La estrella de la radio (5)

Reunirnos en un hotel nudista, mis dos entrevistadoras cachondas y yo con intención de escribir mis memorias, no me parecía el lugar idóneo, aunque pensándolo bien...

CAPITULO V

El hotelito era una pasada de lujo, tranquilidad…y tías buenas. ¡Coño, si hasta las camareras iban en bolas y estaban como un queso!

Estoy seguro que más de un lector estará pensando que deliro o que le quiero tomar el pelo. ¡Por mis muertos que es verdad! Para empezar, nos encontramos con dos recepcionistas –dos pibones de esas que anuncian cochazos de importación…sí, de los que cuando acaba el anuncio no tienes ni puta idea de qué marca era, pero recuerdas perfectamente la carrocería de la tía que lo anuncia- que nos recibieron exhibiendo unas sonrisas Profidén, deseándonos una feliz estancia y recordándonos que, en todas las dependencias del hotel, era obligatorio estar en pelota picada.

¡Joder, estaba yo como para prestar atención! Con un ojo puesto en las tetas de una, y el otro en el culo de su compañera, que en ese momento se giraba, doblando el espinazo para recoger un bolígrafo que se le había caído –esa posturita se la había visto hacer a una stripper…pero esta elementa le daba cien vueltas-, casi me quedo bizco. No conseguí bajar mi calentura hasta que mis chicas me dieron un repaso a dúo en la habitación.

Total, que el resto de la tarde se nos fue en la mamada a cuatro manos y dos bocas, el "sándwich" que le hicieron mis chicas al sorprendido botones que nos traía a la habitación unas copas del bar –la idea era recuperar el aliento mientras nos las bebíamos, pero estas dos son insaciables- y jugarnos unos polvos al parchís antes de meternos los tres en la inmensa cama de la habitación. ¡Coño, he jugado partidos de futbito en canchas más pequeñas!

La gracia de nuestras partidas de parchís está en que, cuando me comen una ficha, además de joderme y tener que volver a empezar, tengo que cumplir durante cinco minutos como un campeón con la que me la ha comido. Y uso la primera persona del singular porque soy un auténtico negado con el puto dado de los cojones, y porque estas dos saben latín y se compinchan para bloquearme las fichas con barreras. Aún me acuerdo de un día que me comieron la ficha cuarenta veces. La partida duró toda la noche –cerca de cuatro horas follando y comiendo coños-, empalmado y sin terminar de correrme… pues si esto es un juego, no quiero ni pensar en lo que Carlota y Natalia entienden por tortura. Afortunadamente, nuestra primera noche en el hotel fue tranquila y sólo me comieron cada ficha un par veces. Lo jodido es que jugábamos con seis fichas cada uno…para darle mayor emoción, decían, las muy putas.

Al día siguiente fue peor. Decidimos empezar a trabajar en cuanto termináramos de desayunar, tomarnos un respiro a media mañana –entiéndase un menage a trois- y seguir trabajando hasta la hora de comer; continuar después de la siesta, que estas dos aprovecharían para hacerse guarradas la una a la otra –mi siesta es sagrada- y terminar sobre las seis o las siete de la tarde para estar frescos durante la noche, porque Carlota y Natalia ya me habían avisado que no se conformaban con menos de tres polvos diarios cada una. ¡Los cojones…! ¡…no pasamos del desayuno!

La culpa la tuvo la parejita de la mesa de al lado. –"Prueba la mermelada, mi amor"- le decía una rubia despampanante a un viejales con pinta de haberse tragado dos frascos de Viagra. Sólo que la mermelada se la untaba en los pezones. Y debían de ser pezones extensibles, porque no paraban de crecer con los lametones del viejo verde. En cuanto se acababa la ración, la moza no perdía el tiempo antes de ponerse más mermelada, mientras le cascaba una paja de campeonato por debajo del mantel. En una de éstas, viendo que los vecinos de mesa no perdían detalle de la faena, se volvió para aclararnos la situación.

