una juguetona sonrisa en su boca, Verónica volvió a engullir aquella dura y caliente barra de carne. Diego se sentía en el séptimo cielo, percibiendo el húmedo calor de aquella boca envolviéndolo y la correosa lengua abrazando su polla. Se estremeció un par de veces y miró a la chica, quien le devolvió la mirada a través de sus azulados orbes con rabiosa sensualidad. Su boca seguía subiendo y bajando por el duro miembro. Sus labios absorbían el pene con una precisión perfecta, envolviéndolos de un modo único. Estaba maravillado ante lo que contemplaba.

Con mirada desafiante, Verónica se sacó la polla de su boca y comenzó a lamerla desde la base hasta la punta. Mientras gemía embravecido, Diego podía observar como dejaba rastros de saliva por toda la superficie. Eran brillantes estelas que se reflejaban contra la luz. Mordisqueó el glande con sus dientes, turbando a su afortunado amante más de lo esperado. Jadeó un poco mientras bajaba su boca hasta sus huevos y los engulló con fuerza. Mientras que su mano derecha masturbaba con rabia el pene, ella lamía y mordisqueaba ambos testículos. El hombre alzó su cabeza mientras sentía como le faltaba el aire. Cerró sus ojos, sintiendo las caricias y lamidas por toda su zona genital.

Sumido por la tenue oscuridad, se dejó llevar por las increíbles sensaciones. Volvió a notar como la boca de la chica envolvía su dura estaca y como inició el ascendente y descendente movimiento, sintiendo como su miembro fluía a través de la cavidad bucal. Llevó a tientas una de sus manos a la cabeza de ella y sus dedos se enredaron en su suave cabello. Ella continuó mamando con ahínco, hasta que al final, Diego no pudo resistirlo más. En un abrir y cerrar de ojos, se corrió en la boca de Verónica. Todo su cuerpo se agitaba mientras sentía cada disparo propulsado de su miembro. Sintió como le faltaba el aire. Por un instante, creyó que caería fuera de combate.

Recuperándose, sintiendo su cabeza algo difusa, abrió sus ojos. Ella seguía relamiendo ya la menos levantada polla, limpiándola de semen. Se había tragado toda su corrida. Al notarse observada, le sonrió traviesa.

—¿Has disfrutado? —Su voz sonaba cálida.

—Ya lo creo.

Se levantó, posándose sobre el muchacho. Ambos se besaron, degustando el sabor del semen que aún quedaba en la boca de la chica. A Diego le asqueó un poco, pero si ella se lo ofrecía, ¿quién era él para rechazarla?

—Satisfecho, he de suponer —dijo la muchacha al apartarse, mirándolo con satisfacción.

Pero para Diego, esto no había sido nada.

—Pues la verdad es que no.

Cuando Verónica escuchó esto, se quedó cuanto menos sorprendida. No se esperaba semejante reacción por parte de Diego.

—¿Y eso? —preguntó asombrada.

—Hombre, creo que me debes más de lo que tú crees.

—¿Qué te debo?

No hizo falta decir nada. Señaló a su derecha y al mirar, ella se dio cuenta de a qué se refería.

—Ya veo, el cargador de tu móvil.

Una alargada sonrisa se dibujó esta vez en el rostro de Diego.

—Muy bien, ¿qué es lo que deseas que haga?

Le sorprendía lo dispuesta que estaba para satisfacerle. ¿Acaso en el norte de Europa eso de dar las gracias se hacía algo fundamental? Como fuere, se dispuso a decirle lo que tanto ansiaba. Tenía muchas ganas.

—Quiero que te quites toda la ropa.

Verónica no pareció sorprenderse por la petición. De hecho, su reacción fue de lo más normal, como si fuera lo que se esperase. Por un instante, Diego se preguntó si no iba demasiado lejos con todo aquello, pero no tardó en recordar que fue ella quien decidió empezar todo esto. Así que sin más remordimientos, se dispuso a disfrutar del espectáculo.

La española asuecada se levantó y con una elegancia prístina, se desplazó hasta el centro de la habitación. Se deshizo de sus tacones negros, dejando que sus bonitos pies tocasen el frio suelo. Se movía con lentitud, como si de una marioneta movida por hilos se tratase. Diego se quitó su camiseta, sintiendo como el calor volvía a envolver su cuerpo. Y la cosa se iba a caldear mucho más en unos segundos.

