La exposición

Frente a todos sus colegas, Sergio planea exponer su proyecto, pero terminará exponiendo sus nalgas, y algo más.

LA EXPOSICION

La pequeña, pero pulcra oficina de Sergio estaba atestada de libros y gruesos legajos. Años de investigación, rutinaria para algunos, pero indudablemente apasionante para él, se resumían en aquellas hojas llenas de números, datos, estadísticas, que apenas él y sus compañeros de investigación podrían encontrar interesantes.

Respetado en su profesión, de carácter serio e incluso podría pensarse tímido, nadie podía imaginar que bajo aquellas ropas conservadoras y aquellos gestos siempre medidos y propios, se escondía un hombre apasionado e imaginativo, dispuesto a probar en la intimidad mucho más de lo que la gente podía suponer.

Como hombre divorciado, reconocía que su matrimonio había funcionado bien durante una buena etapa de su vida, pero cuando las cosas dejaron de funcionar y de hacer lo humanamente posible para solucionarlo, retornó a la soltería con cierta renuencia, pero decidido a sacarle a la vida lo mejor que se pudiera. Hubo algunos discretos romances con chicas que no dejaron ninguna huella, hasta que se cruzó en su camino un joven que logró alterar su estructurada vida. El romance con el muchacho duró cerca de un año, y le enseñó a Sergio que había muchas cosas que aún ignoraba en el sexo, y fiel a su naturaleza, decidió explorar a fondo su recién descubierta bisexualidad, aunque claro está, cuidándose mucho de ser descubierto.

En qué piensas? – preguntó Ramiro irrumpiendo en la oficina como un vendaval, como era su costumbre.

En la exposición – contestó Sergio de forma automática a su compañero de trabajo.

Ya, cabrón, deja de preocuparte – dijo el otro – todo va a salir bien.

Eso dices tú – contestó Sergio a la defensiva – porque no vas a estar frente a todo el mundo, tratando de venderles el proyecto.

No chingues – contestó Ramiro con su habitual chabacanería – si hay un cabrón que sepa todo sobre el proyecto eres tú, así que déjate de mamadas.

Odio hablar en público – se quejó Sergio – me paraliza.

Y a mi se me paraliza éste – dijo Ramiro agarrándose la entrepierna, con sus acostumbradas bromas de doble sentido.

Sergio prefirió cambiar de tema. Tal vez Ramiro no se daba cuenta, pero a Sergio le costaba apartar la mirada de su colega y compañero de trabajo. Era tremendamente atractivo, con aquellas piernas largas y esa mandíbula cuadrada, siempre sombreada por más que la afeitara. No había forma de dejar de imaginar su esbelto y bien formado cuerpo, visiblemente velludo, debajo de sus ropas. Y para complicarlo todo, siempre hacía alarde de su hombría, presumiendo estar muy bien dotado, tal cómo hacía ahora, marcando el paquete de su entrepierna entre las manos, mientras se doblaba de risa al ver el desconcierto de su amigo.

Mira – dijo conciliatorio abrazando a Sergio – si de algo sirve, te recuerdo que yo también estaré presente en la exposición, y te daré todo mi apoyo.

Gracias – dijo Sergio.

Y si no me crees, siente cómo te lo apoyo – completó Ramiro pegando sus ingles al trasero de Sergio, dejándole sentir el suave pero prominente bulto bajo su bragueta.

Pinche Ramiro! – se quejó Sergio fingiendo un asco que estaba lejos de sentir – ya lárgate de aquí.

Ramiro abandonó la oficina burlándose de su amigo, y Sergio se quedó con una potente erección que afortunadamente Ramiro no alcanzó a notar. Esa misma tarde organizó una de sus secretas sesiones de sexo y tras liberar toda la tensión acumulada se sintió culpable, pero muchísimo más tranquilo, ocupándose únicamente de la exposición, para la cual sólo faltaban dos días.

Trabajó en todos los detalles, incluyendo no sólo el material que iba a exponer sino el salón, el proyector y los aperitivos. Finalmente el temido día llegó y pulcramente vestido, dio la bienvenida a la media docena de importantes invitados, académicos, investigadores, inversionistas y a Ramiro, que fiel a su promesa ocupó un asiento en la segunda fila, detrás del Sr. Paredes, jefe de ambos.