Es mermelada sin azúcar. No le conviene, por la diabetes, ya saben.

No te jode, tampoco era conveniente para el negocio que Natalia se tomase la lección al pie de la letra, pero a ver quién era el guapo que la convencía de no comerse la mermelada con la que ya me había embadurnado la polla.

Y ya metidos en gastos, Carlota le echó el ojo a un camarero cachas, lo agarró por la polla cuando pasaba a su lado, y se lo llevó camino de nuestra habitación. –Antes de que llegue la chica de la limpieza-, nos aclaró, de la que se iban. Creo que sí llegó –la chica de la limpieza- antes de que acabaran, porque no dio señales de vida hasta tres horas después…y la habitación seguía patas arriba. Bueno, uno que es muy sociable, aprovechó el tiempo intimando en posición horizontal con la rubiaza de los pezones de cinco centímetros, mientras al carcamal le daban un tratamiento antiestrés en la sala de masajes. Aunque parezca mentira, saqué fuerzas de no sé donde

El caso es que terminamos nuestro segundo día de estancia en el hotel sin más que unas raquíticas cinco páginas manuscritas; impresentables, pues terminamos montándonos una juerguecita encima y acabaron llenas de pegotes de semen y fluidos vaginales. La editora nos había citado al día siguiente y había que presentarle algo -lo que fuera-, pero estaba visto que a ese ritmo no íbamos a llegar a ninguna parte. Cualquier roce accidental, una mirada o cualquier otra excusa imaginable, bastaba para que alguno de los tres –generalmente ellas- pillase un calentón y metiese en el "fregao" a los otros dos. Perdí la cuenta de los revolcones que nos dimos durante esa semana y, de eso estoy seguro, entre las dos me ordeñaron bastante leche como para prevenir la osteoporosis de por vida.

Tengo que recordar escribirle a la ministra de Sanidad para proponerle una campaña de prevención: "mámasela a tu pareja todos los días y ahórrate disgustos con los huesos durante la vejez". Seguro que me agradece la iniciativa.

No voy a negar que no me lo estuviera pasando bien; más que bien, teniendo en cuenta la grata compañía de mis dos entrevistadoras particulares, que no parecían tener freno a nada, pero también había un contrato de por medio, que de no cumplirse en plazo, nos iba a provocar otra clase de calenturas… y no era plan, desde luego. Además de la profesionalidad, había mucha pasta en juego.

Al final, las convencí de que lo mejor sería salir de aquella habitación y buscar un sitio tranquilo –sin camas- para escribir, más acorde con un plan de trabajo serio. Otra cosa era dónde meterse en aquel hotel y no liarla a cada paso, más aún teniendo en cuenta que mi polla, después de dos días de entrenamiento intensivo, reaccionaba instintivamente ante la presencia de cualquier culito apetitoso…y, para no provocar a la fiera, no era plan de andar por el hotel mirándome la uñas de los pies. Yo había pensado en algún apartado rincón del jardín –lástima que estuviésemos en febrero-, pero fue Natalia precisamente la que propuso trabajar en lugares con gente, para evitar tentaciones; como por ejemplo, en el hall, que tenía varios sofás y donde – añadía - nos sentiríamos mucho mejor. Acepté a regañadientes.

Se puede decir que uno ha hecho casi de todo en esta vida, pero pasearme en pelotas –y con la polla apuntando al techo- así, sin más, por un hotel, se me hacía raro. Pero es que había que verlas a las dos cogiditas de la mano, esperándome en la puerta de la habitación con la grabadora y el bloc de notas debajo del brazo; una mordisqueando la punta del bolígrafo con auténtica cara de vicio, y la otra, con el micrófono de la grabadora a la altura del chichi, diciéndome si se podría utilizar como consolador y, de paso, grabarse su propio orgasmo. Estas dos no tienen remedio

¿O es que el chico nos ha salido tímido?-me picaba Carlota.

