La esposa puritana (parte 1) surge una idea
Teresa, mi esposa, era muy hermosa, a pesar de tener muy poco pecho. Su mejor atributo era su culo respingón y un pubis delicado y elegante digno de una princesa, además de unos ojos verdes que llamaban mucho la atención. Pero, lo que más atraía a los hombres, era su inocente simpatía y su trato
Hablaba por los descosidos, hacía amistad muy rápido y con cualquiera con quien tuviera algo en común, iba en taxi y poco después ya sabía de la vida del taxista, no lo podía evitar. Con casi 40 años le pondríais 30, se veía mucho más joven y hacía gimnasia en casa todos los días, además de correr varias veces por semana, una delicia de mujer de dar envidia a cualquiera.
Era muy coqueta, como decía, le gustaba cuidarse, pero a la hora del sexo, aunque le gustaba, era retraída y no se soltaba casi nunca. Era muy católica, de ir a misa todos los domingos y festividades religiosas y de rezar el rosario todos los días, además de sus frecuentes lecturas de libros religiosos, y ni hablemos de su madre que era su mayor influencia en este sentido.
Y digo que no se soltaba casi nunca, porque en un par de ocasiones en casi 10 años de casados, se soltó y descubrí lo que realmente le gustaba, aunque ella nunca lo quiso reconocer.
El sexo no era malo, sólo que era muy de vez en cuanto y siempre en las mismas posiciones, siempre tenía una buena disculpa para mantener la rutina: así me duele, así no me gusta, esto no lo podemos hacer, etc. Pero mi imaginación no tenía límites, así que iba sobreviviendo al casamiento matándome a pajas, imaginando un sinfín de situaciones ficticias con mi mujer (y otras también, claro), me dejaba muy cachondo imaginarme a mi mujer de la forma que a mi gustaría que fuera y actuara, bien distante de la realidad.
La posición que más le gustaba para hacer el amor, era de lado y yo atrás de ella, decía que así era más confortable. Alguna que otra vez me dejaba jugar un poco deslizando mi polla por su culo, por supuesto que no me dejaba que se la metiera, pero había notado que le excitaba mucho, nunca lo reconoció. Pero en una ocasión me dejó que se la metiera entera en el culo, se volvió loca, nunca la había visto tan descontrolada, fue poco tiempo. Después me la follé y fue maravilloso, estaba extasiada y feliz; coincidencia o no, fue en una época, hace algunos pocos años, en que estaba menos obsesionada con la religión, estaba más relajada digamos así. En otras ocasiones, me dejaba poner sólo la punta del capullo, que entraba ágilmente a los primeros síntomas de dilatación de su esfínter, pero no me dejaba pasar de ese punto, eso sí, si podía hacer eso un tiempo suficiente, el chocho se le mojaba que ni os cuento, pura excitación.
Y, como siempre, las cosas prohibidas nos atraen aún más, cuando me decía que no le gustaba que hiciera eso (¡yo sabía que le gustaba, ya lo había visto!), más me excitaba intentarlo, era lo que me ponía más cachondo. Por otro lado, como Teresa intentaba evitar, siempre que podía, el sexo, hacía lo posible para no provocarme, creo que era más coqueta con los desconocidos y vecinos que conmigo.
Con tantos años casado, uno ya sabe cuando la esposa tiene ganas, poco frecuente pero muy celebrado. Una técnica, cuando me dejaba, que no acostumbraba a fallar, era hacerle un masage con crema cuando le dolía la espalda. Claro que nunca me lo pedía, porque sabía que el masaje iba acabar en el culo, su maravilloso culo respingón de bandera. Pero en las pocas ocasiones que me dejaba, empezando por la espalda para después concentrar las atenciones en sus generosos glúteos, al tiempo que los iba separando para poder observar la grandiosidad de su interior y, claro, también los labios perfectos de su coño; así, todo era más fácil y entonces me preguntaba si quería hacer el amor. Sabéis el motivo? Como decía, lo que más le excitaba era que le tocaran el culo, además de los besos en el cuello, claro. A medida que avanzaba el masaje e iba aproximando mis dedos cada vez más a la región de su esfínter, más aumentaba su excitación, se escuchaba el ruído de sus labios vaginales golpeando uno contra elotro, tal cual olas chocándose contra peñascos en el mar, humedecidos y sabrosos.