El sudor corría por la espalda de Sergio mientras Ramiro encendía el proyector y colocaba las diapositivas en el orden acordado. El apoyo visual era determinante para la correcta exposición del tema y Sergio había trabajado duro en las láminas y fotografías. Con todo listo, Ramiro atenuó las luces y Sergio desde el atril se aclaró la garganta y comenzó la exposición.

Las cosas marchaban bien. Sergio conocía a fondo el proyecto, y tras el nerviosismo inicial se fue tranquilizando y las palabras surgían seguras de su boca. Las diapositivas eran perfectas y los rostros de los invitados denotaban su absoluto interés.

Entonces ocurrió el desastre.

El primer grupo de diapositivas se había terminado y Ramiro cambió el carrete por el segundo grupo. Una vez hecho el cambio Sergio dio la indicación de comenzar y continuó confiado su exposición. Tras un par de minutos, notó que todos los presentes abrían la boca y se removían inquietos en sus asientos. Siguiendo la dirección de sus miradas se dio la media vuelta hacia la pantalla que estaba a sus espaldas, y descubrió entonces porqué. En lugar de las fotografías esperadas, la enorme pantalla mostraba su imagen semidesnuda.

Un Sergio en calzones, de frente, ahora de lado, desde atrás, las imágenes se sucedían una tras otra, pues Ramiro, en vez de detener el aparato miraba extasiado la pantalla igual que los demás. Antes de lograr sobreponerse y reaccionar, las imágenes siguieron sucediéndose una tras otra, mostrándolo ahora completamente desnudo, de pie, de espaldas, recostado en la cama, primero boca arriba, luego boca abajo, abriendo las piernas, mostrando sus velludas nalgas a la cámara, abriéndolas sin el menor pudor para que todos los presentes miraran su ano, rosado y apretado, primero cerrado y luego abierto por sus propios dedos, que jugueteaban con su propia abertura para su total y absoluta vergüenza.

Detenlo – trató de gritarle Sergio a su amigo, pero apenas le brotó un hilo de voz y Ramiro, no hizo el menor intento por aparar el aparato.

Nadie se movía de sus asientos. Nadie le miraba a él. Todos tenían los ojos puestos en la pantalla, pues un atractivo mulato aparecía ahora en escena, con un moreno y grueso pene bailoteando en la entrepierna, y fascinados vieron al apuesto expositor metiéndoselo en la boca, chupándolo goloso como una puta, parándolo a fuerza de chupetones y lamidas, y Sergio, reaccionando finalmente llegó hasta el proyector para detener aquella monumental vergüenza.

Ramiro le tomó las manos y se las mantuvo lejos del aparato.

Pero qué haces? – le gritó Sergio escandalizado – déjame apagarlo!

Ramiro, alto y fornido lo mantuvo a raya.

Déjalo – le susurró – que no ves que todos estamos disfrutando de la exposición?

Estás loco? – reclamó Sergio entre dientes, incapaz de creer lo que escuchaba, pero ninguno de los presentes le apoyaba, por el contrario, apenas si se fijaban en sus desesperados esfuerzos por detener el proyector, porque sólo tenían ojos para ver al mulato en la pantalla, que con la gruesa verga erecta finalmente acomodaba a Sergio al filo de la cama, con las nalgas bien abiertas y el culo lubricado esperando como espera la bestia en el matadero su sacrificio.

Horrorizado, el propio Sergio recordó vívidamente ese momento, un mes atrás, y el culo se le contrajo al recordarlo. Había contratado los servicios del mulato, y había filmado toda la secuencia, para después elaborar aquellas diapositivas, por el puro placer de hacerlo, porque le excitaba verlas y mostrarlas después a sus compañeros de cama, pero jamás imaginó que serían expuestas de aquella forma y ante aquella gente.