Yo creo que mucho presumir, pero se le arrugan las pelotas cuando hay público presente, ¿no crees?- remachaba Natalia. ¡Cagunmismuelas, no le consiento a nadie que me llame gallina!

Fue abrirse el ascensor y encontrarme con un grupo de unas diez personas, todos desnudos, claro está. Hombres y mujeres de varias edades, charlando animadamente con toda naturalidad y sonriéndonos a nuestro paso. Me fijé que una de las chicas más jóvenes del grupo se me quedó mirando al ver mi erección apuntando a las lámparas del techo. Carlota, en un arrebato de los suyos, me agarró la polla, y tras darle dos o tres zarandeos, sin dejar de mirar fijamente a la chica en cuestión, parecía estar diciéndole con la mirada: "este machote, de momento, me pertenece".

Tal y como acordamos, nos sentamos en uno de los sofás de recepción, justo enfrente de los dos bombones que nos atendieron a la llegada, y que cada vez que cruzaba la mirada con ellas, me sonreían –aunque le sonreían aún más al instrumento que las saludaba, justo debajo de mi ombligo-. Desde luego, no había forma concentrarse en aquel lugar. Lo de evitar tentaciones era pura teoría, pues el efecto era el contrario: La entrada y salida continua de tías despelotadas –si una estaba buena, la siguiente lo estaba más- por aquel lugar, hacían perder la concentración al más sereno. Mis dos compis, en cambio, parecían estar pasándoselo en grande; no sé muy bien si por pasar las mismas sensaciones que yo, ó simplemente por verme tan apurado y distraído con lo que por allí circulaba. Joder, si parecía un concurso de mises aquel hotel… o al menos eso le parecía a mi amiguito menor, ya que se levantaba a saludar a la primera que pasaba por allí.

Un tipo se acercó a nosotros y, señalando a Natalia, me pidió permiso para llevársela durante un rato a su habitación. -¡Joder, menudo cretino!-, pensé. Pero viendo que Natalia babeaba con los pectorales que lucía el pollo, no le puse pegas, aunque imaginaba que no iba a enseñarle las vistas precisamente. No tardó mucho en volver –ya se sabe que los esteroides resultan letales para la polla-, aunque lucía una radiante sonrisa en el rostro y nos juraba que había sido un polvo rápido e intenso. Rápido no, meteórico; y en cuanto a lo de intenso, tengo mis dudas. No había más que oír a "Jhonny el mazas", cuando nos contó a los colegas que hacía tres meses que no se le levantaba, todo por culpa de las pastillitas de los cojones. Qué quieren que les diga, si se trata de hacer el cafre en un gimnasio, antes me tienen que asegurar que voy echar músculo donde más me interesa.

Aquello era el colmo de la desconcentración. Cuando no era Natalia la que se iba de excursión con un cachas hormonado, era Carlota la me distraía escondiendo un dedito entre sus muslos y moviéndolo rítmicamente sobre su botoncito, mientras me hacía preguntas sobre mi pasado –todas girando sobre lo mismo…igual que la yema de su dedo, también girando sobre un mismo punto-. Después cuando la cosa cogía auge… se llevaba ese dedito húmedo a la boca y lo degustaba de una forma que volvía a descolocarme de nuevo.

¿Recuerdan que antes de salir de la habitación, Carlota había comentado algo sobre meterse el micrófono en el coño y grabarse un orgasmo en directo? Pues, aunque no se me crea, tuvo los santos ovarios de hacerlo mientras estábamos sentados en la recepción del hotel. Otra faceta suya que no conocía: la de exhibicionista. ¡Esta mujer nunca deja de sorprenderme!

