La experiencia es un grado (1)
Primera parte de las aventuras de la voluntariosa Adriana en un geriatrico de alto standing.
"No, no pienso meterme detrás de una barra, ni pienso hacer pizzas, no" "No, no pienso meterme detrás de una barra, ni pienso hacer pizzas, no" Adriana pensaba que si acababa de terminar la carrera con mucho esfuerzo era para dedicarse a eso precisamente. Fueron días duros, días sin salir de noche, semanas sin ver a su chico, meses sin salir de la biblioteca de su universidad, años de esfuerzo. Y no, este fracaso en la oposición no la iba a ajar de su ilusión. Ilusión que mezclaba el gran corazón que tenía nuestra amiga con las ganas de trabajar y de ayudar a las personas más necesitada. En su caso eran los viejecitos, los ancianos, las personas con más historia de cuantas nos rodean. Las prácticas que había hecho en la Cruz Roja, le habían servido para hacerse fuerte, limpar las heces de personas sexagenarias enfermas, darles el medicamento, la comida... ayudar. Desde luego el mundo necesitaba más personas como Adriana. Se gastó todo un cartucho de tinta negra en sacar decenas de CV y los repartió por todas las residencias y geriatricos de su ciudad. Su novio la ayudó, el chico era comprensivo y conocía bien a Adriana, casi seis años de noviazgo daban para mucho y Martín sabía que ella no cesaría en su empeño. Querían independizarse, habían apalabrado un pisito céntrico y apañado y solo con el sueldo de Martín no podrían costear todos los gastos. Pasaron los días, las semanas y los meses, pero no había llamada, ni mail, ni nada. Y las deudas apretaban. Justo cuando Adriana arrancó de una farola un papelito que demandaba una cuidadora para una señora en un piso (lipieza del mismo incluida) el cielo se abrió. - Adriana? - Le preguntó una voz al otro lado de su teléfono móvil. - Sí, soy yo - Respondió sin saber quien era. - Le llamamos de la residencia "los pinos" y queriamos hacerle una entrevista. ¿Había dejado aquí su CV verdad?. Adriana no se lo creía "¡¡una entrevista!!" Esa noche su novio y ella follaron como leones, los nervios habían cambiado de bando y ahora un nuevo horizonte se abría ante ellos. Adriana se vistió elegante y ligeramente sensual. Falda oscura por debajo de las rodillas, pero ajustada en su bonito culo. Camisa de manga larga blanca y portafolios debajo del brazo. Quería dar una imagen de seria, responsable y atractiva. Siempre había sospechado que en esas residencias buscaban a jovenes agradables de aspecto para alegrar la vista a los ancianos. Era su teoria privada y ese día se confirmó que era cierta. La entrevista fue breve. Sus buenas notas en toda la carrera, las prácticas en la Cruz Roja y su disposición al salario mímino y a trabajar los fines de semana convencieron al director de la residencia. Era privada, muy privada. Con un extenso y cuidado jardín, piscina, tumbonas, juegos varios (minigolf, petanca), buffette abierto todo el día, ayudantes jóvenes y dispuestas. "Desde luego allí no irían pobres pensionistas" pensó Adriana. Dentro de la mansión había salas de televisión, salas de baile, centros de masajes, un jacuzzi y todo lujo de accesorios para que las estancia de los abuelos fuera lo más agradable posible. En el despacho de la ayudante jefe le dieron a Adriana su uniforme. Por supuesto era verde, con pantalones, camisa amplia, zuecos y un juego de llaves de las salas más comunes. Cuando llegó a casa con el contrato firmado dentro de su portafolios, Adriana y su novio follaron de nuevo, hacia mucho tiempo que no lo hacían con asiduidad y hacia mucho tiempo que no tenían ese desenfreno propiciado por la evasión de preocupaciones. - El sueldo no es alto, pero mucho mejor que el de una cajera o una asistenta del hogar - Filosofó Adriana en la cena post coito. - Lo importante es