Otro contratiempo, era que no le gustaba beber. En realidad, como su madre, no le gustaba la bebida por la pérdida de control. Aquellas dos vezes que le follé el culo, en ambas había bebido.
Cómo podía hacer para poder tener una vida sexual más intensa y agraciante con mi bella esposa? A mi me gustaba, me excitaba, pero no me llenaba, ya me pajeaba pensando en otras mujeres: vecinas, esposas de amigos, el principio de la traición. Ya sabéis, si no cuidas lo que tienes en casa, alguien lo hará por ti!
Otra cosa que me excitaba en mis solitarias pajas de hombre casado, era imaginar que alguién que conocía se follaba a mi mujer y que conseguía lo que yo no conseguía con ella, poder observarlo sin que ella ni nadie se enterara. No me parecía muy normal, pero igualmente me excitaba mucho sólo de pensarlo. Al fin de cuentas, imaginaba que ello haría con que, finalmente, recibiera todo el placer que me merezco, sin restricciones, sin tabús, sin excusas. Esa debía ser la motivación, imagino, por tras de tan descabellada idea.
También la imaginaba dormida, en nuestra cama, pudiéndole hacer todos mis caprichos, no sólo yo, sinó talvez algún compadre conocido que tuviera huevos de intentarlo. Ideas, ideas…
A ella también le excitaba cuando le decía guarradas en el oído al acercarse el momento del clímax, pero pasado ese momento, se arrepentía y decía que no le gustaba. Al principio del matrimonio, se excitaba cuando me la follara con las braguitas puestas, sólo las apartaba lo suficiente para metérsela, se ponía loca; se imaginaba que tenía unas bragas de esas abiertas, para follármela sin quitárselas pero, claro, nunca las compramos, se quedó en el mundo de la fantasía; otras vezes, le contaba en esos momentos de más intensidad, de más exitación, que me la imaginaba andando por la calle con ropas apretadas marcándose la raja, y los hombres mirándosela locos de deseo, o le decía que me la imaginaba por la casa con una falda corta, sin bragas, limpiando la casa para excitarme, y cosas de ese estilo.
¿Qué podía hacer? Seguir así, viviendo la monotonía y aprovechando las pocas y cada vez más raras ocasiones que podía follarme a mi hermosa mujer? No me conformaba, o me separaba o algo tenía de cambiar, pensaba para mis adentros…
Hasta que un día, surgió una oportunidad. Teresa era hipocondríaca, tenía miedo de todo y tomaba todo tipo de medicinas, la casa parecía una farmacia, además empezó a sufrir problemas de ansiedad y le costaba dormir. Empezó a tomarse somníferos que la dejaban una mierda el día siguiente, no conseguía ni levantarse, se levantaba al mediodía, como no trabajaba y estaba siempre en casa desde que nos casamos, pues tampoco tenía ninguna obligación de levantarse temprano, bien diferente de mi caso.
Generalmente, me despertaba empalmado, pero mi esposa le gustaba dormir cubierta y pocas veces podía observarla dormida y mirarle sus partes íntimas ligeramente cubiertas, mucho menos meterle mano, además, ella tenía un pésimo humor matutino, le gustaba ir a dormir tarde y, a mí, temprano, polos opuestos imagino.
Noté que si le metía mano por la mañana, ofrecía menos resistencia que de costumbre, después que empezó a tomar los somníferos, aún así no conseguía hacer nada. Y ahí surgió la idea que iba a cambiar nuestra rutina!