La estrella de la radio (2)

La velada con Carlota dio para mucho más de lo esperado... Acabé contando mis memorias en un programa de radio de máxima audiencia.

CAPITULO II

Después de discutir el asunto con Ekaterina, a la que tuve que contar con pelos y señales todos y cada uno de los polvos -se partió de risa, por cierto, con la escena del baño-, convencerla de que la vieja no era más que otra clienta con buen corazón que quería retirarme de la mala vida y compensarla con un par de revolcones –con menos viguerías, pero poniéndole más entrega-, pude llamar a Carlota (nos olvidaremos ya de Cristina) para concertar una entrevista de negocios

Me imaginaba que el precio que yo debía pagar por todos esos billetes de color lila, aparte de mi profesionalidad en repartidor de sexo a domicilio, era compensar a la susodicha Carlota en una charla radiofónica. Así me lo pidió entre susurros, muy melosa ella, en uno de aquellos descansos que tuvimos en la bañera espumosa del hotel. La idea de entrevistarme, debía ponerle bastante a la tía…por lo que parecía y pensándolo bien, a mí, también, ¿por qué negarlo?

Todo esto, bien remunerado, además, claro está, pues el negocio, por así llamarlo, consistía en aparecer en antena durante las tres horas de un programa radiofónico monográfico dedicado a la prostitución masculina, dar mi punto de vista sobre el tema -como experto-, junto con otros tres sesudos comentaristas y cobrar 2.500 €. Vamos, que firmé el contrato cagando leches

Y para allá me fuí... Al final éramos cinco en el plató -cabina, locutorio o como cojones se llame en argot radiofónico al claustrofóbico cubículo del programa-: Carlota, a la que ya no hace falta presentar; Natalia, otra periodista –con muy mala hostia, como me demostró nada más presentármela, antes del programa, dejando caer el cigarrillo en la copa de cava que yo, educadamente, le ofrecía; un septuagenario profesor de ética - de apellido impronunciable - algo así como una momia, que carraspeaba un par de veces, antes de empezar a largar con tono académico- y por último un friki con pluma y zapatos de plataforma…¡Menudo plantel!, incluyendo al menda... y eso que yo llegué con mis mejores galas… hasta tentado estuve de ponerme el traje blanco con camisa roja de largos cuellos, muy en plan gigoló de los 80, pero opté por algo mucho más discreto, pero siempre elegante… uno nunca sabe dónde puede captar nueva clientela. Me presenté con el traje gris marengo, de diseño, -una excelente imitación que me costó unos cuantos euros en un viaje a Ibiza, aunque allí también me cobré en carne parte del precio-, la camisa blanca, impoluta, y la corbata -esa si que era buena, de las de verdad, regalo de una de mis mejores clientas-.

Comenzó Carlota tomando la palabra, haciendo una morbosa presentación del tema, continuando con un recorrido histórico en el que metió en el mismo saco a Casanova, Rodolfo Valentino (antes de convertirse en estrella del cine mudo) y terminando con un cubano, famoso por andar liado con alguna de las folclóricas prehistóricas del país. Y, de rebote, también me incluyó a mí. El viejo profesor aburrió a las piedras con su disertación, el friki no dijo más que gilipolleces y Natalia, que me miraba como un psicópata a su víctima, modosita en apariencia ella, rompió las hostilidades, lanzándose directa a la yugular:

Dejemos que hable nuestro invitado de hoy - apuntaba irónicamente la muy bruja - que, por cierto, lleva media hora sin abrir la boca, con cara de susto y de no acabar de creerse que un lechuguino como él tenga la oportunidad de dirigirse a nuestra audiencia. Vamos a ver…Lino -curioso nombre para un chulo-, a grandes rasgos: ¿cómo te describirías? Porque, la verdad, físicamente, ni fu ni fa; ¿dónde se obtiene el título de chulo? y cuéntanos algo de tu "modus operandi". ¿Trabajas en una esquina o te anuncias en la sección de contactos de algún periódico?

