La esposa de pedro
Resumen de la relación entre un joven y un hombre 30 años mayor que él
LA ESPOSA DE PEDRO
por
Eduardo de Altamirano
Paso a transcribir (un poco retocada) la carta que me envió un lector solicitándome que escribiera algo sobre su historia personal. No creo que ello sea necesario.
Le escribo –me dice Juan Guzmán, mi lector- para felicitarlo por sus relatos. Los he leído todos y me encanta como usted dice las cosas. Uno siente como que está ahí, donde suceden los hechos. Yo quisiera contarle mi historia para ver si usted la puede escribir y publicar. Me gustaría que todo el mundo la conociera.
Bueno, me llamo Juan Guzmán, soy paraguayo. Nací en 1988 y el próximo 8 de diciembre voy a cumplir 25 años. Mi mamá me trajo a la Argentina en 1990 y estuvo conmigo hasta que yo cumplí 3 años. Después se junto con un hombre, se fue al Paraguay y nunca mas supe nada de ella. Quedé a cargo de dos tías que me cuidaron, como podían, hasta los 12 años. Eso si, se ocuparon de que mis papeles estuvieran en regla para que pudiera ir al colegio y esas cosas. No me hacían faltar nada, pero como trabajaban todo el día yo estaba casi siempre solo. Como no me gustaba callejear, muchas veces me iba a lo de Pedro.
Pedro es paraguayo como yo. Cuando yo lo conocí estaba casado con Lidia y tenían una hija, Anahí, de unos 8 años mayor que yo. Todos eran muy buenos conmigo. Anahí me ayuda mucho con las cosas de la escuela. Aunque yo siempre buen alumno.
Cuando yo tenía 10 años, Anahí se puso de novia con un muchacho paraguayo. No se por qué Pedro no lo quería. Yo me enteré que le dijo que “si seguía con ese hombre, él (Pedro) dejaba de ser su padre”. Anahí era cabeza dura y no lo dejó. A revés, se fue al Paraguay con el novio.
Después que se fue Anahí, todo cambió. Las cosas con Lidia no iban bien. Casi no se hablaban. Yo seguía yendo porque me trataban bien. Vivía mas en lo de Pedro que en mi casa. Comía y a veces me quedaba a dormir. Usaba la cama que había sido de Anahí.
Cuando yo cumplí los 16, Lidia, que seguía en contacto con la hija, fue para el Paraguay. Parecía que era por un tiempito hasta que Anahí tuviera familia, Ya tenía otro chico. Pedro se quedó solo. No se quejaba. Yo lo ayudaba. Como estaba casi siempre en su casa, le cocinaba, le lavaba la ropa, limpiaba, hacía todo. Y además iba a la escuela porque siempre me gustó estudiar.
Cuando hacían 6 meses más o menos que se había ido, Lidia le escribió diciéndole que se quería divorciar. Una noche, mientra comíamos me lo dijo. Le pregunté qué iba a hacer. Me dijo que vendería la casa, el auto y la camioneta, le daría su parte a ella, arreglaría los papeles y se iría a otro lado a vivir. Me entristeció oírle decir eso. Si él se iba yo me quedaba solo. Mala suerte. No dije nada. Pedro tenía muchos problemas como para que le sumara los míos. Seguí haciendo lo que hacía. Cuidarlo. Cada vez se lo veía más callado y concentrado en sus cosas. A pesar de eso no descuidaba la casa ni me descuidaba a mí. Al poco de que se fue Lidia, como sin decir nada yo pasé a ocuparme de las cosas, el me empezó a dar el dinero de las compras y siempre me decía: “de ahí debe sacar para sus gastos y si necesita más me avisa”. A lo último me daba dinero una sola vez por semana, los sábados. Yo tenía las cuentas muy ordenadas y casi siempre me sobraba dinero. Cuando se lo quería devolver me decía que lo guardara porque siempre era bueno tener una reserva. Yo hacía eso y también cuidaba de no derrochar. Pedro trabajaba mucho, ganaba buena plata y sabía cuidarla y sacarle el jugo. Vuelta a vuelta caían clientes suyos y yo se los atendía. Todos le tenían mucha confianza y me decían lo mismo “su papá es muy buen albañil, muy responsable”. Creían que era el hijo. Yo sin embargo no sentía que él fuera mi papá. Para mí, Pedro era otra cosa. Yo nunca tuve papá y ni sabía lo que era. Pedro era todo. A veces, cuando pensaba que en cualquier momento me iba a dejar, si estaba solo, me ponía a llorar.
Un día de octubre del 2005 me dijo “el domingo quiero que venga conmigo a Lomas a ver algo y decirme si le gusta”. No tenía idea de lo que podía ser. Igual le dije que si y solo le pregunté a qué hora iríamos. A las 9 de la mañana. Nosotros vivíamos en Lanús y Lomas quedaba al lado. El domingo a las 9 salimos en el Ford Escort que yo siempre le tenía impecable porque se lo lavaba y lustraba todas las semanas, aunque no lo usara. Pedro se movía mas con la camioneta. Enseguida llegamos donde íbamos. Un barrio no muy lejos del centro de la ciudad y poco poblado. Dimos unas vueltas porque no encontrábamos la dirección. Era un lote de terreno en una esquina, donde había una casa en construcción. Nos estaba esperando un matrimonio mayor. Eran los dueños. Pedro miró todo con cuidado. Yo pregunté si se inundaba. No. Era una parte bastante alta.
A la hora de estar allí nos volvimos. En el camino me preguntó si me gustaba el lugar. No sabía qué importancia podía tener que a mí me gustara el lugar. Aunque lo veía un poco pobre de árboles y algo lejos del centro, le dije que si porque el lugar no era malo y en poco tiempo, seguro, iba a cambiar para bien. Pedro no dijo nada. Sobre la marcha cambio de planes, en lugar de volver a casa, decidió ir a lo de su cuñada, la viuda de su hermano mayor, en la capital, así que apuntamos para el Puente de la Noria. Caímos como peludo de regalo, pero fuimos bien atendidos. Nos invitaron a comer. Pedro no quiso quedarse. Aclaró que pasaba solo para ver cómo estaban. Seguimos. Terminamos comiendo en una parrilla.
Ahí me dijo que si me gustaba el lote que habíamos visto lo compraba, terminaba lo que estaba en construcción y nos íbamos a vivir los dos ahí. No podía creer lo que me estaba diciendo. Le pregunté si me lo decía en serio. Me repitió varias veces que si, que me lo decía en serio y además me dijo que tenía que hablar conmigo de algo muy importante. Me pidió que no le preguntara de qué hasta que él no tuviera en claro algunas cosas. No le pregunté nada.
Pedro entonces le dio impulso a su divorcio. La casa se vendió. El 80% fue par su ex mujer. El se que con el resto y los autos. De los ahorros de Pedro no se habló nada, como si no existieran. La compra del lote en Lomas se blanqueó después que salió el divorcio. Cuando Pedro volvió del Juzgado donde se le notificó que no estaba más casado era otra persona. Desde un tiempo antes ya venía cambiando. Sobre todo conmigo. Me decía cosas que me hacían sentir muy bien.
Como teníamos solo cuatro meses para dejar la casa, Pedro se rompió el lomo para terminar lo mínimo de la nueva para poder mudarnos. Yo lo aliviaba todo lo que podía. No solo con las cosas de la casa, sino también del trabajo.
La intención era mudarnos la última semana del año, pero no pudimos. Recién para el 15 de enero de 2006 estuvimos instalados en Lomas. Antes tuvimos la conversación que Pedro me había anticipado. Fue el 25 de diciembre de 2005. Yo ya tenía 17 años. La Nochebuena la pasamos en la casa de la cuñada. Unos días antes me había mandado con un sobre. Contenía dinero para “contribuir” a solventar los gastos. Sabía que las cosas por ahí andaban bien, pero que tenían que batallar bastante y no quería ser un carga. En lo de la cuñada me trataban como “un buen amigo”… No había gente de mi edad. El más grande de los chicos no pasaba los 10 años y el más chico de los grande tenía 30. Volvimos a Lanús cerca de la 6 de la mañana. Nos acostamos y no despertamos después de las 3 de la tarde. Le preparé el baño a Pedro y mientras él se bañaba ensillé el mate. Comer no íbamos a comer por lo menos hasta la noche después de todo lo que habíamos comido la noche anterior. La casa estaba medio revuelta. Como en cualquier momento nos mudábamos, yo iba empacando las cosas de a poco. Cuando Pedro salio del baño tenía puesto un pantaloncito y ojotas. Se lo veía muy bien, fuerte, macizo. Era un hombre muy sano. No se enfermaba nunca y jamás se quejaba de nada. Duro, muy duro. Nos quedamos en la cocina y ahí le cebé el mate. Me miraba fijamente. Yo le notaba algo raro. Después de un largo silencio me preguntó si me gustaba estar con él. Si, claro que me gustaba estar con él. Se lo dije. Quiso saber hasta cuando iba a querer estar con él. Le dije “mientras usted quiera”. Entonces me hizo saber que él que quería que me quedara para siempre a su lado. Se lo notaba muy tensionado, como que costaba decirme lo que me quería decir. Las palabras no le salían. Me dijo que me quería mucho, que siempre pensaba en mi, que estaba muy contento de tenerme a su lado. Nunca me había dicho cosas así. Me gustaba que me dijera esas cosas. No se, me daba como seguridad y alegría. Después de uno de los varios silencios que se hicieron, me aclaro que lo que él quería era que fuese suyo. No entendía muy bien lo que me estaba diciendo, de todas manera le confirmé que yo era suyo, Pedro insistió en que lo que él quería era que fuese “todo suyo” y remarcó esto. Ahí me dí cuenta de lo que me estaba pidiendo y aunque yo nunca lo había pensado, no me pareció algo malo o imposible. Al contrario, me alegré de ser alguien importante, deseado para él. Sus palabras me habían conmocionado. Tomé un poco de impulso y le dije que yo era todo suyo, que podía hacer conmigo lo que quisiera y que siempre, siempre yo lo iba a querer, que él era mi vida. Nos quedamos mirándonos un largo rato, como si no creyéramos lo que estábamos viviendo. Después de ese silencio, me preguntó si quería dormir con él esa noche. Como le dije que si, me invitó a hacerlo. Fue algo así como la más inesperada noche de bodas.
