La exquisita faldita de colegiala
La pareja da rienda suelta a sus pasiones secretas en la cabaña de la playa, usando una exquisita falda de colegiala como estímulo erótico.
Te vi dar el último espasmo de placer y sentí escurrir tu leche espesa dentro de mi recto, inundando mi cuerpo con toda tu verga metida en él. Me miraste y dejaste caer tu cabeza sobre la almohada para cerrar los ojos, disfrutando el gozo de haberme sentido de nuevo. Después de una eyaculación el glande del pene queda hipersensible, de modo que no me moví más y sólo dejé tu falo dentro de mí notando poco a poco cómo iba perdiendo sus dimensiones, hasta que tu erección se debilitó lo suficiente para sacármelo chorreando semen.
Había sido otra noche más de lujuria y pasión descontroladas. Aparté mis ancas de tu pelvis y me recosté a tu lado. Lo hicimos desnudos en la habitación de la cabaña, a la luz de una débil lámpara de velador.
Me dediqué a escuchar los sonidos que ofrecía el exterior: los insectos zumbaban entre los matorrales y la luz de la luna entraba imponente por la ventana. Te quedaste dormido.
Saqué mi juguete y lo cubrí con un preservativo para seguir dándome placer. Estaba hambriento de más y más sexo, pero quería dejarte descansar un poco. Quizás así luego te despertaras y siguieras dándome más, gozando mi cuerpo tramo a tramo, llenándome de ti.
Tendido boca arriba a tu lado, comencé a ejercer presión con mi juguetito en la entrada de mi recto y se abrió cortésmente para recibirlo. Lo introduje hasta la mitad, cerrando los ojos cachondamente… luego otro poco resoplando. Creo que me escuchaste, pero seguiste durmiendo. Había sido una jornada maratónica de sexo prohibido y estabas cansado.
Terminé de meterlo completamente en mi culo y me senté sobre un cojín para sentirlo dentro. Apoyando mis manos sobre la cama, empecé a moverme, primero en círculos, luego de arriba abajo, metiéndomelo despacio y controlando la profundidad. Disfrutando su grosor y longitud a destajo. Te despertaste y me viste haciendo mi trabajo y te excitó verme.
Me recosté sobre la cama de nuevo y fuiste tú el que comenzaste a hacer lo tuyo con el dildo, metiéndomelo y sacándomelo entero, mientras yo masturbaba mi pene lentamente, adivinando el orgasmo e interrumpiendo a tiempo los movimientos para prolongar el placer. De reojo noté cómo tu pene había vuelto a crecer y esperé a que decidieras penetrarme de nuevo.
De pronto me salí y me miraste extrañado. Fui a buscar la faldita de colegiala. Para mí era un fetiche demasiado erótico, algo que me volvía loco y me encendía en pasiones descontroladas cuando me la ponía. Me imaginaba siendo una estudiante virgen que se entregaba por primera vez al placer de sentir una verga tiesa metida en su cuerpo. Me puse la falda, mientras me veías y me acerqué hasta tu cuerpo bañado en sudor. Pedí que me la metieras de nuevo, que me llenaras de ti otra vez.
Mi ano estaba dilatado de tanto trabajo esa noche. Te recibí en cuatro patas por detrás con infinito placer y gusto. Levantaste mi falda y me enterraste tu arma sin dificultades. Lo hiciste despacio y rico. Te movías con ritmo cadencioso, mientras yo gemía de gusto, dejándome hacer. Si nos vieran ¿qué pensarían de nosotros? Tu mujer no se imaginaba la clase de aventuras que vivías en lo secreto conmigo. Eso más me excitaba cuando lo pensaba: sentir la adrenalina de cada encuentro prohibido en la cabaña.
Con tus palmas me agarraste las nalgas a manos llenas, mientras empujabas tu falo hacia delante y lo volvías a sacar casi por completo. El lubricante había hecho lo suyo y la penetración era fácil y placentera. Dejé de apoyarme en mis manos y bajé el pecho hasta que mi cara se apoyó en una almohada, ofreciéndote todo mi trasero en su esplendor y recibiendo tus embestidas con gemidos ahogados en la almohada. La mordía de placer. Aumentaste la velocidad poco a poco, metiéndola y sacándola una y otra vez.
Después de algunos minutos, te tendiste sobre la cama y entendí la instrucción para irme sobre ti de nuevo. Con la faldita de colegiala puesta, me tomaste de la cintura y me hiciste bajar. Me lo metiste entero, hasta el fondo. Comencé a moverme hacia adelante y hacia atrás, con mis manos en tu pecho mirándote furiosamente, mientras levantabas tu pelvis para facilitar la penetración. Me detuve y lo dejé todo dentro, disfrutando sus dimensiones. Me tomaste las nalgas a manos llenas, bajo la faldita de colegiala. ¡Cómo me gustaba eso! Nunca me imaginé hacer realidad ese sueño loco que fraguaba cada noche, excitado a más no poder en la soledad de mi cuarto. Ahora lo estaba concretando contigo, con alguien que decidí conocer después de tantos intentos frustrados por tirarme a un hombre. Fue ese primer correo electrónico el que me llevó a buscarte y a ofrecerte mi culo sediento. Al principio tuve miedo, pero ahora era distinto. Estábamos tan acostumbrados que simplemente nos veíamos y, con la seguridad de que nadie nos espiaba, volvíamos a la carga otra vez.
Cabalgué sobre ti con todo tu falo metido en mi alma. Aumenté la velocidad de mis movimientos, aunque el cansancio ya hacía estragos sobre nuestros cuerpos, pero queríamos una más, quería volver a sentir tu leche espesa llenando mi ser, tu cuerpo retorciéndose con el orgasmo… Sentí que te venías, que ya explotabas dentro de mí, que no resistías más y que querías echar fuera esa poca esperma que te iba quedando. Comenzaste a gemir desesperadamente y abriste los ojos. Dejé entrar y salir entero todo tu espolón de proa, tu espada de samurai, tu boa constrictor en mi culo hasta que volviste a eyacular con tus manos agarrando mis nalgas. Me vi la faldita de colegiala puesta y me sentí a gusto recibiendo tu esperma por última vez aquella noche y me regocijé en la idea de haber cumplido mi deseo, mi sueño dorado, mi más prohibido sentimiento. Junto a ti por algunas horas, podía sentirme como una colegiala ninfómana y disfrutar tu pene sin reparos y luego volver a la normalidad de la vida cotidiana, sin dejar sospechas. Nadie sabría que por las noches, un hombre me hacía volver al colegio y me enseñaba a vivir mi plenitud sexual como una niña que abre los ojos a la vida, para conocer sus más pervertidas facetas. Dejé la prenda a los pies de la cama y le eché el último vistazo antes de caer otra vez en el ensueño…