Lo soltó todo ello con vocecilla de golfa de campeonato y de corrido, como si lo tuviera aprendido desde por la mañana; eso sí, dicho sin acritud, sonriendo y poniendo un morrito de mamona…que ganas me estaban entrando de bajarme la bragueta y darle mi piruleta, a ver si cerraba la boca de una jodida vez. A esas alturas no me iba a asustar porque me llamaran chulo, feo... ni eso de "lechuguino", así que entré al trapo pero intentando no alterarme, que es seguramente lo que ella quería y que le montase un show:

Efectivamente, me llamo Lino, diminutivo de Aquilino, por mi abuelo paterno. Como soy producto nacional, no me llamo Víctor-Alejandro-Luis "El Tigre", ni el Bradpitdeloscojones, ¿entiendes? En cuanto a mi aspecto físico, ni guapo ni feo, pero lo suficientemente resultón para que, mientras me hincas el diente, lleves un buen rato jugueteando con el botón del escote. En otras circunstancias, diría que eres una clienta con posibilidades. Ah, otra cosa: como el "pirao" éste -el de la chaqueta morada que tengo a mi izquierda- no deje de tocarme la pierna por debajo de la mesa, va a tener que buscar los dientes por todo el estudio- Ya dije, y si no lo digo ahora, que soy un perfecto caballero, un tipo muy educado y algo tímido.

Reinó el silencio durante unos cuantos interminables segundos, hasta que el friki, pillado por sorpresa con las manos en la masa, empezó a chillar como una maricona cuando le agarré la mano –que ya andaba peligrosamente cerca de mi paquete-  y le retorcí los dedos. Alguien cortó el sonido antes del segundo aullido, mientras este iba cambiando de color, del blanco al morado.

Cuando se reanudó la emisión, un rato después de todo el desaguisado, el viejo profesor había tenido que ausentase a causa de una repentina subida de tensión y el friki también. En este caso, por la repentina dislocación de un par de dedos. Yo, que ya estaba lanzado, continué entreteniendo a la audiencia:

Llamando a las cosas por su nombre, no soy un chulo. Para que el oyente me entienda: supongamos que tú fueras una "artista callejera"– dirigiéndome, evidentemente, a Natalia- que ofrece sus "actuaciones" a los transeúntes, por un módico precio. Para negociar con la competencia y defender del intrusismo tu esquina, necesitarías un "representante"; es decir, yo. Si el porcentaje de la comisión que me llevo excede del 50%, se podría decir que eres una puta con mala suerte; y de mí, un chulo con mala entraña. Como no es el caso, me puedes llamar gigoló, puto o más finamente, boy. Aunque, mis clientas, suelen llamarme "amorcito".

Viendo el cariz que iba tomando la entrevista, y antes de que empezara a largar más impertinencias a propósito de "mis estudios" y el trato con la clientela, intervino Carlota, demostrando su amplia documentación sobre el tema. Demostró tener una memoria de elefante, repitiendo cuanto me había sonsacado en nuestro anterior encuentro. ¡Qué morro le echaba la tía! Repitiendo, cada dos por tres, el excelente trabajo de investigación que habían realizado los reporteros del programa. Esto es lo malo de ir contando cosas en momentos de pleno frenesí, que uno no controla... por eso, a partir de ese día, me cuido muy mucho de lo que les digo a mis clientas, antes de y después de. Lo malo es que la cabrona me había interrogado…durante, y aún me falta entrenamiento para sujetar la lengua en esos momentos. Estoy entrenado para todo tipo de situaciones complicadas, incluidas las de no beber de más con una cliente para acabar largando "lo indebido", pero con Carlota todo era diferente, su forma de sonsacarme, era portentosa. Por eso, otro día que nos tropezamos –casualmente- en el mismo hotel, le registré el bolso en busca de una grabadora.

La que no se quedó muy conforme fue Natalia, que desvió la conversación hacia el terreno personal, preguntándose por los motivaciones que llevan a un buen chico -¿se referiría a mí?- a terminar ofreciendo sus servicios a desconocidas. Lo curioso es que había ido suavizando poco a poco el tono de voz y ahora repetía la operación con el segundo botón, dejando ver una generosa porción de sus melones. ¡Joder, qué razón tenía mi abuela!: "Recuerda, Linín, educación y buenos modales, abren puertas principales".

