La esposa de su vecino (fragmento)
Una vecina atrevida solicita castigo para su infidelidad y Marc es precisamente el hombre que muerde el anzuelo y se lo aplica con fuerza
Desnuda a la puerta de mi sótano (fragmento de "La esposa de su vecino")
Título original: Naked At My Cellar Door (Thy Neighbor's Wife)
Autora: Lizbeth Dusseau (c) 2004
Traducido por GGG, octubre de 2004
Resumen: Una vecina atrevida solicita castigo para su infidelidad y Marc es precisamente el hombre que muerde el anzuelo y se lo aplica con fuerza.
Estaba trabajando en los jardines del patio trasero cuando escuché un crujido en los matorrales. Pensé que eran pájaros y no me di la vuelta. Luego capté el olorcillo de algún perfume dulce y antes de que pudiera volverme escuché su voz.
"Por favor, Marc."
Estaba agachado, escarbando en la mugre y me volví, mirando a Alia a la cara. Era una visión adorable, conmovedora y seductora; el corazón suspiró de deseo mientras el pene empezaba a endurecerse. Parecía ser mi condena.
"¿Hay algo que pueda hacer por ti?" espero que no haya sonado como un amante desdeñado.
"Bueno..." tenía una expresión de interrogación, de disculpa, en su rostro, "¿si tuviera que decirte que la única cosa que me detuvo de seducir al chico de la piscina fue una llamada de la hermana de Harry, pensarías que merezco que me castiguen?"
Sintiendo la gravedad del momento, me puse en pie y la llevé a un banco de piedra de la cercanía. Se sentó, yo seguí en pie.
"¿Cuándo ocurrió esto?" pregunté.
"Esta mañana," me miró, su expresión lastimera dominaba por el momento, aunque anticipé el cambio para adaptarse a lo que fuera que tuviera en mente.
"¿Cuántos días han pasado desde que me viste?"
"Humm, diez, creo."
Sí, esto me daba una causa real para tener esperanza, habían sido exactamente diez días, y que ella conociera este hecho menor parecía significativo. Podía esperar que hubiera pensado en mí durante ese tiempo.
"¿Y ésta es la primera vez que has sido tentada desde la última vez que te vi?"
Lo pensó un momento, luego admitió avergonzada. "No exactamente."
"¿Qué quiere decir eso?" Mi voz se enfrió.
"Han sido diez días difíciles. Casi cada día tenía tentaciones. Pero no siempre tengo oportunidad de seducir a un hombre. Harry me quitó el teléfono."
"¿Te quitó el teléfono?"
"Tengo hermanas en Milán. Cree que hablo demasiado con ellas; tengo demasiadas ideas. Así que me prohibió usar el teléfono móvil a menos que él esté."
"¿De verdad? Pero ¿qué tiene que ver que tengas el teléfono con seducir hombres?"
Un sonrojo cálido y tímido encendió sus mejillas mientras confesaba: "Tengo una pequeña libreta negra."
"¿Quieres decir nombres de hombres?"
"Um um."
Casi me eché a reír. "No tienes vergüenza. ¿Lo sabe Harry?"
"¡Por supuesto que no!"
"¿Cuántos hombres?"
"Umm... no estoy segura, déjame pensar." Su hermoso rostro se arrugó pensativo.
"Realmente no hay tantos... ciertamente tenía más cuando estábamos viviendo en Nueva York. De verdad que he intentado parar esto... ah... umm."
Mi cara expresaba mi irritación. Ella se paralizó.
"Oh, supongo que ahora hay una docena. Pero solo llamo a unos pocos. Pero ahora no tengo forma de charlar con ellos, con el teléfono bajo llave en el despacho de Harry."
"¿No tenéis teléfono fijo en vuestra casa?"
"Solo en la oficina de Harry y está cerrada. Nunca me dio la llave."
Interesante relación. "De modo que habrías llamado a alguno de tus amantes si hubieras tenido el teléfono."
"Realmente no lo sé. No estoy acostumbrada a estar tan aislada. Quiero decir que ahora Harry se va todos los días desde las siete hasta después de las nueve de la noche. Son tantas horas sola."
"Deberías haberme hecho una visita."
"Lo pensé," sonrió, "pero no estaba exactamente desesperada. Y no quería molestarte."
¿Molestarme? ¿Cómo podía molestarme? Sentí que una creciente indignación me recorría el vientre, y el Dominante que había en mí se alzó con bastante naturalidad.
