La estrella de la radio (6)

Tras el éxito del programa radiofónico y con mis memorias acabadas, aun me quedaba lidiar con Ekaterina y puedo asegurar que no era nada comparado a lo que había vivido hasta entonces...

CAPITULO VI

¡Dios, qué semanita! Empleando una figura retórica canina, podría decir que volví a casa "con el rabo entre las patas"; aunque para ser del todo sincero, no me quedaba rabo que esconder…entre Carlota y Natalia se lo habían merendado a base de bien. Esta dos presentan todos los síntomas de la adicción al sexo, para que luego nos fiemos de las apariencias… y estas dos, no eran dos mosquitas muertas, eso fijo.

Lo mejor de todo es que conseguimos acabar el libro… y no solo eso, sino que prometía ser un récord de ventas como así lo vaticinó Marisa, tras haberlo presentado como una joyita en su editorial. Después quedé liberado de todo tipo de relación contractual y extraordinaria con todas ellas y decidí volver a casa a descansar, me lo tenía bien merecido.

Me extrañó no recibir ninguna llamada de Ekaterina en todo ese tiempo. Ya sabía -suponía- que en esos sitios donde se hacen los ejercicios espirituales, secuestran los móviles y someten a los participantes a un régimen de vida cuartelero; todo ello en bien de la paz de espíritu y a mayor gloria de "La Obra". Es lo que me contó una clienta, un poco rarita ella –que una tía se santigüe antes de comerte la polla, acojona-, cuando yo empezaba en el negocio de acompañamiento de señoras. No me quedó claro a qué coño de obra se refería, porque con la permanente, cargada de alhajas y más pintura en la cara que un cherokee en pie de guerra, mucha pinta de currante no tenía. Hoy, con más elementos de juicio, puedo afirmar que el rollo de los ejercicios espirituales son una especie de Gran Hermano en plan místico.

Se suponía que ella iba a estar fuera de este mundo durante cinco días, dos menos que yo -que también estuve fuera de este mundo, porque los chochitos de Natalia & Carlota son extraterrestres, por no hablar del de Marisa, que es para dedicarle un par de capítulos-, así que iba preparado para aguantar el aluvión de gritos, reproches, insultos -y alguna hostia- previsibles en estos casos. No estaba en casa, en la cafetería de Paco no sabían nada de ella y la vecina que cuidaba al enano, tampoco. Empecé a preocuparme… y mucho.

Sergei se puso como loco cuando me encontró esperándole a la salida del colegio. Iba a preguntarle por su madre, pero el crío se me adelantó con la misma pregunta. Aquello pintaba muy mal. Conociendo a Ekaterina, no hay fuerza humana o divina capaz de separarla de su hijo. Yo necesitaba pensar y el enano quemar el exceso de energías acumuladas en tantas horas sentado en el pupitre, así que me lo llevé al parque a ponerse "morao" de helados y correr detrás de las palomas. Mientras él aterrorizaba a los pobres animalitos, yo recapitulaba paso a paso los días previos a la separación, buscando una pista de por dónde empezar a buscar.

La encontré enseguida, hurgando en lo que me quedaba de neurona –seré un guaperas, pero no gilipollas-: Luis Olañeta – en eso también tengo buena memoria- y un ramo de flores con la tarjeta del pollo. Pero también llegué a la preocupante conclusión de que sí, soy tonto del culo.

¿Cómo se me había podido ocurrir hacerle semejante putada y dejarla marchar? Si ahora, después de una semana sin saber nada de ella, estaba que no me llegaba la camisa al cuello, ¿qué pasaría si la perdía definitivamente? Después de cinco años de convivencia, ya me había acostumbrado a sus manías -benditas manías, me parecían ahora-, lo de casarse no podía ser tan grave y –lo que realmente me aterraba- ya iba siendo hora de ser padre y darle una alegría a la vieja.