Fue entonces cuando me fijé algo más en Natalia y, de algún modo, también cambié mi actitud hacia ella; viéndola ahora menos "agresiva", tanto como para encontrarla mucho más interesante que en mi primera valoración. Era realmente atractiva y, además, sabía sacarle partido a su belleza... excesivamente pintada para mi gusto, pero hay que reconocerle un aire elegante, un escote más que generoso -aunque estuviera apuntalado con uno de esos sujetadores que aumentan dos tallas- que rebelaba  una bonita delantera. ¡Y qué decir de sus muslos! ...una vista muy interesante la que me ofrecía con sus piernas cruzadas. Me pilló plena observación y sé que ese detalle… le gustó.

Creo que fue a partir de ese momento cuando me consagré como estrella radiofónica, soltado un rollito entre sarcástico y tierno, que me salió de un tirón; así, como sigue:

-He leído por ahí que esto le pasa a mucha gente: odio las Navidades. Yo las paso en el pueblo, como todo buen paleto de Madrid

Apuré de un trago el cubata, antes de que me lo cambiaran por un vaso de tubo -con un refresco de color sospechoso-, y continué mi disertación sin dejar de observar lo atentas que estaban las dos periodistas.

Mi madre aprovecha para cebarme como un cerdo en vísperas del sanmartín y regalarme sus maternales consejos: "Hijo, ¿tú me comes bien? Mira que te lo tengo dicho, tú come bien, no bebas mucho…y hazme abuela de una "jodía" vez, cebollón"- Covadonga, la pequeñaja de la casa, me pone al día sobre sus ligues en el instituto y tantea la posibilidad de irse a vivir con su hermano mayor. A estudiar interpretación, dice. –Y terminar ejerciendo en un local de alterne- añado yo, aún a riesgo de recibir una colleja, si la vieja anda cerca.

Mis dos contertulias me miraban fijamente, ¿Cómo decirlo?... de esas veces cuando sientes que te echan un ojo "atrapador", pero parecían no pestañear, mientras que el técnico de sonido, en su pecera, andaba solventando unas cuantas llamadas que llegaban a la emisora. Después de un carraspeo, continué

Al viejo no le hemos vuelto a ver el pelo desde que se empeñó en salir a faenar un mal día, pese a la previsión meteorológica que anunciaba borrasca y mar gruesa. A los otros tres pescadores que iban con él, tampoco. El precio del besugo tuvo la culpa: sube mucho en Navidad. Desde entonces, cada vez que veo el cuadro "Y luego dicen que el pescado es caro" de Sorolla, no puedo evitar una sensación de opresión en el pecho. Soy un sentimental, a pesar de lo cabrón que fue el viejo mientras vivió.

Tuve que pegarle otro buche al vaso, para pasar el mal trago de los recuerdos y seguir relatando sin perder la voz...

De eso podría hablar Martín, el mediano. Pero ya no. Un"chute" mal cortado se lo llevó con apenas 17 años. En el pueblo estaban -lo siguen estando, mierda de pueblo- muy mal vistos los maricas. Pero mi hermano era un maricón con un par de huevos. Se la tría floja lo que decían y pensaban de él en el pueblo, aunque quería y admiraba al viejo con devoción fanática. Por eso le dolieron tanto sus hostias y su desprecio.

Natalia y Carlota bebían de su refresco y esta última parecía estar centrada en mis labios, pensando, seguramente, en algún nuevo divertimento.

Yo estaba embarcado cuando ocurrió. Ayudante de máquinas en un petrolero. Tenía decidido llevarme a Martín en cuanto volviese a casa de permiso. Siempre llego tarde a las citas importantes. Cuando por fin pude regresar, cuatro meses más tarde, fue para llevarle flores a la tumba, discutir a voces con el viejo –yo le solté a la cara el veneno que llevaba dentro y él me la partió de un guantazo-, localizar al "camello" que surtía de mierda a mi hermano y ser accidental testigo del mal paso que dio con sus huesos en el fondo del acantilado. No me quedé a comprobar si la Guardia Civil lo consideraba un lamentable accidente o un ajuste de cuentas. No hubo cargos, pero todo dios estuvo de acuerdo en que era una buena idea desaparecer una temporada.

