La extorsión (4)
Nuestra protagonista se enfrenta a un sobrino que siempre la deseò. Ella le provoca y debe pagar las consecuencias pues el muchacho la viola.
Autor: Salvador
Dirección: demadariaga@hotmail.com
La extorsión ( 4 )
La violación
Diez años deseando poseer a una mujer parece una exageración, y más aún si ese lapso de tiempo abarca desde mis once años hasta ahora, que ya cumplí los veintiuno. Pero hoy todos esos años me parecen un esfuerzo necesario y bien empleado, ya que muy pronto ella finalmente será mía. No tengo duda alguna al respecto. Mi tía Verónica hoy me conocerá como hombre, un hombre que le hará sentir toda una mujer.
Sentada frente a mí, sus piernas se cruzan y entrecruzan cada cierto tiempo, regalándome el increíble espectáculo de sus piernas redondeadas, de piel alba, rematadas en unos muslos de ensueño. Y al final de estos, la fugaz visión de su calzón blanco ocultando ese paquete que espero poder hacer mío.
Hola, Carlos. ¿Está mi hermana?
No, tía, pero vuelve más tarde. ¿Quieres esperarla?
Instalados en el living, le ofrecí bebida y ella se acomodó en el sillón frente a mí, de donde empezó a regalarme el exquisito espectáculo de sus piernas mientras conversábamos de la familia.
Yo la escuchaba y pensaba en la juventud que pasé deseándola siempre, diez años que solamente me brindaron dos oportunidades de sentirla cerca de mí. Recuerdo bien la vez primera, cuando vino a visitarnos y se quedó a alojar varios días en nuestra casa. Yo contaba con apenas once años pero mi imaginación ya se había desviado por los vericuetos del sexo, así que dediqué esos días a acecharla permanentemente. Ella no se percató de mi acoso que me tenía permanentemente pendiente de vislumbrar algún retazo de su intimidad entre sus piernas o al contraluz. Cualquier cosa alimentaba mi morbo y me permitía tener un motivo para masturbarme pensando en mi hermosa tía, a la que le regalé una pajas inolvidables en las noches, en mi dormitorio.
Es que Verónica siempre ha sido una bella mujer, con una figura exquisita, en que el rasgo más sobresaliente es su culo prominente, que llama siempre la atención de los hombres y, en la época a que me refiero, me tenía loco de deseo pues eran pocas las mujeres cuyos culos podía apreciar.
Recuerdo una noche de locura en que entré su pieza y me solacé con el espectáculo de su cuerpo cubierto a medias por las sábanas, en la penumbra de la noche veraniega solamente iluminada por la luna cuyos rayos entraban por la ventana. No pude resistirme y metí mi mano entre las sábanas y empecé a recorrer sus piernas con suavidad, acariciándola como si fuera una diosa. Fue una sensación increíble, que nunca pude olvidar: su suave piel entre mis dedos, imaginando sus formas baja la sábana. En un momento determinado, cuando mi mano estaba a la altura de su hermosa cosita, ella se revolvió en la cama y yo salí disparado de su cuarto, huyendo ante el posible escándalo que se pudiera armar si era sorprendido con las manos en la masa, lo cual correspondía exactamente a la realidad, aunque la masa eran las bellas piernas de mi deseada tía Verónica.
Nunca supe si ella se percató de mi incursión nocturna pues nunca demostró nada ni cambió su actitud respecto de mi persona, aunque debo confesar que la empecé a sentir más lejana en su trato conmigo, pero no podría decir si era así o si todo era producto de mi imaginación y la culpabilidad por lo que había hecho.
Pasaron casi diez años de ese hecho, tiempo en el que nos veíamos esporádicamente, cuando ella venía a visitarnos. Y siempre la veía tan hermosa y deseable como cuando acaricié su cuerpo baja las sábanas, en la oscuridad de una noche en que mi fantasía erótica por mi tía había alcanzado límites insospechados. Es más, me daba la impresión que los años la ponían más linda aún. Y no creo equivocarme pues mi tía estaba en la edad en que la mujer desarrolla plenamente su belleza y, por qué no decirlo, sus atributos sensuales, que en ella eran particularmente atrayentes. Después de cada visita suya yo quedaba como renovado en mi afán por tener su cuerpo y mis pajas en su honor eran más exquisitas aún. Era como si sus visitas fueran un alimento para mi deseo por ella, el que aumentaba más y más.