"Pero ahora es el momento de castigarte, ¿verdad?"
Ella no dudó. "Sí, señor." Ella siempre estaba en un estado mental sumiso, al menos eso es lo que yo sentía en ella. Aunque ahora se deslizaba un poco más a fondo en ese espacio. La sentía a la deriva, su esencia casi difuminada, como si pudiera desaparecer por completo y me necesitara para afirmarse.
"Bien entonces, usaremos el sótano. Quítate la ropa y vete a la puerta exterior del sótano. Te esperaré allí."
Señalé un enrejado cubierto de hiedra que rodeaba el hueco hundido de la escalera. Como muchas de las casas más viejas del vecindario, el sótano tenía un acceso externo al que se llegaba por unos escalones de piedra. La zona estaba cubierta con parras, pero no era imposible de alcanzar. Se me ocurrió la orden inspirado de nuevo porque el hueco casi escondido creaba un vestíbulo secreto donde podría esperar desnuda en el exterior y sin ser vista con facilidad. Mi propio patio hubiera resultado suficientemente cubierto, pero esto añadía un grado extra de estímulo para una mujer como Alia. Sabía que encontraría humillantes mis órdenes, y un estímulo añadido que tendría su cuerpo cociéndose a fuego lento.
Además, ¿no era el sótano el lugar perfecto para castigar a una esposa promiscua? La belleza, la justicia de ello agudizaba una excitación que apenas necesitaba más estímulo.
La tomé de la mano y la hice levantarse y luego la empujé hacia el camino. Se movió ágilmente en aquella dirección, mientras yo subía a lo alto de los escalones del porche y observaba como se quitaba el vestido, un corto mini amarillo que apenas había percibido hasta ese momento. Ahora sin embargo la miraba, mientras se salía del pegajoso vestido y todas aquellas bellas partes de su cuerpo con las que había caído en la lujuria semanas antes, aparecían ante mí siguiendo mis órdenes. Miró hacia arriba, hacia mí, sonrojada, el pecho subiendo y bajando eróticamente; luego se volvió y se metió con cautela en las sombras, camino de la puerta del sótano.
Llegué al sótano por las escaleras interiores y apenas podía ver la sombra de su silueta a través del cristal de la puerta. La ventana estaba ahora atestada de porquería y dejaba pasar poca luz, pero podía ver lo bastante para decir que me estaba esperando, tal vez temblando de deseo y miedo. Esa era mi esperanza. La hice esperar unos minutos mientras despejaba una zona del abarrotado sótano.
Luego, finalmente, dirigiéndome a la puerta manipulé el pestillo y la abrí lo suficiente para permitirle entrar. Me costó algunos tirones pero las bisagras oxidadas cedieron finalmente y mi atrevida ninfa entró a empujones.
"Ponte de rodillas allí," señalé el espacio liberado.
En este punto no estaba seguro exactamente de cómo la castigaría. A simple vista la inspiración me había asistido mucho hasta allí, pero tenía que pensar rápido. No podía correr el riesgo de dejarle pensar que yo no sabía lo que estaba haciendo.
Actué rápidamente al ver varios trozos de tendedero.
Sus manos parecían tan pequeñas cuando las até. Miró hacia abajo a mis dedos voladores mientras le rodeaban las muñecas varias veces con la cuerda y aseguraba el nudo entre ellas. Ensarté el extremo largo y flojo sobre una viga y en unos pocos minutos estuvo lista. El método de castigo era todo lo que faltaba decidir. Pero también eso se me ocurrió cuando miré hacia el extremo más alejado de la sala donde varios tableros sin usar, trozos de molduras y listones sobrantes de la remodelación se apoyaban en el rincón.
Mientras Alia estaba atada en pie, la cabeza doblada sumisamente, me dirigí a zancadas hacia el rincón y hurgué a mi antojo, descubriendo un listón de madera de unos dos pies (unos 60 cm) que sería una perfecta herramienta de castigo. Tendría el peso de una larga regla de madera y seguro que además escocía tanto como una de ellas. Animado por la firme sensación que me producía en el puño, volví hasta mi víctima y empecé a azotarle el culo. Los golpes se producían de forma rápida y brusca; no quería que se recuperara de uno antes de que llegara el otro. Eso solo la excitaría. Quería hacerle daño, como nunca antes se lo había hecho. Quería ver el dolor en su rostro. Quería verla luchar.