Me veía presto y dispuesto en mi disertación radiofónica, vamos, como si lo hubiera hecho toda mi vida y una vez embalado, es lo que tengo, que no hay quien me pare...

Después de unos meses de navegación, pasando de un barco que contrataba tripulación sin papeles a otro que transportaba mercancía sin consignar, terminé dando con mis huesos en Odessa, puerto ucraniano del mar Negro y el Chicago de la mafia rusa, a mediados de los noventa. Allí hice buenos amigos, mejores negocios, aprendí ruso y a manejarme en ambientes, digamos, al margen de la economía oficial.

Me trasladé mentalmente por unos momentos a aquella época, dura y tierna a la vez... aunque creo que siempre más de lo primero.

Buenos chicos, estos ucranianos, aunque casi me rajan cuando los llamé rusos, la primera vez. Son fanáticos del terruño. En eso nos parecemos bastante. Y en el sentido del humor también: socarrón, ácido y nihilista. Terminé haciendo muy buenas migas con una pandilla de tipos a los que te acojonaría encontrártelos en un callejón, gracias a que soy rápido aprendiendo idiomas, puedo volver loco a cualquier ruso –perdón, ucraniano- con juegos de palabras y aguanto cantidades ingentes de vodka antes de caer redondo. Al final, todo se pega. Hasta llegaron a parecerme normales los negocios que nos traíamos entre manos. De las ucranianas guardo hermosos recuerdos y alguna cicatriz. ¡Joder, qué carácter tienen!

Inmediatamente llegó a mi mente Ekaterina, a la que me imaginé escuchando con los auriculares del mp3 que le presté y nunca me devolvió. Sonreí viendo la imagen de su carita y proseguí mi discurso:

Cuando los chanchullos se volvieron demasiado peligrosos para mi gusto y, por aquí, la Benemérita dejó de investigar el tropezón del camello, decidí que ya era hora de volver. Me despedí de los colegas con una fiesta que duró tres días y cuatro noches, me metieron a trompicones en un avión –no soy consciente de haber pasado por ningún control aeroportuario- y me desperté, es un decir, en Barajas.  Hoy en día soy un ciudadano modélico, que desearía pagar religiosamente sus impuestos, y se dedica a dar clases de capoeira –fruto de una estancia juvenil bien aprovechada en Brasil-, gorila de club nocturno y acompañante exclusivo de señoras pudientes. Actividades, todas ellas, más o menos legales y que me permiten llevar un tren de vida decoroso, sin grandes lujos; aunque, lamentablemente, no cotizan a la Seguridad Social.

Otra vez la imagen de Ekaterina volvió a mi cabeza... y la tengo guardada perfectamente como en esa primera vez que la vi. Aquella mirada es de las que no se olvidan. Después de unos segundos, continué:

-A Ekaterina la conocí en Madrid, no vino conmigo desde Ucrania. Estaba sentada en las escaleras de la iglesia San Martín, muy cerca de una de las bocacalles de la Plaza de Lavapiés, donde vivo. Lloraba y le cantaba una nana al bebé que llevaba en brazos, limpiándose los mocos y las lágrimas con una esquina de la manta del crío. Era la viva imagen de la desesperación. Se le iluminó la cara cuando le pregunté -en ruso- qué le pasaba. Me miró con suspicacia y terminó decidiendo que era de fiar, todo ello en un par de segundos. Su historia era una que ya conocía de sobra: Llevaba tres días dando tumbos, comiendo cuando podía, durmiendo en albergues de acogida –nunca dos noches seguidas, por miedo a que alguien la denunciara y la deportasen-, huyendo de la mafia –que le había prometido un trabajo digno, bien pagado y un futuro…a cambio de 3.000 €- para terminar dejándola, con otras seis chicas, en una casa de putas de las afueras. Salió por pies en cuanto se olió la jugada. Viuda de un minero de la cuenca del Donetz y embarazada de siete meses cuando murió su marido.

