La estrella de la radio (4)

Estaba claro que el peso de la fama, de los éxitos y de la responsabilidad eran todos cosa mía... incluyendo el cabreo que tenía Ekaterina por todo lo acontecido, pero yo iba tan lanzado con el éxito y un libro que contaba mis memorias, que no veía más allá.

CAPITULO IV

El asunto de los seriales radiofónicos se estaba convirtiendo en el fenómeno mediático de moda, con unos índices de audiencia que ya empezaban a poner nerviosa a la competencia televisiva y con las mejores agencias publicitarias haciendo cola para meter sus cuñas en el programa. Hasta ese momento nadie se había atrevido a incorporar en la parrilla radiofónica una sesión de sexo puro y duro, aunque fuese con la excusa de una entrevista; pero la cosa estaba alcanzando cotas de audiencia inimaginables, además de unos cuantos embarazos –alguna pareja, incluso, llamó al programa para darnos la buena noticia…y bastantes más para echárnoslo en cara- , de los que naturalmente yo no me hacía responsable –reclamaciones, al maestro armero-.

Ahora bien, estaba meridianamente claro ¿quién era el que sostenía todo el tinglado? El menda, él solito. Bueno, también es cierto que la idea había sido de Carlota y que Natalia colaboraba en lo que podía, pero el que encandilaba a la audiencia con sus historias era yo.

La puta verdad era que no me costaba ningún trabajo y, además, disfrutaba como un enano con mi nueva condición de locutor radiofónico -enano como sinónimo de niño; a ver si por una tontería así me van a poner un pleito los del colectivo de gente chiquita-. Es lo que siempre dijo la vieja: "el niño nos ha salido cuentista".

La fórmula del rollito erótico, como complemento de la charla, mantenía a la audiencia de salidos en devoto recogimiento -para no perderse ninguno de los ruiditos de jodienda que se oían de fondo-; mientras que los oyentes "intelectuales", una minoría, polemizaban sobre las intenciones ocultas del ponente. ¡Joder, si hasta llegaron a sugerir que era un elemento infiltrado de alguna secta destructiva! Muchos otros decían que todo era un montaje comercial sin más, una especie de peli porno radiofónica; y aunque en cierto modo lo era, la diferencia radicaba en que la historia era real y el sexo en vivo.

Cuando, después de veinte programas, me quedé sin historias autobiográficas que contar, los guionistas de la cadena de radio insistieron en escribirme los discursos. ¡Menuda mierda! Los tíos tenían menos chispa que un ayatolá en un karaoke y…¡La madre que los parió!, hasta intentaron convencerme de que contase algún chiste. Salí del paso con un encendido discurso sobre el avance social que supondría incluir entre las prestaciones de la Seguridad Social los servicios de fulanas y putos. Se armó un taco de la hostia, con la mitad de los "opinadores profesionales" del país defendiendo la idea y la otra mitad convocando a la oposición a manifestarse en La Castellana. Hasta me llegó una comunicación -muy fina- del Ministerio de Economía, pidiéndome por favor que dejase de tocar los huevos, que no estaba -y ahora, menos- el horno para bollos. ¡Coño, no creo que sea para tanto!

Y una vez lanzado, me dio por alborotar el gallinero con propuestas radicales: semana laboral de veinte horas y tres meses de vacaciones pagadas -y se acaba el paro-; vivienda gratis (nada de vivienda social de tercera: ciento cincuenta metros cuadrados, por lo menos, con piscina comunitaria y polideportivo a menos de cinco minutos andando) para las parejas con más de dos hijos -de un plumazo, se reactiva el sector de la construcción y el índice de natalidad-; disolución del ejército y reconversión en una ONG de ayuda humanitaria -total, según nos cuentan, ya casi están en ello…y, de paso, nos ahorramos los desfiles-; cruceros gratuitos desde el país de origen, para cuanto inmigrante lo demande, y papeles en el acto -¿no dicen que el mayor problema de la inmigración son las mafias? Pues con joderles el negocio…-; el asunto de las drogas ya lo había tratado antes –pero seguí insistiendo en subir el precio del café, los plátanos…y en regalar macetas de "maría", con lo decorativas que son, a todos los radioyentes que llamasen a la emisora-. Bueno, creo que con lo dicho ya se hacen una idea de por dónde iban los tiros, ¿verdad?

La verdad es que me pasé cuatro pueblos. Reconozco que una vez lanzado me vine arriba y no había dios que me parase. Pero, ¡qué cojones!, a ver quién es el guapo al que, con tanta notoriedad, no se le sube el vacilón y se le va la pinza (En cristiano, que se me estaba subiendo el éxito a la cabeza y empezaba a hacer el gilipollas).