Yo había cumplido veinte años, hacía un año de esto, cuando salimos en la camioneta de la familia y me tocó ir sentado al lado de mi tía todo el viaje, el que aproveché convenientemente, como es lógico suponer. Mi mano de casualidad se posó en su pierna y con el movimiento del vehículo rozaba su piel de la manera más casual que me era posible. Pero creo que mis movimientos no le pasaron desapercibidos pues en un momento en que mis caricias eran más que evidentes ella se revolvió en el asiento y buscó reacomodarse, lo que fue peor para ella y mejor para mis propósitos, pues no pudo dejar de sentir mi instrumento completamente erecto contra su piel. Rápidamente cambió de posición de manera de no seguir sintiendo la dureza de mi verga contra su pierna, cerca de sus muslos, pero yo estaba feliz pues sabía que mi deseada tía tenía una idea aproximada de las condiciones de su sobrino, el que se había convertido en todo un hombre. Y no creo que le haya disgustado, pues las dimensiones de mi instrumento son respetables y a una mujer hecha y derecha como ella no podría haberlo disgustado sentirse deseada por un hombre con tales atributos, quince años menor. Algo en su mirada, cuando nos despedimos, me dijo que no estaba equivocado y que algo había sembrado en ella. Después de tantos años había logrado que el objeto de mis eternos deseos hiciera contacto conmigo, aunque fuera en una mirada que podría no haber significado nada, pero que a mi me significaba un mundo de posibilidades. Para mí eso era suficiente, por el momento.
Y hoy la casualidad la había traído a la casa, donde estábamos los dos a solas, con un par de horas por delante antes de que volviera mi madre. Y ella mostrándome sus piernas con coquetería, como diciéndome que esa mirada cuando nos despedimos hace un año sí tenía un mensaje y que ese mensaje era que me había visto como un hombre, uno que no le era indiferente.
Bueno, probablemente todo era imaginación mía, pero la idea me encantaba y me gustaba de jugar con esa idea.
La ausencia de Dante, mi amante de la Universidad, me había dejado en un estado de abstinencia que me era difícil soportar. Es que ese muchacho me tuvo completamente ocupada todo el tiempo que estuvimos haciendo el amor. Fueron meses increíbles, en que aprendí cosas que nunca creí llegar a aprender en materia amorosa, descubriéndome como una completa puta. Me hizo comprender que tenía dos mujeres en mí, luchando por salir. Una, la formal, era la que todo el mundo conocía, pero la otra, la puta, se había liberado en brazos de Dante y había vivido el sexo a plenitud, sin trabas.
La mujer formal era la que mostraba a todos, habiendo relegado a la puta e un rincón de mi ser después de la partida de Dante. Rincón de donde luchaba por salir, pero no había nadie que la alentara a hacerlo, excepto la presencia casual de mi sobrino, que siempre me había deseado y que mostraba haberse convertido en todo un hombre, de la misma edad de Dante y con condiciones que parecían muy promisorias, a juzgar por el roce furtivo que tuvo contra mi pierna hacía un año.
Y ahora, después de varios meses sin sexo se me presentaba la posibilidad de ponerme al día con mi sobrino, al que recordaba como un muchacho que siempre anduvo rondándome, intentando darse gusto con mis partes íntimas, desde que tenía once años. Nunca le di mayor importancia, incluso algunas veces alenté su acoso infantil, que consideraba casi inocente, hasta el año pasado, cuando viajamos juntos en una camioneta y tuve oportunidad de sentir su virilidad pegada a mi piel
El muchacho era ahora todo un hombre, dispuesto a todo por acostarse conmigo, idea que no me desagradaba en absoluto, por lo que decidí enviarle mensajes, para ver qué sucedía.
La puta en mí estaba despertando de su letargo.
Mi tía parecía muy a gusto en el sillón, con sus piernas que se cruzaban y descruzaban cada cierto tiempo, permitiéndome el exquisito espectáculo de la piel de sus muslos y, al final de estos, el blanco de un calzoncito que ocultaba apenas el bulto objeto de mi deseo. Pero ella parecía ajena a todo esto mientras charlábamos de mis estudios. No me di cuenta cómo pero la conversación se hizo más personal, lo que terminó siendo la perdición de mi tía.