Después de acordar acostarnos juntos, Pedro salio. Le llevó la camioneta a Martiniano, un albañil que trabajaba con él, para que al otro día se ocupara de rejuntar a la gente y llevarla a las obras. Él, Pedro, no iba a poder hacerlo porque iba a estar conmigo. Yo me puse a preparar comida. Mi cabeza era un hervidero. Tenía 17 años y hasta ese momento el sexo no había existido para mí. ¿Qué me pasaba?. ¿Por qué era así?. Para mí la gloria era cuidarlo a Pedro, atenderlo, servirlo. Cuando muy rara vez me acariciaba la cabeza o me decía algo lindo, yo sentía que el corazón me latía más fuerte. Era tan enorme me alegría y mi satisfacción que no podía pensar en nada. Pedro me robaba el pensamiento. Ahora Pedro quería que me acostara con él, que lo sirviera en la cama. No me imaginaba mucho cómo podía ser eso, pero estaba dispuesto a hacer todo lo que Pedro quisiera. El era todo para mí.
Cuando terminé de preparar la comida, me metí en el baño. Pedro todavía no había regresado. Quería estar lo mejor posible para él. Tuve la sensación de que empezaba algo nuevo y de que sería bueno. Yo no tenía nada de que quejarme. Pedro siempre había muy bueno conmigo. Hasta podía decir, demasiado bueno. A lo que me refiero es que, en una de esas, es que podía darse una mayor comunicación entre nosotros. Hasta ese momento medio como que jugábamos al oficio mudo. No hablábamos. Los dos éramos mas de hacer que de decir.
Cuando volvió Pedro yo ya tenía la mesa puesta y la comida preparada. En el tiempo que llevaba atendiéndolo me había aprendido de memoria lo que le gusta y eso le hacía. Además, él siempre me pedía cosas. No me las pedía directamente. Me daba a entender sus deseos. Por ejemplo, una vez dijo que tenía ganas de comer “sopa paraguaya”. Lidia nunca había hecho. Yo no sabía como era. Me imaginaba que podía ser un caldo con alguna cosa. Nada que ver. Una señora paraguaya me enseño cómo se hacía y un día me largué y la hice. Me salió muy bien. A Pedro le gusto. Desde entonces, por lo menos dos veces al mes le hacía su sopa. En invierno y verano, no importaba. Esa noche le preparé unos bocados de pan descortezado y con una cubierta untable y y adornos: huevo duro picado, aceitunas, ají morrón. Como era Navidad lo acompañamos con cerveza. En general no se tomaba alcohol.
Cerca de las 11 y media nos fuimos para el dormitorio. Yo dije “no me imaginaba como podía ser eso, lo que íbamos a hacer”. Esto no significa que yo no supiera nada de lo que era el sexo. Yo sabía. No mucho, pero sabía. Teóricamente, porque nunca había tenido relaciones con nadie, nadie. Lo que sabía lo había aprendido en la escuela, de boca de mis compañeras y compañeros que, no me da vergüenza decirlo, me tenían por un tonto, en eso. En otras cosas, no. Pedro, además, nunca tocaba esos temas. También había aprendido con la computadora. Si, unos años antes yo había empezada a operar computadoras. Aprendí rápido. Para practicar y para entrar a Internet, iba a un Cyber que estaba cerca de casa y donde no cobraban caro. A Pedro no le gustaba que fuera ahí. Decía que era peligroso. Por eso, al poco tiempo me compró una PC y se conecto a Internet con Speedy, que era bueno porque teníamos la central a 4 cuadras. En la computadora vi muchas cosas. Pero debo decir que no me atraían mucho y más cuando Pedro y yo nos quedamos solos. Tenía muchas cosas que hacer y en que pensar. Y no quería que Pedro me reprochara nada.
Hasta esa noche, ni Pedro me había visto alguna vez desnudo ni yo lo había visto a él. Como él se había vestido cuando salió a llevar la camioneta, tardó más que yo en desvestirse. Yo en seguida me desnudé, me metí en la cama y me quedé sentadito, con un poco de vergüenza. Pedro se fue quitando la ropa muy despacio y mientras se desnudaba me iba diciendo que lo que más quería era yo fuera feliz, que si yo era feliz, él también iba a serlo. Para sacarse las zapatillas se sentó en el borde de la cama y cuando se levantó lo que único que le faltaba quitarse era el vaquero y los calzoncillos. El cuerpo de Pedro era espectacular. No parecía más joven, representaba los 47 años que tenía porque era 30 años mayor que yo. Tenía sus canas y sus arrugas. Pero la sensación que irradiaba era de plenitud, de potencia, de fortaleza. En ese momento, no lo voy a ocultar ni a negar, lo que yo quería era verlo desnudo y saber cómo era realmente, sin necesidad de tener que imaginarme nada. Cuando se quitó el calzoncillo entendí porque Lidia decía, no a mí, que “Pedro era muy armado”. Lo de Pedro era, es enorme. Me asusté, tuve miedo. Pero, como dije, estaba dispuesto a correr la suerte que fuera. Para mí, lo importante era que Pedro estuviese contento y conforme conmigo.
Cuando se metió en la cama, yo me estiré y me quedé quietito. Él se fue acercando despacito y paso un brazo sobre cuerpo. Sentí la presión de su sexo contra mi pierna. Se le había puesto dura. Me volvió a decir que no tuviera miedo, que todo iba a salir bien. Llevo la mano a mi entrepierna. La abrió como para agarrar todo lo que encontrara. Me preguntó si se me paraba. Le dije que si, pero que en ese momento estaba un poco nervioso y por eso… No me dejó terminar. No es nada –me dijo- a veces pasa; lo importante es que estés bien y que te guste estar conmigo. Me preguntó si me gustaba estar con él. Le dije que si, que me gustaba mucho. Entonces me tomó la mano y la llevo hasta su pija. Me pidió que se la agarrara. Se la agarré. La tenía caliente y muy dura. La piel era suavecita. Me pidió que le acariciara los huevos. Se los acaricié. También los huevos eran grandes. Mientras yo hacía esto, Pedro se arrimó más y me dio un beso en la beca. Me pregunto si me gustaba su pija y antes de que pudiera contestarle agregó: “si te gusta es toda para vos”. Cuando le dije que si, que me gustaba, me aclaró que despacito el iba a hacerme todo lo necesario para poder gozarla toda. Remarcó que no teníamos que apurarnos. Me gustó que me dijera eso. Quiso que se la siguiera acariciando y yo se la acariciaba. Era lindo. Me gustaba. Yo me daba cuenta que a él también le gustaba y eso me entusiasmaba para seguir.
Así estuvimos un buen rato hasta que Pedro me hizo que me volviera hacia él hasta quedar frente a frente. Claro, él es tan alto que tuvo poco menos que izarme para que mis ojos se enfrentaran a los suyos. Se rio. Dijo que él me iba a hacer crecer. Estando así, mientras me besuqueaba, me decía cosas hermosas: “usted tiene que saber que yo siempre lo quise, pero no me animaba a decíselo, pensando que lo iba a tomar a mal”; “sabe lo que pasa, usted me atrae y a mi me cuesta resistirme”; “yo quiero que sea mío y estoy dispuesto a hacer todo lo que usted me pida con tal de que sea mío”; “si usted no quiere ser mío, yo voy a aceptar lo que usted decir sin decir nada y le juro que no le voy a hacer nada malo”; “quiero ser su hombre”; “quiero hacerlo feliz”… Después de un largo silencio en que me abrazó con tanta fuerza que yo creí que me iba a partir en dos, me dijo: “una sola vez se lo voy a pregunta, si quiere pensarlo antes de contestarme, piénselo; quiero que me diga si quiere ser mío, todo mío, hasta que Dios quiera, si o no”.