Ekaterina, mientras tanto, seguía a lo suyo: tratando por todos los medios de echarme el guante y llevarme –con ella de blanco- delante de un cura. Después me enteré que lo tenía todo medio planeado, según reconoció, hasta el punto de tener reservada la iglesia... todo esto, sin contar con el menda. Luego, empezó a preocuparse por los cotilleos que oía en la peluquería, a propósito de un degenerado que lanzaba propuestas revolucionarias por la radio, mientras se montaba una orgía en directo. Yo seguía insistiendo en que sólo era un truco, igual que las risas enlatadas de los programas de humor. Se podría decir que hasta llegaba a creerme esa teoría de tanto contarla, salvo por la pequeña salvedad de que yo era uno de los implicados en todo ese tinglado.

Todo esto, hasta que una fatídica mala noche –insisto en que el programa no se emitía en horario infantil-, emocionado con el discurso que estaba largando como en tantas y tantas veladas acaloradas, no me di cuenta que Natalia me cambiaba la polla de agujero, con tan mala pata –debido a las prisas y a que no me avisó de la maniobra- que le solté un viaje de los de rompe y rasga. Es lo que pasa cuando uno no está concentrado en "el tema" y no sabe dónde tiene metidas "sus cosas", ¡por Dios! No habría pasado nada -a parte de los cuatro puntos que le tuvieron que dar a la pobre-, si yo hubiera seguido con la perorata como si tal cosa. Pero uno es un caballero, y se me oyó muy clarito pedirle perdón e interesarme por el estado de su maltrecho culo.

Natalia no me lo tuvo en cuenta –ella siempre tan comprensiva cuando anda una polla de por medio-, calificando el desgarro anal como un accidente laboral sin importancia. La que no lo tuvo tan claro, tras el programa, fue Ekaterina.

¡Cerdo, cabrón, mentiroso!- Cuando Ekaterina se enfada, insulta en ruso. Pero el teclado no dispone de caracteres cirílicos, así que confórmense con la traducción.

Intentaba por todos los medios explicarle que todo tenía su lógica y un por qué, y probé a darle la excusa de que todo estaba planeado de antemano para ver la reacción del público. No coló.

Lo que más me duele es que me tomes por tonta. - añadía con lágrimas contenidas de rabia en sus preciosos ojos azules - No me importa…bueno, me importa, pero comprendo que ligarte viejas es tu trabajo. Pero de ahí a que me pongas los cuernos cada noche con un par de guarras, así, por las buenas…eso sí que no lo aguanto- me decía, mientras rebuscaba algo en los cajones de la cocina.

Vale, tienes toda la razón. – intentaba calmarla -Tendría que habértelo dicho desde un principio, pero me daba apuro. Además, el contrato que firmé con la emisora tiene una cláusula de confidencialidad que no me permite contar a nadie los intríngulis del programa. Y ahora, chatina, suelta el rodillo de cocina, ¿quieres?

No sé que la cabreó más: si lo del contrato o que terminara de tranquilizarla diciéndole que siempre me ponía un condón. La hostia que me soltó –afortunadamente, después de soltar el rodillo-, me aflojó un par de empastes. Así que esa noche –y el resto de la semana también- tuve que dormir solito en el sofá. Total, que como las desgracias nunca vienen solas, en casa estaba a dieta de coño, en la emisora tenía muy preocupadas a Carlota y Natalia por mi repentina falta de interés y ¡el colmo!, tuve un gatillazo repentino con una de mis clientas más asiduas, con la que además tengo bastante buen rollo y la suficiente confianza. Menos mal que no se lo tomó por la tremenda. Ella no, pero yo sí. No sé por qué, las mujeres siempre ven esto como algo normal... y no, eso es algo muy grave. No es solo la hombría la que está en juego… ¡Coño, que me gano la vida con ello!

Tuve que contarle, después de que me insistiera mucho en que esa putada tiene un origen psicosomático -el 95 % de las veces-, los pormenores del asunto, aunque me callé lo de la emisora; bastante lío había montado como para implicar a más gente en el asunto.

La cosa está muy clara, Lino. Estás enamorado-, sentenció con actitud muy de madre. Y eso pensé: "La madre que la parió…va a tener razón". Casi prefería estar con el 5 % de pichaflojas sin remedio.