Entre su gemidos y jadeos –no se corta un pelo a la hora de verbalizar su excitación…no digo nada sus corridas-, el espectáculo de una tía despatarrada en un sofá, abierta de piernas y con el mango de un micrófono asomando entre sus piernas, no tuvo nada de extraño el alboroto que se armó en el hotel y el corrillo de clientes curiosos que se formó alrededor nuestro. Y yo allí sentado, al lado suyo, con la polla como un poste y dando conversación al público asistente, que me preguntaba si yo era algún famosillo para que me entrevistasen de forma tan poco convencional.

Pillé un rebote de cojones. Les dije que no, que la famosa era ella, directora del programa radiofónico de máxima audiencia. Estoy seguro que a Carlota, la experiencia de firmar autógrafos mientras aún se agitaba con los últimos espasmos, no se le olvida en la vida. Por mi parte, aprovechando la confusión, me las arreglé para llegar hasta el mostrador de la recepción y hacerles una demostración de mis habilidades lingüísticas a los dos pibones. Quedamos para otro día, cuando librasen turno, para concretar un revolcón como dios manda.

Para colmo, poco después apareció Marisa, nuestra famosa editora, y la que por cierto pagaba la factura de todo aquello, con una entrada en la recepción de aquel hotel de las difíciles de olvidar. Su forma de caminar, su altivez, su desenvoltura, su cuerpo… todo indicaban que era una mujer de armas tomar. A pesar de sus aparentes cincuenta y tantos  –por la insinuación que me había hecho Carlota, yo estaba ya resignado a tirarme a una abuelita-, su pelo rojizo, desafiantes tetas –operadas, eso sí- y un culo digno de ser dibujado y expuesto en algún museo, confirmaba que era una mujer deseable por cualquiera de los que allí nos encontrábamos, como confirmaban las miradas de todos los tíos –y alguna tía también- allí presentes, que no se perdieron detalle desde que entró. El que únicamente luciese unos zapatos rojos de tacón alto y una cadenita de oro en un tobillo, no le restaba un ápice de elegancia.

Preguntó por nosotros y se acercó hasta nuestro rinconcito de trabajo. Educadamente me levanté, mientras ella lentamente se pegaba a mi cuerpo, de forma sutil pero intencionada -aunque fueron sus tetas las que tropezaron primero con mi pecho-, y notando sonriente como mi polla le daba un cachete de bienvenida a su tenue barriguita.

¿Así que tú eres... ?- me dijo, plantándome en las mejillas un par de besos con exceso de carmín y rozando la comisura de mis labios.

Lino... mi nombre es Lino, y lo que te hayan contado de mí cualquiera de éstas, seguro que no es del todo cierto- le contesté, procurando mostrarme educado y simpático, al tiempo que notaba que aquellos besos estaban impregnados por el aroma de una hembra que, estaba seguro, no iba a dejar en mal lugar a las otras dos.

El resto de la tarde la pasamos cambiando impresiones, y también miradas furtivas con la susodicha Marisa, quien por cierto también inspeccionaba mi anatomía sin ningún disimulo; la misma que yo intentaba destacar con posturitas atléticas... ésas que me hacen meter barriga y sacar musculito, y que las pone tan cachondas a todas.

Una vez aclaradas todas las dudas que nos planteó sobre el proyecto, le prometimos que en un par de días podría leer un primer borrador de nuestro "best seller". Al despedirse, volvió a sobarme con sus grandes tetazas y, acercando su boca a la mía, me dio un morreo que me dejó burro y cortado. Quiero decir que el morreo me dejó burro –más aún de lo que ya estaba-, pero lo que me dejó realmente cortado fue lo que me susurró después al oído…una salvajada sobre una prensa hidráulica en forma de coño, mi polla y la cita que teníamos pendiente dentro de dos días. Para que luego te fíes de las señoronas elegantes. La imagen de su culo desapareciendo por la puerta fue otra imagen difícil de olvidar. Así como cuando volvió su mirada sonriéndome, sabedora de ser observada con tanta devoción.

¿Que te ha parecido Marisa? - me preguntó Carlota, sacándome de mi ensimismamiento.