Carlos, dime, ¿cómo te va en los estudios?
Más o menos nomás, tía
Tal vez no te dedicas lo suficiente a estudiar
Si, en parte. Es que hay tanta distracción
Claro, las compañeras de universidad supongo
Si. Y uno que es débil. . .
Más bien diría goloso
Cierto, goloso
Estoy segura de ello
¿Por qué estás tan segura, tía?
Por las miradas que das a mis piernas, pues
¿Te molesta?
¿A qué mujer podría disgustarle que le admiren las piernas?
Bueno, es que las tuyas son especialmente exquisitas
No creo que tanto, pero. . .
¿Pero qué?
Es que estoy recordando
¿Qué cosa, tiíta?
Una excursión nocturna
Por favor, tía. Era un bebé entonces
Un bebé muy atrevido debo decirte
Tienes razón, pero valía la pena hacer el loco por el placer de tocar tus piernas.
¿Y lo de la camioneta el año pasado?
Tiíta, compréndeme. Ya ahora era hombre y no soy de acero, pues. Además. . .
¿Además qué?
Era evidente pues que siempre te he deseado
¡Por favor!
Pero si es cierto. ¿O no te diste nunca cuenta?
Tienes razón, recuerdo que siempre me andabas rondando
¿No ves? Pero nunca me diste la posibilidad de verte las piernas
Bueno, no era cosa de andar abriéndolas en todas partes, ¿no?
Cierto, pero ahora parece un momento adecuado, ¿no crees?
¿Crees tú?
Mientras me decía esto, mi tía dejó sus piernas semi abiertas, en una evidente muestra de que le gustaba ver el efecto que producía en mí. Mi deseada tía estaba regalándome el espectáculo de sus piernas a medio abrir. Y a propósito, para excitarme, eso era evidente. No podía creer mi fortuna: mi tía finalmente me estaba dando la posibilidad de tenerla, de hacer realidad mis sueños de diez años.
Lo tengo enloquecido, no cabe duda. Pobre muchacho, pareciera que nunca le habían dado algo como lo que le estoy ofreciendo, pero eso no es posible, pues sé de sus conquistas y de la experiencia que tiene con el sexo femenino. Pero me agradaba esa manera que tiene de mirarme, como si yo fuera lo máximo para él.
Claro que lleva diez años deseándome, eso explicaría el estado de excitación en que lo tengo con mis piernas a medio abrir.
¿Y si le doy a mostrar algo más? ¿Cómo reaccionaría?
Lentamente, ella abrió un poco más sus piernas, dejando a la vista gran parte de sus muslos y de su calzón, en el que se notaba el paquete que ocultaba. No fue mucho, pero lo suficiente para que me hiciera perder la cordura.
Un poco más, tiíta. Un poquito más
Un poquito más ¿qué, Carlos?
Abre un poquito más tu piernas, por favor.
Ella hizo como que iba a abrir más sus piernas, pero un pensamiento nubló su mirada y después de una pausa prolongada, las cerró decididamente, dando por terminado el increíble momento que estábamos viviendo. Fue como despertar de un sueño largamente acariciado.
¿Qué estoy haciendo? ¿Cómo es posible que esté dándole este espectáculo a mi propio sobrino? Soy una puta, una perdida. No tengo perdón.
Claro que me gusta lo que hago, calentándolo, pero es mi sobrino. Estoy caliente, necesito un hombre y él parece adecuado, pero es el hijo de mi hermana. No, no puede ser. Me siento sucia al actuar como una cualquiera delante de mi sobrino.
Es mejor terminar con esta situación de la que yo soy la única culpable con mi tonta manera de insinuarme a Carlos. Mejor dejemos las cosas hasta aquí. No puede ser.
Pareció que algún pensamiento o recuerdo la remeció, pues su rostro cambió y su actitud pasó de la complacencia a la completa seriedad. Y de un segundo a otro mi tía insinuante, dispuesta a mostrarme sus partes íntimas, cambió radicalmente, cerrando sus piernas y cerrándose ella misma a todo tipo de insinuaciones.
¿Cómo se te ocurre, Carlos?
Pero tiíta
Mejor me voy
Se levantó con la intención de irse, pero yo me interpuse entre la puerta y ella, abrazándola. Intentó zafarse, pero a esas alturas yo no respondía más que al llamado del deseo que cubría todo mi cuerpo con un sudor ardiente y un temblor incontrolable, producto de la excitación que mi tía me había provocado con sus piernas a medio abrir.
