La exploradora

Dora era tan joven… nunca supe su edad debidamente, quizás fuese demasiado joven pero cuando tropiezas con una mujer tan atractiva como ella, cualquier razonamiento se pierde en una bruma de deseo.

Dora era tan joven… nunca supe su edad debidamente, quizás fuese demasiado joven pero cuando tropiezas con una mujer tan atractiva como ella, cualquier razonamiento se pierde en una bruma de deseo. ¿Cómo la encontré? Fue en Facebook aunque podría haber sido en cualquier otro lado. Vi una foto suya, no soy capaz de recordar dónde, supongo que sucedió curioseando o en las fotos de alguien que conozco. ¿Pero sabéis que? Prefiero no saberlo. Cuando algo resulta extraordinario nunca busquéis una razón o una causa, limitaos a disfrutar las consecuencias.

Lo que sí que recuerdo es que era una foto donde Dora estaba sentada, como posando, me sorprendió por su impresionante belleza pero sobre todo por su mirada. Supongo que no debería haber pinchado en su perfil pero lo hice. La curiosidad se impone por encima de cualquier otra razón.

Le escribí un mensaje con la esperanza que ella nunca lo leyera. Pero lo hizo. En el mensaje le decía que me parecía una mujer hermosa que despertaba sensaciones que nunca hubiese imaginado, le decía que seguramente si la viese en persona no sucedería nada porque las fotos, el silencio, la virtualidad hace que las personas que vemos sean las personas que queremos que sean y no las que son. La mentí, claro, porque yo sabía que aunque era solo una foto, Dora era la mujer que yo quería tener.

Hablamos y hablamos mucho y una cosa llevó a la otra, al final quedamos en persona, a mi me atraía y ella estaba jugando descaradamente conmigo, un juego infantil que había comenzado siendo solo eso pero que ahora era real. A ambos se nos había escapado el juego de las manos. Las bromas se habían convertido en realidad y ahora Dora estaba en el comedor de mi casa, con los ojos vendados y respirando nerviosamente. ¿Qué había sucedido para que dos días antes le hubiese enviado un correo y ahora la tuviese en mi casa, a mi merced?

La palabra, el juego, todo cuanto deseamos y de repente encontramos sin saber cómo…

En persona Dora era aun más hermosa de lo que imaginaba, aun más joven, aun más melancólica, aun más atrevida. Su pelo era lacio y sus ojos tristes pero hermosos, era delgada pero su ropa ajustada anunciaba una mujer rotundamente hermosa. ¿Qué es lo que me volvió loco cuando la vi? Su boca, pequeña y sensual con los labios pidiendo ser mordidos una y otra vez hasta perder la razón.

Nunca supe qué diablos llevo a Dora a venir al encuentro de alguien como yo. Ella podía tener a quien quisiera porque lo tenía todo. Era joven, era hermosa, era inteligente. Era todo cuanto vuelve loco a cualquier hombre. Y ahora aquella mujer estaba en el comedor de mi casa con los ojos vendados y las manos atadas a la espalda. ¿Por qué ella me había escogido? Supongo que porque yo era el único que la trataba como una mujer.

Dora había venido vestida con una camisa azul y una falda tejana, con medias grises, zapatos negros y un abrigo. Vestía con ropas que la hacían parecer mayor. Quizás lo hiciese a posta. A mí me daba igual, pensaba quitarle toda la ropa, fuese como fuese.

Dora comenzó a temblar con más fuerza en el momento que comencé a desabrochar su camisa, hasta el último botón. Debajo llevaba un sujetador blanco, nada especial. Puse mis manos encima de sus pechos, encima de la tela del sujetador y le mordí suavemente en los labios. Dora me respondió con un beso precipitado. O ella no sabía besar o estaba demasiado nerviosa para recordar cómo se besaba. Su boca sabía a caramelos de fresa y a carnalidad contenida. Mis manos se deslizaron por su espalda y desabroché el sujetador. No podía quitárselo porque ella tenía las manos atadas a su espalda así que deslicé las palmas de mis manos por debajo del sujetador y busqué sus pezones que pellizqué suavemente. Dora se estremeció. Sus pechos no eran grandes, tampoco pequeños, estaban cálidos y suaves. Sus pezones eran grandes y estaban duros. Se los magree sin miramiento. Quería que se sintiese indefensa, usada, deseada por su cuerpo.

Una de mis manos bajo hasta la falda y se coló por debajo. Un minuto más tarde Dora estaba en el sofá del comedor con la falda subida, un tanga rojo en el suelo y mi cabeza entre sus muslos, devorando su delicioso sexo. Dora se había depilado completamente el pubis que mi lengua recorría por todos lados. Yo solo podía pensar en que deseaba que aquella maravillosa muchacha se corriese en mi boca. Me costó. Mucho. Lo conseguí. Su orgasmo en mi boca fue saldo y húmedo, su sexo estaba completamente mojado y resultó el manjar más increíble que cualquiera pudiese degustar. Mientras con mi lengua limpiaba los últimos rastros del orgasmo de Dora, dejé que se relajase en el sofá. Primero le desaté las manos, después la ayudé a quitarse el resto de la ropa. Dora completamente desnuda era  la mujer más hermosa del mundo, de piernas interminables, definidas, suaves, su sexo, su culo perfecto, sus pechos, su deliciosa cara.

Dora era una de aquellas mujeres por las que un hombre puede perder la razón. Yo la había perdido y hacia solo una hora que la había visto por primera vez en persona.

La cogí en brazos y la llevé a mi cama, Dora seguía con los ojos vendados. Le dije que abriese la boca. Dora obedeció. Le dije que ahora era mi turno. Dora no cerró la boca así que metí lentamente mi pene en ella. Dora comenzó a lamer, primero de manera nerviosa y sin demasiada técnica, luego un poco mejor, a continuación utilizó las manos, comenzó a masajear mis testículos, de repente su lengua se puso en funcionamiento. Por fin la pequeña Dora se había liberado y ahora la esplendida mujer estaba en el empeño de hacerme explotar de placer como había sucedido poco antes con ella. El estallido no tardó demasiado en llegar. Ella chupaba demasiado bien y la visión de su cuerpo desnudo, de su precioso rostro, no me permitió aguantar mucho más. La avisé de que me iba a correr pero Dora siguió con su tarea y no dejó ni una sola gota de semen escapar de la comisura de sus labios cuando me corrí en su boca. Ni una sola gota. Todo mi semen fue garganta abajo de aquella maravillosa mujer.

La niña miedosa había desparecido.

Estuvimos toda la tarde haciendo el amor, la comí, me comió, la penetré  por todos lados, llené de nuevo su cara de mi semen, sus pechos, su boca. Pasé mi lengua por todos y cada uno de los rincones de su delicioso cuerpo.

Pero nunca le quité la venda de los ojos, quería darle placer y que ella me lo diese a mi pero no quería enamorarme de esa mirada melancólica.

Dos horas más tarde, mientras yo estaba encima de ella, penetrándola con fuerza, ella se quitó la venda de repente y me miró con esa mirada melancólica y hermosa. Y yo, sin saber cómo, ya no estaba follándome a Dora sino haciendo el amor con la mujer más maravillosa del mundo.

Recordad siempre una cosa, una mujer puede utilizar su cuerpo para hacer lo que quiera con vuestra voluntad. Pero si además utiliza su mirada. Entonces seréis como un condenado camino del cadalso.

Aquel día me enamoré de Dora.