Las cosas que ha tenido que pasar, por cierto, ahora que estoy haciendo recuento en viva voz... para luego estar hablando de mi vida.

De eso hace cinco años. Desde entonces vive conmigo, juntos, los tres, pero no revueltos. Empezó ocupándose de las tareas domésticas, pocas en un piso tan pequeño como el mío, cocinando unos platos que mejoraban con mucho el menú del día de la cafetería de Paco y encerrándose bajo llave por las noches en su habitación. Apenas salía de casa, temerosa de que la localizaran los mafiosos. Terminé poniéndome bruto un día, un par de meses después…y sacando a pasear por el parque al enano. ¡Joder, los críos necesitan tomar el aire todos los días!

Carlota y Natalia, seguían con sus ojitos atentos a mi alocución, como dos niñas que esperan intrigadas el final de un cuento.

El siguiente paso fue demostrarle a Ekaterina, inequívocamente, que mi vida sexual ya era lo suficientemente ajetreada como para pensar en violarla: empecé a llevar a mis clientas a casa, lo que me costó perder alguna de las fijas. Ella al tiempo rezaba por la salvación de mi alma, delante de un icono que le había comprado; mientras, en la habitación de al lado, yo me ganaba honradamente el jornal haciendo descubrir lo terapéutico que resulta un orgasmo a una maruja con depresión. Tuve que explicarle, con infinita paciencia, que las cerdas capitalistas pagan por todo, también por un polvo. No me gané su aprecio, pero dejó de encerrarse bajo llave por las noches y pudimos pasar alguna agradable velada charlando.

Volví a pensar en la mirada de Ekaterina… comparando la de aquella vez que la vi por primera vez… a su mirada sosegada y plácida de ahora.

Le solucioné el papeleo, dándola de alta como empleada de hogar y negociando con los chicos de la mafia rusa (estos sí, rusos de la Madre Rusia), la liquidación de la deuda en 5.000 € -por los intereses de demora y las molestias-, jugándome el pellejo y una resaca de cojones. Se partieron el culo de risa cuando, tras finalizar el trato y entre botella y botella de vodka, me preguntaron si la quería para uso propio o para ponerla a trabajar y les dije que ni una cosa ni otra, que era demasiado buena cocinando y demasiado beata para follármela.

Carlota soltó una pequeña risita tras ese golpe, mientras Natalia, ojos como platos, continuaba jugando con los botones de su blusa.

Pero uno es un santo varón hasta cierto punto. Ekaterina terminó trabajando fuera de casa y también follando. Lo primero, gracias a un par de kilos de percebes, pata negra, más grandes que el pulgar, recolectados en el pueblo, jugándome el pellejo por segunda vez y regalados a Paco -el de la cafetería de la esquina-, a cambio de emplear a Ekaterina como camarera. Lo segundo, como agradecimiento por los servicios prestados, pero dejándome bien claro que la pasta me la devolvería, sin intereses, y que el revolcón era a prueba, con posibilidad de repetir si cumplía con las expectativas. ¡Aquello fue la hostia! Pocas veces me han follado con tanto ímpetu. Aunque no es de extrañar, la pobre ya llevaba más de un año a dieta y no me consta que se hiciera ni un dedito. Y lo de cumplir con las expectativas, un chiste. Una vez que se soltó el moño, se desmelenó de tal manera que pasé a ser objeto de acoso por las noches, a mediodía, después de comer y por las mañanas, antes de salir a trabajar. Yo, que siempre me había gustado dormir hasta las diez, me vi en el trance de tener que echar polvos mañaneros con las legañas aún puestas. Seis meses después, coincidiendo con el inicio de la temporada de la captura de marujas, tuve que ponerme serio y explicarle las nefastas consecuencias que tenía para el negocio el abuso de polvos caseros. Torció el morro, pero la pela es la pela y se conformó con uno por las mañanas y otro por las noches.

De nuevo un trago que me permitía por un lado refrescar mi garganta y recomponer todo lo que había sido mi vida desde entonces hasta hoy. Hice una breve pausa, sin dejar de mirar a las dos mujeres que parecían estar más que atentas a mi monólogo.