La besé con desesperación y mis manos febriles tocaban sus pechos, los amasaban, en tanto ella intentaba hacerme a un lado para salir, pero sus esfuerzos eran vanos, ya que yo era más fuerte. Bajé una de mis manos hasta el final de su falda y empecé a recorrer sus piernas por debajo de esta, hasta alcanzar sus muslos y ese paquete que me tenía enloquecido de deseo. Lo apreté mientras mis labios apretaban los suyos y mi cuerpo se apegaba a ella, que intentaba inútilmente deshacerse de mí.
Mis fuerzas me abandonan al compás de sus besos y caricias sobre mis pechos. Siento su mano recorrer mis piernas, llegar a mis muslos y apoderarse de mi paquete, cubierto solamente por mi calzón. Esto es más fuerte que yo. La puta está saliendo a luz nuevamente, deseando entregarse totalmente a las delicias del sexo.
Pero, al igual que con Dante y Héctor, será mejor que no demuestre lo que siento y viva este momento en silencio, sin participarle a Carlos lo rico que es sentirlo como hombre. Gozaré en secreto, como la vez anterior, volveré a sentir la exquisita sensación de gozar sin abrir la boca, guardándome las sensaciones solamente para mí, sin participarla, para que Carlos se sienta violador y yo violada.
De solo pensarlo ya empiezo a humedecerme.
La fui empujando poco a poco sobre el sofá, donde finalmente cayó delicadamente. No era cosa de ser tan bruto con ella considerando que mi fuerza era muy superior a la suya.
Abrí sus piernas y metí mi cabeza, dándole una mamada sobre su calzón, que apretaba con mis labios. La presión fue grande para ella, que empezó a sentir una profunda calidez que la invadía. Una calidez que ella bien sabía que era calentura. Y no podía ser menos, ya que Verónica es una mujer aún joven y que responde a los estímulos sexuales como toda persona joven. No lo iba a demostrar, estoy seguro, pero como toda hembra en la plenitud de su vigor sexual, no podía estar inmune a la mamada que le estaba dando a su paquete.
Saqué mi rostro de entre sus piernas para evitarle el bochorno de tener que tener un orgasmo a la fuerza y me dediqué a sacarle el calzón, para dejarla lista para la penetración. Ella estaba conciente de lo que venía, pero no dijo nada, solamente se limitó a cerrar los ojos, esperando lo inevitable. ¿Qué otra cosa podría hacer para no salir lastimada? Sabía que nada podía hacer, que era inútil oponerse pues nada ganaría. Por eso optó por tomar una actitud pasiva, esperando que todo terminara pronto. Así no saldría lastimada como sucedería si la violación se hacía a la fuerza.
Su mamada fue algo extraordinario, algo a lo que me fue muy difícil resistirme, por lo que en un momento creí que le regalaría un orgasmo a mi sobrino, pero, afortunadamente para mí, el la interrumpió para sacarme el calzón. Era evidente lo que pretendía. Ahora me haría suya. Finalmente tendría otra verga dentro mío, después de tantos meses de abstinencia. Casi no podía esperar a que ello sucediera.
Cerré los ojos, para darle a entender que mi actitud sería pasiva ante lo inevitable, pero muy dentro de mí me preparaba a recibir ese visitante que intuía de proporciones y lleno de vitalidad, lo que me excitaba. Esperaba que su herramienta fuera tan potente como la de Dante, que tanto me hizo gozar mientras estuvimos juntos.
Esperé ansiosa la penetración.
Bajé mi pantalón y dejé en libertad mi verga, que estaba completamente dispuesta para el trabajo. La puse a la entrada de la vulva de mi tía y empujé con cierta brusquedad, hasta que la mitad se alojó en el suave y húmedo túnel de Verónica. Ella seguía con sus ojos cerrados ante lo inevitable.
Empecé a empujar dentro de mi tía, que seguía sin decir nada mientras mi barra de carne entraba y salía de su interior. El movimiento que le imprimía a mi cuerpo con cada metida y sacada hacía que el cuerpo de ella también se moviera, pero Verónica seguía en silencio, con sus ojos cerrados y los puños apretados a un costado, aguantando la violación a la que la tenía sometida.