Bien, se la ve muy profesional y que sabe de lo que habla.

Tonto, no me refiero a eso. Te hablaba de las miradas que le has estado echando todo el rato y las consecuencias de tú... - esto último lo dijo señalando a la nueva empalmada que destacaba entre mis piernas.

No sé por qué, pero ese pequeño ataque de celos contribuyó para ponerme aún más dura la polla.

Chicas, creo que aquí tampoco podemos trabajar. – comenté, viendo que necesitábamos un lugar menos concurrido. Si la idea de la habitación era mala, la del hall del hotel me parecía aún peor.

Ya veo, ya… - volvió a referirse a mi instrumento, pero esta vez más que señalarlo lo zarandeó a base de bien, sin importarle que hubiera gente a nuestro alrededor.

Bien, vamos a la zona de Spa, allí estaremos más tranquilos. – añadí, antes de volver a sucumbir a sus artes.

No sé de dónde pude sacar el suficiente sentido común para sobreponerme al calentón que llevaba encima, pero la cosa veía que seguía poniéndose dura (nunca mejor dicho…)

Entramos en la sección de Spa, donde había un par de parejas en la piscina, jugando con cierto disimulo bajo el agua y comprobé que el jacuzzi estaba vacío. Agarré a mis chicas por la cintura y nos dirigimos para allá. Carlota, muy profesional ella, no se olvidó de la grabadora, que puso modo REC en cuanto nos colamos entre las burbujas.

Ninguna de las dos parecía estar por la labor de trabajar. Vamos, creo yo. A no ser que el emparedado que me hicieron entre las dos, tuviera un doble sentido que no pillé. Me costó un huevo quitármelas de encima, situarme fuera de su alcance en aquella redonda bañera gigante, y hacerlas entrar en razón con un discurso sobre la obligación contraída con Marisa para presentarle un borrador dentro de dos días. Aceptaron a regañadientes, pero como era yo el que tenía que hablar, después de hacerme un par de preguntas de un tirón, se dedicaron a comerse los pezones la una a la otra…¡Cagunmismuelas, y yo empalmado desde hacía más de una hora y soltando el discursito!

Cuando todo parecía estar encarrilado, las dos parejas que se habían estado bañando en la piscina grande, se acercaron al jacuzzi. Chapurrearon un buenos días -nos enteramos después que eran escandinavos... de Finlandia, para más datos- y se colaron dentro junto a nosotros.

Ya se lo pueden imaginar: mis dos cachondas socias no perdieron ni un segundo en hacerles sitio al par de atléticos finlandeses, mientras las dos rubiazas se me acomodaban una a cada lado.

¡A la mierda el trabajo, Lino!- pensé. Pero no dije esta boca es mía, cuando las manos de mis dos ninfas nórdicas tropezaron bajo el agua con lo que buscaban. A ellas tampoco pareció disgustarles lo que encontraron, ya que empezaron una animada charla entre las dos.

¡Minum ori!-, soltó la que parecía llevar la voz cantante, mientras le metía un quite a mis huevos que me dejó mudo.

Kulta aasi, rakkaus-, argumentaba la otra, después de haberme comido el morro con fruición y ponerme una teta en la boca.

Minut pitaa…Kaunis.- Fue lo último que oí, antes de que se me tiraran encima, formando entre los tres un revoltijo que no tardó en hundirse bajo el agua. ¡La leche, juro por lo más "sagrao" que una de las dos aprovechó la inmersión para chuparme la polla!

(La trascripción fonética del finés, puede que no sea muy exacta, pero es que no tengo ni puta idea del idioma…y bastante hago con acordarme de cómo sonaba. Si algún lector lo domina, estaré encantado de saber lo que decían).