Pensando en niños, me fijé en Segei, muy ocupado en tentar a alguna incauta paloma con las migas del barquillo del helado…para darle después un pisotón a las plumas de la cola. Cualquier padre responsable le habría armado un escándalo de cojones…pero yo no era su padre, lo de responsable estaba aún por demostrar y había que ser muy hipócrita para enfadarse, cuando aún recordaba que -en el pueblo- los enanos nos divertíamos haciendo fumar a las ranas. Por otra parte, ¿no le había cambiado yo la mitad de los pañales, me había mordido los nudillos cuando pasó la varicela y enseñado a comportarse en la mesa, vestirse él solito y las horas en punto? Eso tenía que cotizar al alza en el mercado bursátil de la paternidad. Reconfortado por estas reflexiones, lo llamé, le pisé un pie y, antes de que protestase, le espeté:

No te gusta, ¿verdad? A las palomas tampoco.- Como es más listo que el hambre, dejó de molestar a los bichos y se dedicó a levantarles las faldas a cuanta enana se le ponía a tiro. No sé si era peor aun, pero yo calladito. Me había visto hacérselo a su madre muchas veces -sin que ella protestase con mucho convencimiento- y no hay que confundir a los niños con mensajes contradictorios. Ellos copian lo que ven… lo bueno y lo malo.

Tras dejar al niño con la vecina, me planté muy dispuesto en el despacho del tal Olañeta, con la intención de sacarle a alguien la información de dónde estaba la parejita, o en su defecto, los dientes. Ya he dicho muchas veces que soy un tipo muy educado y diplomático. Con lo que no contaba, después de haber roto el cristal de la puerta -con una entrada a paso de carga de brigada polaca de caballería-, es que fuera el mismo Luis Olañeta en persona quien me recibiera. Tengo que reconocer que éste sí que era un tipo educado.

Adelante, joven. No se preocupe por el cristal. Hace tiempo que deberíamos haberlo cambiado.-

¿Ven lo que digo? Nada de reproches ni un "mecagontoloquesemenea, son 90 €". Razón tenía Ekaterina cuando lo llamaba todo un señor.

¿Dónde está Ekaterina? - fue mi pregunta descortés y directa - No estoy de humor para oír milongas, así que mucho ojo con lo que me cuentas, viejo, si no quieres que te saque a tomar el fresco a la ventana….Estamos en la decimocuarta planta, ¿no?

El saber no ocupa lugar, dice el refrán, y yo estaba poniendo en práctica lo que había leído un día en un manual de técnicas de negociación amistosa. A lo mejor me estaba confundiendo con algún pasaje de "El Padrino", ahora que lo pienso. Olañeta salió al quite sin despeinarse:

No hay ninguna necesidad de ser grosero, aunque comprendo su ansiedad al no tener noticias de Ekaterina; así que le disculpo esos modales de matón y le invito a que se siente y discutamos el asunto civilizadamente. ¡Josefina! Prepáranos un par de copas, por favor. Güisqui para mí y para el señor

Lino, señor Lino. Me vale el güisqui, seguro que es escocés del bueno. Y volviendo al tema, no me creo que Ekaterina esté con usted. Habría ido a buscar al niño. Así que se lo preguntaré educadamente una sola vez: ¿Dónde y con quién está Ekaterina?

El pollo podía tener modales de gentleman, pero a mí no me la dan con queso tan fácilmente y seguía mirando de reojo la ventana; no fuese a pensar que me iba a contentar sólo con bonitas palabras y una palmadita en la espalda.

Ekaterina está bien, se lo aseguro, Lino. Sigue en la casa de ejercicios. Le apuntaré la dirección. Pero antes deberíamos hablar de su relación con ella-

¡Lo que me faltaba por oír, confesarme con el carcamal! Este tipo ya me estaba cargando más de la cuenta con su aire fino y distinguido… esos son los peores.

Con la dirección y el teléfono me basta. Nuestra relación no es asunto suyo. Gracias por el güisqui y adiós muy buenas- le espeté, arrancando la hoja de la agenda en la que había anotado la información.