Sin dudas ni reparos, Verónica se quitó su camiseta de color celeste, revelando un sujetador de color negro que enmarcaba unos pechos de tamaño mediano. Acto seguido, tiró de su falda, deslizándola por las piernas, mostrando unas braguitas finas de color negro como el sujetador. Diego, que acababa de correrse no mucho rato atrás, sintió como su polla comenzaba de nuevo a ponerse dura. Aquella muchacha nórdica era la imagen más caliente y electrizante que jamás había presenciado.

Mientras que el hombre se deleitaba con tan magnifica visión, ella decidió terminar de despojarse de las pocas prendas que le quedaban. Llevo sus manos a su espalda y desabrochó el cierre el sujetador. Luego, los tirantes descendieron por sus hombros y la parte de arriba cayó al suelo, mostrando sus pechos al fin. Estos eran medianos, pero también redondos y firmes. Estaban coronados por un pequeño pezón que aparecía ya duro. Tras revelar su delantera, Verónica se dio la vuelta, inclinándose de forma seductora mientras se bajaba las bragas. Se las deslizó con cuidado entre sus pies, obsequiando al maravillado Diego con la espectacular vista de su voluptuoso trasero.

Una vez se había deshecho de su última prenda, la chica se dio la vuelta con delicadeza, brindando al hombre con su deslumbrante cuerpazo. Libre de ropa, aquella desnudez resultaba atrayente e hipnótica. Su piel rosada daba un aire vulnerable y hermoso al cuerpo de la fémina. Era delgada, pero las curvas se atisbaban a la perfección en la zona pectoral y en las caderas, dándole un toque curvilíneo perfecto. Sus largas piernas, terminaban de enderezar aquella portentosa silueta, dotando a la mujer de una presencia espectacular.

Tras brindarle con aquella visión tan increíble, Verónica se acercó al sofá, recostándose al lado izquierdo de Diego, obligándole a tener que moverse un poco más a la derecha. Apoyada entre el respaldo y el reposabrazos, la chica escandinava se estiró por completo. Con su maravilloso cuerpo reclinado sobre el sofá, Diego no podía reparar en su gozo. Simplemente, se trataba de algo que jamás podría haber imaginado. Notando como ella le miraba con ansia, el hombre decidió lanzarse a la acción.

Se abalanzó sobre la chica y comenzó a besarla, al tiempo que sus manos comenzaron a recorrer su cálida y delicada piel. Tenía un cuerpazo deslumbrante. Con sus dedos, parecía recorrer las líneas de una figura femenina tallada en piedra por algún artista grecorromano. Mientras sus lenguas jugueteaban, aquellas ansiosas manos atraparon los pechos de la extranjera. Ella gimió un poco al sentir estas aferrándose a sus senos. Diego las apretó con suavidad y notó como quedaban envueltas en su palma, con los tiesos pezones clavándose en su piel. Las fue magreando un poco, pero sin llegar a lastimarla.

—Te gustan, ¿eh? —le dijo con un leve murmullo.

—Me encantan —replicó él.

Bajó su boca por el cuello de su ardiente amante, dejando con su lengua brillantes regueros de saliva. Para cuando llegó a sus pechos, no dudó en engullir ambos pezones, lamiéndolos y dándoles suaves mordiscos. Verónica apretó sus labios con fuerzas, reprimiendo las ansias de gritar. Deseaba contenerse para cuando llegara el momento oportuno. Pero Diego, no se detuvo en sus tetas demasiado tiempo. Deseaba probar cada centímetro de aquella magnífica obra.

Descendió dando suaves besos a su vientre plano, horadando su ombligo con la lengua. Su respiración se aceleró, señal inequívoca de que ya estaba a punto de llegar a la zona caliente de su cuerpo. Diego prosiguió su bajada, pero antes de llegar a las ingles, cambió de dirección. Eso, sorprendió a la mujer.

—¿Adónde vas? —preguntó con desconcierto.

Diego se limitó a responderle con una traviesa sonrisa que no sirvió de nada para arreglar el confuso rostro de su compañera.

Sus labios avanzaron por la pierna izquierda, besando cada centímetro de piel. Pasó por la rodilla, bajó hasta dar con el tobillo y acabó en su pie. Su olor era algo sudado, pero no le importaba. Lamió la planta del pie y beso casa uno de sus deditos hasta llegar al gordo, el cual, decidió chupar. Eso divirtió a Verónica mucho, quien no pudo reprimir una enérgica risa al ver lo que el hombre hacía. Pero además de divertirla, la estaba excitando mucho. Repitió la misma acción con su pie derecho, iniciando su ascenso por esa pierna.