Su primera respuesta fue estoica; estaba intentando ser altiva. Eso no duraría mucho; el dolor aumentaba y pronto se hizo insoportable. Tan pronto como empezó a retorcerse y la cara se desfiguró en una mueca horrible supe que la tenía. Esta era la respuesta que deseaba. Seguí golpeándole el culo y luego la parte superior de los muslos, donde tenía que escocer más, y a juzgar por su reacción, así era.
Su primer grito apasionado sonó en el sótano con un severo reproche hacia mí. Se agitó enloquecida contra las cuerdas, pero no me detuve. Si pensaba que sería tan débil como para ceder a su protesta estaba equivocada. Sus gritos continuaron mientras seguía la paliza. Su voz rebotaba en las paredes y reverberaba en mis huesos. Sentía el dolor en mi vientre y más a fondo en mi entrepierna. La polla se me tensaba, latiendo a cada nuevo golpe. Al principio me preocupaba que estuviera yendo demasiado lejos y que se rebelara aún más. Y luego, cuando me detuve para que pudiera recuperar el aliento, solo unos segundos más tarde ella estaba prácticamente mofándose de mi para conseguir otra palmada, sacando hacia fuera el culo enrojecido y ondulándolo ante mí lascivamente. La pausa había sido apenas suficiente para permitir que el calor entrara donde su cuerpo transformaba la sensación en lujuria. Su entrepierna se calentó, contoneándose con deleite para igualar la expresión eufórica de su rostro.
Empecé de nuevo, azotándola con fuerza y escuchando como sus gritos de lamento se transformaban en los gemidos musicales de un clímax creciente. Quería más de esto, pero no tan rápido.
Esta sesión era un experimento. Estaba calibrando sus respuestas y las mías. Aprendí enseguida que podía arrancarla de las situaciones sexuales a las de castigo con un solo golpe especialmente fuerte. Podía mantenerla durante horas en una especie de infernal purgatorio sexual, si me apetecía. Pero solo usé ese método dos veces. Estaba tan cargado de necesidad sexual como lo estaba ella, forzado por mi propia demencia sexual a cabalgar con ella en un estado salvaje. ¡Era espléndidamente divertido!
Cuando al fin tiré el listón de madera, volví a la tierra. Recogí la ferocidad, me la guardé y adopté la misma frialdad glacial que antes había encontrado tan estimulante.
"Eres una puta incorregible, Alia Gale," anuncié con cierta satisfacción, mientras rodeaba su cuerpo rendido. Podía decir esto de ella y seguir amándola. No habló; tenía la cabeza gacha. Percibí un sollozo como si luchara por contener la emoción que la embargaba.
Cuando me acerqué pasé la mano entre sus muslos sudorosos y sentí la evidencia. Se agitó involuntariamente y aspiró.
"¿Siempre te excitas cuando te pegan?"
"Sí, señor," dijo admitiéndolo tranquilamente.
"Te pone tanto que te sientes culpable por ello, ¿verdad?" seguí jugando con los cálidos pliegues de sus labios y su coño empapado.
"Sí, señor." Dejó caer hacia atrás la cabeza y abrió la boca mientras el deseo brotaba a su través.
"Pero no quieres parar."
"No, señor." Apenas podía hablar.
"Quieres que te follen."
"Sí, señor."
"¡Dilo!"
"¡Quiero que me follen, señor!" Insistió con voz baja y sin aliento. Se le escapó como un grito susurrado. Estoy seguro que habría faltado poco para llegar al orgasmo, pero la provocación era otro elemento de tortura. Nos dábamos gusto mutuamente, incapaces de detenernos. Ahora entendía lo que quería decir ella con 'no puedo detenerme', porque compartíamos la misma adicción.
Había una vieja cama de hierro en un rincón del sótano que había sido trasladada de uno de los dormitorios cuando la remodelación. Era donde dormimos después del sexo. No podía haberlo planeado mejor. Desatándole los brazos de encima de la cabeza dejé sus pequeñas manos atadas todavía con la cuerda y las até al cabecero. Mientras me libraba rápidamente de la ropa, se tumbó sobre la espalda como una visión de rendición, mirándome con las piernas bien abiertas. Dejé la ropa apilada en un rincón y salté sobre el colchón, con el pene erecto y en tensión para ella.