Ekaterina, que ya me tenía por la segunda semana a dieta, tampoco ayudaba mucho que digamos. Cuando consintió en volver a dormir juntos, estaba pensando en eso, en dormir. Al primer intento de aproximación por mi parte, respondió con un bufido, y al segundo, con un rodillazo en los huevos. Ya dije antes que las ucranianas cuando se ponen, tienen un carácter endemoniado. Muchos podrán pensar que en el tema del sexo ya andaba más que servido con mis clientas, pero aunque no sea el más indicado para afirmarlo, tengo que reconocer que no es ni con mucho... lo mismo.

Lo que más me extrañó fue cuando ella,  poco tiempo después, empezó a frecuentar la iglesia del barrio. Extraño, ya que era ortodoxa. Hasta que un día llamaron a la puerta con un pedazo de ramo de flores…"para la señorita Ekaterina", según el mamón del repartidor.

¡Me cago en tó lo que se menea, aquí no vive ninguna señorita, cabrón!- me salió del alma, joder. Pero le agarré el ramo –con una tarjeta bien visible- y si no llega a andar listo, le amputo el brazo a la altura del codo, con el portazo que di. No es que sea celoso, que va; pero que le manden flores a mi chica, es pasarse de la raya.

Por más que miraba la tarjeta que acompañaba al ramo, no terminaba de creerme lo que veían mis ojos. Porque tanto tiempo en dique seco, es lo que tiene: a uno comienzan a fallarle las neuronas y es incapaz de digerir cosas así... de sopetón.

¿Quién cojones es el tal Luis Olañeta, guapa? – le pregunté casi a gritos - A ver si resulta que es el florista de la parroquia y te ha confundido con la Virgen-.

No son formas de entablar una conversación civilizada, lo sé; y menos, con la hostia que le di a la mesa del salón, que retumbaron hasta los cristales de la casa de enfrente. Es lo que tiene la abstinencia sexual, que además de joderte las neuronas, te agria el carácter. Pero pá chula, mi chica, que si tuviera huevos, serían "cuadraos".

Un señor muy fino, educado, viudo, de misa diaria, miembro de no sé cuántos consejos de administración bancarios y, según me dice, con buenas intenciones.

Yo la miraba, pero no la veía, aunque estaba atravesándola con la mirada, y pensando si se estaría quedando conmigo.

Le he hablado de Serguei – añadió, sin dejar de esbozar una burlona sonrisa - Está como loco por conocerlo, sus hijos son mayores y los ve poco; de ti... no tiene ningún interés en conocerte... escoria antisocial, corruptor de las buenas costumbres…son sus palabras…y eso que no le he contado el tema de tus negocios. Y, por último, me ha pedido que me case con él, siempre que apruebe el retiro espiritual que nos tiene concertado su confesor para la semana que viene. ¿Qué te parece?

Me quedé en silencio, intentando encontrar palabras coherentes con las que responder al discursito de Ekaterina que parecía tener tan bien preparado y que a mí solo me parecía un despropósito. No pude.

¡Me cago en el meapilas de los cojones! Eso me parece. Y cojonudo lo del cursillo, retiro, o el trío que se quiere montar contigo y el confesor. Así aprovecho para irme yo también, con Carlota y Natalia, y terminamos de una puta vez el libro de memorias.

Ella me miraba, sin creerme y sin dejar de mostrar aquella sonrisa que no sabía si tomarme como vacilona o vengativa.

A Serguei lo dejas con la vecina – añadí, intentando templar la voz - , no me fío un pelo de que al santurrón le gusten los críos.

No me estaba dando cuenta de que Ekatrina me estaba ofreciendo la última oportunidad. Se jugó el resto y yo, bastante ciego, todo sea dicho... acepté el envite.

De no haber estado tan ofuscado –otra vez la jodida abstinencia-, me habría dado cuenta de que, con un poco de mi parte: una palabra de comprensión, un gesto cariñoso y un poco menos de orgullo herido, Ekaterina estaba dispuesta a seguir a mi lado…siempre que le diese alguna esperanza. Esa noche, después de meter cuatro cosas en la maleta, ni me molesté en preparar el sofá. Llamé a una conocida, ofreciéndole un polvo gratis, siempre que ella pagara el hotel. Con el hambre atrasada y el cabreo que aún llevaba encima, la tía flipó en colores con el primer polvo, con el segundo arrancó de un mordisco la funda de la almohada, con el tercero descubrió que era multiorgásmica y, en el cuarto o quinto, sufrió un desvanecimiento. Yo a lo mío, seguí follándola, intentando con ello arrancar todos mis males por cojones, nunca mejor dicho.