Para cuando por fin llegó a su sexo, Verónica se encontraba muy caliente. Diego miró a ese lugar especial entre sus piernas. Bien afeitado, el coño se revelaba semiabierto, brillando por los copiosos flujos que surgían de él. Rosado y con un prominente clítoris, parecía pedir a gritos que lo lamiesen. Y eso es lo que hizo Diego. Empezó a lamer, degustando el amargo pero a la vez, fresco sabor de ese manjar. Olía su aroma, intenso y atrayente. La chica sueca se retorcía varias veces y prorrumpió en gritos mientras la boca de su amante envolvía todo su órgano sexual. Su lengua se movió de arriba abajo, recorriendo cada pliegue, rozando cada rincón de ese húmedo agujero. La chica gemía con mayor fuerza. Sus caderas se alzaban y todo su ser se tensó. Un orgasmo barrió todo su cuerpo y el estallido de sus flujos inundó la boca de Diego.

Pero no se detuvo ahí. Como si fuera una necesidad vital, continuó atacando sin piedad el clítoris. Lo golpeteaba varias veces con su lengua, lo lamía en sentido ascendente y luego, descendente. A continuación, lo mordisqueó un poco, sin lastimarla y para rematar, lo atrapó con sus labios. Eso hizo que un profundo alarido saliera de los labios de la extranjera que no lo era. Diego siguió con su ataque, pues supo que esto aún no había terminado. Introdujo su lengua en el palpitante agujero, adentrándose por esa humedad tan viscosa. Los gritos de ella le incitaban a atacar con más fiereza, moviendo la sinhueso en círculos, retorciéndola en esa estrecha galería. Al mismo tiempo, su dedo gordo acariciaba el abultado clítoris. Entre ambas cosas, no tardó mucho tiempo hasta llevar a Verónica al paroxismo sexual, provocándole otro poderoso orgasmo.

Cuando ya parecía encontrarse relajada, Diego ascendió de vuelta a su boca, para que ella degustase su propio placer derramado. Ambos amantes se fundieron en un sólido beso que pareció durar horas. Cuando se apartaron, Diego notó la escrutadora mirada de la sueca sobre él, como si quisiera decirle algo. Luego, notó su polla dura. Y como esta rozaba contra la humedad del coño. No hacían falta más palabras porque en esos momentos no eran necesarias.

Sin dudarlo un solo segundo, Diego penetró a Verónica. La humedad del coño extranjero recibió a su polla, envolviéndolo con mimo y deseo. Los dos gimieron con fuerza cuando, por fin, sus pubis chocaron el uno contra el otro. Por fin, estaba dentro de la deseada chica. Y empezó a moverse. Con sus caderas, el hombre marcaba el ritmo de penetración, sintiendo como su polla bombeaba aquel deseado lugar, recorriéndolo de delante a atrás, golpeando con leves estocadas. Ella alzó su cabeza, cerrando sus ojos y abriendo la boca para dejar escapar sus más intensos gritos. Diego se refugió en su cuello, besándolo y pasando su lengua por él. Sus respiraciones se aceleraban. Cada penetración, los hacía temblar de un modo intenso.

—Detta är underbart! —dijo en su ininteligible idioma Verónica.

Diego la miró por un instante, notando la pasión desenfrenada en los ojos de esa belleza que estaba follándose. Sin más espera, ambos se fundieron en otro apasionado beso. Mientras sus bocas se devoraban, el hombre arreció con fuerza, aumentando la profundidad de las penetraciones. Ella se revolvió, pegándose más. Sus pechos se aplastaron contra su torso, arañando con sus afilados pezones la piel. Sus brazos rodearon su espalda, aferrándolo con fuerza. El sudor aparecía copioso por sus cuerpos y el olor a sexo insaciable se palpaba en el ambiente, junto con el de un fogoso calor que parecía aumentar por momentos, como si toda aquella estancia fuera a acabar envuelta en llamas.

Siguieron las embestidas, hasta que la sueca se vio invadida por la inesperada rigidez de su cuerpo. Cerró sus ojos y volvió a abrir su boca, dejando escapar el gemido más fuerte que se hubiera escuchado jamás en la Tierra. Para Diego, era señal inequívoca del orgasmo que volvía a arrasar todo su ser. Aunque también lo eran las contracciones en su vagina y el estallido de fluidos que se derramaban. Dejó que se serenase, que fuera calmando sus ansias. Pero cuando creyó que todo había terminado, vio que no era más que una flagrante equivocación.