que te adaptes rápido, tomes experiencia y quien sabe si esto te ayudará a subir de posición - La animó Martín - El lugar es estupendo, de alta categoría, no creo que tenga problemas. No hay ancianos muy enfermos, no es que me importe, pero creo que no será difícil. Adriana empezó a trabajar un lunes, esa primera semana le tocó el turno de tardes. Había tres turnos: Mañana, tarde y noche. Printo comenzó a tratarse con una chica igual de joven que ella que llevaba trabajando allí cerca de un año. Esta le explicó los pormenores de la residencia. Lo más problemático al principio era acordarse de las horas de ciertos medicamentos. Pero para eso tenían las listas con los nombres, las pastillas y las horas. Las mujeres eran un poco más problemáticas, más gruñonas con las enfermeras. La compañera tenía la teoría de que para ellas las jovenes enfermeras eran las cuñadas. Las dos se rieron a carcajada limpia. La compañera le explicó que los pellizcos en el culo, las palmadas en las nalgas y las toqueteos en los pechos eran más qu ecomunoes. Los hombres eran gente de dinero, que en su juventud no se habían privado de nada y en su vejez pensaban que el mundo seguía rigiéndose por el dinero. Adriana pensó que no les faltaba razón. La siguiente semana le tocó el turno de mañana, con otra compañera, esta más seria, mayor que Adriana y con cara de aburrida. Apenas hablaron de nada. Las mañanas eran más movidas. Al contrario que las tardes, donde todos dormian una plácida siesta, en las mañanas el jardín y las salas de ocio bullían de, sabiduría, canas y arrugas. Las nalgas de Adriana ya comenzaban a sentir el toqueteo de algunas manos venosas. El hecho de no poder darles un guantazo o incluso de gritarles, hacía que las ancianas que observaban la escena, cuando Adriana pasaba a su lado, se llevara un "pero que cacho de guarra eres" o perlas por el estilo. El medio día del jueves un anciano la sacó a bailar un poco en la pista destinada a mover el esqueleto, sin apenas tiempo para reaccionar su cuerpo se vio invadido por dos manos que en menos de dos minutos le habían sobado el cuello, la nuca, la espalda, el culo, la teta izquierda y se habían despedido dándole una palmadita en la nalga derecha. Adriana solamente podía esbozar una cara de reprimenda y el consiguiente "señor Agustíííín". Adriana se percató el viernes sobre las dos de la tarde que todos los día a esa hora un grupito de tres hombres de unos 75 años se sentaba en el banco del jardín principal y allí hablaban y se reían a gusto sin prestar atención al baile, a la petanca o a cualquier actividad de ocio que dentro se desarrollaba. En los vestuarios de las enfermeras el domingo coincidió con su amiga que entraba al turno de tarde y le preguntó por esos tres caballeros. "Solo te diré que no te acerques a ellos, son un peligro. Son señoritos que llevan toda su vida ganando dinero, haciendo lo que quieren y viviendo como les da la gana. Son un vividores y si te descuidas..... bueno, yo que tu no me acercaba mucho a ellos" Le explicó su amiga en un tono tan misterioso como fascinante. Adriana tuvo una buena, bonita y húmeda ración de sexo oral proporcionada por Martín. El chico era un Dios moviendo la lengua dentro del coño de Adriana, y está le premió con dos orgasmos la lengua de su chico dentro para acto seguido chupársela como una corderita chupa de las mamas de su progenitora. Justo cuando Adriana notó que su chico comenzaba a arquear la espalda anunciando su inminente corrida; a Adriana, fugazmente, le paso por la mente la imagen de las tres espaldas de los tres ancianos sentados en el banco del jardín. Sin darse cuenta Adriana estaba ya tragándose todo el semen que su chico estaba vaciando en su boca. Dulce y misterioso. El día siguiente Adríana consiguió que su amiga se quedara con ella