Un poco de paciencia, joven. Aún no he terminado. El teléfono no viene en la guía y tampoco lo sé. Pero, lo verdaderamente importante para usted, es saber que ha superado la primera prueba. Ahora, permítame que le informe del resto.

¿Prueba? No estaba yo para juegos, pero me quedé a escuchar –sirviéndome otro trago-. Después el tipo me sonrió y levantó su copa al aire, brindando, aunque sin chocar con la mía, porque con la que llevaba dentro, estoy convencido de que hubieran estallado. Después de esa pausa, continuó:

Durante los cinco días que duraron los ejercicios, Ekaterina y yo hablamos largamente de nuestras expectativas, nuestra relación aún no consumada y la de ustedes –un escándalo de continuas consumaciones, por lo que sé-. Finalmente, mal que me pese, tuve que reconocer que yo no era más que una segunda opción y un seguro de vida para ella y su hijo. De todas formas, me conformo con eso.

Yo lo miraba con cara de pocos amigos, porque jode bastante que alguien te cuenten cómo piensa "levantarte" a tu chica. Por otra parte, me descojonaba pensando en lo que podría durarle aquel vejete a Ekaterina…un par de telediarios, siempre que no lo meneara más de la cuenta.

Finalmente, una vez que me confesó que seguía enamorada de usted -algo que no alcanzo a comprender, pero que respeto, claro está-, convinimos en que le daríamos una semana de plazo para convencerla de que está dispuesto a comprometerse. De no ser así, nos casaremos. Y olvide cualquier retorcida idea que pueda tener de seguir manteniendo relaciones con ella a mis espaldas. Me aseguraré de que le resulte imposible. ¿Me explico? - soltó con aplomo el muy cabrón.

¡Joder, se explica como un libro abierto! Pero sigue esquivando la pregunta, Don Luis: ¿Dónde y con quién está Ekaterina?- Por muy digno que se pusiese, yo seguía erre que erre.

Una vez finalizados los cinco días de ejercicios espirituales, el padre Tomás -el guía espiritual- insistió en que Ekaterina continuase formándose, pues aún no estaba del todo preparada para asumir los deberes de una devota y fiel esposa. Yo no estaba de acuerdo, ya que considero al padre un extremista pre-conciliar, pero ella –previendo que usted no apareciese- mostró su conformidad. Bien, ahora le toca decidir: ¿va en su busca o lo hago yo?

¿Sabes lo que te digo?- y aquí introduje una pausa dramática de esas que quedan tan chulas en los culebrones sudamericanos- ¡Este güisqui está cojonudo! Venga, otra copita y le damos pasaporte a la botella. Bueno, tampoco es para poner esa cara de circunstancias. Sólo quería brindar a tu salud, porque ya puedes ir olvidándote de Ekaterina…¿Me explico?- Aunque no lo parezca, en el fondo me daba lástima el pobre viejo. Debe ser muy duro llegar a su edad y verse solo. Pero ése era su problema. El mío, cómo planear un secuestro.

¡Me cago en el puto convento de las Carmelitas Descalzas de los cojones! Aquello quedaba en mitad de ninguna parte del páramo, provincia de Ávila. Si el bueno de Don Luis no me graba las coordenadas en el GPS, aún sigo dando vueltas buscándolo. También me dio su pase, una tarjeta electrónica tipo habitación de hotel. Las monjitas irían descalzas, pero están a la última en tecnología.

El menda, que se precia de ser buen psicólogo, ya andaba con la mosca detrás de la oreja con las últimas insinuaciones del viejo –no sé por qué, todos los santurrones que conozco, que no son muchos, hablan con acertijos, como el Oráculo de Delfos-. "No te será fácil entrar, aún menos salir". "El guardián del rebaño nunca duerme". "Habrás de vestirte con la piel del cordero"…y alguna más del mismo pelo. Coño, si me hubiera dicho: "Que La Fuerza te acompañe", lo habría pillado a la primera.