La enorme y morena verga de la pantalla le estaba abriendo el culo finalmente. A pesar de todo, Sergio volvió a excitarse, olvidándose por un momento de que su vida íntima estaba exponiéndose tan crudamente frente a todos aquellos hombres. Ramiro, a su lado, extendió una mano y le acarició las nalgas.

De haber sabido que tenías unas nalgas tan buenas, cabrón, desde cuando te las hubiera pedido – le confesó de repente.

Sergio no contestó, pero aquellas enormes manos, tantas veces admiradas, ahora estaban en su trasero, lo mismo que la vergota de la pantalla, que ahora estaba enterrada en su dilatado ano, entrando y saliendo conforme se sucedían las fotografías. Agradeció que por lo menos fueran sólo fotografías y que no hubiera sonido, porque recordaba perfectamente los gritos de placer que habían acompañado a aquellos potentes y decididos movimientos del mulato.

Para entonces Ramiro ya no se contentaba únicamente con toquetearle las nalgas, y excitado se había abierto la bragueta. Sergio no pudo contener las ganas de mirar por fin el tantas veces soñado pene de su amigo, y constató que el guapo compañero no había exagerado para nada. Un enorme pitote duro y recto asomaba deliciosamente por la bragueta abierta de sus pantalones.

Llégale, cabrón – le dijo Ramiro empujándolo hacia abajo – dale unas cuantas chupaditas.

Por favor!, Ramiro – le recordó Sergio escandalizado – hay gente aquí.

Ramiro soltó una de sus características carcajadas.

Pero si todos los presentes ya se dieron cuenta de lo puto que eres – le recordó entre risas.

Algunos voltearon a verlos y asintieron, otros seguían pendientes de las idas y venidas de la reata del mulato, horadando su culo brutalmente abierto.

Sergio terminó de rodillas y aceptó finalmente la deseada verga de Ramiro en la boca. La sedosa cabeza hinchada le obligaba a abrir la boca completamente, y le gustó la forma dominante en que Sergio tomaba su cabeza y le obliga a recibir su grueso aparato con cada vez mayor profundidad.

Trágatela, puta – decía excitado – que yo sé que te morías de ganas por mamármela!

Su jefe, el Sr. Paredes, un tipo cercano a los 50 años, con el pelo entrecano y un estupendo físico para su edad se acercó a la pareja.

Déjamelo tantito – pidió mientras se abría la bragueta y se sacaba la verga – que yo también tengo aquí algo para él.

Ramiro se hizo a un lado dejando que Paredes tomara su lugar. La verga flácida, pero increíblemente gorda le colgaba fuera de los pantalones. Sergio abrió la boca inmediatamente y la engulló, disfrutando de la suave carne masculina, sintiendo con la lengua y con los labios como poco a poco iba ganando en dureza.

Y mientras tú tragas verga, putita – dijo Ramiro desabrochando los pantalones de Sergio – vamos a ver en vivo y en directo este par de nalgas que tan ricas se ven en la pantalla.

Algunos de los invitados se acercaron al escuchar sus palabras. Sergio fue desnudado de la cintura para abajo por las hábiles manos de Ramiro, y pronto sus blancas y velludas nalgas fueron el foco de atención.

Pero que culo más suculento – dijo un hombre rubio, delgado y con lentes, catedrático de una universidad amiga que había venido a la exposición de Sergio con el interés propio de su profesión, aunque ahora mostrara más interés en otras cosas.

Ramiro, nada envidioso, se hizo a un lado para que el rubio pudiera acercarse a mirar el admirado y expuesto trasero. El individuo se quitó los lentes y enterró el rostro entre las nalgas de Sergio, lamiendo vigorosamente su ano, haciéndolo gemir de placer, aunque sin soltar la verga de su jefe, que con mucha más consistencia le llenaba ya la boca a mas no poder.

De pronto había manos por todos lados, manos que le pellizcaban los pezones, poniéndoselos duros y sensibles, manos que le palmeaban las nalgas, que le sobaban los muslos, que le abrían las piernas o le acariciaban la espalda. La verga de Paredes dio paso a la de un robusto inversionista, que si bien no alcanzó a entender si el proyecto de Sergio le dejaría beneficios si entendió que su entrenada boca le daría un buen rato de placer. Su verga, pequeña para su complexión, era extremadamente sensible, y fue el primer chorro de leche que Sergio tragó esa tarde.