para tomar un café. Hablaron de trabajos anteriores, planes de futuro y experiencias en la residencia. Adriana tenía las ideas muy claras y sin que se le notara, acabaron hablando de esos tres misteriosos ancianos. Su amiga le volvió de decir que tuviera cuidado con ellos. Pero esta vez nuestra protagonista quiso saber a que se refería. - Pero no entiendo. Son tres abueletes, ¿qué peligro pueden tener? - Pregunto haciéndose la inocente. Su compañera miró a un lado, a otro y con gesto de la mejor espía acercó su silla a la de Adriana. - Prométeme que esto no se lo dirás a nadie - Le susurró al oído. - Pero...... - Comenzó a decir Adriana - Ni peros, ni nada - Prométemelo o no te digo nada. - Vale, vale, prometido está. Soy una tumba - Dijo Adriana con ceremoniosidad religiosa. La bonita chica encendió un cigarro y comenzó a hablar con la mirada perdida en el humo de la cafetería. "Llevo trabajando allí un año y dos meses, no he tenido más problemas que los pellizcos en el culo de Cosme, los insultos de alguna vieja arpía y poco más. Pero fue en un turno de noche cuando vi lo que vi. La chica cuya plaza tu ocupas era joven, muy bonita y tambien con un alma caritativa muy utópica en estos tiempos. Estuvo solo medio año." A Adriana se le abrieron los ojos y antes de que preguntara la razón, su compañera prosiguió la historia. "Nos llevabamos muy bien, incluso cambiamos los turnos para que nos tocaran juntas. En uno de los de noche me dijo que iba a pasar por el salón y las habitaciones para controlar y la esperé en la sala de las enfermeras. Pasada casi una hora me extrañó que no volviera y salí a buscarla. En la residencia no hay viejos conflictivos, más o menos cascarrabias, pero nada violentos. No me preocupé demasiado. Recorrí el pasillo de las habitaciones pero no la encontré, llegué a la sala pero, como estaba establecido, allí no había nadie a esas horas. Comencé a preocuparme" Adriana la miraba absorta pensando en algo desagradable, violento. "Hasta que llegué a la sala terapeutica. Sí esa de las duchas, jacuzzis y masajes. Y escuché risas y conversaciones. Me asomé por la ventana redonde de una de las puertas y allí los ví. La chica solo llevaba puesto el pantalón verde del uniforme.... pero arriba no llevaba nada. Estaba sentada de frente a la puerta y pude verla así. Los tres viejos estaban a medio vestir. Uno con los pantalones puestos, otro en pijama y el tercero son su "aparato" al aire." Adriana tragó saliba, no se lo podía creer. "No quise interrumpir, me parecia muy violento pero a la vez me entró la curiosidad y me quedé a observar. Los viejos le hacían cosquillas, a ella no parecía importarle lo más mínimo. De las cosquillas pasaron a las tocamientos en los pechos. No podía escuchar lo que hablaban, solo risas y algún que otro gritito nervioso de la chica. Uno de los abuelos, calmó la situación y no sé que ordenó, pero todos se desnudaron. Los cuatro se quedaron sentados dentro del jacuzzi, desnudos y con su torso fuera del agua". Adriana ya lo quería saber todo, le daban igual edades. "A continuación la joven se pudo de píe y comenzó a moverse sensualmente, bajo el aplauso de los tres ancianos se contoneaba, se tocaba los pechos y se abría las nalgas. Era todo un desmadre y muy excitante. Buscando alguna rezón vi como al lado de uno de los abuelos había una botella con un líquido verde y varios vasos alrededor. Supuse que estaban borrachos o algo peor. Cuando paró de bailar los tres ancianos aplaudían entusiasmados. A continuación fua la joven la que se sentó dejándome ver sus pechos, estaba colorada, el calor y aquella sustancia verde la tenía ligeramente congestionada. Los tres hombres se incorporaron y ella comenzó a hablar, tímidamente, llevándose la mano a la boca, como nerviosa y avergonzada. Cuando paró de hablar (o dar ordenes) los tres viejos se rieron, se incorporaron y delante de ella pude ver como sus manos comenzaban a temblar haciendo movimientos que yo no podía ver ya que sus espaldas desnudas me lo impedían. Pero lo que estaban haciendo era muy evidente...." Adriana trataba de beber de la taza de café que estaba vacía desde que la chica estaba bailando para los viejos. "Sí, por como la chica se morcía los labios supe que estaba viendo a tres hombres masturbándose delante de ella. Apartó la vista de sus pollas y los miró a la cara. Se rió, puso sus manos en las mejillas y volviendose a morder el labio inferior, comenzó a acercar sus manos a los viejos. En un abrir y cerrar de ojos pude sospechar como la chica comenzó a masturbar a los tres, turnandose las pichas cada pocos segundos. Pude ver como dejaba de morderse el labio para abrir la boca y sacar la lengua en un gesto nervioso e impaciente". Adriana no daba crédito, sus piernas habían dejado de estar cruzadas, para dejar espacio a su mano izquierda que ahora reposaba apretada contra sus muslos. "No puede ser, no puede ser, no me lo creo" pensaba muy excitada. Su compañera continuó: "Yo tampoco me lo creía. Una chica joven y bonita con tres viejos verdes.... era imposible, pero allí estaba pajeandolos a los tres. Supuse que se corrieron rápido pues ella dejó de mover sus manos y los señores, después de flojearles las rodillas, volvieron a sentarse dentro del agua. Los tres le dieron a la chica sendos besitos en las mejillas, supongo que como muestra de agradecimiento. Ella estaba avergonzada, borracha y escitada, puesto queuna de los viejos, con un gesto, la invitó a que s epusiera de pie. Ella lo hizo y volviendo a jugar con su pelo nerviosa, me volvió a dar la espalda. Se abrió de piernas y comenzó a masturbarse con las piernas abiertas y semi flexionadas". Adriana estaba ya más en la sala con los cuatro protagonistas que en la cafetería. Su narradora encendió otro pitillo y acabó de contarle esa extraña e inverosimil historia. "Después de pocos minutos la chiquilla se corrió, su melena mojada comenzó a bailar con sus movimientos orgásmicos de cabeza, flexionó más aún las rodillas y pude notar como su pubis se movía con gesto obsceno y placentero. Los tres viejos aplaudieron a rabiar mientras ella se volvía a sentar entre ellos. Yo me tenía que ir, pero pude ver como los ancianos la animaban, la abrazaban y sobaban todo lo que podían". Reinó el silencio durante unos segundos eternos, Adriana no reaccionaba y su acompañante rompió el incomodo silencio. - ¿No te lo crees verdad? - - Es que se me hace muy difícil de creer. Tres viejos, con esa chica ¿La habrían drogado? - - El liquido podría ser absenta. Es muy fuerte y si no estas de ello.... - Sospechó la joven. Los cafés los pagó adriana aún pensando en lo que acababa de oir. Llegó a casa y vió a su novio tirado en el sofá, viendo la TV. Adriana colgó su bolso se acercó a el y, como hipnotizada, se quitó el abrigo, se desnudo en pocos segundos, le bajo el pantalón del pijama a su chico y comenzó a hacerle una mamada, como poseida por el espíritu de un pequeño lechon que mama de su madre, Adriana mamó, chupó y succionó la polla de su chico, mientras este aún con la sorpresa en el cuerpo no sabía si pararla, seguir mirando la TV o decir "buenas noches". Adriana arrodillada con las piernas abiertas se masturbaba mientras sentía como la polla de su novio comenzaba a crecer en su boca. Como su respiración se hacía más profunda... Adriana se corrió, con el clitoris entre sus dedos índice y corazón justo cuando su chico comenzó a darle su semen, dulce y caliente. Lo bebió todo, hasta la última gota. Le supo a gloria. Pero Adriana no estaba allí, Adriana no había chupado la polla de su chico, ni había bebido su semen. Y Adriana lo sabía.