Empecé a sospechar en cuanto apareció el convento, al doblar una curva –la última de varios cientos, cuesta arriba y cuesta abajo-. Vale que un convento tenga un muro de piedra de tres metros de altura…¿pero con triple malla de alambre de espino encima, seguratas con dobermans, cámaras de video-vigilancia y sensores de movimiento en todo el perímetro? No soy un experto en conventos, pero me da a mí en la nariz que no, nada normal.

¡Quieto parao, Lino! ¿Qué harían el Toncrús o el Lleisnbón en un caso así? Poniéndome en el pellejo de esos profesionales, empecé a maquinar en liquidar a los seguratas y envenenar a los perros -¿o era al revés?-, sabotear el sistema de seguridad con un clip y cegar las cámaras a pedradas. Como no soy un frío asesino con licencia para matar, entré…por la puerta, con educación y buenas palabras. Esto casi siempre es lo que mejor funciona.

Don Luis Olañeta. – me anuncié por el interfono - He tenido que ausentarme durante un par de días por un asunto familiar grave. Me reincorporo al cursillo del padre Tomás-.

Y p´adentro, no sin antes despedirme del segurata con un "Quede usted con Dios, buen hombre". También le sonsaqué –que con el disgusto del fallecimiento de la tía Guillermina ya no sabía ni en qué día vivía- la ubicación de los dormitorios de los cursillistas.

Eran poco más de las diez de la noche y Ekaterina dormía a pierna suelta. Es un decir, porque en febrero y en una habitación sin calefacción, por encima de las mantas sólo asomaban unos mechones rubios. Que susto la pegué a la pobre. Intentó gritar cuando la desperté, menos mal que le había tapado la boca con la mano; tardó unos segundos en reaccionar y, cuando lo hizo, fue para ponerse a llorar a moco tendido.

Bonita bienvenida. – le dije - ¿Tan mal me ha sentado el viaje? Tú, en cambio, estás impresionante. Ese aire de santidad, te queda tan sexy, que ganas me dan de profanar el convento con un buen polvo….con el permiso de santa Ekaterina, claro.- Sus ojos me decían que sí -aunque negase con la cabeza-, y la carcajada que se le escapó me confirmó que, aún rozando el fuera de juego, el gol era legal.

Al final nos conformamos con dormir castamente abrazados. De canto y bien agarrados, porque la cama no medía más de 60 cm de ancho y corríamos el riesgo de despeñarnos en cualquier momento. Ekaterina se encargó de despertarme ¡a las cinco y media de la mañana! y tuve que salir a un oscuro y frío pasillo en busca de mi habitación.

Despertar a la gente a la seis de la mañana, con el Mesías de Hendel a toda mecha por megafonía, es maquiavélico, cruel, despiadado y, además, está prohibido por la Convención de Ginebra.

Desayuno a las seis y media: tazón de leche con Cola-Cao y tres galletas –conozco pensiones de media estrella con patronas más desprendidas-, misa a las siete, confesiones y oraciones hasta las nueve, recogimiento y meditación hasta…los cojones, antes de las diez tenía un mono de nicotina que me estaba matando y me largué por una ventana al jardín. No me tuve que descolgar por el canalón, porque la sala de meditación estaba en la planta baja; aunque podría haber salido tranquilamente por la puerta, ya que el padre Tomás, y la mitad de cursillistas, meditaban con la boca abierta y roncando como búfalos.

Ya que mencioné antes a un músico, debió ser pensando en el padre Tomás. Me recordaba un montón al chiflado aquel que envenenaba a Mozart en la película. Creo que también era cura. Alto, flaco, con una cara de vinagre que ni te cuento y una voz meliflua que me ponía de punta los pelos del cogote. Catalogado al primer vistazo: un hijoputa con pedigrí.

Sobre las doce soltaron al rebaño -¿cómo cojones se llama sino una reunión de corderos?- a que estirara las piernas, antes de comer. Al fin pude hablar tranquilamente con Ekaterina, aunque fuese paseando por los senderos del jardín -juntos, pero no arrimados- y con las manos en la espalda, como hacían todos los demás –donde fueres, haz lo que vieres…y yo estaba allí de incógnito-.