Antes de que pudiera siquiera percibirlo, Verónica agarró al causante de todo su placer y lo lanzo de espaldas sobre el sofá. Con un gesto de insaciable deseo, se montó sobre el abrumado hombre y agarrando su aun dura polla, brillante de flujos, la dirigió de nuevo hasta su coño. Cuando notó como esta se clavaba, penetrándola como una lanza perforaría la carne de un animal, la mujer emitió un agónico chillido. Más que una persona deseosa de sexo, parecía una bestia desatada. Y como si estuviera poseída por una entidad demoniaca, inició sus movimientos.

Toda la polla fluía por aquel canal de flujos que era el coño de la chica. Diego era incapaz de poder creer lo que veía. La mujer sueca de origen español se había convertido en una desatada Valquiria que lo cabalgaba con beligerancia. Su cuerpo entero botaba sobre él. Sus pechos se movían de arriba abajo en un perfecto movimiento sincronizado con cada bote. Las uñas de ella se clavaban en su pecho.

—Mer! Mer! —gritaba con desesperación.

Se preguntaba con qué clase de mujer se había topado. Le estaba empezando a dar incluso miedo, pero a estas alturas, le daba lo mismo. La agarró con fuerza de las caderas, acompañando sus movimientos con breves acometidas por su parte, haciendo que su pene se enterrase más dentro de ella. Siguió meneándose, hasta que la chica tuvo otro buen orgasmo. Pudo contemplar con todo lujo como todo su cuerpo colapsó, temblando y dejando caer su cabeza, la cual quedó oculta bajo aquella melena oscura. Mientras las ultimas contracciones de su vagina finalizaban, ella se quedó allí parada, como si se hubiera quedado congelada para siempre. Iba Diego a decir si estaba bien cuando de repente, se quitó de encima de él.

Boquiabierto, vio como Verónica se ponía a cuatro patas sobre el sofá, obsequiándole con otra magnífica visión de ese esplendido y redondo culo. Ella se giró, moviendo su larga melena en un rápido aspaviento. Sus ojos se clavaron con ansia en los suyos. No había que decir nada, pues sabían que iba a venir ahora. Con su miembro aún más erecto que antes, el hombre se incorporó para colocarse detrás de ella. Sin dudarlo, la agarró con firmeza de la cintura, haciendo que emitiese un escandaloso alarido y sin pensárselo, clavó la polla en el ardiente coño. Un fuerte grito salió expulsado de ambas bocas al mismo tiempo.

Comenzó a moverse con ritmo, iniciando una fuerte serie de penetraciones, cada vez más profundas. El cuerpo de la chica se contorsionaba, apretando su culito contra el duro pene del hombre, haciendo que las acometidas fueran mayores. Él se meneaba con toda la destreza de la que disponía, intentado aguantar lo máximo pese a que ya las fuerzas comenzaban a abandonarle. No le quedaba más remedio que aguantar lo que pudiese, pero desconocía si sería capaz de lograrlo.

—Ge mig hårdare! —profirió Verónica entre aullidos de loba desbocada.

Siguió empujando con fuerza, ansiando poder llevarla a la cumbre del placer. Pero era incapaz. Empezó a sentir espasmos en su propia polla, clara señal de que estaba a punto de alcanzar su propio cenit. Empujó varias veces más, aunque ya fue inútil. Diego no pudo resistirse.

—¡Me corro! —gritó con fuerza.

El semen salió disparado e inundó todo el interior de Verónica en copiosas riadas. Al mismo tiempo, ella también se corrió, convulsionando todo su cuerpo ante el gran placer obtenido, al tiempo que la cálida inundación le añadía más intensidad.

Diego se despegó de ella, dejándose caer hacia atrás. Sentía su mente nublada, ida, como si su yo interior hubiera decidido irse de excursión y no hubiera dejado a nadie al cargo de su cuerpo. Desplomado, pudo también contemplar el increíble trasero de Verónica. Entre la raja de sus nalgas, veía como de su coñito se derramaba el pringoso semen con el que la había inundado. No podía creerse que se la hubiera tirado. Era algo imposible.