Y luego dicen que las escandinavas son frías y educadas. Pues que se lo cuenten a estas dos, cuando casi se sacan los ojos la una la otra –sin soltarme la polla, con lo que temí que me la arrancaran de cuajo en cualquier momento-, peleándose por ver quién era la primera que me cataba el nabo. Finalmente, les tuve que dar un toque de atención:

¡Cagunmismuelas, a callar las dos! Tú –la que tenía más a mano-, ven p´acá –se quedó con los ojos en blanco cuando la senté de golpe sobre mi polla-. Y tú, ponme el chochito al alcance de la lengua.- No tengo vocación de mando, pero cuando la cosa se descontrola, hay que poner orden en el gallinero, cojones.

A partir de ahí, la cosa fue como la seda. Una rubia amazona me cabalgaba a galope tendido, mientras la otra hacía equilibrios en el borde del jacuzzi, sujetándome la cabeza con ambas manos y haciendo que mi lengua no se separase ni un momento de su chochito. Se corrieron en menos de lo que tardo en contarlo, pero las mozas –que me temo, debían de tener hambre atrasada- intercambiaron las posiciones y siguieron a lo suyo.

La segunda que me plantó el coño en la cara –la verdad es que no nos dio tiempo a presentarnos, así que no voy a mentir inventándome sus nombres-, tenía un clítoris de los que quitan el hipo. A la pobre casi le da un patatús cuando lo atrapé entre mis labios y le di un buen repaso de lengua. Bueno, al final sí que le dio el ataque, pero eso fue después de que cambiara los labios por los dientes…un "truqui" del oficio, que empleo cuando alguna se resiste más de la cuenta a correrse. Aunque esta vez no hiciera falta, quería dejarle a la finlandesa un buen recuerdo de sus vacaciones.

Es lo que me ocurre siempre que quiero ser galante…que me paso cuatro pueblos. La pobre moza pegó un chillido de los que te hielan la sangre, se puso rígida, y menos mal que anduve vivo y la sujeté bien, porque casi se desploma y se abre la cabeza contra el borde del jacuzzi. Claro, nos cortó el vacilón. Aunque, para ser exactos, su amiga tardó un poco en darse cuenta de la situación…es que estaba en pleno estallido orgásmico, y no consideré prudente cortar de repente la función, no fuera a ser que acabaran las dos igual.

Los cuatro salieron pitando y no les volvimos a ver el pelo. Más tarde, mis amigas de recepción me informaron que debió de ser un corte de digestión; pero Carlota y Natalia –para mí que estas dos tienen algo de brujas- me sometieron a un tercer grado inquisitorial, convencidas de que había tenido algo que ver en el asunto. Mi cara de inocente angelito no las convenció. Para quitar hierro al asunto, les pregunté qué tal les había ido con el par de finlandeses. No me contestaron, se miraron la una a la otra, me miraron con esa cara que ya asocio a una maratoniana sesión de polvos, y no me dejaron salir del jacuzzi hasta la hora de la cena. ¡La leche, cuando salimos de allí tenía arrugadas hasta las uñas de los pies!

El resto de los días en el hotel, aparte de torturas varias como ésa, fue más o menos aprovechable; conseguimos cerrar un borrador medianamente digno del dichoso libro -pasándonos de la fecha prevista, eso sí-, pero  Marisa estuvo de acuerdo en darnos unos días de plazo extra, con la condición de añadir ella algo de su cosecha, y como no podía ser de otra manera, aprovechando para catar la mercancía.

Si hasta entonces, lo ocurrido en el hotel nudista había sido inenarrable, surrealista y hasta increíble, lo que casi acaba conmigo fueron los encuentros con Marisa en la habitación. Aunque presumo de un aguante a prueba de bomba, la verdad es que con ella me hizo falta y no anduve muy sobrado que digamos. ¡Su puta madre, menudo coño insaciable se gasta la tía!