Llegué a la conclusión de que casi le habían lavado el cerebro. Joder, si es hablaba en unos términos que habrían matado de risa hasta el cura de mi pueblo: compromiso cristiano, de tejas arriba y de tejas abajo –sigo sin pillarlo, aunque debe ser algo teológico, digo yo-, los deberes de una buena esposa, el recato que…¡Alto ahí, por eso sí que ya no paso! Me planté delante de ella y, mirándola fijamente a los ojos, le espeté:

¿Estás en tus cabales o me estás vacilando? ¡Joder, ni la Teresa de Calcuta era tan pedorra, coño!-

Vale, no son modales para dirigirse a una santa, pero que me hablase de recato, cuando era capaz de arrugarle el nabo a polvos al más "bragao", ya era pasarse muchos pueblos.

Me miró, pestañeó de sorpresa, bajó la mirada –me temí lo peor- y, agarrándome de los huevos, me sacó de dudas.

¿Tú qué te piensas, cacho cabrón? Llevo una semana encerrada con esta pandilla de tarados, pasando frío, muerta de hambre, volviéndome loca pensando en Sergei, echándote de menos…no sabes cuánto –dándome un apretón al paquete con muy poco recato-, así que sácame de aquí y cásate conmigo. Pero antes, ¿qué me decías esta mañana sobre profanar conventos?

Ah, no. En un catre cuartelero de esos, ni de coña. Además, tengo una duda que me tienes que aclarar antes. Si tan mal lo estabas pasando, ¿a santo de qué te has quedado? Antes de venir, tuve unas palabritas con el vejete y me habló de la trama que habíais montado. No me quejo, me lo merecía. Pero te has quedado porque te dio la gana-. Si no lo suelto, reviento.

Para darte la oportunidad de reflexionar, tonto del culo. Si te espero tranquilamente en casa, hubiéramos discutido, chillado y todo seguiría igual. Ahora estás aquí, has tenido que buscarme y eso significa algo, ¿verdad?-

Eso te pasa por preguntar, por preguntar educadamente, a veces me sorprendes cuando te quedas tan alelado, gilipollas –(reflexiones del menda durante el discurso)-.

Pero hay un problema.- añadió ella – Ahora me tienen casi secuestrada. El sustituto del padre Tomás –coño, por eso no había pestañeado el cura cuando me presenté como Luis Olañeta, reincorporado al cursillo después del inesperado fallecimiento de la tía Guillermina-, el padre Rufino, está loco y la ha tomado conmigo. Insiste en que soy una impía, pecadora y no sé cuántas chorradas más, indigna de ser la esposa de un hombre tan distinguido como…como tú, D. Luis Olañeta; y se niega a dejarme marchar hasta estar plenamente convencido de que estoy reformada-.

Bueno, yo tenía planeado un secuestro, así que sólo había que seguir el plan. El quid de la cuestión estaba en encontrar el elemento de distracción adecuado. La idea de un revolcón con Ekaterina era lo que me pedía el cuerpo –y a ella-, pero no era lo mejor ni lo más adecuado para esos momentos y menos en lugares altamente peligrosos, aunque bien es verdad que el morbo estaba servido en bandeja. Si no nos pillaban, no habría distracción y, en caso contrario, tampoco…me cortan los huevos -y a ella algo peor- y se quedan tan frescos, estos piraos de La Obra. Había que pensar rápidamente en otra solución y yo me concentro muy bien en la cama, así que tuve que darle la razón a Ekaterina…como siempre.

Al final, después de mucho buscar, dimos con la habitación de la reverenda madre superiora. No era nada del otro mundo, pero entrábamos los dos en la cama. Además, las monjitas nos amenizaban la velada, al otro lado del tabique, con un ensayo del coro. ¿Qué más se podía pedir?