Embestí y su boca se abrió para formar un grito atormentado. Luego bajando sobre su cuerpo me rendí a la esencia de su terror sexual. No podía detener su ansia por ningún medio salvo entregándose. Tenía una maníaca en mis manos. Mis labios cubrieron su rostro con besos de adoración y no podía detenerme. Estaba cazado dentro de sus jugos, enredado en la inminente suculencia de su belleza sexual, los nervios, los músculos, el éxtasis de mirar sus brazos graciosamente estirados. La perfección de la piel blanca. Su sabor, su olor como el de las profundidades de mi jardín, antiguo y salvaje.
La hice mi presa, tomando todo para mí con la esperanza de no dejar nada para ningún otro.
Oh, de que manera daba masaje a mi órgano, que experta, su chocho prieto abalanzándose, ordeñando mi esencia en su interior. Escuché los sonidos de su corrida, pero sabía que ella estaba en ese punto por la manera en que arqueaba la espalda en mis brazos y levantaba bien alto el pecho.
Apretó durante ese primer espasmo enloquecedor, mientras yo chorreaba un borbotón del semen almacenado. No me había corrido desde que me había hecho la mamada. Me lo merecía. En aquella caverna espasmódica me dejé a mí mismo, dejé trozos de mí, mi semilla, fragmentos de mi felicidad, la evidencia de mi ser y todas mis esperanzas de goce terrenal. El acto sexual enloquece momentáneamente a los hombres antes de volver a recuperar la razón.
Esta pobre ama de casa confusa, con sus adicciones sexuales, me estaba volviendo cuerdo. No olvidaría la ironía que había en eso.
"Vuelve mañana," le dije, una vez que pudimos ambos pensar con claridad, aunque no estoy seguro de que ninguno de los dos estuviera totalmente en el presente. Tantas cosas no dichas entre nosotros. Tanta emoción y sensaciones que quedarían sin explorar. Sería un desperdicio. Pero eran los hechos, no quería más de sus sucios secretos; tenía bastante por el momento. Quería que fuera lo que fuera tuviera que ser así durante un tiempo, nada más, nada complicado. Castigo y sexo. Eso era todo. "¿Lo has oído? Vuelve mañana," repetí.
"Sí, señor." Estaba sentada en la cama, desatada, las cuerdas fuera, el cabello despeinado, el espíritu en calma.
"Bien, ¡háblame cuando yo te hable!" dije enfadado.
"Lo siento, señor." Levantó la vista hacia mí con el rostro cuidadosa, maravillosa y suavemente rendido.
"No vamos a darte ninguna oportunidad. Si Harry se va a las nueve de la mañana, estarás aquí a las 9:05, desnuda al pie de las escaleras del sótano hasta que te deje entrar. Si el castigo aplaca tu fuego durante un día y no más, entonces serás castigada a diario. ¿Está claro eso?"
"Sí, señor."
"Quiero ahora todas las objeciones, si hay alguna," le espeté, poco satisfecho con su respuesta.
"No hay objeciones," dijo.
"¿Quieres esto, realmente quieres esto?"
"Sí, señor, quiero esto," dijo, y siguió explicando, "nunca había tenido un amante como usted. Nunca había tenido nadie que se ocupara lo bastante como para darme lo que más necesito. Usted se ocupa, o lo parece. No le abandonaré, lo juro."
"Te sacaré de la casa arrastrándote del pelo y te pegaré en el patio trasero, si me desobedeces," advertí.
"No podría soportar desobedecerle." Su voz era tímida, mientras elevaba los ojos para escrutar mi rostro intensamente. "Le amo."
Me quedé momentáneamente aturdido por la palabra 'amor', pero volví presto:
"¡No, no!" agité la cabeza. "No estamos hablando de amor aquí. No se ama a nadie en un día y una noche. Aquí estamos hablando de necesidad, una necesidad mutua. No negaré mis propias necesidades, solo por ser caballeroso y sincero contigo. Te necesito sexualmente tanto como tú me necesitas a mí. De momento eso es todo, necesidad. ¿Amor?" suspiré, aterrado, "Tal vez más adelante."
"Sí, señor."
"A las nueve y cinco de la mañana. ¿Lo has anotado?"
"Sí, señor."
"Desnuda a la puerta de mi sótano."
"Sí, señor."
"Y volverás a ser castigada."
"Eso espero, señor."
Eso estaba bien, porque yo esperaba pegarle de nuevo.