Yo no tenía nada que pensar. Por eso, inmediatamente le dije que si, que aceptaba ser suyo como él lo había dicho “hasta que Dios quiera”. Y no tenía nada que pensar porque lo que Pedro me decía que sentía por mí no era otra cosa que lo mismo que yo sentía por él. Lo único distinto era que yo no quería ser su hombre, yo quería que él fuera mi hombre.
Cuando le dije que si, Pedro, ese hombre grandote que me abrazaba con tanta fuerza que parecía que me iba a partir en dos: se puso a llorar. “Tenía mucho miedo que usted me dijera que no” afirmo en forma entrecortada. Cuando pudo controlar el llanto me dio unos besos tremebundos, los primeros que recibía en mi vida, al mismo tiempo que sus manos no cesaban de tocarme y acariciarme. Una verdadera locura. Una alegría total y absoluta.
Al cabo de toda esa desmesura quedamos fuertemente abrazados. Yo rodeando su cuello y el rodeando mi cintura. Entre mis piernas había enterrado su enorme poronga y me pedía que se la apretara bien. Yo hacía todo lo posible. Una de sus manos, por momentos se adueñaba de mi culo.
Me sujetaba para que yo no separara las piernas y le mantuviera bien apretada la pija así él podía cogerme. Lo notaba tan desesperado y ansioso que hacía todo lo posible para apretársela con todas mis fuerza. La fricción de su poronga contra mi periné me produjo una excitación inimaginable. Tanto que, en el momento en que Pedro me anunciaba que ya iba a acabar, también acabé yo. Claro que la acabada de Pedro no fue como la mía. Yo apenas derramé una gotitas de semen, mientras que Pedro no paraba de escupir chorros y chorros de leche.
Los dos quedamos exhaustos. Cuando se recuperó un poco, me dijo que él quería poner toda su “lechita” en mi culito, pero que para eso antes me tenía que abrirme bien la colita y que yo tenía que ayudarlo porque era algo debía hacerse con cuidado para que no me doliera. Eso me asustó un poco pero Pedro me tranquilizó, me dijo que todo saldría bien. Después de darnos unos cuantos besos nos dormimos. Eran casi las 4 de mañana del día 26 de diciembre de 2005 y aunque ya había vivido mi “noche de bodas”, en realidad continuaba virgen.
Nos despertamos tardísimo, a las 10 y media. Como siempre, yo fui el primero en dejar la cama y ponerme a hacer las cosas de la casa. Pedro, después de bañarse y tomar unos mates fue al centro a buscar un repuesto para el auto. Temprano almorzó y se fue. Yo seguí con las cosas de la casa y preparándome para la mudanza que se iba a producir en cualquier momento. Mientras hacía esto y aquello pensaba en todo lo que había sucedido la noche anterior, en lo feliz que me había hecho Pedro, en todo lo lindo que me esperaba. Cuando me bañé, cerca de las 6 de la tarde, mientra me jabonaba la cola, me preguntaba qué sería lo que me iba a hacer Pedro para dilatarme. Bien enjabonado intenté meterme un dedito. Creí que no me iba a entrar, pero me entró y casi no me dolió. Pero una cosa era un dedito de los míos y otra muy distinta lo que en definitiva Pedro quería meterme. La relación debía se 1:9 o más, sin contar el largo. Yo temblaba por anticipado. Con todo, estaba dispuesto a ayudarlo tal cual él me lo había pedido. Yo tenía mucha fe en el Pedro.
Cuando volvió a casa, lo acompañaba, trayendo la camioneta, Martiniano, por lo que tuvo que volver a salir para llevarlo a la casa. En resumen cuando llegó ya era la hora de cenar. Yo tenía hecha la comida y puesta la mesa. Antes de cenar se dio una ducha. De la calle trajo una bolsita que me pidió que mirara. Era de una farmacia. Tenía 2 pomos de lidocaína y un pote grande de una crema sin perfume. Pedro no me lo dijo, pero yo me imaginé que era para el trabajo que me quería hacer en el culo.
Cuando nos sentamos a la mesa y empezamos a cenar me preguntó si había mirado la bolsita. Le dije que si y entonces él me anunció que esa noche comenzaríamos con el “trabajito”. Me vino una especie de ansiedad. Yo soy así, me pongo medio nervioso cuando tengo algo que hacer y no se cómo me va a ir. Ahora que estoy estudiando en la Universidad cada vez que tengo que dar un examen paso unos nervios tremendos. Y eso que nunca me aplazaron. Tendría que haber aprendido, pero no aprendo.
Cuando Pedro me dijo que esa noche empezaríamos el trabajito tuve que hacer un esfuerzo para no demostrar que estaba nervioso y terminar intranquilizándolo a él. Por suerte él estaba tranquilísimo y de muy buen humor. Me tranquilizó diciéndome que el método para agrandarme me iba a gustar tanto que después lo iba a preferir a cualquier otra cosa. Yo quise saber cuál era el método y él me dijo “espere un ratito y ya va a saber; usted lo único que tiene que hacer es limpiarse bien la colita; yo después si tiene pelitos se la voy a afeitar bien”. Todo eso no me tranquilizó mucho que digamos, pero me dio más confianza en Pedro. Además el saber que me iba a estar toqueteando la colita me daba un no sé qué. Ya noche anterior cuando me la puso entre las piernas y me acariciaba el culito me gustó mucho, mucho lo que me hizo, sobre todo cuando me presionaba el agujerito.
A eso de las diez nos fuimos al dormitorio de Pedro que ahora también era el mío, porque convinimos que el mío-mío lo seguiríamos teniendo armado como quien dice para disimular. No pensábamos decirle a nadie lo que había entre nosotros. Una vez en la cama, Pedro me hizo poner boca abajo y usar la almohada doblada de apoyo para que al echarme sobre ella mi culito quedara bien levantado. Pedro, de rodillas sobre la cama, permanecía a mi lado. Yo estaba totalmente entregado. Lo primero que hizo mandarme una dosis de caricias para entrar en confianza. Lo real es que sentir sus manos calientes, grandes, firmes, decididas me hacía entrar en confianza pero también me excitaban al máximo y de eso se dio cuenta Pedro porque cuando recorría mis nalgas rozó mi pequeño pene completamente erecto. Me lo acarició un poquito, diciéndome: “vio, yo le dije a usted que le iba a gustar; a mí también me está gustando”. Yo no lo alcanzaba a ver a Pedro, por eso me imaginé que lo que me decía era que también a él se le estaba parando o se le había parado. Entonces di vuelta la cabeza y pude comprobar que se le había puesto dura y le colgaba curvada hacia abajo que era una hermosura. Era mía. Era mía pero no la podía tocar porque la posición en que me encontraba era totalmente inconveniente para agarrársela. Estaba, como quien dice, trabado. Cuando Pedro vio que yo giraba la cabeza, movió el cuerpo para que la pija se le desplazara como un péndulo y sonriente me preguntó si me gustaba. Como yo le dije que si, que me gustaba, con toda picardía se corrió un poquito en la cama haciendo que su pija me golpeara en la cara. “Si le gusta, ahí la tiene, es toda suya, dele un besito” me decía mientras se sonría. Yo no le veía bien la cara, pero me lo imaginaba. Y claro que se la besé. Lo hice una y otra vez. Para mí era una gloria que el hombre a quien yo amaba con locura apoyara su poronga en mis labios y me dijera que era toda mía. Como yo no paraba con mis besitos, Pedro se animó y me pidió que se la chupara un poquito. Su pedido para mí fue una orden. Abrí la boca todo lo mas que pude y dejé que él hiciera lo suyo. La apoyó en dirección a mi boca sobre la almohadita que soportaba mi cabeza y estando la mando hacía adelante. Fue prudente, me hizo entrar la cabeza y un poquito mas. Tuve la sensación de que tenía en mi boca algo descomunalmente grande, con un sabor extraño, ligeramente perfumado y agradable. Como no tenía idea de lo que debía hacer, lo que hice fue succionar, mamar, y como ví que a Pedro le gustaba continué por ese camino, cada vez con más ganas.
Estaba tan concentrado en eso de mamarle la pija a Pedro que fue como que me desconecté de la realidad. Tanto que apenas me daba cuenta de que él al mismo tiempo había comenzado su trabajito de agrandarme el culito. Lo que me hizo fue, primero, ponerme lidocaína para anestesiarme. Luego me untó con crema y a continuación me introdujo el dedo mayor. Lo sentí, pero, era una cosa del otro mundo ni algo que me hiciera pensar que me podía matar. Además, notaba que mientras lo tenía adentro era como que me acostumbraba a tenerlo. Me dí cuenta, no en ese momento sino después, que esa sensación de acostumbramiento se debía a que mi ano se dilataba cada vez mas. Eso me hizo pensar que estábamos en el camino correcto y que se debía continuar así.