Que Ekaterina llevaba a dieta una buena temporada, saltaba a la vista. Mientras yo me entretenía buscando el mueble bar –infructuosa búsqueda-, ella aprovechó para desvestirse y, mientras yo le preguntaba a santo de qué tantas prisas, ella me trincó por la corbata, me tiró en la cama y se sentó encima. Encima de mi cara, quiero decir.

Vale, pillo la indirecta- pude farfullar, sin vocalizar mucho, porque apenas podía mover los labios sin chocar con los suyos.

Si hay algo que tengo claro, es que cuando coge las riendas, no es para ir al trote. Después, cuando ya se ha corrido a gusto –la primera vez-, afloja y me deja hacer alguna virguería. Así que me dejaba mover la cabeza de un lado a otro, aguantaba como un jabato cuando me restregaba el chochito por toda la cara y me transformaba en nene de teta cuando me aplastaba el clítoris contra la boca. No hizo falta que chillara su orgasmo –que lo hizo, con riesgo de que nos oyeran las monitas del coro-, lo noté en una serie de violentas contracciones pélvicas contra mi boca y en un torrente de flujo simultáneo, al que –a falta güisqui- di un buen trago.

Después, algo más tranquila, pero sin quitarse de encima, me aflojó el nudo de la corbata y me fue abriendo, uno por uno, con deliberada parsimonia, los botones de la camisa. Estaba radiante, con su esbelta figura enmarcada contra la ventana y su melena rubia, suelta, filtrando los rayos del sol. Me pegó un latigazo la polla, aprisionada por los pantalones, y di un brinco en la cama.

Me lanzó una de esas miradas suyas que me enloquecen, mezcla a partes iguales de ingenuidad y perversión –como diciendo: yo no he sido, pero te vas a enterar de lo que vale un peine, chaval-, me dejó sin aliento con un beso y se giró, empezando a desabrocharme el pantalón.

Aprovecharé, mientras Ekaterina forcejea con mis pantalones, para hablarles de osos. Tranquilos, luego seguimos. Decía, hablando de osos, que tengo una buena mata de vello en el pecho. Ya sé que no está de moda, pero ¿saben qué?...aún quedan bastantes a las que vuelve locas meter los dedos entre los rizos de vello y juguetear con ellos. Entre ellas Ekaterina, que se relaja así después de un buen polvo. Se relaja tanto que se duerme.

El solo de flauta que vino a continuación, apoteósico. Tiene unos dedos de seda, capaces tanto de hacerte ver estrellitas cuando te acaricia, como de estrellarte cuando te suelta una hostia. Estaba sentada a horcajadas sobre mi estómago, dándome la espalda y concentrada poniéndome a prueba contra la eyaculación precoz. Casi suspendo. Si mis socias radiofónicas eran unas virtuosas del clarinete, esta mujer no se quedaba a la zaga y muy al contrario tenía una forma muy particular y muy sonora de mamármela, que parecía que estaba sorbiendo sopas, pero que a mí me hacía ver las estrellas.

Cuando se aseguró que mi polla no daba más de sí –yo contaba los meneos que me daba, convencido de que con el siguiente estrellaba un pegote de leche en el techo -, se lanzó de cabeza y con la boca abierta. ¡La madre que la parió!

Le encanta mamarla, pero no soporta que te corras en su boca. Después de lo que ocurrió la primera vez, me ando con pies de plomo en éste asunto…les tengo mucho aprecio a mis huevos. No se lo reprocho, a mí tampoco me gusta. Me muero de asco cuando alguna pedorra se empeña en darme un beso, después de.

Así que me tenía en un sinvivir: Si me corro, me capa. Si no me corro, reviento.

Tú sabrás dónde vas a poner mis huevos de adorno, pero yo no aguanto ni un segundo más-. Podía habérselo dicho más finamente, adornado con alguna figura poética, pero si tardo mucho en decirlo, me corro antes.