Me metí de lleno en el asunto del libro de memorias que no era para tomárselo a broma. La editorial nos había adelantado un pastón por la exclusiva, marcando un plazo de cuatro meses para una primera entrega –o nos reclamaba la pasta por vía judicial- y aún no nos habíamos puesto a la faena. Bueno, en faena estábamos casi siempre, pero de otro tipo. Además, yo había fundido mi parte en la compra de un velero de catorce metros, atracado en el puerto deportivo de mi pueblo –disfruté de lo lindo metiéndoselo por el morro a los caciques del lugar-, que aún no había estrenado y pretendía que no me lo embargasen.

Así que les dejé las cosas claras a Carlota y Natalia: después del siguiente programa, "menos joda y más laburo", parafraseando a uno de los habituales del bar de Paco, porteño él, cada vez que el Atleti la caga, indignado con los jugadores. Les rogué encarecidamente que el hotel fuese tranquilo, en el campo o las afueras de la ciudad. Del precio, ni comentario, daba por supuesto que me iba a salir a polvo por cabeza diario. A eso se le puede llamar pecar de ingenuo, ¿verdad?

A la mañana siguiente –hay gente madrugadora que come a la una y media, aunque para mí es una buena hora para levantarse-, después de despedirme cariñosamente de la clienta, que me mantenía a todos los niveles, incluyendo los cabreos convertidos en polvo salvaje y coger los 500 € que se empeñó en que aceptara –por eso digo que me despedí muy cariñosamente…durante tres cuartos de hora-, llamé a Carlota y Natalia. Me citaron en un conocido restaurante, para ir concretando el plan de trabajo –me decían, descojonándose-. Se ofrecieron a venir a buscarme al hotel y acepte. Primer error.

Había que vernos. Un fulano –yo- con cara de no haber pegado ojo en toda la noche, más muerto que vivo, arrastrando la maleta por la recepción del hotel y ellas armando un escándalo a la entrada, discutiendo con el  taxista – con cara de susto- para que esperase y haciéndome señas de que me diera prisa.

¡Por Dios! Lo que nos ha costado encontrar un taxi para venir y, para más "inri", nos toca un estrecho que nos arma un escándalo por un numerito de lo más inocente- me decía Carlota, mientras Natalia seguía discutiendo acaloradamente con el taxista, sin soltar la puerta.

Algo le habréis hecho al pobre hom..- No pude seguir. La tía se me había pegado como una lapa, clavándome los pezones en el pecho –afilados y duros, como se le ponen cuando está cachonda perdida; o sea, siempre- y, aprovechando que yo seguía tirando de la maleta con una mano y con la otra le rodeaba la cintura, me pegó un tiento al paquete que me dejó mudo. Justo antes de entrar en el taxi, se las arregló para llevar mi mano a su entrepierna y demostrarme, sin ningún género de dudas, que el trayecto había sido divertido.

Si el taxista ya estaba al borde del ataque de nervios cuando vino a buscarnos, la presión arterial se le disparó hasta extremos peligrosos poco después. ¡Coño, si hasta la calva de la coronilla se le puso como un tomate! Yo trataba de distraerlo con una conversación sobre cracks colchoneros y los méritos del entrenador, pero estas dos: una metiéndome la lengua en la oreja, de esa forma tan lasciva, como solo ella sabe hacerlo, además de su mano dentro de la bragueta; y la otra, abierta de piernas, sobándose el coño por encima de las bragas y esperando que asomase mi polla para lanzarse en plancha, no ayudaban nada, francamente.

Al ponerse la cosa fea; es decir, que una se entretenía en darle lametones a mi polla y la otra insistiendo en meterme la cabeza entre sus tetas, tuve que tranquilizar al taxista, asegurándole que la integridad de la tapicería del asiento trasero no corría peligro; pero, por si acaso, le dije que se diera prisa en llegar. Su cara era todo un poema, al menos la parte que dejaba ver el retrovisor, cada vez que echaba una ojeada a lo que acontecía en la parte posterior de su taxi. Y no era para menos, parecía que no nos habíamos visto en años por las ganas que le poníamos...

Al final, llegamos demasiado pronto y tuvo que dar un par de vueltas a la manzana: Natalia, con dos de mis dedos en su chochito, no estaba dispuesta a bajarse del taxi antes de haberse corrido como Dios manda. El tipo se ganó una propina de las gordas, que pagaron a medias entre las dos, aparte del espectáculo; porque todo sea dicho, ver a estas dos en acción merece la pena, es un show que no se ve todos los días. Cuerpos lujuriosos, bien proporcionados, bocas sedientas, inconmensurables, pechos por doquier, piernas infinitas sobre el reposacabezas delantero y coños ardientes en pleno frenesí, fueron un gran espectáculo y motivo de algún frenazo repentino que nos salvó de algo peor.