Cuando Pedro decidió terminar con la parte de su trabajo correspondiente a ese día, continuamos la función como la noche anterior con una intensa franela solo que esta vez yo continué con lo que venía haciendo: mamarle la pija. Era algo delicioso. Algo que segundo a segundo me iba gustando cada vez más. En la nueva posición que habíamos adoptado, Pedro estaba tendido en la cama boca arriba y yo volcado a la altura de su vientre sobre él con la cabeza dirigida hacia sus pies. Así podía mamarle la poronga con total libertad de movimiento. Se la sujetaba con mis manos como si fuera un helado de cucurucho y le suministraba chupetazos y lamidas a diestra y siniestra. ¡Qué placer!. Un placer que no solo era mío porque también Pedro gozaba a pleno y me lo hacía saber: “la chupa muy bien usted”, me decía mientras me apretaba las nalgas que las tenía bien al alcance de la mano. Eso de hacerlo gozar a Pedro me estimulaba para seguir y seguir con mi jueguito. Mi nuevo jueguito.
La mamada termino cuando Pedro quiso que me pusiera a la par suya en la cama de modo que pudiera calzarme su pija entre mis piernitas que, justo es decirlo, sin ser gordas como macetas son bastantes rellenitas como también lo son mis nalgas. Para que usted las pueda apreciar, me saqué esta fotografía. El realidad, me saqué un montón de fotos con el temporizador de mi cámara; pero, como entre que apretaba el botón y que la máquina sacaba la foto yo tenía que ubicarme para salir retratado, la mayor parte de ellas fueron un desastre. Esta es la mejor de todas. Por lo menos se puede apreciar lo que digo de mis piernas y de mi cola.
Aclaro que la foto es de cuando ya vivíamos en Lomas y “el tratamiento dilatador” de Pedro estaba a punto de terminar.
Entonces Pedro me la calzó bien entre las piernas y así comenzo a fifarme. La diferencia con a noche anterior estuvo en que, en lugar de estar los dos de costado, ahora yo estaba abajo y el arriba, enfrentados. Eso le permitía a Pedro sujetar mejor mis piernas con las suyas. Inteligente, lo que él hizo cuando me calzo la poronga, fue encremarla bien para que se desplaza contra mi periné. Debo confesar que esa frotación me enloquecía. Me generaba un placer que yo no conocía y que no quería que se terminara. Sin pensarlo, le pedía a Pedro que me diera mas y mas así porque era divino lo que hacía. La respuesta de Pedro era darme sin tregua. Mientras me daba pija y mas pija me decía: “le doy todo lo que usted quiera, mi Chiquito”. ¡Una felicidad que yo nunca me había imaginado que podía existir”. Una felicidad que, por supuesto, ya estaba decidido a no perder.
Así comenzaron a sucederse los días de nuestras vidas como si se jugar a ver cuál era el mejor… Noche a noche mi ano se iba dilatando un poquito más tal como me lo había anticipado Pedro: casi sin dolor. Digo casi porque algunas sentí algo fuerte, pero, no duró mucho. El tratamiento de cada noche era seguido por una sesión de amor que nos ponía a los dos como locos. Para el 6 de enero de 2006, Pedro me hizo entrar 3 de sus dedos.
Adjunto una fotografía de la mano derecha de Pedro. Hago constar que desde que se fue Lidia, yo soy el encargado de cuidarle las manos y los pies, porque no me gustaba como los tenía. Ahora tiene manos y pies muy lindos.
Como decía, el 6 de enero de 2006, Pedro pudo hacerme entrar 3 de sus dedos. Lo hizo de tal manera que prácticamente no sufrí nada. Después de tenerlos bien adentro, él hacía pequeños movimientos circulares como para agrandarme mas el ano. También me los hacía entrar y salir. Lo que yo sentía no lo puedo explicar. Era algo maravilloso. No sabía que era lo que gustaba más, si cuando me la ponía entre las piernas o cuando me metía los dedos. Creo que aguante que me metiera los 3 dedos porque antes de hacerlo me puso cualquier cantidad de lidocaína. Es un anestésico bárbaro. Para ese momento ya llevábamos gastados como 5 pomos. Un pomo, debe ser el que usamos último, quedó hasta ahora en un rincón del botiquín. Antes de tirarlo porque está recontra vencido, le saqué esta foto:
para adjuntarla a estas líneas como “un homenaje por los servicios prestados” que fueron invalorables. No sé si la hazaña que concretó Pedro hubiera podido llevarse cabo sin el auxilio de esta jalea milagrosa. Gracias a ella para la semana santa del 2006 que si mal no recuerdo fue para mediados de abril, Pedro me podía colocar 4 dedos. Juntaba la yemas y formaba una especie de cono y así me trabajaba. A partir de la semana santa fue disminuyendo la cantidad de lidocaína que utilizaba y aumentando la cantidad de la crema lubricante. Al principio usábamos una crema que Pedro compraba en la Farmacia. Un día, para probar compramos esta crema en Makro:
y nos resultó fabulosa y muy barata. Ahora debe estar costando más o menos $ 15,00 el pote de ½ kilo. Hay de diversos tipos y todas son muy buenas. A mí me gusta más la que tiene áloe vera, pero la última vez que fuimos a Makro no había.
La reducción de la lidocaína hacía que sintiera mas la entrada de los dedos; pero, despacito me iba acostumbrado. Tan es así que el 25 de mayo de 2006 Pedro me preguntó me preguntó si me animaba a probar sin lidocaína. Yo siempre lo seguí a Pedro en todas sus iniciativas. Esa vez también. Debo decir que me trabajó muy bien. Me fue haciendo entrar los dedos de a uno, siempre dando tiempo para que mi ano reaccionara dilatándose adecuadamente. Sentía la penetración pero no era la muerte ni nada que se le parezca. Lo cierto fue que en un tiempo un poco mayor Pedro consiguió meterme sus cuatro y realizarme el trabajito que siempre me realizaba. A medido que me fui acostumbrando la cosa se hacía más linda. Seguimos repitiendo la experiencia casi todos los días. Algunos días los pasábamos por alto porque Pedro tenía que descansar y no era cosa que todas las noches nos durmiéramos a la una de la mañana para levantarnos al día siguiente a la 7. Por supuesto Pedro quería que hiciéramos el amor, pero yo lo frenaba.
Así llegamos al 9 de julio. Ese día fue uno de los días más fríos del año. Por la mañana fuimos con Pedro a buscar leña a Lanús, a una leñera que él conocía. Ni bien nos mudamos, yo lo hinchaba todos los días para que hiciera un hogar o pusiera una salamandra. Como la casa estaba un poco aislada y no tenía mayores reparos se me hacía que el invierno eso sería una heladera. Y a mí me tocaba la peor parte porque era el que estaba más tiempo en la casa. Me decía que para hacer una estufa hogar tenía que pedir ayuda a alguien que tuviera experiencia en eso. Un día de febrero, de buenas a primeras el problema se resolvió porque en una casa donde estaba haciendo una refacción muy grande le regalaron esta salamandra:
que es una obra de arte. No sé cuantos años puede llegar a tener y funciona a la perfección. Con unas lajas que no sé donde sacó, Pedro revistió la pared donde está apoyada que es la que divide la casa y tiene 30 cm. Por adentro de esa pared hizo pasar el tiraje que es un caño de hierro fundido.
Bueno, ese día 9 de julio de 2006, ni bien volvimos a casa encendimos la estufa y nos quedamos en casita. Hice una de las comidas preferidas de Pedro: pastel de papas. Bastante por él es de muy buen comer. Para no tener que salir, reviví el pan viejo que había en casa con un método que le había aprendido a Lidia. Por supuesto no se lo dije a Pedro porque él no la había vuelto a nombrar ni a ella ni a su hija. Era como si se hubieran muerto. Yo no podía entender que fuera así, siendo que conmigo era toda dulzura. Claro está yo con él procedía de la misma manera y no hacía sin tener que esforzarme porque para mí no había mayor alegría que verlo contento a él. No era un día cualquiera, ese día se disputaba la final del mundial de fútbol. Pedro se había comprado un televisor de 29” para verlo. Jugaban Italia y Francia. El partido comenzaba a las 3 de la tarde. A mí no me interesaba mucho porque el fútbol no me atrae, pero Pedro quería que ganara Italia y no veía la hora de que empezara. Se sentó frente al televisor al ratito que terminamos de comer. Yo seguí haciendo cosas porque en una casa siempre hay cosas que hacer más cuando se quiere tener todo en orden como es mi caso.