Cuando, en momentos como estos, te pinzan la polla, estás seguro que te va a explotar como un globo demasiado hinchado. Resulta angustioso, se lo puedo jurar. Pero era lo que buscaba la muy bruja. Se lo noté en la mirada cuando se giró y, sin soltarla, se la acomodó en el chochito. Ahora tendría que describir un polvo peliculero, con mi chica dando botes arriba y abajo, orgasmo va, orgasmo viene. Tendría, si fuese un fantasma. La verdad es que me corrí antes de que terminara de metérsela entera.

La fantasmada vino después, cuando, aprovechando que tenía la polla tan encabritada que no se aflojó un ápice con la descarga, la tumbé de espaldas –ya había estado bien de cabalgatas-, le pasé los brazos por debajo de los muslos y le di como para el zorro durante tres corridas –suyas-, dos "cagüendios, éste a la salud de las monjitas y éste otro por el convento" –míos- y los muelles del somier sonando a rotos.

Salimos cagando leches de la habitación, cuando nos dimos cuenta que hacía un buen rato que no oíamos cantar a las monjas.

Ya tenía claro cómo nos íbamos a largar de allí. No hay mejor cosa que una buena siesta, con la cabeza entre un buen par de tetas, para aclarar la mente y espabilar el ingenio. Previne a Ekaterina para que, oyese lo que oyese, me siguiera la corriente. Y a por el cabrón del padre Tomás –o como coño se llamase el sustituto- nos fuimos.

Necesitaba público, así que esperamos a que acudiese el resto de cursillistas para la charla/lavado de cerebro, antes de la cena.

Benditos los ojos que le ven, Don Luis. Les echamos de menos esta tarde, a usted y a su…hum, ¿prometida?-. El baboso fruncía los labios y lo decía con un retintín insultante.

¡Milagro, padre, milagro! He visto la luz. La luz del Maligno, pero ha obrado un milagro-. Yo, que me trago todos los telefilmes de la tele, soy un artista imitando la escena en la que el telepredicador impone las manos y el cojo empieza a dar saltos.

¡Qué dices, hijo mío! ¿Satanás? ¿Aquí? ¡Agua bendita!-

Si le pinchan, no sangra. El resto de la concurrencia, sin armar tanto escándalo, se persignaban y se miraban unos a otros con unas caras que era para descojonarse. Yo, serio, poniendo los ojos en blanco y haciendo aspavientos con las manos, continué la comedia.

Como lo oye, padre. Estaba paseando con mi prometida, planificando los últimos detalles de la boda, cuando…no sé si podré seguir –pausa dramática, que aproveché para pincharme con la llave del coche en el muslo, antes de que se me escapase una carcajada. La cara de sufrimiento que puse debió resultar convincente- Ekaterina fue poseída por el demonio. Me arrastró hasta la celda de la madre superiora, presa de un frenesí diabólico. Aunque me resistí, nada pude contra su increíble fuerza y

¿Te poseyó? Hijo mío, dime, ¿te poseyó contra tu voluntad?-. Joder, tuve que clavarme la llave con ganas y, para empeorar las cosas, había que ver la cara de golfa que ponía Ekaterina, mirando a la peña en plan: "tú, vejete, prepárate, que ahora te toca a ti".

No, eso fue después- dije, ya recuperada la compostura y con más cara de sufrimiento que nunca.

¿DESPUES DE QUÉ? -decía con los ojos saliéndose de sus órbitas

Después de que se apoderara de mi miembro viril y

(Imaginen al padre Rufino mudo, braceando, apremiándome a terminar la frase, pero sin querer oírla).

Me lo lamiese, chupase, sorbiese. Algo increíble, maligno, pero aún así, maravillo. ¡Un milagro!

¿Llamas a eso milagro, pervertido?

He visto gente mirarse el zapato, después de pisar una cagada de perro, con menos cara de asco que la que dirigió a Ekaterina, el "desgraciao".

Llamo milagro a los cuatro polvos que eché. Yo, después de cinco años de impotencia crónica. ¿No me cree? Pues atienda

El discursito iba dirigido a la panda de pichaflojas y sus respectivas, que habían dejado de acuchillarse el pecho con los dedos y ahora prestaban una atención muy poco religiosa a la revelación que se les ofrecía.