Por último, tengo que aclarar que el negocio de acompañamiento tiene carácter estacional. Vamos, que fluctúa con la masa turística, siendo rentable de mayo a octubre, con un par de semanas más en Semana Santa y el puente del 1 de noviembre. ¿Forma de contacto?: Por un discreto boca a boca o recomendado por recepcionistas de hotel, de no menos de cuatro estrellas. ¿Tarifa?: Indecente, pero el servicio lo vale.

Tengo que agradecer a Carlota y Natalia que no me interrumpiesen durante todo el discursito. El efecto no hubiese sido el mismo y la reacción de los oyentes más comedida. Cuando terminé, había un fulano detrás de un cristal que se estaba volviendo loco dando saltos -el encargado de medir la audiencia, me dijeron- y mis entrevistadoras tenían un brillo en los ojos que yo conozco muy bien, aunque disimulasen enjuagando una lagrimita.

Cuando iba de regreso a casa, temía encontrarme con Ekaterina, porque al fin y al cabo la nombré varias veces, sin darme cuenta de en qué situación la colocaba, pero es que esa pieza era clave en mi conferencia para aclarar unas cuantas cosas y me arrepentía de no haber hablado más de ella y ponerla a la altura que se merece; pues a diferencia de otras muchas que han pasado por mi catre, esa mujer me ha inspirado desde el principio un gran respeto y una profunda admiración. Y no sólo por el hecho haber tenido que salir de su país a escondidas, con un crío a cuestas, echarle huevos para huir de la mafia, adaptarse a las costumbres de aquí y aprender el idioma, todo ello como si tal cosa, sin darle la mayor importancia; sino por haber compartido conmigo todo este tiempo algo más que techo, siendo una mujer, además de hermosa, con una inteligencia y una capacidad de razonamiento que me sorprendía cada día. Tenía mis dudas de si realmente me había portado con ella como se merecía, o era un auténtico cabrón que acabó beneficiándosela, a pesar de tener que esperar un año largo. Y para colmo, ahora pensaba que podía haberle hecho daño, algo que no me podía permitir, ni perdonar, por supuesto.

Sin embargo todas mis dudas desaparecieron cuando llegué a la cafetería y me pegó un morreo de los de "sin aire", después de mirarme con esos ojitos azules que me hipnotizan. Aparté la vista y la dirigí a su escote, pues cada vez que su mirada se cruzaba con la mía, me sentía arrastrado por ella y me daba la sensación que estaba a punto de pisar las arenas movedizas del enamoramiento. ¡Joder, Ekaterina me gusta, me pone…un montón! Pero de ahí a otra cosa, va a ser que no. O eso pensaba yo.

-De verdad, Lino, - me dijo - me ha gustado mucho lo que has dicho por la radio. Se me hizo un nudo en la garganta y lloré. Creo que todos los que estábamos en la cafetería soltamos una lagrimita…hasta el bestia de Paco y los de la peña del Atleti. ¿Por qué nunca me cuentas tus cosas…ni me dices esas palabras tan bonitas?- Aprovechando que yo estaba con la defensas bajas, tanteando el cierre del sujetador en su espalda -que no encontré porque no llevaba-, esto me lo decía al oído, mordiéndome el lóbulo de la oreja y arrastrándome hasta la cocina de la cafetería. De fondo, se oían los gritos de ánimo de Paco y los tres o cuatro de la peña que aún seguían de tertulia. Están ya acostumbrados a estas efusiones en público y nos dejan hacer sin molestar.

¡Sí que le debió gustar lo que dije por la radio! Ni prolegómenos, ni juegos, ni ná de ná…directa a mi polla. Se contorsionó un poco para sacarse las bragas, que quedaron colgadas de la manilla de la puerta de la cocina -como aviso a navegantes-, me desabrochó el cinturón y la bragueta con una mano -con el otro brazo se colgaba de mi cuello- y, cuando terminamos chocando con la encimera, se sentó en el borde, enlazó las piernas alrededor de mis caderas…y me dejé ir.