Entre las nubes de la pasión que ofuscaban mi mente, tenía claro que la actitud de ella había contribuido a que llegáramos a esta situación, con ese espectáculo que me regaló el mostrarme tan generosamente sus piernas, sus muslos, su paquete.
¿No te gustó calentarme? Ahora aguántate
Tu calentaste el agua, ahora debes tomarte el mate, Verónica.
Agarrado a sus senos y besándola con pasión, seguía acercando y alejando mi cuerpo del suyo mientras mi verga se metía y salía de su vagina, en tanto mi tía continuaba con sus ojos cerrados y los puños apretados, sin decir nada. Aguantándome.
Finalmente le regalé un chorro de semen, que inundó completamente su vulva, mientras me desplomaba sobre ella, exhausto por el esfuerzo desplegado.
¡Qué rico! Mi sobrino es tan potente como Dante y su instrumento creo que más poderoso. Es un regalo después de tanto tiempo sin sexo de verdad. Casi no pude soportar el gritar de gusto y abrir mis piernas para regalarle mi orgasmo. Fue increíble este muchachito y su verga es de exposición, por lo gruesa, larga y aguante.
Ahora tendré que mostrarme enojada por la "violación" en contra de mi voluntad, pero no tanto como para espantarlo, ya que espero que repitamos esto para que me haga gozar en forma.
Ya dejé a salvo mi dignidad, pero la próxima vez este muchacho sabrá lo puta que es su tía en la cama. Y espero que sea lo más pronto posible.
Ya repuesto, me retiré de su lado esperando su reacción, pero, para mi sorpresa, no fue todo lo escandalosa que hubiera esperado.
Nunca te perdonaré lo que hiciste
Me dijo mientras arreglaba su ropa. Fue al baño y se limpió los rastros de mi violación. Cuando creí que me daría una filipina de proporciones, con llanto incluido, ella optó por una actitud más moderada, casi conciliadora.
No le diré nada a tu madre, solamente para no darle un disgusto
Yo guardaba silencio.
Pero lo que hiciste no tiene nombre. Es imperdonable
Y se retiró a la pieza de los huéspedes, a esperar a mi madre.
Yo me retiré confundido y lleno de temor a mi pieza, a la espera de los acontecimientos, aunque ella me hubiera dicho que no diría nada. Es que no me sentía tranquilo con su reacción, ya que lo lógico parecía que se retirara de inmediato de la casa, pero en lugar de ello prefirió quedarse y esperar a mi madre.
¿Para qué?
Mi madre llegó una hora después y mi tía salió a recibirla, mientras yo me mantuve refugiado en mi pieza a la espera del desarrollo de los acontecimientos. Desde mi pieza me llegaban rumores apagados de su conversación, pero el nivel de la misma daba a entender que nada grave se estaban diciendo. Es más, incluso me pareció escuchar una risa en un momento. Claro que podría ser mi imaginación y las hermanas podrían estar conversando acerca del "numerito" que me había mandado esa tarde con mi tía.
Después de un par de horas sentí la voz de mi madre llamándome a cenar. Por su tono natural comprendí que mi tía no me había delatado.
Bajé y cené con ellas, sin atreverme a mirar a mi tía Verónica a los ojos, pero sentí su mirada posada en mi en varias oportunidades. Estaba completamente confundido.
Verónica, quédate en la pieza de huéspedes esta noche y te vas mañana, ¿ya?
Pero tendré que levantarme temprano para irme contigo.
No es necesario. Puedes levantarte después que me vaya, cierras la casa y listo.
Estupendo.
Ese diálogo me descolocó completamente. ¿Mi tía se quedaría en casa, después de lo sucedido? ¿Por qué no se fue de casa, como era lo lógico?
Carlos, me despido ahora por si no te veo mañana.
Me dijo mientras me besaba en la mejilla, cerca de mi boca según me pareció a mí, lo que me dejó desconcertado.
¿No será que mi tía. . .?
Lleno de confusiones me fui a acostar, pero no pude conciliar el sueño por lo sucedido durante la cena, por el beso de despedida y por el hecho de que mi tía estaba acostada en la pieza contigua a la mía. Y ambas alejadas de la pieza de mi madre.
Y estaba seguro que mi tía estaba pensando en lo sucedido entre los dos esa tarde.