Para entonces su culo había sido mamado por más de una boca, y Ramiro reclamó ser el primero en inaugurar el de pronto asediado culo de Sergio.

Porqué tú? – reclamó el Sr. Paredes – yo tengo más jerarquía.

Y yo más verga - contestó Ramiro olvidándose de que también era su jefe – y es mi amigo, que chingados! – terminó.

Nadie reclamó entonces, y se hicieron a un lado formando un semicírculo para ser testigos de cómo Ramiro enculaba a su amigo.

La enorme verga estaba dura como roca. Sergio no podía creer lo que le estaba sucediendo, pero la gruesa cabeza entrando dolorosa y placenteramente le confirmó que mas valía creerlo. El tronco venoso y grueso le llenó el culo de sensaciones riquísimas y se abandonó al placer como siempre que terminaba en esa posición, sodomizado pero feliz. Comenzó a gemir descontrolado y todos los presentes se dieron cuenta de lo mucho que disfrutaba.

Pero si es una zorra! – dijo alguien.

Una reverenda puta! – añadió otro.

Una perra en celo, mama vergas, come reatas – dijeron otros.

Y Sergio se sintió tan excitado y caliente que nada hizo para desmentirlo. Ramiro le daba potentes embestidas y su verga entraba y salía de su cuerpo con absoluto control y placer. El rubio de los lentes tomó su boca, metiéndole el rabo hasta los huevos y no dejó su sitio hasta que se vació en su boca, llenándosela con un potente chorro de tibia leche.

Ramiro hizo lo mismo en su culo, y con el semen aún escurriendo entre sus nalgas, el Sr. Paredes ocupó su lugar, su verga, más pequeña en longitud pero más gruesa que la de Ramiro le taponeó el culo inmediatamente. Sergio se sintió desfallecer al sentir cómo el potente miembro le abría las entrañas y comenzaba a moverse entre las sensibles paredes de su culo. El conservado cincuentón resultó tener la energía de un toro, y tardó casi media hora en venirse, cosa que desesperó a los demás, pero no a Sergio, que disfrutó de todos y cada uno de los minutos.

Póngalo en la mesa – dijo otro de los invitados, un muchacho como de 28 años, el más joven de los invitados, investigador también - para cogérmelo como a mí me gusta.

Sergio fue cargado entre todos y acomodado sobre la mesa donde poco antes estaba el proyector. Ya nadie miraba la imagen de la pantalla, última de la serie, donde Sergio yacía boca abajo tras la monumental cogida del mulato, con las piernas abiertas y el culo enrojecido rebosando de semen.

Sergio, cogido hasta la saciedad vio que el muchacho se quitaba los pantalones y con la verga ya tiesa se subía también a la mesa y se acomodaba encima, frente a frente. Le miró directamente a los ojos mientras le alzaba las piernas y las recargaba sobre sus hombros, logrando que su culo se abriera, listo para recibirlo. La estocada fue directa y profunda, metiéndole el pito hasta el fondo, y ambos suspiraron de placer. El bombeo, lento al principio y frenético después, les fue sumiendo en un paroxismo que contagió a todos los presentes, que miraban fascinados el acto.

El último invitado, director de una revista, supuestamente interesado en publicar la investigación de Sergio se contentó entonces con meterle la verga en la boca, procurando no interrumpir el perfecto ritmo con que el otro se lo cogía. El ambiente estaba cargado de gemidos y erotismo. Sergio, enculado por ya tres de los presentes parecía no cansarse de darles placer a todos, ya fuera con su culo o con su boca.

Cuando finalmente los últimos dos eyacularon, uno en su orificio trasero, el otro en el delantero, no quedaba ya nadie en la habitación sin venirse, con excepción de Sergio, que con mirada vidriosa y respiración agitada les miraba a todos como si no entendiera lo sucedido, o como si lo entendiera demasiado bien.