A las 3 me senté él en el living. Para mí el espectáculo no era lo que se veía en el televisor sino él, Pedro, que se posesionaba con el partido y como si estuviera en la cancha decía y hacía las cosas más disparatadas que se puedan pensar, Cada dos por tres me pedía que me acercara porque quería tenerme abrazado, pero le duraba poco porque al rato me soltaba para hacer un corte de manga o para pararse y gritar una guasada. Cuando termino el primer tiempo, él se fue al baño y yo aproveché para ir a la cocina donde tenía la masa preparada en la heladera para hornear unos chipás que a Pedro lo enloquecen. Me manejaba con un hornito eléctrico porque no teníamos gas. Por suerte andaba bárbaro, hasta pollo al spiedo podía hacer. En un ratito tuve el mate listo, los chipá horneados y así me fui donde Pedro seguía sufriendo con el partido que iba 0 a 0. El no sabía que yo estaba haciendo chipá. Cuando los vio saltó de contento. Se levantó para darme un beso. Algo que ya era cosa de todos los días. Besarme y franelearme a cualquier hora y en cualquier lugar siempre dentro de la casa y cuando no hubiera ojos que nos vieran. Entre una cosa y la otra le cebé 2 termos de mate. Una barbaridad. Así es todo lo que meaba después. Parecía un caballo. Los chipá, mas de 2 docenas, prácticamente se los comió todos él. Yo a lo sumo habré comido 3 porque enseguida me lleno.
Con el mate llegamos al primer tiempo del alargue. El partido se había convertido en un suplicio. Pedro era una máquina de decir malas palabras. Se acabó el alargue y vino la definición por penales. Por cábala quiso que estuviera al suyo. Hice lo que quería. Me pasó el brazo por la cintura y me apretó como siempre a lo bestia. A mí me gusta que me aprete así. Me hace sentir que soy suyo. Cuando ya empezaban a patear los penales Pedro me dijo “si ganamos le voy a dar una sorpresa”. Yo no le llevé mucho el apunte. La cuestión fue que con un suspenso tremendo Italia venció a Francia. Pedro saltaba de contento y como si le hubieran dado cuerda me explicaba el partido como si yo entendiera algo. Cuando se le paso un poco la euforia parece que se acordó de lo que me había prometido y me dijo: “cierre bien todo y vamos para la pieza que tenemos que hacer” y se fue al baño. Hice lo que me ordenó y junto entramos en la habitación que era un hornito por el calor que irradiaba la salamandra. Me indicó que me desvistiera al tiempo que él comenzaba a quitarse sus ropas. En un par de minutos los dos estábamos desnudos y metiéndonos en la cama. Esa tarde Pedro era un volcán en erupción. Me hacía de todo y yo lo dejaba hacer porque eso era lo que yo quería: que me hiciera de todo. Yo no me quedaba corto. Cuando la ocasión se dio, me le prendí a la pija como una sanguijuela. El me había hecho conocer el placer que da mamarla, así que no podía reprocharme nada. Por otra parte, a juzgar por sus gemidos de gozo, no creo que estuviera en su ánimo decirme otra cosa que no fuera que se la siguiera chupando. Mientras yo se la mamaba apasionadamente, Pedro se estiró y tomó el pote de crema que como siempre estaba sobre la mesita de luz de mi lado, el izquierdo mirando hacia la piecera. Lo abrió y meticulosamente (nunca más oportuna esta palabra) comenzo a untarme la colita que a esta altura me latía con todo. Realmente yo no sabía lo que quería hacer y para ser claro debo decir que no pensaba en otra cosa que en seguir mamándosela indefinidamente. En esos momentos la poronga de Pedro estaba en su máximo esplendor, completamente erecta y ejerciendo toda la seducción que ejercía sobre mí. Yo era un esclavo de esa pija.
Al cabo de un largo rato, Pedro dijo: “vamos a probar si le entra”. Cual habrá sido mi sorpresa al oir estas palabras que instantáneamente corté la mamada y lo miré seguramente con cara de aterrorizado porque al toque me dijo: “no se asuste, no va a pasar nada”. Pedro entonces comenzó a sobarse la poronga como para que se le mantuviera bien parada y mientras hacía esto me decía: “vamos a probar de que usted se suba y se siente para ver si se le dilata el culito; pero tiene que estar tranquilo y aflojarse bien; usted es el que va hacer el trabajo; lo importante es que le entre y no le duela mucho”. La forma serena en que Pedro me hablaba me tranquilizó, como que me dio impulso. Por las dudas me puse un poquito más de crema y empecé la operación. Me subí a caballito sobre Pedro, mirando hacia su cara, y ubiqué mi culito sobre su pija que estaba parada al máximo. Con la mano hice que apuntara justito hacia mi agujerito y entonces comencé a sentarme lentamente. El culito se me abrió enseguida y me entró la puntita de la cabeza. Me senté más y me entró otro poco, pero me empezó a doler. Pedro me acariciaba los muslo para darme estimulo y me recomendaba que me sentara despacito. Yo me sentaba despacito, pero el dolor iba en aumento. Cuando la me había entrado toda la cabeza y un poco más, yo sentía como que el culo no se me podía estirar más. Apretaba los dientes para soportar el dolor sin gritar. Pedro me decía que si me dolía mucho cortábamos ahí la prueba. No le contestaba para no restarle concentración al esfuerzo de aguantarme el dolor. Por un momento detuve el descenso y me quedé quietito. Una buena parte de poronga ya la tenía adentro. Por suerte a Pedro no se le bajaba. La sentía siempre bien dura. De a poquito el dolor se me fue calmando y sentí como que el culo se relajaba. Me moví un poquito para tantear si me volvía el dolor fuerte. No, seguía igual. Me animé y seguí con el movimiento hacia abajo. El momento peor parecía haber pasado. La poronga me siguió entrando y lo que pasé a sentir era como si tuviera todo el intestino ocupado, lleno. Era una sensación muy linda. De repente sentí que mis nalgas tomaban contacto con el cuerpo de Pedro. Faltaba muy poquito. Apuré el trámite, el último pedacito me entró todo y yo quedé sentadito sobre Pedro con toda su poronga dentro mío. Sé que debo decir “de mi” y no “mío”, pero prefiero “mío” aunque sea incorrecto porque me suena mejor, me da la idea y la sensación de posesión que experimenté en ese instante. De todas maneras, sé que nunca voy a poder explicar integralmente todo lo que sentí. Fue algo maravilloso. Yo desea con todas mis fuerzas que Pedro me penetrara y me hiciera sentir que era suyo. En ese momento preciso, en que el dolor se mezclaba con la alegría, me sentí enteramente suyo y también sentí que él me pertenecía, que éramos uno para el otro. Por eso, porque no tenía otro modo de expresar mis sentimientos, lo que hice impensadamente, fue ponerme a llorar. Mi llanto no era de tristeza, sino de felicidad. Pedro me hacía feliz, inmensamente feliz.
Pedro me pedía que no llorara y me apretaba las caderas con sus manos para que no me moviera. “Le duele mucho” me preguntaba. Yo lo tranquilizaba diciéndole que me dolía pero que lo podía aguantar. Un largo rato nos quedamos así. Sentía que olas de calor recorrían mi cuerpo y que algo muy lindo me sucedía. No quería que eso terminara. El dolor se hacía cada vez mas soportable. La voz de Pedro confesándome todo lo que me quería, todo lo que me necesitaba, era un arrullo que me embriagaba haciéndome sentir en el más maravilloso de los mundos. No dejaba de repetirme que quería que fuera suyo, solo suyo.
Tras ese largo rato, Pedro, que me sujetaba las caderas con sus manos, comenzó a empujarme haciéndome describir círculos con el culo. Su pija dentro mío se desplazaba produciéndome toda clase de sensaciones y vibraciones. Me dolía pero el dolor se volvía insignificante frente al placer que me deparaba todo lo demás que sentía. Quería que Pedro siguiera haciendo girar mi culo sobre su poronga y moviéndome hacía adelante y hacia atrás. Para que eso no se cortara yo mismo me movía. El goce era cada vez mayor y Pedro lo traducía con sus gemidos y algunos elogios que me derretían: “tiene un culito divino, démelo así se lo cojo bien cogido”. Yo se lo daba con total entrega porque quería verlo feliz.
De pronto Pedro se frenó en esa locura y me dijo “vamos a cambiar de posición”. Siguiendo sus indicaciones me levante, me puse en cuatro patitas y levanté bien la cola. El se ubicó detrás, me puso más crema y enseguida apoyó su pija en mi agujerito. La seguía teniendo bien dura. Me la empujó hacia adentro y me volvió a entrar. Me la puso despacito y me dolió muchísimo menos que cuando me senté encima. Se me había agrandado bien el culito. Pedro me la mandó bien hasta el fondo. Se cercioró de que pudiera aguantarla y a continuación, rítmicamente, comenzó a machetearme y a hacerme sentir una verdadera locura, una desesperación que no podía ser. Los pijazos se sucedían uno tras provocándome un placer cuya magnitud era una revelación, un descubrimiento sensacional. Jamás hubiera pensado que Pedro me podía hacer gozar tanto. Y lo que más me confortaba era ver que él gozaba tanto como yo. Por eso hacía todo cuanto podía para darle mi culo totalmente, absolutamente. Misteriosamente los dolores habían desaparecido y todo era goce y placer.