Además de demostrar que es una buena editora, y una hembra de armas tomar cuando hace falta, posee también habilidades dignas de una profesional del sexo. He conocido tías que te la maman como los ángeles, pero Marisa es extraordinaria. No sólo domina la técnica, es que además lo hace con arte, con un estilo que para sí quisieran muchas de las actrices que se dedican al porno. Controlaba los tiempos, se la veía puesta y dispuesta en el tema, tanto, que parecía estar creando una escultura con mi polla cincelándola lentamente con su habilidosa lengua, sus labios, sus dientes

El primer día, después de ponerme nervioso con un discurso de esos que sueltan los ejecutivos de las grandes empresas cuando quieren ponerles las pilas a sus colaboradores –zalamero cuando te cuentan el rollito de que el negocio es una labor de equipo, y amenazante cuando se trata de fijar objetivos y el margen de beneficios-, lo que traducido al cristiano es que más me valía dejarla satisfecha, se lanzó como una leona hambrienta sobre mi polla. El caso es que me ponen cachondo las tías que van plan agresivo, y a Marisa no le gusta perder el tiempo con pollas perezosas, por lo que me lo agradeció con una religiosa mamada: de rodillas y sin manos.

Alguna vez me he tropezado con la típica ansiosa, una de esas que se tiran de cabeza con la boca abierta de par en par. Después del primer bocado, vienen los gorgoritos, las arcadas y el sofocón de la tos. Me temía que le pasase eso a Marisa y que el asunto terminara como el rosario de la aurora. Me tranquilizó comprobar que sabía lo que se hacía, tomándose su tiempo, usando sabiamente la lengua y dosificando la saliva para lubricar el tronco. Después, tras lanzarme una mirada de esas que derriten los cubitos, se la fue calzando con calma, con lentitud exasperante, justo hasta la mitad del recorrido, retirándose a continuación, sin dejar de masajearla con la lengua. En la siguiente acometida, llegó un poco más allá; y en la siguiente, un poco más, así hasta lograr tragársela por entero. Y lo más alucinante: cuando pensé que había terminado con el numerito y después se contentaría con repetirlo unas cuantas veces más, me sorprendió con un masaje de lengua que iba desde la punta del capullo a la base de mis huevos.

¡Aquello era alucinante! Era una virtuosa del solo de flauta, una diosa poseedora de una acariciante lengua de seda; era como tenerla metida en una centrifugadora capaz de mantener la respiración, con todo mi miembro encajado hasta la mitad de su garganta, soltando un resoplido y una mirada lasciva, para seguir con la tarea nuevamente no sé cuántas veces. Y una vez vencida mi capacidad de resistencia, provocó la erupción del volcán con una sucesión de rápidas acometidas. Creí que se me derretían los huevos y que la médula espinal se me iba por la punta del nabo. Señoras y señores, les puedo asegurar que esa mamada la recordaré hasta el día que estire la pata, y si tengo un poco de suerte, también después.

Por si fuera poco, sabía controlar no solo sus orgasmos sino los míos también: Se colocaba sobre mí y me cabalgaba como una habilidosa amazona, gimiendo y botando aquellas espectaculares tetas... pero cuando ya me dejaba llevar a ese cercano paraíso del placer, ella apretaba mis pelotas y la base de mi verga, con sus dedos, de tal forma que detenía la eyaculación, que no la erección, que me parecía que era cada vez mayor... para al final correrme como un toro semental tras un año en dique seco.

Tres días con este tratamiento y casi acaba conmigo. Y el último día, en plan despedida, me dice que se apuntan también un par de amigas suyas. No, afortunadamente no eran como ella. Se trataba de Tere y Elvira, los dos pibones de recepción, que llevaban toda la semana intentando echarme el guante sin conseguirlo. Sólo recuerdo las dos primeras rondas de polvos. Creo que después perdí el conocimiento.

El caso es que, aún hoy, la cabrona se queja de que le pesan los años, y que benditos aquellos tiempos locos de juventud. Pues no saben cuánto me alegro de no haberla conocido antes.

Continuará