Esta puta no tiene llenadero – fue la conclusión de Ramiro.

Los hombres rodeaban a Sergio, que sudoroso y excitado les miraba a todos, sin decirles nada, pero deseoso de tener más verga en su culo o en su boca. Ninguno se movía.

Tengo la solución – dijo de pronto el Sr. Paredes.

Tomó su portafolios y rebuscó dentro.

Aquí está – dijo mostrando a todos un largo cilindro dorado – es el empaque de un puro – les explicó - pero servirá por el momento.

Sacó el habano del empaque y lo encendió ante la interrogativa mirada de todos los presentes. Sergio, desnudo y expectante, no alcanzaba a entender a qué se refería. El Sr. Paredes, una vez encendido el puro tomó el tubo y le dio unas cuantas lamidas.

Ábrele las patas a la puta – le indicó a Ramiro, que obediente tomó los tobillos de Sergio y los elevó en el aire, su culito, velludo y lleno de semen quedó completamente expuesto.

Todos miraron fascinados cómo el Sr. Paredes acercaba el cilindro al culo de Sergio, y lentamente se lo enterraba hasta hacerlo casi desaparecer en su interior. El tubo no se comparaba al grosor de una verga, pero se le acercaba bastante. Sergio se sintió tan puto y tan utilizado que suspiró de placer, y gritó al sentir cómo el duro artefacto le llenaba las entrañas, con el coro de voces a su alrededor gritándole lo puto que era.

El insistente timbre de la puerta sacó de pronto a Sergio de aquel torbellino de sensaciones. Aturdido, se despertó en su propia cama, bañado en sudor y con una erección de campeonato. Estaba desnudo y se sentía perdido. El timbre de la puerta continuaba sonando. Se echó una bata encima para ver quién tocaba de aquella manera.

Pero que putas haces! – le reclamó Ramiro en el vano de la puerta, entrando como un vendaval en su departamento.

Estaba dormido – explicó Sergio todavía aturdido.

Pero qué soñabas? – preguntó Ramiro con maliciosa sonrisa, señalándole la bata semiabierta, por donde la cabeza de su pene asomaba impúdicamente.

Sergio, abochornado se cerró la bata inmediatamente.

Una pesadilla – le contestó simplemente.

Pues mas bien parece todo lo contrario – se burló Ramiro, jaloneándole la bata juguetonamente, subiéndosela por atrás, mientras Sergio hacía lo imposible por cubrirse y el otro se divertía jalándosela por el otro extremo.

Sergio escapó a la recámara y Ramiro lo atrapó sobre la cama, forcejeando como niños.

Ya, cabrón – dijo Ramiro cuando por fin lo inmovilizó – cuéntame tu sueño o te encuero a la fuerza – le amenazó.

Soñaba con la exposición de mañana – confesó Sergio sin entrar en detalles – y me salía todo mal.

Pues no lo parece – dijo Ramiro arrancándole la bata a tirones sin dejar de bromear.

Sergio se defendió como pudo, pero su amigo era más alto y más fornido y se salió con la suya.

Mira – le dijo cuando consiguió dominar sus pataleos, y Sergio, sofocado por el esfuerzo se rendía ante su evidente superioridad – tienes la verga parada y el culo mojado.

Y eso qué? – se quejó Sergio sintiendo el peso de su cuerpo encima.

Eso, putita – le dijo el otro al oído – sólo puede significar que todo te saldrá bien.

Ramiro manipuló su bragueta diestramente y se sacó la gruesa y enorme verga, ante el mudo asombro de Sergio.

Todo saldrá bien – reiteró Ramiro.

Acomodó la gruesa cabeza de su miembro en el ano sudado y caliente de Sergio, que gimió descontrolado, inundado de placer.

Todo entrará – dijo Ramiro empujando la verga hasta el tope – y saldrá – dijo retirándola – muy bien.

No – gimió de placer – te creo – dijo Sergio con la verga del amigo enterrada en el culo.

Te lo prometo – dijo el otro comenzando a cogérselo con fuerza, haciendo su sueño realidad.

Si te gustó, házmelo saber.

altair7@hotmail.com