En un momento dado Pedro redobló las embestidas y, para decirlo gráficamente, me ametralló el culo a pijazos, me sacaba y me metía su poronga a una velocidad supersónica hasta que en un sublime rosario de espasmos descargo en mi entrañas todo el caudal de leche que almacenaba en sus poderosos cojones. Cumplio así su deseo de depositar el jugo de su hombría en las profundidades de mi culo, bien adentro mío. Recibir su ofrenda fue para mí el más maravilloso de los regalos que yo podía recibir. Cuando retiro su miembro de mi ano sentí en la tibieza de su semen que dejaba en mi la esencia de su ser. Este es el altar donde Pedro me hizo perder la virginidad y ganar la felicidad:
Se trata de una cama que le regalaron a él con colchón, acolchado y todo, menos los veladores y que nos vino como anillo al dedo porque la cama grande de la otra casa estaba en las diez de últimas. Ahora le tenemos que cambiar el colchón porque desde 2006 a esta parte el pobre ha tenido un traqueteo de película.
Justamente a esto quiero referirme. La “sorpresa” que Pedro me tenía preparada para cuando terminara el partido Italia-Francia, como dice la canción infantil, “nos supo abrir (entre otras cosas) la puerta para ir a jugar”, ya que cuando dejó de ser sorpresa se convirtió en nuestra más entrañable práctica cotidiana. Si “entrañable práctica cotidiana”, ya que salvo en los primeros meses después del debut, en los cuales yo tardaba un poco para recuperarme, todos los días siempre hemos tenido un momento para el sexo. El sexo es una de las piedras angulares de nuestra vida en común. Yo lo necesito, Pedro lo necesita, los dos lo necesitamos. Con esta performance es claro que no hay colchón que aguante. Si se mira bien la foto es posible ver que uno de los lados, el derecho está más hundido. En ese lado duermo yo y es el lado donde por lo general Pedro me hace el amor. El traqueteo es lo que lo ha hundido.
El año 2006 fue un año muy importante en la nuestra vida. Una año de realizaciones. Cambiamos de casa y yo terminé la escuela secundaria. Hasta ahí Pedro me había bancado, pero yo no quería ser un mantenido. Por eso le dije que quería trabajar, que tenía que buscarme un trabajo. Me escucho y no me dijo nada, pero por la cara que puso era obvio que la cosa no le gustaba mucho. Entonces preferí quedarme en el molde y mantenerme a la expectativa. Por nada de este mundo yo quería que Pedro se enojara. Asi pasaron dos semanas; dos semanas en las cuales la vida siguió igual o, mejor dicho, cada vez mejor. Al fin de esas dos semanas, cuando nos estábamos acercando a la Navidad, la tarde del sábado 16 de diciembre, Pedro vino a la cocina donde yo estaba planchando y me dijo “tengo que hablar con usted; terminé con eso que está haciendo y vamos a tomar unos mates y a conversar”. “Pasa algo”, pregunté. “No, no pasa nada, solo quiero aclarar algunas cosas”. Así fue que a eso de las 5 de la tarde nos sentamos a un costado de la casa donde daba la sombra a tomar mate y hablar. Pedro fue claro, preciso y directo. Me dijo que el veía con muy buenos ojos que yo quisiera trabajar y, aclaró, “trabajar en forma rentada”, destacando que “ya que si se trata de trabajar por amor a la casa, se te estan debiendo varios meses de vacaciones”. Sostuvo que trabajar es bueno en la vida, aunque señaló que no en todas las etapas de la vida. Cuando se es chico y uno se está formando, mejor es que juegue y estudie. También cuando se es más grande y se puede mejor la formación para enfrentar mejor al porvenir. Se lamentó de no haber podido estudiar cuando tenía mi edad. Entonces, su familia y él siempre estaban galgueando. Y remarcó que ese no era el caso nuestro en que no nos sobraba el dinero, pero estábamos muy lejos de pasar necesidades económicas. Apunto a él tenía por cierto que yo quería o tenía interés en estudiar una carrera universitaria. Afirmó que si eso era correcto, lo oportuno no era ponerse a trabajar para ganar unos pesos que no se necesitaban, sino ponerse a estudiar porque existían los recursos necesarios para hacerlo y la fuerza necesaria para seguir produciendo esos recursos. El fruto de esa estrategia sería hacerse de una herramienta que me permitiría ganarme mejor la vida en el futuro. Mientras tanto podíamos vivir felices como siempre.
Este fue su discurso. Me dejó sin palabras. Lo único que podía hacer era ponerme a llorar y me puse a llorar. Entre sollozo y sollozo le di las gracias y su respuesta aún resuena en mis oídos: “usted las merece”.
Seguimos tomando mate y no se habló más del asunto por el momento. Me pidió que me sentara más cerca de él. Eso hice, no porque me lo hubiera pedido sino porque me gustaba. De haber sido por mí, siembre estaría sobre él mimoseándolo. Su olor a hombre me fascinaba. Pero sabía que el tenía momentos y momentos. Yo en cambio tenía un solo momento y ese momento era suyo. Podía mimosearme todo lo que quisiera que a mi siempre me venía bien.
A posteriori de esa categórica charla y mientras me ocupaba de organizar cosas para la Nochebuena que habríamos de pasar en casa de Martiniano y su familia (esposa y 7 pibes, 2 nenas y 5 varones), me dediqué a averiguar donde me convenía estudiar y encontré que la Universidad de La Matanza, al ladito de Lomas, era lo mejor. Mi deseo era estudiar para Contador y continuar con los estudios de inglés y computación que venía realizando. La salida la tendría en la misma “empresa de construcciones” que Pedro y Martiniano estaban montando despacito y con gran inteligencia. Esperé hasta iniciado el 2007 para comunicárselo a Pedro que seguía mas enamorado y posesivo que nunca conmigo. Cuando se lo dije y sobre todo cuando le di los fundamentos y las razones de mi elección, no demoró ni un minuto en darme su aprobación y su estímulo. “Si yo hubiera tenido que elegir por usted, habría elegido lo mismo y por los mismos motivos”, me dijo. A partir de ahí empecé con todo en lo que hace al estudio y si todo va bien, a fin de este año 2013 tendré mi título. Si no terminé antes ha sido porque desde 2011 estoy trabajando con Pedro que ya tiene montada la empresa con Martiniano y yo, para decirlo en forma sencilla, le manejo los papeles. Me ayuda la hija mayor de Martiniano que tiene 19 años y es una luz. Este año se tomó un “año sabático” y en 2014 va a empezar a estudiar Administración de Empresas.
Cuando me largué a estudiar el problema mayor que tenía era ir de Lomas a Morón. El colectivo tenía un buen servicio, bastante puntual, pero me llevaba media hora. Entre ir y venir mas esperas, perdía una hora. Mucho tiempo para mí que tenía un montón de cosas que hacer y quería hacerlas bien a todas. Por suerte como Pedro se había mandado a fondo con la cocina, ahí tengo lo mejor de lo mejor y puedo hacer maravillas. Si no se hubieran hecho maravilla hubiese sido porque yo no servía, pero sin vanidad, debo decir que para la cocina sirvo. Hasta tenía lavavajillas. También el lavadero es un espectáculo y todo está organizado para que solo una vez por semana tenga que lavar y planchar. Como somos dos solos es poco lo que se ensucia. Eso hace que la limpieza de la casa no sea un problema. Como señalé el único problema era el transporte. Pero eso se solucionó el 8 de diciembre de ese año 2007, porque Pedro se apareció con el siguiente regalo de cumpleaños:
Un Ford K modelo 2004, 1.6, con 21.600 Km reales-reales. Como todos los negocios de Pedro lo compró por chauchas y palitos. El 8 de diciembre como es el día de la virgen es feriado, asi que como mi cumple es ese día, siempre cae en feriado. El festejo empezó la noche anterior en que Pedro me hizo una fiestita íntima y, como siempre, me dio sin asco. Es decir, como a mi me gusta. Para mi no había mejor regalo. A la mañana siguiente, temprano, nos levantamos y estuvimos tomando mate. Yo estaba bastante liberado porque ya había rendido lo último que tenía para rendir en ese momento. A eso de las 10 me dijo que tenía que salir. No quiso que lo acompañara y dijo que iba a ir a pie para estirar las piernas. Me llamó la atención, porque Pedro es de los que no paran dentro de la obra, pero después, para todo el auto o la camioneta. Pienso que es para hacer mas rápido. Las cuestión es que a las 11 y media pasada estuvo de vuelta. Se lo veía muy sonriente. Apoyándose la mano en la bragueta me dijo “tengo algo para usted afuera”. Sobre el pucho le respondí: “muy afuera no debe ser porque no lo veo”. Me hizo pisar el palito. Enseguida agrego: “y como lo va a ver si no sale afuera”. Medio me confundí. Enseguida él aclaro todo. Me invitó a salir de la casa y ahí estaba sobre la vereda, impecable el Ford K. ¡No lo podía creer!. Ya desde antes de cumplir los 18 Pedro me había enseñado a manejar y a decir verdad creo que se conducir, tengo buenos reflejos. El registro lo tengo desde abril de 2007 y ya lo renové una vez. Enseguida salimos a probarlo. Una joya. Serenísimo y muy cómodo. Lo puedo estacionar en cualquier parte. El viaje a Morón pasó a ser un chiste.