Normalmente me gusta controlar el ritmo del partido: presionar en el centro del campo, achicar espacios, marcar a los puntas del equipo contrario, interceptar las líneas de pase, recuperar el balón, contraataque fulminante y no perdonar las ocasiones de gol. Pero creo que no estaba yo para planteamientos tácticos. Esta vez parecía estar jugando fuera de casa... Cuando me quise dar cuenta, tenía los calzoncillos y los pantalones enredados en los pies, la chaqueta había volado y, con la camisa abierta, notaba los pezones de Ekaterina apuñalándome el pecho. No me pregunten cómo lo hizo -no estaba yo para apreciar esas sutilezas -, pero sí recuerdo que me sorprendió verla, como único vestuario, con la falda enrollada en la cintura y la cadenita con el crucifijo entre sus tetas.

Decir que estaba caliente no es una figura poética de rapsoda de barra de bar, es constatar un hecho: la piel de Ekaterina quemaba. Me abrazaba con desesperación, sin aflojar la presión de sus piernas y dándome con los talones en los riñones cada vez que mi polla desaparecía en su interior. Me basaba, me mordía, me clavaba las uñas en la espalda y, en un momento dado, el gemido que había ido creciendo en su garganta, murió. Se quedó con los labios entreabiertos, sin emitir sonido alguno, quieta; salvo por una serie de violentas contracciones vaginales. ¡Joder, pensé que le había dado un ataque!

Duró apenas unos segundos -el orgasmo más bestia que había tenido en su vida, según me contó más tarde- y luego casi acaba conmigo.

Sin saber cómo, con Ekatrina colgada de mi cuello y, ahora sí, rugiendo como una fiera, me vi perdiendo el equilibrio y cayendo de espaldas. ¡De ésta te rompes la crisma, Lino!, alcancé a pensar. Afortunadamente Ekaterina tiene buenos reflejos, está cachas –parece delgada, pero es todo fibra…vamos, que una vez le soltó una hostia a un cliente particularmente pesado y el tipo tardó diez minutos en recuperar el conocimiento- y amortiguó el golpe con la planta de los pies, flexionando las piernas y sujetándome la cabeza para que no me la partiese contra el suelo de la cocina.

Sería por el susto -el riesgo es un poderoso afrodisíaco- o porque con el aterrizaje forzoso mi polla se le encajó hasta el útero; el caso es que me corrí en ese preciso instante. Ekaterina se volvió loca. Me cabalgaba a galope tendido, elevándose a pulso hasta que mi polla estaba a punto de escurrírsele y dejándose caer después a plomo, con un alarido. Estaba transfigurada. Con el pelo cayéndole por la cara, metiéndosele en la boca, escupiéndolo cuando aullaba y con el cuerpo bañado en sudor, parecía una de las Furias mitológicas. He visto mujeres cachondas perdidas, con unos niveles de excitación fuera de lo normal, pero nunca hasta entonces había sido testigo de observar una corrida tan impresionante como la de esa fierecilla preciosa que me miraba con aquellos ojos de deseo; y por cierto, todo sea dicho, follándome ella a mí más que yo a ella. Creo que tardé bastante tiempo en terminar de correrme, inundándola con borbotones de leche, cada uno de ellos coreado con los gritos de ambos, completamente concentrados en nuestro polvo salvaje.

Cuando salimos de la cocina, los de la peña nos obsequiaron con todo el repertorio de animaladas que le dedican al crack del equipo y Paco, palmeándome la espalda y el culo a Ekaterina -ahora hay confianza, pero la primera vez le costó una patada en los huevos…y mi chica tiene buena puntería-, nos acompañó hasta la puerta. Cuando íbamos cruzando la calle, bien agarraditos, como un par de adolescentes, lo oímos gritar: "Ya os vale, pareja de salidos. Menuda cocina me habéis dejado". Nos volvimos –nosotros y la mitad de los transeúntes- para verlo haciendo girar las bragas de Ekaterina con el dedo índice, olerlas y metérselas en el bolsillo.

Aquella noche, después de acostar a Sergei, cuando me derrumbé agotado sobre ella, después de un polvo con mucho sentimiento, me susurró al oído un "TE QUIERO" que no me atreví a responder.

Continuará