La excursionista

Una sesión de sexo sucio con una incauta chica.

Ese verano estaba cansado de la civilización y decidí pasar mis vacaciones en una pequeña cabaña que alquilé en el Pirineo.

Allí pasaba los días sin ningún contacto con el exterior hasta que apareció ella. Rosa era una chica de 28 años que también había querido alejarse de la civilización para estar unos días sola, en contacto con la naturaleza.

Me la encontré en el riachuelo. Empezamos a hablar y como era mediodía la invité a comer en mi cabaña.

Ella aceptó y nos dispusimos a preparar algo para comer.

Rosa es morena, con los ojos verdes y su cuerpo no es nada despreciable. Tiene mucho pecho y un enorme trasero, la verdad es que sin ser gorda sus curvas son prominentes.

Su aspecto era un poco descuidado por el esfuerzo físico realizado en esos días de marcha por el campo y porque me confesó que hacía tres días que no se había podido lavar.

Al realizarme tal confesión mi mente empezó a acariciar la idea de poder disfrutar de su cuerpo en ese estado.

La cabaña no tenía más que un espacio donde estaba todo, la cama, la mesa y la cocina. Rápidamente la estancia se llenó con su olor corporal a la par que mi excitación subía por momentos.

Aprovechando que ella salió para ir a mear, cogí los somníferos que usaba para conciliar el sueño y disolví cuatro en la cerveza que se estaba tomando. Ella no notó nada y se la tomó entera; esa y dos más. Seguidamente nos pusimos a comer y regué la comida con abundante vino, su copa siempre estaba llena. Poco a poco, los somníferos y el alcohol hicieron su efecto y me percaté como su ojos se volvían vidriosos y como le costaba mantener abiertos los párpados.

Cuando acabamos de comer me confesó que se encontraba un poco mareada y le recomendé que se tumbara un rato en mi cama. Con esfuerzo y con mi ayuda pudo tumbarse en la cama. Le dije que le iba a sacar las aparatosas botas de montaña que llevaba puestas y ella apenas pudo asentir con la cabeza. Su cuerpo ya no respondía a su voluntad.

Me arrodillé a sus pies y empece a desabrocharle las botas. Las saqué aspirando el olor que desprendían sus pies. Realmente era un olor a queso fuerte, la despojé de sus calcetines y el olor aumento. Tenía suciedad hasta entre los dedos.

Luego la incorporé en la cama y le subí la camiseta que llevaba. Aparecieron ante mí dos enormes pechos recluidos en un sujetador blanco de algodón. Los estrujé con avidez observando como se le trasparentaban los dos grandes círculos marrones de sus aureolas. Nunca había visto unos pezones más grandes, su diámetro era espectacular.

Más espectacular pero fue la visión de la gran mata de pelo que custodiaban sus axilas. Era realmente muy peluda, lo que provocó en mi una gran erección que aumentó considerablemente al oler con avidez sus sobacos. Olían a sudor, no era el olor normal a sudor, era un olor concentrado de días. Le quité el sostén y sus dos tetas se desparramaron por su torso.

Ella no podía ni articular palabra, sólo balbuceó algo cuando le desabroche el ajustado vaquero, aun no sé como se lo podía poner, y empecé a tirar de él hacía abajo. Con mucho esfuerzo pude salvar sus grandes caderas y ante mía aparecieron sus bragas. Blancas, también de algodón y con un gran bulto en su pubis por la gran mata de pelo que apenas podían esconder puesto que por los lados de la braga salían mechones que se juntaban con el pelo que crecía en la parte interior de sus muslos. Era peludísima.

A ese punto, mi polla parecía que iba a explotar y tuve que desprenderme de mi ropa. Allí estaba yo, de pie, frente a Rosa con la polla tiesa. Empecé a percibir el olor de su coño, la situación era muy excitante. Cuando le baje las bragas hasta los tobillos, acerqué mi nariz a su sexo y el olor penetró profundamente en mis pulmones. Era lo mejor que me había pasado nunca; una gran mujer, sucia y desnuda a mi disposición. Podía hacer con ella lo que quisiera, nadie nos oiría y nadie la echaría de menos, según lo que me había comentado. Después de oler un rato su coño, empecé a penetrarlo con mis dedos que salían completamente mojados de él. Los chupaba y volvía a introducírselos.