De modo que el 2008 lo empecé con auto nuevo. Yo vivía como en un sueño. Mi segundo año de Facultad era un éxito como el primero. Todo lo compartía con Pedro que estaba en todos los momentos de mi vida. Cada uno tenía un celular y nos mandábamos mensajes continuamente.
A mitad de año ocurrió algo que me hizo reflexionar mucho. Como ya he dicho y repetido mi relación con Pedro fue siempre súper excelente, fundamentalmente porque yo no hacía nada que lo pudiera molestarlo o contrariarlo. No se trataba de tener que andar cuidándome de hacer esto si y aquello, sino de actuar con naturalidad tal cual soy yo y no inventarme cosas raras o cosas que me dijeran otros. Yo tenía y tengo muy buena relación con todo el mundo, pero si tengo que jugarme por alguien a muerte, ese alguien es Pedro y nadie más. Asi de sencillo y clarito. Resulta que como dije un día de mediados de 2008 yo estaba en casa haciendo mis cosas cuando apareció por casa un compañero de la Facultad que tiene mi edad y muy lindo aspecto y anda en una moto que parece un avión. Sabía donde vivía y como necesitaba unos diketes que yo tenía, aprovechando que andaba por Lomas se acercó a pedírmelos. Yo lo recibí como recibo a todas las personas que vienen a casa y que vienen por Pedro ya que por mi específicamente no viene nadie. Por supuesto, lo hice pasar y fue inevitable que pasara al estar donde tengo la PC y todas las cosas estudio. Fue entonces cuando llegó Pedro en la hora en que habitualmente lo hacía. Entró con la camioneta directamente a la cochera. Entonces yo lo invité a mi compañero que se estaba retirando a que saliera por la galería. Eso hizo que nos encontráramos con Pedro. Como correspondía se lo presenté. Como hacíamos siempre, porque así lo teníamos convenido, él era mi papá y yo era su hijo. Estuvimos un rato conversando de nada y después lo acompañé a mi compañero hasta donde había dejado la moto. No me demoré ni 1 minuto. Enseguida volví a la casa porque a Pedro no lo veía desde la mañana. Lo encontré raro. Le pregunté si había pasado algo. Me dijo que había tenido un día complicado pero no me dio explicaciones. Para que se distendiera hice lo que siempre hacía en estos casos. Le preparé un bañito y le acondicioné todo para que se distrajera mirando televisión hasta que llegara la cena. La reacción de Pedro frente a este “tratamiento” siempre era muy bueno. Esa noche no lo fue. Se lo veía menos mal, pero seguía mal. El mirar televisión no lo mejoró. Traté de distraerlo hablándole de las cosas que había hecho durante el día. Tampoco dio mejores resultados. De repente Pedro me preguntó quién era ese muchacho que estaba cuando él llegó. Le repetí, porque ya se lo había dicho cuando se lo presenté, que era un compañero. Entonces quiso saber a qué había venido. Le expliqué el motivo de la visita y siguió preguntándome cosas, donde vivía, qué hacía. Ahí me di cuenta de que la cosa era con mi compañero. Traté por todos los medios de restarle importancia al asunto pero evidentemente no lo conseguía porque al toque me dijo que había algo en “ese muchacho” que lo le gustaba y me recomendó que anduviera con cuidado. A continuación me dijo que él no quería me pasara nada y me repitió lo que siempre me decía acerca de su amor y de todo lo que él podía llegar a sufrir si a mí me pasaba algo. No dejó de señalar que yo era su vida. Cuando terminamos de cenar lo mandé a mirar televisión. Lavé los platos y acomodé las cosas como yo lo hago a mil km por hora y cuando terminé fui y me senté a su lado para que me abrazara como hacía siempre. No quería verlo preocupado. No estuvimos mucho rato así. Enseguida me propuso que nos acostáramos “para estar más calentitos”. “Si quiere que yo lo caliente, yo lo caliento, pero no se olvide que si lo caliento después me tiene que poner la inyección para que yo me duerma”, le respondí. Eso le hizo cambiar el humor, “quédese tranquilo, le prometo que yo le voy a poner la inyección” me replicó. Eché un par de leños a la salamandra y nos mandamos para el dormitorio. Rápidamente estuvimos desnuditos y en la camita. La pieza estaba calentita. Tuvimos un sexo maravilloso. Hice todo lo que a él le gustaba y a mí me enloquecía y, para completarla, me puse con las piernitas para arribara para que me penetrara y, al mismo tiempo, me hiciera todas esa cosas que él me hacía mientras me cogía y que a mí me daban la sensación de ser cogido todo, de pies a cabeza. No exagero pero me debe haber estado macheteando cerca de una hora. Eso, entre otros motivos, porque yo sin pensarlo le pedía que me diera mas, que me la pusiera toda y esas cosas, a las que él respondía con máxima aplicación.
Muertos no dormimos hasta el otro día a las 7 en que sonó el despertador. Como siempre salté de la cama y me puse en movimiento. 7 y veinte ya estábamos porque 8 menos cuarto Pedro partía. Ya era otra persona. Para chancearlo y ponerlo contento, después de pasarnos los partes de lo que teníamos que hacer ese día, le dije “espero que esta noche cumpla”. Reaccionó al toque “¿que cumpla qué?” me preguntó. “Con lo que promete, ayer dijo que me iba a echar 2 y me echó 1 solito”. Esa era una mentira mía para provocarlo y ver lo que hacía. “Muy bien, prepárese, que esta noche le echaré 2 y el que le debo de anoche también y no me venga que no aguanta más, ni que lo estoy matando, porque cuando yo tengo que cumplir: cumplo, así me tenga que ayudar con Viagra”, dijo sin formular ninguna observación al macanazo que yo le había disparado. Lo dio por cierto y redobló la apuesta, lo cual era de temer porque eso de “echarme 3 polvo” tan pronto podía llevarlo a cabo como tan pronto podía dejarlo en el plano de las bromas. Como que era capaz: era capaz. Algunas veces me había echado tres polvos y no quieran saber como quedé. Para terapia intensiva. Pero fueron noches excepcionales en las que los dos estábamos locos de amor y deseo. Por lo general: uno, muy, pero muy bien echado, nos dejaba contentos y molidos. Demás está decir que, por haberlo chumbado, todo el día cargué con la incertidumbre de lo que Pedro me había advertido que iba a hacer a la noche. Yo apostaba a que el trabajo le quitara fuerzas. De lo contrario estaba frito. Debía resignarme a que en una de esas me partiera el culo. Debo recordar que, al fin de ese intenso día, el hombre cumplió a medias con su promesa: me echo dos polvos que sumados hacía el polvo de la noche anterior. Y cumplió a medias porque yo le pedí que el restante lo dejáramos en suspenso porque ya el culo no era mío. Porque la verdad sea dicha Pedro ponía tanta pasión que el culo siempre me quedaba ardiendo. No me duraba mucho esa sensación de fuego, pero la tenía. La felicidad tiene su precio. Pero el amor bien vale el ardor.
Volviendo al episodio con mi compañero de Facultad debo decir que la conclusión que yo saqué fue que Pedro quería ser y sentirse sin ninguna duda ni temor dueño absoluto y que la sola presencia de cualquier sujeto que pudiera afectar esa propiedad lo sacaba de quicio y de ninguna manera estaba dispuesto a compartir ni mínimamente esa propiedad y mucho menos a perderla. Eso y no otra cosa era lo que había sucedido con su hija. Pedro entendía que era una propiedad suya y que nadie podía tener derecho a tocarle un pelo. Yo me acuerdo bien como la trataba. Una maravilla. Cuando apareció el novio, todo se fue al diablo. Pedro se volvió un ser irracional. Se empezó a pelear con su mujer porque decía que la apañaba a hija en contra de él. Resultado: las excomulgó a la hija y a su esposa y ellas lo abandonaron. En medio de ese cuadro estaba yo que era lo único que él tenía. Su pasión por mi creció en otra dirección y a eso contribuí yo que inconscientemente sentía que debía hacer cualquier cosa con tal de no perderlo y hacía cosas que despertaron en Pedro deseos que tienen todos los hombres y que subyacen bajo otros deseos que las circunstancias hacen más potentes y dominantes.
Cuando mi relación con Pedro se blanqueó, yo busqué en Internet explicaciones a la situación que me tocaba vivir. Así fue como fui a dar con la página “Hombres Pasivos” donde se explica como es el hombre que siente, que tiene necesidades de hembra, que sería mi caso. Aunque mi caso es un poco mas especifico porque mi sentimiento, mi necesidad, no se dirige a cualquier macho si a uno solo que, por supuesto, es Pedro. Y también fui a dar con un relato suyo, “Lucy”, que me encantó y me llevo a otros relatos muy vívidos que no tocaban casos como el mío, pero si ilustraban sobre la diversidad de situaciones en que se pueden encontrar los hombres. El contar con toda esta información hizo que pudiera entender cabalmente lo de Pedro y, lo más importante, que pudiera comportarme como debía y de la mejor manera posible.