Ni que decir tiene que Ekaterina se esmeró con la mamada. Buena es ella para andarse con remilgos. Con cada chupetón que me daba al capullo, hacía chascar la lengua y dejaba escapar un hilillo de babilla por la comisura de los labios, arrodillada, con el culo en pompa, la falda bien remangada y enseñando al absorto público el mejor culo que habían visto en su día.

Me concentré en batir el record de velocidad y el de salto de longitud. Minuto y medio y tres pasos, lo justo para atizarle con el chorretón de leche al boquiabierto padre Rufino. Un par de palmos más arriba y se lo traga.

Y ahora, la prueba definitiva- solté con desparpajo a la concurrencia. El reverendo yacía inconsciente y no se enteró del fin de fiesta. Ekaterina colaboró dejándose arrancar el tanga sin protestar, apoyando los codos en los hombros de un alucinado cursillista y soltado todo el repertorio de barbaridades conocido –y alguna que se inventó sobre la marcha- con cada embestida que recibía.

Yo estaba decidido a remachar el clavo y repetir las veces que hiciera falta, hasta convencer a la parroquia de que más vale coño en mano que cientos de bulas volando, pero no hizo falta. Un par de beatas, harta de pasar hambre y contagiadas de histeria colectiva, habían echado mano del paquete de sus castos esposos y se la mamaban con más dedicación que arte. Pero qué coño, nadie nace aprendido.

Después de convencerlos de que en manos del demonio, un par de polvos caen fijo, allí se produjo una desbandada. Aprovechamos el revuelo para salir por pies.

..

Bueno, queridos lectores, hasta aquí puedo contar. Tengo a Ekaterina fisgando por encima del hombro lo que escribo y diciéndome que corte ya el rollo; aunque, con la panza que tiene, tropieza con mi espalda y no puede acercarse a la pantalla del ordenador todo lo que quisiera.

Sólo un par de cositas más, ahora que cree que he apagado el ordenador. Ya habrán adivinado que está al caer el cuarto miembro de la familia: Irina, si no miente la ecografía.

Prefiero pasar de puntillas sobre el asunto de las memorias, aunque se han vendido como churros. Lo malo han sido las hostias que me ha dado Ekaterina, al enterarse de algún asuntillo que no le había contado.

He perdido de vista a Carlota y Natalia, que se están forrando contando los secretos de mi etapa radiofónica, con el resultado de que casi me descalabra Ekterina, el día que las vio en un programa televisivo de casquería. Lo que quiero decir, es que al llegar a casa después de un agotador día de trabajo, respondió a un cariñito mío con rodillazo en los huevos y algo así como: "¡Desgraciado! Así que la dichosa semana en el hotel te sirvió para tirarte a ese par de zorras, a la editora, a un par de turistas y tirarle los tejos a todo lo llevase un par de tetas, ¿no? ¡Ya te vale, pichabrava!

Ya dije anteriormente que mi niña, como buena ucraniana, tiene una puntería infalible y un carácter efervescente. Aparte de ésta, la ensalada de hostias que me obsequió con la lectura de las memorias y algún que otro desliz, apenas le he dado motivos para sacar a relucir el carácter endemoniado que se gasta cuando de asuntos de cuernos se trata.

Por mi parte, ahora me gano la vida como tertuliano "políticamente incorrecto" en un canal televisivo y estoy empezando una novela de ficción sobre…¡Los huevos, voy a destripar ahora el guión! Se la compran cuando salga editada.

Respecto a mis antiguas clientas, agua pasada, salvo cuando suena –muy de vez en cuando- el teléfono que había jurado tirar al contenedor de reciclaje.

Coño, los buenos hábitos hay que dejarlos poco a poco y, además, sólo atiendo casos de marujas muy desesperadas, antiguas clientas con "morriña" y el colectivo de adeptas a La Obra… De éstas no perdono a una.

FIN

© Lydia vs Masu