En el restaurante, más de lo mismo. Hubo que convencer al portero –porque el sitio era de los finos, con marquesina y alfombra roja a la entrada- que teníamos reservada mesa y nos dejara pasar. Yo en su lugar, ni de coña hubiera dejado entrar a un tipo que se presenta subiéndose la bragueta y tratando de acomodar en los calzoncillos una polla en pie de guerra, acompañado por un par de elementas que parecían salir de un revolcón en el cuarto oscuro de un club: una ajustándose la media al liguero –y mostrando, de paso, que ni tanga ni hostias…a pelo- y la otra atusándose la tetas en una blusa que había perdido dos botones –cada vez que se agachaba, se le salían fuera-. Lo dicho, soy yo el portero y no pasan.

Después tocó lidiar con el maître, muy ofendido porque me atreviera a pedirle un vaso de leche con Cola-Cao y un par magdalenas, como aperitivo.

No me jodas, tío, que son las tres y estoy en ayunas. - dije muy convincente, dando por hecho que era lo más natural del mundo pedir eso en aquel lugar y a esas horas.

El resto de la comida, salvo un par de asaltos por debajo de la mesa, que rechacé a pisotones, discurrió sin incidentes y pudimos hablar del proyecto con tranquilidad. Eso fue porque tuve la precaución de sentarlas juntas, enfrente. Alguna vez se rieron de algo que no venía a cuento, así que me imagino que se apañaron para meterse mano; sospecho, pero no me consta.

Bien, tenemos siete días para entregar el borrador. Propongo sesiones de tres horas de trabajo por la mañana y otras tres por la tarde. No todo va a ser trabajar, ¿verdad?- rompió el fuego Carlota, muy seria y profesional, mientras la otra reía nerviosa y se revolvía en la silla -Natalia y yo nos turnaremos haciéndote preguntas, Lino, procurando que no divagues más de la cuenta y pasando a limpio el material que sea aprovechable…durante tres horas- La invitación a que preguntase qué iba a pasar después era evidente, pero también sé cuando hay que callar la boca y hacerse el sueco.

¡Uy, creo que lo hemos asustado! ¿Ves, no te dije que un hotel nudista y con intercambio de parejas, no era la mejor idea?- Esta vez fue Natalia la que hizo que me atragantara con el solomillo al Pedro Ximénez.

¿Qué?, ¿Estáis locas?, ¿La idea no era una semana de trabajo y un relajo de vez en cuando? ¿Hotel nudista? Creo que no es precisamente lo más relajante para trabajar…un chiringuito como el que habláis- conseguí articular, después de hacer bajar a trompicones el solomillo por el esófago.

No te alteres y baja la voz. El editor…perdón, la editora, tenía muchas ganas de conocerte y fue ella la que propuso el sitio. Yo, en tú lugar, procuraría ser amable con Marisa. Además, es una mujer simpatiquísima y se conserva estupendamente…para su edad.- Carlota se lo estaba pasando en grande viéndome pasar apuros.

Podría decir que Carlota es manipuladora, sinvergüenza y un putón verbenero, pero también le tengo que reconocer un fino olfato para los negocios y que, cuando quiere, es una gran señora. Lo malo es que quiere pocas veces.

Venció todas mis reticencias con argumentos muy convincentes. Me daba a mí en la nariz que la presencia de esa editora, de nombre Marisa, iba a traerme alguna que otra complicación y efecto secundario.

No te confundas, Lino. - apuntaba más seria Carlota - La que manda aquí es Marisa y pone sus condiciones. Quiere conocer personalmente, íntimamente, a ése chico tan prometedor (son sus palabras), el borrador tiene que estar listo la semana que viene, el libro se titulará "Diario de un semental" y, a cambio, ofrece aumentar un 10% nuestro porcentaje y un anticipo adicional de 150.000 €. Tú te llevas la mitad, así que esmérate y que la jefa no tenga ninguna queja, ¿vale?-  esto último no lo decía como sugerencia, sino como más bien una orden.

Como siempre en estos casos… cuando se me nombran cifras de varios ceros, uno parece olvidar todo lo demás, considerándolo accesorio.

Ningún problema. Por esa pasta le vendo a mi madre y me la follo hasta que jure haber sido abducida por extraterrestres. ¿Cuándo empezamos? - dije en todo chulesco.

Eso es algo que nos pasa a todos los tíos: se nos va la fuerza por la boca o, según un dicho de mi tierra, "ye más el güeyu qu´el butiellu". Alguna de mis clientas me había llevado a uno de esos clubs de intercambio –un servicio extra que ofrece el menda-, donde no ves más que marujas salidas y marujos pitopáusicos. Un ambiente bastante cutre, la verdad.

Continuará