A partir de ese episodio nuestra relación evolucionó enormemente y se hizo más sólida, más profunda, más confiable. Cuento algo. Hasta que ocurrió ese episodio, yo me cuidaba de no plantearle a Pedro ninguna exigencia. Siempre estaba a lo que el decidiera en el rubro que fuera. El rubro sexo me dio pie para entrar en el meollo del asunto. Una tarde le pregunté si siempre que me cogía tenía ganas de cogerme. Su primera respuesta fue decirme que siempre me cogía con ganas. Entonces yo empecé a hilar más fino, hasta que llegué a que me confesara que algunas veces me cogía porque pensaba que yo podía tener necesidad y él no quería que yo pasara necesidades. Yo traduje lo que él me dijo afirmando: “me cogía sin que a usted lo picara el bichito de las ganas de coger en ese o esos momentos, ¿es así?”… Se rio por mi ocurrencia y confirmó lo que yo decía. Entonces, aproveché para decirle que a mí, a veces, el bichito no me picaba y sin embargo me dejaba porque pensaba que a él si lo había picado y pensaba que no era correcto dejarlo con las ganas de bañar al tero”. Se sorprendió de lo dije. Después le pregunté si en lugar de andar adivinando, no sería mejor comunicarnos más y decirnos cuando nos estaba picando el bichito. Le hice saber que a mí me picaba bastante seguido y que calculaba que a él le debía pasar lo mismo, de donde se sigue que si uno decía que le picaba el bichito lo más probable era que el otro dijera lo mismo y si a los dos les pasaba lo mismo lo más acertado en culear un ratito para que se pasara la picazón. Si solo le picaba a uno o a ninguno, lo mejor era quedarse en el molde que en cualquier momento el bichito volvería a hacer de las suyas y no tendrían más remedio que darle a la matraca. A Pedro le pareció bárbaro. Fue así que, a partir de entonces solo cogemos cuando a los dos nos pica el bichito del deseo. Por lo demás, felices y contentos. Muestro una foto de Pedro, la única que tengo así, desnudo, que accedió a que le tomara después de rogárselo diez mil veces:
Se la tomé en mi sala de estudio, en el mismo ángulo donde fotografié mi colita en tiempo diferido y sentado en el mismo sillón donde me ubiqué yo. Cuando le comenté que le iba a escribir, me dio su autorización para agregar su foto.
A ojo de buen cubero puedo decir que en 50 veces, solo en dos el bichito no nos pica a los dos. Este frecuencia se debe a que si a mí no me pica el bichito basta estar un ratito con Pedro para que enseguida me entre a picar. Tiene que suceder algo extraordinario como tener que rendir un examen, o estar enfermo, o hallarme muy, muy cansado para que el bichito no se comporte como lo hace habitualmente. Pienso que a Pedro le ocurre otro tanto. Además, noto que han influido en mí cosas que él me ha dicho como comentarios. Por ejemplo, me confesó que de haberme conocido tal como soy ahora para el tiempo en que la conoció a Lidia (no la llamó por su nombre, dijo “mi ex mujer”) jamás se habría casado con ella porque yo cubro muchísimo mejor todas sus necesidades, deseos y aspiraciones, tanto en lo sexual como en cualquier otro orden. Con eso me dio, tal vez sin proponérselo, una seguridad extraordinaria en mi mismo . “Usted está en todo lo mío” me decía.
La verdad es que no me puedo quejar. Todos estos años han sido de inmensa felicidad. Pensando, a veces, en el por qué de tanta dicha, creo que se debe a que a ninguno de los dos nos incomoda ser objetos de semejantes y recíprocos deseos de posesión. Haciendo mi introspección, veo que yo también quiero que Pedro sea absolutamente mío. La diferencia está en que yo no tengo ninguna duda de que es mío y solo mío. En cambio, él ha tenido sus dudas y creo que yo he descubierto el origen de esas dudas y también el modo de neutralizarlas.
Como comenté, Pedro es 30 años mayor que yo. En la actualidad y pese a que él ya cumplió los 55 esa diferencia no se nota para nada porque sigue teniendo una polenta que mas la quisiera tener un muchacho de 20 o 30. Y no solo la polenta, sino también la pinta. Como no conocen el papel que juego yo en la vida de Pedro, más de una mujer le ha dicho a Pedro cosas que son verdaderos ofrecimientos. Y también he visto hombre le han tirado unas miradas que eran realmente de rayos X. Pedro es consciente de que esto no es eterno. Por eso ha organizado todo para que, en caso de que él no esté, yo no tenga ningún inconveniente con el patrimonio que hemos formado entre los dos. No cualquiera pone todos sus bienes a nombre de otro, hay que tener coraje y confianza. Pedro lo hizo sin dudar. Por eso yo me sentía obligado a hacer algo equivalente para ponerme a su altura. El tema fue: ¿qué hacer?. No encontraba nada parecido. Una mañana se me cruzó algo por la cabeza, algo muy loco: blanquear nuestra situación y casarnos. Ya se había instituido el casamiento igualitario en Argentina. Le dí vueltas y vueltas. Yo no tenía ningún drama, pero tenía que ver qué era lo que él pensaba. Una noche, en medio de la franela previa al coito, se lo dije. “Me gustaría que nos casáramos”. Estábamos frente a frente. Pedro reaccionó preguntándome: “¿no le gusta cómo estamos?”. “Si me gusta?”. “Y si le gusta, ¿para qué quiere cambiemos?”. “Porque quiero ser suyo también en los papeles”. “Bueno, déjemelo que lo piense; ahora deme esa colita que es lo único que quiero en este momento”. El impacto de mi propuesta le debe haber revuelto la testosterona porque el polvo que me echó fue monumental, no solo por todo lo que me hizo sentir con su tremenda verga, sino por todas las cosas que me dijo mientras me cogía. Yo ya había metabolizado por completo mi condición de hembra, una hembra que no dejaba de ser hombre y consecuentemente mi comportamiento era siempre el que exactamente Pedro esperaba de mi. Pedro, que en todo momento era macho.
Un par de días después, mientras cenábamos, me dijo que había estado pensando acerca de eso de blanquear nuestra situación y de casarnos. Me manifestó que no veía eso nada que agregara algo a nuestro vínculo ni que reportara algún beneficio particular. Y, algo más, que pensaba que blanquear nuestra situación podía traernos inconvenientes porque no todas las personas veían el amor entre dos hombres como lo veíamos y vivíamos nosotros. Como yo me palpitaba que esta podía ser su respuesta, tenía planeado un contraataque. Apunté mis flechas a “lo del beneficio particular”. Traté de hacerle ver que si yo desaparecía antes que él, que bien podía ser porque nadie tiene la vida comprada, él se vería en problemas porque todos nuestros bienes estaban a nombre mío. Estando casados, las cosas cambiaban y con un simple trámite sucesorio podía disponer del patrimonio sin ningún inconveniente. Remarqué que eso era primordial para mi.
“Muy bien, así que para allanarme esos posibles problemas –me sacudió- usted quiere hacerse mi esposa pasando por alto los problemas que puede traer el que se haga mi esposa delante de todo el mundo. Pués bien, vaya sabiendo lo siguiente: si a usted le llegara a pasar algo, se lo digo suavecito, yo me voy a encargar de que el viaje lo hagamos juntos, porque solo no quiero quedarme. ¿Me entiende?”. Ahí pasó a hablar en tercera persona, como solía hacerlo. “Pedro no necesita papeles que lo. Lo que Pedro necesita es una esposa que lo quiera. Y usted es la esposa de Pedro”.
Como el momento era extremadamente vibrante y Pedro entendió que debía bajar la carga emocional derivando el caudal de fuertes sensaciones hacia un territorio más placentero, se ocupó de poner las cosas en un lugar menos trágico. Me felicitó por mi coraje y me dio un consejo “ah, y vaya comprando bastante crema, por las dudas no haya en el más allá; la vamos a necesitar unos cuantos añitos más”.
Después, en la cama, me surtió unos pijazos demoledores… Yo había aprendido a ser enteramente hembra y, al parecer, Pedro había perfeccionado sus conocimientos para ser completamente macho. Cada porongazo suyo rubricaba que aunque no nos hubiéramos casado: yo soy la esposa de Pedro.
Pienso que si cuando me desvirgó me hubiese cogido como me cogió esa noche, ahora estaría cogiendo en el Paraíso porque me hubiera matado. Sin matarme, hoy me coge como en el Paraíso porque soy: la esposa de Pedro.
Post Scriptum : Si algún lector quiere ver la fotografías que aquí no se publican, debe pedírmelas a buenjovato@yahoo.com.ar y con todo gusto se las enviaré a vuelta de correo. También si quiere hacerme algún comentario. Prometo responder toda correspondencia.