Haciendo acopio de sus escasas fuerzas, se levantó para acabar desplomado sobre la chica. La envolvió con sus brazos y llevó su cara a su sedoso pelo, donde se perdió. Luego ella, giró su cabeza y le recibió con una cálida sonrisa. Se besaron, muy contentos con todo lo que había pasado.

Tras el intenso encuentro, se limpiaron un poco y se vistieron. Pasaron lo que quedaba de tarde abrazados, hablando sobre cómo era vivir en cada país y dándose besitos. Diego se dio cuenta que Verónica tenía dos lados bien ocultos, una chica cariñosa y juguetona y otra más desatada y salvaje. Era algo sorprendente, pero lo mejor, era que le gustaban ambas.

Al cabo de las horas, casi anocheciendo, apareció la grúa. El tipo parecía tener cara de pocos amigos, aunque esta cambio ipso facto al ver a Verónica. Esto no agradó precisamente a Diego, más cuando notó las poco decorosas miradas que el hombre le echaba a la chica. Estuvieron hablando un poco y luego, ella le entregó vario billetes. Por lo visto, aquel señor era de los que debías de pagar por adelantado. Tras ver esto, vio como Verónica se dirigía de vuelta hacia él.

—Gracias por todo —le dijo nada más ponerse frente al chico—. Sin ti, todo esto habría sido un bendito desastre.

—De nuevo, te digo…

No llegó a terminar la frase, pues acto seguido, Verónica le plantó un buen beso en su boca. Su lengua, tan traviesa como caliente, se introdujo en él, paladeando cada centímetro de su cavidad bucal. Cuando por fin se despegaron, ella le mordió el labio inferior con lascivia.

—Y gracias por el polvo. —Un brillo especial emanaba de su mirada al decir esto— Ha sido genial.

Inició su marcha para montar en el vehículo que iba a remolcar el coche. El conductor de este miraba alucinado la escena, incapaz de creer lo que acababa de presenciar. Diego le devolvió la mirada hinchado de orgullo. No era para menos. En ese mismo instante, Verónica le volvió a hablar.

—Por cierto, te he dejado una sorpresita en tu móvil.

Se extrañó al escuchar esto. Vio como ella montaba en el asiento de copiloto de la grúa y luego, como esta se ponía en marcha, alejándose de su hogar. Y con esta, se marchaba la fogosa extranjera.

Entró en casa mientras el ruido del cochambroso motor de la grúa aun resonaba en su cabeza. Aun se acordaba de lo que acababa de decirle. De que tenía una sorpresa dejada en su móvil, así que lo cogió, preguntándose que sería. Navegó por la pantalla, buscando alguna foto o video, pero no halló ninguno. Pensó en algún mensaje. Nada. Empezó a creer que aquello solo era más que una pequeña forma de consolarlo mientras ella se iba. De hecho, solo habían pasado unos minutos desde que lo dejase y ya la echaba de menos. Decidió, ya por pura desidia, mirar en su lista de contactos. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio su número de teléfono allí apuntado. En la sección de V, donde no tenía a nadie. Desesperado, decidió llamarla.

—No sé por qué, supuse que esta era la sorpresa al final —dijo nada más lo cogió Verónica.

La chica se echó a reír.

—Te noté muy necesitado nada más me recibiste —le dijo ella picarona.

Oír de nuevo su voz le hizo recuperar el ánimo. Y algo más.

—¿Cuánto tiempo piensas quedarte? —preguntó esperanzado.

—Eso depende —le contestó la española asuecada—. ¿Hasta dónde piensas llegar tú?

¿Que hasta dónde? Diego no lo tenía aun del todo pensado. Nunca antes había planeado nada parecido, nunca algo como una relación. Pero estaba claro. Esta vez iba a por todas, sin importarle mirar atrás. Aunque fuera con una extranjera que no lo era tanto.


Ya que has llegado hasta aquí, me gustaría pedirte algo. No una rosa o dinero (aunque si de esto ultimo te sobra un poquito, no me vendría mal), tampoco un beso o tu número de teléfono. Lo unico que solicito de ti, querido lector, es un comentario. No hay mayor alegría para un escritor que descubrir si el relato que ha escrito le ha gustado a sus lectores, asi que escribe uno. Es gratis, no perjudica a la salud y le darás una alegría a este menda. Un saludo, un fuerte abrazo y mis mas sinceras gracias por llegar hasta aquí. Nos vemos en la siguiente historia.

Lord Tyrannus.