Estuve así un rato hasta que decidí acabar de quitar sus bragas para poder olerlas. Así lo hice. La parte que estaba en contacto con su coño era prácticamente amarilla con algunos restos visibles de su flujo blanquecino. La mejor sorpresa fue al observar la parte posterior de su prenda, que tenía un gran circulo marrón provocado por sus pedos y su imposibilidad de lavarse durante tres días. Me la imaginaba cagando, limpiándose con cualquier pedazo de papel o de hierba y volviéndose a colocar esas bragas. El olor a caca que desprendía esa zona era impresionante, me encantaba, así que decidí darle la vuelta para oler y jugar con su ano.

Su culo era muy blanco, redondo y grande. De su coño partía una espesa tira de pelos que rodeaban su ano y prácticamente le llegaban al inicio de su espalda. La visión era espectacular. Le manoseé las nalgas abriéndola, observando su ano como se contraía, y a cada contracción como desprendía una bocanada de pestazo a caca y sudor.

Quería follarla ahora mismo pero me contuve, pensando en las horas de placer que me podía ofrecer y decidí ir poco a poco. Su ano, pese a estar rodeado de pelo era de un color rosado, sin hemorroides y muy apetecible. Se lo chupé, introduciendo mi lengua los más dentro posible, recogiendo en ella todo su aroma y algún resto de excremento que tenía por allí adheridos. Estuve así casi media hora y decidí que era el momento de probar su resistencia. Cogí una vela de unos 30 centímetros y poco a poco se la fui introduciendo en el ano, por la parte ancha hasta que solo quedó fuera la mecha. La moví haciendo círculos, hasta que empecé a follarla con la vela; primero despacio sacando un trozo para volver a introducírselo hasta el fondo, aumentando el ritmo y la profundidad de la penetración. Creo que estuve casi una hora.

Ella empezó a balbucear otra vez y, sin sacarle la vela del culo, disolví un par de somníferos más en agua e incorporándole la cabeza le hice tragar la bebida. Ella no podía oponer resistencia, estaba con los ojos abiertos en blanco. Cuando le saqué la vela del culo, salió acompañada de pedos y caca pastosa que manchó todas sus nalgas. La vela estaba deformada, su calor corporal la había ablandado, dándole una curiosa forma. Se la introduje en la boca y la obligué a chuparla, ella apenas podía hacerlo, quedando su boca y su lengua marrón de los restos de excremento.

Cuando la vela quedó limpia, mi necesidad de follarla ya no podía esperar y eso fue lo que hice. Me coloqué entre sus nalgas y apunté mi polla a su ano. La penetré profundamente, manchándome con la pasta de caca que se le salió cuando le extraje la vela de sus intestinos. No aguanté mucho tiempo y enseguida eyaculé en su recto. Saqué la polla y aun estaba más sucia que la vela, todo el tronco estaba lleno de mierda. Repetí lo anterior y se la puse en la boca, dándole palmadas en las mejillas para que me la limpiara.

Con tantos lametones mi polla reaccionó con una erección que no paró hasta que me corrí por segunda vez, llenándole la boca de semen, asegurándome que se lo tragará todo.

Cuando acabé, me tomé una cerveza deleitándome con la visión de su cuerpo, recuperando energías. Al poco rato estaba otra vez empalmado y esta vez use su coño, corriéndome en su interior y me entretuve en restregar todo el semen que salía de su coño por su gran pelambrera púbica.

Me tumbé a su lado y me dormí un par de horas, me despertaron sus balbuceos, hablaba de forma incomprensible. Me dijo que quería mear y la obligué a hacerlo, con las piernas bien abiertas y tumbada en la cama. Se formó un gran charco quedando tendida en medio. Rosa recuperaba la conciencia pero era incapaz de oponerse a mis lúbricas intenciones.

Mi polla se había recuperado y dándole la vuelta la volví a sodomizar. Me corrí por cuarta vez, llenándole el culo con el poco semen que fui capaz de escupir y deje mi polla en su interior notando como perdía su grosor. Antes de sacársela aproveché para llenar su recto con una gran meada. Cuando finalmente la saqué de su sucio culo, expulsó como un surtidor todo lo que sus tripas albergaban con una estrepitosa andanada de gases.

La miré; tenía sus bonitos ojos verdes llenos de lágrimas, era preciosa. A ese punto estaba cansado y para evitar complicaciones, la dejé en la cama tirada, tapándole la oca con sus apestosas bragas y con una vela dentro de su culo y otra dentro de su coño. Recogí mis cosas y me marché de la cabaña, dando por terminadas mis vacaciones.

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